En la cima del monte Pisgah, en la ladera
oeste de los Macayamas, hay un madroño
medio quemado por el fuego, medio vivo
por el impulso natural de propagarse. Un lado
suyo es ceniza negra y en su raíz hay lo que
parece una cavidad horadada por la llama.
En el otro lado, verdes brotes plateados
de anchas hojas ascienden hacia la luz
del invierno y su corteza es un cruce de caballos
zainos y castaños, roja y aterciopelada
como el cuello del animal al que tanto se parece. He estado
mirando al árbol un rato largo ya.
Me recuerda la integridad que yo tenía antes
de la quemadura del tiempo. Echo en falta quien yo era.
Echo en falta quienes éramos todos, antes de ser esto: medio
vivos al cielo relumbrante, medio muertos ya.
Pongo mi mano en la corteza sin cicatriz, fresca
e impoluta, y, porque no puedo pedir perdón
al árbol, a mí misma me digo que lo siento.
Siento haber sido tan irresponsable con tu vida.
Ada Limón, tomado de The hurting kind (ed. Corsair Poetry, 2022) y traducido en casa.
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