De la primera carta del apóstol san Juan (3, 1-3)
Queridos hermanos:
Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no lo conoció a él. Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es. Todo el que tiene esperanza en él se purifica a sí mismo, como él es puro.
Al mismo tiempo que los disfraces de monstruos hacen su agosto (halloween obliga), san Juan nos revela nuestra verdadera identidad: hijos de Dios, ¡nada menos! Lástima que estamos ya tan acostumbrados a esta fórmula que apenas nos damos cuenta de cómo puede cambiar la mirada que echamos hacia nosotros mismos y hacia los que nos rodean, de cómo puede cambiar incluso nuestra manera de encarar la vida de cada día. ¡Feliz fiesta de todos los santos!