Libro Policial

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Photo by Christoph Oberschneider

El misterio de Coopèr
Beeches
Presentacion
El misterio de Copper Beeches (a veces
traducida como Las hayas cobrizas) es una
de las historias cortas del personaje
Sherlock Holmes. Fue escrita por Sir Arthur
Conan Doyle y publicada dentro de la
colección Las aventuras de Sherlock
Holmes.
Photo by Yzerg
Tabla de contenido

Chapter 1………………….....................................07

Chapter 2………………….....................................18

Chapter 3…………………………………………….22

Chapter 4………………………………………….....24
Introducción
A un misógino como Sherlock Holmes puede parecerle que, resolver determinados
casos, como el de Violet Hunter, tendría que resultarle aburrido cuando no molesto.
Pero Holmes es un gran profesional, y cuando se hace cargo de un caso pone todo
su interés y capacidad en su resolución. Aunque, como dice el doctor Watson en el
caso de la pobre Violet: "Mi amigo Holmes, con gran desencanto mío, no volvió a
mostrar ningún interés por Violet Hunter, una vez que la joven dejó de ser el punto
central de uno de sus problemas". Lo cual no es completamente cierto, ya que,
años más tarde, Sherlock Holmes la menciona en The Adventure of the Creeping
Man (El hombre que trepaba), perteneciente a The Case-Book of Sherlock Holmes.

Sherlock Holmes y el doctor Watson se encuentran charlando una fría mañana de


primavera, después del desayuno, y Holmes se lamenta de que los criminales han
perdido audacia y originalidad. Dice literalmente: "En cuanto a mi pequeño
consultorio, parece que está degenerando en una agencia de recuperación de
lápices perdidos y de consejos a jovencitas de internados escolares. Creo que, al
fin, he tocado fondo".
Photo by Lois Lee

Chapter

1
En aproximadamente quince días, Holmes recibe un mensaje de este tipo, suplicándole
que venga a verla a Winchester. Una vez que Holmes y el doctor Watson llegan, la
señorita Hunter les cuenta una de las historias más singulares que jamás hayan
escuchado. El señor Rucastle a veces pide a la señorita Hunter que use un vestido azul
eléctrico y se siente en la sala de lectura de espaldas a la ventana delantera. Comenzó
a sospechar que no debía ver algo de la calle, y un pequeño espejo escondido en su
pañuelo demostró que tenía razón: había un hombre parado en la carretera mirando
hacia la casa.

En otra sesión similar, el señor Rucastle contó una serie de historias divertidas que
hicieron reír a la señorita Hunter hasta que estuvo bastante cansada. Lo único
sorprendente de esto es que la señora Rucastle no solo no se rió, sino que tampoco
sonrió.

Había otras cosas desagradables sobre la casa. El niño de seis años que se suponía
debía cuidar era sorprendentemente cruel con los animales pequeños. Los sirvientes, el
señor y la señora Toller, eran una pareja bastante amarga. Un gran mastín vivía en la
propiedad, en un estado perpetuo de hambre. Se dejaba que saliera a la calle por la
noche y se le advirtió a la señorita Hunter que no cruzara el umbral al anochecer.
Además, Toller, que estaba bastante borracho, era el único que tenía alguna influencia
sobre este bruto.
Chapter 1
—El hombre que ama el arte por el arte —comentó Sherlock Holmes, dejando a un lado la hoja de
anuncios del Daily Telegraph— suele encontrar los placeres más intensos en sus manifestaciones
más humildes y menos importantes. Me complace advertir, Watson, que hasta ahora ha captado
usted esa gran verdad, y que en esas pequeñas crónicas de nuestros casos que ha tenido la
bondad de redactar, debo decir que, embelleciéndolas en algunos puntos, no ha dado preferencia
a las numerosas causes célebres y procesos sensacionales en los que he intervenido, sino más
bien a incidentes que pueden haber sido triviales, pero que daban ocasión al empleo de las
facultades de deducción y síntesis que he convertido en mi especialidad.

—Y, sin embargo —dije yo, sonriendo—, no me considero definitivamente absuelto de la


acusación de sensacionalismo que se ha lanzado contra mis crónicas.

—Tal vez haya cometido un error —apuntó él, tomando una brasa con las pinzas y encendiendo
con ellas la larga pipa de cerezo que sustituía a la de arcilla cuando se sentía más dado a la
polémica que a la reflexión—. Quizá se haya equivocado al intentar añadir color y vida a sus
descripciones, en lugar de limitarse a exponer los sesudos razonamientos de causa a efecto, que
son en realidad lo único verdaderamente digno de mención del asunto.

—Me parece que en ese aspecto le he hecho a usted justicia —comenté, algo fríamente, porque
me repugnaba la egolatría que, como había observado más de una vez, constituía un importante
factor en el singular carácter de mi amigo.

—No, no es cuestión de vanidad o egoísmo —dijo él, respondiendo, como tenía por costumbre, a
mis pensamientos más que a mis palabras—. Si reclamo plena justicia para mi arte, es porque se
trata de algo impersonal... algo que está más allá de mí mismo. El delito es algo corriente. La
lógica es una rareza. Por tanto, hay que poner el acento en la lógica y no en el delito. Usted ha
degradado lo que debía haber sido un curso académico, reduciéndolo a una serie de cuentos.

Era una mañana fría de principios de primavera, y después del desayuno nos habíamos sentado
a ambos lados de un chispeante fuego en el viejo apartamento de Baker Street. Una espesa
niebla se extendía entre las hileras de casas parduscas, y las ventanas de la acera de enfrente
parecían borrones oscuros entre las densas volutas amarillentas. Teníamos encendida la luz de
gas, que caía sobre el mantel arrancando reflejos de la porcelana y el metal, pues aún no habían
recogido la mesa. Sherlock Holmes se había pasado callado toda la mañana, zambulléndose
continuamente en las columnas de anuncios de una larga serie de periódicos, hasta que por fin,
renunciando aparentemente a su búsqueda, había emergido, no de muy buen humor, para darme
una charla sobre mis defectos literarios.
—Por otra parte —comentó tras una pausa, durante
la cual estuvo dándole chupadas a su larga pipa y
contemplando el fuego—, difícilmente se le puede

acusar a usted de sensacionalismo, cuando entre
los casos por los que ha tenido la bondad de
interesarse hay una elevada proporción que no
tratan de ningún delito, en el sentido legal de la
palabra. El asuntillo en el que intenté ayudar al rey
de Bohemia, la curiosa experiencia de la señorita
Mary Sutherland, el problema del hombre del labio
retorcido y el incidente de la boda del noble, fueron
todos ellos casos que escapaban al alcance de la
ley. Pero, al evitar lo sensacional, me temo que
puede usted haber bordeado lo trivial.
—Puede que el desenlace lo fuera —respondí—, pero sostengo que los métodos fueron
originales e interesantes.

—Pues, querido amigo, ¿qué le importan al público, al gran público despistado, que sería incapaz
de distinguir a un tejedor por sus dientes o a un cajista de imprenta por su pulgar izquierdo, los
matices más delicados del análisis y la deducción? Aunque, la verdad, si es usted trivial no es por
culpa suya, porque ya pasaron los tiempos de los grandes casos. El hombre, o por lo menos el
criminal, ha perdido toda la iniciativa y la originalidad. Y mi humilde consultorio parece estar
degenerando en una agencia para recuperar lápices extraviados y ofrecer consejo a señoritas de
internado. Creo que por fin hemos tocado fondo. Esta nota que he recibido esta mañana marca, a
mi entender, mi punto cero. Léala —me tiró una carta arrugada.

Estaba fechada en Montague Place la noche anterior y decía:

Querido señor Holmes: Tengo mucho interés en consultarle acerca de si debería o no aceptar
un empleo de institutriz que se me ha ofrecido. Si no tiene inconveniente, pasaré a visitarle mañana a las
diez y media. Suya afectísima,

Violet Hunter

—¿Conoce usted a esta joven? —pregunté.

—De nada.

—Pues ya son las diez y media.

—Sí, y sin duda es ella la que acaba de llamar a la puerta.

—Quizá resulte ser más interesante de lo que usted cree. Acuérdese del asunto del carbunclo
azul, que al principio parecía una fruslería y se acabó convirtiendo en una investigación seria.
Puede que ocurra lo mismo en este caso.

—¡Ojalá sea así! Pero pronto saldremos de dudas, porque, o mucho me equivoco, o aquí la
tenemos. Mientras él hablaba se abrió la puerta y una joven entró en la habitación. Iba vestida de
un modo sencillo, pero con buen gusto; tenía un rostro expresivo e inteligente, pecoso como un
huevo de chorlito, y actuaba con los modales desenvueltos de una mujer que ha tenido que
abrirse camino en la vida.
Me pareció que nunca había conocido a un hombre tan fascinante y tan
considerado. Como ya tenía algunas deudas con los proveedores, aquel
adelanto me venía muy bien; sin embargo, toda la transacción tenía un
algo de innatural que me hizo desear saber algo más antes de
comprometerme.

—¿Puedo preguntar dónde vive usted, señor? —dije.

—En Hampshire. Un lugar encantador en el campo, llamado Copper


Beeches, cinco millas más allá de Winchester. Es una región preciosa,
querida señorita, y la vieja casa de campo es sencillamente maravillosa.
—¿Y mis obligaciones, señor? Me gustaría saber en qué consistirían.

—Un niño. Un pillastre delicioso, de sólo seis años. ¡Tendría usted que
verlo matando cucarachas con una zapatilla! ¡Plaf, plaf, plafl ¡Tres
muertas en un abrir y cerrar de ojos! —se echó hacia atrás en su
asiento y volvió a reírse hasta que los ojos se le hundieron en la cara de
nuevo.

Quedé un poco perpleja ante la naturaleza de las diversiones del niño,


pero la risa del padre me hizo pensar que tal vez estuviera bromeando.
—Entonces, mi única tarea —dije— sería ocuparme de este niño.

—No, no, no la única, querida señorita, no la única —respondió—.

Su tarea consistirá, como sin duda ya habrá imaginado, en obedecer


todas las pequeñas órdenes que mi esposa le pueda dar, siempre que
se trate de órdenes que una
dama pueda obedecer con dignidad. No verá usted ningún inconveniente en ello, ¿verdad? —
Estaré encantada de poder ser útil.

—Perfectamente. Por ejemplo, en la cuestión del vestuario. Somos algo maniáticos, ¿sabe usted?
Maniáticos pero buena gente. Si le pidiéramos que se pusiera un vestido que nosotros le
proporcionáramos, no se opondría usted a nuestro capricho, ¿verdad? —No —dije yo, bastante
sorprendida por sus palabras.

—O que se sentara en un sitio, o en otro; eso no le resultaría ofensivo, ¿verdad?

—Oh, no.

—O que se cortara el cabello muy corto antes de presentarse en nuestra casa...

Yo no daba crédito a mis oídos. Como puede usted observar, señor Holmes, mi pelo es algo
exuberante y de un tono castaño bastante peculiar. Han llegado a describirlo como artístico. Ni en
sueños pensaría en sacrificarlo de buenas a primeras.
A las once de la mañana del día siguiente nos
acercábamos ya a la antigua capital inglesa.
Holmes había permanecido todo el viaje
sepultado en los periódicos de la mañana, pero
en cuanto pasamos los límites de Hampshire los
dejó a un lado y se puso a admirar el paisaje.
Era un hermoso día de primavera, con un cielo
azul claro, salpicado de nubecillas algodonosas
que se desplazaban de oeste a este. Lucía un
sol muy brillante, a pesar de lo cual el aire tenía
un frescor estimulante, que aguzaba la energía
humana. Por toda la campiña, hasta las
ondulantes colinas de la zona de Aldershot, los
tejadillos rojos y grises de las granjas asomaban
entre el verde claro del follaje primaveral.

—¡Qué hermoso y lozano se ve todo! —exclamé


con el entusiasmo de quien acaba de escapar de
las nieblas de Baker Street.

Pero Holmes meneó la cabeza con gran


seriedad.

—Ya sabe usted, Watson —dijo—, que una de


las maldiciones de una mente como la mía es
que tengo que mirarlo todo desde el punto de
vista de mi especialidad. Usted mira esas casas
dispersas y se siente impresionado por su
belleza. Yo las miro, y el único pensamiento que
me viene a la cabeza es lo aisladas que están, y
la impunidad con que puede cometerse un
crimen en ellas.
—¡Cielo santo! —exclamé—. ¿Quién sería —En primer lugar, puedo decir que, en conjunto,
capaz de asociar la idea de un crimen con estas el señor y la señora Rucastle no me tratan mal.
preciosas casitas? Es de justicia decirlo. Pero no los entiendo y no
me siento tranquila con ellos.
—Siempre me han producido un cierto horror.
Tengo la convicción, Watson, basada en mi —¿Qué es lo que no entiende?
experiencia, de que las callejuelas más sórdidas
y miserables de Londres no cuentan con un —Los motivos de su conducta. Pero se lo voy a
historial delictivo tan terrible como el de la contar tal como ocurrió. Cuando llegué, el señor
sonriente y hermosa campiña inglesa. Rucastle me recibió aquí y me llevó en su coche
a Copper Beeches. Tal como él había dicho, está
—¡Me horroriza usted! en un sitio precioso, pero la casa en sí no es
bonita. Es un bloque cuadrado y grande,
—Pero la razón salta a la vista. En la ciudad, la encalado pero todo manchado por la humedad y
presión de la opinión pública puede lograr lo que la intemperie. A su alrededor hay bosques por
la ley es incapaz de conseguir. No hay callejuela tres lados, y por el otro hay un campo en cuesta,
tan miserable como para que los gritos de un que baja hasta la carretera de Southampton, la
niño maltratado o los golpes de un marido cual hace una curva a unas cien yardas de la
borracho no despierten la simpatía y la puerta principal. Este terreno de delante
indignación del vecindario; y además, toda la pertenece a la casa, pero los bosques de
maquinaria de la justicia está siempre tan a alrededor forman parte de las propiedades de
mano que basta una palabra de queja para lord Southerton. Un conjunto de hayas cobrizas
ponerla en marcha, y no hay más que un paso plantadas frente a la puerta delantera da nombre
entre el delito y el banquillo. Pero fíjese en esas a la casa.
casas solitarias, cada una en sus propios
campos, en su mayor parte llenas de gente El propio señor Rucastle, tan amable como de
pobre e ignorante que sabe muy poco de la ley. costumbre, conducía el carruaje, y aquella tarde
Piense en los actos de crueldad infernal, en las me presentó a su mujer y al niño. La conjetura
maldades ocultas que pueden cometerse en que nos pareció tan probable allá en su casa de
estos lugares, año tras año, sin que nadie se Baker Street resultó falsa, señor Holmes. La
entere. Si esta dama que ha solicitado nuestra señora Rucastle no está loca. Es una mujer
ayuda se hubiera ido a vivir a Winchester, no callada y pálida, mucho más joven que su
temería por ella. Son las cinco millas de campo marido; no llegará a los treinta años, cuando el
las que crean el peligro. Aun así, resulta claro marido no puede tener menos de cuarenta y
que no se encuentra amenazada personalmente. cinco. He deducido de sus conversaciones que
llevan casados unos siete años, que él era viudo
—No. Si puede venir a Winchester a recibirnos, cuando se casó con ella, y que la única
también podría escapar. descendencia que tuvo con su primera esposa
fue esa hija que ahora está en Filadelfia.
Chapter 2
Dos días después se repitió la misma —Jephro —dijo—, hay un impertinente en la
representación, en circunstancias exactamente carretera que está mirando a la señorita Hunter.
iguales. Una vez más me cambié de vestido, volví a
sentarme en la silla y volví a partirme de risa con —¿No será algún amigo suyo, señorita Hunter?
los graciosísimos chistes de mi patrón, que parece —preguntó él.
poseer un repertorio inmenso y los cuenta de un
modo inimitable. A continuación, me entregó una —No; no conozco a nadie por aquí.
novela de tapas amarillas y, tras correr un poco mi
silla hacia un lado, de manera que mi sombra no —¡Válgame Dios, qué impertinencia! Tenga la
cayera sobre las páginas, me pidió que le leyera en bondad de darse la vuelta y hacerle un gesto
voz alta. Leí durante unos diez minutos, para que se vaya.
comenzando en medio de un 23
http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx capítulo, y de —¿No sería mejor no darnos por enterados?
pronto, a mitad de una frase, me ordenó que lo
dejara y que me cambiara de vestido. Puede usted —No, no; entonces le tendríamos rondando por
imaginarse, señor Holmes, la curiosidad que yo aquí a todas horas. Haga el favor de darse la
sentía acerca del significado de estas vuelta e indíquele que se marche, así.
extravagantes representaciones. Me di cuenta de
que siempre ponían mucho cuidado en que yo Hice lo que me pedían, y al instante la señora
estuviera de espaldas a la ventana, y empecé a Rucastle bajó la persiana. Esto sucedió hace
consumirme de ganas de ver lo que ocurría a mis una semana, y desde entonces no me he vuelto
espaldas. Al principio me pareció imposible, pero a sentar en la ventana ni me he puesto el vestido
pronto se me ocurrió una manera de conseguirlo. azul, ni he visto al hombre de la carretera.
Se me había roto el espejito de bolsillo y eso me
dio la idea de esconder un pedacito de espejo en el
—Continúe, por favor —dijo Holmes—. Su
pañuelo. A la siguiente ocasión, en medio de una
narración promete ser de lo más interesante.
carcajada, me llevé el pañuelo a los ojos, y con un
poco de maña me las arreglé para ver lo que había
—Me temo que le va a parecer bastante
detrás de mí. Confieso que me sentí decepcionada.
inconexa, y lo más probable es que exista poca
No había nada. Al menos, ésa fue mi primera
relación entre los diferentes incidentes que
impresión. Sin embargo, al mirar de nuevo me di
menciono. El primer día que pasé en Copper
cuenta de que había un hombre parado en la
Beeches, el señor Rucastle me llevó a un
carretera de Southampton; un hombre de baja
pequeño cobertizo situado cerca de la puerta de
estatura, barbudo y con un traje gris, que parecía
la cocina. Al acercarnos, oí un ruido de cadenas
estar mirando hacia mí. La carretera es una vía
y el sonido de un animal grande que se movía.
importante, y siempre suele haber gente por ella.
Sin embargo, este hombre estaba apoyado en la
—Mire por aquí —dijo el señor Rucastle,
verja que rodea nuestro campo, y miraba con
indicándome una rendija entre dos tablas—. ¿No
mucho interés.
es una preciosidad?
Miré por la rendija y distinguí dos ojos que
brillaban y una figura confusa agazapada en la
oscuridad.

—No se asuste —dijo mi patrón, echándose a


reír ante mi sobresalto—. Es solamente Carlo, mi
mastín. He dicho mío, pero en realidad el único
que puede controlarlo es el viejo Toller, mi
mayordomo. Sólo le damos de comer una vez al
día, y no mucho, de manera que siempre está
tan agresivo como una salsa picante. Toller lo
deja suelto cada noche, y que Dios tenga piedad
del intruso al que le hinque el diente. Por lo que
más quiera, bajo ningún pretexto ponga los pies
fuera de casa por la noche, porque se jugaría
usted la vida.

No se trataba de una advertencia sin


fundamento, porque dos noches después se me
ocurrió asomarme a la ventana de mi cuarto a
eso de las dos de la madrugada. Era una
hermosa noche de luna, y el césped de delante
de la casa se veía plateado y casi tan iluminado
como de día. Me encontraba absorta en la
apacible belleza de la escena cuando sentí que
algo se movía entre las sombras de las hayas
cobrizas. Por fin salió a la luz de la luna y vi lo
que era: un perro gigantesco, tan grande como
un ternero, de piel leonada, carrillos colgantes,
hocico negro y huesos grandes y salientes.
Atravesó lentamente el césped y desapareció en
las sombras del otro lado. Aquel terrible y
silencioso centinela me provocó un escalofrío
como no creo que pudiera causarme ningún
ladrón.
Esto despertó mi curiosidad, así que Estaba tan aterrada que no sé ni lo que
cuando salí a dar un paseo con el niño, hice. Supongo que salí corriendo hasta mi
me acerqué a un sitio desde el que podía habitación. Lo siguiente que recuerdo es
ver las ventanas de este sector de la que estaba tirada en mi cama, temblando
casa. Eran cuatro en hilera, tres de ellas de pies a cabeza. Entonces me acordé
simplemente sucias y la cuarta cerrada de usted, señor Holmes. No podía seguir
con postigos. Evidentemente, allí no vivía viviendo allí sin que alguien me
nadie. Mientras paseaba de un lado a aconsejara. Me daba miedo la casa, el
otro, dirigiendo miradas ocasionales a las dueño, la mujer, los criados, hasta el
ventanas, el señor Rucastle vino hacia niño... Todos me parecían horribles. Si
mí, tan alegre y jovial como de pudiera usted venir aquí, todo iría bien.
costumbre. Naturalmente, podría haber huido de la
casa, pero mi curiosidad era casi tan
—¡Ah! —dijo—. No me considere un fuerte como mi miedo. No tardé en tomar
maleducado por haber pasado junto a una decisión: enviarle a usted un
usted sin saludarla, querida señorita. telegrama. Me puse el sombrero y la
Estaba preocupado por asuntos de capa, me acerqué a la oficina de
negocios. telégrafos, que está como a media milla
de la casa, y al regresar ya me sentía
—Le aseguro que no me ha ofendido — mucho mejor. Al acercarme a la puerta,
respondí—. Por cierto, parece que tiene me asaltó la terrible sospecha de que el
usted ahí una serie completa de perro estuviera suelto, pero me acordé de
habitaciones, y una de ellas cerrada a cal que Toller se había emborrachado aquel
y canto. día hasta quedar sin sentido, y sabía que
era la única persona de la casa que tenía
—Uno de mis hobbies es la fotografía — alguna influencia sobre aquella fiera y
dijo—, y allí tengo instalado mi cuarto podía atreverse a dejarla suelta.
oscuro. ¡Vaya, vaya! ¡Qué jovencita tan
observadora nos ha caído en suerte!
¿Quién lo habría creído?, ¿Quién lo
habría creído? Hablaba en tono de
broma, pero sus ojos no bromeaban al
mirarme. Leí en ellos sospecha y
disgusto, pero nada de bromas.
Chapter 3
En cualquier caso, la sensación era real, y yo
estaba atenta a la menor oportunidad de
traspasar la puerta prohibida. La oportunidad no
llegó hasta ayer. Puedo decirle que, además del
señor Rucastle, tanto Toller como su mujer
tienen algo que hacer en esas habitaciones
deshabitadas, y una vez vi a Toller entrando por
la puerta con una gran bolsa de lona negra.
Últimamente, Toller está bebiendo mucho, y ayer
por la tarde estaba borracho perdido; y cuando
subí las escaleras, encontré la llave en la puerta.
Sin duda, debió olvidarla allí. El señor y la
señora Rucastle se encontraban en la planta
baja, y el niño estaba con ellos, así que disponía
de una oportunidad magnífica. Hice girar con
cuidado la llave en la cerradura, abrí la puerta y
me deslicé a través de ella. Frente a mí se
extendía un pequeño pasillo, sin empapelado y
sin alfombra, que doblaba en ángulo recto al otro
extremo. A la vuelta de esta esquina había tres
puertas seguidas; la primera y la tercera estaban
abiertas, y las dos daban a sendas habitaciones
vacías, polvorientas y desangeladas, una con
dos ventanas y la otra sólo con una, tan
cubiertas de suciedad que la luz crepuscular
apenas conseguía abrirse paso a través de ellas.
La puerta del centro estaba cerrada, y atrancada
por fuera con uno de los barrotes de una cama
de hierro, uno de cuyos extremos estaba sujeto
con un candado a una argolla en la pared, y el
otro atado con una cuerda.
Fieles a nuestra palabra, llegamos a Copper Era una puerta vieja y destartalada que cedió a
Beeches a las siete en punto, tras dejar nuestro nuestro primer intento. Nos precipitamos juntos
carruaje en un bar del camino. El grupo de en la habitación y la encontramos desierta. No
hayas, cuyas hojas oscuras brillaban como metal había más muebles que un camastro, una
bruñido a la luz del sol poniente, habría bastado mesita y un cesto de ropa blanca. La claraboya
para identificar la casa aunque la señorita Hunter del techo estaba abierta, y la prisionera había
no hubiera estado aguardando sonriente en el desaparecido.
umbral de la puerta.
—Aquí se ha cometido alguna infamia —dijo
—¿Lo ha conseguido? —preguntó Holmes. Se Holmes—. Nuestro amigo adivinó las intenciones
oyeron unos fuertes golpes desde algún lugar de de la señorita Hunter y se ha llevado a su
los sótanos. víctima a otra parte.

—Ésa es la señora Toller desde la bodega —dijo —Pero ¿cómo?


la señorita Hunter—. Su marido sigue roncando,
tirado en la cocina. Aquí están las llaves, que —Por la claraboya. Ahora veremos cómo se las
son duplicados de las del señor Ruscastle. arregló —se izó hasta el tejado—. ¡Ah, sí! —
exclamó—. Aquí veo el extremo de una escalera
—¡Lo ha hecho usted de maravilla! —exclamó de mano apoyada en el alero. Así es como lo
Holmes con entusiasmo—. Indíquenos el camino hizo.
y pronto veremos el final de este siniestro
enredo. —Pero eso es imposible —dijo la señorita
Hunter—. La escalera no estaba ahí cuando se
Subimos la escalera, abrimos la puerta, marcharon los Rucastle.
recorrimos un pasillo y nos encontramos ante la
puerta atrancada que la señorita Hunter había —Él volvió y se la llevó. Ya le digo que es un tipo
descrito. Holmes cortó la cuerda y retiró el astuto y peligroso. No me sorprendería mucho
barrote. A continuación, probó varias llaves en la que esos pasos que se oyen por la escalera
cerradura, pero no consiguió abrirla. Del interior sean suyos. Creo, Watson, que más vale que
no llegaba ningún sonido, y la expresión de tenga preparada su pistola.
Holmes se ensombreció ante aquel silencio.
Chapter 4
Holmes y yo nos abalanzamos fuera y doblamos la
esquina de la casa, con Toller siguiéndonos los
pasos. Allí estaba la enorme y hambrienta fiera, con
el hocico hundido en la garganta de Rucastle, que se
retorcía en el suelo dando alaridos. Corrí hacia ella y
le volé los sesos. Se desplomó con sus blancos y
afilados dientes aún clavados en la papada del
hombre. Nos costó mucho trabajo separarlos.
Llevamos a Rucastle, vivo, pero horriblemente
mutilado, a la casa, y lo tendimos sobre el sofá del
cuarto de estar. Tras enviar a Toller, que se había
despejado de golpe, a que informara a su esposa de
lo sucedido, hice lo que pude por aliviar su dolor. Nos
encontrábamos todos reunidos en torno al herido
cuando se abrió la puerta y entró en la habitación
una mujer alta y demacrada.

—¡Señora Toller! —exclamó la señorita Hunter.

—Sí, señorita. El señor Rucastle me sacó de la


bodega cuando volvió, antes de subir por ustedes.
¡Ah, señorita! Es una pena que no me informara
usted de sus planes, porque yo podía haberle dicho
que se molestaba en vano.

—¿Ah, sí? —dijo Holmes, mirándola intensamente—.


Está claro que la señora Toller sabe más del asunto
que ninguno de nosotros.

—Sí, señor. Sé bastante y estoy dispuesta a contar


lo que sé.

—Entonces, haga el favor de sentarse y oigámoslo,


porque hay varios detalles en los que debo confesar
que aún estoy a oscuras.
Apenas había acabado de pronunciar estas Apenas habíamos llegado al vestíbulo cuando
palabras cuando apareció un hombre en la oímos el ladrido de un perro y a continuación un
puerta de la habitación, un hombre muy gordo y grito de agonía, junto con un gruñido horrible
corpulento con un grueso bastón en la mano. Al que causaba espanto escuchar. Un hombre de
verlo, la señorita Hunter soltó un grito y se edad avanzada, con el rostro colorado y las
encogió contra la pared, pero Sherlock Holmes piernas temblorosas, llegó tambaleándose por
dio un salto adelante y le hizo frente. una puerta lateral.

—¿Dónde está su hija, canalla? —dijo. —¡Dios mío! —exclamó—. ¡Alguien ha soltado al
perro, y lleva dos días sin comer! ¡Deprisa,
El gordo miró en torno suyo y después hacia la deprisa, o será demasiado tarde!
claraboya abierta.
Holmes y yo nos abalanzamos fuera y doblamos
—¡Soy yo quien hace las preguntas! —chilló—. la esquina de la casa, con Toller siguiéndonos
¡Ladrones! ¡Espías y ladrones! ¡Pero os he los pasos. Allí estaba la enorme y hambrienta
cogido! ¡Os tengo en mi poder! ¡Ya os daré yo! fiera, con el hocico hundido en la garganta de
—dio media vuelta y corrió escaleras abajo, tan Rucastle, que se retorcía en el suelo dando
deprisa como pudo. alaridos. Corrí hacia ella y le volé los sesos. Se
desplomó con sus blancos y afilados dientes aún
—¡Ha ido por el perro! —gritó la señorita Hunter. clavados en la papada del hombre. Nos costó
mucho trabajo separarlos. Llevamos a Rucastle,
—Tengo mi revólver —dije yo. vivo, pero horriblemente mutilado, a la casa, y lo
tendimos sobre el sofá del cuarto de estar. Tras
—Más vale que cerremos la puerta principal — enviar a Toller, que se había despejado de golpe,
gritó Holmes, y todos bajamos corriendo las a que informara a su esposa de lo sucedido, hice

escaleras. lo que pude por aliviar su dolor. Nos


encontrábamos todos reunidos en torno al herido
cuando se abrió la puerta y entró en la
habitación una mujer alta y demacrada.
Subimos la escalera,
abrimos la puerta,
recorrimos un pasillo y nos
encontramos ante la
puerta atrancada que la
señorita Hunter había
descrito. Holmes cortó la
cuerda y retiró el barrote. A
continuación, probó varias
llaves en la cerradura, pero
no consiguió abrirla. Del
interior no llegaba ningún
sonido, y la expresión de
Holmes se ensombreció
ante aquel silencio.

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utipond Somnam
Era una puerta vieja y destartalada que cedió a nuestro primer
intento. Nos precipitamos juntos en la habitación y la encontramos
desierta. No había más muebles que un camastro, una mesita y un
cesto de ropa blanca. La claraboya del techo estaba abierta, y la
prisionera había desaparecido.

—Aquí se ha cometido alguna infamia —dijo Holmes—. Nuestro


amigo adivinó las intenciones de la señorita Hunter y se ha llevado
a su víctima a otra parte.
Por fin se recuperó, aunque quedó reducida a —Desde luego, le debemos disculpas, señora
una sombra de lo que era y con su precioso Toller —dijo Holmes—. Nos ha aclarado sin lugar
cabello cortado. Pero aquello no supuso ningún a dudas todo lo que nos tenía desconcertados.
cambio para su joven galán, que se mantuvo tan Aquí llegan el médico y la señora Rucastle.
fiel como pueda serlo un hombre. Creo, Watson, que lo mejor será que
acompañemos a la señorita Hunter de regreso a
—Ah —dijo Holmes—. Creo que lo que ha tenido Winchester, ya que me parece que nuestro locus
usted la amabilidad de contarnos aclara bastante standi es bastante discutible en estos
el asunto, y que puedo deducir lo que falta. momentos.
Supongo que entonces el señor Rucastle
recurrió al encierro. Y así quedó resuelto el misterio de la siniestra
casa con las hayas cobrizas frente a la puerta. El
—Sí, señor. señor Rucastle sobrevivió, pero quedó
destrozado para siempre, y sólo se mantiene
—Y se trajo de Londres a la señorita Hunter para vivo gracias a los cuidados de su devota esposa.
librarse de la desagradable insistencia del señor Siguen viviendo con sus viejos criados, que
Fowler. probablemente saben tanto sobre el pasado de
Rucastle que a éste le resulta difícil despedirlos.
—Así es, señor. El señor Fowler y la señorita Rucastle se
casaron en Southampton con una licencia

—Pero el señor Fowler, perseverante como todo especial al día siguiente de su fuga, y en la
buen marino, puso sitio a la casa, habló con actualidad él ocupa un cargo oficial en la isla

usted y, mediante ciertos argumentos, Mauricio. En cuanto a la señorita Violet Hunter,

monetarios o de otro tipo, consiguió convencerla mi amigo Holmes, con gran desilusión por mi

de que sus intereses coincidían con los de parte, no manifestó más interés por ella en

usted. cuanto la joven dejó de constituir el centro de


uno de sus problemas. En la actualidad dirige
una escuela privada en Walsall, donde creo que
—El señor Fowler es un caballero muy galante y
ha obtenido un considerable éxito.
generoso

—dijo la señora Toller tranquilamente

—Y de este modo, se las arregló para que a su


marido no le faltara bebida y para que hubiera
una escalera preparada en el momento en que
sus señores se ausentaran.

—Ha acertado; ocurrió tal y como usted lo dice..

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