H e r e n c i a

 

. . .¿Eres tú, O h   P e s k a s , transmutado en trasgo cabroncito?. . . 

                                      H e r e n c i a

                     (una fluctuación encabronada)

Peskas, mi tío abuelo, roscó las uñas. En vida fue un ebanista afamado y  caro. A todos más o menos les dejó alguna cantidad, pero quieras que no, era tan poderoso en su pecunia que les sirvió a los descendientes para tapar agujeros.

Excepto en mi caso, no se sabe la razón, pero hasta el notario se tronchaba disimuladamente cuando leyó lo que me atañía, ¡el muy cabronazo!

El testamento disponía para mí las ruinas de un caserón en unos sembrados lejanos. Lo único que conservaba a cubierto, era una bodega laberíntica.  Así que fui ese mismo atardecer por ver si quedaba aunque fueran algunas botellas de vino y brindar a la salud del cabrón de mi tío abuelo Peskas, el carpintero fino.

Me extravié y lo único que hallé fue una frasca con mistela , casi vacía. Y cuál no sería mi sorpresa, cuando encontré atrapado en un ingenio para ratones a un martinico con más mal humor que yo. Tras superar mi incredulidad y su pánico liberé el hierro que lo retenía. Entonces se descubrió la cabeza y me regaló el gorro sujeto a un palo y una cerilla diciendo: “Lo importante es el agua”. Y se fundió entre sombras llevándose el poco moscatel que restaba en el vidrio. ¡Otro cabroncete!

Tentado estuve de valerme de la ofrenda para alumbrarme y salir, pero lo hice palpando y al cabo de horas.

Ya de noche, harto de todo, prendí fuego al capirote del enanito, pero en lugar de pavesas, generó una linfa transparente y pura que al caer al suelo dejó un rastro de turquesas. Cuando acabó el derramamiento, tenía setenta de esas piedras preciosas y el futuro resuelto.

¡Qué diablo el tío abuelo Peskas! ¡¡El mejor legado requería tanta mala leche para idearlo, como para desentrañarlo!!

(microrrelato)