El Espiritu Santo_ Revelacion y - Reinhard Bonnke

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El Espíritu Santo: Revelación y revolución por Reinhard Bonnke con

George Canty. Todos los derechos reservados ©2010 por Asociación Editorial
Buena Semilla bajo el sello de Editorial Desafío.
Originalmente publicado en inglés con el título “Holy Spirit: Revelation and
Revolution” por Reinhard Bonnke. Todos los derechos reservados © por E-R
Productions LLC 2007 ISBN 978-1-933106-62-5
Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida o transmitida en
ninguna forma por ningún medio electrónico o mecánico (incluyendo
fotocopias) almacenado grabación sin permiso escrito por la casa editora.
Para más información del ministerio mundial de Reinhard Bonnke o Cristo
para Todas las Naciones, favor de contactar a E-R Productions América
Latina, www.e-r-productions.com
Las citas bíblicas fueron tomadas de la versión Reina Valera Revisada — RVR
revisión de 1960, de las Sociedades Bíblicas Unidas.
Las citas marcadas con la sigla KJV, o NKJV son traducción de la King James
Version, o New King James Version.
Las citas marcadas con la sigla NVI son tomadas de la Nueva Versión
Internacional de la Sociedad Bíblica Internacional, 1999.
Traducido del Inglés por Rogelio Díaz-Díaz Edición por Miguel Peñaloza
Diseño portada: Claudia Ysabel Lopéz
Conversión digital Ebook: tribucreativos.com
Editado y distribuido por Editorial Desafío Cra. 28A No. 64a-34, Bogotá,
Colombia Email:
www.editorialdesafio.com
Categoría: Espíritu Santo/Vida Cristiana
Producto: 607014
ISBN: 978-958-737-045-4
Este libro describe la manera en que la
tercera Persona de la Trinídad, el Eterno
Espíritu de Dios, ha venido a su propio
siglo, y cómo llegamos a conocer su
identidad y su obra.
Contenido

Credo
Prefacio

1. ¿Quién es el Espíritu Santo?


2. El Espíritu Santo y su obra inconfundible
3. La gracia maravillosa y el Espíritu Santo
4. El Bautismo en el Espíritu Santo
5. “Vendrán tiempos de renovación de parte del Señor.”
6. El Espíritu Santo: Fuego y Pasión
7. La Historia del Movimiento del Espíritu Santo
8. El Paracleto
9. El Cristo del Espíritu
10. Hablar en lenguas
11. Un Nuevo Encuentro
12. Cuando el Espíritu se Mueve
13. Practique en el Espíritu
14. ¿Desea con Vehemencia los Dones Espirituales?
15. ¿Qué son los “Dones”?
Credo

Dios está derramando su Espíritu, su poder manifiesto, el más


grande poder no científico, sobre toda la tierra.
El Espíritu es el Creador y el Sustentador de todo el universo, y
este mundo es su especial interés y responsabilidad.
Enviado por el Padre, el Espíritu Santo se imparte a sí mismo a
todos los que creen. Nadie más lo puede impartir. Él es una
persona, no un objeto o mercancía. No podemos comprar la Deidad.
El Bautismo en el Espíritu es físico y espiritual. El Espíritu “habita”
en nosotros y nos hace conscientes de su presencia permanente y
de la seguridad de su poder eterno.
El Espíritu Santo es el Espíritu de amor, principio y origen del
amor. El amor es derramado en nuestros corazones por el Espíritu
Santo, nuestro activo más grande, más poderoso aún que los
mismos milagros.
El Espíritu Santo es la realidad del Cristianismo. Sin el Espíritu la
fe cristiana es impotente e imposible. Él es la esencia, el secreto
dinámico de la fe y su fuerza activa.
El Espíritu Santo es el neuma, el viento que sopla, y está siempre
activo. No existe un viento inmóvil ni el Espíritu Santo es inmóvil. Si
afirmamos que tenemos el Espíritu Santo, seremos activos tal como
Él lo es. Sus únicos instrumentos son los creyentes.
El Espíritu hizo todas las cosas y las mantiene integradas. El no
puede cuidar del mundo sin milagros. Negar los milagros es negarle
al Creador sus derechos.
Prefacio

Hace cien años surgió una nueva etapa del Espíritu Santo. Desde
entonces un nuevo dinamismo ha animado a millones de cristianos.
Ha tomado tiempo impactar al mundo ¡Pero qué impacto! Es el
fenómeno principal de la historia.
David Martin, profesor emérito de sociología en la Escuela de
Economía de Londres, citado por la revista inglesa IDEA 1, afirma
que el movimiento del Espíritu Santo en el último siglo “es el
desarrollo más dramático del cristianismo en el siglo que recién
concluyó.” Harvey Cox, profesor de divinidades en la Universidad
Harvard lo llama “la reforma del cristianismo en el siglo veintiuno.” 2
Se afirma que se ha avanzado más en la comprensión del Espíritu
Santo —en la teología— de 1900 en adelante, que en todos los
años anteriores. Podría ser cierto. No podemos saber nada acerca
de Dios a menos que el Espíritu nos lo revele. Jesús dijo que el
Espíritu no hablaría de sí mismo sino acerca del Hijo: “El Espíritu...
os guiará a toda la verdad. ..me glorificará porque tomará de lo mío
y os lo hará saber” (Juan 16: 13 — 14)
El viraje en el interés por el Espíritu provino de una franja marginal,
de gente llena de fe pero desconocida, no de eruditos aunque tal
movimiento los ha producido. Tales personas -anónimas, llenas del
Espíritu que emergieron de la marginalidad del cristianismo- fueron
recibidas con sospecha y prevención, como era de esperarse.
Tenían sólo experiencia y para los miembros de la Iglesia la carencia
de teología equivalía a carencia de credenciales que generaran
confianza.
Ahora bien, si la Iglesia demandaba una teología del Espíritu, ¿por
qué no la proveía? ¿En dónde estaba la teología sobre la
ascensión? ¿Y las guías del Espíritu Santo en acción?
Sospechosamente parecía como si no se esperara que el
cristianismo del milagroso Espíritu Santo, y la norma y la fe original
del Nuevo Testamento se volvieran a ver. Con el Espíritu Santo en
acción, la religión del Nuevo Testamento podía llegar a ser una
experiencia común una vez más.
No obstante, ¿podía alguien imaginar cómo era el cristianismo del
primer siglo y cómo eran los 120 discípulos el día de Pentecostés?
Pues bien, millones de personas en todo el mundo hablan de su
experiencia personal como una repetición de los tiempos
apostólicos. Hoy los efectos del Espíritu Santo en el mundo entero
quizá hayan superado lo imaginado previamente por la gente;
obviamente son reales y no se pueden ignorar.
Siempre estaremos aprendiendo acerca de Dios. Ese será uno de
nuestros gozos eternos. Jesús prometió que el Espíritu nos guiaría a
toda verdad; nos guiará, no nos arrojará dentro de una masa de
verdad como un proyectil en la masa de las montañas suizas. Él dijo
que tenía cosas para comunicar a sus discípulos, para las cuales no
estaban listos o preparados todavía. El profeta Isaías dijo que Dios
tenía que enseñar a la gente “mandamiento tras mandamiento,
mandato sobre mandato, renglón tras renglón, sobre línea, poquito
allí, otro poquito allá” (Isaías 28: 10).
Hoy estamos aprendiendo más del Espíritu Santo. El grupo original
de “descubridores” brilló con una luz que se proyectó desde un
ruinoso recinto en la Calle Azusa en Los Angeles, en 1906. Tenían
poca enseñanza sobre el Espíritu Santo en sus propias iglesias y de
hecho ninguna preparación académica. De modo que tomaron sus
Biblias y se enseñaron a sí mismos. Para caminar con Dios no se
necesita formación académica. Aquellos padres bautizados con el
Espíritu nos legaron una enseñanza básica que sigue siendo
importante hoy, un siglo después. A Daniel se le dijo que “la ciencia
(el conocimiento) se aumentará” (Daniel 12 :4) y ciertamente con el
paso del tiempo, nosotros tenemos una mayor comprensión.
Las revelaciones bíblicas se filtran gradualmente hasta que llegan
a ser la enseñanza general de la Iglesia. Pueden pasar décadas,
aún siglos antes de que una verdad llegue a ser la creencia común.
Podemos verlo al mirar hacia atrás a través de los siglos de historia
de la Iglesia.
Las cosas que se dicen en este libro quizá sean nuevas para
muchos. Pero no son cuestiones triviales; son verdades bíblicas y
por lo tanto poderosas. No son tampoco las “cosas demasiado
sublimes” a las cuales se refería el Salmista en el Salmo 131: 1.
Desafortunadamente hay por ahí personas que piensan hoy que la
mayor parte de la Biblia pertenece a tal categoría. Charles Spurgeon
dijo que algunos encumbrados maestros piensan que Jesús dijo:
“Alimenta mis jirafas” y ponen el alimento de la Palabra lejos del
alcance de las criaturas normales. Estos capítulos son dieta apta
para todos, incluyendo a los “bebés en Cristo.”
El apóstol Pablo encontró que los paganos de Atenas estaban
hambrientos de novedades filosóficas, no de la verdad, y que la
institución llamada el Areópago tenía el encargo de examinarlas.
Jesús tenía ideas diferentes:
‘Todo escriba docto en el reino de los cielos es semejante a un
padre de familia, que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas
viejas” (Mateo 13: 52). Todos podemos caminar con Dios con
entendimiento aunque aprendamos con lentitud y sin cambiar de
ideas todos los días.
Las iglesias llenas del Espíritu Santo cambiaron tremendamente
en este siglo pero la Palabra de Dios es todavía el plan fundamental.
Las personas llenas del Espíritu Santo en los primeros tiempos de la
Iglesia también vivieron tiempos tormentosos, pero fue la Palabra la
que los hizo tal como fueron; la Palabra es la roca inconmovible
sobre la cual edificaron, no sobre la experiencia solamente, como se
demostrará a través de este libro.
Esa es la tarea de quienes enseñan para fortalecer los principios
cristianos y para proveer evidencia de la nueva vida producida por la
Palabra viva.
Un profesor del Seminario Fuller afirmó que este avivamiento del
Espíritu Santo “es un incremento de toda la enseñanza cristiana.” Es
el Espíritu Santo quien le da profundidad a toda doctrina importante.
El secreto revolucionario ha sido revelado: el evangelio es tanto
para el cuerpo como para el alma. Dios está tan activo en la tierra
como lo está en los cielos. Ahora sabemos quién es realmente el
Espíritu Santo. Él es el agente de la acción divina sobre la tierra.
Desde luego está siempre la periferia, los celosos pero no sabios,
los arrogantes que pretenden tener revelaciones superiores, y están
los que suponen que tener el Espíritu les garantiza que Dios tiene
que hacer lo que ellos digan. Nuevos esquemas, panaceas, ideas
ingeniosas, avivamientos y “secretos” sobre cómo llenar las iglesias
y hacer que crezcan nos llegan como producidos en masa, junto con
instrucciones particulares y directrices personales del
Todopoderoso. Pero los extremistas no son nuestros modelos.
Decenas de millones de personas hoy están llenas del Espíritu
Santo lo que crea una aguda necesidad de enseñanza. La
experiencia del Espíritu es maravillosa pero debemos crecer. Yo he
anhelado una guía actualizada y confiable de autoridad a través de
la cual los creyentes puedan ver en la misma Palabra de Dios lo que
son las normas y prácticas aceptables. Este pequeño libro es un
intento en ese sentido. Nuestras campañas y las muchas personas
en ellas involucradas han creado una urgencia de una guía así.
Publico este libro con el apoyo de eruditos cristianos bien
calificados. George Canty, un amigo inglés que también deseaba un
libro así, y se me unió en el esfuerzo. Que él y yo estuviésemos
buscando lo mismo me pareció más que simple coincidencia.
Ambos lo tomamos como la guía divina. George está
particularmente calificado pues tuvo una experiencia real con el
Espíritu como la de los Hechos de los Apóstoles en 1926. Hoy,
actuando con el mismo poder del Espíritu, continúa desempeñando
parte activa en una amplia gama de iniciativas del evangelio. Es un
teólogo bíblico con una mente clara y original.
Todos podemos caminar con Dios con entendimiento aunque
aprendamos con lentitud y sin cambiar de ideas todos los días. Las
iglesias llenas del Espíritu Santo cambiaron tremendamente en este
siglo pero la Palabra de Dios es todavía el plan fundamental. Las
personas llenas del Espíritu Santo en los primeros tiempos de la
Iglesia también vivieron tiempos tormentosos, pero fue la Palabra la
que los hizo tal como fueron; la Palabra es la roca inconmovible
sobre la cual edificaron, no sobre la experiencia solamente, como se
demostrará a través de este libro.
Testimonio
Cuando yo era niño anhelaba el bautismo en el Espíritu Santo más
que mi comida diaria. Finalmente mi padre me llevó a un lugar en
donde un destacado predicador estaba realizando reuniones.
Estando allí, sin nadie junto a mí, sentí como si todo el cielo se
hubiera metido en mi alma. Lleno de Dios me hallé hablando en
lenguas. Un instinto espiritual nació en mí, urgién- dome,
inspirándome y guiándome. No necesito orar por la presencia de
Dios ni necesito buscarlo. Sencillamente descanso en su promesa.
Nosotros somos su templo. Él está donde nosotros estamos y nunca
nos dejará ni nos abandonará. El Espíritu de Dios realiza sus
maravillas.

1 IDEA ]nljíAugust 2006from Jerusalem to Agitsa Street


2 Harvey Cox, The Reshaping of Religion in the 21st Cent my, da capo Press © 1995
El Espíritu Santo viene por lo mejor y por
lo peor de nosolros: Él es la promesa del
Padre enviada por su Hijo. y ¡Qué
maravilloso regalo!
Capítulo 1

¿Quién es el Espíritu Santo?


A través de la mayor parte de la historia de la Iglesia el Espíritu
Santo no fue más que un nombre. La respuesta inmediata a la
pregunta utilizada como título para este capítulo es que el Espíritu
Santo es Dios en acción sobre la tierra.
Durante muchos siglos la gente pensó en el Espíritu Santo como
un espíritu “fantasma”, algo así como una fragancia o una atmósfera
religiosa latente en las catedrales. La gente pensaba en la majestad
del Todopoderoso -la Tercera Persona de la Deidad- algo como un
“espíritu de catedral.” ¡Qué error tan grande!
Para hablar del Espíritu Santo primero tenemos que identificarlo.
Él es el poder de Pentecostés, es quien dio comienzo a la Iglesia
Cristiana. Podemos señalar cuándo y dónde se hizo presente. Fue
en el año 29 de la era cristiana durante la fiesta judía anual
celebrada 50 días después de la crucifixión de Cristo y que
llamamos “el día de Pentecostés.” Esa mañana el Espíritu de Dios
irrumpió en el mundo como una realidad, no como una dulce
influencia solamente sino literalmente como un huracán, y anunció
su propia llegada con el milagro de ciento veinte discípulos hablando
en lenguas desconocidas. Esta ruidosa irrupción inició la primera
congregación cristiana.
Él no vino tan sólo a hacer una demostración del poder divino ni a
proveer una experiencia excepcional que los creyentes pudieran
recordar al llegar a viejos. Los discípulos fueron llenos de confianza
y valor, y desechando su timidez desafiaron al mundo. Durante
varios milenios la humanidad vivió aprisionada por supersticiones y
tradiciones religiosas. En el año 29 d. C, esas personas, en un
modesto rincón del mundo, se hicieron más grandes que la vida
misma porque desafiaron al demonio, al mundo, y a la misma
historia. El conocido evangelista Smith Wigglesworth dijo que el libro
de los Hechos (o Actos) de los Apóstoles se escribió porque ellos
actuaron con la fuerza del Espíritu Santo.
Ese Espíritu es la nueva fuerza viviente prometida por Jesucristo.
Él resucitó y regresó al Padre dejándonos la evidencia de ello: el
don del Espíritu Santo. Sentado a la diestra del trono de Dios le dio
al mundo una prueba física de tal hecho. Los discípulos
experimentaron algo que hasta ese momento era desconocido en la
tierra.
Pero a pesar de tal experiencia tangible, a medida que la memoria
de los apóstoles se hacía borrosa, de alguna manera el Espíritu
Santo se convirtió en una presencia distante y remota. Jesús y todas
sus obras eran recordados por los primeros cristianos y al pasar el
tiempo se escribió un documento llamado “el credo”, el cual resume
todos los fundamentos bíblicos de la fe cristiana: este es el Credo de
los Apóstoles. Ese credo ha sido repetido miles y miles de domingos
por millones de cristianos. No obstante, el credo hace sólo una
breve mención del Espíritu Santo. Es posible que quienes
escribieron este credo no fueran los mismos apóstoles. Quienquiera
que lo haya escrito, evidentemente no estaba pensando en exaltar
al Espíritu Santo y su papel en los acontecimientos de Pentecostés
como lo estuvieron los primeros discípulos. 3
El doctor Arthur Headlam, antiguo Obispo de Gloucester, dijo en
sus comentarios que los creyentes no entendieron qué significaban
los dones del Espíritu Santo que fueron practicados en la iglesia
naciente por los primeros cristianos. No obstante, Pablo escribió a
los gálatas como si la experiencia del Espíritu Santo fuera una parte
normal de la vida diaria. “Vivimos por el Espíritu” (Gálatas 5:25).
El gran traductor bíblico J. B. Lightfoot conocía poco del Espíritu
Santo y afirmaba que vivir por el Espíritu “era más bien un ideal que
una vida real.” Esta parece haber sido la situación generalmente
aceptada a finales del siglo XIX. La realidad del Espíritu Santo se
había perdido de vista.
El Espíritu Santo es Dios, y Dios no es un ser remoto. Esa jamás
fue su intención. Debemos conocer al Espíritu tanto como
conocemos al Padre y a Jesús. El Padre y el Hijo son “uno”, pero
también son diferentes. Reconozcamos sus roles. ¿Cuál es el rol del
Espíritu Santo?
El Espíritu Santo es la Tercera Persona de la Trinidad que está en
acción permanente sobre la tierra. Todo lo que Dios hace aquí, fuera
del cielo, lo hace mediante su Espíritu. Toda experiencia de los
creyentes, el perdón, las respuestas a la oración, la seguridad, la
alegría, las sanidades y las señales y las obras de Dios, las realiza
el Espíritu Santo. Hoy, Dios está obrando a nuestro derredor
mediante el Espíritu Santo. Aprendemos quién es el Espíritu cuando
estudiamos el Nuevo Testamento. Por ejemplo, todo el libro de los
Hechos de los Apóstoles ha sido llamado “Los Hechos del Espíritu
Santo.”
La verdad bíblica fundamental es que Dios se manifestó a sí
mismo mediante la acción, no solo verbalmente. El Espíritu Santo es
“acción.” Él es el viento de los cielos que siempre está en
movimiento en la tierra. Si conocemos al Espíritu conocemos a Dios,
y todos podemos conocerlo así como conocemos a Jesús.
El Espíritu Santo es el maravilloso recurso que Jesús nos prometió
antes de irse al cielo. Antes de Pentecostés el Espíritu Santo era
realmente desconocido, y los primeros discípulos necesitaron
conocer su extraordinario potencial. El libro de los Hechos es la
historia de la presencia del Espíritu Santo en el primer siglo de esta
era. Los apóstoles fueron enviados por Jesús para realizar una tarea
imposible: llevar el evangelio al mundo pagano y esparcir la luz en
sus densas tinieblas. Ellos eran sencillos pescadores y campesinos,
pero el Espíritu Santo los hizo gigantes espirituales que siguen
siendo honrados hoy, 2.000 años después. ¡Ese es el Espíritu
Santo! El Espíritu de Pentecostés, el Espíritu de actividad, poder,
amor, fortaleza y milagros.
El Espíritu Santo no vino para crear una atmósfera cómoda en la
iglesia. No lo traemos a nuestras reuniones creando un ambiente
espiritual, y no importa si este último es tenue y silencioso, o ruidoso
y desbordante de entusiasmo. El Espíritu Santo no necesita que se
le atraiga, se le invoque, se le persuada, o se le atrape. Él no es un
visitante renuente o indiferente sino una Persona que tiene su propia
voluntad y su deseo de hacer residencia en nosotros.
¿Qué sucedió realmente el día de Pentecostés?
Los apóstoles no estaban invocando al Espíritu Santo. De un
momento a otro el ambiente se desvaneció ante la presencia de “un
viento recio que soplaba” (Hechos 2: 2). El Espíritu se presentó
como la fuerza misma de los cielos descendiendo a la tierra.
Él es el neuma, el viento de los cielos que sopla a través de
nuestras viciadas tradiciones y nuestro estancamiento espiritual.
Podemos cantarle “Bienvenido, bienvenido Santo Espíritu” pero Él
no viene por causa de nuestra bienvenida. Él no es un extraño
invitado por una hora o dos. Él es el Señor de los cielos quien nos
invita a disfrutar su presencia. En donde hay fe es donde Él
encuentra su ambiente natural.
El Espíritu no escoge a los fuertes y capaces, aunque tampoco los
ignora. Su propósito es dar fortaleza al débil y necesitado; así como
a los individuos que se consideran a sí mismos pequeños. La
debilidad de los hombres atrae su poder, su suficiencia y su
dinamismo revitalizador. Viene por lo mejor y por lo peor de
nosotros; Él es la promesa del Padre enviada por su Hijo. ¡Qué
maravilloso regalo!
Maravillados y con regocijo leemos lo que el Espíritu Santo hizo en
los tiempos bíblicos. Ese es el Espíritu del cual estamos hablando
aquí. El Espíritu Eterno, no es diferente ahora del que entonces fue.
De hecho, los días del Antiguo Testamento no fueron sus días más
grandiosos porque Él es el Espíritu de todo el Nuevo Testamento. Él
es el poder de la fe cristiana que nos dejó el Señor Jesús. Sin Él no
hay cristianismo. No es un accesorio sino la sustancia misma de lo
que creemos. Es Dios en la tierra saturando cada partícula de lo que
experimentamos los cristianos. Esto significa que el cristianismo es
una vida sobrenatural.
El Nuevo Testamento no contiene ni una sola palabra que sugiera
que el Espíritu se retiraría o cambiaría. Aun si lo “apagamos” o
“contristamos”, Él no se aleja ni nos abandona. El rey David oró a
Dios pidiendo: “No quites de mí tu Santo Espíritu” (Salmo 51:11),
pero eso fue mil años antes de que Él viniera a morar con nosotros.
¿Cómo se relaciona el Espíritu de Dios con nosotros? Nuestra
incredulidad lo aflige. Ciertamente podemos contristarlo por lo que
hacemos, pero no podemos ni apagarlo ni contristarlo si todavía no
está con nosotros. El mundo no puede apagarlo o contristarlo
porque el mundo no lo ha recibido. Sólo los creyentes tenemos ese
glorioso privilegio.
La obra suprema del Espíritu es la consolación. Él es llamado en la
Biblia “El consolador”. También es la persona que nos convence de
pecado. Su prioridad no son las personas que siempre están
buscando refinar su espiritualidad. Él nos invade con su presencia
santificadora.
Los apóstoles necesitaron el Espíritu Santo para llevar el evangelio
a los infieles y nosotros lo necesitamos aún más. En los tiempos
bíblicos había en el mundo 300 millones de personas, todas sin
evangelizar. Hoy hay casi siete mil millones sobre la tierra, la
mayoría de ellos no evangelizados. Necesitamos hacer lo que
hicieron los apóstoles. Si lo hacemos, Dios nos dará lo que les dio a
ellos: la fuerza del Espíritu Santo.
El libro de los Hechos de los Apóstoles no describe los momentos
cumbres del poder del Espíritu de Dios sino lo que los discípulos
hicieron inspirados, guiados y capacitados por Él. Nada se dice
respecto a que hayan logrado por sus propias fuerzas. No hay un
nivel máximo de acción sin el Espíritu. Los primeros cristianos no
serían nuestros modelos si no fuera por la ayuda del Espíritu Santo.
Su historia es solamente una primera muestra de la potencialidad
del ministerio del Espíritu Santo. El campo de la evangelización está
abierto ante nosotros si vamos con su Espíritu. Pablo oró por los
efesios para que “El Dios de nuestro Señor Jesucristo. ..alumbre los
ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es [...] la super
eminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos,
según la operación delpoder de su fuerza, la cual operó en Cristo
resucitándole de los muertos” (Efesios 1:17 — 20).
Nunca planeó Dios que los cristianos lucharan contra el mundo, el
demonio y la carne con sus propios recursos, ya fuera que vivieran
en el primer siglo o en el siglo veintiuno. El evangelio es “poder de
Dios” (Romanos 1: 16), y lo es por la presencia del Espíritu Santo.
¿Cuánta predicación de nuestros días da la impresión de que el
predicador hubiera estado en el Aposento Alto con los apóstoles?
¿Cuánta predicación muestra que el evangelio es realmente el
poder de Dios? Los predicadores que hablan a sus congregaciones
como los médicos en sus clínicas, hablan carentes de pasión y no le
dan una oportunidad al Espíritu Santo. La labor cristiana no se
puede hacer sin la unción del Espíritu Santo, y nosotros lo sabemos.
“Sed llenos del Espíritu” es la instrucción que recibimos (Efesios 5:
18). Tener un propósito es parte de ello, pero ser movido por el
Espíritu Santo es la norma de acción en el Nuevo Testamento. Él es
el agente y el poder motivador de todo lo que hacemos.
El medio millón de palabras del Antiguo Testamento es el tratado
de Dios sobre el Espíritu Santo. Demuestra que naciones enteras
recorren la senda de la tragedia si ignoran al Espíritu de Dios.
El Espíritu de Dios tocó a un individuo en Israel mientras de otro
lado la nación entera iba cuesta abajo en peligrosa caída. Pero
cuando el Espíritu vino a su nación, todo cambió. Fue un evangelio
sobrenatural que produjo revolucionarios efectos.
La fe se extendió por la acción del Espíritu de Dios. Es triste
observar que a través de los siglos se hizo decadente y la historia
hace suponer que la Iglesia no fue consciente del potencial del
Espíritu Santo. El Espíritu siempre ha estado obrando sobre cada
uno de nosotros porque Él es siempre activo. A pesar de que no se
le ha dado reconocimiento, siempre ha estado obrando contra la
ignorancia y la falsa religiosidad de la Iglesia. La Iglesia siempre ha
estado enredada en política, en herejías, en contiendas, en debates
distantes de cualquier cosa dicha por Jesús y ajena a la realidad
creada por Dios.
Es tiempo oportuno para que reconozcamos quién es el Espíritu
Santo y lo que Jesús dijo acerca de Él como el poder del evangelio.
No es cuestión de luchar para tener el Espíritu. Primero debemos
permitirle entrar en nuestra vida. No somos nosotros quienes
reproducimos su poder. No podemos hacer nada sin Él. No
generamos el poder del Espíritu Santo con oración, himnos, ayuno,
esfuerzo, buenas obras, o por cualquier otro medio. El Padre nos da
el Espíritu como un regalo, no como una recompensa, ni como
pago, ni como algo que podamos ganar. Si pudiéramos ser tan
buenos al punto de merecer al Espíritu Santo, no lo necesitaríamos.
Como el profeta Elíseo, todos somos llamados a recoger el manto
de Elías pero nuestro Elías es Cristo Jesús. No preguntamos:
“¿Dónde está el Dios de Elías” (2o de Reyes 2: 14), sino: “¿Dónde
está el Dios de nuestro Señor Jesucristo?”.. .porque ha venido uno
mayor que Elías.

3 La versión original del importante Credo Niceno (325 AD) tan solo nombra al Espíritu
Santo. El Concilio de Constantinopla (553 AD) añadió que él es el Señor y el dador de la
vida, procedente del Padre y del Hijo y a quien se debe adorar y glorificar juntamente con
ellos. El Concilio de Toledo (589 AD) sólo habló del Espíritu como que procede del Padre y
del Hijo pero no habló de sus obras. El segundo Concilio de Cons tan tinopla nombra al
Espíritu solamente una vez, y la Declaración de Fe del Tercer Concilio no lo menciona. Aún
los 28 Artículos Luteranos de Fe y Doctrina no dan detalles del Espíritu Santo. Los 25
Cánones del Concilio de Orange sólo hace una breve referencia del Espíritu y atribuye su
obra a la “gracia.”
El Espíritu es el autor de todas las cosas
vísíbles e invisibles. Los milagros son
una pieza de la creación, y son
esenciales para el control de Dios. Por el
Espíríiu Santo existen todas las cosas.
Nada es mas natural que lo sobrenatural.
Capítulo 2

El Espíritu Santo y su obra inconfundible


En primera de Pedro 1: 12 encontramos un hecho distintivo del
Espíritu Santo. Se le describe como “enviado del cielo. ”
Juan 1: 14 nos dice que Jesús vino de los cielos: “Y aquel Verbo
fue hecho carne,y habitó entre nosotros. ” ¡Qué hecho tan
maravilloso es que Dios haga su residencia en nosotros! En efecto,
esto fue lo que Jesús nos prometió: “El que me ama, mi palabra
guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos
morada con él” (Juan 14: 23). Esto fue cierto en cuanto a Cristo,
pero también lo es en cuanto al Espíritu de Cristo: “El Padre os dará
otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre” (Juan
14: 16).
El Espíritu Santo no es una experiencia espiritual para los místicos
sino la ayuda necesaria para todos nosotros. Sin el Espíritu Santo
no podemos tener conciencia de que somos pecadores ni podemos
arrepentimos. Por eso Dios desea que lo invitemos a vivir en nuestro
ser. Es su deseo y su plan acercarse a nosotros mediante su amor.
Fue así desde el momento de la creación. El Espíritu sería el medio
ambiente en el cual nosotros viviríamos y caminaríamos
diariamente. Así lo quiso Dios.
El mundo considera raros y extraños a los individuos que están
llenos del Espíritu Santo. Y en efecto, somos una persona nueva,
una nueva especie, nuevas criaturas en Cristo. Ya no somos el
homo sapiens que dicen los humanistas sino personas regeneradas
por el Espíritu, moldeados como vasijas de barro en sus manos.
Respiramos el neuma de Dios que es el aliento que nos mantiene
vivos. Todo lo que pensamos y hacemos es producto del Espíritu
Santo en nosotros. Si hacemos cosas malas es porque no tenemos
al Espíritu Santo con nosotros.
Sin el Espíritu Santo no somos como Dios nos visualizó. “Y si
alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él” (Romanos 8: 9).
“No ser de Cristo” es un hecho que se refiere a una distorsión del
orden creado por Dios. Dependemos totalmente de Él. Sin el
Espíritu no somos instrumentos útiles para Dios y somos
rechazados para sus propósitos más elevados, lo cual es frustrante
para Él.
El Señor Jesús prometió: “Yo rogaré al Padre y os dará otro
Consolador; para que esté con vosotros para siempre” (Juan 14:
16). El desea expresamente que tengamos al Espíritu Santo como la
persona que nos instruye, nos advierte del pecado, nos cuida y nos
consuela en medio del dolor.
El Espíritu de Dios, el Santo Espíritu de Dios, es el agente del
poder divino que nos mantiene vivos. La creación es obra de sus
manos. El hizo todas las cosas, los cielos y la tierra y está activo en
ambas esferas. El autor de Hebreos 1: 3 nos dice que el Hijo
“sustenta todas las cosas con la palabra de su poder.” Él está
dedicado y tiene la responsabilidad de sostener la tierra y sus
habitantes, y sin duda alguna del cielo también.
El Espíritu es el autor de todas las cosas visibles e invisibles. Los
milagros y la creación son una unidad esencial para el control de
Dios. Todas las cosas existen por el Espíritu Santo. Nada es más
natural que lo sobrenatural.
Lo sorprendente no son los milagros sino lo que sucede cada día.
El mundo comenzó a girar con todas sus fuerzas al impulso del
Espíritu. El lo hizo y puede sanarlo, salvarlo, y realizar señales y
prodigios. Es imposible que las cosas sean de otra manera. Si
nosotros podemos construir una casa y cuidar de ella, ¡Dios puede
hacer que su espíritu nos mantenga y nos cuide!
Las primeras palabras bíblicas nos muestran el trasfondo de esta
situación. “En el principio creó Dios los cielos y la tierra. Y la tierra
estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del
abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas”
(Génesis 1: 1-2). Él estaba esperando la señal para tomar el control.
Todo el esplendor de la tierra, el mar y los cielos, fue instituido por él
y Dios lo eligió como el que cuida y mantiene el orden en el mundo.
El Espíritu Santo hizo nacer este mundo en el tiempo y el espacio y
este es el escenario especial en donde Dios librará la batalla final
contra el mal.
¿Por qué debería el Dios infinito concentrar tal atención en un
planeta poblado por una gente caída por su desobediencia a Dios?
Esa pregunta nos lleva a encontrarnos con el Dios que se revela a la
humanidad envuelto en toda su gloria. Nos quedamos asombrados
cuando leemos que “De tal manera amó Dios al mundo ” (Juan 3:
16). Este mundo, nuestro mundo, el único entre millones de millones
de estrellas donde su Hijo fue enviado para ser crucificado. Nuestro
mundo no es un pasatiempo para Dios. Este es el mundo crucial y
decisivo donde Dios realiza los asuntos eternos. Todas las cosas
aquí tenían que cumplir el Plan divino. Por eso es que el Espíritu
Santo está aquí. Dios el Padre sólo podía confiar en su Santo
Espíritu y en su amado Hijo.
Ya sea que estemos conscientes o no de ello, somos los sujetos
de la más viva atención divina. ¿Qué hizo Dios con Abraham?
En todos los intentos y propósitos de Dios, Hagar, la sierva de
Abraham, fue rechazada pero enfrentada cara a cara con el
mensajero divino. Ella entendió algo que sigue siendo verdad en
nuestros días: “Tú eres el Dios que me ve” (Génesis 16: 13).
En una reunión cristiana quizá todos cantamos: Bienvenido,
bienvenido Santo Espíritu. Pero, bienvenido o no, Él está allí.
Ciertamente es arrogancia nuestra darle la bienvenida a Él. ¿Quién
es la razón de la reunión? Si Él no nos diera la bienvenida no habría
reunión después de todo. Él prepara la mesa para nosotros. Sólo los
paganos preparan una mesa para sus dioses. Este mundo es
apenas una de las “mansiones” o lugar de residencia de Dios.
Nosotros somos los invitados. Él es el anfitrión.
El Espíritu Santo y su obra inconfundible
Ese es el Espíritu Santo y hay mucho más que escribir acerca de
Él.
El espiritu santo en el interior de un
creyente está activo, no sólo latente. Él
“habita” allí, es su lugar de residencia, y
lo afecta en todas sus áreas: en el área
física, espiritual y sicológica.
Él es elpoder y la fuerza que nos
capacita para testificar, para que todo lo
que somos comunique la verdad no
solamente medíanle milagros sino
medíanle una vida llena de Él mismo.
Capítulo 3

La gracia maravillosa y el Espíritu Santo


Aprendemos muy lentamente, pero estos son los últimos días en los
que, como se le dijo al profeta Daniel, “la ciencia [el conocimiento]
aumentará” (Daniel 12: 4). Cualquier persona que haya llegado a los
90 años de edad seguramente podría decirle a sus nietos la forma
en que todo ha cambiado en su cultura y en su forma de pensar. Es
trágico saber que la mente del hombre moderno carece del temor de
Dios de modo que a través de los siglos no hemos llegado a ser
mejores y nuestros pecados son tan antiguos como los de Adán. Al
mismo tiempo, es extraño que casi todas las características
comunes de nuestros hogares eran desconocidas hace 90 años.
Se nos hace difícil imaginar que hace menos de doscientos años
el medio de transporte más rápido era el caballo y que los únicos
retratos existentes eran pintados a mano. No existían ni la fotografía
ni la televisión. Recientemente el ser humano avanzó hasta
asombrarse por la moderna explosión de la ciencia y la tecnología.
En cambio en el aspecto moral y religioso aprendemos con lentitud
porque no leemos la Biblia. Cuando se lanzó la primera bomba H,
todos los periódicos repitieron el mismo concepto que la ciencia
había dejado atrás los principios morales que mandan al hombre no
matar. Como lo dijo Jesús, somos “tardos de corazón para creer ”
(Lucas 24: 25).
Este es precisamente el caso en lo que concierne al Espíritu
Santo. Él fue ignorado por los hombres durante mucho tiempo y
permaneció en la sombra durante 1.900 años. Se conocía la
salvación por medio del sacrifico del Señor Jesús, pero el Espíritu
Santo parecía como un extraño aún en la Iglesia. No obstante, Él
estaba obrando a favor de los creyentes. Todo lo que Dios ha hecho
aquí, lo ha hecho a través de Él.
Sin embargo, los teólogos y los maestros reemplazaron esta santa
Persona por un poder impersonal que algunos llaman “la gracia”,
convirtiendo en “una fuerza” lo que básicamente es la acción de
Dios sobre nosotros. Por lo menos espiritualmente, muchos
individuos creían que Dios es algo impersonal y que su Espíritu es
“una gracia”. La acción espiritual debía ubicarse en algún lugar, de
modo que no se le dio el crédito al Espíritu Santo sino a la “gracia.”
Hoy estamos seguros que el Espíritu Santo es una Persona. Es la
tercera Persona de la Santísima Trinidad.
El gran maestro Agustín de Hipona, quien vivió hace 1.600 años,
estableció una enseñanza religiosa para los siglos futuros. Su “plan
de salvación” fue aceptado como si hubiera sido escrito por un ángel
de Dios. Pero Agustín era un filósofo y manejaba su enseñanza
espiritual al estilo de los filósofos seguidores de Aristóteles. Su
lógica aristotélica lo condujo a más de un callejón sin salida en el
campo espiritual y doctrinal.
Agustín, como otros padres de la iglesia que lo precedieron,
construyó su enseñanza acerca de la salvación sobre el concepto
de la “gracia”. Pero él entendió la gracia sencillamente como la
actitud de un amoroso favor. Es sólo una palabra para designar su
cuidado de la indigna humanidad. Es cierto que en las Escrituras, a
los favores y los dones de Dios se les llama a veces, por analogía y
figurativamente, su gracia.
Desafortunadamente, las creencias de Agustín se siguen aún hoy
en muchos círculos cristianos tanto católicos como evangélicos. Hay
himnos muy populares acerca de la “gracia santificante”, y pocas
personas se preocupan por las serias confusiones que hay detrás
de ellos. Desde luego, la Escritura nos habla de la gracia de nuestro
Señor Jesucristo. Jesús fue el supremo acto de gracia o favor de
Dios. Él estaba “lleno de gracia” (Juan 1: 14), es decir, lleno de la
misericordia de Dios. Él mismo fue la personificación del amor de
Dios hacia nosotros. El regalo del amor de Dios, su forma de
reconciliarse con los hombres y las mujeres pecadores. En cierto
sentido maravilloso, Él es la gracia; pero la gracia no es un elemento
misterioso sin rostro que se mueve de manera irresistible entre los
creyentes. Es el modo normal como Dios actúa con los que
obedecen.
Según la enseñanza antigua, la gracia ejecutaba todo lo que Dios
quería realizar entre nosotros. La gente hablaba de la “gracia
soberana” como si ésta fuera un poder misterioso e independiente
con voluntad propia.
Maravillosa Gracia, es el himno del siglo 18, de John Newton que
se encuentra en la mayoría de los himnarios. En él se le acredita
todo lo que sucede a la gracia. No menciona a Dios ni a Cristo. Tal
vez será por eso que la gente religiosa, aún los no creyentes, lo
usan con tanta frecuencia en los funerales y en las bodas. La gracia
no era una persona a la cual orar o adorar. La “Gracia Maravillosa”
escogía quién había de ser salvo. La teoría “clásica” del avivamiento
veía a la gracia como una fuerza misteriosa que actuaba escogiendo
y determinando el número de los elegidos “salvados por gracia
solamente.”
Actualmente los creyentes llenos del Espíritu reconocen la gracia
maravillosa de Dios, pero ya no la ven como una energía o una
fuerza operativa. Sabemos que toda acción es realizada por el
Espíritu Santo. Jesús es quien salva, pero no a través de un
apoderado o de alguna fuerza misteriosa que haga su trabajo. El
Espíritu Santo toma las cosas de Cristo y las aplica a nuestra
necesidad.
Según el pensamiento católico de San Agustín, la gracia se podía
generar y acumular. El sacrificio, el ayuno, y la devoción religiosa
creaban la gracia y nos hacían santos. Para los cristianos comunes
estaban disponibles “los medios o canales de la gracia”: las
oraciones, los sacramentos, las indulgencias y la asistencia a la
iglesia. Se decía que una persona estaba en “estado de gracia”
después de la confesión. La gracia era como un bien espiritual que
se podía ganar por obras. Existían personajes muy santos que
habían acumulado un superávit o excedente de gracia y que podían
compartirlo con otras personas. Estas notables personas
generalmente se habían afligido a sí mismas con privaciones y
extrema severidad. Se autodenominaban “penitentes”. Eran los
hombres y mujeres que la iglesia “canonizaba” como “santos.” Hay
santos que son patronos de algunos países y otros con varios
intereses especiales para ayudar a sus fanáticos. San Isidro, por
ejemplo, es actualmente muy popular porque ayuda a los
agricultores.
No estamos interesados aquí en la veracidad o falsedad de tal
práctica. Nos referimos a ella solamente para mostrar que la “gracia”
fue un asunto central en la vida religiosa durante unos 16 siglos.
Luego, en 1924, irrumpió en Gales liderado por Evan Roberts un
“avivamiento” que dio mucho de qué hablar. Después de haber sido
bautizado por el Espíritu Santo, Roberts viajó por todo el sur de
Gales como pionero dependiendo del Espíritu mientras de capilla en
capilla predicaba arrepentimiento y salvación. El avivamiento galés
fue quizá el primero en ser reconocido como un avivamiento del
Espíritu Santo y no de la “gracia.” Dios comenzó a liberarnos de la
pasada teoría de la gracia. Los líderes cristianos hablaban del
“poder de Dios” y lo reconocieron como el mismo poder del Espíritu
Santo en las primeras reuniones ungidas por el Espíritu de Dios en
Los Angeles, en California.
Siendo de Dios, este poder que venía a través del bautismo en el
Espíritu se convirtió en la palanca del gran cambio. En un antiguo
edificio Metodista en la Calle Azusa, en la ciudad de Los Angeles,
Dios utilizó otra vez a lo débil del mundo para confundir a lo fuerte.
Un grupo de creyentes cristianos conoció el “secreto” y disfrutó una
verdadera bendición parecida a la que ocurrió en Pentecostés. Las
enseñanzas del pasado sufrieron una reforma. El Espíritu Santo
mostró su mano y no hubo duda de ello. (En el capítulo 7 miraremos
con más detalle este episodio.)
Por un momento hagamos una pausa para mirar la palabra
“gracia” que en el idioma griego es charis. Esta es una expresión
que el apóstol Pablo utilizó unas 100 veces. Cuando él la menciona,
entendemos que habla de la actitud de favor de Dios hacia nosotros,
inmerecida y no solicitada. Jesús no utilizó tal palabra. Pablo habló
de ella figurativamente pero no como que existiera por sí misma.
Sencillamente no hay una fuerza divina activa excepto el Espíritu
Santo. A Él se le debe dar todo el crédito y toda la gloria por la
acción divina, no a ninguna otra fuerza independiente llamada
“gracia.” “No hay poder sino el de Dios” (Romanos 13: 1). No existen
otros poderes ni emanaciones divinas además del Espíritu Santo. El
poder del Reino, así se le llame “poder de la alabanza” o “poder de
la oración”, corresponde a la forma natural de actuar del Santo
Espíritu. El ángel Gabriel visitó a María y le dijo que ella era “muy
favorecida” es decir, “llena de la gracia de Dios” (Lucas 1: 28), pero
también le dijo que sería la madre de Jesús por el “poder del
Altísimo” no por gracia.
Dios no realiza nada mediante un poder impersonal. La realidad
del Espíritu Santo es tal que podemos caminar en el Espíritu y
disfrutar el conocimiento del Espíritu. Esto es lo que está escrito a
través de toda la Escritura. Cristo mismo realizó sus maravillas por
el poder del Espíritu Santo. El libro de los Hechos nos enseña una
total dependencia del Espíritu Santo y dice que “Dios ungió con el
Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, quien anduvo
haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo”
(Hechos 10: 38).
Jesús mismo nos dijo que Él hacía las obras del Padre y las hacía
por el Santo Espíritu. El Espíritu Santo es el ejecutor de la voluntad
del Padre por la Palabra del Hijo. El Hijo es el ejecutor de la
voluntad del Padre, y el Espíritu es el ejecutor de las obras del Hijo.
Jesús dijo: ‘Yo hago siempre las cosas que el Padre hace” esto es,
por el Espíritu (Juan 5: 19, KJV).
Es maravilloso darnos cuenta de que cualquier cosa que Dios
haga, la realiza toda la Deidad (las tres personas de la deidad) con
igual interés. Todo lo que Dios hace supera nuestra experiencia
cristiana. Jesús nos salva por el amor del Padre y por el Espíritu.
Toda la obra de Dios y la de Cristo son implementadas por la acción
del Espíritu Santo en nosotros. El Espíritu toma la obra de Cristo, su
muerte y su resurrección, y la transfiere, la implementa y la hace
efectiva en todos los creyentes. Mediante el Espíritu Santo nos
identificamos con Cristo y Él se identifica con nosotros en toda su
gloria y gracia salvadora. En nuestro interior, el Espíritu Santo está,
no latente sino activo, “mora” o “habita” y reside en nosotros. Él
afecta cada compartimiento humano: físico, espiritual y sicológico. Él
es el poder que nos da la capacidad para testificar de modo que
todo lo que somos comunique la verdad; no solamente por medio de
los milagros sino también mediante una vida llena del Espíritu. Todo
comienza cuando llegamos a Jesús, lo cual es posible por el Santo
Espíritu.
El Espíritu Santo es el regalo de Dios para que podamos realizar
su voluntad en este mundo. Algunos piensan en términos
espirituales o celestiales solamente; su evangelio no tiene ningún
lado físico ni de milagros. A menudo quienes oran son personas que
piensan que los milagros fueron sólo para los tiempos apostólicos;
sin embargo una respuesta a sus oraciones implicaría lo milagroso.
Hace parte de la naturaleza humana orar a Dios pidiendo su ayuda,
aún cuando la gente no crea en milagros. No podemos descartar el
hecho de que el evangelio es para el cielo y para la tierra.
Las Escrituras nos dicen que ‘Juan no higo milagros” (Juan 10: 41,
KJV), porque el Espíritu todavía no había sido dado. Juan mismo
proclamó que quien vendría tras él bautizaría con el Espíritu Santo y
fuego (Lucas 3: 16). Jesús vino y asombró al mismo Juan con
señales y hechos poderosos. Nuestro evangelio no es el de Juan el
Bautista, el del bautismo en agua, sino el bautismo de fuego de
Cristo, el evangelio del Espíritu Santo.
A menos que le demos al Espíritu Santo su lugar en nuestra
enseñanza, convertimos todo el plan divino en una realidad divina.
El Espíritu es el Hacedor del orden integral en los cielos y en la
tierra, el autor de todas las cosas visibles o invisibles. Quienes
limitan al Espíritu al ámbito celestial o a los efectos espirituales
invisibles están silenciándolo en su propio mundo.
Dios nos puso bajo el cuidado activo del Espíritu Santo desde el
día de la creación a través de todos los tiempos en Cristo. Él es
nuestro Dios presente dedicado a los herederos de la salvación para
asegurarse que nuestro camino y nuestras obras nos conduzcan a
la gloria eterna de Dios.
El Espíritu Santo descansa no solamente
en todo el templo espiritual, sino que
también ocupa el corazón de cada
creyente. Somos el santuario del Espiritu
santo: “Y si alguno no tiene el Espíritu de
Cristo, no es de él”
Capítulo 4

El Bautismo en el Espíritu Santo


Primera parte
La Biblia no se ocupa de problemas y explicaciones inocuas sino
que corta el nudo gordiano con la espada de la experiencia.
El bautismo en el Espíritu es un hecho real. En un ritual
sacramental en donde un sacerdote declara que un individuo recibe
el Espíritu Santo, pero esto es algo muy diferente al fuego y a las
lenguas que Dios nos describe en el capítulo 2 del libro de los
Hechos.
Cuando los Pentecostales entraron por primera vez en escena y
se levantó una oposición que inventó una nueva teoría: que el día
de Pentecostés toda la Iglesia fue bautizada en el Espíritu de una
vez y para siempre. La teoría de ese “bautismo” nunca fue la
realidad en la vida de nadie. En los tiempos bíblicos los creyentes
siguieron recibiendo el bautismo del Espíritu en Samaria, en Efeso y
Cesárea.
El bautismo en el Espíritu Santo es la inmersión en el Espíritu de
Dios. Considerando que el Espíritu es el poder operativo de Dios,
debe ser notorio para los demás que estamos sumergidos en Él. Se
requiere una ingenua credulidad para pensar que uno recibe
bendiciones que nunca se sienten y que no dejan resultados
visibles. Pero esa es la doctrina sostenida por muchos cristianos;
que cuando vamos a Cristo la primera vez y Él nos salva, y además
recibimos un incluyente paquete espiritual por una vez y para
siempre. El problema era cómo y por qué esta tercera persona de la
Trinidad entró en escena posteriormente. Pero lo esencial del
asunto es que eso sucedió en Jerusalén, y nuestra teología tiene
que aceptar los hechos.
¿Qué ocurre entonces? Pablo dice que nuestros cuerpos son
templos del Espíritu Santo.
La Biblia nos provee una ilustración en el relato de la dedicación
del templo de Salomón. Allí se nos dan plenos detalles. Este templo
maravilloso fue el lugar para albergar las tablas de piedra en las que
estaban grabados los Diez Mandamientos que Dios dio a Moisés en
el Sinaí, y que habían sido puestas en el Arca del Testimonio. El
Arca reposaba en la cámara interior del templo, en el Lugar
Santísimo. Las tablas de la Ley santificaron el Arca, y el Arca
santificó el templo. Mientras más cercanas estaban las cosas al
Arca que contenía las tablas de la Ley, más santas eran. El hecho
de que estuvieran en Jerusalén hizo de ésta la ciudad santa y de
Canaán la tierra santa.
La parte superior del Arca era de oro sólido y se le llamó el trono
de la misericordia o propiciatorio, y a los lados había dos querubines
hechos también de oro. La gloria de Dios (la Shekiná) apareció entre
los querubines. El Lugar Santísimo no tenía ventanas, velas o
lámparas. Era iluminado por la gloria de Dios.
Cuando el templo estuvo listo el rey Salomón elevó una oración de
dedicación. Entonces ocurrió algo: “Cuando Salomón acabó de orar;
descendió fuego de los cielos y consumió el holocausto y las
víctimas; y la gloria del Señor llenó la casa. Y no podían entrar los
sacerdotes en la casa del Señor; porque la gloria del Señor había
llenado la casa” (2o de Crónicas 7: 1 - 2). Nadie había visto antes
esa gloria, excepto el Sumo Sacerdote, pero en ese momento todo
el templo fue iluminado por ella.
Esta fue una prefiguración del día de Pentecostés que ocurriría un
día distante en el futuro. En esa ocasión, 50 días después del
ascenso de Cristo al Padre, él envió fuego desde los cielos y se hizo
visible a sus discípulos (Hechos 2: 3). Desde ese día la gloria de
Dios y del Espíritu Santo ha reposado sobre toda la Iglesia que es el
cuerpo de Cristo y templo del Espíritu.
El Espíritu Santo reposa no solamente sobre todo el templo
espiritual; también ocupa el corazón de cada creyente. Somos el
santuario del Espíritu Santo: (Y si alguno no tiene el Espíritu de
Cristo, no es de él” (Romanos 8: 9). Entonces, tal como ocurrió con
el templo de Salomón cuando la gloria de Dios lo llenó a partir del
Lugar Santísimo, cuando ocurre el bautismo del Espíritu se llena no
solamente el santuario del corazón del creyente sino todo su ser.
Espiritual y físicamente nos convertimos en su habitación, su lugar
de morada y, como ocurrió en el templo de Salomón, hay una
manifestación externa que muestra que Dios ocupó ese lugar. Él
hace su morada con nosotros (Juan 14: 23).
Sin embargo, la enseñanza sobre el bautismo en el Espíritu Santo
no descansa solamente en símbolos bíblicos o en una deducción
lógica de una serie de textos sino en una clara promesa que se nos
ha dado en la Palabra de Dios. No es una bendición metafórica sino
real. Dios bautiza en el Espíritu. Esta es una doctrina sana. No es un
sencillo razonamiento verbal ni simples conceptos de los que se
ocupan los teólogos sino algo que Dios nos prometió y que Él hace.
Él nos guía a toda verdad y nos confirma mediante su Palabra. La
especulación humana no puede anticipar la mente de Dios así como
tampoco puede determinar el sonido del viento que sopla sobre las
Montañas Rocosas de los Estados Unidos. La verdadera teología es
una declaración de lo que Dios hace. La teología carece de
propósito a menos que satisfaga las necesidades humanas, que nos
muestre a Dios salvando, bendiciendo, sanando, buscándonos
como adoradores y llenando nuestras vidas con su gloria.
Segunda parte
El bautismo del Espíritu Santo identifica a Jesús. Juan el Bautista
fue enviado a anunciar a Uno que vendría, pero nadie supo de quién
estaba hablando y por eso tuvo que describirlo para que la gente lo
reconociera. Al hacer la descripción dijo: “Es el que bautiza con el
Espíritu Santo” (Juan 1: 33). Su característica inconfundible sería
que bautizaría en el Espíritu. Nadie más lo haría. Sólo Jesús es el
“bautizador” con el Espíritu Santo y con fuego del cielo. Nadie más
puede hacer tal cosa; nadie puede darlo o impartirlo. Es el derecho
exclusivo y la prerrogativa de Dios. La razón es que el bautismo no
es solamente el poder llenador, sino Dios mismo, el Espíritu Santo.
Nadie puede dar a Dios como si fuera un artículo.
El “bautizador” en el Espíritu, eso es Jesús. Después de todo, si la
Iglesia predica a Cristo, eso es él para siempre. Un Jesús que no
bautiza en el Espíritu Santo y fuego celestial no es realmente el
Jesús de la Biblia. Nadie tiene el derecho de predicar otro Cristo que
no sea el de la Biblia, el que bautiza con el Espíritu Santo, y quien
es “el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Hebreos 13: 8). Él es el
Dios de la fidelidad, siempre fiel a sí mismo, a nosotros y a su
promesa.
Algo positivo le está ocurriendo a la gente el día de hoy que lleva
la marca bíblica de lo que Jesús prometió. Muchos son bautizados
en el Espíritu Santo. No hay otra explicación sino que él continúa
cumpliendo su Palabra, bautizando a los que creen en el Espíritu
Santo. No hay discusión al respecto. Es algo que está ocurriendo.
No obstante, la predicación del Cristo que bautiza en el Espíritu
puede llegar a ser algo académico y la repetición de algo que se ha
aprendido en la escuela dominical. La forma apropiada de presentar
al Espíritu Santo es predicar lo que se ha experimentado en la vida
de cada persona ungida. Nunca fue la intención de Dios que se
testificara de Cristo sólo verbalmente. Nosotros mismos somos
testigos de una evidencia de Jesús que declara: “Él me salvó, me
bautizó y me sanó. Él está conmigo.”
Los apóstoles que fueron llevados ante las arrogantes autoridades
romanas portaban el sello y la impresión del Espíritu Santo. Su
testimonio y su confianza inconmovibles causaron asombro. El
Espíritu no es sólo una oleada en el interior de los creyentes sino
algo que se debe manifestar en la personalidad, en la forma de
actuar, en la voz, en los ojos, en las actitudes y en el fruto del
Espíritu. Nada está más fuera de lugar que la pose de alguien que
pretende ser santo.
Tercera parte
Para entender apropiadamente el bautismo en el Espíritu, nuestro
punto de partida es la resurrección de Jesús. Al principio los
discípulos no creyeron que Él había resucitado; un cuerpo sepultado
no podía reaparecer, caminar y hablar con la gente. Unas pocas
mujeres fueron inflexibles en cuanto a que lo habían visto pero para
los hombres esto era absurdo. A las mujeres no se les tenía en muy
alta estima en esos tiempos y Jesús reprendió a los discípulos por
compartir esa opinión común y no creerles.
Se ha dicho muy a menudo que los discípulos se convirtieron en
testigos osados y jubilosos cuando vieron a Jesús resucitado de
entre los muertos. Es cierto, desde luego, que si él no hubiera
resucitado ellos jamás habrían testificado. No obstante, al principio
no creyeron y había en ellos cualquier cosa menos júbilo. Los
gobernantes arrestaron y ejecutaron a Jesús, y bien hubieran podido
ir tras los discípulos también para matarlos; pero éstos se
escondieron en un recinto bajo llave. Jesús se les apareció pero
ellos dudaban aún de lo que veían sus ojos. Es algo comprensible.
En toda la historia del mundo esto jamás había ocurrido antes. Era
algo contradictorio a toda experiencia. Por temor, los discípulos se
perdieron de vista y se mantuvieron silenciosos durante unas seis
semanas según leemos en los Hechos de los Apóstoles.
Sabemos, por supuesto, que luego se volvieron testigos osados y
poderosos. Si no fue el conocimiento de que Cristo había
resucitado, ¿qué fue lo que produjo tal cambio en ellos?
Obviamente, algo tuvo que haberlo causado. Y ese algo había sido
prometido por Dios, pero no fue “algo” sino Alguien: el Espíritu
Santo. El Espíritu les dio seguridad. Los bautizó con fuego celestial
e hizo arder en ellos el conocimiento de Cristo.
Es por eso que Jesús les dijo que esperaran antes de enfrentar al
mundo con el evangelio. Ellos no iban a dictar conferencias sobre el
fenómeno de la resurrección ni a tratar de convencer a la gente
presentándole los hechos fríos. Afirmar que un muerto había
resucitado era algo muy controversial y la gente refutaría su
afirmación. Quienes los oyeran discutirían y defenderían su
incredulidad, o aún si aceptaban lo que los discípulos decían no le
darían importancia considerándola como una de las tantas cosas
extrañas que ocurren en nuestro mundo, una experiencia un tanto
curiosa.
Pero ellos se dedicaron a testificar, no a la controversia. No vieron
a Jesús cuando se levantaba de la tumba pero tuvieron una mejor
evidencia que la visual. Este mensaje fue vital; fue un mensaje
transformador que producía vida nueva en quienes lo escuchaban.
Presentado de una manera fría y liviana no hubiera causado ningún
efecto. Se tenía que predicar como un hecho vital y glorioso,
apasionadamente, por personas apasionadas, testigos obviamente
electrizados por lo que anunciaban, ejemplos vivos de lo que
predicaban, llenos de vitalidad.
Jesús les dijo: “Que no se fueran de Jerusalén, sino que
esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí... y
seréis bautizados con el Espíritu Santo... y recibiréis poder cuando
haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos”
(Hechos 1: 4 — 5, 8). Jesús le dio una gran importancia a ese
Alguien, el Espíritu Santo. Habló de su venida y de su obra como
absolutamente esencial, y lo llamó “otro Consolador” otro como él
mismo. Podríamos decir que Cristo agarró de sus vestidos a los
discípulos para decirles que debían escuchar lo que tenía que
decirles: que se iba al cielo para que ese Alguien pudiera venir. Esas
palabras miden la importancia de la venida del Espíritu Santo.
El Espíritu del Señor los convertiría en antorchas. Él sería —y
todavía lo es- la clave para la testificación efectiva. El Señor les dijo:
“Separados de mí, nada podéis hacer” (Juan 15: 5); tenemos que
permanecer unidos a la vid y obtener la vida de él. La vida del
Espíritu es el secreto de los nuevos discípulos. Podemos hacer
mucho sin el Espíritu Santo pero nada que tenga efectos duraderos.
Jesús les dijo que recibirían el Espíritu “dentro de no muchos días.
” Y ocurrió tal como Él lo dijo. En realidad, esto ocurrió 50 días
después de la crucifixión, en la fiesta del día de Pentecostés (o
Festival de las Semanas). En el templo estaban celebrando la fiesta
de las cebadas con un haz mecido delante del Señor. Este era el día
señalado. El cielo tocó a la tierra y Dios, por medio del Espíritu
Santo, comenzó sus operaciones aquí. En ese punto en el tiempo
entró al mundo y el orden espiritual llegó a ser la era del Espíritu
Santo. Fue la inauguración de una nueva era.
En ese día pentecostal, los discípulos comenzaron “a predicar el
evangelio con el Espíritu Santo enviado del cielo” (1a de Pedro 1:
12).
Su descenso y su entrada al mundo fueron tan positivos como
cuando Jesús vino a la tierra. “El Verbo se hizo carne” (Juan 1: 14).
Esa fue la entrada de Jesús por la puerta de Belén. Se vistió a sí
mismo de humanidad, y otro tanto hizo el Espíritu vistiéndose a sí
mismo con la humanidad de los discípulos al entrar a morar en ellos.
El mundo no podía recibirlo pero centenares de personas amaban a
Jesús, y 120 de ellos fueron los primeros sobre la tierra en ser llenos
del Espíritu: mujeres, apóstoles y discípulos. Sencillamente se
sentaron juntos, no de pie, no arrodillados ni orando, simplemente
esperando, tal como Jesús les había indicado: “Que no se fueran de
Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cual les dijo,
oísteis de mí” (Hechos 1:4). Cristo ascendió a los cielos y le pidió al
Padre que enviara su regalo, el Espíritu Santo, y a los 10 días vino
el Espíritu.
Ese día fue una fecha especial en el diario de Dios. Como una ola
gigantesca el Espíritu Santo llegó y absorbió o sumergió en él a la
compañía de discípulos. Esta era la misma infinita Persona cuyo
poder dio forma a los más remotos confines del universo y los llenó
consigo mismo: el Espíritu viviente de Dios. Carne y hueso llegó
entonces a ser su morada en el cuerpo de los discípulos.
El Espíritu no vino en silencio. Anunció su llegada a través de las
120 personas que estaban allí reunidas. Así dio expresión a toda la
asamblea de creyentes en lenguas y profecía. Para los apóstoles y
discípulos este fue su día más grandioso.
El Espíritu Santo es el Espíritu de amor del Padre y del Hijo: “El
amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el
Espíritu Santo que nos fue dado” (Romanos 5: 5). Ese amor
comenzó a mover a los creyentes y a operar a través de ellos.
Este acontecimiento es el modelo de nuestro testimonio. Los
creyentes que ya confían en Cristo pueden ahora conocer el Espíritu
de una manera más amplia y dinámica. Los apóstoles son nuestros
modelos cristianos. ¿Quién más podía serlo? Aún en los tiempos
bíblicos otras personas han tenido la misma experiencia. Como
Pedro lo descubrió: “Dios les concedió el mismo don que a nosotros
que hemos creído” (Romanos 5: 5). Este bautismo celestial fue sólo
para ellos como individuos, no “para toda la Iglesia.” Otros, como los
que estaban en la casa de Cornelio, recibieron también el Espíritu.
Ninguna palabra en el Nuevo Testamento sugiere que no
necesitamos lo que los apóstoles tenían, o que lo que ellos tenían
podía ser sólo para ellos. Por el contrario, el mensaje de Pedro fue
claro: “Recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque para vosotros es
la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos;
para cuantos el Señor nuestro Dios llamare” (Hechos 2: 38 - 39).
Si los discípulos necesitaron tal capacitación para predicar el
evangelio con el poder del Espíritu Santo y con la manifestación del
Todopoderoso, ¿somos nosotros mejores que ellos para que
podamos realizar la obra de Dios sin el poder que ellos tenían? De
seguro, nosotros necesitamos todo lo que Dios pueda darnos, y el
mundo necesita personas equipadas de esa manera.
Cuarta parte
Durante muchos siglos los cristianos reconocieron la necesidad de
tal llenura de Dios pero tuvieron la tendencia a pensar que ella no
estaba disponible para los creyentes de nuestros días. Solamente
en tiempos recientes se han dado cuenta de que es un derecho
inherente a todos los creyentes. En el día de hoy, unos quinientos
millones o más de personas sobre la tierra lo conocen, y millones lo
disfrutan.
La promesa a través de Juan es un “bautismo” del Espíritu con
fuego. La palabra griega baptizo, convertida ahora en una expresión
religiosa, originalmente significaba “introducir algo en algo” “mojar
algo en algún líquido.” Juan el Bautista “introdujo” a la gente en el
Río Jordán. La palabra generalmente hacía referencia a vestidos
que se metían en tintura; el vestido en la tintura, y la tintura en el
vestido. Es un verdadero cuadro descriptivo: el Espíritu en el
creyente, y el creyente en el Espíritu. Así como el vestido asumía el
carácter de aquello en lo cual se sumergía, los creyentes tomaban la
naturaleza del elemento en el cual eran bautizados, lo cual nos
confirma la semejanza con Dios mediante el Espíritu Santo.
Sorprende darse cuenta que Jesús realmente dejó este mundo
para que el Espíritu Santo pudiera venir. “Si yo no me fuere, el
Consolador no vendría a vosotros” (Juan 16: 7). Su venida a
nosotros es misteriosa pero real.
Desde luego, surgen muchas preguntas cuando Dios está
obrando. La gente se pregunta si el bautismo del Espíritu es una
“segunda” bendición después de haber nacido de nuevo. ¿Fue el de
Pentecostés un bautismo único y para siempre? ¿Fueron bautizados
los discípulos en representación de toda la Iglesia, para siempre?
¿Hay un bautismo y muchas llenuras?
Le echaremos una mirada a este tipo de preguntas más adelante
(en el capítulo 12), sin embargo, estando ya informados es
necesario estar conscientes de que a menudo las obras de Dios
superan nuestra capacidad mental para clasificarlas y ordenarlas en
cómodos paquetes. Nuestra incapacidad para analizar o describir lo
que ocurre no hace el accionar de Dios menos real. Dios supera
toda nuestra capacidad de racionalización. El bautismo en el
Espíritu es como la expiación para la cual existen varias teorías,
pero el hecho esencial es que Cristo descendió a profundidades que
nadie podrá comprender jamás.
¿Cómo es que el Padre nos reconcilió consigo mismo por la
muerte de su Hijo, a quien nosotros matamos? La respuesta está
más allá de la capacidad de comprensión de la mente humana.
Sabemos que ocurrió algo que garantiza nuestra salvación. De
manera similar, Jesús nos bautiza en el Espíritu Santo y recibimos
poder cuando el Espíritu viene sobre nosotros. Es su obra y
nosotros somos sus beneficiarios. Podemos confiar en la Palabra
sabiendo que Dios nunca falla (Hechos 1:7).
Después de la resurrección los discípulos, conmovidos y
asustados, escondiéndose con temor de lo que pudiera ocurrirles,
necesitaban ciertamente ese bautismo para ser dotados con poder;
lo mismo nos ocurre a nosotros. Y Dios nos dará lo que
necesitamos: Dios suplirá todo lo que nos falta conforme a sus
riquezas en gloria en Cristo Jesús” (Filipenses 4: 19). Ningún
cambio en el mundo hace innecesario el poder del Espíritu. No
tenemos alternativa, ni método, ni manera, ni plan, ni enfoque
distinto al Espíritu. El tiene que hacer la obra. Todavía es necesario
convencer y salvar al mundo, y sin el Espíritu Santo tal cosa es
imposible.
El Espíritu Santo no es un sentido de sobrecogimiento que flota
alrededor de una edificación religiosa. Si el Espíritu ha de
manifestarse lo hará a través de personas llenas de Él. El mensaje a
los creyentes es: “Sed llenos del Éspíritu” (Efesios 5: 18). No
necesitaríamos la amonestación de ser llenos si pudiéramos vivir sin
serlo.
Jesús dijo que debemos pedir, buscar y llamar, porque Dios da el
Espíritu a quienes lo piden (Lucas 11:9-13). No por una petición
casual de un momento sino por estar abiertos a Dios todo el tiempo:
¡pidiendo, buscando, llamando! Dios tendrá en cuenta a quienes
están listos para recibir esta bendición. Él nos ha dado su Palabra y
nosotros debemos echar mano de su promesa.
“Ser llenos continuamente”: Los predicadores a menudo explican
que el significado de la frase en el original griego es “ser llenos
continuamente” pero lo malentienden por igual. Ciertamente no
significa buscar nuevas llenuras de tiempo en tiempo sino todo lo
contrario 4 El verbo en el idioma griego indica una situación
continua, un estado de llenura permanente. Una vez recibido, el
Espíritu Santo “habita” en el creyente y no se evapora ni requiere
una nueva llenura o una renovación espiritual. Es un estado de vida
que está siempre presente y continuo, comparable a estar en la
corriente de un río. En el libro de los Hechos se escogió para
promover el servicio de algunos hombres que estaban llenos del
Espíritu Santo, y ese era su carácter normal.
Para ser llenos de ese espíritu sólo hacemos lo que Jesús dijo:
pedir. Y no se trata de hacer una petición lenta y sin prisa; pedir,
buscar y llamar es un estilo de vida.
El Espíritu Santo viene cuando quiere sobre quienes están listos.
No obtenemos el Espíritu Santo como un chocolate que sale de una
máquina dispensadora: presione la palanquita, y ya. De otro lado,
Dios no pretende que estemos siempre pidiendo, siempre buscando
sin encontrar jamás. “El que busca halla” (Lucas 11: 10), y se da
cuenta cuando ha encontrado lo que buscaba. El bautismo en el
Espíritu se recibe por fe, pero la evidencia son las señales que le
siguen.
Los apóstoles supieron que los italianos en Cesárea habían
recibido el Espíritu Santo porque los escucharon hablar en lenguas.
Esa es una señal que Él desea que tengamos. El cristianismo
demanda fe, pero responde a la fe. La promesa es “como clavo en
lugar firme” según la expresión de Isaías (Isaías 22: 23).
Los primeros creyentes en recibir el Espíritu Santo llevaron la
marca original. Ellos fueron lo que los cristianos son; para ser lo que
ellos fueron necesitamos el mismo Espíritu.
Quinta parte
¿Hablan en lenguas todos los que reciben el Espíritu Santo? La
respuesta común es un categórico “sí,”o deberia serlo si todo en
este mundo fuera perfecto. Dios no tiene reglas. Él hace lo que
puede de acuerdo con nuestra fe. Decir que la gente puede ser
bautizada sin hablar en lenguas extrañas no encajaría bien en el
Nuevo Testamento porque en cada ocasión nos muestra con
bastante seguridad que todos hablaron en lenguas. Si una persona
ha absorbido temores hacia las lenguas es porque ha tenido
enseñanza confusa acerca de ellas, o alberga otra razón -
posiblemente subconsciente-. Esto puede apagar el Espíritu e
impedirle hacer todo lo que normalmente haría, es decir, realizar
señales. Algunos tienen fe para recibir el Espíritu pero no para
hablar en otras lenguas, de modo que reciben de acuerdo con su fe.
No obstante, la pregunta crucial para ellos es, ¿cómo saben que
han sido llenos del Espíritu sin la evidencia de su capacidad de
hablar en lenguas?
Es de vital importancia saber que somos bautizados en el Espíritu
y que podemos salir a enfrentar el reto de un mundo sin Dios. Con
tal conocimiento podemos atrevernos a ir, sabiendo que el Espíritu
está con nosotros. Los discípulos tenían tal seguridad. ¿Podemos
nosotros prescindir de ella? Ellos sabían que el Espíritu estaba con
ellos y por lo tanto “Saliendo predicaron en todas partes,
ayudándoles el Señor y confirmando las palabras con las señales
que la seguían. Amén” (Marcos 16: 20). El ministerio del Espíritu es
avalado por señales, si creemos en ellas.
Se ha dicho que si alguien busca el Espíritu con la señal de las
lenguas y no lo recibe durante un largo período puede desanimarse
y preguntarse si Dios realmente lo ha escuchado. ¿De veras?
¿Debe entonces buscar el Espíritu sin las lenguas? ¿En qué forma
le ayudaría hacerlo así? ¿De qué otra manera sabría que Dios lo
está escuchando? Su “problema” con las lenguas no se soluciona
por dejar de creer en ellas.
Hablar en lenguas no se logra tratando de hacer un esfuerzo.
Usted no aprende “cómo” hablar en lenguas. No hay para ello
ninguna técnica, ni método, ni ministerio. El Espíritu del “don de
lenguas” no es dado por voluntad del ser humano sino que es un
acto soberano de Dios. Este don no es un talento sino un favor de
Dios mismo, no un poder o un ministerio especial sino la presencia
del Espíritu Santo. Él es demasiado grandioso para ser manipulado
o servido con arrogancia. No obstante, podemos estar mutuamente
en oración y bendecirnos mediante la imposición de las manos tal
como los apóstoles hicieron en Samaria, y Pablo en Efeso.
Debemos mantener una actitud de humildad y estar preparados.
Esa es la lección de Pedro en la casa de Cornelio: mientras él
estaba todavía hablando, el Espíritu cayó sobre todos ellos.
En las reuniones de nuestras cruzadas evangelísticas siempre
oramos para que todos sean bautizados en el Espíritu. Ese fue el
mandato de Dios para nosotros desde el comienzo mismo de
nuestro trabajo. Ese es el Espíritu Santo que está moviendo ahora
las naciones. Estamos presenciando el avivamiento más poderoso
de todos los tiempos en varios lugares de la tierra. Millones de
personas que son bautizadas en el Espíritu con acompañamiento de
señales salen confiadas sabiendo que Dios las utilizará como
instrumentos de su amor y su poder. Ese es el poder en el cual
creyeron los cristianos del siglo XIX, el poder que los equiparía para
evangelizar al mundo postmoderno.

4 La palabra griega pleerousthe derivada de la raí^pleroo que significa llenar, es un


imperativo en elpresente continuo.
Un milagro no es la máxima
demostración de la presencia de Dios, ni
es el verdadero propósito para buscarlo.
El cristianismo es Cristo. Servimos a
nuestro Señor Jesús medíante el Espírítu
Santo.
Capítulo 5

“Vendrán tiempos de renovación de parte del


Señor.”
Hechos 3: 19
Dios avanza, especialmente en tiempos de renovación. Él llega
mediante saltos, no a ritmo de peatón. El primer gran paso hacia
delante ocurrió a través de Moisés, 1.500 años antes de Cristo: el
mundo recibió el conocimiento del Dios vivo, una auto-revelación
divina de importancia fundamental. No fue mera información sino el
conocimiento salvador de Dios para su pueblo. El otro avance
notable vino 1.000 años después con el desarrollo del pensamiento
entre los griegos. Pero el mayor avance de todos fue la llegada del
cristianismo. Muchos cambios le han seguido tales como el
Renacimiento, la Reforma, la Revolución Industrial y la era científica,
pero el cambio que prevalece es la verdad de Jesucristo.
En la era cristiana ha habido diferentes épocas de avivamiento.
Este libro trata de algo nuevo en la historia cristiana: el movimiento
Pentecostal/Carismático, así como el movimiento de “renovación” y
el “redescubrimiento del Espíritu Santo.” Millones de creyentes
tienen ahora una nueva comprensión de las promesas bíblicas. Este
avivamiento mundial comenzó el primer día del siglo XX en un
remoto rincón de la tierra como empezó la Iglesia en el “aposento
alto” el primer día de Pentecostés. Esa fue la profundización de la fe
individual con grandes cambios en las actitudes y en los estilos de
adoración que ha afectado a casi todas las iglesias del mundo. El
que ha sido bautizado por el Espíritu puede entender este impacto
celestial.
Los creyentes del siglo XIX oraron por un avivamiento mundial y
fueron oídos. El movimiento de renovación es en sí mismo un
“avivamiento.” El término “avivamiento” no es una expresión bíblica
pero fue escogido para describir un tipo particular de evento
espiritual. El cristianismo en sí mismo es avivamiento. La gente
llama “avivamiento” a algunos acontecimientos religiosos pero luego
se pregunta qué es avivamiento. Obviamente, es sólo lo que
nosotros decimos que es, no algo de lo cual Dios habla.
A menudo al avivamiento se le describe como “una extraordinaria
obra de Dios.” Desde el punto de vista humano esa es una buena
descripción pero, ¿es correcto pensar en que Dios haga un esfuerzo
especial de vez en cuando? ¿Va bien con lo que afirma de sí mismo
que Él nunca cambia? Él no hace nada a medias sino con todo el
entusiasmo de su grandeza. Así como el sol brilla al medio día, Dios
siempre está actuando al máximo “sin sombra de variación ” como lo
dice Santiago 1:17, siempre en su plenitud, totalmente dedicado. El
poder de Dios es inmutable y no tiene grados, ni tiene los niveles
humanos “bueno, mejor, y lo mejor.” Todo lo que Él es, perfección y
omnipotencia, respalda todo lo que hace.
Si los creyentes del siglo XIX -nuestros bisabuelos- pudieran ver la
vida cristiana de hoy se asombrarían al ver el énfasis que recibe el
Espíritu Santo y las actitudes cristianas enfocadas en Él. Como
resultado de la presencia del Espíritu de Dios existe un claro
enfoque personal en el Señor Jesús, quien es nuestro Salvador. La
unción en la adoración ha traído nuevos estilos de adoración y
canciones al estilo de aquella de hace 90 años que decía:
“¡Cristo, Cristo, Cristo! tu dulce nombre al cantar,
Colma todos mis anhelos, y alegra mi caminar.” (1)
(1) Escrito por Luther B. Bridgers en 1910.
A la renovación del Espíritu Santo se le ha llamado la “religión de
Jesús.” Una imagen borrosa del Espíritu Santo había oscurecido la
imagen de Jesús porque solamente el Espíritu es quien lo revela.
Jesús dijo: “Cuando venga el Consolador; a quien yo os enviaré
del Padre. .. él dará testimonio de mí” (Juan 15: 26), y “El me
glorificará; porque tomará de lo mío y os lo hará saber” (Juan 16:
14). La fe cristiana es más que una fe sobrenatural. Las
manifestaciones del Santo Espíritu son la señal externa. La obra
más grande que Dios hizo fue darnos a su Hijo para nuestra
salvación. Esa tremenda muestra de amor debe llenar nuestros
pensamientos más que cualquier otra cosa. Ella es ciertamente el
mayor interés de Dios. Un milagro no es la máxima demostración de
la presencia de Dios, ni es el verdadero propósito para buscarlo. El
cristianismo es la acción de Cristo por medio de su santo Espíritu en
nosotros. Amamos a nuestro Señor Jesús mediante el Espíritu
Santo.
Los 120 discípulos que se reunieron el día de Pentecostés
recibieron el Espíritu Santo. No sabemos exactamente cuál fue el
final de sus vidas. La Biblia no nos cuenta mucho al respecto, pero
el efecto general se debe juzgar por el hecho de que ellos vivieron
una vida plena en medio de la persecución del imperio romano.
Nosotros somos sus frutos, convertidos a través de Pedro, Santiago,
Juan, María y sus hermanas en Cristo. Todas ellas fueron personas
ordinarias que llegaron a ser extraordinarias por la experiencia que
tuvieron el día de Pentecostés, como se narra en el libro de Hechos
2. Esa es la misma experiencia que Dios nos ha prometido para el
día de hoy.
Si alguna frustración debemos sentir es que este avivamiento
actual del Espíritu Santo haya llegado tan tarde en la historia de la
Iglesia. Dios es Todopoderoso pero hace lo que puede por salvarnos
cuando puede, y no siempre puede hacer lo que quiere porque eso
sería violar el libre albedrío o la libertad que Él mismo nos dio.
Dos elementos básicos son necesarios: La predicación de la
Palabra y el testimonio acompañado por la oración, así como la
respuesta de los que oyen la Palabra.
Dios obra también en nuestra vida a través de personas. Un
corazón lleno de fe, una mente lúcida para planear, y una mano
poderosa para obrar, siempre atraen el poder del Espíritu Santo.
Nunca puede haber un vacío en la vida de alguien de ese calibre.
Dios está escaso de tales personas. Si queremos servir al Señor, Él
quiere que le sirvamos, y tiene diversas tareas para que nosotros
realicemos. Este es el máximo privilegio y destino de nuestra vida.
¿Cómo puede una pose de impasible
silencio ser una recomendación ante
Dios? Él es un Dios de fuego, no un
bloque de hielo. A menos que mostremos
ciertos signos de Vída, ¿podemos
suponer que Dios está en nuestro
medio?
Capítulo 6

El Espíritu Santo:
Fuego y Pasión
“El silencio de Dios” ha sido un tema popular pero que no presenta
una correcta imagen de Dios. El mismo nombre de Cristo, “el
Verbo,” no sugiere que Dios sea silencioso. El día de Pentecostés el
Espíritu Santo habló a través de 120 gargantas. Llegó con el
estruendo de un tornado e inspiró un rugir de 120 hombres y
mujeres hablando en lenguas. Ellos hablaron pero fue el Espíritu
quien les dio expresión; una expresión proveniente de Dios mismo.
Leemos que ello atrajo una enorme multitud. Dios salió de los
lugares secretos de su poder y se reveló a sí mismo. Hubo
movimiento y conmoción.
Dios nunca es mudo. David es enfático al respecto y se mofa del
paganismo con sus ídolos que “tienen boca pero no pueden hablar”
(ver Salmo 115: 5). Pablo también hace un contraste entre los
“ídolos mudos” (Ia de Corintios 12: 2), con los dones vocales del
Espíritu: lenguas, profecía e interpretación. Además nos habla de la
palabra de conocimiento y la palabra de sabiduría. Estas
expresiones son dones maravillosos, típicos de un Dios que habla, y
que superan toda humana invención. Nadie se los sugirió al Señor.
Estos “dones” particulares expresan su naturaleza divina. Sería
difícil encontrar una línea en la Escritura sobre la cual edificar la
doctrina de un Dios silente. Ese no es el cuadro que nos presenta la
Biblia. La gente invocaba (llamaba) a Dios porque así lo conocían;
un Dios a quien se puede escuchar. Un Dios que no se comunicara
con los hombres sería algo aterrador: “Si tú permaneces en silencio
seré como quienes descienden a la fosa” clamó el salmista (Salmo
28: 1).
Dios habla porque quiere, no porque lo urgimos a hacerlo. Es algo
que brota de su carácter y su disposición natural. Y no habla en
susurros. Por lo menos no lo hizo así cuando reveló su voluntad en
el Monte Sinaí. Su voz fue como una trompeta y la montaña vibró y
se conmovió de tal forma que el pueblo le imploró a Moisés: “Habla
tú con nosotros,y nosotros oiremos, pero no hable Dios con
nosotros,para que no muramos” (Éxodo 20: 19).
Un antiguo canto dice: “Escucha los susurros de Jesús.” El
evangelio del cual el compositor de ese himno tomó la frase
ciertamente no está en mi Biblia. En ella no vemos a Jesús
hablando quedamente sino en voz muy alta, calmando el mar,
echando fuera los demonios, resucitando a Lázaro, predicando a
millares, etc. Aún en la cruz, en sus últimos momentos, entregó el
Espíritu con “una gran voz” (Mateo 27: 50).
Dios es positivo y caluroso (para usar una expresión humana), y
sus palabras son dinámicas y punzantes. Todo lo relacionado con
Dios es vivo. Toda la naturaleza, el globo terráqueo floreciendo con
un millón de especies vivas, es su obra de arte. La naturaleza de
Dios es amor, amor intenso y ardiente que se expresa a través de la
gloria de la creación y en la gran pasión de Cristo en la Cruz. El
universo es el signo de admiración de Dios junto a su Palabra
hablada.
Al Dios de la Biblia no se le sirve con callado sometimiento. El
mutismo y la silenciosa inmovilidad no son señales apropiadas del
Jesús que bautizó con Espíritu Santo y fuego, y que recordó a sus
discípulos las palabras: “El celo de tu casa me consume” (Juan 2:
17). La adoración, tal como nos la describe la Escritura, no está
imbuida de acartonada dignidad. La palabra en sí misma sugiere
pasión; caer postrados en adoración, con música, con cantos y con
instrumentación jubilosa.
Por el contrario, debería sorprendernos si el efecto que causara
ese Dios vehemente al venir a los creyentes fuera dejarlos
silenciosos. Hablar en lenguas es algo que debemos esperar. No
encontramos nunca en la Escritura adoradores reunidos en
silenciosa meditación, al estilo de los cuákeros o los budistas. En
una de las reuniones de la iglesia naciente los discípulos “ .. alzaron
unánimes la voz a Dios... ” (Hechos 4: 24). Los creyentes son
siempre expresivos. La oración nunca fue silenciosa. En una
ocasión en que una mujer oró silenciosamente, moviendo solamente
los labios, el sumo Sacerdote de Israel pensó que estaba
embriagada (1a de Samuel 1: 13-14). En la historia de la Iglesia
Cristiana la oración silenciosa fue algo que algunos ermitaños
practicaron. Pero eso es lo contrario.
Dado este abundante testimonio de fervor en la adoración y el
carácter de Dios mediante la alabanza, hablar en lenguas
difícilmente puede parecer fuera de lugar.
Un punto importante parece surgir aquí. La naturaleza humana no
es desapasionada. La civilización moderna nos encasilla, nos doma,
nos mete en jaulas y nos prohíbe rugir produciendo así un hombre
urbano superficial, monótono, soso y totalmente controlado. La
pérdida de la fe verdadera sofoca y acalla nuestro temperamento y
le hace perder el brillo a nuestra personalidad. Por el contrario, al
cristiano lleno del Espíritu Santo le rodea un carismático resplandor.
Fuimos hechos a imagen de Dios y Él no es un ser inmóvil y carente
de emoción; al menos la Biblia no lo muestra así. Ingerir alcohol,
para olvidar y llenar su espíritu es la peor manera de eliminar el
aburrimiento, pero ser lleno del Espíritu es la mejor manera.
La adoración a Dios es la mejor de todas las oportunidades para
dar expresión al entusiasmo de adorar por medio de la alabanza.
Para adorar a Dios debemos permitir que nuestro espíritu se eleve
libre de los pesos y temores de las costumbres sociales que nos
reprimen. La religión de cierto tipo cultural ha sido siempre el canal
de expresión de determinados aspectos de la naturaleza humana.
La adoración a Dios eleva el Espíritu a su plena estatura emocional.
El asombro ante la grandeza de Dios, la devoción y la adoración,
deben permitirnos ser “nosotros mismos”, desinhibidos, libres
delante de Dios” y transformados en su presencia.
El Antiguo Testamento dice poco acerca de la verdadera
adoración. David, danzando semidesnudo en la ciudad,
deleitándose delante de Dios ante el disgusto de su esposa Mical,
fue tal vez algo poco común para ser el rey de su pueblo. Sin
embargo, la palabra “adoración” tiene cierta connotación de las
emociones físicas y no era extraño que la gente se extrovirtiera para
adorar a Dios.
Los predicadores mencionan con frecuencia el fútbol a los
cristianos como un ejemplo de entusiasmo. A este juego se le
reconoce como una oportunidad tradicional para explotar
emocionalmente. Otros juegos son emocionantes pero los
espectadores son menos emotivos. La atmósfera que se genera en
un gran encuentro es el secreto de la popularidad del fútbol. El
estadio es un lugar casi sagrado, como un santuario en donde los
hinchas pueden explayarse sin ninguna restricción y alabar a su
equipo. Nadie piensa que es algo extraño pues todo el mundo hace
lo mismo. ¿Y por qué no? Es una ocasión en que se muestra la
naturaleza humana sin disfraces.
Existen enemigos de este tipo de pasión. En el siglo XIX,
Schopenhauer condenó la pasión por ser ciega como un esfuerzo
sin sentido, mientras que la actitud postmoderna de indiferencia lo
trata todo como si fuera un chiste. 5
El primero de todos los mandamientos es: “Amarás al Señor tu
Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y
con todas tus fuerzas” (Marcos 12: 30). Ese es un llamado a ser
totalmente apasionado. En la adoración a Dios sin duda alguna
resulta apropiado el máximo grado de entusiasmo, superior al que
se expresa en cualquier deporte. La película de Mel Gibson, La
Pasión de Cristo, muestra la inhumana crueldad que se le infligió a
Jesús; pero hay algo de lo cual carece la película: podría haber sido
más clara en cuanto a la vida apasionada del Señor. Así como fue
su vida fue su muerte. Fue su pasión hacer la voluntad de Dios y
redimir al mundo perdido lo que lo llevó a la cruz. Si el fútbol nos
hace vibrar más que Dios, entonces en algún lugar tenemos los
cables cruzados.
Una de las tragedias más grandes en la historia ocurrió cuando el
hombre decidió reprimir las emociones en la adoración. Llamar a tal
solemnidad “reverencia” es un abuso contra la adoración. ¿Qué
persona “reverente” puede estar quieta cuando recordamos todo lo
que Dios ha hecho por nosotros?
Nuestro esfuerzo por no ser emotivos cuando contemplamos a
Dios debe ser una sorpresa para Él. ¿Él es feliz con adoradores
apagados, con rostros inexpresivos, tan rígidos como figuras
sepulcrales? ¿Querríamos nosotros que nuestros amigos fueran
como bloques de hielo o momias egipcias? Dios, la fuente de la
vida, desea adoradores sin vida tanto como nosotros deseamos un
dolor en la nuca. A la adoración fría se le excusa diciendo que es
adoración “con dignidad.” Los nueve frutos del Espíritu no incluyen
“la dignidad.” La dignidad no es una respuesta al Cristo crucificado.
En la Escritura leemos que los adoradores se postraban a los pies
de Cristo. El día de Pentecostés se creyó que los creyentes estaban
ebrios cuando salieron del aposento alto. Hasta donde yo sé, nadie
que haya salido de la Abadía de Westminster o de la catedral de
San Pedro en Roma ha sido sospechoso de haber bebido mucho.
¿Cómo fue que la Iglesia llegó a reflejar tan poco de lo que Dios
es, y por qué adoptó una pose tan excéntrica? ¡Dios es fuego
consumidor! El cristianismo comenzó hablando en lenguas pero
“algo” a lo largo del camino convirtió la adoración en una rutina
ejecutada por sacerdotes que eran observados desde lejos por
congregaciones apagadas. De algún modo la fe y la comprensión
del poder del Espíritu se desvanecieron y se extinguieron cada día
más hasta que llegaron a ser poco más que una superstición.
Si miramos al pasado, a los primeros años después de los
apóstoles, encontramos que los registros de un par de generaciones
se perdieron destruidos durante las persecuciones romanas. Luego,
alrededor del año 150 D.C, viene el recuento del Obispo Montano y
sus seguidores que profetizaban y afirmaban tener los dones del
Espíritu. Su adoración era ferviente y libre; una reacción contra la
adoración fría y formal que ya prevalecía en esa época. Los obispos
condenaron al Montañismo porque la profecía podría socavar su
propia autoridad, pero también porque era muy emotiva. Desde ahí
en adelante los dones espirituales no sólo fueron considerados del
dominio sacramental de los sacerdotes sino que el fervor en la
religión fue condenado como “entusiasmo,” lo que significaba que
las personas que demostraban entusiasmo estaban “poseídas.” La
adoración cálida fue mal vista, el Espíritu fue apagado, y la
adoración fría y sin pasión se convirtió en la norma. Durante siglos
el formalismo marcó la vida de la Iglesia.
Los seres humanos no son desapasionados por naturaleza. A
través de los siglos hay frecuentes ejemplos de pasión; momentos
como aquel cuando se rompió la camisa de fuerza religiosa. La
historia de la Iglesia incluye episodios de varios tipos de religión
vigorosa, a menudo demasiado vigorosos y belicosos. La Iglesia
Católica no fue un bloque sólido inmutable sino una masa de sectas,
cultos, mesías, y grupos disidentes con una diversidad de ideas
acerca de Dios y de la adoración. Pero cuando las expectativas del
regreso de Cristo aumentaron se despertaron también las pasiones.
En una costumbre sorprendente, durante doscientos años, ciertos
hombres y mujeres llamados los Flagelantes caminaron por los
pueblos preparándose para la venida de Cristo, azotándose a sí
mismos, cubiertos de sangre para implorar el perdón de sus
pecados. Esa fue una forma medieval de avivamiento.
Periódicamente aparece algún tipo de flagelante como lo hacen
actualmente en México y Filipinas, por ejemplo. Siempre hay
extremistas entre nosotros, pero sacarlos y cerrarles la puerta
permite la entrada de la parálisis espiritual.
Ya cerca de nuestros días, en los siglos XVIII y XIX, la fe fervorosa
volvió a aparecer en algunas iglesias evangélicas. La predicación
Wesleyana a menudo tuvo un dramático impacto y la gente
respondía con convulsiones, gemidos y postraciones. La
concurrencia se paralizaba de emoción y a veces había expresiones
de histeria. A las reuniones en donde ocurrían esas reacciones
físicas se les llamó “avivamientos”, y en los Estados Unidos a este
tipo de reuniones generalmente se le llamó así. En Toronto, por
ejemplo, ocurrieron efectos extraordinarios de los avivamientos del
pasado aunque no continuó un avivamiento real, mostrando que
eran solamente la ola expansiva de ese poderoso océano.
Desde luego, la pregunta que surge cuando tales hechos suceden
es si son, o no, algo de Dios. Una mayor comprensión del Espíritu
Santo muestra que el evangelio debe ir acompañado de su poder y
sus demostraciones. Las Escrituras no nos dan detalles en cuanto a
qué significa esa demostración sentimental, pero sí es claro que
proviene de algún tipo de efectos espirituales.
Dios nos ha concedido en estos días más conocimiento del poder
que Él nos prometió. Los acontecimientos motivados por el Espíritu
se reconocen de acuerdo con la promesa de su Palabra.
Cuando el profeta Daniel y el apóstol Juan vieron un ángel se
postraron ante él. La personalidad de un ser espiritual tiene una
fuerza arrolladora. Reaccionamos de manera diferente según el tipo
de persona que tratamos y la clase de individuos que somos: serios
o cómicos, amables o ásperos, quietos o bulliciosos. Pero
finalmente toda personalidad proviene del Espíritu Santo. Nuestra
propia presencia humana es solamente una pequeña chispa de su
infinita presencia. En Él está todo lo que podemos imaginar y todo lo
que somos. Todo lo que alguien haya sido alguna vez es sólo un
átomo de su ardiente sol de maravillas. Si miramos la actuación de
un buen comediante generalmente sonreímos (por lo menos nos
interesamos). Si vemos que hay grandeza en una persona, nuestra
respuesta tiende a ser de admiración. Si vemos gentileza y
amabilidad en un hombre o una mujer, queremos ser como ellos.
Nos regocijamos con quienes se regocijan y lloramos con quienes
lloran. No podemos evitarlo. Sin embargo, cuando el Espíritu del
Dios viviente viene sobre nosotros, ¿se supone que debemos
paralizarnos como si estuviéramos congelados y adoptar una actitud
de inmovilidad sin sonreír siquiera? Camino a la iglesia asimilamos
el glorioso brillo del sol, la majestuosidad de los árboles y el
esplendor de la hierba verde; todo ello nos hace sonreír. Pero tan
pronto llegamos al atrio del templo eliminamos la sonrisa. ¿Es esa
una tradición digna de conservar? Si es algo aceptable para los
fanáticos del fútbol emocionarse durante los partidos, ¿por qué
debemos los cristianos ser diferentes en la iglesia? ¿Por qué apagar
al Espíritu Santo y reaccionar fríamente ante su manifiesta
grandeza? Si Dios no ejerce ningún efecto sobre nuestros
sentimientos debemos sospechar que el rigor de la muerte espiritual
nos ha sobrecogido.
Recientemente realizamos una encuesta entre algunas personas
que fueron tocadas por el Espíritu. Todos sintieron que su
experiencia fue sobrenatural y la mayoría ni siquiera supo que se
había desmayado, al menos por unos breves segundos. Tuvieron
paz y disfrutaron esos breves instantes yaciendo en el suelo. Pero
sobre todo, la experiencia los dejó con un poderoso sentido de la
presencia de Dios. La obra del Espíritu es siempre misteriosa
aunque real. Produce muchos signos externos, pero la Biblia
identifica el hablar en lenguas y profetizar como la norma para todos
los creyentes como una seguridad de que el Espíritu mora en ellos.
Vetar las manifestaciones físicas y emocionales no es realista.
Dios habla motivado por su propio carácter de amor apasionado. Si
queremos tener su Espíritu es ridículo adoptar una actitud diferente
a la suya. Jesús mostró sus sentimientos llorando, gimiendo y
siendo compasivo, de una manera que nosotros en el mundo de
Occidente encontraríamos bastante exagerada. ¿Cómo puede
entonces la supresión de nuestra sensibilidad, en una pose de
estoicismo y de calma, atraer el interés de un Dios cuya misma
naturaleza es el amor?
Podemos ser tiesos, refrenarnos y controlar nuestras reacciones
abrochando nuestra chaqueta y cerrando la cremallera de nuestra
compostura. Y parecerá algo reverente y admirable,pero, ¿en dónde
está la entrada o la señal de bienvenida para el Espíritu Santo? La
promesa fue que “un niño los pastoreará” (Isaías 11: 6), no un
macho. Inclinarse sobre el borde del púlpito y sostener una amable
charla con la congregación como un médico que aconseja a su
paciente no tiene nada en común con la fuerza compulsiva de los
primeros cristianos que penetró en el mundo pagano. El mundo
actual necesita la misma clase de discípulos.
Los seres humanos están equipados con una serie inmensa de
emociones. Cuando dejamos de sentir estamos muertos. Hasta que
traspasemos la puerta del cementerio, algún tipo de emoción
siempre aflorará desde nuestro inconsciente. Dios, quien nos creó,
envía su Espíritu sobre nosotros para sacudir nuestra inmovilidad.
Shakespeare lo dijo de forma maravillosa: “¿Por qué debe un
hombre con sangre caliente, sentarse como un gran señor en medio
de alabastro?”6 ¿Cómo puede una pose de impasible silencio ser
una postura adecuada delante Dios? Él es un Dios de fuego, no un
bloque de hielo. A menos que mostremos ciertos signos de vida,
¿podemos suponer que Dios está vivo en medio de nosotros?
Tal vez esa es una de las razones por las cuales la gente se
mantiene alejada de Dios, o de la Iglesia. Podemos acusarlos de
incrédulos e indiferentes, pero ¿no podría ser la causa el hecho de
que la iglesia carece de animación y presenta una imagen de
frigidez y de pedante corrección?
Las personas vivas reaccionan con sus emociones ante la vida.
Dios es un Dios vivo y Jesús es la resurrección y la vida y se levantó
de la tumba, pero quienes lo representan no siempre reflejan mucho
de esa resurrección y de esa vida. Es algo común en todas las
culturas que a la religión se le considere como la personificación de
imperturbable rectitud. Es como si a uno le dijeran: “No disfrute
mucho la vida, por favor, mantenga todo sentimiento bajo control y
no respire ¡Dios está aquí!”
Algunos muertos tienen sus lujosos mausoleos en las iglesias
antiguas, pero hay ceremonias religiosas en donde parece que a
Dios se le tuviera en un ataúd. Esas actitudes no tienen nada en
común con el Jesús resucitado. El bautismo del Espíritu Santo es un
bautismo de vida, energía, fuego y entusiasmo. Quienes han sido
bautizados por el Espíritu nunca se sentirán cómodos en una iglesia
fría.
Las sanidades, las lenguas, las postraciones, los gemidos u otros
fenómenos, son algo normal en los bautizados por el Espíritu. Es de
esperar que el Espíritu Santo tenga algún impacto sobre nuestra
sensibilidad y que nos maravillemos en su presencia. Siendo que Él
es El Señor de cielo y tierra, es muy difícil que lo sobrenatural no se
manifieste tarde o temprano.

5 Nick Pollard, “Hablando de Deportes” en IDEA, (revista de la Alianza Evangélica), Julio


del 2006.
6 William Shakespeare en El Mercader de Venecia , Primer Acto, Primera Escena.
El Espíriritu Santo comenzó a revelarse a
sí mismo entre las denominaciones.
Pronto en muchos lugares una nueva
libertad comenzó a reemplazar a las
tradiciones eclesiásticas. Hoy le ha
llegado la hora del Espírtu Santo
Capítulo 7

La Historia del Movimiento del Espíritu Santo


Poco antes de ascender al Padre, estaba Jesús con sus discípulos
quienes le preguntaron: “Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en
este tiempo?” (Hechos 1:6). Ellos estaban totalmente fuera de
sintonía, y la respuesta de Jesús fue que los tiempos y las fechas no
eran de su incumbencia; su tarea era ser testigos. Los judíos
querían la independencia política de Israel pero Él les dijo que
buscaran la promesa del Espíritu Santo. Todavía pensaban en Jesús
como un posible líder político, como un segundo Moisés, pero Él
tenía ideas que no se limitaban sólo al pueblo de Israel. Los
comisionó para que fueran con el evangelio “hasta lo último de la
tierra” (Hechos 1:8).
Lo que últimamente se ha conocido del Espíritu Santo —
especialmente por experiencia- ha eliminado todas las barreras y ha
unido a muchos creyentes de diversos trasfondos en todo el mundo
y ha producido un nuevo e intenso entusiasmo evangelístico.
Russell P. Spittler, profesor de Nuevo Testamento en el Seminario
Fuller, escribió en 1999:7 “La mayoría de quienes han sido
bautizados en el Espíritu no conocen su propia fortaleza. Durante el
último 5% de todo el tiempo de la historia cristiana ellos se han
convertido en una fuerza mundial importante. En segundo lugar,
después de los mil millones de católicos, los bautizados en el
espíritu son casi la mitad de éstos.” Es una fuerza renovadora que
refuta a quienes pensando con el deseo nos dicen jubilosos que el
cristianismo está declinando.
Charles Parham, líder de un seminario bíblico dio en el clavo. En
cierta ocasión, al asignar una tarea a los estudiantes les sugirió
casualmente que escudriñaran en el Nuevo Testamento y
encontraran referencias a la señal del bautismo en el Espíritu. Esta
tarea fue algo definitivo para su vida. Lo que encontraron fue muy
positivo e inconfundible. El Espíritu Santo demostraba su venida
mediante el hecho de “hablar en lenguas.”
El primer día de Enero de 1901, primer día también del siglo
veinte, una de las jóvenes del Instituto Bíblico Betel en Kansas, de
nombre Agnes Ozman, les pidió a sus compañeros estudiantes que
impusieran las manos sobre ella. En aquel momento fue llena del
Espíritu y habló en lenguas.
Hablar en lenguas no fue algo nuevo. Muchos ya lo habían hecho.
Sin embargo, ahora sabían lo que ello significaba. Agnes también lo
supo. Aquí estaba el bautismo del Espíritu por tan largo tiempo
esperado, la promesa de Dios de que vendría a morar en el
creyente. Agnes murió en 1937 pero vivió lo suficiente para ver que
lo que ella recibió en silencio comenzaba a tocar a las naciones.
Otra docena de personas en ese instituto en Topeka recibió el
Espíritu después de Agnes. Los estudiantes recién bautizados,
llenos de la seguridad del Espíritu, realizaron trabajos misioneros
aquí y allá con resultados poderosos.
“¿Las lenguas?” ¡Un efecto físico! Al sobrio mundo cristiano tal
cosa le pareció extrema. Los cristianos de esos días eran inseguros
y tímidos. El bautismo en el Espíritu rápidamente generó oposición y
ésta difundió rumores extravagantes que se convirtieron en
leyendas. Cualquier garrote es bueno para apalear un perro.
Seis años después, en una vieja edificación, un grupo de
buscadores blancos y negros se reunió con el propósito de entender
la promesa de la Palabra acerca del Espíritu Santo. Dirigidos por
William Seymour, un hombre de color que no permitía actuaciones
espirituales ruidosas, se arrodillaron tras su viejo púlpito y le
permitieron al Espíritu de Dios ejercer dominio sobre ellos.
Luego los sabuesos de la prensa mundial descubrieron lo que
estaba pasando. Para ellos era algo sensacional y eminentemente
noticioso. El mundo cristiano leyó y se enteró. Por largo tiempo los
“Evangélicos” habían orado por “avivamiento,” es decir, por
reuniones cristianas con demostraciones físicas. La Calle Azusa en
la ciudad de Los Angeles atrajo creyentes de lugares tan distantes
como Europa, todos deseosos de saber más acerca del asunto. No
obstante, la afirmación de los creyentes de Azusa de que su
experiencia era realmente bíblica y no solamente algo con efectos
colaterales de un entusiasmo por avivamiento, generó duras críticas.
Durante 50 años las iglesias trataron con sospecha la manifestación
de “Hablar en Lenguas”, pero en las décadas del 60 y el 70
comenzaron a aprobarla.
El Espíritu Santo empezó a revelarse dentro de las distintas
denominaciones. Pronto en muchos lugares ocurrió una liberación
de las tradiciones religiosas. Hoy el Espíritu Santo ha llegado a
hacer lo suyo. Un analista de un importante medio estadounidense
afirma que en el año 2000 había alrededor de 500 millones de tales
carismáticos. Para el año 2006 la cifra citada había superado los
600 millones, un Big Bang o explosión espiritual que sigue llenando
el firmamento cristiano con centenares de miles de nuevas iglesias,
organizaciones, misiones, instituciones de caridad, seminarios,
eruditos y millones de cristianos testificando que han “nacido de
nuevo.” ¿Qué provocó esta explosión? Sus cualidades divinas nos
muestran su origen.
Este avivamiento mundial tiene un notable parecido con el “otro
Pentecostés” por el cual oraron los creyentes del siglo XIX. Los
primeros discípulos recibieron poder pero nunca regresaron al
Aposento Alto por “otro Pentecostés.” No leemos que tuvieran
retiros de oración para recuperar poder. Una vez que recibieron el
Espíritu Santo no lo volvieron a pedir. No “prevalecieron en oración”
para asegurarse de que Dios estaba con ellos. ¡Sabían que estaba!
El cristianismo en sí mismo sólo se conoce debidamente por
experiencia propia, y así ocurre con el Espíritu Santo.
Se necesita más que un libro para ello —el que tiene en sus
manos, por ejemplo- pero estas páginas se han escrito para ayudar
al lector a vivir la experiencia del Espíritu y para guiarlo en sus
caminos y en su voluntad.

7 Pentecostal Currents in AmericaProtentantism, 1999 University of Illinois pr ess.


El Paracleto siempre es enviado o viene
porque Él quiere. Su venida es produdo
de su gracia soberana. Él hace lo que
hace, porque es quien es. Lo
necesitamos, y Él responde. Pedímos y
recibimos
Capítulo 8

El Paracleto
Al Espíritu Santo se le llama también “paracleto” por la palabra
griega “paracletos” que significa consolador. El Señor Jesús llevó a
sus discípulos al Monte de los Olivos y desde allí “ascendió” o
regresó a los cielos. Luego ellos “volvieron a Jerusalén con gran
gozo; y estaban siempre en el templo, alabando y bendiciendo a
Dios” (Lucas 24: 52 — 53). Jesús dejó a sus discípulos, ¡y ellos se
regocijaron!
El hecho de que sintieran gozo al perder a su Señor no es lo que
uno esperaría. Nunca antes la pérdida de un ser amado había
producido alegría. Solamente la pérdida de Este ser querido fue algo
que pudo generar regocijo. Hubo algo especial en este
acontecimiento, algo secreto tan maravilloso que los discípulos no
pudieron dejar de alegrarse. La partida de su querido amigo debía
causar dolor en su corazón, pero ellos sabían con claridad que era
un precio pequeño a pagar por el vasto beneficio que vendría
después.
Jesús ya les había advertido que así iba a ocurrir: “Todavia un
poco, y no me veréis... vosotros lloraréis y lamentaréis, y el mundo
se alegrará. Pero aunque vosotros estéis tristes, vuestra tristeza se
convertirá en gozo. La mujer cuando da a luz, tiene dolor, porque ha
llegado su hora; pero después que ha dado a luz un niño, ya no se
acuerda de la angustia, por el gozo de que haya nacido un hombre
en el mundo” (Juan 16: 19 — 21).
No muchos se alegran hoy porque Jesús haya ascendido a los
cielos. ¿Quién no se alegra por eso? La mayor parte del mundo le
daría la bienvenida si regresara. Pero si supiéramos lo que los
discípulos sentían, tendríamos algunos de nosotros toda la razón
para regocijarnos. Ellos entendían algo acerca de lo cual “los sabios
de este mundo” no tenían la más mínima noción.
Bien, ¿no lo sabemos? Este capítulo espera revelar el secreto, un
secreto a voces que debe producir la misma alegría.
Los críticos liberales ridiculizan el relato bíblico de la Ascensión
como si ellos fueran superiores a los escritores bíblicos. Se mofan
de la Ascensión haciendo referencia a la turbo propulsión de los jet,
a los despegues de los cohetes, y a un universo de tres cubiertas.
Tal menosprecio no les trae buen crédito. ¿Piensan en realidad los
críticos modernos que los escritores bíblicos eran tan ignorantes e
ingenuos? ¿Demuestra eso su inteligencia? Más bien lo que revela
es la ceguera de la incredulidad. La Ascensión es parte de un
inmenso cuadro bíblico que muestra la venida de Cristo desde el
Padre y su regreso a Él. Jesús, en efecto, “ascendió” a los cielos.
¿Cómo describirían este hecho los críticos?
En realidad la misma iglesia no ha producido mucha enseñanza
sobre la Ascensión. Generalmente nos referimos a ella como el fin
de la obra de Cristo y su triunfo final. Hay un canto que dice:
“Su obra toda Él terminó,
Con gozo le cantamos;
Al cielo Él ascendió\
La gloria al Rey le damos. ”8
Pero su obra no terminó entonces, y jamás terminará. Él partió
para hacer algo de la mayor importancia.
La Ascensión del Señor fue una cita con el Padre de importancia
vital relativa a la venida del Espíritu Santo, el Paracleto, que traería
un cambio fundamental en el orden de Dios para el mundo.
La primera cosa que se dijo de Jesús cuando empezó su obra
terrenal la expresó su precursor, Juan el Bautista. Juan dijo que
quien vendría tras él bautizaría con Espíritu Santo y fuego (Mateo 3:
11). Sin embargo, la verdad es que hasta el momento en que Jesús
dejó la tierra no había bautizado a nadie con el Espíritu o con fuego.
Aún Juan el Bautista estaba confundido y se preguntaba si habría
identificado a Jesús erróneamente.
De hecho, la Escritura anota que cuando Jesús dejó la tierra el
Espíritu no estaba aquí: “ . .pues aún no había venido el Espíritu
Santo... ” (Juan 7: 39). Para ser el Cristo que Juan identificó tenía
que bautizar en el Espíritu, y Jesús no lo había hecho hasta
entonces. Juan no fue consciente de que esta profecía suya
indicaba una obra mucho mayor de Bautizador en el Espíritu, en el
sentido local e inmediato.
La Ascensión fue necesaria para que el Espíritu pudiera ser
enviado. Conociendo las maravillas que Jesús realizó, era obvio que
pudo haber bautizado a cualquiera con fuego santo. Él dio poder a
los apóstoles sobre los demonios y las enfermedades (Mateo 10: 1),
pero no los llenó con el Espíritu. El Espíritu Santo había usado a
ciertos individuos como Moisés y los profetas, pero la Escritura
nunca habló de que las personas fueron “llenas” con el Espíritu
hasta que Jesús ascendió.
La Ascensión fue un maravilloso drama divino que afectó a los
mismos cielos y toda la historia futura del mundo. Este es un
concepto tan asombroso que nuestro cerebro tiene dificultad en
asimilarlo. Toda la Deidad se encuentra en perspectiva. El Hijo de
Dios, ahora también el Hijo del hombre, se reúne con el Padre y con
el Espíritu para enviar su Espíritu Santo al mundo. La decisión tocó
el corazón mismo de Dios. Tal es el grandioso trasfondo del
bautismo en el Espíritu. Así como el Hijo había venido y vivido sobre
la tierra, el Espíritu debía venir ahora para ocupar su lugar como el
“Otro Consolador” y hacer su morada con nosotros.
Y así ocurrió. El Espíritu vino y está aquí ahora. El Espíritu Santo
es el Creador de todas las cosas pero, por el expreso deseo de
Cristo, se dedicó a sí mismo al problema de gente necesitada como
nosotros. No fue un arreglo casual ni fácil. Dios sostiene todo el
universo. Se nos hace difícil imaginar el lugar donde Él habita, pero
el divino concilio tuvo lugar allí, en el centro de poder. Y desde ese
centro vino a nosotros el Espíritu.
Ese magno acontecimiento ocurrió porque Cristo nos amó. El
Espíritu fue su regalo y el cumplimiento de la promesa del Padre.
Antes del día de Pentecostés el Espíritu Santo obró a través de
Jesús haciendo la voluntad del Padre. La compasión de Cristo
refleja la compasión del Padre. Jesús hizo lo que vio que era la
voluntad de Dios y nunca vio que fuera voluntad del Padre no salvar,
o sanar o liberar a alguien que acudía a Él. El amor de Dios es el
amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
El propósito de la Ascensión de Cristo fue elevarse al centro de su
Reino, la máxima altura de toda existencia, al lugar de todo poder y
autoridad para tocar el corazón y la mano de la omnipotencia. El
Padre, el Hijo y el Espíritu consultaron entre sí, y por decisión de su
voluntad vino el Espíritu Santo, el regalo de amor de toda la Deidad.
Tal es la grandeza del Bautismo en el Espíritu. No es una oleada de
bendición proveniente de la mano divina. Es mucho más que
cualquier bendición: es Dios mismo que viene a nosotros.
Alrededor del año 45 D. C, alguien llevó en su bolso una carta para
la colonia romana de Corinto. Escrita por Pablo, esa carta emergió
como un decreto liberando al mundo de la confusión y opresión de
las tinieblas paganas. Por eso les decía: “¿No saben que su cuerpo
es un templo del Espíritu Santo, quien está en ustedes y el cual han
recibido de Dios?” (1a de Corintios 6: 19). Hasta entonces Dios fue
una vaga concepción, indescriptible e inalcanzable, absolutamente
perfecto y demasiado puro como para tener algo que ver con
cuerpos y carne viles como las nuestras. La revelación de Pablo
hizo añicos la “sabiduría” de los griegos. Ello permitió que entrara la
luz para que todos pudieran ver al Dios vivo y verdadero, cálido,
amoroso, con sus brazos extendidos hacia nosotros para que
experimentemos su plenitud, y para que su grandeza sature la
conciencia y la vida de los ordinarios mortales.
El Espíritu Santo es la vida de todo lo que Dios hace. La
experiencia cristiana la vivimos por Él. La obra de Cristo es aplicada
a nuestra necesidad por el Espíritu. Todo lo que Jesús hizo, lo hizo
para nosotros, no para sí mismo o para su propio beneficio. Vino,
nació, vivió, enseñó, sanó, ministró, sufrió y murió por nosotros.
Resucitó y ascendió a los cielos, apareció en la presencia de Dios y
volverá otra vez por nosotros. Él nos hizo herederos “con toda
bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo” (Efesios
1:3): salvación, redención, perdón, paz, poder y dones. El Espíritu
nos abre los tesoros de todas las joyas de Dios.
La carta a los Hebreos pinta el cuadro de la entrada de Jesús al
Lugar Santísimo de los cielos como nuestro gran Sumo Sacerdote
(Hebreos 4: 14). Esta es una verdad que se expresa más en
nuestros himnos que desde el púlpito. Tal vez la ascensión de Cristo
y su partida hacia los cielos no ha sido proclamada con gran gozo
dándole la importancia que tiene para nuestras vidas aquí abajo.
Popularmente se le ha considerado como el fin de su obra sobre la
tierra pues ahora estaría eternamente con su Padre.
Pero la verdad es que su obra no ha terminado. Él tenía un trabajo
real y específico para hacer al ascender hacia el Padre. Poco antes,
dijo: “Si yo no me fuere, el Consolador no vendría a vosotros” (Juan
16: 7). El Espíritu Santo viene enviado por el Padre a petición del
Hijo; nosotros no tenemos nada que ver en ello. No es nuestro plan.
Jamás se nos hubiera ocurrido tal cosa. El Paracleto siempre es
enviado por Dios o viene porque Él quiere. Su venida es producto de
su gracia soberana. Él hace lo que hace, porque es quien es. Lo
necesitamos, y Él responde. Pedimos y recibimos.
El nombre Paracleto —Parakletos en el idioma griego—, se
encuentra cinco veces en el Nuevo Testamento. El idioma español
no tiene una palabra equivalente y es traducido con nombres como
Consolador, Consejero, Intercesor y Abogado. Mirarla en otras
partes de la Escritura nos ayuda a entender cómo usó Jesús dicho
término. “Parakletos” tiene relación con la palabra paraklesis que se
utiliza en las Escrituras 29 veces. El significado de esta palabra
muestra que el Espíritu Santo es un consejero, ayudador, abogado,
intercesor, alguien que va a nuestro lado para apoyarnos.
Y eso no es todo. El Nuevo Testamento habla mucho del Espíritu
Santo y lo describe. La Biblia muestra un gran interés en el
Paracleto aunque la Iglesia generalmente ha tenido nociones muy
superficiales de Él, convirtiéndolo casi en un miembro más de la
Deidad, al cual se le llama solamente en ocasiones especiales.
Jesús lo describe de manera especial: ‘Y yo rogaré al Padre, y os
dará otro Consolador; para que esté con vosotros para siempre, el
Espíritu de verdad” (Juan 14: 16). “Otro” significa alguien más
además de Jesús con la misma dignidad. El Señor los dejaría pero
“Otro”vendría a ellos. Lo que estaban capacitados para hacer
cuando Jesús estaba a su lado, lo harían también cuando este “otro”
estuviera con ellos. Jesús planeaba marcharse, pero antes les dijo:
“No os dejaré huérfanos” (Juan 14: 18), [del griego orphanos que
significa sin consuelo o privado de algo].
Dios lo planeó con mucha anterioridad. Desde mucho antes del
acontecimiento Jesús les dijo a los discípulos: “Me es necesario
hacer las obras del que me envió, entre tanto que el día dura; la
noche viene, cuando nadie puede trabajar: Entre tanto que estoy en
el mundo, luz soy del mundo” (Juan 9: 4). Esta fue una predicción de
los tres días cuando yacía en la tumba y no podía hacer las obras
de Dios. De hecho, los milagros de sanidad no volvieron a ocurrir
hasta siete semanas después cuando Él envió al Espíritu Santo.
Jesús les dijo cómo sería la situación: “Vosotros lloraréis y
lamentaréis, y el mundo se alegrará;pero aunque vosotros estéis
tristes, vuestra tristeza se convertirá en gozo. También vosotros
ahora tenéis tristeza; pero os volveré a ver, y se gozará vuestro
corazón, y nadie os quitará vuestro gozo)” (Juan16: 20, 22). Pero él
se levantó de la tumba, la luz volvió a brillar, y demostró que era él
mismo Jesús. Al comienzo de su ministerio realizó un milagro para
sus discípulos proveyéndoles un banco de peces, y luego, después
de su resurrección, repitió el mismo milagro pero en mayor escala
(Lucas 5: 6; Juan 21: 6).
Los discípulos estaban desorganizados y vacilantes hasta que el
“otro Consolador” vino. Las primeras palabras de los Hechos son:
“En el primer tratado. ..hablé acerca de todas las cosas que jesús
comenzó a hacer y a enseñar; hasta el día que fue recibido arriba”
(Hechos 1: 1 — 2). [La palabra griega traducida como comenzar es
archomai] Obviamente, lo que Él había comenzado debía continuar.
Jesús dijo que sus obras cesarían con la noche —cuando yaciera en
la tumba- pero que al resucitar, continuarían. Entonces obraría con
las manos de la Iglesia, no con sus propias manos físicas. Lo que
hiciera en adelante lo haría por el Espíritu Santo, Él mismo Espíritu
que les enviaría a quienes creyeran, además de él mismo. Otra vez
saldrían en misiones milagrosas de misericordia como cuando Jesús
estaba con ellos. Esas misiones habían sido parte de su
entrenamiento para cuando el Espíritu viniera (Mateo 10: 5; Lucas 9:
2).
Lo extraordinario es que Jesús lo dijo porque iba de regreso al
Padre; sus discípulos no solamente harían lo que Jesús hizo sino
obras mayores. Nadie ha hecho jamás milagros más grandes que
los que Cristo hizo en el plano físico.
¿Entonces, qué es lo que alguien ha hecho que sea superior a lo
que Cristo hizo? Sus milagros de sanidad no han sido igualados y
llevan el sello de la omnipotencia absoluta. No obstante, Él prometió
cosas mayores.
Lo que Jesús hizo fue por medio del Espíritu Santo: “Porque el que
Dios envió, las palabras de Dios habla; pues Dios no da el Espíritu
por medida” (Juan 3: 34). El Espíritu Santo no estaba todavía con
nosotros, sólo con Cristo, hasta que Él ascendió a los cielos (Juan 7:
39). Sin el Espíritu nadie puede hacer nada para obtener poder
contra el mundo. Sin embargo, Jesús dijo que cuando el Consolador
(el Paracleto) venga, “convencerá al mundo de pecado, de justicia y
de juicio” (Juan 16: 8). Estas cosas nunca habían ocurrido, ni
siquiera cuando Jesús predicó. Sucedieron después de que el
Espíritu Santo vino sobre los primeros discípulos. Lleno del poder de
lo alto, Pedro logró la conversión de 3.000 personas que se
reconocieron pecadoras. Fue lo que la era del Espíritu debía ser, el
día del Paracleto enviado a habitar entre nosotros como nuestro
amigo todopoderoso, cuyo poder obraría a nuestro favor y cuyos
recursos son nuestros. El Espíritu Santo no es una ayuda adicional.
Él es el corazón y el milagro del cristianismo.

8 Palabras del himno “Resuenan Arpas de Oro” por Frances R. Havergal, 1871.
Jesús vívíó como nosotros, moviéndose
y obrando, pero algo ocurrió en su vída
que no habia ocurrido con nadie antes: Él
llegó a ser el primer hombre del Espíritu
Santo y realizó hechos poderosos no
solamente como Dios, sino por su
unción.
Capítulo 9

El Cristo del Espíritu


Si Jesús era Dios, ¿por qué fue ungido con el Espíritu? Él fue el
Verbo hecho carne. Ese sólo hecho, ¿no lo era todo? ¿Tuvo
necesidad de ser ungido? Aquí hay algo realmente extraordinario.
Jesús vivió como hombre durante 30 años y pasó por todas las
etapas de la vida de un hombre. Vivió una vida de perfección sin
paralelo, acerca de la cual Dios testificó desde el cielo: “Tú eres mi
Hijo amado; en ti tengo complacencia ” (Marcos 1: 11). Con una
recomendación divina como esa, ¿necesitaba el Espíritu Santo? No
importa lo que pensemos al respecto, el hecho es que en esa
primera hora de presentación en el escenario público, “después que
fue bautizado, subió luego del agua;y he aquí los cielos le fueron
abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y
venía sobre él” (Mateo 3: 16). El Evangelio de Juan señala que ‘Dios
no da el Espíritu por medida” (Juan 3: 34).
Hechos 10: 38 nos dice que “Dios ungió con el Espíritu Santo y
con poder a Jesús de Nazaret,y anduvo haciendo bienes y sanando
a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él”
Jesús aplicó a sí mismo la siguiente profecía de Isaías: “Espíritu del
Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas
nuevas” (Lucas 4: 18; Isaías 61: 1). Juan el Bautista podría
identificar a Cristo porque sería el que “ ..os bautizará en Espíritu
Santo y fuego” (Mateo 3: 11). El distintivo del Cristo sería que nos
bautizaría con el Espíritu.
Jesús vivió la vida de un ser humano, pero una vida que desde
entonces ha sido la inspiración más grande y maravillosa. Es común
oír a la gente decir que les gustaría ser como Jesús, modelar sus
vidas como Él, reproducir su carácter y su abnegado sacrificio. Y así
debe ser. Pero si queremos ser como Él, hay una consideración de
suma importancia que no podemos pasar por alto: Jesús fue lleno
del Espíritu Santo. Para que Él sea nuestro modelo no podemos
omitir la grandiosa característica que hizo de Él lo que fue: el
Espíritu Santo. Su mismo título “el Ungido” lo dice todo. Porque eso
es lo que la palabra o el nombre “Mesías” significa. Eso es Jesús: el
Ungido.
El Evangelio de Lucas hace un énfasis considerable en el Espíritu
Santo, específicamente en relación con Cristo. Primero “ ..
descendió el Espíritu Santo sobre él en forma corporal, como
paloma” (Lucas 3: 22), luego Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió
del Jordán, y fue llevado por el Espíritu al desierto” (Lucas 4: 1), y
después “Jesús volvió en el poder del Espíritu a Galilea” (Lucas 4:
14). Luego el mismo Jesús citó un pasaje del profeta Isaías: “El
Espíritu del Señor está sobre mí” (Lucas 4: 18), y agregó: “Hoy se
ha cumplido esta Escritura delante de vosotros” (Lucas 4: 21).
Sin el Espíritu Santo nadie puede ser lo que Jesús fue con el
Espíritu, especialmente teniendo en cuenta que Él era el Hijo de
Dios y nosotros somos solamente humanos. Si Él es nuestro
ejemplo y debemos ser como Él, entonces también tenemos que
recibir el Espíritu de Dios. A muchos les gusta hablar de seguir a
Jesús, y andar donde Él anduvo, pero fracasan antes de empezar
porque no están llenos del Espíritu como Él estaba. Jesús vivió por
el Espíritu, él fue el Cristo del Espíritu. No existe otro Cristo. Su
experiencia como hombre requería del Espíritu Santo y esa debe ser
nuestra experiencia también.
Jesús no solamente dio su vida por nosotros; Él nació y vivió para
nosotros demostrándonos cómo ser lo que debemos ser. Jesús
representó en sí mismo la vida humana en su integridad: nacer,
crecer y obrar, y un elemento esencial fue la presencia del Espíritu
Santo morando en Él. Este es un patrón o modelo para la vida de
todos los cristianos. Es posible que al considerar la vida de Jesús
nos sobrecoja el desánimo, un sentimiento de que nunca podremos
reflejar, aunque sea débilmente, la gloria divina de una vida como la
suya. Pero ese no es el propósito. Considerar su vida no nos debe
llenar de sentimientos de culpa sino de esperanza. Dios estaba con
Él y está también con nosotros, y ese es, por sobretodo, el hecho
más importante. Jesús nos mostró cómo vivió el Hijo del Hombre
para que nosotros supiéramos cómo vivir como hijos de Dios.
La gloriosa verdad de la presencia del Espíritu Santo es una de las
alegrías más grandes de la vida cristiana. Es difícil comprender por
qué la iglesia naciente parece haber perdido en una generación lo
que entendemos como la enseñanza y la experiencia carismática
escritural, definida con tanta claridad en la Palabra de Dios. Este es
un juicio que hacemos partiendo de nuestra limitada comprensión de
aquellos tiempos y también teniendo en cuenta el legado de los
padres de la iglesia del primer siglo.
Es cierto que ellos hablaron del Espíritu Santo que estaba en
Cristo, pero principalmente señalando que existía como parte de la
Deidad. Tuvieron muy poco que decir acerca de la experiencia del
Espíritu. Ignacio de Antioquia, quien fue martirizado en el año 107 D.
C, fue discípulo del apóstol Juan y se refería al Espíritu, pero
difícilmente se le podría considerar como un verdadero carismático.
Lo mismo ocurría más de doscientos años después. Basilio el
Grande de Cesárea, quien nació en el año 329 d. C, reconoció que
el Espíritu Santo estaba en Cristo y lo dirigía, y otros de sus
contemporáneos también lo hicieron, pero poco más que en un
sentido académico.
Uno de los grandes líderes cristianos poco después de los
apóstoles fue Policarpo, quien murió como mártir por fuego y
espada en el año 160 d. C. Sus famosas palabras hacen parte del
tesoro dorado de la nobleza cristiana. Siendo ya anciano, Policarpo
escogió morir antes que negar a su Dios. Sus palabras fueron:
“Durante 86 años he sido su siervo y nunca me ha hecho agravio.
¿Cómo puedo blasfemar el nombre del Rey que me salvó?” Nos
queda una carta que escribió más o menos 70 años después de los
apóstoles, y en ella no menciona al Espíritu Santo ni siquiera una
vez. Más sorprendente aún es que era amigo de Ignacio, el
discípulo de Juan el apóstol.
Y no solamente estaba ausente el Espíritu Santo en la carta de
este famoso padre de la iglesia, sino que su concepto de la
salvación también parece haberse desviado de la gracia de Dios
para depender más de las buenas obras. Esta fue la laboriosa y
prolongada formación de la fe, y el legado de esos remotos primeros
años. Durante la persecución romana el martirio llegó a ser
considerado como el camino seguro al cielo, y algunos estaban tan
listos a morir por Cristo que un juez romano se preguntó cuan
desdichados serían estos cristianos si estaban predispuestos a
morir. Durante siglos, cuando la Biblia era una rareza y leerla mucho
más raro aún, hombres y mujeres sinceros trataron de granjearse el
favor y el apoyo de Dios mediante la auto-negación, la oración, el
ayuno, las penitencias y las buenas obras. Procuraban ser santos
mediante sus obras, no por la gracia de Cristo.
Después de un breve episodio cuando los seguidores de Montano
llegaron a ser conocidos por su ferviente adoración en el Espíritu se
les calificó de herejes y fueron eliminados como cualquier secta en
el año 220 d. C. Transcurrieron casi dos milenios antes de que la
gran verdad del Pentecostés hiciera conciencia en cada creyente.
Un día como el que describe Hechos 2: 4 no fue solamente para los
apóstoles sino también, tal como Pedro lo anunciara, “para todos los
que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare”
(Hechos 2: 39). Otros interrogantes y otras enseñanzas
oscurecieron la verdad del Espíritu Santo. Pero el Espíritu es lo que
necesitamos en nuestra debilidad e imperfección para que nuestro
testimonio sea eficaz.
El Dios-Hombre
La Iglesia creía que Cristo era Dios, una verdad maravillosa y
gloriosa. Su encarnación y su Deidad dominaron la enseñanza de la
Iglesia durante siglos. Sus maravillas se veían como el sello de su
Deidad y como la manifestación de su propio e inherente poder
divino. El cambió el agua en vino “y manifestó su gloria” (Juan 2:
11); sanó a muchos que estaban enfermos y poseídos del demonio.
Su gracia hizo que las prostitutas derramaran lágrimas penitentes.
Estas maravillas se celebran hoy como acontecimientos de los días
cuando Dios anduvo sobre la tierra en forma humana. Sabemos que
fue Dios encarnado quien realizó tales hechos. Esa es una verdad
fundamental. Quien vino y nos amó era el Señor de los cielos. Los
brazos que abrazaron a hombres cargados y a mujeres llorosas
fueron los brazos poderosos de Dios. Estas verdades nos producen
gozo hoy y siempre.
Pero las obras de Jesús fueron evidencia de otro elemento
además de su propia Deidad. Él fue ungido para realizar dichas
obras, el Dios-Hombre lleno del Espíritu Santo. Él vivió como
nosotros, caminó y trabajó, pero algo le ocurrió a Él: la primera vez
que tal cosa le ocurría a alguien. Él llegó a ser el primer hombre del
Espíritu Santo y realizó hechos poderosos no solamente como Dios,
sino por su unción (Lucas 4). Siendo quien era y actuando por su
soberana voluntad, obró “en asocio” con el Espíritu Santo. No hizo
nada por sí mismo. Jesús fue el hombre del Espíritu y el instrumento
de la voluntad del Padre. Cada milagro fue obra de la Deidad.
El retrato que la Biblia muestra de Cristo no es el de un dios que
desciende a la tierra, que reparte dones aquí y allá, y hace lo
imposible durante poco tiempo. Desde el principio, Jesús fue uno
con el Espíritu de Dios. En la Anunciación el arcángel Gabriel, dijo:
“El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá
con su sombra;por lo cual también el Santo Ser que nacerá será
llamado El hijo de Dios” (Lucas 1: 35). Jesús fue uno solo con el
Espíritu Santo desde su nacimiento y toda su vida fue del Espíritu.
Cuando apareció para comenzar su obra como el Cristo, el Espíritu
vino a Él de manera visible, y visiblemente se asoció con Él. Lo que
permitió a Juan el Bautista distinguir a Jesús de los demás fue su
mismo carácter con el Espíritu Santo, Aquel a quien Dios dio el
Espíritu y quien de su plenitud sigue bautizando en el Espíritu Santo.
Hoy hemos recuperado algún aliento fundamental. Para ver al
Espíritu Santo miramos a Jesús. Él es el Revelador, quien dijo a sus
discípulos:“Si ustedes realmente me conocieran, conocerían
también a mi Padre” (Juan 14: 7, NVI). Para los discípulos el Espíritu
Santo no había venido todavía, pero Jesús entró en el Reino y en el
poder del Reino, poder que se daría a todo el que lo pidiera. Jesús
tenía la plenitud del Espíritu Santo.
Jesús no obró por sí mismo, de manera independiente. La Deidad
jamás hace eso. Es maravilloso pensar que cualquier cosa que Dios
hace por nosotros: salvar, sanar, guiar, bendecir, es el deseo del
corazón del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. La Trinidad, la
Deidad entera lo respalda. Sin embargo, en cada caso lo que se
hace lleva el sello distintivo del obrar de cada miembro de la Deidad.
Por largo tiempo una pregunta se ha mantenido latente: ¿Sanaba
Jesús por los dones del Espíritu, o por su propia Deidad? Ninguna
de las dos alternativas es correcta. Jesús dijo: “Nada hago por mí
mismo, sino que según me enseñó el Padre, así hablo. Porque el
que me envió conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque
yo hago siempre lo que le agrada” (Juan 8: 28 — 29). Lo que Jesús
hizo fue por el Espíritu Santo, no por su Deidad operando
aisladamente; Él no es un solista. Él sanó a un hombre ciego y
afirmó que era “la obra de Dios” (Juan 9: 3). Ningún miembro de la
Trinidad actúa alguna vez de manera independiente. Todos los
milagros en este mundo son evidencia de la obra del Espíritu Santo.
Jesús, Dios encarnado, seguía siendo dependiente del Padre y del
Espíritu Santo.
Al Espíritu Santo se le llama “el Espíritu de Cristo” (Ia de Pedro 1:
11), y eso quiere decir que Él es el Espíritu que se mueve en Cristo
y con Él. El Espíritu y Cristo se pertenecen mutuamente. Los
evangelios nos pintan el retrato del verdadero Jesús. Cuando lo
miramos, vemos también al Espíritu Santo. El fue el instrumento del
Espíritu, y el Espíritu fue el instrumento del Padre.
Este cuadro del Cristo del Espíritu, del Espíritu dirigiendo a Cristo
(Lucas 4: 1), representa el ideal de Dios para todos los que lo aman.
También muestra el plan de Dios para la Iglesia, “la cual es su
cuerpo ” (Efesios 1: 22 — 23). Lo que Cristo fue en forma humana,
lo es la Iglesia ahora. La devoción de Cristo a la voluntad de Dios y
su acción viva por el Espíritu es el ideal del Nuevo Testamento para
la Iglesia. Es cierto que el Espíritu actúa cuando nosotros actuamos,
y que obra cuando somos guiados por él. Sin el Espíritu nuestros
esfuerzos fracasan. Tenemos que aprender a discernir la diferencia
entre la acción del yo, la arrogancia, la presunción, y la fe que
depende de Dios. Aún Jesús, Dios encarnado, insistió en que Él no
hacía nada por sí mismo sino que lo que hacía era la obra del
Padre.
La Iglesia llena del Espíritu, representando al Jesús
lleno del Espíritu
El cuadro de la Iglesia que pinta 1a de Corintios 12 es bastante
sorprendente. Allí se nos muestra no solamente la unidad que se
espera de ella sino también el lugar del Espíritu Santo en su obra y
en su misma existencia. Pablo describe el cuerpo como compuesto
de muchos miembros, pero “a cada uno se le da una manifestación
especial del Espíritu para el bien de los demás” (Ia de Corintios 12:
7, NVI). Todos, —no solamente el pastor o los ancianos- sino todos.
Ningún creyente está en un lugar espiritual más alto que otro. Los
pastores no constituyen una “clase” espiritual superior. Con Dios no
hay distinción entre sacerdotes y laicos porque el Espíritu Santo
está con cada persona. El opera en múltiples maneras aunque todos
tengamos la misma unción, si es que en realidad la tenemos.
“(Porque por un mismo Espíritu fuimos todos bautizados en un
cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres,y a todos se
nos dio a beber de un mismo Espíritu” (1a de Corintios 12: 13).
La Iglesia no quiere labios mudos ni creyentes soñolientos; los
quiere a todos vivos con la vida del Espíritu. Es el Espíritu Santo
quien integra el cuerpo y une todos sus elementos vivos.Lo que se
necesita es que todo el cuerpo funcione unido y se mueva en la
misma dirección. La Iglesia es la fuerza dinámica de Dios sobre la
tierra. Se nos habla de “la unidad del Espíritu. ” Somos responsables
de la preservación de la unidad, pero el Espíritu Santo es el
elemento unificador. El nos mantiene unidos, si queremos.
Los dones del Espíritu, algunos de los cuales se mencionan en
este capítulo doce de la primera carta de Pablo a los Corintios, no
son recompensas para los miembros especiales; se le otorgan a la
Iglesia porque los necesita. El apóstol Pablo gusta de hacer listas.
En Efesios 4: 11 nombra a algunos de los miembros necesarios en
la Iglesia: “apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros. ”
Sin embargo, hay otros también indispensables y amplía la lista en
Ia de Corintios 12: 28: “apóstoles, profetas, maestros, quienes
realizan milagros, los que tienen dones de sanidad, de
administración, y quienes hablan en diferentes lenguas. ” Todos son
igualmente necesarios y ubicados por el Espíritu Santo.
Necesitamos creyentes llenos del Espíritu tanto en la puerta de la
iglesia como en el púlpito.
La fórmula de Dios es la Iglesia llena del Espíritu representando
sobre la tierra al Jesús lleno del Espíritu. El plan de Dios para su
obra de expansión y ayuda es mediante su Espíritu. Las palabras
que pronunciamos durante la santa comunión expresan que
“recordamos a Jesús hasta que Él venga,” como ausente, pero
sabiendo que regresará. Pero también como alguien que está
presente mediante su Espíritu. Tenemos su presencia por el sencillo
acto de la fe, no rompiendo barreras espirituales para llegar hasta
Él. Mucho de lo que se hace dentro de las paredes de la Iglesia da
la impresión de una “búsqueda de Dios” como si él se nos hubiera
perdido y necesitáramos encontrarlo. Pero el Espíritu Santo espera
la Palabra y se mostrará cuando quiera que la Palabra sea
proclamada.
Las palabras misericordiosas de Jesús, su compasión, sus manos
sanadoras, su amor, su paciencia como maestro, su carácter
inmutable: el mundo necesita a este Jesús, a quien todavía se le
puede escuchar y encontrar en la Iglesia a través del Espíritu Santo
con toda su gracia sanadora. Nosotros somos su voz, sus ojos, sus
pies y sus manos, y su Espíritu está en nosotros fortaleciendo
nuestros esfuerzos: “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi
Espíritu, ha dicho el Señor de los ejércitos” (Zacarías 4: 6).
Dios ha utilizado los medios más
humildes para revelarse a sí
mismo.Recordemos que Díos habló a
Moisés desde una humilde zarza. ¿Por
qué no podría hablar a través de las
personas más humildes ?
Capítulo 10

Hablar en lenguas
Primera parte
Karen, una joven de 17 años, entendió lo que es el bautismo en el
Espíritu. Asistía a una conferencia cristiana y estaba sentada
cuando el Espíritu Santo vino sobre ella en una experiencia
incomparable y desconocida. Sin darse cuenta lo que estaba
ocurriendo comenzó a hablar en lenguas. No estaba escuchando
ninguna instrucción sobre el tema ese día. Ella sí esperaba la
llenura del Espíritu pero no necesariamente en esa ocasión. Fue el
momento de Dios, por gracia, en un acto soberano suyo. Karen
habló más en lenguas que en su propio idioma durante todo ese día,
y al siguiente. Hoy, veinte años después, es una empresa- ria,
madre de una linda familia, y como miembro de una iglesia grande
es una obrera dinámica con una unción real, líder de un
departamento importante que afecta centenares de vidas.
Jorge estaba con otras 150 personas en un culto de comunión. El
pastor, un hombre de Dios, dio una profecía: “Cuando ustedes
participen de los emblemas de Cristo serán llenos del Espíritu y se
convertirán en flechas agudas en la aljaba de Dios.” Jorge, quien
tenía sólo 14 años de edad y venía de un trasfondo de mucha
pobreza, supo que Dios le hablaba a él, y solamente a él. Al comer
el pan fue consciente de la abrumadora presencia de Dios y de su
poder. Llorando se arrodilló bajo el peso de la emoción del
momento. La reunión transcurría en mucho silencio. Preocupado por
no perturbar se puso un pañuelo en la boca. La madre, que estaba
sentada junto a él, le dijo: “Jorge, sácate ese pañuelo de la boca,” y
él lo hizo. Entonces comenzó a hablar fluidamente en una lengua
desconocida en oración, y así continuó hasta el día siguiente.
Además de otorgarle el don de lenguas Dios le hizo saber que lo
había escogido para un servicio especial. Han pasado muchos años
y Dios lo ha bendecido con muchos talentos y dones. Ha servido a
Dios en todo el mundo en múltiples formas y ha alcanzado a
muchísimas personas para Dios. Ese es el bautismo en el Espíritu.
Las experiencias anteriores son maravillosas y están muy lejos de
ser casos aislados. Millones de personas pueden contar testimonios
similares, como muchos lo hicieron, sin duda, en el pasado. La
promesa es clara en la Escritura: “Sed llenos del Espíritu” (Efesios 5:
18). Ese mandato es para los creyentes, no para los impíos. Todos
los cristianos sobre la tierra deben y pueden ser llenos del Espíritu
Santo. Sin el Espíritu la fe religiosa se queda sin baterías. Pero la
energía de Dios está disponible.
La insignia del Espíritu en este avivamiento global es el “hablar en
lenguas” (en griego glosolaliá). No es una nueva “moda pasajera” o
la “práctica de alguna secta” a cuyos miembros les han lavado el
cerebro. Es cristianismo bíblico normal, sustentado por teología y
conocimiento sanos. El apóstol Pablo dijo que él hablaba en lenguas
más que ningún otro (1a de Corintios 14: 18). Era la práctica normal,
nada extraño en la Iglesia naciente.
En el Nuevo Testamento, el Espíritu Santo está siempre
relacionado con manifestaciones de éxtasis. Cuando esa evidencia
tangible estaba ausente se consideraba prueba de que la gente no
lo había recibido. El primer convertido europeo fue Cor- nelio en
Cesárea. El, y todos los que con él escucharon esto lo consideraron
como la prueba de que los gentiles habían sido aceptados por Dios.
En Austria y Francia, a las Iglesias del Espíritu Santo se les
considera como una “secta.” Los de la Iglesia naciente eran
creyentes llenos del Espíritu. ¿Eran una “secta”? Los Pentecostales
suman unos 250 millones y otro tanto son Carismáticos. Estas cifras
se aumentan día tras día, lo que convierte al grupo Pentecostal/
Carismático en el segundo grupo más grande de cristianos en el
mundo. ¡Vaya qué secta! Nueve de cada diez nuevos cristianos
pertenecen a este grupo, no importa su afiliación denominacio- nal.
Este sigue siendo el mayor crecimiento del Reino que se haya visto.
El noventa por ciento del aumento se deriva de los bautizados en el
Espíritu Santo con acompañamiento de señales.
La experiencia es real. Ella produce en quienes la viven la
seguridad del infaltable apoyo divino en su testimonio. Dios está a
su lado. Sus expectativas no descansan en su propia habilidad
espiritual para atraer el poder del Espíritu Santo sino en la fidelidad
de Dios. Esto también es tal como era en los primeros días de la
Iglesia: “Al ver esto, Pedro les dijo: Pueblo de Israel, ¿por qué les
sorprende lo que ha pasado? ¿Por qué nos miran como si por
nuestro propio poder o virtud, hubiéramos hecho caminar a este
hombre? El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de
nuestros antepasados, ha glorificado a su siervo Jesús” (Hechos 3:
12 - 13, NVI). El protagonista es el Espíritu Santo quien ahora está
conmoviendo a las naciones.
Nuestras campañas internacionales no se realizan si no tienen el
apoyo de todas o por lo menos de la mayoría de las iglesias que
existen en el área. Las reuniones atraen a grandes multitudes que a
veces dejan las ciudades vacías. Mientras se escribía este capítulo
en Agosto del 2006, realizábamos una campaña mucho más
pequeña que las acostumbradas en la ciudad de Wukari Nigeria,
con una población de 160.000 habitantes. En Lagos, Nigeria, la
asistencia sobrepasó el millón de personas. Durante 25 años,
además de las reuniones públicas principales hemos realizado
durante el día lo que llamamos “Conferencias de Fuego” para
entrenar e inspirar a los obreros cristianos en la labor de ganar
almas. Centenares de veces Dios se manifestó en estas reuniones
bautizando con el Espíritu Santo a centenares y miles de personas
que hablaron en lenguas al unísono en un rugir de alabanza que
sacude el infierno. Puedo decir delante de Dios que he tenido la
experiencia de ver a un millón de personas recibir el bautismo del
Espíritu Santo en el lapso de tres minutos. “Mi Espíritu sobre toda
carne” (Hechos 2: 17; Joel 2: 28) continúa resonando en mi corazón.
Segunda parte
El profeta Joel, quien vivió varios siglos antes de Cristo, hizo una
declaración que en su tiempo quizá pareció delirante: ‘Y derramaré
mi Espíritu sobre toda carne. Y también sobre los siervos y sobre las
sierras derramaré mi Espíritu en aquellos días” (Joel 2: 28 - 29).
Para Israel, Dios estaba al otro lado de una inmensa barrera de
leyes, reglas, ritos y ceremonias. La escalera de ascenso hacia Dios
era tan santa y empinada que solamente el sacerdote más
favorecido podía escalarla. Si Joel hubiera dicho que el hombre
caminaría en la luna, quizá no hubiera parecido tan improbable a
sus oyentes. Sin embargo, Dios está derramando su Espíritu hoy tan
realmente como el hombre caminó en la luna.
De eso trata este libro, de algo que Dios planeó y que ahora
disfrutamos. Es el cumplimiento de la profecía de Joel en el siglo del
Espíritu Santo.
El bautismo en el Espíritu no es ni una pose espiritual ni una
doctrina denominacional. No aprendemos a hablar en lenguas. El
bautismo no es un logro. Es Dios quien lo efectúa. Nosotros somos
receptores de la espontánea gracia de Dios.
Este libro, escrito en el año 2006, recuerda que en tiempo de
guerra y a mediados del siglo veinte todo el mundo parecía andar de
capa caída. Entonces vino la “renovación carismática” como la
llamamos ahora, la cual tocó todos los estamentos de la Iglesia y fue
especialmente notable entre los líderes católicos. Comenzó como
“una pequeña nube como la palma de la mano de un hombre” (1o
de Reyes 18: 44), presagiando lluvia. Pronto la prometida “lluvia
tardía” comenzó a caer en diluvios haciendo realidad las palabras
del profeta Joel. Todo el mundo cristiano de hoy se está
refrescando. Vastas cosechas se están recolectando y numerosas
personas están confesando a Cristo. Esto es obviamente lo que Joel
predijo. ¿Cuál característica divina hace falta?
Un creciente movimiento de oración se desarrolló durante el siglo
XIX. Se esperaba la segunda venida de Cristo para el año 2000 y
que el siglo XX quizá sería el último siglo de oportunidad para el
evangelismo. Guerreros de oración le suplicaron a Dios por un
“avivamiento.” Pidieron poder para realizar un trabajo mundial.
Ahora vemos cuán efectivas fueron sus oraciones pues hoy está
ocurriendo algo más grande de lo que pudieron pedir o imaginar. El
avivamiento de Gales, entre 1904 y 1906, fue un acontecimiento
clásico. Desde entonces la gente ha orado por otro “avivamiento”
como ese que produjo quizás un cuarto de millón de profesiones de
fe en Cristo. El clamor de toda una vida ha sido: “Señor, ¡hazlo otra
vez!” Es natural pedirle a Dios que repita lo que realizó en esa
maravillosa ocasión del pasado. Sin embargo, Dios no tiene límites y
quizá tenga otros planes. Nosotros, cristianos afortunados, hemos
nacido en una época en que podemos ver el desarrollo de ellos.
Como ya lo mencionamos, el bautismo del Espíritu Santo
transformó el evangelismo y los esfuerzos para ganar a las almas y
estamos viendo a Dios salvando en una escala nunca antes vista. El
fuego del Espíritu está cayendo e incendiando todo lo que toca, y se
extiende como una santa conflagración a través de los continentes.
En el mundo antiguo se consideraba a Dios como un ser
demasiado remoto como para que alguien pretendiera conocerlo de
una manera cercana. Aún en Israel, si alguien hubiera pretendido
haber sido bautizado por el Espíritu lo hubieran considerado
engañado o blasfemo. El Dios del Sinaí, grande y terrible, ¿entraría
en contacto personal realmente? ¡Pura paranoia! Debemos sentir
algo de simpatía hacia tal incredulidad si es que apreciamos la gloria
sin límites del Dios infinito. Reconocemos que la misma idea de ser
bautizados en Dios es bastante sorprendente de todos modos. Pero
ocurre que ese es un arreglo personal de Dios. ¡Absolutamente
maravilloso, pero absolutamente real! Pensamos en el espacio
estelar, profundo y asombroso con sus sistemas planetarios y sus
órbitas, y nos impresionamos. Pero... el Espíritu Santo, que es su
Creador, es mucho más grandioso que su creación.
¿Qué reacciones podemos esperar cuando Dios viene sobre
nosotros? ¡De seguro alguna reacción ha de haber! Los salmos son
pródigos en poesía al contemplar a Dios saliendo de los lugares
ocultos de su poder: “¿Qué te pasó, mar, que huiste, y a ti, Jordán,
que te volviste atrás?¿Ya ustedes montañas que saltaron como
carneros?¿Ya ustedes cerros, que saltaron como ovejas? ¡Tiembla,
oh tierra, ante el Señor, tiembla ante el Dios de Jacob!” (Salmo 114:
5 — 7, NVI). El Antiguo Testamento llama a Dios el “Temible.”
Nosotros nos amilanamos. Y lo maravilloso es que él viene a
nosotros y lo hace como el “Consolador.” “Tu benignidad me ha
engrandecido” (Salmo 18: 35). Jesús, el amante de todos nosotros
dijo que nos lo enviaría ¡a nosotros! No tan sólo a un puñado de
mortales elegidos nacidos con algo así como una cuchara de plata
espiritual en sus bocas.
Muchos son sacudidos y aún caen cuando él viene, o están fuera
de sí con indecible emoción. Nada sorprendente. Lo raro sería que
no afectara de esa manera a los seres humanos. Cuando Dios
descendió sobre el Monte Sinaí, la montaña entera, “ .. todo el
monte se estremecía en gran manera” (Éxodo 19: 18). El salmista
dijo: ‘En mi angustia invoqué al Señor, y clamé a mi Dios. Él oyó mi
voz desde su templo, y mi clamor llegó delante de él a sus oídos. La
tierra fue conmovida y tembló; se conmovieron los cimientos de los
montes, y se estremecieron porque se indignó él” (Salmo 18: 6 —
7). El Espíritu Santo es el mismo Espíritu que levantó de los muertos
a Jesús por los poderes de la inmortalidad.
En los relatos de los avivamientos del pasado leemos que algunas
personas parecían embriagadas, que emitían clamores
indescifrables, ruidos animales, y que aún ladraban como perros y
se subían a los árboles. Algo de eso era obviamente neurosis. ¡Dios
no hace que le gente se suba a los árboles! Escenas de un
“avivamiento” así no tienen precedentes bíblicos, pero su presencia,
el Dios que creó los cielos y la tierra, puede ser asombrosa. Dios ha
utilizado los medios más humildes para revelarse a sí mismo.
Recordemos que Dios habló a Moisés desde una humilde zarza.
¿Por qué no podría hablar a través de las personas más humildes?
A las reacciones de las personas que son llenas del Espíritu Santo
se les ha llamado “espuma.” Pues bien, las olas del océano
producen espuma. A veces la espuma se fabrica, se simula y forma
una ola real sin verdadera espuma. Cuando la ola del Espíritu
golpea una multitud de personas, ciertamente produce espuma,
espuma real y auténtica. Nadie podría fabricar algo así. Los críticos
hablan de emociones masivas en las multitudes de los avivamientos
pasados, presión hipnótica y emociones apabullantes. Este libro no
aboga por esa histeria colectiva sino por algo que sea genuinamente
de Dios, nada menos que la promesa de Cristo mismo. Él envía su
Espíritu y nuestras reacciones pueden ser de uno u otro tipo porque
ahora el conocimiento de la Palabra de Dios nos guía. No estamos
interesados en lamentos sin sentido porque el Espíritu Santo nos da
la expresión significativa en otras lenguas, no por mera emoción.
“Esto es lo dicho por el profeta Joel” (Hechos 2: 16).
El Padre envía el Espíritu para hacer que nuestros cuerpos sean
sus templos. ¿Puede ocurrir tal cosa y pasar inadvertida? ¿Puede
ocurrir que no deje huella? ¿Puede Dios realmente investir a un
creyente con la vida de la resurrección para que sencillamente se
siente como un Buda de yeso?
La Escritura nos sugiere que podemos esperar algo bastante
diferente: ‘Y si el Espíritu de aquel que levantó a Jesús de entre los
muertos vive en ustedes, el mismo que levantó a Cristo de entre los
muertos también dará vida a sus cuerpos mortales por medio de su
Espíritu, que vive en ustedes” (Romanos 8: 11, NVI). “¡Vida en sus
cuerpos mortales” eso debe aparecer! Especialmente es un tipo de
vida, ¡vida inmortal! Aún la misma expresión “bautizado con el
Espíritu” es dinámica. No es el gesto sacramental de un sacerdote.
Es algo real.
El escritor C. S. Lewis señala que nosotros los seres humanos
tenemos pocas salidas para nuestros fuertes sentimientos.
Podemos reír, llorar, gritar, gemir y emocionarnos intensamente. El
doctor Lewis sugiere que “hablar en lenguas” es otra forma de dar
salida a las emociones. Nos expresamos de esa manera y así
mismo lo hace el Espíritu en nosotros, aún “ .. con gemidos que no
pueden expresarse con palabras” (Romanos 8: 26, NVI). Esas
expresiones llevan su sello. De seguro Dios no nos daría una señal
que no fuera extraordinaria, que fuera débil o sin atractivo. El
fenómeno de la glosolalia es bastante extraordinario, algo raro,
demasiado extravagante para ser una invención religiosa. Es el tipo
de cosa que nosotros nunca anhelaríamos si Dios no la hubiera
prometido primero; sencillamente no se nos hubiera pasado por la
mente. Es idea de Dios. Sus pensamientos son más altos que los
nuestros, como son más altos los cielos que la tierra. El asombró a
Moisés con la extraña visión de una zarza ardiendo. Las lenguas
son típicas de lo que Dios hace; nada sorprendente cuando somos
llenos con el Espíritu Santo.
Tercera parte
Es fácil entender que algunas personas puedan tener resistencia a
hablar en lenguas. Hacerlo implica someterse a Dios físicamente, no
sólo de corazón. Muchos están felices haciendo su voluntad, pero al
hablar en lenguas la voluntad humana se une con la voluntad divina.
Podemos hablar en lenguas sólo en la medida en que el Espíritu nos
capacita para hacerlo (Hechos 2: 4); cuando hablamos lo hacemos
al unísono.
Nuestra naturaleza adámica guarda estrictamente su propia
posesión. Pero pertenecemos a Dios, y cuando el Espíritu nos
bautiza reconocemos sus derechos. Bien puede haber una
resistencia animal instintiva como si esta fuerza que llega fuera una
invasión. “Soy yo, este es mi cuerpo” es la respuesta automática de
algunos de nosotros.
Naturalmente nosotros protegemos nuestro ego físico, pero sólo
Dios tiene derechos sobre nosotros. Cuando el Espíritu nos da
expresión, eso significa que Dios reclama sus derechos. Recibimos
plena seguridad cuando estamos ansiosos. Jesús mismo estuvo
consciente de este hecho por lo cual preguntó: “¿Quién de ustedes,
si su hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O si le pide un pescado, le
da una serpiente? ¡Cuánto más su Padre que está en el cielo dará
cosas buenas a los que le pidan? (Mateo 7: 9 — 11, NVI). Para
resolver cualquier tensión encontramos una explicación completa
del asunto en Ia de Corintios 6: 19 — 20: “¿No saben que su cuerpo
es un templo del Espíritu Santo, quien está en ustedes y el cual han
recibido de Dios? Ustedes no son sus propios dueños, fueron
comprados por un precio. Por tanto, honren con su cuerpo a Dios. ”
Dios no es alguien sádico a quien le gusta ponernos en ridículo.
Hablar en lenguas es lo que Pablo expresó escribiendo a los
Corintios: honren a Dios con su cuerpo permitiendo su obra en
ustedes.
Hablar en lenguas es una maravillosa señal de que fuimos hechos
por Dios, no tan solo en sentido espiritual sino en el más pleno
sentido humano. Dios ama y trata con personas integrales, no tan
solo con las almas o espíritus. Sin Dios no somos lo que el Creador
planeó que fuésemos. Para ser la persona que Dios quiso que
fuéramos tenemos que tener su plenitud. La conversión, el nuevo
nacimiento, significa que recibimos la naturaleza divina. Él se une a
nosotros (2a de Pedro 1: 4). Jesús fue humano y divino, el hombre
perfecto. La morada del Espíritu en nosotros hace perfecta la vida
humana. Jesús fue una persona con dos naturalezas. Él no fue
anormal, fue el hombre normal, humano y divino, no un fenómeno ni
un monstruo, ni una mutación, sino el hombre ideal. Su encarnación
nos mostró las maravillosas posibilidades de la naturaleza humana.
Dios nos hizo para sí, para identificarse con nosotros en amor.
Unidos a Dios somos lo que debemos ser. Recibir el Espíritu es la
consumación de la vida.
Ser lleno con el Espíritu Santo es una oportunidad notable y
maravillosa que estaba en el plan de Dios desde el comienzo. Dios
nunca nos impone su presencia a la fuerza. Podemos retraernos y
encerrarnos en nosotros aunque eso es apagar y contristar al
Espíritu. Fuimos liberados de nosotros mismos: ‘Ustedes no son sus
propios dueños” (1a de Corintios 6: 19, NVI). Ofrezcan su cuerpo
como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios” (Romanos 12: 1,
NVI).
¿Son necesarias las lenguas? ¿Hablan todos en lenguas cuando
son bautizados en el Espíritu? Esta pregunta tiene sus aristas. El
asunto lo encararon con absoluta honestidad las Asambleas de Dios
de los Estados Unidos hace algunos años cuando se establecieron
diferencias en su declaración fundamental de fe. Se debe admitir
que Dios es soberano y no se ata a sí mismo con procedimientos
inflexibles e inviolables, no obstante sigue siendo el Dios de la
fidelidad. Los dioses paganos eran impredecibles y peligrosos pero
los profetas le recordaban a Israel que el Señor permanece fiel a sí
mismo y a sus promesas. Dios podría bautizar personas sin
acompañamiento de señales, pero no podemos establecer doctrinas
sobre experiencias excepcionales. De igual manera, Jesús salvó
algunas personas como María Magdalena y Zaqueo sin que tuvieran
ningún conocimiento del evangelio. Dios no nos otorga autoridad en
asuntos doctrinales. Nuestra autoridad radica sólo en la Palabra y
ella no establece otra evidencia del bautismo en el Espíritu diferente
a hablar en lenguas. Si Dios realiza un acto de excepción no por eso
podemos hacer presunciones y pedir el Espíritu sin lenguas.
Si alguna persona lo quiere de esa manera, sin lenguas, está
pidiendo un retroceso a la incertidumbre del siglo XIX. Los
discípulos necesitaron una señal para estar seguros de que el
Espíritu había venido sobre ellos. Cualquiera que ahora quiere el
Espíritu sin tal señal enfrenta el mismo problema que ellos
enfrentaron: ¿Cómo se puede saber que se está lleno del Espíritu?
El bautismo es tan real que debe mostrar una evidencia sustancial, y
si no la hubiere parecería como si nada hubiera ocurrido. Una teoría
teológica o académica no sustituye la poderosa llenura y la
presencia del Espíritu en el cristiano. No puede ser casual; debe ser
vivida e intensa. Debemos admitir que la raza humana es distinta en
sus culturas; no fuimos hechos con un solo molde y las experiencias
varían de persona a persona. Algunas personas bautizadas en el
Espíritu quizá no hablen en lenguas inmediatamente. Alguien, en
algún lugar, puede afirmar sin pruebas que tiene la plenitud del
Espíritu, pero nosotros todavía queremos esa prueba de acuerdo
con la Palabra; queremos la evidencia de que realmente es lo que la
Palabra prometió.
Sin embargo, existe el otro lado de la moneda: No todo el que
habla en lenguas fue bautizado por el Espíritu. Para permitirnos
conocer la diferencia Pablo establece una norma: “Nadie que esté
hablando por el Espíritu de Dios puede maldecir a Jesús”(1a de
Corintios 12: 3). Si eso ocurre, la fuente es otro espíritu. Lo falso, lo
engañoso, o lo inspirado por el diablo no es difícil de detectar. Dios
dijo que si pedimos buen alimento no nos dará una piedra ni un
escorpión (Mateo 7: 9; Lucas 11:12). La oración al Padre en el
nombre de Jesús es escuchada y respondida solamente por el
Padre y el Hijo.
La revelación de hablar en lenguas como señal del Espíritu lo
cambió todo y ha tenido efectos globales. Este hecho
probablemente se debería considerar como el desarrollo más
importante del siglo XX. Por primera vez los creyentes tuvieron una
positiva seguridad al respecto y supieron que Dios los había
investido de poder para testificar. Fueron llenos de una nueva
confianza y el evangelismo asumió una nueva dimensión.
Parece demasiado obvio que el bautismo en el Espíritu deba ir
acompañado de una señal. ¿Cómo es que la gente no se dio cuenta
de ello antes? Bueno, no fue eso lo único que no comprendieron.
Dios todavía es el Dios de maravillas y el Señor que sana. No
obstante, parece que esta verdad también se pasó por alto y poco
se le menciona en todas las bibliotecas teológicas. En el siglo XIX la
verdad de la sanidad divina ya se aplicaba entre los grupos
evangélicos y de santidad.
Todos sabían que la fe cristiana descansa en el hecho de que Dios
hace cosas, aún si lo que hace no es siempre evidente. La Iglesia
agrupó todo lo que Dios hacía por los cristianos y se lo acreditó a
algo llamado “gracia.” La Gracia no era una persona sino un cierto
tipo de poder que procedía de Dios. Tenía voluntad propia y actuaba
con autoridad divina y soberana, por ejemplo eligiendo quiénes
debían salvarse y quiénes no. Esto ya lo explicamos en el capítulo
3.
La experiencia Pentecostal se centró en el Espíritu Santo, no en la
gracia. En realidad, las enseñanzas sobre la gracia no dejaron
espacio en la Iglesia para la doctrina del bautismo en el Espíritu.
Antes de que se comprendiera el bautismo en el Espíritu, la
comprensión de la Palabra tenía que darse por la Palabra misma.
Durante el siglo XIX la enseñanza bíblica se desarrolló en esa
dirección. La verdad se mueve con lentitud en los círculos
tradicionales de la Iglesia. En realidad, muchos tuvieron la
experiencia del Espíritu Santo y hablaron en lenguas sin saber lo
que era. El Espíritu tuvo que esperar a que la gente entendiera la
Palabra.
No es, pues, sorprendente que algo tan “nuevo” encontrara
oposición. La tradición de una fe puramente espiritual estaba
profundamente incrustada en una creencia general. Para refutar la
“nueva” enseñanza, maestros bíblicos como Benjamín Warfield,
rector del Seminario Teológico de Princeton, hizo nuevas
interpretaciones bíblicas. Las discusiones se dirigieron contra
quienes hablaban en lenguas, a quienes se les exhortó a “buscar
frutos, no dones.” Los estudiantes bíblicos olvidaron que la Escritura
dice: “No impidáis el hablar en lenguas. Seguid el amor y procurad
los dones espirituales” (Ia de Corintios 14: 39; 14: 1). Cuentos
escabrosos y sensacionalistas se copiaban de libro en libro. Sin
embargo, los pioneros no podían negar su experiencia aunque
durante años los excluyeron y se les impidió participar en los
eventos de las iglesias. Tristemente, el rechazo se expresó aún en
actitudes públicas y su testimonio por Cristo sufrió mengua. Sin
embargo su experiencia y la Palabra los mantuvo inconmovibles
aunque sometidos, aislados y mal interpretados.
Esta oposición es interesante. Surgió como resultado de la actitud
que considera la fe cristiana básicamente como un camino al cielo:
sólo somos almas en migración hacia el cielo. Ser lleno del Espíritu
Santo físicamente y de repente demostró que aquí había una
revolución cristiana. Dios tenía trato con nosotros física, lo mismo
que espiritualmente. A la anchura y la longitud del amor de Dios se
le añadía ahora profundidad: “el evangelio completo, para el hombre
completo. ”
Un sentimiento de indignidad bloqueaba la seguridad de la
presencia y el poder del Espíritu Santo. Los monjes medievales
escudriñaban sus almas con tanta diligencia que el asunto se
convirtió en pecado de escrupulosidad; no sólo doblaban sus
cabezas sino que se arrastraban. Muchos cristianos hoy actúan de
manera similar. Parece que ni siquiera la sangre de Cristo los limpia
lo suficiente. La marca y aún la raíz el pecado permanecen sin
confesar y adoptan una vida de constante penitencia. Esa fuerte
convicción de indignidad difícilmente conduce a la fe. Si había que
escalar una montaña de piedad tan alta como el Everest para
asegurar la presencia del Espíritu Santo, no es de extrañar por qué
tan pocos hombres de esos grupos llegaron a conmover al mundo.
El hecho es que la Escritura nos exhorta a todos nosotros a “ser
llenos del Espíritu” (Efesios 5: 18), y eso implica que se espera que
esta sea la experiencia común de todos los creyentes.
A menudo se consideraba a los cristianos de la iglesia del primer
siglo como nuestros modelos, pero al comparar a los cristianos de
hoy con ellos se nota la lamentable diferencia. ¿Es señal de
santidad admitir la pobreza y debilidad espiritual? Al responder a la
pregunta “¿Por qué no hay avivamiento? Al Whittinghill, miembro de
la organización Ambassadors for Christ (Embajadores de Cristo),
escribe: “Con toda seguridad cada persona honesta en la Iglesia del
Señor Jesús hoy debe tener un profundo sentir interior de que algo
en ella está mal.” 9 ¿De veras? Si lo enseñan debe ser porque lo
creen. Otra publicación cristiana, “El Heraldo de su Venida” publicó
un comentario de Crawford Loritts: “Todos llevamos una mancha. No
importa cuántos derramamientos hayamos experimentado, y cuánto
escribimos y predicamos y hablamos de renovación, hay una
mancha en nosotros que permanece allí.”
No podemos identificarnos con ese tipo de confesión. Lo que la
Biblia nos asegura es que la sangre de Jesús nos limpia totalmente
sin dejar ninguna huella ni marca. Caminamos con Dios vestidos de
su justicia, no de nuestra propia respetabilidad. A menos que
sepamos que estamos limpios, no podemos saber que el Espíritu
Santo habita en nosotros. Pero la verdad es que podemos saberlo, y
lo sabemos, primero por la Palabra y segundo por la experiencia
real de que Dios está con nosotros.
Si alguien ve que hay iglesias en mala condición es porque algo
ciertamente está mal, tal como Al Whittinghill lo dice. Pero
ciertamente Dios no espera que las cosas sean así. Entonces, ¿qué
es lo que anda mal? Es algo que tiene estrecha relación con la
suposición de que el poder y las bendiciones están en proporción
con la santidad. Si la esperanza de la bendición depende de las
altas cualidades espirituales, eso entonces es fe en el hombre, no
en Dios. Ese es el error fatal, la zorra pequeña que echa a perder la
viña (ver Cantares 2: 15). Nadie es tan especial que pueda esperar
los inmensos favores de Dios. Dios no da su Espíritu al auto
suficiente sino a los necesitados.
Las epístolas del Nuevo Testamento asumen que vivir en la
plenitud del Espíritu es la experiencia normal. Los cristianos de la
Iglesia de los primeros días eran tan imperfectos como nosotros. El
Espíritu estaba con ellos pero no porque fueran mortales superiores.
Estaban llenos del Espíritu porque lo necesitaban. Para recibir el
Espíritu es requisito indispensable necesitarlo, y todos lo
necesitamos.
Entre todas las iglesias al cuidado de Pablo, la que más lo
preocupó fue la de los Gálatas. No obstante, aún esa iglesia estaba
marcada por la actividad del Santo Espíritu. El mismo apóstol lo dijo.
El problema era que estaban adoptando un evangelio de ley, no de
gracia. “ ..habiendo comentado por el Espíritu” con milagros, los
Gálatas se desviaron al legalismo (Gálatas 3: 3 - 5). Su actitud
también la encontramos hoy; hay cristianos tratando de escalar con
esfuerzo las alturas espirituales para hallar el premio del poder y la
plenitud al final. Y eso conduce a un evangelio sin Espíritu Santo.
Pablo exhortó a los Gálatas a seguir con el Espíritu dejando atrás
las normas y reglas, porque la disyuntiva era dejarlas o perderlo
todo. Y esa es también la exhortación que los cristianos de hoy
necesitan atender.
El Espíritu Santo se manifiesta por sí mismo. Está aquí con tal
propósito. El Espíritu es el neuma, el viento o el aliento de Dios. No
podemos tener un Espíritu Santo quieto y silencioso. No existe tal
cosa como un viento que no sople o un aliento que no se respire. La
Biblia no sabe nada de aire comprimido en una jarra sino de viento
en movimiento; ni sabe del Espíritu Santo si no es manifestándose
en acciones. Dios nunca está inactivo; jamás necesita que lo
provoquemos o lo despertemos. Somos nosotros los soñolientos, no
Él. Ante Cristo los vientos del Espíritu no estaban prevaleciendo “ .
.pues aún no había venido el Espíritu Santo” (Juan 7: 39).
Se puede agraviar y apagar el Espíritu pero sólo si está presente.
El Espíritu no puede ser contristado por el mundo porque no reside
en él.
Cualquier cosa que haga el Espíritu involucra personas de una
manera u otra. Dios no hace nada sobre esta tierra
independientemente de agentes humanos; por eso quiere que
seamos llenos del Espíritu. Plantar el Espíritu en los creyentes los
une a él dentro de un sistema. Se convierten en puntos de poder
sobre la tierra, listos para la acción divina, y a través de ellos él
realiza su voluntad. Son como conductores de rayos espirituales que
bajan los poderes del cielo al plano de la experiencia humana.
Nosotros podemos extender nuestros brazos a Dios en
representación del mundo entero. Nuestras oraciones pueden ser
silenciosas. Nuestro lenguaje puede ser de gemidos y lágrimas y
podemos levantar nuestras manos a los cielos. Nuestra misma
presencia en la tierra es el medio por el cual Dios obra en ella. Lo
que somos por el Espíritu y por fe hace posible que Dios haga lo
que quiere alrededor del mundo. Jesús dijo: ((Ustedes son la luz del
mundo ” (Mateo 5: 14, NVI). Una luz ilumina un largo camino. Lo
único que necesitamos hacer es brillar.

9 Tomado del artículo “¿Por qué no hay avivamiento?” publicado en The Ambassador for Christ,
(El Embajador de Cristo), página en Internet www.afci-usa.com.
Jesús no bautizó a nadie con el Espíritu
Santo mientras estuvo sobre la tierra.Él
bautiza ahora en el Espíritu. Ese es su
divino oficio hoy, algo que nosotros
tenemos que aceptar o de lo contrario
estaremos negando lo que él es: el
Bautizador en el Espíritu.
Capítulo 11

Un Nuevo Encuentro
No podemos esperar que la revelación divina sea lo que nosotros
imaginamos. Si lo fuera, no habría necesidad de revelación al fin de
cuentas. Ella es especial y requiere de un enfoque especial, nada
menos que de la guía del autor, el Santo Espíritu. Tenemos que
“discernir” la Palabra (1a de Corintios 2: 14). Un texto de la Escritura
brilla cuando está en su contexto apropiado: “manganas de oro en
cubiertos de plata ” como dice la Escritura (Proverbios 25: 11, KJV).
Este capítulo empieza con dos o tres pasajes escritúrales que,
aislados, generalmente suscitan unos cuantos interrogantes. Por
eso espero que, en su propio contexto, se vean como medios de
revelación.
El primer pasaje es la presentación de Jesús que hace Juan el
Bautista: “Viene tras mí el que es más poderoso que yo. Yo a la
verdad os he bautizado con agua;pero él os bautizará con ‘Espíritu
Santo” (Marcos 1: 7 — 8). El hecho es que Jesús no bautizó a nadie
con el Espíritu Santo mientras estuvo sobre la tierra. El cumplió la
predicción de Juan pero sólo después de su ascensión. El bautiza
ahora en el Espíritu. Ese es su divino oficio hoy, algo que nosotros
tenemos que aceptar o de lo contrario negar lo que él es: el que
“Bautiza” con el Espíritu.
El segundo texto es Juan 7: 39: “Hasta ese momento el Espíritu no
había sido dado” (en el original griego: “el Espíritu todavía no
estaba”). ¿No había sido dado? Eso es sorprendente. ¿Y qué
entonces de Moisés, David, Elias, Elíseo y los profetas? Miqueas 3:
8, dice: ‘Yo estoy lleno de poder del Espíritu del Señor: ” Varias
veces en el libro de los Jueces encontramos la expresión: “el
Espíritu del Señor vino sobre... ” una persona u otra: Otoniel,
Gedeón, Jepté, Sansón. Los libros de Samuel describen la venida
del Espíritu sobre el rey Saúl, el rey David, y algunos profetas como
Azarías. El apóstol Pedro escribió: “Hombres de Dios hablaron
siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2a de Pedro 1: 21). Jesús
les dijo a los discípulos que el Espíritu Santo estaba con ellos, pero
que estaría en ellos.
Todo eso y ¡el Espíritu todavía no había venido!” 1a de Corintios
12: 6, nos dice: “Hay diversidad de operaciones, pero Dios, que
hace todas las cosas en todos, es el mismo. ”Los primeros
discípulos efectivamente tuvieron la experiencia del Espíritu en más
de una forma. El mundo está lleno de variedad de formas, colores,
tamaños, olores, grande, pequeño, duro, suave, todo obra de la
mano del Espíritu. El es el Dios que trata con nosotros, el Dios de la
variedad. Algunos creen que el Espíritu que recibimos en el nuevo
nacimiento es todo lo que tenemos, y que nuestra tarea es
mantenernos llenos. Es difícil pensar que el Dios de maravillas no
tiene nada más que hacer que lo que hizo cuando llegamos a Cristo.
¿Nada de experiencias del Espíritu Santo ni manifestación de
dones, ni lenguas? ¡Seguro que eso no puede ser cierto!
Ahora bien, hay una cosa importante para notar. El Espíritu vino
sobre algunos hombres en el antiguo Israel por voluntad de Dios, no
por voluntad humana. Ellos no le pidieron poder para realizar una
tarea particular. Como les dijo Jesús a los discípulos: “No me
elegisteis vosotros a mi, sino que yo os elegí a vosotros, y os he
puesto para que vayáis y llevéis fruto” (Juan 15: 16). Él los eligió. Si
ellos estaban esperando oír su voz, y si son nuestro modelo en
cuanto a escuchar la voz divina, es raro que la Escritura no lo diga.
Ellos no estaban buscando a Dios cuando los llamaron
inesperadamente. El Espíritu “saltó” sobre ellos como lo dice el
Antiguo Testamento de la versión Septuaginta griega. La misma
palabra aparece en Hechos 3: 8 cuando el cojo que fue sanado a las
puertas del templo: “saltando se puso en pie y anduvo. ”La obra de
Dios no depende de la iniciativa humana sino del propio celo de
Dios. Los hombres de la antigüedad se convirtieron en agentes del
Espíritu, pero no por martillar en las puertas del cielo o por urgir a
Dios. Dios nunca ha dependido de que las personas se ofrezcan
voluntariamente. El las llama y las recluta. Cuando Dios necesita a
alguien para hacer algo, no espera hasta que alguna persona se
aparezca; él llama a alguno.
Así fue el gran día de Pentecostés (Hechos 2). El torrente
descendente de ese maravilloso Santo Espíritu prometido desde
mucho antes cuando nadie tenía una idea de lo que realmente
significaba, vino cuando quiso. Los discípulos no escogieron ese
momento. Dios entró en acción a su propia discreción. Esa es la
característica del Espíritu Santo. Jesús dijo: “El viento sopla de
donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni
que es nacido del Espíritu” (Juan 3:8).
Parece haber una idea peculiar en cuanto a que es necesaria la
oración ferviente para que Dios hable. Una de las grandes verdades
cristianas es la revelación de que Dios habla. Pero que debamos
aguzar el oído al esperar en Dios es una mala interpretación de la
oración. La Escritura jamás la ha mostrado de esa manera. Algunos
creyentes sinceros esperan con mente abierta. Pero una mente
abierta es un espacio vacío que atrae ideas diferentes a las de Dios,
aún las nuestras. Las provocaciones del mundo, de la carne y aún
del demonio, también pueden ocupar una mente vacía.
Vayamos a otro versículo “problemático”: “Entre los que nacen de
mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista;pero el
más pequeño en el reino de los cielos, mayor es que él” (Mateo 11:
11). Ese es uno de los versículos más importantes de la Biblia. Es
un anuncio divino de un avance fundamental en los asuntos divinos.
Se debe entender correctamente. Jesús primero predicó: “El reino
de Dios está cerca” y posteriormente, “el reino ha venido a ustedes.

Para comprender lo que esto realmente significa podemos leer el
Salmo 114: “El Señor miró desde los cielos sobre los hijos de los
hombres, para ver si había algún entendido, que buscara a Dios.
Todos se desviaron” (Salmo 14: 2 — 3). Cuando fue compuesto, ese
salmo era literalmente cierto. Todas las naciones de la tierra, con la
sola excepción de Israel, estaban envueltas en una densa niebla
religiosa producida por el humo que subía de los altares erigidos a
los ídolos. Una luz pequeña y vacilante titilaba en Israel, pero
incluso allí la mayoría nunca se había despojado totalmente del
paganismo. Las grandes potencias de Babilonia, Grecia y Roma se
prestaron para acrecentar las incertidumbres y supersticiones.
Sócrates, quien tenía fama de ser el más sabio de los pensadores
griegos, terminó su vida diciendo: “Cristo, debemos ofrecer un
sacrificio a Asclepio. Encárgate y no lo olvides.” Asclepio era un
dios, supuestamente el dios de la sanidad.
Sin embargo, durante esos días de tinieblas Dios tuvo algunos que
se opusieron a la marejada de impiedad y corrupción. Estos incluían
hombres de los cuales ya hemos hablado, individuos elegidos por
Dios, llenos de poder y comisionados para una tarea. Ellos
mantuvieron contacto con Dios en medio de la oscuridad que los
rodeaba. No fueron bautizados en el Espíritu, y en ese tiempo no
podían serlo porque Jesús todavía no había venido ni había abierto
los cielos para que el Espíritu viniera. Algunos elementos de esa
historia mundial hicieron eco en la ocupación Nazi de Europa
durante los años de la Segunda Guerra Mundial. Las
comunicaciones entre Europa y Occidente cesaron, pero no
totalmente. Agentes británicos con increíble valor se infiltraron al
otro lado de las fronteras enemigas y trabajaron junto con las
fuerzas clandestinas de la libertad. Se enteraron de los planes del
enemigo y también mantuvieron vivas las esperanzas en una
Europa oprimida. Ellos representaban la promesa de rescate por
parte de los aliados.
La Biblia es como un llamado a lista de los agentes de Dios en un
mundo ocupado por Satanás, antes del día de la liberación divina.
Elasta cuando Cristo vino proclamando el reino de Dios, todo el
mundo estaba en poder del demonio. ¿Cómo había ocurrido tal
cosa? Dios había dado a Adán y a Eva (a ambos), dominio y
autoridad sobre toda la tierra. Pero la “serpiente” (el diablo) los
sedujo y los destronó.
Cayeron en la trampa de las artimañas del diablo quien les robó el
dominio y reinó en su lugar y aún sobre ellos. Aún el apóstol Juan
tuvo que decir: “ .. el mundo entero está bajo el maligno ” (1a de
Juan 5: 19).
La tierra se convirtió entonces en el reino del mal y del reconocido
“príncipe de este mundo” un título dado al diablo aún por el mismo
Jesús (Juan 12: 31; 14: 30; 16: 11). La caída original de Lucifer
ocurrió cuando vio a la tierra como un premio reluciente. La quiso
para sí de tal forma que pudiera sentarse como dios en el trono,
como “el dios de este siglo” (2a de Corintios 4: 4). El escogió lo
negativo de lo positivo de Dios; la oscuridad, en vez de la luz; el mal,
en vez del bien. Jesús dijo: ‘Yo veía a Satanás caer del cielo como
un rayo” (Lucas 10: 18).
Jesús también dijo: “Porque todos los profetas... profetizaron hasta
Juan ” (Mateo 11: 13). Luego vino el gran cambio. Cristo Jesús vino
proclamando el reino de Dios. Así como Europa tuvo su día “D”
cuando los aliados irrumpieron en el continente llevando victoria y
libertad, así la venida de Cristo, derribando los muros satánicos,
comenzó una nueva era de liberación: el día “D” de Dios. Desde
entonces, “desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el
desgaste del dominio satánico ha continuado, el reino de los cielos
ha venido avanzando contra viento y marea, y los que se esfuerzan
logran aferrarse a él” (Mateo 11: 12, NVI). Millones han estado
entrando al Reino y sirviendo al verdadero Rey, el Rey del amor.
Este inmenso cambio en los asuntos espirituales significa que el
Espíritu Santo entró en acción en la tierra. No estaba, ¡pero ahora
está! “Habiendo reunido a sus doce discípulos les dio poder y
autoridad sobre todos los demonios, y para sanar enfermedades”
(Lucas 9: 1-2). Adán perdió el dominio con el diablo, pero Cristo
ahora revierte la situación y da dominio sobre el diablo a sus
humildes discípulos. Con Cristo vino el Reino y ahora nosotros
somos los amos con el poder del Espíritu. El enemigo invasor fue
derrotado: “Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las
obras del diablo ” (1a de Juan 3: 8). Pasajes similares utilizan la
palabra katargeo que significa “anular, vaciar”.
Ahora el diablo es una serpiente que se retuerce con su cabeza
aplastada bajo los talones de Cristo (Génesis 3: 15). El escenario
para esta liberación que viene ya fue preparado: “Entonces vendrá
el fin, cuando él entregue el reino a Dios el Padre, luego de destruir
todo dominio, autoridad y poder. Porque es necesario que Cristo
reine hasta poner a todos sus enemigos debajo de sus pies” (1 ade
Corintios 15: 24 — 25, NVI).
Dios se comprometió consigo mismo al darnos a su Hijo quien
pagó el máximo precio por nuestra salvación. La Cruz, ese horrendo
leño terrenal, se levantó abriendo la puerta para el Espíritu Santo
quien vino para habitar aquí para siempre, para establecerse y
hacer su obra. Es un acontecimiento cósmico con señales,
prodigios, milagros, pero sobre todo en la “salvación que
compartimos” como lo dice Judas 3. Jesús dijo: “El príncipe de este
mundo va a ser expulsado” (Juan 12: 31, NVI). Eso está ocurriendo
diariamente en la vida de millones de personas llenas con el Espíritu
Santo.
Hoy, más aún que en los días bíblicos, la realidad, la presencia y el
poder del Espíritu Santo se está demostrando sin lugar a dudas. Lo
que no ocurrió antes está ocurriendo ahora. Lo infructífero e
imposible antes de que Cristo viniera, lo vemos ahora todos los días.
No sólo están obrando poderes materiales y físicos sino salvación
poderosa para el hombre integral. Algo que nunca se vio en los días
de Moisés o de Elias. Jesús dijo: “No tengan miedo, mi rebaño
pequeño, porque es la buena voluntad del Padre darles el reino”
(Lucas 12: 32, NVI). Reinamos con Cristo; los poderes del Reino de
Dios están sobre nosotros, el Espíritu Santo, el mismo que irrumpió
cuando Jesús proclamó la venida del Reino.
Es tiempo de que todas las personas bautizadas por el Espíritu se
den cuenta de lo que son: los hijos del Reino. Que no teman nada y
que se conviertan en espíritus de fuego para testificar a este mundo.
Las tinieblas de Satanás todavía cubren el mundo pero son sólo una
sombra desde que Cristo vino. Cristo nos ha dado poder sobre
todas las artimañas del enemigo. Nuestra tarea no es meramente la
caza de demonios ni la exhibición de milagros ni juegos. La Iglesia
no es un negocio de espectáculos. Los demonios ciertamente se
deben expulsar y los milagros se deben realizar, pero como hijos del
Reino desafiamos las fuerzas de incredulidad y de impiedad, las
tinieblas y la maldad del mundo, Nosotros, simples mortales,
integramos los escuadrones de Dios, sus tropas, sus hombres en
armas, su respuesta, los embajadores de su Reino que clamamos:
“Reconcíliense con Dios” (2a de Corintios 5: 20, NVI).
El Evangelio no es palabras en un libro
que reposa en un estante, sino palabras
poderosas en nuestra boca. Cuando se
pronuncian llenan el poder de Dios.
Capítulo 12

Cuando el Espíritu se Mueve


Tan pronto abrimos la Biblia surge una pregunta sobre el Espíritu
Santo. Leemos en el capítulo 1 de Génesis: “La tierra estaba
desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la fatz del
abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la fatz de las aguas”
(Génesis 1:2). Lo que nos impacta de inmediato es que el Espíritu
de Dios se movía sobre el caos pero no cambiaba nada. ¿Por qué lo
hacía? ¿Qué estaba esperando?
Para nosotros esta es una pregunta práctica. ¿Cuándo entra el
Espíritu Santo en acción? Sermones, discusiones y libros, en el
fondo todos tratan el mismo asunto general de la bendición del
Espíritu Santo. Somos buenos para descubrir cosas que pueden
detener las bendiciones de Dios sobre nosotros; es fácil encontrar
fallas humanas que estorban el movimiento de Dios. Uno pronto
puede elaborar un sermón acerca de las imperfecciones humanas y
cuan disgustado puede estar Dios. Pero lo que realmente
necesitamos es ayuda positiva de Dios. Esto es importante para
todos nosotros y en este capítulo vamos a ver la luz que la Biblia
arroja al respecto. A propósito, miraremos también la pregunta
inicial: por qué el Espíritu Santo no hacía nada mientras se movía
sobre las tinieblas.
Jesús habló de un período de tinieblas cuando el Espíritu no haría
nada: ‘La noche viene, cuando nadie puede trabajar. Entre tanto que
estoy en el mundo, Luz soy del mundo ” (Juan 9: 4). Al decir
“trabajar” quería decir obrar milagros; en ese momento estaba
tratando con un hombre ciego y habló de la sanidad como la obra de
Dios. Dijo que ningún hombre podría hacer esa obra, la obra de Dios
en la noche. También hablaba de su crucifixión después de la cual
ya no lo verían más en el mundo, excepto sus discípulos. Entonces
la luz habría desaparecido y no habría más obras, sanidades o
milagros.
Es decir, cuando no hay Palabra, no hay Espíritu. El Espíritu
estaba con Jesús porque él era el Verbo, la Palabra. El Espíritu no
apareció en ningún lugar mientras Jesús yacía en la tumba. No
obstante, el Espíritu se movía sobre esas tinieblas y cuando el
Padre lo decidió, el Espíritu Santo resucitó a Jesús de los muertos.
En el presente, la muerte todavía prevalece sobre toda la tierra y el
Espíritu se mueve sobre las tinieblas de muerte, pero el Verbo
vendrá y el Espíritu resucitará a los muertos de acuerdo con la
voluntad del Padre, quien es el único que sabe el día y la hora
cuando eso acontecerá (Mateo 24: 36). Hasta el día de Pentecostés
no había Espíritu Santo en el mundo excepto donde se hablaba la
Palabra. Pedro predicó el primer mensaje del Evangelio del cual dijo
era la Palabra del Dios vivo, y el Espíritu Santo echó la red e hizo
una gran pesca. Pedro se había convertido en pescador de
hombres.
Cuando Jesús vino, Juan pudo escribir que “ .. la luz verdadera ya
alumbra” (1a de Juan 2: 8). Luego vino el tiempo cuando Jesús fue
arrestado “ . y era de noche” (Juan 13: 30). Judas y su pandilla
armada tuvieron que usar linternas (Juan 18: 3). Juan notó el
simbolismo del momento. Sin la luz de Cristo el mundo necesita
linternas pues no tiene sustitutos para la luz verdadera: ideas,
invenciones, filosofías, planes y esfuerzos propios. Comparado con
la luz de Cristo, todo eso no es más que linternas, sustituto de la
verdad, de la luz real. Ellos rechazaron la Palabra, tan cierto como
que el mundo crucificó a Cristo. En esas tinieblas el Espíritu Santo
no hace nada, no realiza obras, excepto para aquellos que andan en
la luz.
En la oscuridad de Getsemaní Jesús dijo a sus captores: “ ..esta
es vuestra hora, y la potestad de las tinieblas ” (Lucas 22: 53).
Desde ese momento las tinieblas se precipitaron y el Espíritu no
hizo obras. Hasta que Cristo resucitó y ascendió, el Espíritu Santo
no hizo nada en el mundo. El Espíritu opera solamente en la luz de
la Palabra.
Cuando Jesús vino al mundo el Espíritu también vino y estuvo con
Él. Donde Jesús estaba, estaba el poder. El mundo entero estaba
postrado en tinieblas pero cuando él vino los gentiles vieron una
gran luz. Los primeros discípulos salieron y predicaron la Palabra, y
el Espíritu Santo los poseía y los bendecía.
Se ha dicho que Dios no hace nada sin oración, haciendo así de la
oración la señal para actuar. Y puede que sea cierto, pero es sólo la
mitad de la verdad. La otra mitad es que el Espíritu Santo no hace
nada sin la Palabra. Admitámoslo: ¿qué tanto, realmente, ocurriría si
el obrar de Dios dependiera de la oración de los miembros de la
Iglesia?
En muchas ocasiones el Espíritu se movió sin grandes sesiones
de oración por un avivamiento, pero él nunca se mueve sin la
Palabra del evangelio. Lo que el Espíritu hace, aún si lo hace de
manera independiente, revela lo que desea hacer, porque Él jamás
hace algo que no quiere realizar. Nunca hubo otra señal que no
fuera esa: que Él es bueno, que atiende la súplica y es
misericordioso. La motivación del Espíritu Santo es siempre la
misma: cargar la Palabra con la energía de los cielos.
“La espada del Espíritu es la Palabra de Dios” (Efesios 6: 17), Él
no tiene ninguna otra arma. Él no entra en acción atendiendo
nuestras filosofías, no importa cuán brillantes puedan parecer. El
Espíritu Santo se mueve sobre esas tinieblas esperando la Palabra
y entonces se hace la luz. Ninguna cantidad de súplica en oración
puede hacer que el Espíritu actúe si no hay Palabra; esto es, sin
predicación del evangelio.
Si vamos a Génesis capítulo uno donde leemos que el Espíritu se
movía sobre las aguas, vemos en el versículo siguiente que Dios
dijo: “Sea la luz (Génesis 1: 3). Entonces el Espíritu entró en acción.
Se habló la Palabra y el Espíritu obedeció. El Evangelio de Juan
comienza con un versículo paralelo: “En el principio era el Verbo.
Todas las cosas por él fueron hechas” (Juan 1: 1 — 3). La Palabra
es la voz de la Deidad. El Padre decide, el Hijo (el Verbo, la Palabra)
habla, y el Espíritu Santo actúa. Siempre es de esa manera. El
Espíritu Santo es el ejecutor de la voluntad del Padre en respuesta a
la voz del Verbo o la Palabra.
Esa es la verdad esencial: el Espíritu sigue la Palabra y solamente
la Palabra.
Un ejemplo de primer orden lo encontramos en Ezequiel 37.
Mediante una visión Dios le mostró al profeta Ezequiel un valle de
esqueletos, de “huesos secos” y le dijo: “Profetiza sobre estos
huesos, y diles: Huesos secos, oíd palabra del Señor. Profeticé,
pues, como me fue mandado;y hubo un ruido mientras yo
profetizaba... y vivieron y estuvieron sobre sus pies; un ejército
grande en extremo ” (Ezequiel 37:4, 7,10). El triste estado de Israel
era como ese valle de huesos secos, pero Israel pudo vivir
nuevamente por la Palabra. Ezequiel no oró por los huesos; habló la
Palabra, profetizó, y el Espíritu de Dios los convirtió en un ejército.
Toda profecía es Espíritu y la Palabra. El Espíritu de Dios vino
sobre algunos hombres de la antigüedad y ellos hablaron la Palabra.
El Espíritu no viene para darnos una bendición, para producir en
nosotros excitación o una experiencia emocional. Esas cosas
ocurren, ciertamente, pero el objetivo del Espíritu no es derretirnos
de alegría sino prender su fuego en nosotros y producir cambio y
transformación en el mundo.
La oración no es suficiente para despertar a una iglesia muerta. Se
necesita el poder de la Palabra imbuida de la vida del Espíritu. La
vida viene por la Palabra viva. Lo que podemos y debemos hacer es
predicar la Palabra.Orar para que Dios obre está bien, pero orar
para que haga lo que nosotros deberíamos estar haciendo no tiene
sentido. No podemos enviar su Espíritu a ninguna parte. Él se
mueve con nosotros y está donde nosotros estamos. No podemos
orar para que Dios salve las almas y bendiga a la gente y luego
esperar que algo ocurra. Él nos envía con la Palabra y el Espíritu
nos espera. Es nuestro privilegio trabajar y salvar almas para Él. Y
cualquiera que piense que no tiene ni la fuerza ni el poder, la
Palabra es su fuerza y su poder. Hay dos cosas importantes que se
deben notar: Reuniones del Espíritu Santo sin la Palabra son
reuniones humanas, y la oración no sustituye la Palabra.
Los encuentros cristianos carismáticos tienen el enfoque del
Espíritu Santo. Difícilmente podemos descartarlo, pero una iglesia
se puede dedicar por completo a imponer manos, profetizar, buscar
señales y milagros, echar fuera demonios y a otras evidencias
físicas de la vida en Cristo. La verdadera iglesia cristiana se reúne
alrededor de Jesús al pie de la Cruz. El Espíritu está unido a Él, a
Jesús, para amarlo y no buscarlo tan sólo por efectos dramáticos y
emocionales. Podemos tratar de generar poder en las “reuniones del
Espíritu Santo” como si un milagro fuera la cima de la bendición.
Nuestra máxima ambición debe ser exaltar y glorificar el nombre de
Jesús. Eso es lo que al Espíritu Santo le gusta hacer. Jesús es
nuestra canción, la razón para reunirnos, y donde está Él, está el
Espíritu Santo. No somos solamente personas del Espíritu Santo,
sino cristianos. Somos gente de Jesús, y el Espíritu viene a nosotros
por Jesús, por nuestro amor y adoración a Jesús.
Anteponer el Espíritu a la Palabra es totalmente erróneo. El
Espíritu Santo sigue a la Palabra. Para lograr la presencia del
Espíritu se necesita la Palabra. El Espíritu está especialmente
interesado en Jesús: “El me glorificará; porque tomará de lo mío,y
os lo hará saber” dijo Jesús (Juan 16: 15). El Santo Espíritu no viene
con un mensaje sobre sí mismo sino acerca de Jesús. El Espíritu
habla de él comprometido con la Palabra. Responde la oración en el
nombre de Jesús porque Jesús es la Palabra, y el Santo Espíritu la
sigue. La voluntad del Padre está escrita y es expresada por el Hijo,
el Verbo, que es la Palabra ejecutada por el Espíritu. No logramos
nada de ninguna otra manera.
La Biblia está llena de esta verdad. En el Antiguo Testamento, por
ejemplo, Dios habló en el monte Sinaí. Los Israelitas oyeron su voz
y el Espíritu de Dios reposaba sobre Moisés y sobre los ancianos.
En el Nuevo Testamento Jesús habló la Palabra y el Espíritu sanó a
los enfermos. Jesús dijo que el Padre hacía las obras. El decidió lo
que se debía hacer, Jesús habló, y el Espíritu fue con la Palabra y
realizó los milagros. “Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a
Jesús de Nazaret, y él anduvo haciendo bienes y sanando a todos
los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él” (Hechos 10:
38).
Nuestro testimonio del evangelio se basa en la Palabra. El Espíritu
Santo bendice la Palabra cuando se habla. Ella atrae el poder del
Espíritu. Por eso es que el Evangelio es poder de Dios. El Evangelio
se expresa y se comunica con palabras. La palabra “evangelio”
significa “buenas nuevas”, pero lo es solamente cuando se
comunican. El Evangelio no consiste en meras palabras en un libro
que reposa en un estante. Está hecho de palabras que adquieren
poder en nuestra boca. Cuando se articulan, llevan el poder de Dios.
La Biblia testifica por sí misma. Ella declara que es la Palabra de
Dios, pero su declaración puede ser verificada. Si la Palabra y el
Espíritu van juntos, esto se debe notar. El Salmo 119 es una gran
exposición sobre la Palabra de Dios. Varios versículos hacen
afirmaciones que están abiertas a la prueba y verificación. Por
ejemplo el versículo 50 (NVI) dice: “Este es mi consuelo en medio
del dolor: que tu promesa me da vida” y el versículo 93, NVI:
‘”Jamás me olvidaré de tus preceptos, pues con ellos me has dado
vida. ” ‘”La ley del Señor es perfecta: infunde nuevo aliento” (Salmo
19: 7, NVI). Durante 2.000 años estas afirmaciones han sido
probadas y han demostrado que son ciertas.
Jesús dijo: “Le cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y
cree al que me envió, tiene vida eterna. Las palabras que yo os he
hablado son espíritu y son vida” (Juan 5: 24; 6: 63).
‘Ustedes han nacido de nuevo, no de simiente perecedera, sino de
simiente imperecedera, mediante la palabra de Dios que vive y
permanece. La palabra de Dios permanece para siempre” (1a de
Pedro 1: 23, 25, NVI).
Estas palabras han soportado 2.000 años de prueba. La fe
cristiana no es un conjunto de preceptos, instrucciones o ideas, sino
una fuente de poder para la vida humana. La Palabra imparte vida.
Por eso se nos manda “ . .predica la palabra” (2a de Timoteo 4: 2).
No estamos convirtiendo gente a un sistema religioso, no importa
cuánta esperanza pueda ofrecer.
El evangelio no es un sistema de ritos y de prácticas religiosas
sino una fuerza vital que transforma las vidas. El evangelio es la
Palabra.
La gente puede discutir sobre cuál es la religión correcta. Las
religiones ofrecen diferentes caminos hacia Dios pero Jesús no
estableció un camino para llegar a Dios ni fundó una religión porque
Él es el único camino. El dijo: ‘”Vengan a mí” (Mateo 11: 28, NVI). Él
es lo que necesitamos, nuestro Alfa y Omega, nuestro comienzo y
nuestro fin, nuestro punto de partida y nuestra meta.
Se puede discutir que esta o tal religión es mejor que la otra, pero
el evangelio ofrece tan sólo a Jesús. Él es el único que abre sus
brazos a toda la gente. ¿Tiene alguien a otro Jesús para ofrecer? Él
lo es todo. Es todo lo que él mismo dijo que es. Él dijo: “El que cree
tiene vida eterna ” (Juan 6: 47). Jesús no es una religión; es una
persona a la cual podemos conocer y por la cual podemos vivir, el
Verbo, la Palabra viva. No es un mensajero de Dios: Él es el
Mensaje, la persona de quien hablaron los mensajeros. Hay vida en
Él y esa vida nos llega a través de la Palabra.
Quienes son ungidos y bautizados en el Espíritu pueden apagar o
debilitar su poder si deciden vivir fuera de la Palabra de Dios. El
conocimiento teológico no es la misma cosa. Esto es meditar y
recibir la Palabra “grabada”, y vivir por ella permitiendo que la fe la
haga efectiva.
Muchos pasan horas de agonía en oración pero sin vivir la Palabra
en sus almas. La afirmación más común es que el aviva- miento
viene por la oración. También se dice que todo aviva- miento ha
tenido a alguien que lo originara mediante la oración. ¿Ha sido
probada esta afirmación? Se le acredita a alguien haber orado antes
por algún avivamiento. El hecho es que todo el mundo ora,
especialmente por avivamiento. Pero jamás hubo un avivamiento
que no hubiera sido producido por la Palabra.
Los avivamientos típicos de la antigüedad comenzaron cuando
alguien llevó la Palabra del Evangelio a donde no se había
escuchado ni predicado y ella produjo convicción y conversión.
Hubo avivamientos que brotaron de aguas ya casi secas. La Palabra
del evangelio golpea la roca y las aguas brotan y llevan vida donde
antes no existía.
En los Hechos de los apóstoles la Palabra fue el modo normal de
acercamiento a quienes no sabían la verdad. Leemos que “La
palabra de Dios seguía extendiéndose y difundiéndose” (Hechos 12:
24, NVI), lo que significa que la gente la recibía. El verdadero
objetivo de nuestro trabajo es plantar la semilla de la Palabra.
Donde está la Palabra hay vida y crecimiento. La tierra sola no
produce nada. El secreto está en la semilla que se siembra en la
tierra. Jesús dijo que la semilla es la Palabra.
Jesús les dijo a los escribas y fariseos que erraban al ignorar la
Palabra o el poder de Dios. Ellos tenían la Palabra pero no tenían al
Espíritu. Tomaron la Palabra en sí misma, la disecaron y la
redujeron a fórmulas secas y a enseñanza sin fe. Sin el Espíritu, un
mensaje bíblico se convierte en un discurso árido y seco que va de
una mente a otra, no de corazón a corazón. El Espíritu en la Palabra
puede ser apagado por quienes la manipulan. Muchos saben la
Biblia “pero sin fe es imposible agradar a Dios” (Hebreos 11: 6) y por
lo tanto ellos no tienen al Espíritu Santo.
Mediante la Palabra y el Espíritu podemos conquistar el mundo
para Cristo. Estos dos elementos juntos, la propia Palabra viva de
Dios y el Espíritu Santo, son poderosos. Ellos son nuestro recurso,
nuestra ayuda indefectible e inagotable. “¡A la ley y al testimonio! Si
no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido ” (Isaías
8: 20).
Cuando Dios se “derrama” dentro de
nosotros, no es un elemento que se
desborde o se escape como de
recipientes rotos que se deben llenar de
nuevo cada cierto tiempo, Dios no se
evapora ni se gasta.
Capítulo 13

Practique en el Espíritu
Cuando somos ungidos por el Espíritu, ¿podemos hacer y decir algo
que nos guste y esperar que Dios nos respalde? ¿Qué autoridad
tenemos, y cuáles acciones son correctas y cuáles incorrectas?
Ser llenos del Espíritu es maravilloso. Nuestro pequeño corazón es
un área preparada para la inimaginable grandeza de Dios. Somos
microscópicos comparados con su infinita presencia. Nuestra
voluntad o nuestros deseos, incluso nuestros “derechos” parecen
tener poca consecuencia en las profundidades de la vasta voluntad
de Dios. No obstante, Él nos dio el derecho de hablar en su nombre.
Esa es una asombrosa relación pero, al tener el Espíritu Santo,
¿somos independientes para decidir cualquier cosa que queramos
hacer?
Siendo que el ministerio se desarrolla básicamente con palabras,
lo que decimos puede ser del Espíritu, o no serlo. ¿Podría ser
atrevimiento, incluso arrogancia? ¿O todo es confiable, seguro y
bendecido por el Espíritu?
Se nos confían las palabras de Dios para serle fieles y para hablar
en su nombre. Es ahí donde se nos prueba en cuanto a lo que
somos realmente. ¿Cuál es nuestra actitud? Decir que somos
humildes prueba que no lo somos; eso es enorgullecer- nos de ser
humildes. Pablo dijo que él se juzgaba a sí mismo y nosotros
también debemos hacerlo. ¿Cómo nos medimos y con qué medida?
La única “regla” para manejar las cosas de Dios es predicar lo que
Dios es. Para actuar en su nombre necesitamos conocerlo. En las
Escrituras leemos que muchos le sirvieron a Dios fielmente. ¿Cómo
lo vieron y lo entendieron?
Si tan solo debiéramos singularizar una ocasión, esa sería la que
describe Isaías en el capítulo 6 que es un cuadro del encuentro del
profeta con Dios. El vio la verdad acerca de Dios y supo “para quién
estaría trabajando.” Este encuentro fijó la pauta para todo lo que
Isaías hablaría después y modeló su vida y su mensaje proféticos.
Fue la visión lo que lo afectó. El vio al Señor en un trono, alto y
sublime, servido por seres celestiales de indescriptible esplendor;
seres vivientes inmaculados, pero tan grandes como eran, tan
cercanos al Trono que cubrían sus rostros y sólo podían exclamar:
“¡Santo!, ¡Santo!, ¡Santo! Santo es el Señor” (Isaías 6: 3, KJV). En
cuanto a Isaías, su reacción fue el reconocimiento de su propia
condición y de auto humillación: “¡Ay de mí, que estoy perdido! Soy
un hombre de labios impuros, y no obstante mis ojos han visto al
Rey, al Señor Todopoderoso!” (Isaías 6: 5, NVI). El hecho de haber
visto a Dios afectó todas sus profecías. Por eso nadie ha hablado de
Dios como Isaías. Su profecía nos hace conscientes de la
inimaginable imponencia de Dios, totalmente diferente a cualquier
cosa que hayamos conocido; sus pensamientos son tan altos como
los cielos comparados con los nuestros. Para Él, las naciones son
sólo una gota en una cubeta y los habitantes del mundo como
saltamontes; insectos que se lleva el viento.
A través de Isaías Dios nos habla de sí mismo como “el santo” “ .
yo el Señor, y ninguno más que yo” (Isaías 45: 6, NVI). No sabemos
cómo es Él pues no tenemos con quién compararlo: “¿Con quién
vas a compararme, o a quién me vas a igualar? (Isaías 46: 5, NVI).
Una y otra vez Él se llama a sí mismo “Yo” y lo enfatiza. El dijo que
no dará su gloria a otro, es decir, ningún otro Ser puede equipararse
en rango con Él (Isaías 42: 8). La peor tentación para todos los que
le sirven es tomar la gloria divina para sí mismos. Dios es quien
salva y sana, no nosotros. Somos sólo instrumentos en sus manos;
somos los violines, no el músico. Si transmitimos bendición, no
somos los bendecidores que aceptan adulación. Sin Él somos nada.
El tipo de conocimiento que Isaías tenía refrenaba cualquier
arrogancia. Isaías no trató de manipular a Dios, ni nosotros
debemos hacerlo. Invocar a Dios con fe confiada, eso es una cosa.
Pero otra muy diferente es la actitud de “¡Dígalo, y Dios lo hará!”
¿Qué creemos que somos? Dios no actúa a nuestro antojo y no está
tras bastidores esperando que lo llamemos al centro del escenario.
¿Podemos ofrecerle a Dios a alguien? ¿Podemos acaso ofrecer
más de Dios, o más del Espíritu Santo? Todos nosotros queremos lo
mejor que Dios tiene para nosotros. Pero el hecho es que lo mejor
de Dios es Él mismo, ese Ser amoroso. No se nos ocurre decir:
“Quiero más esposo o esposa, o más padre o madre, o más hijo o
hija.” Ellos son personas, no mercancía, y así ocurre con Dios.
“Más” de Dios sólo puede significar que Dios tenga más de
nosotros, más de nuestras vidas, de nuestra voluntad y nuestro
amor. Conocemos mejor su amor cuando lo amamos más.
Somos imperfectos pero Dios es nuestro dador de vida desde el
momento en que acudimos a Él; Él no se reserva nada. Dios no está
disponible en cantidades ni se mide por libras. No es algo que se
puede acumular o colectar, ni una posesión para agregar en nuestra
bodega. La visión que Isaías tuvo de Dios ciertamente no lo dejó
pensando en esos términos. Debemos desechar la pedantería de
nuestro vocabulario porque el hecho es que escuchamos a algunas
personas que ofrecen darnos más Espíritu Santo, o más Dios.
¿Pueden ellos dar tanto Dios como les plazca, como si estuvieran
pesando dulces o golosinas y entregándolas sobre el mostrador?
¿Es medible la majestad del Todopoderoso?
Algunos hablan de “un bautismo y muchas llenuras.” ¿Está Dios
en la persona del Espíritu Santo disponible como porciones de
postre? No se encuentra nada que sugiera tal cosa en las 140
menciones que de la “llenura” hace la Escritura. Cuando Dios se
“derrama” a sí mismo sobre nosotros, no es un elemento que rebosa
o se escapa como si fuéramos recipientes que gotean y que se
deben llenar de nuevo de tiempo en tiempo. Dios no se evapora ni
se gasta. La idea de un flujo y reflujo, o de altas y bajas en la
relación con Dios o con el Espíritu no está ni siquiera insinuada en la
Palabra de Dios. Nosotros podemos dar tumbos, pero Dios no. Él es
la roca inconmovible. El Espíritu de Dios es el Espíritu eterno por la
divina cualidad de su vida en nosotros.
A Efesios 5: 18 se le convirtió en un texto clave: “No se
emborrachen con vino que lleva al desenfreno. Al contrario, sean
llenos del Espíritu. ” Una interpretación es que tenemos la opción de
embriagarnos con vino o con el Espíritu. Esto no encaja bien con el
texto pues es el exceso de vino el que embriaga a la gente. No
existe la posibilidad de que lleguemos a tener demasiado de Dios.
Entonces, el significado que le han atribuido al versículo es que
podemos embriagarnos con el Espíritu. Admitamos que el efecto de
Dios puede hacernos dar tumbos o postrarnos. Pero este texto no
está equiparando el efecto de embriagarse con vino, con
embriagarse del Espíritu. Se debe entender como un contraste -no
como una analogía— en cuanto a los efectos del alcohol y del
Espíritu. El Espíritu no nos afecta negativamente como lo hace el
alcohol. La gente habla de “sentirse bien” con Dios en la forma en
que las drogas producen un estímulo. Pero eso suena sospechoso y
el texto griego no nos permite hacer esa interpretación. La
borrachera y la embriaguez no glorifican a Dios quien nos ha dado “
.. espíritu de poder; de amor y de dominio propio” (2a de Timoteo 1:
7), o una “mente equilibrada” como lo dice otra versión.
Al mismo versículo de Efesios lo citan como una exhortación a
buscar repetidas llenuras del Espíritu Santo señalando el significado
de “ser lleno.” El verbo en griego está en presente pasivo
imperativo, es decir, no es algo que nosotros hacemos sino que nos
hacen. Debemos cuidar que nos estén llenando, si bien no podemos
llenamos a nosotros mismos. Eso significa sencillamente que nos
mantenemos abiertos en un estado en el que el Espíritu Santo
pueda llenarnos constantemente, y en efecto Él lo hace. Sólo Él
puede hacerlo. Ese estado comienza con el bautismo del Espíritu.
Usted no puede ser lleno a menos que ya tenga algo de la
“sustancia” que lo va a llenar.
Esa es una verdad importante. Ser bautizado en el Espíritu no es
una experiencia de una vez y para siempre, ni tampoco es repetible.
No es que recibimos algo de Espíritu que nos dura por cierto tiempo
y luego tenemos que ir por una provisión adicional, como hacer
viajes regulares al supermercado. No hay tal cosa como “otro
Pentecostés.” El Espíritu Santo viene para quedarse. Él no viene en
una serie de visitas cortas antes de tomar una decisión final de
mudarse, o en varias cantidades; eso es más que tonto. Es una
parodia de la verdad.
El bautismo en agua se hace y se termina en cuestión de un
momento. El bautismo en el Espíritu es vitalmente diferente. Un
hombre puede bautizarnos en agua pero sólo Cristo Jesús nos
puede bautizar en el Espíritu. Ningún hombre tiene ese poder y ese
derecho. Siempre ha sido y sigue siendo la prerrogativa exclusiva y
divina de Jesús; sólo Él es el bautizador con el Espíritu.
Cuando somos bautizados en el Espíritu se abre la represa; es el
comienzo de un flujo sin fin que momento a momento entra en
nosotros como un río. Es el mismo efecto sin finque recibimos
cuando somos salvos. Podemos decir: Fui salvado, he sido salvado,
estoy siendo salvado, soy y seré salvo porque la vida que obra en
nosotros es eterna, es algo que no puede morir. La vida no puede
ser estática. La esencia de la vida es un proceso activo. El Espíritu
es como el viento que siempre sopla, o no sería viento.
La imposición de manos es bíblica. Jesús habla del ministerio
sanador de sus discípulos mediante la imposición de manos sobre
los enfermos (Marcos 16: 18). Fue una práctica común y se
menciona en muchos otros pasajes de la Escritura.10 Esta era la
acción de ‘impartir.” La sanidad generalmente ocurre cuando una
persona le ministra a otra. Impartimos conocimiento, la comprensión
de la Palabra y la verdad del evangelio que lleva salvación a
alguien. El diccionario define la acción de “impartir” sencillamente
como comunicar, otorgar algo y compartir. Esa es una descripción
de nuestro ministerio uno a uno.
Sin embargo, cuando imponemos manos para sanidad no la
“compartimos”; más aún, si nosotros mismos estamos enfermos. Es
cuestionable si decimos que “otorgamos” sanidad. La acción de
impartir se está considerando como una doctrina, es decir que las
bendiciones espirituales se pueden conferir y transmitirse de una
persona a otra por el toque de la mano. Este significado de “impartir”
no lo acepta la mayoría de los Pentecostales y Carismáticos. En el
lenguaje de la iglesia la imposición de manos no es un sacramento.
Los cristianos bautizados en el Espíritu hablan de ordenanzas pero
no de sacramentos. Las dos ordenanzas, el bautismo y la cena del
Señor, son actos físicos, no medios de impartir algo espiritual. Dios
los utiliza sólo cuando obra la fe. Un efecto espiritual sólo puede ser
producido por una causa espiritual: la oración y la fe en Dios.
La acción de “impartir” tiene otra faceta: impartir el Espíritu que
equivale a impartir a Dios. Nosotros debemos impartir ayuda, ánimo,
sabiduría y otros beneficios similares pues estamos en capacidad de
dar fortaleza y esperanza pero, ¿podemos impartir a Dios?
¿Podemos decirle a alguien: “Te doy el Espíritu”? ¿O, recibe el
Espíritu? ¿Es el Espíritu propiedad nuestra de manera que podamos
hacer con Él lo que queramos, y conferirlo a otras personas? ¿Es
Dios una pertenencia tan común y fácil de conseguir que podemos
pasarlo a otros por nuestra voluntad, y disponer de Él según nuestro
deseo? ¿Está Jehová, el gran “Yo Soy”, esperando que un
predicador lo dé a alguien? ¿Dios, el Todopoderoso, entrará aquí o
allá dirigido por un evangelista o un maestro bíblico? “¿Quién ha
dirigido al Espíritu del Señor? (Isaías 40: 13, NKJV).
Esta acción de impartir se expresa en cantos que hablan de querer
“más de Dios” o “más del Santo Espíritu. ” ¿A qué clase de Dios
conjuran tales expresiones? Dios pone sus bendiciones y sus dones
en nuestras manos para que las distribuyamos a otros, pero sólo a
voluntad de Él. No tenemos autoridad para eso. Jesús dijo: “Lo que
ustedes recibieron gratis, denlo gratuitamente” (Mateo 10: 8, NVI).
Pero nosotros no podemos darlo a nadie. ¿Dónde está nuestra
autoridad para dar “más de Dios”? Eso lo hace parecer como un
objeto. Dios es un Ser, una Persona, no un elemento, y ciertamente
no se somete a nuestras arrogantes instrucciones. Decir: “Te ordeno
que recibas el Espíritu Santo” es dar una orden a Dios, o por lo
menos convertirlo en un dictador.
No podemos dirigir a Dios, dárselo a nadie, ni dar fuego o poder
como dando limosnas, mucho menos “tocando” a la gente. Imponer
las manos para que alguien reciba fuego parece una acción de
bastante poder. El fuego espiritual es Dios mismo, no una llama que
cae de Dios. Es muy importante entender que Jesús, y solamente
Él, es el único bautizador con Espíritu Santo y fuego. El Espíritu
procede del Padre y del Hijo, y viene solamente en la gloria de su
voluntad. El Señor murió, resucitó y ascendió al Padre para
impartirnos el Espíritu y su fuego en un acto grandioso. No podemos
usurpar su santo oficio y conferirle el Espíritu y el fuego a alguien.
El bautismo en el Espíritu es la unción de Dios y no es transferible
por contacto físico. Tratar de hacer transferencia de bendiciones
espirituales imponiendo las manos o mediante gestos no es un acto
de fe sino superstición de vudú. Los apóstoles impusieron sus
manos sobre los samaritanos convertidos y éstos recibieron el
Espíritu Santo, pero ellos ya habían orado para que tal cosa
ocurriera (Hechos 8: 14 — 17). La imposición de manos no es una
acción de impartir sino un gesto de fe.
Todos hemos recibido el Espíritu y ninguno de nosotros es mayor
que otro en ese aspecto. Nadie tiene una cantidad extra de Espíritu
ni poder o fuego de repuesto para “compartir” con otros. Nuestro
aceite -como en el caso de las vírgenes- es para nuestra propia
lámpara, no para los demás (Mateo 25: 7 — 9).
La esposa de un profeta acudió a Elíseo y por instrucciones suyas
llenó todas las vasijas disponibles con aceite milagroso, pero ella
“cerró la puerta.” El aceite era de ella solamente (2o de Reyes 4: 3
— 7). Los mortales no tenemos la franquicia para dar a Dios por
cantidades a quienes deseemos. No podemos recibir a Dios de un
ser humano. Él no tiene agentes que lo distribuyan. Nuestra parte es
ministrar, enseñar, animar, orar unos por otros. Algunos ministran en
una posición especial, pero no con poder superior. Podemos
“sobrellevar los unos las cargas de los otros” (Gálatas 6: 2),
demostrar fe, animarnos en fe unos a otros, y transmitir esperanza
con la Palabra. Somos tan pequeños delante de Dios que las
diferencias entre nosotros apenas se notan.
Eso no quiere decir que seamos insignificantes o inútiles.
Obviamente veremos el fruto de nuestra labor. De hecho, al andar
humildemente delante de Dios somos poderosos en Él, derribamos
fortalezas (2a Corintios 10: 4), y llevamos con nosotros el poder del
evangelio del Espíritu Santo al mundo en esta “generación mala y
adúltera” (Mateo 12: 39). Eso significa que el equipo que Dios nos
ha dado está diseñado para nosotros solamente. Cada uno de
nosotros tiene un sector en el frente de batalla y nuestro
abastecimiento de Dios es directo y continuo. Él no depende de que
busquemos ayuda de terceros. Nuestro Capitán jamás perdió una
batalla y nunca le falló a alguno de sus soldados.

10 Marcos 6: 5; Lucas 4: 40; 13: 13; Hechos 6: 6; 8: 17 -18; 13: 3; 19: 6; 28: 8; Ia Timoteo
4: 14; Hebreos 6: 2.
Dios no nos dicta lo que debemos hacer
porque fuimos hechos a su imagen con
una Voluntad líbre. Él ha prometido
bendecir y prosperar lo que hagamos. No
existe promesa de que Dios tomará las
decisiones por nosotros. Lo que
hacemos lo hacemos por nuestra
voluntad, no por orden del Señor. Díos
no asume responsabilidad por lo que
nosotros hacemos.
Capítulo 14

¿Desea con Vehemencia los Dones


Espirituales?
Parece que los dones eran una especie de tentación para los
corintios. Evidentemente ellos los ejercitaban, pero Pablo dijo: “No
quiero que sean ignorantes acerca de ellos” (1a Corintios 12: 1,
KJV). Es claro entonces que eran ignorantes acerca de los dones, o
que por lo menos necesitaban instrucción al respecto. Tener dones
no significa que tenemos todo el conocimiento. Desde el comienzo
del presente avivamiento del Espíritu, mucho hemos tenido que
aprender. Esperamos que este libro sea una contribución original.
Los corintios rivalizaban entre ellos por ver quién tenía los mejores
dones. Es evidente que “deseaban con vehemencia los mejores
dones” (12: 31, KJV). La Nueva Versión Internacional de la Biblia no
da en el blanco cuando traduce esta frase como un mandamiento:
“Ustedes, por su parte, ambicionen los mejores dones.” La lectura
correcta es: “Ustedes están deseando con vehemencia el mejor
don.” Ese es el sentido del pasaje. Hasta aquí, todo parece muy
bien. Pero los corintios estaban haciendo de los dones un objeto de
jactancia, y quizá es ahí donde las cosas empezaron a salir mal.
Pablo quiere que ellos lo entiendan mejor y por eso los lleva al
nivel máximo. No desestimula los dones, pero agrega: “Ahora les
voy a mostrar algo mucho mejor: el amor.” No podemos competir
con orgullo en cuanto al amor, pero debemos competir en amor,
amando más que los demás, “Nada hagan por contienda o por
vanagloria, estimando cada uno a los demás como superiores a él
mismo” (Filipenses 2: 3).
Cuando lleguemos al cielo y todas nuestras preguntas tengan una
respuesta veremos que el amor lo es todo. Pablo fue el teólogo más
grande del mundo y resumió todo lo que sabía en una sola palabra:
“amor.” Y Jesús tuvo un enfoque similar cuando se refirió a la ley. El
apóstol no fue el único hombre de Dios en pensar de esa manera.
Kart Barth, uno de los eruditos bíblicos más eminentes del siglo XX,
compendió todo lo que sabía citando las palabras del canto infantil
que dice: “Cristo me ama, yo lo sé; su Palabra dice así.”
Codiciar los dones cuando no tenemos amor es comportarnos
como niños con los juguetes: “Cuando ya fui hombre, dejé lo que era
de niño. Sed... maduros en el modo de pensar” (1a de Corintios 13:
11; 14: 20). Los dones no son cosas de niños. De hecho, Pablo dijo:
“hablo en lenguas más que todos vosotros” (1a de Corintios 14: 18).
Es importante recordar que Pablo dijo en esa ocasión que “hablar en
lenguas” era el menor de todos los dones al compararlo con el amor.
Sin embargo, en relación con las cosas de Dios, no debemos
rivalizar entre nosotros.
Una de las críticas a las señales que siguen al bautismo del
Espíritu Santo es que son alarde de superioridad sobre los demás
creyentes. Nunca he escuchado a alguien que tenga tal
pensamiento. El hecho es que todos nosotros tenemos diferentes
dones pero no somos los autores de ellos. No podemos ser
arrogantes por nada. Los pájaros pueden volar, lo que en un sentido
los ubica en un rango superior a nosotros los hombres.Sin embargo,
ellos no pueden jactarse de su capacidad de volar porque esa es la
forma en que fueron creados por Dios. Todo lo que tenemos nos lo
dio Dios, cualquiera sea el don. A quienes Dios ha bendecido con el
bautismo en el Espíritu no son intrínsecamente mejores que los
demás; son personas agradecidas con Dios por tal don. Todos
estamos ante el Señor en el mismo nivel. Pablo dijo: “Por la gracia
de Dios soy lo que soy” (1a de Corintios 15: 10).
Hoy, en este milenio, todavía nos asombra la obra de Dios en los
últimos cien años desde que corrió la noticia de que los cristianos
estaban hablando en lenguas en aquella rústica iglesia en la ciudad
de Los Ángeles. El avivamiento ha pasado por muchos días oscuros
y por muchos valles, así como por elevadas montañas. Se han
presenciado muchos cambios. Dios ha estado obrando entre su
pueblo. Pero aunque Dios no cambia, los seres humanos sí,
incluyendo a sus hijos. El testimonio ungido por el Espíritu ha
pasado por dos guerras mundiales, por la recesión mundial, y ha
seguido adelante en tiempos de decadencia religiosa y de crítica de
los académicos y eruditos. Su crecimiento ha demostrado que es la
obra de Dios, sin ningún líder ni motivos nacionalistas. Impacto a
todo el mundo cristiano y su poder es bien evidente.
La renovación carismática
Después de que se estableció el testimonio del Espíritu Santo
ocurrió algo nuevo: el movimiento de renovación carismática. Este
tuvo más de una fuente, pero un nuevo deseo espiritual provino del
Secretario de la Conferencia Pentecostal Mundial, David Du Plessis,
quien era mi estimado amigo personal y también uno de los
miembros del consejo directivo de Cristo para las Naciones en los
Estados Unidos. El sintió el llamado de introducir los asuntos del
Espíritu Santo entre los líderes católicos y de otros grupos. Me contó
Du Plesis que Smith Wigglesworth le profetizó que él lideraría el
más grande avivamiento mundial. Una nueva hambre de Dios se
hizo evidente en las iglesias de todo el mundo en las décadas del 60
y el 70, específicamente por los dones del Espíritu Santo. Leemos
relatos de obispos que danzaban junto al altar de la Catedral de San
Pablo, en Londres, y de los “Católicos Pentecostales” en América
Latina. Algunas iglesias históricas fueron inundadas con nueva vida
y nueva fe.
La comprensión de que los dones de Dios están hoy a disposición
de todos los cristianos generó aún mayores deseos. Muchos
quisieron caminar con Dios en una manera mucho más evidente.
Fue una revolución espiritual que se manifestó mediante un espíritu
fresco de adoración, de alegría y de libertad. El Espíritu Santo
derramó sus dones, pero más que los dones abrió una puerta que
les permitió tener la visión de una intimidad más estrecha con Dios.
Esto fue bastante increíble para quienes habían sido testigos de la
obra del Espíritu pero sólo habían conocido humillación durante toda
su vida cristiana. Antes despreciados y desdeñados, ahora eran
honrados. En realidad el movimiento llegó a ser consciente del don
de las lenguas y de la libre adoración.
Las presiones constantes contra las personas llenas del Espíritu
los llevaron a reprimir o a hacer más sobrio su estilo. A veces
miraron a las iglesias tradicionales como su modelo de decoro
religioso, pensando que tal vez el evangelismo ardoroso no era la
forma de ganar conversos.
No obstante, ese entusiasmo contagió a Anglicanos, Bautistas,
Luteranos, Metodistas y Hermanos. Los cristianos rebosaban de
alegría, danzaban, aplaudían y hacían cosas que se suponía hacían
sólo los Pentecostales, pero que éstos estaban procurando no hacer
por temor al menosprecio. En la década de los 70, los Pentecostales
siguieron el ejemplo de los carismáticos y empezaron a despojarse
de sus camisas de fuerza, bebieron profusamente del vino del
Espíritu, y “se vistieron los mantos de alabanza. ”
El movimiento carismático unió a las iglesias de todo tipo que
compartían el deseo de tener los dones del Espíritu. El movimiento
carismático “deseó los dones espirituales.” Las iglesias
pentecostales clásicas han disfrutado los dones por largo tiempo,
pero sólo han tenido las manifestaciones orales como las lenguas, la
interpretación y la profecía. Al examinar la Escritura, los
carismáticos, de manera independiente, hicieron énfasis en otras
manifestaciones tales como la palabra de conocimiento, o de ciencia
y los dones de sanidad: no sólo tres, sino los nueve dones
enumerados por Pablo en la primera carta a los corintios.
Prácticas de quienes están llenos del Espíritu
Los Pentecostales clásicos han estado más o menos de acuer- do
en un credo, pero hay muchos otros aspectos agregados a la verdad
fundamental del Espíritu Santo. Al extenderse por muchos países, la
enseñanza sobre el Espíritu quizá “se casó” con hábitos religiosos
locales o nacionales y tal vez comenzó nuevos métodos, medios, y
distintivos propios.
¿Qué rasgo común permite a las iglesias identificar su mutua
pertenencia? ¿Hay algo que sea igual en cada una de las iglesias
que distinga al movimiento del Espíritu Santo? Es algo inverosímil,
pero increíblemente resulta ser cierto. Un erudito y experto en el
tema, el doctor Walter Hollenweger, quiso mostrar en su libro “Los
Pentecostales” que no había entre éstos ningún común
denominador, pero se tuvo que esforzar para encontrar alguna
variación insignificante. En efecto, el Espíritu Santo ha creado la
unidad de millares de denominaciones y comunidades aún en
continentes distantes. Este es un ejemplo de verdadero
ecumenismo por parte del Espíritu Santo. Ser lleno del Espíritu es la
insignia de la familia. Críticos anteriores fustigaron el movimiento por
la supuesta tendencia a dividirse, pero de hecho esta fue la señal de
vitalidad que produjo un crecimiento por división y multiplicación
celular, la cual formó un cuerpo compuesto de muchas partes
diferentes.
Primera Carta a los Corintios Capítulos 12 a 14
La situación de la Iglesia de Corinto no es plenamente conocida.
Corinto era una ciudad romana pero influenciada por los Griegos.
Sus reuniones de adoración eran muy diferentes del modelo
tradicional de la Iglesia en cualquier parte en nuestros días. Pablo
habló de que “Si, pues, toda la iglesia se reúne” en un lugar, aunque
no lo dice así (1a de Corintios 14: 23). Si las reuniones eran algo así
como las nuestras, organizadas formalmente y limitadas a un tiempo
y extensión determinados, no hay certeza de ello. Muchas de esas
personas eran esclavas y debe haber sido bastante difícil para ellos
estar presentes en las reuniones. Los no esclavos y de mejor
posición económica podían disponer de todo un día. Sabemos que
llevaban alimentos y disfrutaban buenas comidas en las reuniones
cristianas. Eran diferentes a las congregaciones urbanas de
nuestros días y mucho más inclinadas a seguir sus propias
costumbres. En su carta, Pablo trata de poner algo de orden en los
asuntos que necesitaban ajustarse a las Escrituras. Estas habían
sido escritas para personas muy diferentes entre sí, y en épocas
también diferentes y con diferentes prácticas.
Si comenzamos a tratar las manifestaciones espirituales teniendo
como guía las normas del apóstol, ocurre lo que con cualquier ley
civil que se puede anular con otra ley. Por ejemplo, si debe haber
sólo tres profecías por reunión (lo que Pablo no dice), entonces la
reunión se puede terminar oficialmente y dar comienzo a otra de
inmediato para permitir otras tres.
Hay varios principios obvios tras estas regulaciones para las
reuniones de los Corintios. Tal vez deberíamos examinarlos.
Primera de Corintios 14: 29: “Los otros deben sopesar con cuidado
lo que se dijo. ” El asunto aquí no era cuántas profecías se daban
sino cómo tratarlas. Pablo muestra ansiedad en este aspecto: las
profecías no se debían regular pero sí se debían probar. “No
menospreáéis las profecías. Examinadlo todo; retened lo bueno” 1a
de Tesalonicenses 5: 20 — 21). Las expresiones proféticas eran
comunes y a menudo demasiado simples, y todo el mundo quería
hablar al mismo tiempo. Esto es lo que Pablo aclara diciendo:
“Podéis profetizar todos uno por uno” ¡no tres a la vez! (1a de
Corintios 14: 31). El animó a los corintios a profetizar, pero insistió
en que cada declaración que se adjudicaba al Espíritu debía estar
sujeta a nuestro propio juicio personal. La profecía ha sido la
amarga raíz de los más grandes y crecientes errores, sectas y
divisiones, aún en denominaciones enteras. Ocurrió con frecuencia
que no había ningún tipo de confirmación,pero hombres y mujeres
profetizaron y se les creyó tan solo por su palabra.
Si alguien se para en una reunión cristiana, en un culto, una
conferencia, o aún en medio de dos o tres personas y dice una
profecía, ésta no se puede aceptar oficialmente sin alguna clase de
confirmación. No es algo válido que una persona dirija a una iglesia
con una profecía. Cuando una congregación actúa impulsada por
una profecía, probablemente es ingenua y está fuera de la Palabra
de Dios. Tales profecías no se aceptaban en los tiempos
apostólicos. Dios nos da sabiduría y debemos aplicarla a las
profecías. Cuando se da una palabra de profecía, las demás
personas tienen el derecho a hacer su propia valoración o juicio. La
forma correcta de manejar la profecía es probarla de alguna manera
y sólo entonces “retener lo que es bueno.” La palabra “bueno” aquí
no implica que sea legal u obligatorio como si fuera la Biblia misma.
La necesidad de probar la profecía subsiste incluso cuando el que
profetiza es un hombre de Dios, pues ningún profeta es infalible.
Agabo dijo que los judíos atarían a Pablo en Jerusalén, pero éstos
no lo hicieron. Fueron los romanos. Pablo ignoró muchas profecías
que lo hubieran desviado del camino que Dios le mostró.
No se debe usar el don para dar instrucciones o para tomar una
decisión, o para iniciar alguna acción. Eso nunca se ve en los
Hechos de los Apóstoles. Estas expresiones son para la gloria de
Dios y para edificación, reprensión y consuelo. La razón es obvia:
Dios no nos dicta lo que debemos hacer porque fuimos hechos a su
imagen con una voluntad libre. Él nos prueba con bendiciones pero
también respeta nuestra voluntad y nuestra decisión. No nos revela
nada de nuestros asuntos privados pero ha prometido bendecir y
prosperar lo que hagamos. No existe promesa de que Dios tomará
las decisiones por nosotros. Lo que hacemos, lo hacemos por
nuestra voluntad, no por orden del Señor. Dios no asume
responsabilidad por lo que nosotros hacemos.
El otro lado de este asunto es la promesa divina de que ‘Tor el
Señor son ordenados los pasos del hombre” (Salmo 37: 23). La
voluntad propia es diferente de la libertad. Dios nos permite ir a
donde queramos y al mismo tiempo seguir guiándonos. Esto no es
un gran misterio sino una amorosa seguridad. Por supuesto, Él no
puede guiarnos si no estamos en movimiento. Un barco debe estar
en movimiento para poder ser dirigido. Nosotros andamos, pero
andamos en el Espíritu y somos guiados por Él. Este es un asunto
que abarca la totalidad de nuestra vida cristiana: la vida de oración,
de estudio bíblico, el ministerio, la comunión y la obediencia, cosas
todas que pertenecen a Dios pero al mismo tiempo son nuestras y
no hay en ellas una tiranía espiritual porque “Si el Hijo os libertare,
seréis verdaderamente libres” (Juan 8: 36).
A menudo ha ocurrido que un hombre le dice a una mujer (o a la
inversa) que se deben casar porque se profetiza tal cosa. Este es un
mal uso de las cosas espirituales. Es extraño que casi
universalmente la gente supone que Dios tiene una esposa o
esposo esperando a cada persona. Dios no tiene matrimonios
arreglados. Podemos orar y ciertamente Él nos da una mano en el
asunto. Puede estar en la boda y bendecirlo todo, pero el cielo no es
una oficina de casamientos ni se realizan matrimonios previos en los
cielos. Dios no nos asigna socios en ningún caso. Todas nuestras
decisiones están sujetas a juicio. Dios no decide por nosotros ni
acepta culpa por lo que decidimos. Un mal matrimonio es error
nuestro, no suyo. Las coincidencias y lo que alguno profetiza no son
norma para una decisión tan importante como encontrar el
compañero o compañera para la vida. A alguien que nos da “una
palabra del Señor” en este asunto se le debe tratar con gran cautela
e ignorarlo por completo si no hay otra confirmación. Se ha
demostrado que esos arreglos matrimoniales son carnales, no
espirituales. No existe un atajo espiritual que sustituya la sabiduría y
la expresión de nuestra libertad.
Si conocemos la Palabra a cabalidad vemos que Dios nunca da
mandamientos obligatorios u órdenes perentorias ni por profecía ni
por ningún otro medio. Él es un guía, no un policía. Dios no puede
ser un dictador en nuestras vidas y al mismo tiempo permitirnos
ejercitar una voluntad libre. Se repite a menudo que Dios tiene un
plan para nuestra vida. Sí, esto es cierto en última instancia porque
Él es el alfarero que nos moldea. Sin embargo, Él no tiene un plano
ni ha establecido una ruta o un objetivo que debemos cubrir primero
y luego seguir paso a paso. El único camino que recomendamos es
el de la justicia. En esa ruta quizá cometamos errores y tropecemos
o caigamos muchas veces,pero podemos estar seguros de una cosa
;todavía estamos en ruta hacia la gloria.
El cristianismo es la operación
sobrenatural del Espíritu Santo. la fe una
vez dada a los santos es un evangelio de
milagros; una salvación milagrosa con
evidencias físicas.
Capítulo 15

¿Qué son los “Dones”?


El apóstol Pablo no utiliza las palabras normales para designar los
“dones” porque lo que Él quiere decir con “dones” es algo bastante
específico. Con mucho cuidado, Pablo evita la palabra común
utilizada para designar un “don” (doron en el idioma griego).11
Primera de Corintios 12 no dice bastante en cuanto al significado de
los “dones” como generalmente entendemos hoy ese término.
El capítulo comienza con “los dones espirituales” pero la palabra
“dones” en realidad no se encuentra en el texto original griego. La
palabra que realmente se usa significa “espiritualidades” o “cosas
espirituales” o tal vez “personas espirituales.”
La palabra especial “don” es un término propio de Pablo, una
palabra que todos conocen: carisma, que es la misma palabra que
se usa en el movimiento “carismático.” El apóstol la utiliza 100 veces
en sus enseñanzas. Charis significa gracia: un regalo gratuito que
no se ha ganado. En la Escritura, gracia es el favor de Dios. El
estaba “lleno de gracia” (Juan 1: 14), el Dios de gracia, que se
acerca a nosotros sonriendo, con sus brazos abiertos y sus manos
llenas de ricos tesoros.
Los “dones espirituales” (entendidos como Pneuma) son regalos
gratuitos, o Charismat. Hay muchos otros regalos de gracia. Todo lo
que se relaciona con Dios es por gracia. Cristo mismo es el don o
regalo de la gracia de Dios. No todos los dones de gracia son dones
milagrosos, pero todos los dones de milagros son regalos de gracia.
Esta palabra chatis tiene parentesco con charis, que significa gozo o
alegría. Ese es su temperamento o predisposición. Los dones del
Espíritu son dones de gozo.
Pablo enumera tres actividades del Espíritu Santo: dones,
ministerios y operaciones, todo por el mismo Espíritu (Ia de Corintios
12: 4 - 5). Nuestras actividades logran muy poco a menos que sean
también las de Dios. Jesús dijo: “Separados de mí, nada podéis
hacer” (Juan 15: 5).
Los dones del Espíritu no son talentos o ingenio natural. Las
habilidades naturales de uno no se pueden llamar “dones
espirituales.” Los dones espirituales son actuación divina. Dios
puede obrar a través de cualquier persona. Él no les da lenguas a
los lingüistas solamente, ni sabiduría sólo a los consejeros
capacitados, ni dones para sanar enfermos precisamente a los
médicos. No necesita que seamos brillantes en un área
determinada. “En los labios de los pequeños y de los niños de pecho
has puesto la perfecta alabanza” (Mateo 21: 16, NVI). Algo similar
ocurre en Hechos 2: 4. Los discípulos hablaron en lenguas en la
medida en que el Espíritu los capacitó. Lo que Dios hace lo hace a
través de nosotros mediante nuestra acción. Si alguien no hace
nada, Dios no hace nada con él. Sin embargo, el Señor todavía
encuentra una manera de bendecir al mundo. Si nosotros no
hacemos lo que Él desea, encontrará a alguien que lo haga.
Si leemos con cuidado encontramos que “A cada uno le es dada la
manifestación del Espíritu” (1a de Corintios 12: 7), no un don, a
menos que queramos llamar don a una manifestación. Pablo
enumera nueve manifestaciones aunque podría haber otras. Al
apóstol le gustaba hacer listas. Escribió que “A éste es dada por el
Espíritu [la manifestación de] palabra de sabiduría; a otro [la
manifestación de] palabra de ciencia” (1a de Corintios 12: 8). Cada
expresión es una manifestación. Es lo que ha sido dado.
Nadie puede salir con una palabra de conocimiento o ciencia a
voluntad, o cuando la pida, a menos que sea una verdadera
manifestación del Espíritu, es decir, voluntad divina.
No obstante, hay ministerios en los cuales algunas personas
disfrutan ciertas manifestaciones con más frecuencia que otras. Esto
se podría llamar un “don.” Leemos que “a unos es daba palabra de
sabiduría y a otros palabra de conocimiento o de ciencia.” Podría
suceder que a éste o al otro generalmente se le dieran tales dones,
y eso estaría en concordancia con la experiencia de nuestros días
en la cual ciertos dones parecen estar asociados con ciertas
personas. Vemos todavía esa práctica en nuestras iglesias. Es
común que ciertos individuos hablen en lenguas o profeticen más
que otros en las reuniones de la iglesia. Esto se sugiere en la frase
referente a otro don: “a otros el hablar en diversas lenguas” (1a de
Corintios 12: 10, NVI), diferentes lenguas en diferentes momentos.
Cuando Pablo pregunta “¿Hablan todos en lenguas?” (1a de
Corintios 12: 30, NVI), la respuesta simple es: “sí” normalmente. Las
lenguas son la señal específica del Espíritu para todos (no un
acontecimiento ocasional), de modo que él no quiere decir eso. De
hecho Él dice: ‘Yo quisiera que todos ustedes hablaran en lenguas”
(1a de Corintios 14: 5, NVI). Este pasaje se refiere principalmente a
lo que ocurría en la iglesia de Corinto, en sus reuniones, y el “don”
de lenguas es una expresión de ese momento.
Esto es importante. El Espíritu Santo puede dar una manifestación
a cualquiera. Puede ser que alguien tenga un ministerio o ministre
mediante cierta manifestación, pero esa persona no tiene un don
como un derecho exclusivo. Ciertas personas pueden desarrollar
por fe un notable ministerio de sanidad, pero no tienen un derecho
exclusivo sobre él. Dios puede a veces sanar a través de personas
que no ejercen regularmente ese ministerio.
Sin embargo, se debe reconocer como ministerio. No se menciona
un “don de sanidad” en la Biblia; el Espíritu da “dones de sanidades”
(1a de Corintios 12: 9, RVR), o “a otros... dones para sanar
enfermos” (1a de Corintios 12: 9, NVI). Esto indica uno de los
ministerios que menciona el versículo 5. Cuando alguien es llamado
y dedicado al ministerio de sanidad, Dios lo reconoce. El bendice a
quienes marchan por fe, de acuerdo con su voluntad.
Note algo importante: La promesa es “dones de sanidades por el
mismo Espíritu” (1a de Corintios 12: 9). Los “dones” están en plural,
lo mismo que las “sanidades” y se mencionan tres veces.
Como todos los dones espirituales o carismáticos, estos dones de
sanidades, múltiples dones, son manifestaciones del Espíritu, y
obviamente se manifiestan a través de algún individuo. Nosotros
hablamos del “don de sanidad”, lo cual no se menciona en la
Escritura. Pero, estrictamente hablando, una sanidad es un don (o
regalo) para una persona enferma. Por ejemplo Juan y Pedro se
encontraron con un cojo frente al templo, y Pedro le dijo: “Lo que
tengo te doy” (Hechos 3: 6). Ellos tenían un don (o regalo) para el
cojo, su sanidad, y se lo dieron. Cada sanidad es un don, una
manifestación del Espíritu. No ejercemos el poder de sanar de
manera independiente. Cada sanidad se realiza por la voluntad de
Dios, mediante la fe y el ministerio de un creyente.
Quienes son escogidos por Dios para practicar “dones” (o
manifestaciones) de sanidad, pueden —como Pedro— realizar una
sanidad. Pero cualquiera, -ciertamente todos— puede sanar en el
nombre de Jesús y de hecho todos deberían hacerlo mientras
testifican a los no salvos. Nuestro testimonio personal a los impíos
puede ser acompañado por curas milagrosas que confirmen la
Palabra según Marcos 16: 15-20.
Todas las manifestaciones son por el Espíritu y no se le puede
presionar u obligar a hacer nada, excepto lo que está de acuerdo
con su Palabra. (Ver el capítulo 11 el cual discute la relación entre el
Espíritu y la Palabra.) El no atiende actitudes extravagantes y
arrogantes, ni pronunciamientos altaneros de cualquiera, sobre
cualquier cosa que pida. El responde solamente a la Palabra.
Nadie puede dar un “don” a otra persona. Los dones no son
transferibles. Son manifestaciones concedidas de tiempo en tiempo
por la voluntad de Dios, y nadie puede conferir a otro una
manifestación. A la gente se le ha invitado a pasar ante el altar y
recibir un don de su elección. Nada podría disentir más del concepto
integral de la Escritura acerca de Dios. Dios no está sentado frente a
un mostrador listo a entregar tan maravillosos regalos en respuesta
a nuestros deseos. Los dones son la operación del Espíritu que hizo
los cielos y la tierra.
Hay quienes hablan de “descubrir su don.” En este caso eso
significa un don o talento natural que podemos desarrollar para la
gloria de Dios, cualquiera que sea. Pero un don sobrenatural del
Espíritu es muy diferente. No necesitamos “descubrirlo”, pero si
podemos descuidarlo, como lo advirtió el apóstol Pablo a Timoteo.
Debemos exhortarnos los unos a los otros en cuanto a “usar
nuestros dones” no a descubrirlos, porque de seguro nadie puede
tener un carisma del Espíritu, y no saberlo.
Con el don viene el deseo y la oportunidad. Dios no da dones
como se les da insignias a los chicos exploradores. Son para
quienes le sirven y son adecuados para ese servicio. Cualquier
“don” o fortaleza o poder que necesitemos, Dios nos los da a la
entrada del campo de cosecha al cual nos dirige. Él da de acuerdo a
la necesidad y a las circunstancias.
Todo proviene de Él. Nosotros vamos en fe, pero no podemos
hacer nada excepto lo que la Palabra de Dios nos permite, porque el
Espíritu obedece sólo a la Palabra.
El cristianismo es la operación sobrenatural del Espíritu Santo. La
fe, una vez dada a los santos, es un evangelio de milagros; una
salvación milagrosa con evidencias físicas.Lo sobrenatural es
solamente del Espíritu, y solamente existe de acuerdo con la
Palabra. No importa cómo leamos la Escritura, es imposible ver en
ella un evangelio despojado de lo sobrenatural. A Jesús lo
desnudaron en la Cruz. No nos atrevemos a presentar un Jesús
despojado de su omnipotencia, sus promesas y su compasión.
Podemos atraer a las multitudes con bombos y despliegues, con
publicidad o con programas que dejan la Palabra de Dios a un lado
y cuya única referencia a la Cruz es una pintura en la pared de la
iglesia.
La Palabra de Dios es más que una teoría espiritual. El Señor
conoce a todos los que son suyos, los que han dado la espalda a la
iniquidad, que han escogido no vivir vidas hedonísticas, o convertir
la misma iglesia en un lugar de placer. Ellos son íntegramente para
Jesús y Jesús lo es todo para ellos.
La promesa es para nosotros, para nuestros hijos y para todos los
que están lejos (Hechos 2: 39). Si hacemos lo que los apóstoles
hicieron tendremos lo que ellos tuvieron. Porque Dios no tiene
favoritos para otorgar sus dones.
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milagro de Dios, Cómo tener seguridad de la salvación, Fe en la
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redentor, Secreto del poder de la sangre de Jesús, El Señor tu
sanador

11 Las palabras que Pablo utilizó para dones fueron pneumatika y charismata. Él prefirió
charismata pero a los Corintios les gustaba considerarse espirituales (pneuma), y utilizaban
expresiones tomadas de sus religiones misteriosas, de modo que Pablo les dio a las
palabras que les eran familiares o conocidas un significado cristiano para ayudarles a
entender.

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