¿De qué hablamos cuando hablamos de las redes sociales?

Soy usuario de las redes sociales, y demás sitios de blogging, desde que existió la posibilidad de que cualquier cibernauta tuviera su propia página, de manera fácil y sencilla. En diez años ya he tenido cuentas en Blogger, Myspace, Fotolog, Hi5, Soundcloud, Youtube, Spotify, Last.FM, Wordpress, Tumbrl, Facebook, Twiter, Instagram, WhatsApp y sin ninguna fortuna Medium (he sido renuente a usar Snapchat).

Y como tal, he visto, vivido y tenido todo tipo de comportamientos como usuario: seguir, bloquear, publicar, agregar, denunciar, aceptar y pedir invitaciones, comentar, likear, dar y recibir follows, dar y recibir unfollows, usar hashtags, así también me he indignado, he compartido información que yo he considerado relevante, y más de una vez, he denunciado hechos que me han parecido atroces. Todo desde mi muy particular punto de vista y sesgo.

Desde luego que, ante la premura de la indignación, he cometido injusticias varias y quizá he ayudado a destruir la integridad de alguien. Al mismo tiempo espero también haber contribuido para la resolución de ciertos problemas, como en casos de personas extraviadas, en búsqueda de donadores de sangre o cuando comparto teléfonos de emergencia en desastres naturales. Porque, como toda herramienta, las redes sociales son armas de doble filo. Da alivio o inflige heridas virtuales pero permanentes, pues la viralización, ese fenómeno exclusivo de internet, que es la propagación inmediata, no solo esparce cualquier información que puede ser falsa, sino que su propio impacto ayuda a que lo dicho o compartido se guarde para siempre mediante capturas de pantalla que se replicarán hasta el infinito, al grado que sea imposible eliminar cualquier rastro de ello.

¿Cómo recoger los pedazos pulverizados de una vida hecha trizas en estos amplios y masivos medios de comunicación que son Twitter y Facebook? Son millones y millones de usuarios potenciales quienes pueden interactuar de alguna forma (dando like, compartiendo, comentando) con información poco fiable cuya irrupción puede tener detrás motivos dudosos y oscuros. Usurpación de identidad, falsificación de páginas y servicios, portales varios de fake news, las redes sociales se prestan para el fraude y la manipulación. O para el desprestigio. 

Como el karma existe, y si no existe ¿cómo llamarlo?, he sido víctima de la cara oscura de las redes sociales, a pesar que me he cuidado de no hacer mención directa de un usuario, mediante el uso de la arroba, cuando denuncio, hago una broma o practico el troleo en pleno. 

Cierto día, en una tarde abúlica, lancé una pedrada al pozo virtual. Nada grave, solo esta imprudencia: entré a un portal de poetas mexicanos, Poesía Mexa, exploré a vuelo de pájaro, leí algunos poemas que no me gustaron y paso seguido tuitié un prejuicio, injustos como son. Como remate a mi post pregunté: ¿Es que ya nadie quiere cantarle al amor? Pasaron los días y por un amigo me enteré que yo, en ese momento, era víctima de bullying virtual en Facebook, pues un integrante o fundador de la mentada página había hecho una captura de pantalla de mi tuit, y ésta recibió al instante comentarios sarcásticos y además fue compartida por otros 12 amigos suyos (hasta donde supe), con todo tipo de comentarios más un meme como postre. Mi primera reacción al enterarme fue una sonora carcajada. Me divertí un rato compartiendo la captura de mi tuit y conforme avanzó el día me aquejaron varias dudas.

En lo particular, salvo por la incomodidad de haber tenido la foto de mi padre de niño como foto de perfil (cosa que ahora lamento), no me molesta la fama efímera que me dieron, aunque sí me resulta curiosa la actitud intransigente de esos poetas.

Y como dije arriba, el karma existe, pues tiempo atrás yo mismo publiqué una carta denunciando un caso de fraude de un taller literario en línea. Proporcioné el nombre del tallerista y la cantidad que pagué por un servicio que, me di cuenta a tiempo, no era lo que había prometido ser. No etiqueté al tallerista en cuestión, pero hice algo que tuviera más impacto tanto en él como en el público de Facebook que pudiera leer mi carta: etiqueté a varios amigos en común para que apareciera en sus muros y para que se dieran por enterados y, también, con la intención plena de que mi post no se perdiera en el aluvión de publicaciones constantes. Logré, aparte de varios comentarios de apoyo, la respuesta bastante desconcertante de quien esperaba, la cual fue rápida y expedita, diferente a la muy dilatada conversación que habíamos llevado por correo. Luego, una vez que mi carta fue leída y comentada, seguí en twitter con la denuncia del fraude del taller, acusando al tallerista con nombre y apellido de lo que se me ocurriera. El efecto colateral de mi carta fue el desprestigio inmediato. O, al menos, eso buscaba. Meses después, me di en la testa sobre si actué bien o mal, si fui justo o desproporcionado, si ante 120 euros perdidos bajé la guardia demasiado rápido o incluso si mi carta pública sirvió realmente para algo, y quien en realidad dio una mala imagen fui yo mismo.


¿De qué hablamos cuando hablamos de las redes sociales? Los comportamientos de los usuarios son tan variopintos como el número de los mismos. Podemos agruparlos en unas cuantas actividades, pero sus intenciones detrás de ellas siempre son enigmáticas o transparentes según lo mucho o poco que conocemos al internauta en cuestión. Ya ni hablar de los “influencers”, de perfil público con millones de seguidores, que sin talentos probados mueven a las masas mejor que lo hiciera Mussolini, o de oscuros personajes que tras nombre y fotos falsos son capaces de echar a rodar campañas de linchamiento de la envidia de Goebbels. Quizá sea apresurado determinar de qué hablamos exactamente, mientras es un fenómeno que está pasando en este momento, relativamente nuevo en la historia de la comunicación, poco procesado hasta para el usuario más viejo. Quizá algunas décadas adelante, cuando yo pueda ver hacia atrás, o mejor dicho, cuando haga "rolling back” en el historial de publicaciones y recuerde viejos post, pleitos, tuits y comentarios acumulados por años, sea entonces cuando pueda reflexionar con profundidad sobre mi actitud pretérita. Quizá en ese futuro tenga la suficiente honestidad. Y autocrítica, hoy escasa.

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