Los pescadores viejos cuentan del misterioso hombre que habita en la costanera. Ese que aparece los días de poco sol o cuando la luz se deshilacha en la penumbra. Cuentan que hace mucho mataron a toda su familia en el río, cuando pescando en un bote, quedaron en el medio de un tiroteo entre la policía y vaya a saber quien. Cuentan también que desde entonces camina perdido, acompañado sólo con su caña de pescar. Se sienta en el muelle y se queda quieto y callado, mirando el agua como si buscara algo. Si uno le habla, lo mira desde el fondo negro de las órbitas de sus ojos. Algunos dicen que tiene ojos de pescado. Y escamas amarillas sobre el cuerpo. Que no te mire, que no te mire, porque si te mira lo encontrarás en cualquier parte a donde vayas. Las cosas más extrañas te empezarán a pasar.
Y nunca más serás el mismo.
Cuando se apagaba el rito de la tarde llevé mi soledad a nuestro mar de entrañas marrones. Entonces te vi, asustador de pescadores crédulos. Lobo de río que detuviste el tiempo. Y no pudiste evitar dar vuelta la marea. Las sombras dibujaban mi amnesia y tu perfil de porfiado recuerdo. Con la misma pena, me senté a tu lado. Miré el agua y tiré mis peces de amores tristes para que bailaran con los tuyos. Los pescadores gritaban y el viento traía sus sentencias. Nunca le hice caso a las sentencias ajenas. Y las mías venían conmigo. A vos te hicieron leyenda, inventada en fogones y pesca de pescados inmensos, y quizás de deseos de justicia. Leyenda que corre de bote en bote y de muelle en muelle en el oscuro Río de la Plata. No importaba tu mirada de muerte. Yo traía la mía y te miré fijamente. Había un espacio de cielos entre las ranuras de tus ojos. Tus hijos y tu amor reflejados. Te mostré los míos, en el fondo del río. Mis muertos eran distintos. No, no eran distintos mis muertos. En la muerte de todos había culpables. Entonces encontré tus manos de escamas amarillas, perdidas en la orilla de ese grito desnudo. Río devolvenos los hijos, gritamos. Y de la boca salieron pájaros encantados. Quién nos puso silencio en el corazón, te pregunté.
Remamos por las lágrimas desde nuestras venas. El vértigo nos llevó a la deriva. Mordimos la tierra. Y luego, fumamos anillos de nubes escapadas del horizonte, copiado de mitos y leyendas. Nos prestamos los primeros auxilios que se dan a los ahogados, sin amor, con pausas acompasadas, sin urgencias.
El río tenía el agua descosida y caminamos descalzos por sus costuras. Pintamos de verde las aguas marrones. Y recordamos madres y abuelas, cuando el olor del oleaje nos empujó a descartar la revancha. El universo se encogió frente a nuestros brazos cargados de mariposas dolidas. Nos abrazamos con los huesos entreabiertos. Vos te quedaste con mis poros. Y yo con tus escamas amarillas. Entre escombros y ruinas volvimos al mundo. A sonreír entre las grietas mordidas de la memoria. A cuerpear a los culpables. A honrar los recuerdos.
Los viejos pescadores cuentan del misterioso hombre que habitaba en la costanera.
Ese que aparecía los días de poco sol o cuando la luz se deshilachaba en la penumbra.
A veces les cuento que le hablé y lo miré. Me sonrieron sus ojos de pescado y me acariciaron sus escamas amarillas. Después que me miró fue conmigo a todas partes. Las cosas más extrañas me empezaron a pasar.
Y nunca más fui la misma.