Un espacio destinado a charlar acerca del cine, saboreando una taza de café (puede que más), sentados en torno a una mesa. Por el simple gusto de hablar por hablar acerca de una pasión compartida por una reducida infinidad, así nomás como son estas cosas.

Bienvenidos a mi hogar. Entren libremente. Pasen sin temor. ¡Y dejen en él un poco de la felicidad que traen consigo!
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sábado, 15 de diciembre de 2012

LIBROS, LIBROS, LIBROS



-¿Qué leéis, mi señor? 
-Palabras, palabras, palabras.

Diálogo entre Polonio y Hamlet. "Hamlet" de William Shakespeare, Acto II, Escena VII.




Laurence Olivier



Charles Laughton



Brigitte Bardot



Brigitte Bardot y Michelle Piccoli en "El desprecio" ("Le mépris", Jean-Luc Goddard, 1963) 



Juliette Binoche y Ralph Fiennes en "El paciente inglés" ("The english patient", Anthony Minghella, 1996)



Paulette Goddard y Charles Chaplin



Jennifer Jones



Katharine Hepburn, Robert Morley y Humphrey Bogart en
"La reina de África" ("The African Queen", John Huston, 1951) 



"Moby Dick" (John Huston, 1956)



Natalie Wood



Errol Flynn



"Traidor en el infierno" ("Stalag 17", Billy Wilder, 1953)



Tyrone Power



William Powell



Margaret Sullavan y James Stewart en 
"El bazar de las sorpresas" ("The shop around the corner", Ernst Lubitsch, 1940)



Marlene Dietrich y Ernest Hemingway



Jane Russell



Joan Bennett



Preston Sturges y Joel McCrea



Orson Welles



Peter Cushing y Val Kilmer en "Top Secret" (Jim Abrahams, David Zucker y Jerry Zucker; 1984)



Gene Tierney en "Que el cielo la juzgue" ("Leave her to heaven", John M. Stahl, 1945)



Vivien Leigh y Laurence Olivier



"Un lugar en el mundo" (Adolfo Aristarain, 1992)



‎"Cada cual imagina a su modo el Paraíso; yo, desde la niñez, lo he concebido como una biblioteca. No como una biblioteca infinita, porque hay algo de incómodo y enigmático en todo lo infinito, sino como una biblioteca hecha a la medida del hombre. Una biblioteca en la que siempre quedarán libros (y tal vez anaqueles) por descubrir, pero no demasiados. En suma, una biblioteca que permitirá el placer de la relectura, el sereno y fiel placer de lo clásico, y las agradables alarmas del hallazgo y de lo imprevisto".
Jorge Luis Borges, fragmento de su prólogo al "Catálogo de la Exposición de Libros Españoles", Buenos Aires, octubre de 1962.

domingo, 4 de noviembre de 2012

UNA MAÑANA DE DOMINGO, CHARLIE PARKER, EVELYN WAUGH Y CHARLOT


Un domingo por la mañana. Un domingo por la mañana con lluvia. Un domingo por la mañana con lluvia nos proporciona la mejor oportunidad para guarecerse tras la cristalera de nuestro local. Pertrechado contra las inclemencias con una taza de café, largo de café y corto de leche, con un solo sobre de azúcar (como bien sabe Sacha, nada de dos sobrecitos) y un buen libro al alcance de la mano. No sé si se puede equiparar a lo que algunos llaman el Paraíso mas por sus descripciones a mí me parece que se le aproxima bastante.

Los pocos clientes que se han dejado caer por aquí, metafóricamente hablando, se encuentran enfrascados en sus propias ocupaciones, según los gustos y apetencias de cada cual. Bien mordisqueando un "croissant", un bollo suizo o cualquier otra muestra de la repostería ofrecida en los expositores de la barra; bien hojeando el periódico, o bien consultando su personal instrumento de alta tecnología: sea un "smartphone", una "tablet", un "ultrabook" o, los menos, los posos del café.

Los sones de Charlie Parker que emanan de los altavoces son pespunteados por los martillazos que Sacha propina con una energía que no conjuga demasiado con la temprana hora a una alcayata. Parece ser que ha decidido decorar un poco más las abigarradas paredes. El que no me haya consultado antes de tomar su decisión dice más acerca de su peculiar carácter que de mi condición de "supuesto" propietario que no regente de este cafetín.







Al menos posee su gracia, si me permiten la reiteración.

Al tiempo que doy buena cuenta de mi café releo el libro, siempre procurando no remover sus hojas con la cucharilla. No sería la primera vez que en un despiste acabo por endulzar la lectura con el azúcar. Un hecho que bien puede procurarme un aire excéntrico nada desdeñable aunque lamentablemente, y como consecuencia de este fortuito gesto, la lectura se haga más pegajosa.

No una ni dos sino varias más mi atención se desvía del volumen, atraído por las voces de los viandantes que pasan ante el local. Son los restos de las huestes que regresan a sus hogares tras el sábado de Halloween. Acerca de este punto no guardo la más mínima duda. Ya es buena prueba de mi afirmación la abundancia de brujas, vampiros, psicópatas amantes de la sangre falsa y el látex a partes iguales y algún que otro Joker cuyos chorretones de maquillaje prueban que por improbable que esto parezca gozaron hace horas de mejores tiempos.

Al fin un impermeable con una palabra serigrafiada en grandes letras blancas (Arial, creo) a la espalda, "Enjoy", me devuelve a la lectura. Bendita publicidad.

Por las páginas un joven Evelyn Waugh nos narra su viaje por África, en cierta ocasión en que acudió a Etiopía como corresponsal del periódico The Times para asistir a la coronación de Tafari Makonnen (Ras Tafari) como emperador bajo el nombre de Haile Selassie I. Todo un acontecimiento de ámbito mundial que se produjo el 2 de noviembre de 1930, bastando para darnos cuenta de su entidad la presencia entre los asistentes de representantes de doce países extranjeros, entre ellos S.A.R. el príncipe Enrique, duque de Gloucester (tercer hijo de Su Majestad Jorge V, por la gracia de Dios, de Gran Bretaña, Irlanda y los Dominios Británicos más allá de los mares, rey, defensor de la fe, emperador de la India; que ya son títulos, afirmo) como representante de la Casa de Windsor.

Si no bastara con la narración de la organización de los fastos [1], que en algunos momentos adquieren tintes de puro surrealismo, el autor incluye el resto de su viaje por África Central. Lo que no era más que una labor como corresponsal se convirtió en un periplo que se extendió hasta marzo de 1931. A algo como ésto sí que  se le puede denominar "extender una visita".

Lo referido con anterioridad está recogido por Waugh en su libro "Gente remota" (1931), que, tal y como les contaba, durante esta mañana lluviosa de domingo había escapado del peligro de acabar espolvoreada con azúcar.


"El sábado por la tarde el viajante de cigarrillos y yo fuimos a un cinematógrafo indio. Vimos una película antigua de Charlie Chaplin, rodada antes de que alcanzara la fama, pero plagada de todos los trucos que son ahora famosos en el mundo entero; incluso tenía un final triste: renunciaba al amor en favor del guapo sinvergüenza. También tenía una escena que era claramente la primera versión de aquel exquisito pasaje de La Fiebre del Oro en el que come una bota vieja, está sentado bajo un árbol, a punto de almorzar, cuando un vagabundo le roba la comida; Charlie se encoge de hombros, arranca un puñado de hierba, lo sazona con sal y pimienta, y se lo come con delicadeza; luego sirve agua en una lata, se aclara las puntas de los dedos como si se tratara de un lavamanos, y se las seca con un trapo, todo ello representado con una arrogancia contenida".

"Gente remota", Evelyn Waugh.





"Charlot, vagabundo" ("The tramp", Charles Chaplin, 1915)



Cerré el libro y abrí los ojos, regresando de la penumbra de un sala de cinematógrafo que solo existía en mi mente.

Mientras terminaba mi café, y al pensar en mi pronto enfrentamiento con la húmeda acera, fuera porque portaba conmigo un paraguas o fuera quizás por la escena descrita, me vinieron a la cabeza las palabras que, en otro libro de Waugh titulado "Un puñado de polvo", pronunciaba el doctor Messinger: "la situación es grave, pero no desesperada".





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(1) ‎"Quizá nadie acumuló más méritos para merecer su Estrella de Etiopía que el comandante Sinclair. Evitando el oropel y la dignidad del campamento de la Legación, permaneció lealmente junto a sus hombres en la ciudad, y pasó días de ansiedad arreglando citas que nunca tenían lugar; su diario, que unos pocos tuvimos de ver, era una crónica descarnada de las decepciones sucesivas que soportó con paciencia: "Cita 9:30, secretarios personales del Emperador para hacer los preparativos necesarios para el banquete de esta tarde; no han venido. 11. Fui, como habíamos acordado, a ver al Maestro de Música del Rey; no estaba allí. 12. Fui a ver a Mr. Hall para obtener la partitura del himno nacional de Etiopía; no se pudo conseguir. 2:30. Debería haber llegado el automóvil para llevar a los hombres al aeródromo; no ha llegado...", y así sucesivamente. Pero, a pesar de cada impedimento, la banda siempre aparecía a tiempo, vestida irreprochablemente, y con la música adecuada".


"Gente remota", Evelyn Waugh.


viernes, 2 de noviembre de 2012

ALFILERAZO FOTOGÉNICO (LXXVIII): ORSON WELLES CONOCE A HERBERT GEORGE WELLS


Orson Welles y H. G. Wells



Si en la anterior entrada hablábamos acerca de la emisión radiofónica de "La Guerra de los Mundos" en la de hoy, que sirve como epílogo inesperado para la anterior, incluimos la imagen del encuentro entre Orson Welles y H. G. Wells.
La casualidad quiso que ambos se encontraran al tiempo, aunque por motivos diferentes, en San Antonio (Texas) y Charles C. Shaw, locutor de la emisora local KTSA, comprendió que era una ocasión única para reunirlos ante los micrófonos. Fue el 28 de octubre de 1940, pocos días antes de Halloween.
A un lado un Wells que a pesar de su juventud, veinticinco años, se encuentra en el momento cumbre de su carrera profesional, no por nada hacía pocos días que había terminado el rodaje de "Ciudadano Kane" (1). Ante él, y disculpen si parece una metáfora con aires a boxeo, se sienta H. G. Wells, un inglés de setenta y cuatro años de hablar pausado, quien había escrito su primera novela de éxito ("La máquina del tiempo") cuarenta y cinco años antes, y que no duda en introducir un poco de humor al inicio de la conversación: "desde que he llegado a América he tenido una serie de deliciosas experiencias, pero lo mejor que me ha ocurrido de lejos es encontrarme aquí con mi pequeño tocayo, Orson".

Lo demás podrán escucharlo en la grabación original...





___________
(1) El rodaje de "Ciudadano Kane" se inició oficialmente el 29 de julio de 1940 y concluyó el 23 de octubre, aunque la película no sería estrenada hasta el 1 de mayo del año siguiente.



jueves, 7 de junio de 2012

ALFILERAZO FOTOGÉNICO (LXXIII): MESA PARA CUATRO



De izquierda a derecha: Arthur Miller, Marilyn Monroe, Carson McCullers e Isak Dinesen. Fotografía tomada durante un almuerzo el 5 de febrero de 1959.

Cuando Isak Dinesen (o Karen Blixen) visitó los EE.UU. en el año 1959 manifestó que quería conocer a Marilyn Monroe. Sería la novelista Carson McCullers la que se ocuparía de materializar tal deseo, con la celebración del almuerzo que se muestra en la fotografía adjunta.


domingo, 15 de abril de 2012

PLEASE, FASTEN SEAT BELTS


Si Phileas Fogg asomara su cabeza por entre las páginas del volumen en rústica en el que se encuentra confinado, a buen seguro que se pondría a prueba su flema británica si viera el siguiente vídeo.


Phileas Fogg




"Around the world in 80 seconds" (2010), dirigido por Roman Pergeaux y Alex Profit



Y si el anterior no fuera suficiente para provocar un mínimo cambio postural siempre podríamos mostrarle el siguiente...


"Around the world in 2000 pictures" (2011), Alex Profit




"¿Ochenta segundos? ¡Qué disparate!"

jueves, 9 de abril de 2009

CUANDO HOLLYWOOD HABLABA ESPAÑOL


Cuando era niño adoraba los westerns, una herencia de los gustos propios de mi padre, ayudado por la circunstancia de que los primeros actores a los que puse nombre, gracias a mi madre, fueron precisamente John Wayne y Robert Mitchum. Por aquellos días yo había establecido una clara distinción entre los que para mí eran los dos grupos en los que podían dividirse las películas de ese género.

Por una parte las películas de vaqueros propiamente dichas. Aquellas en las que el argumento se desarrollaba a partir del enfrentamiento del protagonista (el bueno) contra la caterva de los malvados de rigor, capitaneados por algún líder poco dado al enfrentamiento directo, pues ya disponía de la ayuda del Malo, con mayúsculas, aquel cuya cara mostraba su condición de consumidor compulsivo de pastillas para combatir la que parecía ser una permanente acidez estomacal, vestido siempre de negro negrísimo, desde los pies hasta la cabeza, y con dos pistoleras en las que reposaban sendos Colts. Ese era una de los grupos.

Del segundo formaban parte aquellos títulos en los que se narraban las luchas entre los “hombres blancos” (casacas azules o, en su defecto, alguna columna de colonos que disfrutaban de la inmensa suerte de disponer de la ayuda del protagonista, el bueno; en determinados casos incluso aparecían ambos) y los indios. Aunque a veces se narraran incluyendo unas pizcas de humor.


El párrafo anterior me sirve para ponerles en situación. Una vez encaminados ciñámonos ya sin más digresiones al tema central de este artículo. Si recuerdan alguna de esas películas “de indios” (o “de pieles rojas”, como las llamaría Guillermo Brown) tal vez puedan imaginarse la figura de Alan Ladd, o quizás la de James Stewart.

Que nadie busque tres pies al gato; mediante la inclusión de ambos en una misma frase no pretendo dar lugar a comparaciones odiosas, sus respectivas estaturas como centro y pretexto. Bien, hablaba de las “películas de indios”, y ponía como ejemplo a dos actores, sólo por citar alguno, y ahí me quedé. Por lo tanto prosigo en el siguiente párrafo, punto y aparte mediante.


En dichas películas (no teman, no voy a repetir otra vez el soniquete de “películas…”) asistíamos a la comunicación entre ambos grupos, hombres blancos (Alan Ladd y James Stewart, por ejemplo[1]) por una parte e indios por otra, utilizando para ello la lengua propia de los segundos. Y aquí surge una pregunta: ¿y si los actores hubieran hablado en un perfecto español, sin necesidad de acudir al empleo de otro idioma?

Esa fue la piedra que lancé al estanque, lo que sigue son las ondas que deformaron su superficie, antes plácida y serena.



La búsqueda de información acerca de Fortunio Bonanova para elaborar un artículo anterior me llevó a plantearme el recabar más información acerca de aquellos que acabaron recalando en la denominada Meca del Cine, en una peregrinación que en no pocos casos acabó por convertirse en definitiva. A este respecto pueden mencionarse los casos pioneros de varios compatriotas que, ya durante la etapa del cine mudo (silent movies), trataron de ganarse el condumio, y labrarse una cierta fama si esto también fuera posible, mediante su trabajo en la industria cinematográfica estadounidense, en algunos casos incluso logrando ambos fines[2].

Antonio Moreno (1888-1967), madrileño de nacimiento, quien acabó emigrando a los Estados Unidos en el año 1902, y que al cabo de múltiples peripecias terminaría por ser contratado por la Universal en 1912, aunque sólo para participar en una película de episodios[3].
Tras una larga carrera la irrupción del sonoro, lejos de apartarlo de la actuación ante las cámaras, consolidó más si cabe su posición, mas de forma tan sólo momentánea, pues no tardaría en acabar languideciendo en producciones cada vez menos relevantes.
Así en 1950 nos lo encontramos en una película acompañando a Cary Grant (un actor ya consagrado y que ya hacía mucho que había dejado de ser el nuevo Gary Cooper), José Ferrer, Ramón Novarro[4] (ya maduro, mucho) y Gilbert Roland. Por cierto que los dos últimos eran dos mejicanos de Durango, llegados a Hollywood en la época del cine mudo.


Sin ánimo de ser exhaustivo también cabría citar a Ramón Crespo (1900-1997), aunque en su caso contaba con una consistente formación teatral a sus espaldas, quien llegó a California en 1926.
Y a otros muchos…



Lo que vendría a caracterizar a muchos de los actores que decidían hacer las Américas era su participación en películas rodadas en español. La industria cinematográfica, como cualquier negocio, se percató durante la transición del cine mudo al sonoro de que Latinoamérica constituía un gran mercado potencial para las películas estadounidenses (sin olvidarse obviamente de nuestro país), siempre que a modo de paso previo y necesario, se procediera a rodarlas en español. Nacieron de esta forma, por un interés puramente mercantilista, las dobles versiones: española y anglosajona. Para ello la Paramount abrió un centro de producción en unos estudios situados en las cercanías de París, en Joinville-le-Point; mientras que por su parte la Metro optaba por permanecer en casa, en la siempre soleada California.


Pueden recordarse títulos tales como “Evangelina o el Honor de un Brigadier”, en la que participó el propio José Crespo, y que contaba con guión del propio autor, Enrique Jardiel Poncela, quien durante un tiempo bastante corto vivió en Los Ángeles. Su incapacidad para dominar mínimamente el inglés motivó su pronto regreso de su etapa americana. O también el “Drácula” (1931) de Tod Browning, para la que se realizó una versión en español, protagonizada por Carlos Villarías, y que según muchos incluso supera a la original[5].


Al hilo de ese reconocimiento resulta gratificante el hecho de que la adaptación de esa película para su versión adicional en español fuera obra de un llanisco (natural de Llanes, Asturias) donde había nacido un 26 de septiembre del año 1878, siendo bautizado como Baltasar, premonitorio nombre, y con los apellidos Fernández Cue. Un hombre que durante muchos años trabajó allende el Atlántico simultaneando sus ocupaciones como guionista y como periodista. Su muerte, en 1966. se produjo al retornar de su exilio, destino alcanzado tras huir de la prisión en la que había sido confinado por su abierta colaboración con el gobierno republicano.


A continuación, y a pesar de que vuelvo a repetir que no se haya en mi ánimo la exhaustividad, y a modo de apropiado y justo homenaje, reseño una lista con los profesionales que marcharon a Hollywood (los que optaron por Joinville pueden encontrarse en cualquier tratado dedicado al tema): Benito Perojo, Edgar Neville, José López Rubio, Miguel Mihura, Enrique Jardiel Poncela, Antonio Vidal, Rafael Ribelles, Conchita Montenegro,…


"El Viaje a Ninguna Parte" (Fernando Fernán Gómez, 1986)


Como estudiante cuya buena parte de su vida lectiva discurrió durante la etapa pre-LOGSE, a lo largo del artículo he empleado el sustantivo español para hacer mención a nuestra lengua común, por referirme a ella en relación al inglés, entendiendo que el acudir al uso del término castellano sólo tiene su razón de ser cuando se la relaciona con el resto de lenguas y dialectos hablados en nuestros hogares. G. K. Dexter.



[1]Ver el final del anterior párrafo.
[2]Edgar Neville llegaría a dirigir una película de escasa repercusión acerca de este tema: “Yo quiero que me lleven a Hollywood” (1931).[3]Bastante famosas por aquella época y a cuya clase pertenecen las denominadas del “rescue in the last minute” (rescate en el último minuto, aplicando la técnica conocida en el argot cinematográfico bajo el nombre de "cross-cutting" o "montaje paralelo", la simultaneidad de dos o más historias, una técnica debida al genio de D. W. Griffith); así llamadas a consecuencia de que poseían la característica común y definitoria de incluir en su parte final el rescate de la protagonista de las garras de una muerte segura, astutamente planeada por parte del malvado, gracias a la salvadora intervención del tópico héroe: tendida sobre las vías del tren, atada de pies y manos, un tren expreso que avanza a todo vapor hacia ella, etc, etc.
Podemos recordar el sentido
homenaje a las películas mudas y a las cómicas en concreto (incluidas las sonoras, pues la dedicatoria explícita es para Stan Laurel y Oliver Hardy) que Blake Edwards rodó bajo el nombre de “La Carrera del Siglo” (“The Great Race”, 1965), con Tony Curtis, Jack Lemmon, Natalie Wood y Peter Falk.
Por supuesto también existen ejemplos en la cinematografía española de esta clase de seriales: series de episodios encadenados tomando como ejemplos las obras folletinescas del siglo XIX. El primero lo rodaría Juan María Codina, llevando un título dotado de un nada desdeñable sabor local: “Los Siete Niños de Écija” o “Los Bandidos de Sierra Morena” (1911-1912). A causa del éxito cosechado por el primer episodio se rodaron dos más (¿a alguien le resulta familiar esta fórmula?, episodio piloto, éxito y ¡adelante!). Aún trataría de repetir una vez más la campanada mediante “El Signo de la Tribu” (1915); una vez hallado el filón, ¿por qué no aprovecharlo?
Sin embargo, a pesar de los ejemplos citados, será preciso esperar hasta la traslación al celuloide de las aventuras de Diego Rocafort para encontrarnos con una obra que verdaderamente crea un género. Se trata de “Los Misterios de Barcelona” (¿una traslación espacial pre-Woody del folletín literario de Sue, “Los Misterios de París”?). A lo largo de los años 1915 y 1916 se rodarían un total de ocho episodios protagonizados por este personaje, heredero directo del conde de Montecristo de Alejandro Dumas padre.
Al frente del proyecto se encontraba Alberto Marro, junto al ubicuo Codina.
[4]Actor que participó en la primera versión de Ben-Hur, la de Fred Niblo, allá por 1925, pero que también participó en “El Prisionero de Zenda” (1922), bajo el nombre de Ramón Samaniegos, interpretando a ese crótalo barnizado de noble que es Rupert de Hentzau.[5]La dificultosa dicción del húngaro Bela Lugosi es tenida por algunos como un elemento que lastra la película mientras que para otros es precisamente ese defecto aparente el que otorga a su caracterización del noble transilvano de su genuino atractivo.

lunes, 9 de marzo de 2009

JAVIER MARÍAS Y PÉREZ REVERTE ESCOGEN SUS PELÍCULAS



"El Fantasma y la Señora Muir" ("The Ghost and Mrs. Muir", Joseph Leo Mankiewicz, 1947). Con Gene Tierney, Rex Harrison y George Sanders.



No ha mucho hablaba en este blog acerca de una mis costumbres dominicales: principiar la lectura del EPS (el suplemento dominical del diario “El País”) por la columna de Maruja Torres (si disponen de la oportunidad, al hilo de esta referencia, pásense por el blog Blas sin Epi, su post dedicado a Audrey Hepburn es pura canela en rama).
No obstante si tan sólo la mencionara a ella, a Maruja Torres, mi confesión se quedaría un tanto coja. A dicha columna debería añadir la de Julián Marías, “la columna fantasma”, que disfruto justo después de haber echado una ojeada a los restantes contenidos.


El pasado mes de febrero, en el número del domingo 22 de febrero de 2009, Marías mencionaba una cena a la que también habían acudido dos buenos amigos suyos: Agustín Díaz Yanes y Arturo Pérez Reverte. Con la presencia de semejante compañía bien se comprenderá que la temática de esa columna en concreto versara sobre el cine, más en concreto acerca del desconocimiento que muchos tienen de aquellas películas a las que podríamos denominar clásicas.


Desde luego no seré yo quien ahora se ocupe de escribir acerca de esta cuestión. Existe un tiempo para todo, y los intereses personales de cada cual van variando a medida que se va adquiriendo experiencia. Mediante el paso de los años uno va cambiando, y durante ese proceso puede sentirse atraído, o no (opción tan respetable como cualquier otra), por determinados temas.
Yo, por mi parte, siempre guardaré muy adentro el recuerdo de mi madre, cuando aún era un niño, contándome el final de la película emitida la noche anterior por televisión. Como bien comprenderán en mi casa, algo habitual por aquella época, existía el toque de queda: una hora muy concreta para irse a la cama. De nada servían ruegos, pataletas o triquiñuelas (“hasta el próximo descanso, por favor” funcionaba, ¡ay!, muy poquitas veces). La orden no admitía réplica alguna, si acaso una pequeña demora, cuando había suerte.
Los lectores de Guillermo Brown entenderán mi decepción infantil al no poder asistir al desenlace de aquella mítica película en la que un hombre que se empequeñecía por momentos debía enfrentarse a peligros sin cuento. Ahora bien, a la mañana siguiente mi madre se ocupaba de rellenar las lagunas finales. Como por ejemplo la lucha desigual mantenida contra una feroz araña, armado el pobre con un simple alfiler no menos gigantesco que el arácnido, siempre en comparación con su menguante tamaño.
Lo de poner imágenes al relato era cosa de mi imaginación, mientras medio absorto (bueno, más bien embobado) trataba de dar buena cuenta del desayuno antes de acudir al colegio.


Por aquella época, creo recordar, programaron por televisión un ciclo dedicado al director Joseph Leo Mankiewicz (en uno de los dos canales, mi memoria no da para más). Una buena amiga y yo nos dedicamos a comentar al día siguiente, entre risas, una de aquellas películas, tampoco recuerdo con exactitud cuál era en concreto.
Naturalmente no habíamos entendido absolutamente nada. ¡Vaya un par de críticos!
A ojos de muchos nuestra hilaridad debería más bien sonrojarnos, y eso que Cabrera Infante dejó escrita una acertada definición de lo que en esencia es la labor del crítico cinematográfico: “una película te gusta o no te gusta, lo demás es literatura”.
Quién nos diría a ambos que al cabo del tiempo, no muchos años después, nos pasaríamos horas y horas charlando sobre cine clásico en una terraza de verano. Por aquella mesa desfilaron Mankiewicz, Cukor, Ford, Hawks, Sturges, Stahl, Wilder, Ophuls, Lang y tantos otros; por no mencionar a las estrellas que conformaban el firmamento cinematográfico, allí congregadas al reclamo de nuestras remembranzas...



A pesar de que según una primera impresión se diría que me he ido por las ramas puesto que al escribir mi post no pretendía traer a colación estas “batallitas”, lo anterior posee cierta relación con el contenido. Así que sin más permítanme que dé media vuelta y avance aún más rápido si cabe (avanzar siempre, retirarse nunca).



Durante dicha cena (retomo), el director de cine, el académico y el rey de Redonda, hablaron, como ya les adelanté, acerca del cine clásico. En un momento dado el segundo de los mencionados sacó a colación la circunstancia de que muchos lectores les solicitaban que expusieran en sus respectivas columnas algunos títulos concretos, aquellos que consideraban que merecían la pena.


Pues bien, a continuación les incluyo los enlaces a las respectivas columnas de Pérez Reverte y Javier Marías, precisamente dedicadas a hablar de sus películas favoritas, en el caso del primero centradas en el género así llamado bélico. A mí personalmente me entra un escalofrío de felicidad cuando leo los títulos desgranados, unos por conocidos, y otros, los más, porque su lectura supone un súbito descubrimiento.

* Columna de Pérez Reverte.


Nota adicional: sé que no tiene que ver pero como seguidor de las “ghost stories” británicas, amén de devorador de cuantos relatos han sido publicados por Siruela, Valdemar e Isla de Redonda, no puedo resistirme a recomendarles la lectura del libro “Cuentos Únicos“, mencionado muy oportunamente por el propio Marías en su columna. Contiene uno de los relatos que más me ha impresionado: “Mirad allí arriba”, de H. Russel Wakefield.
Puro terror psicológico: sobrecogedor.



Elaborado mediante la inestimable colaboración del señor Pond
junto con el Departamento de Búsquedas Infructuosas (D.B.I.).



Recomendación muy personal: déjense mecer por las elecciones de la lista musical. Ahora mismo, sin ir más lejos, suena el tema "Amapola" de la película de Sergio Leone "Érase una vez en América". Puro Ennio Morricone.