Oracion Del Corazon
Oracion Del Corazon
Oracion Del Corazon
Muchos siglos nos separan, o nos unen, a la oración del corazón, la oración
de la invocación de Jesús que se remonta a los orígenes del monacato
oriental y que fue canalizada en Athos hacia el siglo XIII. La sencilla oración
del ciego Bartimeo y del publicano del Evangelio. La oración que pone amor
en las manos.
Un corazón escondido
1
J.M. COETZEE, Hombre lento, Mondadori, 2005, p. 257
1
La oración de Jesús da ritmo a toda la vida espiritual del oriente cristiano,
¿dónde tiene su origen? En la Biblia encontramos su humus, su tierra
primera. Y en esta tierra hay dos encuentros muy significativos en el
Evangelio. Son dos personas que invocan el nombre de Jesús, que piden su
compasión. Una de ellas porque no puede ver, la otra porque no puede
actuar el amor.
2
JEAN LAFRANCE, La oración del corazón, Narcea 1980, p.33
2
Los orígenes de esta oración hemos de buscarlos en el monacato oriental,
en la corriente que practicaba la custodia del corazón, la oración continua y
el sentimiento del penthos (compunción, arrepentimiento)3. Si tiramos del
hilo que nos muestran las Iglesias de Oriente y de modo particular la Iglesia
ortodoxa rusa del XIV, cuando San Sergio introdujo este modo de orar, nos
remontamos hacia las tradiciones de los padres griegos de la Edad Media
bizantina: Gregorio Palamás, Simeón el nuevo teólogo, Máximo el Confesor,
Diádoco de Foticea, sin olvidar a los padres del desierto de los primeros
siglos Macario y Evagrio, que encuentran su fuente en los mismos
apóstoles, en la invitación a orar sin cesar.
Será en los autores rusos donde esta práctica de la oración del corazón
cristalice y asuma su tonalidad original, sobre todo con la conocida obra
“Los relatos de un Peregrino ruso” (finales del XIX). El peregrino busca a la
persona que pueda decirle una palabra de vida. Encuentra a muchos que le
lanzan hermosos discursos sobre la oración, pero no a alguien que pueda
mostrarle el camino hasta el día que encuentra a un anciano. Uno de esos
staretz4, un hombre que irradia oración con todo su ser y que le enseña a
través de la práctica de la oración de Jesús, a vivir alerta a esa Presencia
mayor que alienta cada momento y es luz de todas las cosas.
La oración de Jesús está ligada a una corriente de la vida espiritual que los
cristianos bizantinos y eslavos consideran como el corazón de la ortodoxia:
el Hesycasmo. El término hesyquia , en el griego profano indica el estado de
calma, la desaparición de las causas exteriores de turbación, o la ausencia
de agitación interior. Es también soledad buscada. En la tradición espiritual
evoca quietud, silencio interior, paz del corazón.
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Vamos a adentrarnos en las posibilidades de esta oración para nosotros hoy,
no como monjes de siglos anteriores que en la soledad de los monasterios
recibían el mundo e intercedían por él desde lo profundo (separados de
todos y unidos a todos), sino como habitantes de la tierra del siglo XXI, que
navegamos asiduamente por internet y que en unas horas podemos
encontrarnos al otro lado del mundo. Las formas han cambiado
impresionantemente pero el anhelo es el mismo, o aún mayor...Estamos
abiertos a muchos más rostros; y necesitamos suplicar, como aquellos
ciegos del relato de Mateo: “Señor, que se nos abran los ojos” (Mt 20, 33).
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armonía interior y su unidad” 10. Reconciliándose con la vida como por
primera vez.
La práctica de esta oración nos descubre que tenemos mucho más tiempo
para orar del que imaginamos: al andar por la calle, al tomar el metro o el
autobús, al realizar cualquier trabajo manual, al esperar en una cola, al
velar el sueño de un niño, al acompañar a un enfermo...Podemos perforar
cada instante, cada rostro, con el recuerdo del Nombre y del amor ofrecido,
para poder acogerlo nuevo en el cuarto secreto del corazón.
Las dos grandes palabras del oriente cristiano son nepsis, alerta, y
katanixis, ternura. La atención a la respiración hace de nosotros seres
vigilantes y receptivos. A través de la respiración, el nombre de Jesús se
filtra en el corazón como un bálsamo, un perfume de misericordia, una luz
suave que despierta la ternura esencial guardada en nosotros.
Dice Olivier Clement que “nos hemos convertido en una civilización donde
ya no se llora y por eso se grita tanto. Se grita en la calle y en el arte. Se
grita ciegamente. Los jóvenes gritan como si quisieran liberar en ellos el
gemido del Espíritu y no saben cómo hacerlo”.11 Tenemos obturada nuestra
Fuente interior.
10
Ibid. p. 16
11
O. CLEMENT, o.c. p. 109
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Pero nos cuesta permanecer quietos en medio de la agitación; por eso con
frecuencia nos estamos moviendo y también reaccionando ante lo que
vivimos. En nuestras relaciones, en nuestras tareas, intentamos cambiar el
curso de las cosas, a veces con movimientos precipitados, poco discernidos.
La oración del corazón nos llama a la hesyquia, a la quietud interior, al
abandono; a no movernos como primer movimiento para poder dejar que la
vida nos mueva en la dirección adecuada. Como expresa un dicho zen:
“Cuando llega le damos la bienvenida, cuando se va no corremos tras él”.
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agradecer lo que viene y tal como viene? ¿Cómo volver a entregarlo
después de su paso en nosotros sin quedarnos con nada?
A través de repetir la oración del corazón, ésta baja a lo profundo del ser y
el nombre de Jesús libera la dynamis, la potencia, la energía del Espíritu
aprisionado y contenido en nosotros. Los padres y madres describen esta
experiencia como un fuego, un calor interior, una luz nueva, una dulzura
que quema y que inflama nuestro cuerpo con la gratitud.
Sólo cuando somos capaces de agradecer la realidad, sea la que sea , ella
nos muestra su secreto y nos regala su bondad. Nos resucita. No se puede
estar agradecido y descontento a la vez. Es la gratitud la que embellece al
mundo. Etty Hillesum exclamaba, en medio de los horrores de un campo de
concentración: “Te doy las gracias, Dios mío, por hacerme la vida tan
hermosa en cualquier lugar en que me encuentre”.12
12
EVELYNE FRANK, Con Etty Hillesum en busca de la felicidad, Sal Terrae 2006, p. 61
13
MAXIME EGGER, 15 días con Silvano del Monte Athos, Ciudad Nueva 2005, p. 80
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“Desde entonces no he hecho sufrir a ninguna criatura...El Espíritu de Dios
enseña al alma a amar todo lo que vive”. 14
Una mujer muy sencilla que vive sola, me contaba: “Conocí a una mujer
africana inmigrante que venía a Cáritas a la parroquia. Por entonces yo
había perdido a mi hermano con el que vivía, y ella lo estaba pasando muy
mal, no nos entendíamos por la lengua, pero allí estábamos las dos...y un
día lloramos juntas. Al tiempo ella me dijo, cuando pudo buscar a alguien
que le tradujera: “me han dado mucho desde que llegué a Canarias, pero
eres la primera persona que ha llorado conmigo”.
De amor desbordados
Volvamos a la historia con la que iniciamos este pequeño recorrido. En otra
de las conversaciones que tienen Paul y Elizabet acerca de Marijana, la
cuidadora croata, ella le dice:
“Está usted cautivado por algo ¿verdad? Hay una cualidad en ella que
lo atrae. Tal como yo lo veo esa cualidad es su plenitud, la plenitud de
la fruta en su espléndida madurez. Déjeme que le diga porque
Marijana produce esa impresión...Está plena porque es amada, tan
amada como se puede ser amada en este mundo...La razón de que
los niños también causen esa impresión en usted, el muchacho y la
pequeña, es que han crecido inundados de amor. Están a gusto en el
mundo, para ellos es un buen lugar.” 18
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sensación de desbordamiento, como cuando rebosa un cauce y no hay
esfuerzo en sacar el agua, la misma corriente la va entregando; como
tampoco hay esfuerzo en entregar el fruto cuando todo el árbol lo ha ido
madurando en el silencio, en la sencillez. ¡Mirad los lirios del campo!, dice
Jesús. ¡Mirad la Vida desbordando en ellos!
“Caminar, respirar, trabajar... mirar las cosas más humildes, sin olvidarnos
del rostro del hermano, da un sentimiento de plenitud, una capacidad de
hacerse presente a cada instante que pasa...”19 Cuando el ser humano
experimenta esta plenitud, en la medida en que la oración se filtra en toda
su vida y la va conduciendo de la opacidad a la transparencia, los
espirituales de Oriente hablan de pleroforia, de la alegría de existir; del
gusto tremendo de estar vivos y de lo hermosa y radiante que la vida se
muestra, aun en medio de todo su dolor.
Nicolás Cabasilas dice a aquellos que viven en el fragor del mundo y que no
pueden practicar técnicas complicadas: “mientras camináis por la calle
como autómatas o hacéis cualquier cosa, no se os pide que améis a Dios
primero, sino que recordéis que él os ama con un amor loco.”20
19
Citado en: J. LAFRANCE, o.c. p. 56
20
Ibid. p. 25