Cuenta una
leyenda muy antigua del Japón, que la diosa Ateramasu, descontenta del
comportamiento humano en un momento de cólera abandonó a la humanidad a las
tinieblas escondiéndose en una gruta.
El hermano de la diosa que la conocía muy
bien, provocó su curiosidad organizando un alboroto delante de la caverna. La
treta resultó ser efectiva, ya que Ateramasu entreabrió la puerta de la gruta y
se vió frente a frente de una belleza que la hizo enrojecer de envidia, hasta
el punto de que salió del todo de la cueva para poder contemplarla bien, para
luego hacer consciencia de que la imagen no era otra cosa que ella misma
reflejada en un espejo que colocó su hermano frente a ella. Y así fue cómo la
luz volvió a la Tierra, después que Ateramasu perdonase a los humanos». La
posibilidad de ver defectos en los otros para juzgarlos es puro ego.
El verdadero don consiste en verse
uno mismo y aceptar que todos compartimos una misma naturaleza humana con
defectos y virtudes. Cuando juzgas a los otros estás puliendo el espejo. Y
cuando haces consciencia de que los demás reflejan aspectos, tal vez oscuros o
desconocidos de ti mismo(a), se despierta la verdadera consciencia, y dedicas
tu tiempo no a mirar a los demás sino a mirarte y pulirte a ti mismo(a), para
crecer y evolucionar.