Introducción A La Materia Revelación y Fe 27-01-2020

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REVELACION Y FE

CENTRO DIOCESANO DE FORMACION TEOLOGICO


PASTORAL SAN JUSTINO.
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FE, ENCUENTRO CON DIOS, 2

Se distinguen dos formas de conocer: el


ver y el creer.

Cuando vemos algo, llegamos directamente


a una verdad, por demostración, intuición o
experimentación. Se habla entonces de evi-
dencia intrínseca.

Creer, en cambio, significa un conocimiento


al que llego indirectamente, por evidencia
extrínseca. Sólo se puede creer lo que no se
ve.

El que cree llega a conocer aquello que cree, no porque sea experi-
mentable o demostrable para él, sino porque lo es para otro de
quien se fía.
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Cuando creo, me apoyo en otro para llegar


a una verdad: 1) el testigo, aquel de quien
me fío, debe ser fidedigno; 2) exijo también
la credibilidad del mensaje (debe no contra-
decir los conocimientos seguros que ya he
alcanzado).

En sentido estricto, creer es mucho más que opinar o suponer: es


estar completamente convencido de la verdad que no se ve. La fe
es conocer con certeza lo que no se ve (ejemplos en la vida ordi-
naria).
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Cuando uno está dispuesto a creer a otro no sólo en una situación


determinada, sino siempre, sin ningunas limitaciones y condicio-
nes de ningún tipo, entonces se cree en alguien.

No se puede creer en ningún ser creado:


ninguno está hasta tal punto por encima
de otro que pueda constituirse en autori-
dad de valor absoluto.

Sólo podemos creer en Dios. En un


sentido menos radical, con las reservas
propias de cada caso, podemos creer
a personas y tenerles tanta confianza
que estemos seguros de la verdad de
su testimonio.
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Después de esta
También en el ámbito
vida, veremos
sobrenatural hay un
a Dios cara a
ver y un creer.
cara.

Mientras estemos en la tierra, sólo podemos creer en Él. Le cono-


cemos mediante el testimonio de otro. II-II, q. 4, a. 8, ad 2: “En
iguales condiciones, ver es más que oír. Pero si aquel por el cual se
sabe algo está muy por encima de lo que uno es capaz de ver por
sí solo, en este caso oír es más que ver”.

La fe divina hace participar en el conocimiento propio y exclusivo


de Dios: nos pone en contacto con el saber de Dios.
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El conocimiento más pequeño en el plano sobrenatural trasciende


a los conocimientos más altos que podamos alcanzar en el plano
natural. Un chispazo de la fe cristiana es mucho más perfecto que
todo el saber humano.

Un pobre hombre que no sabe ni leer ni escribir, pero que cree en


Dios, tiene una sabiduría más completa que un catedrático ateo.

Sabe que hay un Creador del mundo, que


Dios es Uno y Trino y que somos llama-
dos a vivir eternamente felices con Él en
el cielo.
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En el caso de la fe sobrenatural, el testigo que


nos trae el mensaje es Jesucristo mismo: es el
único que “ha visto” a Dios. La certeza de la
fe sobrenatural se funda sobre la autoridad de
Dios mismo. Pero esta autoridad es, a su vez,
objeto de fe.

Jesucristo es un testigo verdaderamente excepcional y único:


no se trata sólo de un testigo. Se trata de creer que este testigo
realmente es Dios. Para poder creer lo que me dice, tengo que
creer primero en Él.

El acto de fe, aunque razonable, en última instancia, es un “ren-


dirse” de la razón: es radical. Llega hasta lo más profundo del
hombre y exige todas sus fuerzas.
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En el caso de la fe cristiana, el papel de la vo-


luntad es esencial. Por razonable que sea la
Buena Nueva de Jesucristo, no hay nada que
me obligue a creerla. Como la inteligencia no
llega nunca a la evidencia intrínseca frente a
la cual no podría resistirse, la voluntad debe
tomar una auténtica decisión. La fe no puede
ser sino fruto de nuestra libertad.

Nuestra libertad no sólo se expresa en la decisión. El decidir es un


acto secundario de la voluntad. Su acto principal es el amor. El
querer creer debe entenderse en el sentido de amar. Creo porque
amo. Creemos a Cristo porque le amamos. La fe es, en cierto modo,
una declaración de amor a Dios.
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La fe es, en definitiva, correspondencia al amor, un encuentro


entre Dios y el hombre.

La fe sobrenatural es un saber personal: yo sé que Dios es Padre


porque lo dice Cristo. Esta dimensión personal hace que el acto de
fe sea siempre misterioso. No podemos comprender las razones
de ninguna persona, ni las nuestras propias, ni las de los demás.

Creo porque quiero, y quiero porque


amo. Pero ¿por qué amo?, ¿por qué
hay personas que creen y otras que
quieren creer, pero no pueden?
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II-II, q. 6, a. 1, ad 3: “El acto de creer, ciertamente, depende de la


voluntad de quien cree; pero es necesario que la gracia de Dios
prepare la voluntad del hombre para que sea elevada a las cosas que
están sobre su naturaleza”.

La fe no viene de nosotros, es don de Dios.


Mt 11, 25: “Yo te bendigo, Padre, Señor del
cielo y de la tierra, porque has ocultado estas
cosas a sabios y prudentes, y se las has revela-
do a los pequeños” = Revelación interior, no
exterior (a todos): es la aceptación de las pala-
bras de Cristo que es un don de Dios que reci-
ben los que están dispuestos a acogerlo.
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Jn 6, 44: “Nadie puede venir a mí si el Padre no le


atrae”. Las insinuaciones divinas se producen en
a lo más íntimo del ser humano para suscitar una
respuesta generosa.

Se trata de una iluminación interior, mediante la


cual el conocimiento humano se pone en condicio-
b nes de percibir algo que no puede alcanzar en vir-
tud de su propia fuerza.

En cuanto se “enciende” esta luz, el hombre recibe


la gracia de la fe. Alcanza una certeza de la verdad
c de la Revelación mayor que las certezas humanas.
1 Jn 5, 9: “Si aceptamos el testimonio de los hom-
bres, mayor es el testimonio de Dios”.
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Según San Agustín, el acto de fe consta de tres elementos:


1. Asentimiento del entendimiento: creo que Dios existe y se ha
revelado a nosotros.
2. Asentimiento de la voluntad: creo a Dios, me fío de Él.
3. Ayuda divina que hace posible el abandono completo: creo
en Dios.
En Cristo, Dios sale al encuentro de los hombres
y en Él tienen los hombres acceso a Dios. Por
esto, Cristo es el centro de la fe cristiana, el
núcleo que irradia su luz en todas las direcciones
y señala su lugar a las demás verdades reveladas.

Jesús es el Mesías enviado por Dios: “Bajo el


cielo no se nos ha dado otro nombre que pueda
salvarnos” (Hch 4, 12).
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La fe es encuentro, comunicación y amistad con Dios en Cristo.


Mediante ella, el hombre es introducido en la intimidad divina.
Entonces vivimos la vida de un hijo de Dios: “sois hijos de Dios
por la fe en Cristo Jesús” (Ga 3, 26).

En el origen de la fe se hallan presentes la de-


cisión del hombre y el don gratuito de Dios.

La iniciativa de nuestra salvación siempre está


en Dios. Es Él quien ama primero; es Él quien
busca al hombre, mucho antes de que el hom-
bre le busque a Él.

Dios invita, no obliga: quiere que el hombre


responda con plena libertad. Pero nuestra
correspondencia a la gracia ya es gracia.
GRACIAS POR SU ATENCION.

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