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3 de julio de 2017

SI ME QUERÉIS, IROS... o el poder de las redes sociales.



Hace pocos días, recibo un mensaje a mi móvil donde twitter me felicita por tener más de 6000 seguidores.
Sonreí y volví a mi trabajo, sin prestar demasiada atención.
Un servicio de internet que nos llega desde lejos, a nuestras casas y nuestras vidas, a más de 332 millones de vidas, datos que me facilita la wikipedia.
Se pronuncia, tuire o tuitah, según sea inglés británico o americano, y ya sabemos que el inglés tiene otro ritmo distinto al del idioma castellano en cuanto a la pronunciación.
Pero a mí, lo que en realidad me gusta, es los amigos y amigas de verdad, de toda la vida, de carne y hueso, que puedes tocar, besar, abrazar, y abroncar, que tiene que haber de todo.
En mi cumpleaños suelo reunir a mis seres queridos y amistades, para tomar algo y después apagar las velas al son del “Cumpleaños feliz”.
Y éste no podía ser menos. Quedamos en el centro, que siempre es más fácil para ubicarnos.
Me arreglo y me dispongo a salir. Voy sola, alguien aparecerá.
Encamino mis pasos hacia el lugar elegido, y comienzo a ver mucha gente por la calle, cada vez más gente, por las aceras, y todas en la misma dirección.
Sigo mi camino con la sensación de que estoy en tiempo de feria, todos echándose a la calle a celebrar.
Veo farolillos y banderitas de colores. Globos en las puertas de los comercios. Están cerrando, y sin embargo, miro el reloj, no es tarde.
A mi paso, ligero, escucho la música por todas partes. Música festiva, eso sí. Me gusta.
Ando más aprisa, que la música es animada y me invita a ir resuelta, decidida, emocionada. Cabeza alta. Sonrisa puesta.
Oscurece y se van encendiendo farolas, bombillas, velas en los escaparates, pero sigo viendo mucha gente, cada vez más.
Entro por una callejuela, y la gente va desapareciendo, “plof, plof” como pompas de jabón.
La música más alta, las luces luminosas más brillantes.
Siento que llego tarde. Mi cumpleaños. Recuerdos. El regalo de mis hijos, facebook que desde bien temprano me envía más de 300 felicitaciones, en imágenes de tartas y ramos de flores, que mañana contestaré.
Twitter, tuire o tuitah, como se pronuncie. ¿Cómo me metí yo en esto?
 Mi blog de cocina. Canal Cocina, la cocina te une. Sabor a Málaga... Encuentros, eventos, twitear.
Yo twiteo, tú twiteas. Si no twiteo no soy, no existo. ¿Hastag? Sólo 140 caracteres, ¡Me paso, seguro!
Que llego tarde, que no llego. Mi familia me espera ¿tartas, velas? ¿Tendrán twitter?
No puedo llegar, demasiada gente. Siguen caminando hacia la misma dirección. Las aceras llenas, los coches se abren paso muy despacio, para no atropellar a nadie. Motos, bicicletas, hasta me parece ver un globo aerostático. ¡No puede ser!
Me cuesta trabajo andar. La gente me lleva, casi en volandas. Sudo. Me falta el aire. Me cuesta respirar. Alzo más la cabeza a ver si me llega el aire mientras me  siguen empujando…
Ahora entiendo aquello de : “Si me queréis, iros”
Llego tarde, llego tarde.
¿Qué pasa? Es un lunes de un mes cualquiera.
La música sube de volumen y se escucha algo parecido a fuegos artificiales, y entre los edificios se ven impactos de luces brillantes, destellos de colores que caen del cielo.
Rodeo la esquina del edificio más alto, y por unos altavoces se escucha: “Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz”.. No cabe un alfiler. Todos están allí. Portan flores, papelillos de colores que impactan en mi rostro, me asfixio. Entran por el canalillo, me pica. Intento respirar de nuevo, y me trago al menos dos o tres que me hacen toser.

Seis mil, que lo dijeron en las noticias. Seis mil más uno.
@mariangeless   Te invito a mi cumpleaños. Centro social. 20 horas”

6.000 retwits (seis mil) …, al menos.

9 de octubre de 2014

ASÍ ES LA VIDA... ¡y virgencita, que me quede como estoy! (relato)

ASÍ ES LA VIDA


        Son casi las tres de la tarde, aún hace calor, pero los días son cada vez más cortos. El otoño ya está aquí, aunque nos cueste hacernos a él.
        Salgo del trabajo y me voy con una compañera que me deja en la esquina de siempre,  y estoy cerca de mi casa. Hago el mismo recorrido. Paso por las mismas calles de siempre. Están casi vacías, digo casi, porque anda un gato por ahí, lentamente, rebuscando y olisqueando en una bolsa rota que hay en el suelo. Me quedo mirándolo, pensando en mi Lía, lo calentita que está en mi casa, y ese pobre, ahí está, todo esmirriáo, sucio, pasando frío y buscando algo que echarse a la boca.
            -¡Ay! –un suspiro se me escapa mientras sigo caminando.

        Voy más lenta que otros días,  disfrutando cada detalle de esa calle que no conozco, aun pasando por ella todos los días. Nunca me había fijado a estas horas, cuando todo está más en calma.

        Los comercios están cerrados: el pub de la esquina, con las luces apagadas, sin ruido;  la mercería de Juan, con el candado echado; y esa peluquería nueva, moderna, adornada en negro y rojo:
        En su escaparate, de grandes cristaleras, en letras muy grandes y llamativas aparece un rótulo que pone:
-         ¡PROMOCIONES ESTE MES! :UÑAS DE GEL, 20%,
-         FOTODEPILACIÓN, 30%,
-         MASAJE, 50%!

            - Debería de hacerme un masaje, ¡estaría bien! –comento para mis adentros.

            Me cruzo con dos chavales que van a toda prisa. Vienen del Instituto y se han entretenido por que el más moreno le cuenta al otro, su vecino, que la niña del 3º E, Elena, está por él. Se lo ha dicho la Pepi.
-         ¡tío, estás flipao!, No te creas nada de la Pepi, es una mentirosa.

            Se siguen riendo mientras aligeran, porque su familia les estará esperando con la comida en la mesa.
            
        Al volver la cara hacia delante, después de que mis ojos siguieran a estos dos chavales, con sus mochilas a la espalda, y con los pantalones caídos, me tropiezo con una mujer mayor, que arrastra los pies, empujando un andador. A su lado camina una señora de unos cuarenta años, de piel morena, muy morena, casi negra, sin maquillaje y con el pelo recogido en una cola alta. Viste una sencilla camisa de color crudo, y una falda marrón que le tapa las rodillas. Completa su atuendo con una chaqueta antigua, y unas botas altas, muy desgastadas.
            Ella va cantando, muy cerca del oído de la mujer mayor,
            - ¡Corriendo no, corriendo no, cantando!-

            Suena muy dulce y cariñoso. Me sorprende la calidez de la voz y de la
canción. Sonrío.
            La mujer mayor, tiene las manos muy deterioradas, y se agarra al andador con fuerza, mientras continúa su camino, lentamente. Tiene una mirada profunda y siempre se la ve buscando la otra la mirada.

          Se paran un momento. A su acompañante se le ha caído un papel, que se apresura a coger, con desesperación, como si no quisiera que se hiciera daño, como cuando coges a un niño pequeño que ha tropezado. Me sorprende esta reacción, y me doy cuenta  que es una hoja escrita a mano.
            La señora mayor  aprieta el andador, mientras le dirige una larga y profunda mirada. Sus ojos se han llenado de lágrimas. Parece que su lenguaje se basa en las miradas, cargadas de historias. Una historia de muchos años de luchas, de sacrificios, de sinsabores, de pérdidas familiares. Una historia de soledad en el ocaso de la vida. Y la otra historia de lucha, superación, una hija que se va demasiado pronto, un viaje largo, soledad. Dos historias que se encuentran. 

            El andador...,  mis ojos vuelven al andador. Es de una forma sencilla, de color oscuro. Nada de particular, pero que llama enormemente mi atención. 

            Sigo caminando pensando en el andador, en las historias, en la canción, en las miradas y me detengo un momento mientras miro un escaparate adornado para la Navidad,  y recuerdo el andador que le compramos a mi niño, cuando comenzó a andar, para que le ayudara a ir más firme y seguro en sus primeros pasos. Ahora, casi al final de su vida, esta señora, recurre también a un andador, para ayudarse también a caminar firme y segura.
            - ¡Cómo es la vida! ¡cómo después de tanto años volvemos a ser como niños pequeños! Necesitamos algo a lo que agarrarnos, y a alguien que nos cuide. Suspiro y vuelvo la vista atrás.

            Y aquí está ella, la mujer de piel tan morena, tan morena que parece negra. 
            Después de recoger el papel arrugado, se paran a descansar, y ella se acerca a su acompañante con mucha delicadeza. Le sonríe tímidamente mientras le ayuda a sentarse en un banco, y dejan el andador junto a ellas. Nuestras miradas se han cruzado.¡Otras vez las miradas, lenguaje universal, secreto, sincero!

            La suya es muy limpia, y se queda un momento perdida. Sus ojos son oscuros, y veo en ellos la nostalgia de una familia que ha dejado lejos, muy lejos, mientras ella está aquí en España, para trabajar y mandarles dinero. Seguramente tendrá unos padres que la añoran, y unos hijos que la echan de menos. Y esa hija perdida en la más bella de las edades. Pero su corazón sigue con ellos. Ella soñará en que su vida mejore muy pronto, porque ya le toca.
            ¿pasará las Navidades sola?, ¿o estará con algún compatriota?.

            Me sonríe, de nuevo tímidamente y agacha la cabeza.
           
Coge  la mano de la mujer mayor, con suavidad, para animarla a que la acompañe, y vuelve a susurrarle la misma canción: - ¡corriendo no, corriendo no, cantando!.
            Mientras contemplo cómo emprenden la marcha,  haciéndose cariñosa compañía la una a la otra, aligero el paso, con la cabeza más alta, y una sonrisa renovada, y pensando, para mis adentros:

            - Vengo de mi trabajo, bien remunerado,  donde aprendo algo todos los días, y me dirijo a casa, donde me esperan mi marido y mis hijos; y mi gata, que estará detrás de la puerta, esperando a que llegue para hacerme carantoñas y para que le de su comida preferida, y después, echarse a dormir, una larga siesta, en el mejor sillón de la casa.

12 de marzo de 2012

RECONCILIACIÓN. (Un reencuentro poético-musical)

LLovía, ¿sabes?, llovía como estos últimos días, como estos últimos meses. No paraba de llover.
El agua circulaba como un pequeño río por las calles, entorpeciendo la circulación, entorpeciendo los paseos.
Yo no tenía ganas de ir, pero me comprometí con mi madre. Lo hice hace más de dos semanas, y ahora no podía fallarle. ¡Y no será porque me sobra el tiempo!
Cansada de un estresante día de trabajo, y después de haber dormido sólo cuatro horas, en realidad tenía ganas de ponerme las zapatillas, la bata de guatiné, que me regaló mi suegra cuatro tallas más grande, y quedarme en el sofá viendo la novela, o haciendo que la veo, porque al final siempre termino adormilada, sin enterarme bien de lo que pasa.
Busqué excusas, busqué tareas que realizar. Busqué en mi agenda alguien con quien tuviera pendiente una cita, una charla. Los teléfonos no contestaban.
Dejé que el tiempo pasara, para no llamar a mi madre. Me hice la despistada.
Pero mi madre estaba desde muy temprano preparándse: se duchó, se lavó el pelo, se lo peinó (sus rizos le permiten, aún con la edad que tiene, hacerse un peinado muy juvenil); se pintó a concencia, y buscó el mejor jersey que aún no había estrenado. Se roció con su colonia, Gloria de Vanderbilt, una mezcla de mimosa, rosa y flores orientales picantes. Una fragancia que perdura en el tiempo y en el espacio.
La habían invitado a un recital poético-musical, organizado por una asociación de mujeres para obtener fondos en ayuda a Haití. ¡Una buena causa y una buena excusa para salir de su casa!.
Mientras me arreglo a regañadientes, recuerdo mi asistencia hace unos meses a un recital de poesía. El ambiente estaba cargado. Las señoras con peinados que parecían recién salidos de un cuadro, de una peluquería, con fuerte olor a laca. ¿que si me gustaron las poesías? Pues no sé qué decirte. Le puse mucho interés. Atendí para empaparme de todo, y sacarle todo su jugo. Intenté que los ojos me picaran de emoción. NO ocurrió nada. Pensé que sería un problema mío, que había estado mucho tiempo desconectada de este ambiente y ahora no sabía disfrutar de él. O que las cargas familiares y los problemas me habían vuelto insensible. ¡Yo qué sé! No supe definir aquel estado.
Salí de noche, sola, sin despedirme de nadie, con la mirada perdida, buscando el autobús que me devolviera a casa. Hacía frío y tenía unas ganas enormes de llegar.

Pero esta vez veía tan feliz a mi madre, con su nuevo grupo de amigas, que por fin, y después de muchos años había conocido, que me sentí incapaz de decir que no. Ahora está saliendo y acudiendo a sitios donde pasárselo bien. Eso ya era un factor importante para que me decidiera a intentarlo de nuevo.

Así es que la acompañé, a pesar de la lluvia, a pesar del cansancio, y a pesar de la experiencia anterior.

Instituto Andaluz de la Mujer. 18 horas. Entradas agotadas.

Comenzamos a entrar en la sala que se fue llenando de caras sonrientes y conocidas entre ellas. Debe de ser que se juntan más de una vez en este tipo de eventos.
Mi madre y yo no sabíamos dónde ponernos. Primero en esas sillas frente al escenario. ¡No, ésas están muy cerca de la ventana, y puedo pasar frío! -comentó mi madre, y con razón-.
Busqué otras un poco más cerca, pero al final estaba allí la mujer que la había invitado y nos pidió que nos sentáramos con ella, junto a la columna. La silla la tuve que retirar un poco, porque no se veía bien.
¡Verás tú que al final vamos a estar en el peor de los sitios!

Mi madre miraba de un lado a otro, intentando encontrar una cara conocida, además de la que nos invitó al evento. No encontró a nadie. Me senté junto a  ella.
La sala cada vez más llena de gente. Había mucho ruido, muchos saludos efusivos y en voz alta. ¡Un griterío!.
No se presentó la Coordinadora del Instituto Andaluz de la Mujer, al parecer por encontrarse indispuesta.
¿Será verdad? Los políticos siempre ponen excusas, y al final un trabajador tiene que sustituirlos.
En esta ocasión, alguien comentó que era cierto. Que se había puesto enferma y que tenía mucho interés en asistir, incluso ya lo había hecho en otras ocasiones.
Mi madre se quitó el abrigo, se acomodó y guardó silencio esperando a que comenzara, y  yo aguardé junto a ella, casi embriagada por su perfume, que ya se había expandido y llenaba parte de la estancia.
La miraba complacida, comprobando que estaba bien. Y para mis adentros me decía que había merecido la pena sólo por eso. Su cara estaba relajada, y sus ojos estaban chispeantes. ¡Era feliz!
El griterío comenzó a bajar de intensidad conforme se fueron ocupando todas las plazas, y la Presidenta tomó el micrófono y pidió silencio. Estaba a punto de comenzar.
Primero una breve presentación del acto, por el padrino de la Asociación, con unas bellas palabras; palabras de agradecimiento a todas las personas que habían asistido, a todas las que habían contribuido a que esto se realizara y a todas las que iban a actuar.
Comenzó el acto con la actuación de un grupo de cuatro mujeres que acompañaron, al son de las castañuelas, dos composiciones muy bellas: "La Calesera", una composición de zarzuela y "La Malagueña de Lecuona".
Las mujeres aparecían ataviadas con pantalones negros y camisa blanca, y una biznaga de jazmines en el pelo, ¡ah! ¿que no sabes lo que es? ¡ah, perdona, que no me acordaba que no eres de aquí! Pues mira, una biznaga de jazmines es una composición hecha con jazmines naturales, ensartados en un armazón con pinchos (sacado de una planta natural) formando una bola. Los jazmines se cogen en las tardes de verano, cuando aún no se han abierto. Se van pinchando uno a uno, cerrados, que resulta más fácil. Cuando se abren, se forma una bola que desprende un olor impresionante. Es un símbolo de la ciudad de Málaga, muy familiar y cotidiano. Tanto es así que hay biznagas para decoración, como alfiler, para bisutería, en utensilios para la casa, en estampados, y hasta tenemos un biznaguero que vende sus ramilletes de pequeñas flores blancas, y que se ha convertido en un personaje representativo de la ciudad. 

Este grupo de  mujeres, con su gracia y su elegancia, mantuvo al público asistente en silencio. Bonito y original.
Yo siempre había escuchado tocar las castañuelas en el baile, pero no una actuación sólo de castañuelas. El sonido estaba acompasado, al son de la música, y ellas movían su cuerpo con el mismo movimiento que el de sus manos.

El asiento frío de la silla comenzó a volverse más humano, más cercano. Aplaudí con mucha energía.

Después comenzó la poesía: "Esa guitarra", "Me he soñado", "La Paz", "Libre como paloma"... Fueron títulos que dieron paso a las poesías compuestas por las poetisas que permanencían, según su turno, sentadas junto al escenario, con sus letras imprimidas en la mano, y algunas de ellas nerviosas ante lo inminente de su actuación.

Las palabras comenzaron a brotar, una tras otra, con musicalidad. El ruido exterior no se escuchaba. Sólo las palabras. ¿Sabes? Es como si no hubiera nada más. La sala repleta de gente y estaba todo en silencio.
Palabras que iban volando por la sala, por el aire: "jazmines", "rosas", "miedo", "amor", "palabras que enamoran".
Quería atraparlas, quedármelas, pero no podía. Quería retenerlas, pero se me escapaban. ¿te las imaginas, de colores?
- ¡Niña, que estás en Babia! -me decía mi madre.
- Mamá, por favor, ¿no escuchas?
Una poesía, y después otra. Sentimiento. Palabras que llegaban al corazón.

En mitad del acto, una mujer nos obsequió con una canción: ¡Hijos de la luna!´
No podía separar ni la vista ni el oído de aquel escenario.
Su voz sonaba dulce, con fuerza, elevándose, igual que las palabras. Sintiendo que, efectivamente, el niño está solo en el monte, y te dan ganas de hacerle una cuna con tus brazos y mecerlo.
Y después una segunda parte. Más sentimiento desbordado.
Las lágrimas pujaban por salir, pero no las dejaba, porque estaba muy ocupada escuchando todas esas poesías, recitadas por sus autoras, en una tarde mágica.
Y al final, el Toque de Castañuelas: "Salinas de Campuzano" y "Las cuatro estaciones de Vivaldi!. ¡Fantástico!

El tiempo voló. Seguía lloviendo, y mucho Y me recordó a aquel año, cuando tenía 17 años en Jaén. Era voluntaria de la Cruz Roja, un 14 de febrero. Fuimos con las personas mayores a ver una película, "Del rosa al amarillo". Cuando salimos estaba toda la calle con un manto de nieve. Los pies se hundían levemente. Habían bastado dos horas para que la nieve hubiera cuajado.
En esta ocasión no nevaba. Aquí no vemos nunca la nieve. Es una pena, porque es tan bonita. Pero la lluvia sí caía con ganas. Y no era lluvia que molestara, todo lo contrario. La sentía fresca, clara. La esperaba. La conocía. Me era familiar.

Y como un soplo, como un suspiro, acabó.
Salí conociendo a muchas personas, que me saludaban, agradecidas por mi asistencia, y me invitaron a que asistiera a otros momentos como éste. Creo que en la cara se me notaba lo que había sentido.
Me paré un momento, y volví al principio cuando entré allí: veía las mismas caras sonrientes, pero ahora se dirigían a mí.

Veía a mi madre más chica. A su lado, parecía que yo hubiera crecido.

Málaga, febrero de 2010

16 de febrero de 2012

LAS PEQUEÑAS COSAS. (microrrelato) ¿JUEGAS CON NOSOTROS?

OS ANIMO A QUE SEÁIS PARTE DE ESTE MICRORRELATO.
UNA IDEA QUE SURGIÓ DE PRONTO, Y QUE SE ANIMÓ CON LA PARTICIPACIÓN DE ALGUNAS PERSONAS. INTERESANTE, DIVERTIDA, Y ESPECIAL.
LEE LOS COMENTARIOS, EL ÚLTIMO Y CONTINÚA LA HISTORIA. EL DÍA 1 DE MARZO, A LAS 12'01 M. ESCRIBIRÉ EL FINAL DE LA HISTORIA. HASTA ENTONCES, PUEDES ENTRAR Y DEJR TU IMAGINACIÓN VOLAR. 
¿TE APUNTAS?

"Amanece, y aquel hombre de piel arrugada, que se acerca a comprar el pan para el desayuno, tropieza con una jeringuilla tirada sobre la acera.
Los recuerdos de la enfermedad de su querida esposa caen sobre él como una gran losa.
La suavidad de la luz de la mañana y el ligero perfume del pan recién hecho, le devuelven a la realidad del día a día, del encanto de las pequeñas cosas, de los pequeños momentos que llenan su soledad.
Sus nietas están a punto de llegar.”

5 de enero de 2012

LA DECISIÓN

En homenaje a las personas que lo dan todo para ayudar a los demás. A quienes dejan las comodidades de su vida, y se embarcan en una aventura en la que ellos no son los protagonistas, pero sí colaboradores en los cambios que se produzcan en otras vidas.
Quienes se desprenden de todo egoísmo y se acercan a quienes necesitan de su ayuda.
Para ellos, para ellas, este humilde homenaje en forma de relato.

LA DECISIÓN
Ricardo despertó de un sueño intranquilo, abrumado por esa soledad que le hería desde hacía tiempo. Miró el lado derecho de la cama, que permanecía vacío y frío desde que Carmen se marchó.
Se aseó y se vistió. Tomó un café de pie en la cocina. Salió y cerró bien la puerta.
Esperó más de lo que hubiera querido al ascensor. Vivir en un 12º piso tiene sus ventajas e inconvenientes. Cuando llegó, ya estaba ocupado por dos señores.
- Buenos días –dijo al entrar..
- Buenos días –respondieron al unísono..

Silencio. Miradas bajas.

- Parece que hoy va a llover –dijo uno de ellos.
- Sí, eso parece –afirmó Ricardo.

- ¿Qué? ¿Y el trabajo? –se apresuró a decir el más joven.
- Bien, bien –contestó Ricardo, agobiado por tanta pregunta a esas horas de la mañana-. Ahí vamos.
- ¡Ya! –dijo de nuevo el vecino.

Silencio. Miradas bajas. El ascensor se detiene a mitad de camino y entra una muchacha muy joven. Se ruboriza al encontrarse de pronto con el ascensor ocupado.

- Buenos días –comenta al entrar.
- Buenos días –responden los tres, levantando la mirada muy rápidamente al verla.

El ascensor se impregna de un suave olor a vainilla, y la muchacha, tras un brevísimo lapsus de tiempo, levanta la mirada y comenta:

- Parece que va a llover.
- Sí, sí. Eso parece –comenta Ricardo, mientras los otros asienten.

De nuevo, silencio y miradas bajas.

- ¿Qué? ¿A estudiar? – pregunta Ricardo a la muchacha
- Sí, sí. Al instituto –responde de nuevo ruborizada, tras comprobar que todas las miradas apuntan hacia ella.

Por fin el ascensor llega a su destino. Parece que ha pasado una eternidad, y sólo ha durado unos minutos. Salen con prontitud, buscando espacios abierto, sintiendo que ahora sí pueden respirar.
Ricardo se detiene de pronto en mitad de la calle. Mira a su alrededor y observa cómo la gente camina muy rápido, sin prestarle atención, y en ese momento su vecino, que ha ido a comprar el periódico, le toca el hombro.

- Ricardo, ¡hombre! – extrañado de verlo aún en la calle-, ¿vas al trabajo?
- Sí, voy para allá -.responde Ricardo un poco aturdido-. ¿qué dice la prensa?
- Nada. Lo de siempre –abre el periódico y suspira-.¡Mira! –le acerca el periódico.

Ricardo lee en voz alta:

- En Haití de nuevo la catástrofe se ceba con los más desfavorecidos –respira y vuelve a leer-. El cólera está disminuyendo la población de manera alarmante.
- ¡Es una pena! ¿verdad? –comenta el vecino-. Habría que hacer algo, no podemos estar quietos.
- Sí, sí –Ricardo tarda un rato en contestar, como si estuviera pensando a la vez que hablando-. Algo habría que hacer.
- ¡Bueno, vecino! –con una voz más acelerada interrumpe los pensamientos de Ricardo-, que me tengo que marchar. Ya nos vemos.

De nuevo se queda quieto observando a la gente que camina deprisa. No escucha nada, aunque el ruido de la ciudad empieza a ser cada vez más fuerte.

Ricardo levanta la mirada y los hombros, y como si hubiera recordado algo de pronto, se vuelve hacia sus pasos. Entra en casa, se quita el traje de chaqueta, lo tira sobre la cama. Prepara una maleta y hace una llamada. Sale a la calle, decidido, y entra en una agencia de viajes.

12 de marzo de 2011

UNA LLAMADA INESPERADA

UNA LLAMADA INESPERADA

Mónica estudíó Administración de Empresas, y para pagar su carrera, trabajó de presentadora de cosméticos.
Era muy fácil vivir a su lado, porque ella lo hacía todo muy fácil; no se enfadaba por tonterías, no discutían, sino que dialogaba; no pretendía que él cambiara, sino que lo respetaba. Y siempre tenía una conversación fluida y amena.

Le salió la oportunidad de su vida, cuando le ofrecieron llevar una franquicia de una marca de cosméticos muy exitosa en Londres, con un grupo de gente a su cargo, y posibilidad de ascender a puestos de mayor categoría.

Él no quería que se marchara. Su carrera política estaba en un punto muy difícil. Se acercaban las elecciones. No pensaba en otra cosa. Ni siquiera se sentó a hablar del tema, con una copa de vino entre las manos, como hacían habitualmente cuando tenían que tomar decisiones.

Mantuvieron contacto telefónico durante dos años, y una o dos visitas en fechas señaladas. Él, siempre aferrado a sus conferencias, pendiente de una entrevista en un medio de comunicación, esperando continuamente las estadísticas de intención de voto, etc....

           -Mañana saco el billete, cariño
           -Cariño, hasta el mes que viene no puedo salir de aqui....

Así era una y otra vez. La voz de Mónica, tras el auricular, sonaba cada vez más apagada. Ya no le contaba con tanto entusiasmo las ventas que había hecho ese mes, ni le hacía partícipe de su proyecto de ampliación, ni del personal que había tenido que contratar para poder abarcar el mercado de clientes.

Eduardo comenzó a echarla de menos cuando se dio cuenta que sólo recibía malas caras a su alrededor, que nadie se paraba a decirle que tenía una corbata que le sentaba muy bien, o a preguntarle qué tal había dormido, y si recordaba el color de sus sueños.

El olor a café recién hecho, mezclado con el olor de la hierbabuena en el té de "dulce invierno" que a ella le gustaba, lo acompañaba en su memoria, porque ahora estaba ausente.

Se vestía rápido y salía pronto a la calle, para escaparse de ese frío que sentía cada vez que miraba la cocina vacía, sin la música de la radio, ni los tulipanes en el jarrón azul de la mesita de la entrada, ni la goma del pelo sobre la encimera del baño, y tantas y tantas otras cosas que le recordaban a ella.

Tenía que recuperarla. Tenía que hacerle olvidar que en el momento más importante de su vida, cuando se le abría un futuro prometedor, lleno de inseguridades por la responsabilidad del cargo y de ilusiones por la nueva situación, la había dejado sola. Ella que lo acompañó en cada visita a los pueblos, en cada mitin hasta las doce de la noche, en cada momento de desasosiego por un mal resultado.

El avión tenía que haber salido ya.

Eduardo estaba en la Terminal 1 del aeropuerto de Barcelona. Había llegado hacía más de media hora, y ya se estaba impacientando.

Una azafata de información, de piel blanca, ojos grandes y expresivos y cabello ligeramente despeinado, como si una ráfaga de viento la hubiera sorprendido, lo saludó amablemente cuando se acercó a preguntar. Le habló en un perfecto inglés cuando Eduardo se dirigió a ella en ese idioma, utilizado adrede para practicar la pronunciación, y así estar más preparado para su destino.

Se dirigió, llevando dos pesadas maletas, un maletín y un ramo de tulipanes, a recoger su tarjeta de embarque. No tuvo ninguna duda, cuando vio la cola de personas que estaba esperando para facturar, que le quedaría aún mucho tiempo para salir.

La cola se hacía cada vez más grande. Había bullicio, niños que correteaban de un lado a otro. Las madres, nerviosas, sin querer dejar su sitio en la cola, no sabían qué hacer con ellos, avergonzadas por el espectáculo, y a la vez, buscando una sonrisa cómplice que les recordara que era cosa de niños.

Los empleados de la compañía aérea correspondiente, estaban saturados por la cantidad de personas que tenían que atender, y del poco tiempo del que disponían. De todas formas, no se notaba tal agobio. Paciencia, voz amable y sonrisa permanente eran sus armas para atender a tantas personas que ya estaban perdiendo los nervios.

Eduardo impecablemente vestido, con traje de chaqueta azul oscuro, cabello incipientemente canoso, echado hacia atrás, mira nervioso su reloj. Se muerde los labios, mientras vuelve la cabeza hacia un lado y hacia otro, esperando que alguien le conteste a su llamada de socorro, como si pudiera adelantar el tiempo, el tiempo perdido.

Tenía el billete sacado desde hacía un mes... Le costó trabajo decidirse. Si lo compraba, tenía que marchar, no habría vuelta a trás. Si no lo compraba, se arrepentiría. ¡Estaba seguro! Y no podía aguantar más esta situación.

Le da tiempo a pensar en su pasado. Visualiza sus años de juventud. Quería vivir la vida, sin preocupaciones. Quería llegar a ser un político de renombre. Alcanzar su sueño de poder, pero sin mucho esfuerzo. Nunca había sido buen estudiante. No quería tener responsabilidades, ni perro que le ladrara.

Pero en su vida se cruzó Mónica, una muchacha menuda, de andares simpáticos. Parecía un pajarito cada vez que iba a su encuentro, dando saltos, como un gorrión, sin apenas hacer ruido. Si la piropeaba, la nariz respingona se le ponía colorada, y arrancaba una sonrisa a Eduardo.

La llamó y le prometió que iría a verla. Le prometió que estaría allí para la inauguración de su nuevo local, y la presentación de una nueva campaña publicitaria, que ella misma había diseñado.

Decidido, esta vez sí, y habiendo encontrado trabajo en Londres, sabía que hacía lo correcto. Ahora sí.

De pronto Eduardo despierta de su sueño cuando oye que la sintonía de su móvil está sonando cada vez más fuerte, desde hace unos minutos, insistente, después de dos intentonas.

Reacciona con sobresalto. No se lo esperaba. Le toca el turno de entregar su documentación para facturar el equipaje, y de hecho, mientras atiende la llamada, le ponen la etiqueta de identificación en las maletas.

Todos están pendientes de él, porque está atrasando la tarea, y están impacientes por llegar ya al mostrador que les acerca más a su destino.

Se oye un grito desgarrador. A Eduardo se le cae el maletín que llevaba en la mano, su cara se vuelve pálida de pronto, un sudor frío recorre todo su cuerpo y cae, desmayado, sobre el suelo frío del aeropuerto.

Los pasajeros que le rodean comienzan a desabrocharle la camisa clara de rayas, le arrancan la corbata que había elegido esa misma mañana, la de color rosa mosqueta, la que le regaló Mónica el día de su primer mitin, y que no había estrenado porque le parecía demasiado buena, y guardaba para una mejor ocasión. La dejan caer junto al maletín, abierto de par en par, con fotografías y cartas desparramadas por el suelo, mientras llaman a los vigilantes para que avisen a un médico.

El ramo de tulipanes que llevaba en la otra mano, también cayó, sin orden, sobre el maletín, sobre el asiento frío de la sala de espera, sobre el cenicero que había en la esquina.

El sonido de la ambulancia se acerca cada vez más. Los pasajeros comienzan a volver a sus respectivos lugares; el personal del aeropuerto acude a sus puestos de trabajo, y un médico de Aena está junto a Eduardo. solos. Eduardo y él, y de sintonía en este momento, el pi-pi-pi del móvil.

                                                                    FIN

14 de febrero de 2011

TÍTULOS PARA MI RELATO. LA DECISIÓN FINAL

Aquí está el listado de todos los títulos y de las personas que me los han mandado. Perdonad si me falta alguno. Si alguien se da cuenta, por favor que me lo comente. El facebook me ha hecho cosas raras, y no encuentro uno de ellos. Por más que lo he buscado, no lo veo. Así es que, si falta alguno, ya sabéis. Aunque creo que sería uno, en todo caso.


¡Qué difícil me resulta poder elegir un título para mi relato! Yo me quedaba con todos. Lo malo es que el título sería más largo que el relato en sí.
Lo más bonito de todo esto ha sido recibir estas propuestas de tanta gente que me conocen, o que no.
Han llegado de todas partes: de Valencia, de México, de Argentina, de Madrid, de Cáceres, de Sevilla, de Australia, de Málaga. Han llegado de no se sabe dónde  también, de lugares anónimos, como sus autores.
De mi propia familia, de amigos y amigas que están lejos, de mis compañeros, de amigos del facebook...
Es una decisión muy difícil.
Si pensamos en "El silencio", como título, yo creo que sería el más acertado. Es el título que pide el relato, y todos los que incluyen la palabra silencio.  ¡La palabra es tan bonita!
Si hablamos de amor. ¿qué amor? "El amor perdido", "El amor olvidado".¿el que hubo, el que se fué?  ¿el que dijo adiós,?Más títulos con la palabra Amor. ¡Y son tan bonitos todos!
Pero hay uno de ellos, curiosamente, que es una esperanza: ¿No contestas, amor? Me imagino la misma pareja, él con la duda, y ella, cariñosamente, cuando le pregunta si le ama, y sólo escucha el movimiento del gato sobresaltado. Le vuelve a preguntar, con todo el cariño que ella le tiene, ¿No contestas, amor? ¿te vas a quedar callado? ¿me has escuchado? -parece decir.

En otras ocasiones, los protagonistas humanos no tienen importancia. Están ahí, peleándose, echándose en cara el silencio que ha nacido entre ellos, y sobresale el gato y el cojín. ¡curioso!  "El gato y el cojín azul". ¡fíjate, algo que era meramente decorativo, y ahora adquiere una importancia tremenda, ya que han ascendido y están en todo lo alto, en el título. Se salen de la escena. Se escapan de la tensión, se quitan de enmedio, tranquilamente, como si la cosa no fuera entre ellos. ¡Oye tú, cojín azul, vente comingo y déjalos a los dos solos ! ¡Que se la apañen!. Y otros títulos que incluyen al gato, el que parecía que sólo estaba allí para adornar la escena:  "Pelea de gatos", "El gato y yo". Y el que me llegó el último, que es de Anónimo, "Sabias orejas de un felino". Me lo hubiera quedado también por lo original. Aquí aparece otra vez el gato, pero incluyendo una característica de él que tiene mucha importancia en el relato, las orejas. Y además, son sabias!!! ¡pero qué bueno, qué imaginación!

¡El vacío! Muy buena reflexión. El vacío tan grande que queda tras un período de mucho amor, y cuando la monotonía o el desencanto aparecen, "El amor en fuga". El amor se va, se pierde y llega el vacío, el gran vacío. ¡Y eso sí que duele! El silencio es malo. El silencio desespera. ¡pero el vacío! ufff, me da susto nada más pensarlo.

"¿Mañana?" Y "...después", para mí implican casi lo mismo. La incertidumbre de cómo continuará la situación ¿Qué pasará mañana, cuando el ruido de la ciudad nos haga despertar? ¿qué pasará mañana cuando nos demos cuenta que hay una pregunta sin contestar; una gran pregunta? ¿Y después de eso? ¿Después de esa pregunta, de ese silencio? ¿qué pasará mañana, qué pasará después? ¿se encontrarán? ¿se olvidarán?

"Tus silencios" . Otro de los títulos que me han gustado mucho, y lo he barajado para mi relato. En realidad, todos los que llevan la palabra silencio, me gustan mucho. Me suenan bien al oído. Fonéticamente, sonoramente.... Es una palabra preciosa. Tus silencios, Silencio, el silencio, el enemigo del silencio, los silencios del amor... Tus silencios y los míos. Lo peor de una pareja, cuando ya no tienen nada que decirse. Y en el silencio cabe todo: aceptación, no confrontación, aburrimiento, olvido, indiferencia o dolor.

Sólo puedo elegir uno, y creo que me voy a decantar por el que más esperanza me inspira, a pesar de la situación, de la desesperanza, de la soledad que se avecina, del silencio instaurado, del qué pasará mañana, o después, del olvido, de la despedida, del vacío, del frío, de la indiferencia, de la marcha, del desamor, de la fuga. Creo que me voy a quedar con la pregunta cariñosa, que todo lo entiende, que sabe que es una mala racha, que es sólo momento de desesperación por un problema, que todo tiene solución, que no hay nada que rompa ese amor que se profesan, que la puede formular ella o él.
Y el gato volverá a tumbarse sobre el cojín azul, y la luz iluminará la estancia, y se escuchará el sonido de la calle, de la ciudad que comienza a vivir un nuevo día, una nueva ilusión.
Que despertará de un mal sueño, porque sólo fue eso, un mal sueño. Y la pregunta cariñosa, el amor de esas palabras, le despierta, le recuerda que se enamoró de ella por esa comprensión, por estar siempre ahí en los momentos difíciles. Le recuerda que a pesar de los problemas que no le dejan dormir, siempre hay una esperanza, una ilusión, una compañía. Y que no está solo. La tiene a ella.
Todo lo contrario a "El ocaso del amor". ¿Ha llegado a su fin, ha terminado esta etapa de amor? ¿Es pronto aún? ¿No van a hacer nada para revivir esa llama que se apaga? O quizá se acabe el amor pasional, y comience otro tipo de amor. ¿Cuál es el amor verdadero?
Y entonces, "Tu mirada"  me hace creer que aún hay esperanza. Amanece un nuevo día "El amanecer frío" se torna cálido. El alma, los "Reflejos del alma" me dicen que sí, que podemos empezar de nuevo.
Y "Llamando en el corazón, no hay nadie". Pues vamos a cambiar la frase, sí, sí hay alguien. Estamos tú y yo. Abre tu corazón. Yo ya he abierto el mío, y he decidido con el corazón.
"¿No me amas, amor?"
¡Pues claro que te amo!  -contesta-. Mientras, sus manos, antes atormentadas, se acercan a las manos de ella, y las abraza, las envuelve...

P.D.. Si es que soy una romántica. No puedo terminar el relato con esa duda, de si sí, o si no...
Siempre está la esperanza.
Y que conste, que me quedaba con todos, y quizá no sea el mejor título para este relato, que haya otros que le vayan mejor, pero como es tan difícil, me he dejado llevar por el corazón.
Gracias de verdad y sinceras. Ha sido una bonita experiencia,  y he aprendido mucho, que es de lo que se trataba. Poder coger ideas de cómo elegir un título. A ver si ahora lo pongo en práctica, y alguna vez hago un pequeño relato de cada uno de los títulos. Eso sería un reto demasiado fuerte para mí, pero quén sabe. A veces, tardo tiempo en hacer las cosas, pero finalmente las hago.
Y ahora, un listado de 10 trucos para tomar una decisión: (sacado de Qué.es)
  1. Preocúpate por decidir bien más que por acertar
  2. Identifica claramente tus objetivos
  3. Planteamientos realistas
  4. No te autoengañes, es muy fácil hacerlo
  5. Atiende sólo a la información relevante
  6. Reconoce la incertidumbre y gestiónala
  7. Sé creativo y genera alternativas
  8. Consecuencias de las decisiones
  9. Lo que decidas, ponlo en práctica
  10. Sé consciente de que no todo es racionalidad

28 de enero de 2010

EL ÚLTIMO BAILE

Primer ejercicio de un curso de escritura que estoy realizando on-line.
Me cuesta mucho trabajo enfrentarme a un folio en blanco, y crear una historia, con la estructura de un buen relato: planteamiento, nudo y desenlace.
Es difícil para mí hilvanar bien todos los detalles, conseguir un título original, que resuma todo lo que se quiere decir, y desarrollar una historia que enganche al lector.
El primer ejercicio es "Las palabras como germen de la escritura". A raíz de una greguería, había que escribir una historia.
La inspiración no llega cuando se le busca. La mía anda perdida entre cazuelas, tardes de teatro con los niños, papeles, quehaceres de la vida diaria, etc... etc...
A ver si con estos ejercicios me reencuentro con ella y volvemos a trabajar juntas.
Para esta ocasión -ya que me resultaba más fácil- mi historia está basada en "hechos reales", como los grandes bestseller.
¡Y qué mejor que transformar los sentimientos en palabras!

EL ÚLTIMO BAILE

"Catorce años tenía cuando te conocí.
Me acerqué a la papelería que nos recomendaron en el Instituto para comprar los libros de 1º de Bachillerato. Estaba abarrotada de chavales y mayores, esperando su turno para comprar el material.
Allí estabas tú, en la puerta, atento a cualquier movimiento sospechoso, por órdenes de tus jefes. Allí estabas tú, con esos grandes ojos azules, el cabello rubio y sedoso, que caía sobre la frente en un flequillo juguetón. Esa mirada tuya, clara y transparente me encandiló.
Se me cayó algo al suelo, y al levantar la mirada, tus ojos y los míos se encontraron. Tu aliento rozó mi aliento y tus manos me ayudaron a incorporarme del todo, suave pero con firmeza.
No pude apartar la mirada ni un instante. Me quedé clavada, sin saber qué hacer. En ese mismo momento supe que me enamoré de tí.
Idas y venidas a la papelería, para comprar cualquier cosa: una goma de borrar, un sacapuntas, unos folios para mi archivador, una regla para clase de Tecnología, un libro para un regalo... Todo valía, si era para verte.
Tu sonrisa de dependiente amable, tu atención hacia una niña enamorada (sin que tú lo supieras) que te miraba de reojo y que se apuraba cuando le decías un piropo, se coló en mí, tan profundamente, que sólo estabas tú en mi pensamiento, día y noche. Tú eras el protagonista de mis sueños que acababan con final feliz.
Todos los papeles con los que envolvías el material, los guardaba, como un tesoro, en un cajón, junto a mis cosas más queridas, haciéndose compañía. En ellos estaba impreso tu perfume, tus huellas... Si al darme lo que te pedía rozabas mi mano, ésta no se lavaba hasta el día siguiente, y así me quedaba con tu olor, y podía soñar que me besabas y que me acariciabas.
Cuando te enteraste que era mi cumpleaños, mi quince cumpleaños, me diste dos besos en la misma mejilla, dos besos muy educados. Me sonrojé, y aquella noche apoyé la mejilla sobre mi almohada, y ahí me quedé, apretando fuertemente, para retener esos besos, para que no escaparan.
Este amor adolescente fue creciendo. Primero, un amor discreto y silencioso, y más tarde, un secreto a voces, conocido ya por mis amigas y mi familia.
Poco a poco fuimos haciéndonos amigos. Charlaba más rato contigo, me preguntabas por mis amigas, te interesabas por mis estudios, por mis gustos, etc...
Mis amigas y yo fuimos conociendo a tu pandilla, y quedábamos de vez en cuando.

Una tarde, recién empezado el otoño, en el mes de las castañas, el mes de la siembra, nos invitaste a una fiesta, un guateque. Asistí emocionada con mi mejor traje: un pantalón vaquero de campana, una blusa celeste del color de tus ojos, y un pañuelo en la cabeza a juego.
Todos bailaban al  son de aquella música disco, y de aquellas baladas. Todos menos tú y yo, ¡Y mira que lo deseaba con todas mis fuerzas!
En mitad de la fiesta tu primo me comentó que tenías novia desde que erais pequeños, y que se había quedado embarazada. Teníais que casaros.

Mi maravilloso mundo construido a partir de una mirada, a partir de una ilusión, se hundió. Caí en el peor de los abismos.
Los bocadillos de chopped se acabaron, la música calló y las luces se apagaron.
La fiesta llegó a su fin, y yo estaba muy, muy triste. Enmudecí.
Entonces, viendo mi cara desencajada, y mis lágrimas a punto de salir disparadas, encendiste la bombilla destartalada de aquel garaje, y pusiste un último disco. Me pediste que bailara contigo aquella canción y rodeaste mi cintura con tus brazos.
Yo te abracé como si fuera la última vez. No quería soltarte. Mi cabeza reclinada sobre tus hombros, y las lágrimas resbalando por mis mejillas, mientras sonaba "No te vayas" de Sandro Giacobbe; y en silencio, sin que mi voz se escuchara, con los ojos cerrados para retener mejor ese momento, hacía la canción mía:

♫ “Te miro y te pienso lejana, presiento el adiós de tus manos, la luz que refleja tu cara, amor no te vayas….♫♫

- No te vayas... no te vayas-, querían decir mis labios.
- No te vayas, no me dejes, una canción más, una última canción.

Tuve que olvidarte, poco a poco, como cuando comencé a enamorarme, pero con menos ilusión y en menos tiempo. Ya nada podía hacer.
Y yo, emulando a la heroína Mariana Pineda, que bordaba la bandera de la libertad, pasaba mis tardes en casa, cosiendo para olvidar.
Fui sacando del cajón aquellos papeles doblados, con el nombre y la dirección de la papelería, y con ellos me fabriqué mi vestido, mi disfraz, mi escudo.

Lágrima tras lágrima, punzada tras punzada, dolor tras dolor...
Las lágrimas son los hilos con los que tejo mi traje de amor.

Han pasado muchos años ya de aquel último baile. La niña enamorada se hizo mujer. Y la moda cambia, y el traje está guardado en mi armario, en el cajón de los recuerdos."

                                                                           Málaga, 20 de enero de 2010
NOTA: EL BAILE. "NO TE VAYAS" DE SANDRO GIACOBBE
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greguería: género literario creado por Ramón Gómez de la Serna,  que consiste en una imagen en prosa y que presenta una metáfora parcial y sorprendente de algún aspecto de la realidad. Las greguerías están basadas en la comparación, la paradoja y la hipérbole.

P.D. El profesor ha comentado que el texto tiene buen ritmo, que parece una canción con una melodía sencilla y atractiva. Le gustan mucho los detalles, como cuando hablo de "una goma de borrar", de "un sacapuntas", etc., porque dice que estos detalles hacen que lo contado sea muy visible y llegue al lector, porque así se puede ver, e incluso palpar, y meterse en el espacio mágico de la ficción. En cuanto a la estructura, un notable.