Presentacion-Sinodo Victor

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III.

EN LA ESCUCHA DE LAS ESCRITURAS

 La Iglesia que Jesús quiso.


 El Espíritu ilumina las profundidades siempre nuevas de la Revelación .
 Tres actores: Jesús, la multitud, los apóstoles.
 Jesús se revela a lo largo de todo el Evangelio, anunciando la llegada del Reino
de Dios en su persona. Los actores que aparecen son esencialmente tres.
 Y ninguno de los tres puede desaparecer de la escena.
 Hay otro actor que se agrega: es el antagonista, que introduce en la escena la
separación diabólica de los otros tres.
 Para eludirlo es necesaria una conversión continua.
 Una doble dinámica de conversión: Pedro y Cornelio.
El Espíritu de Dios, que ilumina y vivifica este “caminar
juntos” de las Iglesias, es el mismo que actúa en la misión
de Jesús, prometido a los Apóstoles y a las generaciones de
los discípulos que escuchan la Palabra de Dios y la ponen
en práctica.
El Espíritu, según la promesa del Señor, no se limita a
confirmar la continuidad del Evangelio de Jesús, sino que
ilumina las profundidades siempre nuevas de su
Revelación e inspira las decisiones necesarias para
sostener el camino de la Iglesia (cf. Jn 14 ,25-26; 15,26-27;
16,12-15).
Por eso es oportuno que nuestro camino de construcción
de una Iglesia sinodal se inspire en dos “imágenes” de la
Escritura:
Una emerge en la representación de la “escena
comunitaria”, que acompaña constantemente
el camino de la evangelización,

La otra se refiere a la experiencia del Espíritu


en la cual Pedro y la comunidad primitiva
reconocen el riesgo de poner límites
injustificados a la coparticipación de la fe.
La experiencia sinodal del caminar juntos,
siguiendo las huellas del Señor y en la
obediencia al Espíritu, podrá recibir una
inspiración decisiva de la meditación de estos
dos momentos de la Revelación.
Jesús, la multitud, los apóstoles
En su estructura fundamental, una escena originaria
aparece como una constante del modo en que Jesús
se revela a lo largo de todo el Evangelio, anunciando
la llegada del Reino de Dios.
Los actores en juego son esencialmente tres (más
uno). El primero, naturalmente, es Jesús, el
protagonista absoluto que toma la iniciativa,
sembrando las palabras y los signos de la llegada del
Reino sin hacer «acepción de personas»
(cf. Hch 10 ,34).
De diversas maneras, Jesús se dirige con especial atención
a los que están “separados” de Dios y a los “abandonados”
por la comunidad (los pecadores y los pobres, en el lenguaje
evangélico).
Con sus palabras y sus acciones ofrece la liberación del mal
y la conversión a la esperanza, en nombre de Dios Padre y
con la fuerza del Espíritu Santo.
No obstante la diversidad de los llamados y de las
respuestas de acogida al Señor, la característica común es
que la fe emerge siempre como valoración de la persona: su
súplica es escuchada, a su dificultad se da ayuda, su
disponibilidad es apreciada, su dignidad es confirmada por
la mirada de Dios y restituida al reconocimiento de la
comunidad.
La acción evangelizadora y el mensaje de salvación, en
efecto, no serían comprensibles sin la constante apertura
de Jesús al interlocutor más amplio posible, que los
Evangelios indican como la multitud, es decir el conjunto
de personas que lo siguen a lo largo del camino, y a
veces incluso van detrás de Él en la esperanza de un
signo y de una palabra de salvación: he aquí el segundo
actor de la escena de la Revelación.
El anuncio evangélico no se dirige sólo a pocos
iluminados o elegidos. El interlocutor de Jesús es “el
pueblo” de la vida común, uno “cualquiera” de la
condición humana, que Él pone directamente en
contacto con el don de Dios y la llamada a la salvación.
De un modo que sorprende y a veces escandaliza a los
testigos, Jesús acepta como interlocutores a todos
aquellos que forman parte de la multitud: escucha las
apasionadas quejas de la mujer cananea (cf. Mt 15 ,21-
28), que no puede aceptar ser excluida de la bendición
que Él trae consigo; dialoga con la Samaritana (cf. Jn 4 ,
1-42), no obstante su condición de mujer comprometida
social y religiosamente; pide el acto de fe libre y
agradecido del ciego de nacimiento (cf. Jn 9) , que la
religión oficial había excluido del perímetro de la gracia.
Algunos siguen más explícitamente a
Jesús, experimentando la fidelidad del
discipulado, mientras a otros se les invita a
volver a su vida ordinaria: todos, sin
embargo, dan testimonio de la fuerza de la
fe que los ha salvado (cf. Mt 15,28).
Entre los que siguen a Jesús destaca la figura de los
apóstoles que Él mismo llama desde el comienzo,
destinándolos a la cualificada mediación en la relación
de la multitud con la Revelación y con la llegada del
Reino de Dios.
El ingreso en la escena de este tercer actor no tiene
lugar gracias a una curación o a una conversión, sino
que coincide con la llamada de Jesús.
La elección de los apóstoles no es el privilegio de una
posición exclusiva de poder y de separación, sino la
gracia de un ministerio inclusivo de bendición y de
comunión.
Gracias al don del Espíritu del Señor resucitado, ellos
deben custodiar el lugar que ocupa Jesús, sin
sustituirlo: no para poner filtros a su presencia, sino
para que sea más fácil encontrarlo.
Jesús, la multitud en su variedad, los apóstoles: he aquí
la imagen y el misterio que ha de ser contemplado y
profundizado continuamente para que la Iglesia llegue a
ser siempre más aquello que es.
Ninguno de los tres actores puede salir de la escena. Si
falta Jesús y en su lugar se ubica otro, la Iglesia se
transforma en un contrato entre los apóstoles y la
multitud, cuyo diálogo terminará por seguir los
intereses del juego político.
Sin los apóstoles, autorizados por Jesús e instruidos por
el Espíritu, el vínculo con la verdad evangélica se
interrumpe y la multitud queda expuesta a un mito o a
una ideología sobre Jesús, ya sea que lo acepte o que lo
rechace.
Sin la multitud, la relación de los apóstoles con Jesús se
corrompe en una forma sectaria y autorreferencial de la
religión y la evangelización pierde entonces su luz, que
proviene solo de Dios, el cual se revela directamente a
cada uno, ofreciéndole su salvación.
Además existe otro actor “que se agrega”, el antagonista,
que introduce en la escena la separación diabólica de los
otros tres.
Ante la desconcertante perspectiva de la cruz, hay
discípulos que se alejan y gente que cambia de humor.
La insidia que divide – y por lo tanto contrasta un camino
común – se manifiesta indiferentemente en las formas del
rigorismo religioso, de la intimación moral que se presenta
más exigente que la de Jesús, y de la seducción de una
sabiduría política mundana que pretende ser más eficaz
que el discernimiento de espíritus.
Para eludir los engaños del “cuarto actor” es necesaria una
conversión continua. A este respecto resulta emblemático
el episodio del centurión Cornelio (cf. Hch 10) , antecedente
de aquel “concilio” de Jerusalén (cf. Hch 15) , que
constituye una referencia crucial para una Iglesia sinodal.
Una doble dinámica de conversión: Pedro y Cornelio
(Hch 10)
El episodio narra ante todo la conversión de Cornelio,
que recibe verdaderamente una suerte de anunciación.
Cornelio es un pagano, presumiblemente un romano,
centurión (oficial de bajo grado) del ejército de
ocupación, que ejerce una actividad basada en la
violencia y la prepotencia.
Sin embargo, se dedica a la oración y a la limosna, es
decir, cultiva su relación con Dios y se preocupa por el
prójimo.
Precisamente el ángel entra sorprendentemente en su
casa, lo llama por su nombre y lo exhorta a enviar – ¡el
verbo de la misión! – a sus siervos a Haifa para llamar –
¡el verbo de la vocación! – a Pedro.
El texto se refiere, entonces, a la narración de la
conversión de este último, que ese mismo día ha recibido
la visión en la cual una voz le ordena matar y comer de
los animales, algunos de los cuales son impuros.
Su respuesta es decidida: «De ninguna manera, Señor»
(Hch 10 ,14).
Precisamente el ángel entra sorprendentemente en su
casa, lo llama por su nombre y lo exhorta a enviar – ¡el
verbo de la misión! – a sus siervos a Haifa para llamar –
¡el verbo de la vocación! – a Pedro.
El texto se refiere, entonces, a la narración de la
conversión de este último, que ese mismo día ha recibido
la visión en la cual una voz le ordena matar y comer de
los animales, algunos de los cuales son impuros.
Su respuesta es decidida: «De ninguna manera, Señor»
(Hch 10 ,14).
A ellos Pedro responde con palabras que evocan las de
Jesús en el huerto: «Yo soy el que buscan» (Hch 10 ,21).
Es una verdadera y profunda conversión, un paso
doloroso e inmensamente fecundo de abandono de las
propias categorías culturales y religiosas: Pedro acepta
comer junto con los paganos el alimento que siempre
había considerado prohibido, reconociéndolo como
instrumento de vida y de comunión con Dios y con los
otros.
Es en el encuentro con las personas, acogiéndolas,
caminando junto a ellas y entrando en sus casas, como
él descubre el significado de su visión: ningún ser
humano es indigno a los ojos de Dios y la diferencia
instituida por la elección no es preferencia exclusiva,
sino servicio y testimonio de dimensión universal.
Tanto Cornelio como Pedro implican a otros en sus
caminos de conversión, haciendo de ellos compañeros
de camino.
La acción apostólica realiza la voluntad de Dios
creando comunidad, derribando muros y promoviendo
el encuentro.
La palabra asume un rol central en el encuentro entre
los dos protagonistas. Cornelio comienza por compartir
la experiencia que ha vivido.
Pedro lo escucha y a continuación toma la palabra,
comunicando a su vez lo que le ha sucedido y dando
testimonio de la cercanía del Señor, que va al encuentro
de cada persona para liberarla de aquello que la tiene
prisionera del mal y la mortifica en su humanidad (cf.
Hch 10 ,38).
Este modo de comunicar es similar al que Pedro
adoptará cuando, en Jerusalén, los fieles circuncidados
le reprocharán y le acusarán de haber violado las
normas tradicionales, sobre las que ellos parecen
concentrar toda su atención, desatendiendo la efusión
del Espíritu: «Has entrado en casa de incircuncisos y has
comido con ellos» (Hch 11 ,3).
En ese momento de conflicto, Pedro cuenta lo que le ha
sucedido y sus reacciones de desconcierto,
incomprensión y resistencia.
Justamente esto ayudará a sus interlocutores,
inicialmente agresivos y refractarios, a escuchar y acoger
aquello que ha ocurrido.
La Escritura contribuirá a interpretar el
sentido, como después sucederá también
en el “concilio” de Jerusalén, en un
proceso de discernimiento que es una
escucha en común del Espíritu.
PLENARIO
1. ¿Cuál es el objetivo del Sínodo de 2023?

2. Jesús se revela a lo largo de todo el Evangelio, anunciando la


llegada del Reino de Dios en su persona. Los actores que
aparecen son esencialmente tres.

3. Hay otro actor que se agrega: es el antagonista, que introduce


en la escena la separación diabólica de los otros tres.
¿ Qué es necesario para eludirlo ?
Al convocar esta reunión del Sínodo, el papa Francisco quiere que toda la Iglesia
reflexione sobre la sinodalidad, un tema que él considera que es decisivo para la
vida y la misión de la Iglesia.

Cuando se conmemoraron los 50 años de la institución del Sínodo de los Obispos,


se celebró un acto en Roma. El papa Francisco pronunció un discurso donde
señaló: “El camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del
tercer milenio. Lo que el Señor nos pide, en cierto sentido, ya está todo contenido
en la palabra ‘Sínodo’. Caminar juntos –laicos, pastores, Obispo de Roma– es un
concepto fácil de expresar con palabras, pero no es tan fácil ponerlo en práctica”.
Oración para el Sínodo:

Estamos ante ti, Espíritu Santo, para que no dejemos que nuestras
reunidos en tu nombre. acciones se guíen
Tú que eres nuestro verdadero consejero: por prejuicios y falsas consideraciones.
ven a nosotros, apóyanos,
entra en nuestros corazones. Condúcenos a la unidad en ti,
para que no nos desviemos del camino de
Enséñanos el camino, la verdad y la justicia,
muéstranos cómo alcanzar la meta. sino que en nuestro peregrinaje terrenal
Impide que perdamos el rumbo nos esforcemos por alcanzar la vida
como personas débiles y pecadoras. eterna.

No permitas que la ignorancia nos lleve


por falsos caminos.
Oración para el Sínodo:

Esto te lo pedimos a ti,


que obras en todo tiempo y lugar,
en comunión con el Padre y el Hijo
por los siglos de los siglos.
Amén.
Todos convocados

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