domingo, 8 de diciembre de 2024

Masonería en Tensión. El Reto de Reconciliar Generaciones

Por Iván Herrera Michel
             
He visto pasar muchas cosas en la Masonería. Caras nuevas que se van, ideas jóvenes castigadas, opiniones petrificadas, proyectos que nacen y mueren, desaparición de Logias… y quizá esta reflexión sea un intento de poner en palabras lo que algunos de nosotros sentimos cuando los rituales quedan atrás y llegan las preguntas.
            
He tenido la oportunidad de ver la Masonería desde varios ángulos y responsabilidades, y lo cierto es que hay algo que siento a veces cuando hablo con un Hermano joven o uno veterano: una sensación de que estamos en un inédito cruce de caminos, inmerso en un vertiginoso cambio de época, que no está facilitando el camino transicional que exige toda tradición. Unos tiempos que están poniendo en juego la supervivencia de la Orden, tal como la conocemos, y que cada vez son más difíciles de ignorar y gestionar, porque están terminando con Hermanos alejados de las Logias.
                 
En particular me refiero a que cuando hablo con Masones jóvenes percibo algo que me impacta y me hace pensar. Me cuentan de sus ideas, de cómo quieren que la Masonería haga algo con el mundo actual, con los problemas de hoy. Y ahí me quedo, asintiendo y pensando: ¿cómo les explico que este es, y no es, al mismo tiempo, esa clase de lugar? Que para entenderlo necesitamos una abstracción a la manera de la superposición y dilemas filosóficos que nos exige el gato de Schrödinger.
                
Sus quejas en general giran en torno a que los trabajos en las Logias son más que todo sobre el pasado y lo mismo de siempre. Como si hubieran llegado tarde a la cita con la Masonería y los Masones que impactaban en las sociedades. Querrían ver que esto no es solo un espacio de introspección o un lugar donde sentarse a escuchar lo que los Masones veteranos hicieron hace años.
              
A los Masones veteranos los entiendo. Los entiendo muy bien porque, al fin y al cabo, soy uno más de ellos. Me cuentan que cada Tenida debe tener su peso, que la Masonería es, o debería ser, un refugio del bullicio de afuera, que deben cuidar la tradición porque, en resumidas cuentas, es lo único que nos conecta con todos los que estuvieron antes y con aquellos que vendrán después. Inclusive, con los que llegarán después de los que hoy piden cambios y con los que vendrán después de los que llegarán después.
                
He oído a los veteranos aferrarse a la idea de que la Logia es un lugar sagrado, más allá de las cuestiones de cada época. Que no quieren que nos alejemos de conceptos que consideran fundamentales como los de la tradición, el respeto a la autoridad y la preservación de la historia. Los cambios le suenan a ruido y temen que si comienzan a abrirse ya no se podrá parar y se perderá para siempre lo que hace que la Masonería es lo que es.
              
Y ahí uno se queda, atrapado en medio de ambas posturas, porque cada una tiene su punto valido. Los jóvenes con su energía y sus reclamos de cambios, y los veteranos con sus reclamos de paciencia… ¿cómo equilibramos eso?
                
Los jóvenes me han hablado de justicia social, cambio climático, medio ambiente, inclusión, tecnología, ciencia y ética, de temas que, para ser honesto, en su momento no pensé que fueran a cruzarse con la Masonería. Pero ahí están, insistiendo en que el mundo afuera importa tanto como el que construimos dentro de la Logia. Les encuentro razón porque para mí es evidente que han comprendido que en las Logias construimos para ese mundo. No sé si todos los veteranos entiendan esto, pero ojalá lo hicieran.
                                            
Y entonces, cuando los jóvenes empiezan a decir que el cambio es urgente, los veteranos escuchan una especie de amenaza, o así me lo han dado a entender. Los veo con su respeto por el pasado y su orgullo por los aportes de la Orden a la humanidad, y no les observo – la verdad sea dicha - resistencia al cambio por sí mismo. Ellos todavía recuerdan lo que pensaban y deseaban cuando eran jóvenes. Lo que veo es un deseo profundo de que todo esto que festejamos – los rituales, los símbolos, los valores, el método… – siga en pie. No es que no quieran el cambio, es que quieren que ese cambio tenga raíces. No sé si todos los jóvenes entiendan esto, pero ojalá lo hicieran.
                 
He llegado a creer que la Masonería necesita de ambos: del impulso renovador de los jóvenes y de la solidez reflexiva de los veteranos. No es un juego de suma cero. Si uno gana y el otro pierde, perdemos todos. La clave, si es que existe, está en entender que ambos están aquí por algo que los trasciende, y aunque son conscientes de que no están en cualquier esquina les resulta difícil el reto. Ya sabemos que el conflicto es la condición de la vida. Sin esa tensión, quizás la Masonería se quedaría quieta, sin el impulso para renovarse, pero también sin el ancla de su tradición.
                       
A lo mejor, todo se reduce a una cuestión de confianza. Los veteranos tienen que confiar en que los jóvenes no vienen a desmantelar lo que se construyó con tanto esfuerzo durante tres siglos. Y los jóvenes, a su vez, deben entender que los veteranos no buscan frenar su entusiasmo ni los cambios, sino asegurar que no se pierda lo esencial en el proceso. No es un camino fácil, ni rápido. Todos quieren lo mismo: que la Masonería sea un lugar de encuentro, de crecimiento y de pertenencia.
           
Al respecto, me comentaba un Masón joven durante una cena: “Quizás, más que cambiarlo todo o dejarlo todo igual, lo que necesitamos es una conversación honesta”. Se lo acepté en nombre de los veteranos.
                                  
Tal vez esa sea la tarea pendiente…Tal vez…