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12 de enero de 2019

POR TI

No temas, que yo estaré a tu lado.

Seré tus ojos si los tuyos se empañan.

Seré tus labios si los tuyos se atascan.

Seré tus manos si las tuyas tiemblan.

Si algo te perturba, confía en mí, que estaré vigilándote y cuidándote. 

Si tropiezas, agárrate de mi mano, que mantendré firme y te llevará a donde quieras ir. 

Te regalo de mi vida lo que quieras: mis éxitos que sean tus recuerdos. 

Y con los tuyos, haré un collar de muchos colores, que rodeará mi cuello y luciré para que tú me veas bien guapa. 

Cuéntame lo que quieras, que estaré escuchándote, mirándote a esos ojos que buscan respuestas a tu inquietud.

Llegará un día en que no sabrás quién soy, pero  YO sí sabré quién eres tú.

Y no temas, porque yo estaré a tu lado.

12 de julio de 2018

RESPIRAR

Antes de comenzar, quiero dejar claro que esto NO es una queja, ni un lamento.
Es quizá la necesidad de alzar la voz, porque soltando hacia fuera lo que una siente o padece, el mal se diluye y el cuerpo, la mente, se recuperan.
Siempre he sido muy comunicativa y he contado mis alegrías y mis penas a personas de mi entorno, y eso me ha hecho fuerte y no caer en los momentos más difíciles.
Y al mismo tiempo pienso, que la persona que lea esto, y esté pasando por lo mismo, quizá entienda qué ocurre, o quizá sienta que no está sola.
No pierdo la paciencia, no pierdo el ánimo, pero es cierto que sigo sin entender del todo esta enfermedad del Alzhéimer.
Si me preguntas cómo está mi madre, ¿qué te digo de hace un año a éste?. ¿Mejor? 
Si lees hace un año, me desesperaba su locuacidad, sus arranques de cólera con todos y por todo, incluso por hechos reales que solo existían en su mente, o que su mente transformaba de una manera ilógica para los demás mortales, no para ella. Le habían robado en la joyería, y estaba dispuesta a denunciar, y una tarde se vestía con una fuerza y una rabia fuera de lo normal, para ir a cantarle las cuarenta a la joyera amiga de muchos años; o le debían un dinero que nunca fue tal, a personas a quienes siempre había apreciado; o venían del más allá para hacerle daño, es más, los veía y se le notaba el pánico en su rostro.
Era tremendo porque no sabía cómo reaccionar en cada momento. Solo me quedaba mi intuición y las estrategias que daban o no resultado, aunque siempre he tenido esa capacidad de reaccionar de una forma en que la tranquilizaba, y entonces respiraba profundo y me decía: ¡hasta otra!
Ahora no. Ahora no habla casi. Calla aunque le preguntes, está más enfadada, seria.
No sufre recordando a las dos personas que más ha querido en este mundo: a su padre, su "papa" y a su hija mayor, ambos fallecidos jóvenes, pero en trágicas circunstancias, algo que la ha marcado para siempre.
Ahora, si habla de ellos, tiene la misma expresión que si le pregunto qué quiere cenar. Su rostro no expresa tan fácilmente las emociones, ni de dolor ni de alegría.
No sé si lo que hago le desespera o le alegra. No sirve de nada lo que haga o diga.
Y durante todo este tiempo traté de ser fuerte, de estar animada para sobrellevarlo todo mejor y porque, ¿quién aguanta que todos los días le hables de lo que hace y dice, o de cómo de perdida y frustrada te sientes?
Entonces callo y espero, y siento el miedo y me pregunto cuándo será el día en que me mire y no sepa quién soy.
Hace un año se despedía por las noches, y a lo mejor, tras un episodio de rabia y coraje, de esos que te sobrecogen de pronto sin saber cómo reaccionar, se volvía y me abrazaba sonriendo, o con una lágrima en sus ojos, pidiendo disculpas.
Yo la abrazaba fuerte y ella se iba a la cama sonriendo y llena de amor. 
Ahora me desea buenas noches, a veces se lo tengo que recordar, pero no siento que aprecie mi abrazo sincero o que sabe que la quiero.
En ocasiones la miro y en sus ojos veo lo perdida que está, pero no puedo entrar en ese mundo.
La veo cómo llega a una puerta y se queda un rato quieta, sin hacer nada. Quiero indicarle el camino, pero no encuentro cómo, porque además, si lo hago, ella reacciona quejándose.
Así es que bajo la mirada, pero sin perderla de vista, por si me necesita o me busca.
Y durante todo este tiempo, mucho tiempo ya, cuando echo la vista atrás, me doy cuenta que se han quedado personas por el camino, porque sus vidas continúan evolucionando, y no eres quién para romper esa evolución.
Procuro que no se me note lo mal que estoy, y dejo de llamar, evito encuentros, porque además, estos momentos duros, no vienen solos. Como dice una amiga mía,  esto no es lo malo, lo peor son los "daños colaterales".
Pido demasiado, y a veces no quiero que me pregunten cómo está mi madre, o no lo necesito. Pero sí que alguien me pregunte: ¿Y tú, cómo estás?
Mi vida, la mía, es como si hubiera sufrido un parón.
No veo futuro, no tengo metas ni ilusiones, no me las puedo permitir. Me dejo llevar. 
Pero cuando peor estoy, me paro y pienso: ¿qué habría hecho ella si la enfermedad me hubiera atacado a mí?
Sin duda la respuesta habría sido que no me habría dejado, como no lo hizo cuando estuve a punto de morir, recién nacida. Cuando a pesar de los impedimentos de sus propios familiares más allegados, luchó por conseguir el mejor médico y la mejor medicina, para sacar adelante a esa niña que no paraba de llorar día y noche, y a quien atendía en sus brazos, día y noche, sin desfallecer. Incluso cuando le dijeron que, ante una de las inyecciones que me suministraban, podría no resistirlo, y ella no quiso dejar de sostenerme, porque sabía, que en sus brazos, no moriría.
Eso es lo que me mueve a seguir, y la cuerda que aún me sostiene firme, es saber que hago lo correcto, y que en lo más profundo de ella, quizá, y aunque no lo exprese, sepa que estamos ahí, sus hijas, por quienes daría  su propia vida.
Mañana, cuando amanezca un nuevo día, leeré esto y seguramente me arrepentiré; pero ahora, en la soledad de la noche, los sentimientos van y vienen,  se aturrullan y se pisan unos a otros, y salen a borbotones sin ton ni son. Y lo que, mientras recogía la cocina se iba hilando en mi cabeza, deseando salir, ahora es otra cosa. Y cien veces que lo escriba, cien veces que lo expresaré de manera distinta, porque hay mucho que soltar.
Hace un año me iba a dormir con un pellizco en el pecho por una situación estresante; ahora me voy a la cama con la sensación de que no puedo respirar, que me falta el aire.
Sin embargo, sé que mañana, cuando amanezca, me recompondré, y encararé el día como venga.
Y me alegraré , como la otra tarde, si mientras le leo las poesías que escribió un día, casi sin cambio en su rostro, se enjuga una lágrima y me dice:
- Me vas a hacer llorar...
Y una, entonces, como si me hubiera tocado la lotería, me alegraré de esta muestra de que aún es capaz de expresar y de sentir  y entonces, respiraré.


10 de junio de 2016

EL BESO DE TUS NOCHES

Esa noche se fue pronto a la cama. Estaba más distante que otros días, exhausta, diría yo. Se movía de una habitación a otra con la cabeza gacha, y arrastrando los pies. Su mirada casi perdida, no fijaba la vista en ningún punto. El sueño la vencía.

Yo le hablaba mientras ella emitía sonidos casi ininteligibles, o contestaba con un breve No, Sí. No quise agobiarla más y callé.

Se aseó, como de costumbre, antes de dormir. Se lavó los dientes. Cerró la puerta del baño. Entró de nuevo a la cocina. Bebió un vaso de agua y a la vuelta, apagó la luz del pasillo.

La veía ir y venir, sin apenas hacer ruido. La dejé hacer mientras la observaba, en silencio.

Se olvidó de llevar la jaula del pájaro al lavadero. No bajó la persiana de la ventana de su salita, donde pasa la mayor parte del día, "en el banco de la paciencia" -como dice ella-, para evitar que por las mañanas entre demasiada luz y despierte a Duque, su caniche, el objeto de sus juegos y sus risas.

Cerró la puerta del cuarto, pero olvidó darme las buenas noches, como hace cada noche, cada día. Yo aún no había pasado para besarla y abrazarla. El último abrazo del día. El último beso del día.

Entré a los pocos minutos, y ya estaba en la cama.

- Mamá, mamá, -susurré-. Pero mamá dormía plácidamente. Ni los párpados movió.

La miré durante unos segundos, y sólo oía su respiración.

Me iba ya a mi cuarto, dispuesta a no molestarla, pero volví sobre mis pasos, me acerqué a su cama, me agaché suavemente y la besé en la mejilla. Que tengas dulces sueños -pensé mientras lo hacía-.

A la mañana siguiente, la luz entraba por la ventana, pero mamá seguía durmiendo en la misma postura que la dejé la noche anterior. ¡Parece que esta noche ha tenido dulces y reparadores sueños!.

Unas horas después, le comenta a su cuidadora, Mari Francis -mi confidente-, que al despertar pensó en mí, y que sabe cuánto la quiero. Que le doy muchos besos y abrazos, a pesar de que reconoce que soy "un desastre". Pero que anoche se fue temprano a la cama y no se los dí.

- Claro que sí te lo dí, mamá. Como todas las noches. Mientras esté aquí, no te faltarán.

Cada noche te regalaré un beso y un abrazo. Aunque no te des cuenta, yo velaré tus sueños, al igual que hacías cuando yo, aún, era una bebé. Yo tampoco recordaba el amor que me dabas, las noches que pasabas en vela cuando enfermaba, o cuando ahuyentabas mis pesadillas con cuentos, cancioncillas y carantoñas.

Ahora te envolveré entre mis brazos, y te apretaré para que me sientas. Para que recuerdes, cada mañana, lo mucho que te quiero. Y que éste no será tu último beso, ni tu último abrazo. Aún te quedan muchos por recibir.


3 de junio de 2016

PÍDEME LA LUNA. La virtud de la paciencia.

Segunda práctica del taller de periodismo literario de Guillermo Busutil, en Taller Paréntesis.
Más íntima y directa al corazón.

PÍDEME LA LUNA
Por Mª Ángeles Sánchez Serrano

Hay momentos en la vida en los que sólo te interesa hacer feliz a alguien.

Saber que con una palabra, con un gesto o con una acción vas a desencadenar que esa persona reciba una sorpresa agradable, y que se le ilumine la cara, es lo único que ahora importa.

Y si sabes que esa persona, algún día, más temprano o más tarde, va a dejar de entusiasmarse y sonreír, entonces lo haces SÍ o SÍ. Sin importarte nada más. Dejando de lado tu propio bien, tus intereses. Dejando de lado otras palabras, otras acciones de otras gentes.

Así se comporta esta enfermedad, el alzhéimer, con una pérdida de interés, cambios de estado de ánimo y depresiones, entre sus síntomas más destacados y visibles.

Considerada ya como la "Epidemia del siglo XXI", con una incidencia de 24 millones de personas afectadas en todo el mundo y que podría alcanzar más de 80 millones en 2040.

Una cifra que da miedo. Si leemos las estadísticas y seguimos hurgando en la herida, más de tres millones de personas nos vemos afectadas por esta enfermedad, entre pacientes, familiares y cuidadores. Es una realidad y así hay que vivirla.

De poco sirven las lecturas, la información y los consejos. Te guían, eso sí, a comprender y entender. Pero el día a día es el que te enseña. La intuición y la propia personalidad de quien cuida.

Mucho de imaginación y mucho amor; pero sobre todo, mucha paciencia. Ésa es la clave. Paciencia. Preciosa en sonido. Inmensa en contenido.

Con esta enfermedad cada día se aprende algo nuevo. Cada día te enfrentas a un reto que hay que superar y en este mar de vaivenes, hay ocasiones que te relajas, cuando ves que pasan los días y algo ha cambiado. Se instala entonces la calma y vuelve la razón, o eso te lo parece. Te acomodas porque, aunque cada momento bueno dure un suspiro, lo estiras como chicle, todo lo que puedes.

Pero una tarde, cuando tú también estás saturada, de pronto aparece lo que tanto temías. Te pilla de sorpresa, porque a lo bueno se acostumbra una muy pronto. Mantienes una lucha contigo misma y contra esa enfermedad que arrebata la razón y te deja sin argumentos. Peleas, intentas razonar, te hiere, luchas... Explotas. Y al final, te retiras. 

Vuelves con tu mejor sonrisa. Te sientas a su lado como si nada hubiera pasada. Recompones tu estrategia y sacas la fuerza que reservas para momentos así.

La batalla ha comenzado de nuevo. Y a ésta no se la vence con la fuerza ni la violencia. A esta batalla hay que hacerle frente con cariño y amor y con esa gran dosis de paciencia.

Ante este panorama, si me pidiese que le bajara la luna, la luna le bajaría. Y si no lo consiguiera, una luna le dibujaría. Porque para una que suscribe, no hay nadie en este mundo que lo merezca más, que quien me dio la vida antes y después de nacer.

NOTA DE CLASE:  El día que leí llevaba dos columnas escritas. Y para mí las dos eran igual de especiales. Les dí a elegir, y al final, mi profesor se quedó con ésta. Le apetecía que alguien leyera algo de este tipo.
En general las correcciones no estuvieron mal. Siempre se aprende de la opinión de las demás personas. Y sobre todo del profesor, de Guillermo. Gran periodista a quien me encanta leer. Como periodista y como escritor.
Así es que atendiendo a sus indicaciones, y tras leer de nuevo revisando comas y puntos, así ha quedado mi columna.
Y no vuelvo a leerla más, porque si no, vuelvo a introducir o quitar.. y no quiero ni puedo.