El Espiritu Santo_ Revelacion y - Reinhard Bonnke
El Espiritu Santo_ Revelacion y - Reinhard Bonnke
El Espiritu Santo_ Revelacion y - Reinhard Bonnke
George Canty. Todos los derechos reservados ©2010 por Asociación Editorial
Buena Semilla bajo el sello de Editorial Desafío.
Originalmente publicado en inglés con el título “Holy Spirit: Revelation and
Revolution” por Reinhard Bonnke. Todos los derechos reservados © por E-R
Productions LLC 2007 ISBN 978-1-933106-62-5
Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida o transmitida en
ninguna forma por ningún medio electrónico o mecánico (incluyendo
fotocopias) almacenado grabación sin permiso escrito por la casa editora.
Para más información del ministerio mundial de Reinhard Bonnke o Cristo
para Todas las Naciones, favor de contactar a E-R Productions América
Latina, www.e-r-productions.com
Las citas bíblicas fueron tomadas de la versión Reina Valera Revisada — RVR
revisión de 1960, de las Sociedades Bíblicas Unidas.
Las citas marcadas con la sigla KJV, o NKJV son traducción de la King James
Version, o New King James Version.
Las citas marcadas con la sigla NVI son tomadas de la Nueva Versión
Internacional de la Sociedad Bíblica Internacional, 1999.
Traducido del Inglés por Rogelio Díaz-Díaz Edición por Miguel Peñaloza
Diseño portada: Claudia Ysabel Lopéz
Conversión digital Ebook: tribucreativos.com
Editado y distribuido por Editorial Desafío Cra. 28A No. 64a-34, Bogotá,
Colombia Email:
www.editorialdesafio.com
Categoría: Espíritu Santo/Vida Cristiana
Producto: 607014
ISBN: 978-958-737-045-4
Este libro describe la manera en que la
tercera Persona de la Trinídad, el Eterno
Espíritu de Dios, ha venido a su propio
siglo, y cómo llegamos a conocer su
identidad y su obra.
Contenido
Credo
Prefacio
Hace cien años surgió una nueva etapa del Espíritu Santo. Desde
entonces un nuevo dinamismo ha animado a millones de cristianos.
Ha tomado tiempo impactar al mundo ¡Pero qué impacto! Es el
fenómeno principal de la historia.
David Martin, profesor emérito de sociología en la Escuela de
Economía de Londres, citado por la revista inglesa IDEA 1, afirma
que el movimiento del Espíritu Santo en el último siglo “es el
desarrollo más dramático del cristianismo en el siglo que recién
concluyó.” Harvey Cox, profesor de divinidades en la Universidad
Harvard lo llama “la reforma del cristianismo en el siglo veintiuno.” 2
Se afirma que se ha avanzado más en la comprensión del Espíritu
Santo —en la teología— de 1900 en adelante, que en todos los
años anteriores. Podría ser cierto. No podemos saber nada acerca
de Dios a menos que el Espíritu nos lo revele. Jesús dijo que el
Espíritu no hablaría de sí mismo sino acerca del Hijo: “El Espíritu...
os guiará a toda la verdad. ..me glorificará porque tomará de lo mío
y os lo hará saber” (Juan 16: 13 — 14)
El viraje en el interés por el Espíritu provino de una franja marginal,
de gente llena de fe pero desconocida, no de eruditos aunque tal
movimiento los ha producido. Tales personas -anónimas, llenas del
Espíritu que emergieron de la marginalidad del cristianismo- fueron
recibidas con sospecha y prevención, como era de esperarse.
Tenían sólo experiencia y para los miembros de la Iglesia la carencia
de teología equivalía a carencia de credenciales que generaran
confianza.
Ahora bien, si la Iglesia demandaba una teología del Espíritu, ¿por
qué no la proveía? ¿En dónde estaba la teología sobre la
ascensión? ¿Y las guías del Espíritu Santo en acción?
Sospechosamente parecía como si no se esperara que el
cristianismo del milagroso Espíritu Santo, y la norma y la fe original
del Nuevo Testamento se volvieran a ver. Con el Espíritu Santo en
acción, la religión del Nuevo Testamento podía llegar a ser una
experiencia común una vez más.
No obstante, ¿podía alguien imaginar cómo era el cristianismo del
primer siglo y cómo eran los 120 discípulos el día de Pentecostés?
Pues bien, millones de personas en todo el mundo hablan de su
experiencia personal como una repetición de los tiempos
apostólicos. Hoy los efectos del Espíritu Santo en el mundo entero
quizá hayan superado lo imaginado previamente por la gente;
obviamente son reales y no se pueden ignorar.
Siempre estaremos aprendiendo acerca de Dios. Ese será uno de
nuestros gozos eternos. Jesús prometió que el Espíritu nos guiaría a
toda verdad; nos guiará, no nos arrojará dentro de una masa de
verdad como un proyectil en la masa de las montañas suizas. Él dijo
que tenía cosas para comunicar a sus discípulos, para las cuales no
estaban listos o preparados todavía. El profeta Isaías dijo que Dios
tenía que enseñar a la gente “mandamiento tras mandamiento,
mandato sobre mandato, renglón tras renglón, sobre línea, poquito
allí, otro poquito allá” (Isaías 28: 10).
Hoy estamos aprendiendo más del Espíritu Santo. El grupo original
de “descubridores” brilló con una luz que se proyectó desde un
ruinoso recinto en la Calle Azusa en Los Angeles, en 1906. Tenían
poca enseñanza sobre el Espíritu Santo en sus propias iglesias y de
hecho ninguna preparación académica. De modo que tomaron sus
Biblias y se enseñaron a sí mismos. Para caminar con Dios no se
necesita formación académica. Aquellos padres bautizados con el
Espíritu nos legaron una enseñanza básica que sigue siendo
importante hoy, un siglo después. A Daniel se le dijo que “la ciencia
(el conocimiento) se aumentará” (Daniel 12 :4) y ciertamente con el
paso del tiempo, nosotros tenemos una mayor comprensión.
Las revelaciones bíblicas se filtran gradualmente hasta que llegan
a ser la enseñanza general de la Iglesia. Pueden pasar décadas,
aún siglos antes de que una verdad llegue a ser la creencia común.
Podemos verlo al mirar hacia atrás a través de los siglos de historia
de la Iglesia.
Las cosas que se dicen en este libro quizá sean nuevas para
muchos. Pero no son cuestiones triviales; son verdades bíblicas y
por lo tanto poderosas. No son tampoco las “cosas demasiado
sublimes” a las cuales se refería el Salmista en el Salmo 131: 1.
Desafortunadamente hay por ahí personas que piensan hoy que la
mayor parte de la Biblia pertenece a tal categoría. Charles Spurgeon
dijo que algunos encumbrados maestros piensan que Jesús dijo:
“Alimenta mis jirafas” y ponen el alimento de la Palabra lejos del
alcance de las criaturas normales. Estos capítulos son dieta apta
para todos, incluyendo a los “bebés en Cristo.”
El apóstol Pablo encontró que los paganos de Atenas estaban
hambrientos de novedades filosóficas, no de la verdad, y que la
institución llamada el Areópago tenía el encargo de examinarlas.
Jesús tenía ideas diferentes:
‘Todo escriba docto en el reino de los cielos es semejante a un
padre de familia, que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas
viejas” (Mateo 13: 52). Todos podemos caminar con Dios con
entendimiento aunque aprendamos con lentitud y sin cambiar de
ideas todos los días.
Las iglesias llenas del Espíritu Santo cambiaron tremendamente
en este siglo pero la Palabra de Dios es todavía el plan fundamental.
Las personas llenas del Espíritu Santo en los primeros tiempos de la
Iglesia también vivieron tiempos tormentosos, pero fue la Palabra la
que los hizo tal como fueron; la Palabra es la roca inconmovible
sobre la cual edificaron, no sobre la experiencia solamente, como se
demostrará a través de este libro.
Esa es la tarea de quienes enseñan para fortalecer los principios
cristianos y para proveer evidencia de la nueva vida producida por la
Palabra viva.
Un profesor del Seminario Fuller afirmó que este avivamiento del
Espíritu Santo “es un incremento de toda la enseñanza cristiana.” Es
el Espíritu Santo quien le da profundidad a toda doctrina importante.
El secreto revolucionario ha sido revelado: el evangelio es tanto
para el cuerpo como para el alma. Dios está tan activo en la tierra
como lo está en los cielos. Ahora sabemos quién es realmente el
Espíritu Santo. Él es el agente de la acción divina sobre la tierra.
Desde luego está siempre la periferia, los celosos pero no sabios,
los arrogantes que pretenden tener revelaciones superiores, y están
los que suponen que tener el Espíritu les garantiza que Dios tiene
que hacer lo que ellos digan. Nuevos esquemas, panaceas, ideas
ingeniosas, avivamientos y “secretos” sobre cómo llenar las iglesias
y hacer que crezcan nos llegan como producidos en masa, junto con
instrucciones particulares y directrices personales del
Todopoderoso. Pero los extremistas no son nuestros modelos.
Decenas de millones de personas hoy están llenas del Espíritu
Santo lo que crea una aguda necesidad de enseñanza. La
experiencia del Espíritu es maravillosa pero debemos crecer. Yo he
anhelado una guía actualizada y confiable de autoridad a través de
la cual los creyentes puedan ver en la misma Palabra de Dios lo que
son las normas y prácticas aceptables. Este pequeño libro es un
intento en ese sentido. Nuestras campañas y las muchas personas
en ellas involucradas han creado una urgencia de una guía así.
Publico este libro con el apoyo de eruditos cristianos bien
calificados. George Canty, un amigo inglés que también deseaba un
libro así, y se me unió en el esfuerzo. Que él y yo estuviésemos
buscando lo mismo me pareció más que simple coincidencia.
Ambos lo tomamos como la guía divina. George está
particularmente calificado pues tuvo una experiencia real con el
Espíritu como la de los Hechos de los Apóstoles en 1926. Hoy,
actuando con el mismo poder del Espíritu, continúa desempeñando
parte activa en una amplia gama de iniciativas del evangelio. Es un
teólogo bíblico con una mente clara y original.
Todos podemos caminar con Dios con entendimiento aunque
aprendamos con lentitud y sin cambiar de ideas todos los días. Las
iglesias llenas del Espíritu Santo cambiaron tremendamente en este
siglo pero la Palabra de Dios es todavía el plan fundamental. Las
personas llenas del Espíritu Santo en los primeros tiempos de la
Iglesia también vivieron tiempos tormentosos, pero fue la Palabra la
que los hizo tal como fueron; la Palabra es la roca inconmovible
sobre la cual edificaron, no sobre la experiencia solamente, como se
demostrará a través de este libro.
Testimonio
Cuando yo era niño anhelaba el bautismo en el Espíritu Santo más
que mi comida diaria. Finalmente mi padre me llevó a un lugar en
donde un destacado predicador estaba realizando reuniones.
Estando allí, sin nadie junto a mí, sentí como si todo el cielo se
hubiera metido en mi alma. Lleno de Dios me hallé hablando en
lenguas. Un instinto espiritual nació en mí, urgién- dome,
inspirándome y guiándome. No necesito orar por la presencia de
Dios ni necesito buscarlo. Sencillamente descanso en su promesa.
Nosotros somos su templo. Él está donde nosotros estamos y nunca
nos dejará ni nos abandonará. El Espíritu de Dios realiza sus
maravillas.
3 La versión original del importante Credo Niceno (325 AD) tan solo nombra al Espíritu
Santo. El Concilio de Constantinopla (553 AD) añadió que él es el Señor y el dador de la
vida, procedente del Padre y del Hijo y a quien se debe adorar y glorificar juntamente con
ellos. El Concilio de Toledo (589 AD) sólo habló del Espíritu como que procede del Padre y
del Hijo pero no habló de sus obras. El segundo Concilio de Cons tan tinopla nombra al
Espíritu solamente una vez, y la Declaración de Fe del Tercer Concilio no lo menciona. Aún
los 28 Artículos Luteranos de Fe y Doctrina no dan detalles del Espíritu Santo. Los 25
Cánones del Concilio de Orange sólo hace una breve referencia del Espíritu y atribuye su
obra a la “gracia.”
El Espíritu es el autor de todas las cosas
vísíbles e invisibles. Los milagros son
una pieza de la creación, y son
esenciales para el control de Dios. Por el
Espíríiu Santo existen todas las cosas.
Nada es mas natural que lo sobrenatural.
Capítulo 2
El Espíritu Santo:
Fuego y Pasión
“El silencio de Dios” ha sido un tema popular pero que no presenta
una correcta imagen de Dios. El mismo nombre de Cristo, “el
Verbo,” no sugiere que Dios sea silencioso. El día de Pentecostés el
Espíritu Santo habló a través de 120 gargantas. Llegó con el
estruendo de un tornado e inspiró un rugir de 120 hombres y
mujeres hablando en lenguas. Ellos hablaron pero fue el Espíritu
quien les dio expresión; una expresión proveniente de Dios mismo.
Leemos que ello atrajo una enorme multitud. Dios salió de los
lugares secretos de su poder y se reveló a sí mismo. Hubo
movimiento y conmoción.
Dios nunca es mudo. David es enfático al respecto y se mofa del
paganismo con sus ídolos que “tienen boca pero no pueden hablar”
(ver Salmo 115: 5). Pablo también hace un contraste entre los
“ídolos mudos” (Ia de Corintios 12: 2), con los dones vocales del
Espíritu: lenguas, profecía e interpretación. Además nos habla de la
palabra de conocimiento y la palabra de sabiduría. Estas
expresiones son dones maravillosos, típicos de un Dios que habla, y
que superan toda humana invención. Nadie se los sugirió al Señor.
Estos “dones” particulares expresan su naturaleza divina. Sería
difícil encontrar una línea en la Escritura sobre la cual edificar la
doctrina de un Dios silente. Ese no es el cuadro que nos presenta la
Biblia. La gente invocaba (llamaba) a Dios porque así lo conocían;
un Dios a quien se puede escuchar. Un Dios que no se comunicara
con los hombres sería algo aterrador: “Si tú permaneces en silencio
seré como quienes descienden a la fosa” clamó el salmista (Salmo
28: 1).
Dios habla porque quiere, no porque lo urgimos a hacerlo. Es algo
que brota de su carácter y su disposición natural. Y no habla en
susurros. Por lo menos no lo hizo así cuando reveló su voluntad en
el Monte Sinaí. Su voz fue como una trompeta y la montaña vibró y
se conmovió de tal forma que el pueblo le imploró a Moisés: “Habla
tú con nosotros,y nosotros oiremos, pero no hable Dios con
nosotros,para que no muramos” (Éxodo 20: 19).
Un antiguo canto dice: “Escucha los susurros de Jesús.” El
evangelio del cual el compositor de ese himno tomó la frase
ciertamente no está en mi Biblia. En ella no vemos a Jesús
hablando quedamente sino en voz muy alta, calmando el mar,
echando fuera los demonios, resucitando a Lázaro, predicando a
millares, etc. Aún en la cruz, en sus últimos momentos, entregó el
Espíritu con “una gran voz” (Mateo 27: 50).
Dios es positivo y caluroso (para usar una expresión humana), y
sus palabras son dinámicas y punzantes. Todo lo relacionado con
Dios es vivo. Toda la naturaleza, el globo terráqueo floreciendo con
un millón de especies vivas, es su obra de arte. La naturaleza de
Dios es amor, amor intenso y ardiente que se expresa a través de la
gloria de la creación y en la gran pasión de Cristo en la Cruz. El
universo es el signo de admiración de Dios junto a su Palabra
hablada.
Al Dios de la Biblia no se le sirve con callado sometimiento. El
mutismo y la silenciosa inmovilidad no son señales apropiadas del
Jesús que bautizó con Espíritu Santo y fuego, y que recordó a sus
discípulos las palabras: “El celo de tu casa me consume” (Juan 2:
17). La adoración, tal como nos la describe la Escritura, no está
imbuida de acartonada dignidad. La palabra en sí misma sugiere
pasión; caer postrados en adoración, con música, con cantos y con
instrumentación jubilosa.
Por el contrario, debería sorprendernos si el efecto que causara
ese Dios vehemente al venir a los creyentes fuera dejarlos
silenciosos. Hablar en lenguas es algo que debemos esperar. No
encontramos nunca en la Escritura adoradores reunidos en
silenciosa meditación, al estilo de los cuákeros o los budistas. En
una de las reuniones de la iglesia naciente los discípulos “ .. alzaron
unánimes la voz a Dios... ” (Hechos 4: 24). Los creyentes son
siempre expresivos. La oración nunca fue silenciosa. En una
ocasión en que una mujer oró silenciosamente, moviendo solamente
los labios, el sumo Sacerdote de Israel pensó que estaba
embriagada (1a de Samuel 1: 13-14). En la historia de la Iglesia
Cristiana la oración silenciosa fue algo que algunos ermitaños
practicaron. Pero eso es lo contrario.
Dado este abundante testimonio de fervor en la adoración y el
carácter de Dios mediante la alabanza, hablar en lenguas
difícilmente puede parecer fuera de lugar.
Un punto importante parece surgir aquí. La naturaleza humana no
es desapasionada. La civilización moderna nos encasilla, nos doma,
nos mete en jaulas y nos prohíbe rugir produciendo así un hombre
urbano superficial, monótono, soso y totalmente controlado. La
pérdida de la fe verdadera sofoca y acalla nuestro temperamento y
le hace perder el brillo a nuestra personalidad. Por el contrario, al
cristiano lleno del Espíritu Santo le rodea un carismático resplandor.
Fuimos hechos a imagen de Dios y Él no es un ser inmóvil y carente
de emoción; al menos la Biblia no lo muestra así. Ingerir alcohol,
para olvidar y llenar su espíritu es la peor manera de eliminar el
aburrimiento, pero ser lleno del Espíritu es la mejor manera.
La adoración a Dios es la mejor de todas las oportunidades para
dar expresión al entusiasmo de adorar por medio de la alabanza.
Para adorar a Dios debemos permitir que nuestro espíritu se eleve
libre de los pesos y temores de las costumbres sociales que nos
reprimen. La religión de cierto tipo cultural ha sido siempre el canal
de expresión de determinados aspectos de la naturaleza humana.
La adoración a Dios eleva el Espíritu a su plena estatura emocional.
El asombro ante la grandeza de Dios, la devoción y la adoración,
deben permitirnos ser “nosotros mismos”, desinhibidos, libres
delante de Dios” y transformados en su presencia.
El Antiguo Testamento dice poco acerca de la verdadera
adoración. David, danzando semidesnudo en la ciudad,
deleitándose delante de Dios ante el disgusto de su esposa Mical,
fue tal vez algo poco común para ser el rey de su pueblo. Sin
embargo, la palabra “adoración” tiene cierta connotación de las
emociones físicas y no era extraño que la gente se extrovirtiera para
adorar a Dios.
Los predicadores mencionan con frecuencia el fútbol a los
cristianos como un ejemplo de entusiasmo. A este juego se le
reconoce como una oportunidad tradicional para explotar
emocionalmente. Otros juegos son emocionantes pero los
espectadores son menos emotivos. La atmósfera que se genera en
un gran encuentro es el secreto de la popularidad del fútbol. El
estadio es un lugar casi sagrado, como un santuario en donde los
hinchas pueden explayarse sin ninguna restricción y alabar a su
equipo. Nadie piensa que es algo extraño pues todo el mundo hace
lo mismo. ¿Y por qué no? Es una ocasión en que se muestra la
naturaleza humana sin disfraces.
Existen enemigos de este tipo de pasión. En el siglo XIX,
Schopenhauer condenó la pasión por ser ciega como un esfuerzo
sin sentido, mientras que la actitud postmoderna de indiferencia lo
trata todo como si fuera un chiste. 5
El primero de todos los mandamientos es: “Amarás al Señor tu
Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y
con todas tus fuerzas” (Marcos 12: 30). Ese es un llamado a ser
totalmente apasionado. En la adoración a Dios sin duda alguna
resulta apropiado el máximo grado de entusiasmo, superior al que
se expresa en cualquier deporte. La película de Mel Gibson, La
Pasión de Cristo, muestra la inhumana crueldad que se le infligió a
Jesús; pero hay algo de lo cual carece la película: podría haber sido
más clara en cuanto a la vida apasionada del Señor. Así como fue
su vida fue su muerte. Fue su pasión hacer la voluntad de Dios y
redimir al mundo perdido lo que lo llevó a la cruz. Si el fútbol nos
hace vibrar más que Dios, entonces en algún lugar tenemos los
cables cruzados.
Una de las tragedias más grandes en la historia ocurrió cuando el
hombre decidió reprimir las emociones en la adoración. Llamar a tal
solemnidad “reverencia” es un abuso contra la adoración. ¿Qué
persona “reverente” puede estar quieta cuando recordamos todo lo
que Dios ha hecho por nosotros?
Nuestro esfuerzo por no ser emotivos cuando contemplamos a
Dios debe ser una sorpresa para Él. ¿Él es feliz con adoradores
apagados, con rostros inexpresivos, tan rígidos como figuras
sepulcrales? ¿Querríamos nosotros que nuestros amigos fueran
como bloques de hielo o momias egipcias? Dios, la fuente de la
vida, desea adoradores sin vida tanto como nosotros deseamos un
dolor en la nuca. A la adoración fría se le excusa diciendo que es
adoración “con dignidad.” Los nueve frutos del Espíritu no incluyen
“la dignidad.” La dignidad no es una respuesta al Cristo crucificado.
En la Escritura leemos que los adoradores se postraban a los pies
de Cristo. El día de Pentecostés se creyó que los creyentes estaban
ebrios cuando salieron del aposento alto. Hasta donde yo sé, nadie
que haya salido de la Abadía de Westminster o de la catedral de
San Pedro en Roma ha sido sospechoso de haber bebido mucho.
¿Cómo fue que la Iglesia llegó a reflejar tan poco de lo que Dios
es, y por qué adoptó una pose tan excéntrica? ¡Dios es fuego
consumidor! El cristianismo comenzó hablando en lenguas pero
“algo” a lo largo del camino convirtió la adoración en una rutina
ejecutada por sacerdotes que eran observados desde lejos por
congregaciones apagadas. De algún modo la fe y la comprensión
del poder del Espíritu se desvanecieron y se extinguieron cada día
más hasta que llegaron a ser poco más que una superstición.
Si miramos al pasado, a los primeros años después de los
apóstoles, encontramos que los registros de un par de generaciones
se perdieron destruidos durante las persecuciones romanas. Luego,
alrededor del año 150 D.C, viene el recuento del Obispo Montano y
sus seguidores que profetizaban y afirmaban tener los dones del
Espíritu. Su adoración era ferviente y libre; una reacción contra la
adoración fría y formal que ya prevalecía en esa época. Los obispos
condenaron al Montañismo porque la profecía podría socavar su
propia autoridad, pero también porque era muy emotiva. Desde ahí
en adelante los dones espirituales no sólo fueron considerados del
dominio sacramental de los sacerdotes sino que el fervor en la
religión fue condenado como “entusiasmo,” lo que significaba que
las personas que demostraban entusiasmo estaban “poseídas.” La
adoración cálida fue mal vista, el Espíritu fue apagado, y la
adoración fría y sin pasión se convirtió en la norma. Durante siglos
el formalismo marcó la vida de la Iglesia.
Los seres humanos no son desapasionados por naturaleza. A
través de los siglos hay frecuentes ejemplos de pasión; momentos
como aquel cuando se rompió la camisa de fuerza religiosa. La
historia de la Iglesia incluye episodios de varios tipos de religión
vigorosa, a menudo demasiado vigorosos y belicosos. La Iglesia
Católica no fue un bloque sólido inmutable sino una masa de sectas,
cultos, mesías, y grupos disidentes con una diversidad de ideas
acerca de Dios y de la adoración. Pero cuando las expectativas del
regreso de Cristo aumentaron se despertaron también las pasiones.
En una costumbre sorprendente, durante doscientos años, ciertos
hombres y mujeres llamados los Flagelantes caminaron por los
pueblos preparándose para la venida de Cristo, azotándose a sí
mismos, cubiertos de sangre para implorar el perdón de sus
pecados. Esa fue una forma medieval de avivamiento.
Periódicamente aparece algún tipo de flagelante como lo hacen
actualmente en México y Filipinas, por ejemplo. Siempre hay
extremistas entre nosotros, pero sacarlos y cerrarles la puerta
permite la entrada de la parálisis espiritual.
Ya cerca de nuestros días, en los siglos XVIII y XIX, la fe fervorosa
volvió a aparecer en algunas iglesias evangélicas. La predicación
Wesleyana a menudo tuvo un dramático impacto y la gente
respondía con convulsiones, gemidos y postraciones. La
concurrencia se paralizaba de emoción y a veces había expresiones
de histeria. A las reuniones en donde ocurrían esas reacciones
físicas se les llamó “avivamientos”, y en los Estados Unidos a este
tipo de reuniones generalmente se le llamó así. En Toronto, por
ejemplo, ocurrieron efectos extraordinarios de los avivamientos del
pasado aunque no continuó un avivamiento real, mostrando que
eran solamente la ola expansiva de ese poderoso océano.
Desde luego, la pregunta que surge cuando tales hechos suceden
es si son, o no, algo de Dios. Una mayor comprensión del Espíritu
Santo muestra que el evangelio debe ir acompañado de su poder y
sus demostraciones. Las Escrituras no nos dan detalles en cuanto a
qué significa esa demostración sentimental, pero sí es claro que
proviene de algún tipo de efectos espirituales.
Dios nos ha concedido en estos días más conocimiento del poder
que Él nos prometió. Los acontecimientos motivados por el Espíritu
se reconocen de acuerdo con la promesa de su Palabra.
Cuando el profeta Daniel y el apóstol Juan vieron un ángel se
postraron ante él. La personalidad de un ser espiritual tiene una
fuerza arrolladora. Reaccionamos de manera diferente según el tipo
de persona que tratamos y la clase de individuos que somos: serios
o cómicos, amables o ásperos, quietos o bulliciosos. Pero
finalmente toda personalidad proviene del Espíritu Santo. Nuestra
propia presencia humana es solamente una pequeña chispa de su
infinita presencia. En Él está todo lo que podemos imaginar y todo lo
que somos. Todo lo que alguien haya sido alguna vez es sólo un
átomo de su ardiente sol de maravillas. Si miramos la actuación de
un buen comediante generalmente sonreímos (por lo menos nos
interesamos). Si vemos que hay grandeza en una persona, nuestra
respuesta tiende a ser de admiración. Si vemos gentileza y
amabilidad en un hombre o una mujer, queremos ser como ellos.
Nos regocijamos con quienes se regocijan y lloramos con quienes
lloran. No podemos evitarlo. Sin embargo, cuando el Espíritu del
Dios viviente viene sobre nosotros, ¿se supone que debemos
paralizarnos como si estuviéramos congelados y adoptar una actitud
de inmovilidad sin sonreír siquiera? Camino a la iglesia asimilamos
el glorioso brillo del sol, la majestuosidad de los árboles y el
esplendor de la hierba verde; todo ello nos hace sonreír. Pero tan
pronto llegamos al atrio del templo eliminamos la sonrisa. ¿Es esa
una tradición digna de conservar? Si es algo aceptable para los
fanáticos del fútbol emocionarse durante los partidos, ¿por qué
debemos los cristianos ser diferentes en la iglesia? ¿Por qué apagar
al Espíritu Santo y reaccionar fríamente ante su manifiesta
grandeza? Si Dios no ejerce ningún efecto sobre nuestros
sentimientos debemos sospechar que el rigor de la muerte espiritual
nos ha sobrecogido.
Recientemente realizamos una encuesta entre algunas personas
que fueron tocadas por el Espíritu. Todos sintieron que su
experiencia fue sobrenatural y la mayoría ni siquiera supo que se
había desmayado, al menos por unos breves segundos. Tuvieron
paz y disfrutaron esos breves instantes yaciendo en el suelo. Pero
sobre todo, la experiencia los dejó con un poderoso sentido de la
presencia de Dios. La obra del Espíritu es siempre misteriosa
aunque real. Produce muchos signos externos, pero la Biblia
identifica el hablar en lenguas y profetizar como la norma para todos
los creyentes como una seguridad de que el Espíritu mora en ellos.
Vetar las manifestaciones físicas y emocionales no es realista.
Dios habla motivado por su propio carácter de amor apasionado. Si
queremos tener su Espíritu es ridículo adoptar una actitud diferente
a la suya. Jesús mostró sus sentimientos llorando, gimiendo y
siendo compasivo, de una manera que nosotros en el mundo de
Occidente encontraríamos bastante exagerada. ¿Cómo puede
entonces la supresión de nuestra sensibilidad, en una pose de
estoicismo y de calma, atraer el interés de un Dios cuya misma
naturaleza es el amor?
Podemos ser tiesos, refrenarnos y controlar nuestras reacciones
abrochando nuestra chaqueta y cerrando la cremallera de nuestra
compostura. Y parecerá algo reverente y admirable,pero, ¿en dónde
está la entrada o la señal de bienvenida para el Espíritu Santo? La
promesa fue que “un niño los pastoreará” (Isaías 11: 6), no un
macho. Inclinarse sobre el borde del púlpito y sostener una amable
charla con la congregación como un médico que aconseja a su
paciente no tiene nada en común con la fuerza compulsiva de los
primeros cristianos que penetró en el mundo pagano. El mundo
actual necesita la misma clase de discípulos.
Los seres humanos están equipados con una serie inmensa de
emociones. Cuando dejamos de sentir estamos muertos. Hasta que
traspasemos la puerta del cementerio, algún tipo de emoción
siempre aflorará desde nuestro inconsciente. Dios, quien nos creó,
envía su Espíritu sobre nosotros para sacudir nuestra inmovilidad.
Shakespeare lo dijo de forma maravillosa: “¿Por qué debe un
hombre con sangre caliente, sentarse como un gran señor en medio
de alabastro?”6 ¿Cómo puede una pose de impasible silencio ser
una postura adecuada delante Dios? Él es un Dios de fuego, no un
bloque de hielo. A menos que mostremos ciertos signos de vida,
¿podemos suponer que Dios está vivo en medio de nosotros?
Tal vez esa es una de las razones por las cuales la gente se
mantiene alejada de Dios, o de la Iglesia. Podemos acusarlos de
incrédulos e indiferentes, pero ¿no podría ser la causa el hecho de
que la iglesia carece de animación y presenta una imagen de
frigidez y de pedante corrección?
Las personas vivas reaccionan con sus emociones ante la vida.
Dios es un Dios vivo y Jesús es la resurrección y la vida y se levantó
de la tumba, pero quienes lo representan no siempre reflejan mucho
de esa resurrección y de esa vida. Es algo común en todas las
culturas que a la religión se le considere como la personificación de
imperturbable rectitud. Es como si a uno le dijeran: “No disfrute
mucho la vida, por favor, mantenga todo sentimiento bajo control y
no respire ¡Dios está aquí!”
Algunos muertos tienen sus lujosos mausoleos en las iglesias
antiguas, pero hay ceremonias religiosas en donde parece que a
Dios se le tuviera en un ataúd. Esas actitudes no tienen nada en
común con el Jesús resucitado. El bautismo del Espíritu Santo es un
bautismo de vida, energía, fuego y entusiasmo. Quienes han sido
bautizados por el Espíritu nunca se sentirán cómodos en una iglesia
fría.
Las sanidades, las lenguas, las postraciones, los gemidos u otros
fenómenos, son algo normal en los bautizados por el Espíritu. Es de
esperar que el Espíritu Santo tenga algún impacto sobre nuestra
sensibilidad y que nos maravillemos en su presencia. Siendo que Él
es El Señor de cielo y tierra, es muy difícil que lo sobrenatural no se
manifieste tarde o temprano.
El Paracleto
Al Espíritu Santo se le llama también “paracleto” por la palabra
griega “paracletos” que significa consolador. El Señor Jesús llevó a
sus discípulos al Monte de los Olivos y desde allí “ascendió” o
regresó a los cielos. Luego ellos “volvieron a Jerusalén con gran
gozo; y estaban siempre en el templo, alabando y bendiciendo a
Dios” (Lucas 24: 52 — 53). Jesús dejó a sus discípulos, ¡y ellos se
regocijaron!
El hecho de que sintieran gozo al perder a su Señor no es lo que
uno esperaría. Nunca antes la pérdida de un ser amado había
producido alegría. Solamente la pérdida de Este ser querido fue algo
que pudo generar regocijo. Hubo algo especial en este
acontecimiento, algo secreto tan maravilloso que los discípulos no
pudieron dejar de alegrarse. La partida de su querido amigo debía
causar dolor en su corazón, pero ellos sabían con claridad que era
un precio pequeño a pagar por el vasto beneficio que vendría
después.
Jesús ya les había advertido que así iba a ocurrir: “Todavia un
poco, y no me veréis... vosotros lloraréis y lamentaréis, y el mundo
se alegrará. Pero aunque vosotros estéis tristes, vuestra tristeza se
convertirá en gozo. La mujer cuando da a luz, tiene dolor, porque ha
llegado su hora; pero después que ha dado a luz un niño, ya no se
acuerda de la angustia, por el gozo de que haya nacido un hombre
en el mundo” (Juan 16: 19 — 21).
No muchos se alegran hoy porque Jesús haya ascendido a los
cielos. ¿Quién no se alegra por eso? La mayor parte del mundo le
daría la bienvenida si regresara. Pero si supiéramos lo que los
discípulos sentían, tendríamos algunos de nosotros toda la razón
para regocijarnos. Ellos entendían algo acerca de lo cual “los sabios
de este mundo” no tenían la más mínima noción.
Bien, ¿no lo sabemos? Este capítulo espera revelar el secreto, un
secreto a voces que debe producir la misma alegría.
Los críticos liberales ridiculizan el relato bíblico de la Ascensión
como si ellos fueran superiores a los escritores bíblicos. Se mofan
de la Ascensión haciendo referencia a la turbo propulsión de los jet,
a los despegues de los cohetes, y a un universo de tres cubiertas.
Tal menosprecio no les trae buen crédito. ¿Piensan en realidad los
críticos modernos que los escritores bíblicos eran tan ignorantes e
ingenuos? ¿Demuestra eso su inteligencia? Más bien lo que revela
es la ceguera de la incredulidad. La Ascensión es parte de un
inmenso cuadro bíblico que muestra la venida de Cristo desde el
Padre y su regreso a Él. Jesús, en efecto, “ascendió” a los cielos.
¿Cómo describirían este hecho los críticos?
En realidad la misma iglesia no ha producido mucha enseñanza
sobre la Ascensión. Generalmente nos referimos a ella como el fin
de la obra de Cristo y su triunfo final. Hay un canto que dice:
“Su obra toda Él terminó,
Con gozo le cantamos;
Al cielo Él ascendió\
La gloria al Rey le damos. ”8
Pero su obra no terminó entonces, y jamás terminará. Él partió
para hacer algo de la mayor importancia.
La Ascensión del Señor fue una cita con el Padre de importancia
vital relativa a la venida del Espíritu Santo, el Paracleto, que traería
un cambio fundamental en el orden de Dios para el mundo.
La primera cosa que se dijo de Jesús cuando empezó su obra
terrenal la expresó su precursor, Juan el Bautista. Juan dijo que
quien vendría tras él bautizaría con Espíritu Santo y fuego (Mateo 3:
11). Sin embargo, la verdad es que hasta el momento en que Jesús
dejó la tierra no había bautizado a nadie con el Espíritu o con fuego.
Aún Juan el Bautista estaba confundido y se preguntaba si habría
identificado a Jesús erróneamente.
De hecho, la Escritura anota que cuando Jesús dejó la tierra el
Espíritu no estaba aquí: “ . .pues aún no había venido el Espíritu
Santo... ” (Juan 7: 39). Para ser el Cristo que Juan identificó tenía
que bautizar en el Espíritu, y Jesús no lo había hecho hasta
entonces. Juan no fue consciente de que esta profecía suya
indicaba una obra mucho mayor de Bautizador en el Espíritu, en el
sentido local e inmediato.
La Ascensión fue necesaria para que el Espíritu pudiera ser
enviado. Conociendo las maravillas que Jesús realizó, era obvio que
pudo haber bautizado a cualquiera con fuego santo. Él dio poder a
los apóstoles sobre los demonios y las enfermedades (Mateo 10: 1),
pero no los llenó con el Espíritu. El Espíritu Santo había usado a
ciertos individuos como Moisés y los profetas, pero la Escritura
nunca habló de que las personas fueron “llenas” con el Espíritu
hasta que Jesús ascendió.
La Ascensión fue un maravilloso drama divino que afectó a los
mismos cielos y toda la historia futura del mundo. Este es un
concepto tan asombroso que nuestro cerebro tiene dificultad en
asimilarlo. Toda la Deidad se encuentra en perspectiva. El Hijo de
Dios, ahora también el Hijo del hombre, se reúne con el Padre y con
el Espíritu para enviar su Espíritu Santo al mundo. La decisión tocó
el corazón mismo de Dios. Tal es el grandioso trasfondo del
bautismo en el Espíritu. Así como el Hijo había venido y vivido sobre
la tierra, el Espíritu debía venir ahora para ocupar su lugar como el
“Otro Consolador” y hacer su morada con nosotros.
Y así ocurrió. El Espíritu vino y está aquí ahora. El Espíritu Santo
es el Creador de todas las cosas pero, por el expreso deseo de
Cristo, se dedicó a sí mismo al problema de gente necesitada como
nosotros. No fue un arreglo casual ni fácil. Dios sostiene todo el
universo. Se nos hace difícil imaginar el lugar donde Él habita, pero
el divino concilio tuvo lugar allí, en el centro de poder. Y desde ese
centro vino a nosotros el Espíritu.
Ese magno acontecimiento ocurrió porque Cristo nos amó. El
Espíritu fue su regalo y el cumplimiento de la promesa del Padre.
Antes del día de Pentecostés el Espíritu Santo obró a través de
Jesús haciendo la voluntad del Padre. La compasión de Cristo
refleja la compasión del Padre. Jesús hizo lo que vio que era la
voluntad de Dios y nunca vio que fuera voluntad del Padre no salvar,
o sanar o liberar a alguien que acudía a Él. El amor de Dios es el
amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
El propósito de la Ascensión de Cristo fue elevarse al centro de su
Reino, la máxima altura de toda existencia, al lugar de todo poder y
autoridad para tocar el corazón y la mano de la omnipotencia. El
Padre, el Hijo y el Espíritu consultaron entre sí, y por decisión de su
voluntad vino el Espíritu Santo, el regalo de amor de toda la Deidad.
Tal es la grandeza del Bautismo en el Espíritu. No es una oleada de
bendición proveniente de la mano divina. Es mucho más que
cualquier bendición: es Dios mismo que viene a nosotros.
Alrededor del año 45 D. C, alguien llevó en su bolso una carta para
la colonia romana de Corinto. Escrita por Pablo, esa carta emergió
como un decreto liberando al mundo de la confusión y opresión de
las tinieblas paganas. Por eso les decía: “¿No saben que su cuerpo
es un templo del Espíritu Santo, quien está en ustedes y el cual han
recibido de Dios?” (1a de Corintios 6: 19). Hasta entonces Dios fue
una vaga concepción, indescriptible e inalcanzable, absolutamente
perfecto y demasiado puro como para tener algo que ver con
cuerpos y carne viles como las nuestras. La revelación de Pablo
hizo añicos la “sabiduría” de los griegos. Ello permitió que entrara la
luz para que todos pudieran ver al Dios vivo y verdadero, cálido,
amoroso, con sus brazos extendidos hacia nosotros para que
experimentemos su plenitud, y para que su grandeza sature la
conciencia y la vida de los ordinarios mortales.
El Espíritu Santo es la vida de todo lo que Dios hace. La
experiencia cristiana la vivimos por Él. La obra de Cristo es aplicada
a nuestra necesidad por el Espíritu. Todo lo que Jesús hizo, lo hizo
para nosotros, no para sí mismo o para su propio beneficio. Vino,
nació, vivió, enseñó, sanó, ministró, sufrió y murió por nosotros.
Resucitó y ascendió a los cielos, apareció en la presencia de Dios y
volverá otra vez por nosotros. Él nos hizo herederos “con toda
bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo” (Efesios
1:3): salvación, redención, perdón, paz, poder y dones. El Espíritu
nos abre los tesoros de todas las joyas de Dios.
La carta a los Hebreos pinta el cuadro de la entrada de Jesús al
Lugar Santísimo de los cielos como nuestro gran Sumo Sacerdote
(Hebreos 4: 14). Esta es una verdad que se expresa más en
nuestros himnos que desde el púlpito. Tal vez la ascensión de Cristo
y su partida hacia los cielos no ha sido proclamada con gran gozo
dándole la importancia que tiene para nuestras vidas aquí abajo.
Popularmente se le ha considerado como el fin de su obra sobre la
tierra pues ahora estaría eternamente con su Padre.
Pero la verdad es que su obra no ha terminado. Él tenía un trabajo
real y específico para hacer al ascender hacia el Padre. Poco antes,
dijo: “Si yo no me fuere, el Consolador no vendría a vosotros” (Juan
16: 7). El Espíritu Santo viene enviado por el Padre a petición del
Hijo; nosotros no tenemos nada que ver en ello. No es nuestro plan.
Jamás se nos hubiera ocurrido tal cosa. El Paracleto siempre es
enviado por Dios o viene porque Él quiere. Su venida es producto de
su gracia soberana. Él hace lo que hace, porque es quien es. Lo
necesitamos, y Él responde. Pedimos y recibimos.
El nombre Paracleto —Parakletos en el idioma griego—, se
encuentra cinco veces en el Nuevo Testamento. El idioma español
no tiene una palabra equivalente y es traducido con nombres como
Consolador, Consejero, Intercesor y Abogado. Mirarla en otras
partes de la Escritura nos ayuda a entender cómo usó Jesús dicho
término. “Parakletos” tiene relación con la palabra paraklesis que se
utiliza en las Escrituras 29 veces. El significado de esta palabra
muestra que el Espíritu Santo es un consejero, ayudador, abogado,
intercesor, alguien que va a nuestro lado para apoyarnos.
Y eso no es todo. El Nuevo Testamento habla mucho del Espíritu
Santo y lo describe. La Biblia muestra un gran interés en el
Paracleto aunque la Iglesia generalmente ha tenido nociones muy
superficiales de Él, convirtiéndolo casi en un miembro más de la
Deidad, al cual se le llama solamente en ocasiones especiales.
Jesús lo describe de manera especial: ‘Y yo rogaré al Padre, y os
dará otro Consolador; para que esté con vosotros para siempre, el
Espíritu de verdad” (Juan 14: 16). “Otro” significa alguien más
además de Jesús con la misma dignidad. El Señor los dejaría pero
“Otro”vendría a ellos. Lo que estaban capacitados para hacer
cuando Jesús estaba a su lado, lo harían también cuando este “otro”
estuviera con ellos. Jesús planeaba marcharse, pero antes les dijo:
“No os dejaré huérfanos” (Juan 14: 18), [del griego orphanos que
significa sin consuelo o privado de algo].
Dios lo planeó con mucha anterioridad. Desde mucho antes del
acontecimiento Jesús les dijo a los discípulos: “Me es necesario
hacer las obras del que me envió, entre tanto que el día dura; la
noche viene, cuando nadie puede trabajar: Entre tanto que estoy en
el mundo, luz soy del mundo” (Juan 9: 4). Esta fue una predicción de
los tres días cuando yacía en la tumba y no podía hacer las obras
de Dios. De hecho, los milagros de sanidad no volvieron a ocurrir
hasta siete semanas después cuando Él envió al Espíritu Santo.
Jesús les dijo cómo sería la situación: “Vosotros lloraréis y
lamentaréis, y el mundo se alegrará;pero aunque vosotros estéis
tristes, vuestra tristeza se convertirá en gozo. También vosotros
ahora tenéis tristeza; pero os volveré a ver, y se gozará vuestro
corazón, y nadie os quitará vuestro gozo)” (Juan16: 20, 22). Pero él
se levantó de la tumba, la luz volvió a brillar, y demostró que era él
mismo Jesús. Al comienzo de su ministerio realizó un milagro para
sus discípulos proveyéndoles un banco de peces, y luego, después
de su resurrección, repitió el mismo milagro pero en mayor escala
(Lucas 5: 6; Juan 21: 6).
Los discípulos estaban desorganizados y vacilantes hasta que el
“otro Consolador” vino. Las primeras palabras de los Hechos son:
“En el primer tratado. ..hablé acerca de todas las cosas que jesús
comenzó a hacer y a enseñar; hasta el día que fue recibido arriba”
(Hechos 1: 1 — 2). [La palabra griega traducida como comenzar es
archomai] Obviamente, lo que Él había comenzado debía continuar.
Jesús dijo que sus obras cesarían con la noche —cuando yaciera en
la tumba- pero que al resucitar, continuarían. Entonces obraría con
las manos de la Iglesia, no con sus propias manos físicas. Lo que
hiciera en adelante lo haría por el Espíritu Santo, Él mismo Espíritu
que les enviaría a quienes creyeran, además de él mismo. Otra vez
saldrían en misiones milagrosas de misericordia como cuando Jesús
estaba con ellos. Esas misiones habían sido parte de su
entrenamiento para cuando el Espíritu viniera (Mateo 10: 5; Lucas 9:
2).
Lo extraordinario es que Jesús lo dijo porque iba de regreso al
Padre; sus discípulos no solamente harían lo que Jesús hizo sino
obras mayores. Nadie ha hecho jamás milagros más grandes que
los que Cristo hizo en el plano físico.
¿Entonces, qué es lo que alguien ha hecho que sea superior a lo
que Cristo hizo? Sus milagros de sanidad no han sido igualados y
llevan el sello de la omnipotencia absoluta. No obstante, Él prometió
cosas mayores.
Lo que Jesús hizo fue por medio del Espíritu Santo: “Porque el que
Dios envió, las palabras de Dios habla; pues Dios no da el Espíritu
por medida” (Juan 3: 34). El Espíritu Santo no estaba todavía con
nosotros, sólo con Cristo, hasta que Él ascendió a los cielos (Juan 7:
39). Sin el Espíritu nadie puede hacer nada para obtener poder
contra el mundo. Sin embargo, Jesús dijo que cuando el Consolador
(el Paracleto) venga, “convencerá al mundo de pecado, de justicia y
de juicio” (Juan 16: 8). Estas cosas nunca habían ocurrido, ni
siquiera cuando Jesús predicó. Sucedieron después de que el
Espíritu Santo vino sobre los primeros discípulos. Lleno del poder de
lo alto, Pedro logró la conversión de 3.000 personas que se
reconocieron pecadoras. Fue lo que la era del Espíritu debía ser, el
día del Paracleto enviado a habitar entre nosotros como nuestro
amigo todopoderoso, cuyo poder obraría a nuestro favor y cuyos
recursos son nuestros. El Espíritu Santo no es una ayuda adicional.
Él es el corazón y el milagro del cristianismo.
8 Palabras del himno “Resuenan Arpas de Oro” por Frances R. Havergal, 1871.
Jesús vívíó como nosotros, moviéndose
y obrando, pero algo ocurrió en su vída
que no habia ocurrido con nadie antes: Él
llegó a ser el primer hombre del Espíritu
Santo y realizó hechos poderosos no
solamente como Dios, sino por su
unción.
Capítulo 9
Hablar en lenguas
Primera parte
Karen, una joven de 17 años, entendió lo que es el bautismo en el
Espíritu. Asistía a una conferencia cristiana y estaba sentada
cuando el Espíritu Santo vino sobre ella en una experiencia
incomparable y desconocida. Sin darse cuenta lo que estaba
ocurriendo comenzó a hablar en lenguas. No estaba escuchando
ninguna instrucción sobre el tema ese día. Ella sí esperaba la
llenura del Espíritu pero no necesariamente en esa ocasión. Fue el
momento de Dios, por gracia, en un acto soberano suyo. Karen
habló más en lenguas que en su propio idioma durante todo ese día,
y al siguiente. Hoy, veinte años después, es una empresa- ria,
madre de una linda familia, y como miembro de una iglesia grande
es una obrera dinámica con una unción real, líder de un
departamento importante que afecta centenares de vidas.
Jorge estaba con otras 150 personas en un culto de comunión. El
pastor, un hombre de Dios, dio una profecía: “Cuando ustedes
participen de los emblemas de Cristo serán llenos del Espíritu y se
convertirán en flechas agudas en la aljaba de Dios.” Jorge, quien
tenía sólo 14 años de edad y venía de un trasfondo de mucha
pobreza, supo que Dios le hablaba a él, y solamente a él. Al comer
el pan fue consciente de la abrumadora presencia de Dios y de su
poder. Llorando se arrodilló bajo el peso de la emoción del
momento. La reunión transcurría en mucho silencio. Preocupado por
no perturbar se puso un pañuelo en la boca. La madre, que estaba
sentada junto a él, le dijo: “Jorge, sácate ese pañuelo de la boca,” y
él lo hizo. Entonces comenzó a hablar fluidamente en una lengua
desconocida en oración, y así continuó hasta el día siguiente.
Además de otorgarle el don de lenguas Dios le hizo saber que lo
había escogido para un servicio especial. Han pasado muchos años
y Dios lo ha bendecido con muchos talentos y dones. Ha servido a
Dios en todo el mundo en múltiples formas y ha alcanzado a
muchísimas personas para Dios. Ese es el bautismo en el Espíritu.
Las experiencias anteriores son maravillosas y están muy lejos de
ser casos aislados. Millones de personas pueden contar testimonios
similares, como muchos lo hicieron, sin duda, en el pasado. La
promesa es clara en la Escritura: “Sed llenos del Espíritu” (Efesios 5:
18). Ese mandato es para los creyentes, no para los impíos. Todos
los cristianos sobre la tierra deben y pueden ser llenos del Espíritu
Santo. Sin el Espíritu la fe religiosa se queda sin baterías. Pero la
energía de Dios está disponible.
La insignia del Espíritu en este avivamiento global es el “hablar en
lenguas” (en griego glosolaliá). No es una nueva “moda pasajera” o
la “práctica de alguna secta” a cuyos miembros les han lavado el
cerebro. Es cristianismo bíblico normal, sustentado por teología y
conocimiento sanos. El apóstol Pablo dijo que él hablaba en lenguas
más que ningún otro (1a de Corintios 14: 18). Era la práctica normal,
nada extraño en la Iglesia naciente.
En el Nuevo Testamento, el Espíritu Santo está siempre
relacionado con manifestaciones de éxtasis. Cuando esa evidencia
tangible estaba ausente se consideraba prueba de que la gente no
lo había recibido. El primer convertido europeo fue Cor- nelio en
Cesárea. El, y todos los que con él escucharon esto lo consideraron
como la prueba de que los gentiles habían sido aceptados por Dios.
En Austria y Francia, a las Iglesias del Espíritu Santo se les
considera como una “secta.” Los de la Iglesia naciente eran
creyentes llenos del Espíritu. ¿Eran una “secta”? Los Pentecostales
suman unos 250 millones y otro tanto son Carismáticos. Estas cifras
se aumentan día tras día, lo que convierte al grupo Pentecostal/
Carismático en el segundo grupo más grande de cristianos en el
mundo. ¡Vaya qué secta! Nueve de cada diez nuevos cristianos
pertenecen a este grupo, no importa su afiliación denominacio- nal.
Este sigue siendo el mayor crecimiento del Reino que se haya visto.
El noventa por ciento del aumento se deriva de los bautizados en el
Espíritu Santo con acompañamiento de señales.
La experiencia es real. Ella produce en quienes la viven la
seguridad del infaltable apoyo divino en su testimonio. Dios está a
su lado. Sus expectativas no descansan en su propia habilidad
espiritual para atraer el poder del Espíritu Santo sino en la fidelidad
de Dios. Esto también es tal como era en los primeros días de la
Iglesia: “Al ver esto, Pedro les dijo: Pueblo de Israel, ¿por qué les
sorprende lo que ha pasado? ¿Por qué nos miran como si por
nuestro propio poder o virtud, hubiéramos hecho caminar a este
hombre? El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de
nuestros antepasados, ha glorificado a su siervo Jesús” (Hechos 3:
12 - 13, NVI). El protagonista es el Espíritu Santo quien ahora está
conmoviendo a las naciones.
Nuestras campañas internacionales no se realizan si no tienen el
apoyo de todas o por lo menos de la mayoría de las iglesias que
existen en el área. Las reuniones atraen a grandes multitudes que a
veces dejan las ciudades vacías. Mientras se escribía este capítulo
en Agosto del 2006, realizábamos una campaña mucho más
pequeña que las acostumbradas en la ciudad de Wukari Nigeria,
con una población de 160.000 habitantes. En Lagos, Nigeria, la
asistencia sobrepasó el millón de personas. Durante 25 años,
además de las reuniones públicas principales hemos realizado
durante el día lo que llamamos “Conferencias de Fuego” para
entrenar e inspirar a los obreros cristianos en la labor de ganar
almas. Centenares de veces Dios se manifestó en estas reuniones
bautizando con el Espíritu Santo a centenares y miles de personas
que hablaron en lenguas al unísono en un rugir de alabanza que
sacude el infierno. Puedo decir delante de Dios que he tenido la
experiencia de ver a un millón de personas recibir el bautismo del
Espíritu Santo en el lapso de tres minutos. “Mi Espíritu sobre toda
carne” (Hechos 2: 17; Joel 2: 28) continúa resonando en mi corazón.
Segunda parte
El profeta Joel, quien vivió varios siglos antes de Cristo, hizo una
declaración que en su tiempo quizá pareció delirante: ‘Y derramaré
mi Espíritu sobre toda carne. Y también sobre los siervos y sobre las
sierras derramaré mi Espíritu en aquellos días” (Joel 2: 28 - 29).
Para Israel, Dios estaba al otro lado de una inmensa barrera de
leyes, reglas, ritos y ceremonias. La escalera de ascenso hacia Dios
era tan santa y empinada que solamente el sacerdote más
favorecido podía escalarla. Si Joel hubiera dicho que el hombre
caminaría en la luna, quizá no hubiera parecido tan improbable a
sus oyentes. Sin embargo, Dios está derramando su Espíritu hoy tan
realmente como el hombre caminó en la luna.
De eso trata este libro, de algo que Dios planeó y que ahora
disfrutamos. Es el cumplimiento de la profecía de Joel en el siglo del
Espíritu Santo.
El bautismo en el Espíritu no es ni una pose espiritual ni una
doctrina denominacional. No aprendemos a hablar en lenguas. El
bautismo no es un logro. Es Dios quien lo efectúa. Nosotros somos
receptores de la espontánea gracia de Dios.
Este libro, escrito en el año 2006, recuerda que en tiempo de
guerra y a mediados del siglo veinte todo el mundo parecía andar de
capa caída. Entonces vino la “renovación carismática” como la
llamamos ahora, la cual tocó todos los estamentos de la Iglesia y fue
especialmente notable entre los líderes católicos. Comenzó como
“una pequeña nube como la palma de la mano de un hombre” (1o
de Reyes 18: 44), presagiando lluvia. Pronto la prometida “lluvia
tardía” comenzó a caer en diluvios haciendo realidad las palabras
del profeta Joel. Todo el mundo cristiano de hoy se está
refrescando. Vastas cosechas se están recolectando y numerosas
personas están confesando a Cristo. Esto es obviamente lo que Joel
predijo. ¿Cuál característica divina hace falta?
Un creciente movimiento de oración se desarrolló durante el siglo
XIX. Se esperaba la segunda venida de Cristo para el año 2000 y
que el siglo XX quizá sería el último siglo de oportunidad para el
evangelismo. Guerreros de oración le suplicaron a Dios por un
“avivamiento.” Pidieron poder para realizar un trabajo mundial.
Ahora vemos cuán efectivas fueron sus oraciones pues hoy está
ocurriendo algo más grande de lo que pudieron pedir o imaginar. El
avivamiento de Gales, entre 1904 y 1906, fue un acontecimiento
clásico. Desde entonces la gente ha orado por otro “avivamiento”
como ese que produjo quizás un cuarto de millón de profesiones de
fe en Cristo. El clamor de toda una vida ha sido: “Señor, ¡hazlo otra
vez!” Es natural pedirle a Dios que repita lo que realizó en esa
maravillosa ocasión del pasado. Sin embargo, Dios no tiene límites y
quizá tenga otros planes. Nosotros, cristianos afortunados, hemos
nacido en una época en que podemos ver el desarrollo de ellos.
Como ya lo mencionamos, el bautismo del Espíritu Santo
transformó el evangelismo y los esfuerzos para ganar a las almas y
estamos viendo a Dios salvando en una escala nunca antes vista. El
fuego del Espíritu está cayendo e incendiando todo lo que toca, y se
extiende como una santa conflagración a través de los continentes.
En el mundo antiguo se consideraba a Dios como un ser
demasiado remoto como para que alguien pretendiera conocerlo de
una manera cercana. Aún en Israel, si alguien hubiera pretendido
haber sido bautizado por el Espíritu lo hubieran considerado
engañado o blasfemo. El Dios del Sinaí, grande y terrible, ¿entraría
en contacto personal realmente? ¡Pura paranoia! Debemos sentir
algo de simpatía hacia tal incredulidad si es que apreciamos la gloria
sin límites del Dios infinito. Reconocemos que la misma idea de ser
bautizados en Dios es bastante sorprendente de todos modos. Pero
ocurre que ese es un arreglo personal de Dios. ¡Absolutamente
maravilloso, pero absolutamente real! Pensamos en el espacio
estelar, profundo y asombroso con sus sistemas planetarios y sus
órbitas, y nos impresionamos. Pero... el Espíritu Santo, que es su
Creador, es mucho más grandioso que su creación.
¿Qué reacciones podemos esperar cuando Dios viene sobre
nosotros? ¡De seguro alguna reacción ha de haber! Los salmos son
pródigos en poesía al contemplar a Dios saliendo de los lugares
ocultos de su poder: “¿Qué te pasó, mar, que huiste, y a ti, Jordán,
que te volviste atrás?¿Ya ustedes montañas que saltaron como
carneros?¿Ya ustedes cerros, que saltaron como ovejas? ¡Tiembla,
oh tierra, ante el Señor, tiembla ante el Dios de Jacob!” (Salmo 114:
5 — 7, NVI). El Antiguo Testamento llama a Dios el “Temible.”
Nosotros nos amilanamos. Y lo maravilloso es que él viene a
nosotros y lo hace como el “Consolador.” “Tu benignidad me ha
engrandecido” (Salmo 18: 35). Jesús, el amante de todos nosotros
dijo que nos lo enviaría ¡a nosotros! No tan sólo a un puñado de
mortales elegidos nacidos con algo así como una cuchara de plata
espiritual en sus bocas.
Muchos son sacudidos y aún caen cuando él viene, o están fuera
de sí con indecible emoción. Nada sorprendente. Lo raro sería que
no afectara de esa manera a los seres humanos. Cuando Dios
descendió sobre el Monte Sinaí, la montaña entera, “ .. todo el
monte se estremecía en gran manera” (Éxodo 19: 18). El salmista
dijo: ‘En mi angustia invoqué al Señor, y clamé a mi Dios. Él oyó mi
voz desde su templo, y mi clamor llegó delante de él a sus oídos. La
tierra fue conmovida y tembló; se conmovieron los cimientos de los
montes, y se estremecieron porque se indignó él” (Salmo 18: 6 —
7). El Espíritu Santo es el mismo Espíritu que levantó de los muertos
a Jesús por los poderes de la inmortalidad.
En los relatos de los avivamientos del pasado leemos que algunas
personas parecían embriagadas, que emitían clamores
indescifrables, ruidos animales, y que aún ladraban como perros y
se subían a los árboles. Algo de eso era obviamente neurosis. ¡Dios
no hace que le gente se suba a los árboles! Escenas de un
“avivamiento” así no tienen precedentes bíblicos, pero su presencia,
el Dios que creó los cielos y la tierra, puede ser asombrosa. Dios ha
utilizado los medios más humildes para revelarse a sí mismo.
Recordemos que Dios habló a Moisés desde una humilde zarza.
¿Por qué no podría hablar a través de las personas más humildes?
A las reacciones de las personas que son llenas del Espíritu Santo
se les ha llamado “espuma.” Pues bien, las olas del océano
producen espuma. A veces la espuma se fabrica, se simula y forma
una ola real sin verdadera espuma. Cuando la ola del Espíritu
golpea una multitud de personas, ciertamente produce espuma,
espuma real y auténtica. Nadie podría fabricar algo así. Los críticos
hablan de emociones masivas en las multitudes de los avivamientos
pasados, presión hipnótica y emociones apabullantes. Este libro no
aboga por esa histeria colectiva sino por algo que sea genuinamente
de Dios, nada menos que la promesa de Cristo mismo. Él envía su
Espíritu y nuestras reacciones pueden ser de uno u otro tipo porque
ahora el conocimiento de la Palabra de Dios nos guía. No estamos
interesados en lamentos sin sentido porque el Espíritu Santo nos da
la expresión significativa en otras lenguas, no por mera emoción.
“Esto es lo dicho por el profeta Joel” (Hechos 2: 16).
El Padre envía el Espíritu para hacer que nuestros cuerpos sean
sus templos. ¿Puede ocurrir tal cosa y pasar inadvertida? ¿Puede
ocurrir que no deje huella? ¿Puede Dios realmente investir a un
creyente con la vida de la resurrección para que sencillamente se
siente como un Buda de yeso?
La Escritura nos sugiere que podemos esperar algo bastante
diferente: ‘Y si el Espíritu de aquel que levantó a Jesús de entre los
muertos vive en ustedes, el mismo que levantó a Cristo de entre los
muertos también dará vida a sus cuerpos mortales por medio de su
Espíritu, que vive en ustedes” (Romanos 8: 11, NVI). “¡Vida en sus
cuerpos mortales” eso debe aparecer! Especialmente es un tipo de
vida, ¡vida inmortal! Aún la misma expresión “bautizado con el
Espíritu” es dinámica. No es el gesto sacramental de un sacerdote.
Es algo real.
El escritor C. S. Lewis señala que nosotros los seres humanos
tenemos pocas salidas para nuestros fuertes sentimientos.
Podemos reír, llorar, gritar, gemir y emocionarnos intensamente. El
doctor Lewis sugiere que “hablar en lenguas” es otra forma de dar
salida a las emociones. Nos expresamos de esa manera y así
mismo lo hace el Espíritu en nosotros, aún “ .. con gemidos que no
pueden expresarse con palabras” (Romanos 8: 26, NVI). Esas
expresiones llevan su sello. De seguro Dios no nos daría una señal
que no fuera extraordinaria, que fuera débil o sin atractivo. El
fenómeno de la glosolalia es bastante extraordinario, algo raro,
demasiado extravagante para ser una invención religiosa. Es el tipo
de cosa que nosotros nunca anhelaríamos si Dios no la hubiera
prometido primero; sencillamente no se nos hubiera pasado por la
mente. Es idea de Dios. Sus pensamientos son más altos que los
nuestros, como son más altos los cielos que la tierra. El asombró a
Moisés con la extraña visión de una zarza ardiendo. Las lenguas
son típicas de lo que Dios hace; nada sorprendente cuando somos
llenos con el Espíritu Santo.
Tercera parte
Es fácil entender que algunas personas puedan tener resistencia a
hablar en lenguas. Hacerlo implica someterse a Dios físicamente, no
sólo de corazón. Muchos están felices haciendo su voluntad, pero al
hablar en lenguas la voluntad humana se une con la voluntad divina.
Podemos hablar en lenguas sólo en la medida en que el Espíritu nos
capacita para hacerlo (Hechos 2: 4); cuando hablamos lo hacemos
al unísono.
Nuestra naturaleza adámica guarda estrictamente su propia
posesión. Pero pertenecemos a Dios, y cuando el Espíritu nos
bautiza reconocemos sus derechos. Bien puede haber una
resistencia animal instintiva como si esta fuerza que llega fuera una
invasión. “Soy yo, este es mi cuerpo” es la respuesta automática de
algunos de nosotros.
Naturalmente nosotros protegemos nuestro ego físico, pero sólo
Dios tiene derechos sobre nosotros. Cuando el Espíritu nos da
expresión, eso significa que Dios reclama sus derechos. Recibimos
plena seguridad cuando estamos ansiosos. Jesús mismo estuvo
consciente de este hecho por lo cual preguntó: “¿Quién de ustedes,
si su hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O si le pide un pescado, le
da una serpiente? ¡Cuánto más su Padre que está en el cielo dará
cosas buenas a los que le pidan? (Mateo 7: 9 — 11, NVI). Para
resolver cualquier tensión encontramos una explicación completa
del asunto en Ia de Corintios 6: 19 — 20: “¿No saben que su cuerpo
es un templo del Espíritu Santo, quien está en ustedes y el cual han
recibido de Dios? Ustedes no son sus propios dueños, fueron
comprados por un precio. Por tanto, honren con su cuerpo a Dios. ”
Dios no es alguien sádico a quien le gusta ponernos en ridículo.
Hablar en lenguas es lo que Pablo expresó escribiendo a los
Corintios: honren a Dios con su cuerpo permitiendo su obra en
ustedes.
Hablar en lenguas es una maravillosa señal de que fuimos hechos
por Dios, no tan solo en sentido espiritual sino en el más pleno
sentido humano. Dios ama y trata con personas integrales, no tan
solo con las almas o espíritus. Sin Dios no somos lo que el Creador
planeó que fuésemos. Para ser la persona que Dios quiso que
fuéramos tenemos que tener su plenitud. La conversión, el nuevo
nacimiento, significa que recibimos la naturaleza divina. Él se une a
nosotros (2a de Pedro 1: 4). Jesús fue humano y divino, el hombre
perfecto. La morada del Espíritu en nosotros hace perfecta la vida
humana. Jesús fue una persona con dos naturalezas. Él no fue
anormal, fue el hombre normal, humano y divino, no un fenómeno ni
un monstruo, ni una mutación, sino el hombre ideal. Su encarnación
nos mostró las maravillosas posibilidades de la naturaleza humana.
Dios nos hizo para sí, para identificarse con nosotros en amor.
Unidos a Dios somos lo que debemos ser. Recibir el Espíritu es la
consumación de la vida.
Ser lleno con el Espíritu Santo es una oportunidad notable y
maravillosa que estaba en el plan de Dios desde el comienzo. Dios
nunca nos impone su presencia a la fuerza. Podemos retraernos y
encerrarnos en nosotros aunque eso es apagar y contristar al
Espíritu. Fuimos liberados de nosotros mismos: ‘Ustedes no son sus
propios dueños” (1a de Corintios 6: 19, NVI). Ofrezcan su cuerpo
como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios” (Romanos 12: 1,
NVI).
¿Son necesarias las lenguas? ¿Hablan todos en lenguas cuando
son bautizados en el Espíritu? Esta pregunta tiene sus aristas. El
asunto lo encararon con absoluta honestidad las Asambleas de Dios
de los Estados Unidos hace algunos años cuando se establecieron
diferencias en su declaración fundamental de fe. Se debe admitir
que Dios es soberano y no se ata a sí mismo con procedimientos
inflexibles e inviolables, no obstante sigue siendo el Dios de la
fidelidad. Los dioses paganos eran impredecibles y peligrosos pero
los profetas le recordaban a Israel que el Señor permanece fiel a sí
mismo y a sus promesas. Dios podría bautizar personas sin
acompañamiento de señales, pero no podemos establecer doctrinas
sobre experiencias excepcionales. De igual manera, Jesús salvó
algunas personas como María Magdalena y Zaqueo sin que tuvieran
ningún conocimiento del evangelio. Dios no nos otorga autoridad en
asuntos doctrinales. Nuestra autoridad radica sólo en la Palabra y
ella no establece otra evidencia del bautismo en el Espíritu diferente
a hablar en lenguas. Si Dios realiza un acto de excepción no por eso
podemos hacer presunciones y pedir el Espíritu sin lenguas.
Si alguna persona lo quiere de esa manera, sin lenguas, está
pidiendo un retroceso a la incertidumbre del siglo XIX. Los
discípulos necesitaron una señal para estar seguros de que el
Espíritu había venido sobre ellos. Cualquiera que ahora quiere el
Espíritu sin tal señal enfrenta el mismo problema que ellos
enfrentaron: ¿Cómo se puede saber que se está lleno del Espíritu?
El bautismo es tan real que debe mostrar una evidencia sustancial, y
si no la hubiere parecería como si nada hubiera ocurrido. Una teoría
teológica o académica no sustituye la poderosa llenura y la
presencia del Espíritu en el cristiano. No puede ser casual; debe ser
vivida e intensa. Debemos admitir que la raza humana es distinta en
sus culturas; no fuimos hechos con un solo molde y las experiencias
varían de persona a persona. Algunas personas bautizadas en el
Espíritu quizá no hablen en lenguas inmediatamente. Alguien, en
algún lugar, puede afirmar sin pruebas que tiene la plenitud del
Espíritu, pero nosotros todavía queremos esa prueba de acuerdo
con la Palabra; queremos la evidencia de que realmente es lo que la
Palabra prometió.
Sin embargo, existe el otro lado de la moneda: No todo el que
habla en lenguas fue bautizado por el Espíritu. Para permitirnos
conocer la diferencia Pablo establece una norma: “Nadie que esté
hablando por el Espíritu de Dios puede maldecir a Jesús”(1a de
Corintios 12: 3). Si eso ocurre, la fuente es otro espíritu. Lo falso, lo
engañoso, o lo inspirado por el diablo no es difícil de detectar. Dios
dijo que si pedimos buen alimento no nos dará una piedra ni un
escorpión (Mateo 7: 9; Lucas 11:12). La oración al Padre en el
nombre de Jesús es escuchada y respondida solamente por el
Padre y el Hijo.
La revelación de hablar en lenguas como señal del Espíritu lo
cambió todo y ha tenido efectos globales. Este hecho
probablemente se debería considerar como el desarrollo más
importante del siglo XX. Por primera vez los creyentes tuvieron una
positiva seguridad al respecto y supieron que Dios los había
investido de poder para testificar. Fueron llenos de una nueva
confianza y el evangelismo asumió una nueva dimensión.
Parece demasiado obvio que el bautismo en el Espíritu deba ir
acompañado de una señal. ¿Cómo es que la gente no se dio cuenta
de ello antes? Bueno, no fue eso lo único que no comprendieron.
Dios todavía es el Dios de maravillas y el Señor que sana. No
obstante, parece que esta verdad también se pasó por alto y poco
se le menciona en todas las bibliotecas teológicas. En el siglo XIX la
verdad de la sanidad divina ya se aplicaba entre los grupos
evangélicos y de santidad.
Todos sabían que la fe cristiana descansa en el hecho de que Dios
hace cosas, aún si lo que hace no es siempre evidente. La Iglesia
agrupó todo lo que Dios hacía por los cristianos y se lo acreditó a
algo llamado “gracia.” La Gracia no era una persona sino un cierto
tipo de poder que procedía de Dios. Tenía voluntad propia y actuaba
con autoridad divina y soberana, por ejemplo eligiendo quiénes
debían salvarse y quiénes no. Esto ya lo explicamos en el capítulo
3.
La experiencia Pentecostal se centró en el Espíritu Santo, no en la
gracia. En realidad, las enseñanzas sobre la gracia no dejaron
espacio en la Iglesia para la doctrina del bautismo en el Espíritu.
Antes de que se comprendiera el bautismo en el Espíritu, la
comprensión de la Palabra tenía que darse por la Palabra misma.
Durante el siglo XIX la enseñanza bíblica se desarrolló en esa
dirección. La verdad se mueve con lentitud en los círculos
tradicionales de la Iglesia. En realidad, muchos tuvieron la
experiencia del Espíritu Santo y hablaron en lenguas sin saber lo
que era. El Espíritu tuvo que esperar a que la gente entendiera la
Palabra.
No es, pues, sorprendente que algo tan “nuevo” encontrara
oposición. La tradición de una fe puramente espiritual estaba
profundamente incrustada en una creencia general. Para refutar la
“nueva” enseñanza, maestros bíblicos como Benjamín Warfield,
rector del Seminario Teológico de Princeton, hizo nuevas
interpretaciones bíblicas. Las discusiones se dirigieron contra
quienes hablaban en lenguas, a quienes se les exhortó a “buscar
frutos, no dones.” Los estudiantes bíblicos olvidaron que la Escritura
dice: “No impidáis el hablar en lenguas. Seguid el amor y procurad
los dones espirituales” (Ia de Corintios 14: 39; 14: 1). Cuentos
escabrosos y sensacionalistas se copiaban de libro en libro. Sin
embargo, los pioneros no podían negar su experiencia aunque
durante años los excluyeron y se les impidió participar en los
eventos de las iglesias. Tristemente, el rechazo se expresó aún en
actitudes públicas y su testimonio por Cristo sufrió mengua. Sin
embargo su experiencia y la Palabra los mantuvo inconmovibles
aunque sometidos, aislados y mal interpretados.
Esta oposición es interesante. Surgió como resultado de la actitud
que considera la fe cristiana básicamente como un camino al cielo:
sólo somos almas en migración hacia el cielo. Ser lleno del Espíritu
Santo físicamente y de repente demostró que aquí había una
revolución cristiana. Dios tenía trato con nosotros física, lo mismo
que espiritualmente. A la anchura y la longitud del amor de Dios se
le añadía ahora profundidad: “el evangelio completo, para el hombre
completo. ”
Un sentimiento de indignidad bloqueaba la seguridad de la
presencia y el poder del Espíritu Santo. Los monjes medievales
escudriñaban sus almas con tanta diligencia que el asunto se
convirtió en pecado de escrupulosidad; no sólo doblaban sus
cabezas sino que se arrastraban. Muchos cristianos hoy actúan de
manera similar. Parece que ni siquiera la sangre de Cristo los limpia
lo suficiente. La marca y aún la raíz el pecado permanecen sin
confesar y adoptan una vida de constante penitencia. Esa fuerte
convicción de indignidad difícilmente conduce a la fe. Si había que
escalar una montaña de piedad tan alta como el Everest para
asegurar la presencia del Espíritu Santo, no es de extrañar por qué
tan pocos hombres de esos grupos llegaron a conmover al mundo.
El hecho es que la Escritura nos exhorta a todos nosotros a “ser
llenos del Espíritu” (Efesios 5: 18), y eso implica que se espera que
esta sea la experiencia común de todos los creyentes.
A menudo se consideraba a los cristianos de la iglesia del primer
siglo como nuestros modelos, pero al comparar a los cristianos de
hoy con ellos se nota la lamentable diferencia. ¿Es señal de
santidad admitir la pobreza y debilidad espiritual? Al responder a la
pregunta “¿Por qué no hay avivamiento? Al Whittinghill, miembro de
la organización Ambassadors for Christ (Embajadores de Cristo),
escribe: “Con toda seguridad cada persona honesta en la Iglesia del
Señor Jesús hoy debe tener un profundo sentir interior de que algo
en ella está mal.” 9 ¿De veras? Si lo enseñan debe ser porque lo
creen. Otra publicación cristiana, “El Heraldo de su Venida” publicó
un comentario de Crawford Loritts: “Todos llevamos una mancha. No
importa cuántos derramamientos hayamos experimentado, y cuánto
escribimos y predicamos y hablamos de renovación, hay una
mancha en nosotros que permanece allí.”
No podemos identificarnos con ese tipo de confesión. Lo que la
Biblia nos asegura es que la sangre de Jesús nos limpia totalmente
sin dejar ninguna huella ni marca. Caminamos con Dios vestidos de
su justicia, no de nuestra propia respetabilidad. A menos que
sepamos que estamos limpios, no podemos saber que el Espíritu
Santo habita en nosotros. Pero la verdad es que podemos saberlo, y
lo sabemos, primero por la Palabra y segundo por la experiencia
real de que Dios está con nosotros.
Si alguien ve que hay iglesias en mala condición es porque algo
ciertamente está mal, tal como Al Whittinghill lo dice. Pero
ciertamente Dios no espera que las cosas sean así. Entonces, ¿qué
es lo que anda mal? Es algo que tiene estrecha relación con la
suposición de que el poder y las bendiciones están en proporción
con la santidad. Si la esperanza de la bendición depende de las
altas cualidades espirituales, eso entonces es fe en el hombre, no
en Dios. Ese es el error fatal, la zorra pequeña que echa a perder la
viña (ver Cantares 2: 15). Nadie es tan especial que pueda esperar
los inmensos favores de Dios. Dios no da su Espíritu al auto
suficiente sino a los necesitados.
Las epístolas del Nuevo Testamento asumen que vivir en la
plenitud del Espíritu es la experiencia normal. Los cristianos de la
Iglesia de los primeros días eran tan imperfectos como nosotros. El
Espíritu estaba con ellos pero no porque fueran mortales superiores.
Estaban llenos del Espíritu porque lo necesitaban. Para recibir el
Espíritu es requisito indispensable necesitarlo, y todos lo
necesitamos.
Entre todas las iglesias al cuidado de Pablo, la que más lo
preocupó fue la de los Gálatas. No obstante, aún esa iglesia estaba
marcada por la actividad del Santo Espíritu. El mismo apóstol lo dijo.
El problema era que estaban adoptando un evangelio de ley, no de
gracia. “ ..habiendo comentado por el Espíritu” con milagros, los
Gálatas se desviaron al legalismo (Gálatas 3: 3 - 5). Su actitud
también la encontramos hoy; hay cristianos tratando de escalar con
esfuerzo las alturas espirituales para hallar el premio del poder y la
plenitud al final. Y eso conduce a un evangelio sin Espíritu Santo.
Pablo exhortó a los Gálatas a seguir con el Espíritu dejando atrás
las normas y reglas, porque la disyuntiva era dejarlas o perderlo
todo. Y esa es también la exhortación que los cristianos de hoy
necesitan atender.
El Espíritu Santo se manifiesta por sí mismo. Está aquí con tal
propósito. El Espíritu es el neuma, el viento o el aliento de Dios. No
podemos tener un Espíritu Santo quieto y silencioso. No existe tal
cosa como un viento que no sople o un aliento que no se respire. La
Biblia no sabe nada de aire comprimido en una jarra sino de viento
en movimiento; ni sabe del Espíritu Santo si no es manifestándose
en acciones. Dios nunca está inactivo; jamás necesita que lo
provoquemos o lo despertemos. Somos nosotros los soñolientos, no
Él. Ante Cristo los vientos del Espíritu no estaban prevaleciendo “ .
.pues aún no había venido el Espíritu Santo” (Juan 7: 39).
Se puede agraviar y apagar el Espíritu pero sólo si está presente.
El Espíritu no puede ser contristado por el mundo porque no reside
en él.
Cualquier cosa que haga el Espíritu involucra personas de una
manera u otra. Dios no hace nada sobre esta tierra
independientemente de agentes humanos; por eso quiere que
seamos llenos del Espíritu. Plantar el Espíritu en los creyentes los
une a él dentro de un sistema. Se convierten en puntos de poder
sobre la tierra, listos para la acción divina, y a través de ellos él
realiza su voluntad. Son como conductores de rayos espirituales que
bajan los poderes del cielo al plano de la experiencia humana.
Nosotros podemos extender nuestros brazos a Dios en
representación del mundo entero. Nuestras oraciones pueden ser
silenciosas. Nuestro lenguaje puede ser de gemidos y lágrimas y
podemos levantar nuestras manos a los cielos. Nuestra misma
presencia en la tierra es el medio por el cual Dios obra en ella. Lo
que somos por el Espíritu y por fe hace posible que Dios haga lo
que quiere alrededor del mundo. Jesús dijo: ((Ustedes son la luz del
mundo ” (Mateo 5: 14, NVI). Una luz ilumina un largo camino. Lo
único que necesitamos hacer es brillar.
9 Tomado del artículo “¿Por qué no hay avivamiento?” publicado en The Ambassador for Christ,
(El Embajador de Cristo), página en Internet www.afci-usa.com.
Jesús no bautizó a nadie con el Espíritu
Santo mientras estuvo sobre la tierra.Él
bautiza ahora en el Espíritu. Ese es su
divino oficio hoy, algo que nosotros
tenemos que aceptar o de lo contrario
estaremos negando lo que él es: el
Bautizador en el Espíritu.
Capítulo 11
Un Nuevo Encuentro
No podemos esperar que la revelación divina sea lo que nosotros
imaginamos. Si lo fuera, no habría necesidad de revelación al fin de
cuentas. Ella es especial y requiere de un enfoque especial, nada
menos que de la guía del autor, el Santo Espíritu. Tenemos que
“discernir” la Palabra (1a de Corintios 2: 14). Un texto de la Escritura
brilla cuando está en su contexto apropiado: “manganas de oro en
cubiertos de plata ” como dice la Escritura (Proverbios 25: 11, KJV).
Este capítulo empieza con dos o tres pasajes escritúrales que,
aislados, generalmente suscitan unos cuantos interrogantes. Por
eso espero que, en su propio contexto, se vean como medios de
revelación.
El primer pasaje es la presentación de Jesús que hace Juan el
Bautista: “Viene tras mí el que es más poderoso que yo. Yo a la
verdad os he bautizado con agua;pero él os bautizará con ‘Espíritu
Santo” (Marcos 1: 7 — 8). El hecho es que Jesús no bautizó a nadie
con el Espíritu Santo mientras estuvo sobre la tierra. El cumplió la
predicción de Juan pero sólo después de su ascensión. El bautiza
ahora en el Espíritu. Ese es su divino oficio hoy, algo que nosotros
tenemos que aceptar o de lo contrario negar lo que él es: el que
“Bautiza” con el Espíritu.
El segundo texto es Juan 7: 39: “Hasta ese momento el Espíritu no
había sido dado” (en el original griego: “el Espíritu todavía no
estaba”). ¿No había sido dado? Eso es sorprendente. ¿Y qué
entonces de Moisés, David, Elias, Elíseo y los profetas? Miqueas 3:
8, dice: ‘Yo estoy lleno de poder del Espíritu del Señor: ” Varias
veces en el libro de los Jueces encontramos la expresión: “el
Espíritu del Señor vino sobre... ” una persona u otra: Otoniel,
Gedeón, Jepté, Sansón. Los libros de Samuel describen la venida
del Espíritu sobre el rey Saúl, el rey David, y algunos profetas como
Azarías. El apóstol Pedro escribió: “Hombres de Dios hablaron
siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2a de Pedro 1: 21). Jesús
les dijo a los discípulos que el Espíritu Santo estaba con ellos, pero
que estaría en ellos.
Todo eso y ¡el Espíritu todavía no había venido!” 1a de Corintios
12: 6, nos dice: “Hay diversidad de operaciones, pero Dios, que
hace todas las cosas en todos, es el mismo. ”Los primeros
discípulos efectivamente tuvieron la experiencia del Espíritu en más
de una forma. El mundo está lleno de variedad de formas, colores,
tamaños, olores, grande, pequeño, duro, suave, todo obra de la
mano del Espíritu. El es el Dios que trata con nosotros, el Dios de la
variedad. Algunos creen que el Espíritu que recibimos en el nuevo
nacimiento es todo lo que tenemos, y que nuestra tarea es
mantenernos llenos. Es difícil pensar que el Dios de maravillas no
tiene nada más que hacer que lo que hizo cuando llegamos a Cristo.
¿Nada de experiencias del Espíritu Santo ni manifestación de
dones, ni lenguas? ¡Seguro que eso no puede ser cierto!
Ahora bien, hay una cosa importante para notar. El Espíritu vino
sobre algunos hombres en el antiguo Israel por voluntad de Dios, no
por voluntad humana. Ellos no le pidieron poder para realizar una
tarea particular. Como les dijo Jesús a los discípulos: “No me
elegisteis vosotros a mi, sino que yo os elegí a vosotros, y os he
puesto para que vayáis y llevéis fruto” (Juan 15: 16). Él los eligió. Si
ellos estaban esperando oír su voz, y si son nuestro modelo en
cuanto a escuchar la voz divina, es raro que la Escritura no lo diga.
Ellos no estaban buscando a Dios cuando los llamaron
inesperadamente. El Espíritu “saltó” sobre ellos como lo dice el
Antiguo Testamento de la versión Septuaginta griega. La misma
palabra aparece en Hechos 3: 8 cuando el cojo que fue sanado a las
puertas del templo: “saltando se puso en pie y anduvo. ”La obra de
Dios no depende de la iniciativa humana sino del propio celo de
Dios. Los hombres de la antigüedad se convirtieron en agentes del
Espíritu, pero no por martillar en las puertas del cielo o por urgir a
Dios. Dios nunca ha dependido de que las personas se ofrezcan
voluntariamente. El las llama y las recluta. Cuando Dios necesita a
alguien para hacer algo, no espera hasta que alguna persona se
aparezca; él llama a alguno.
Así fue el gran día de Pentecostés (Hechos 2). El torrente
descendente de ese maravilloso Santo Espíritu prometido desde
mucho antes cuando nadie tenía una idea de lo que realmente
significaba, vino cuando quiso. Los discípulos no escogieron ese
momento. Dios entró en acción a su propia discreción. Esa es la
característica del Espíritu Santo. Jesús dijo: “El viento sopla de
donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni
que es nacido del Espíritu” (Juan 3:8).
Parece haber una idea peculiar en cuanto a que es necesaria la
oración ferviente para que Dios hable. Una de las grandes verdades
cristianas es la revelación de que Dios habla. Pero que debamos
aguzar el oído al esperar en Dios es una mala interpretación de la
oración. La Escritura jamás la ha mostrado de esa manera. Algunos
creyentes sinceros esperan con mente abierta. Pero una mente
abierta es un espacio vacío que atrae ideas diferentes a las de Dios,
aún las nuestras. Las provocaciones del mundo, de la carne y aún
del demonio, también pueden ocupar una mente vacía.
Vayamos a otro versículo “problemático”: “Entre los que nacen de
mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista;pero el
más pequeño en el reino de los cielos, mayor es que él” (Mateo 11:
11). Ese es uno de los versículos más importantes de la Biblia. Es
un anuncio divino de un avance fundamental en los asuntos divinos.
Se debe entender correctamente. Jesús primero predicó: “El reino
de Dios está cerca” y posteriormente, “el reino ha venido a ustedes.
”
Para comprender lo que esto realmente significa podemos leer el
Salmo 114: “El Señor miró desde los cielos sobre los hijos de los
hombres, para ver si había algún entendido, que buscara a Dios.
Todos se desviaron” (Salmo 14: 2 — 3). Cuando fue compuesto, ese
salmo era literalmente cierto. Todas las naciones de la tierra, con la
sola excepción de Israel, estaban envueltas en una densa niebla
religiosa producida por el humo que subía de los altares erigidos a
los ídolos. Una luz pequeña y vacilante titilaba en Israel, pero
incluso allí la mayoría nunca se había despojado totalmente del
paganismo. Las grandes potencias de Babilonia, Grecia y Roma se
prestaron para acrecentar las incertidumbres y supersticiones.
Sócrates, quien tenía fama de ser el más sabio de los pensadores
griegos, terminó su vida diciendo: “Cristo, debemos ofrecer un
sacrificio a Asclepio. Encárgate y no lo olvides.” Asclepio era un
dios, supuestamente el dios de la sanidad.
Sin embargo, durante esos días de tinieblas Dios tuvo algunos que
se opusieron a la marejada de impiedad y corrupción. Estos incluían
hombres de los cuales ya hemos hablado, individuos elegidos por
Dios, llenos de poder y comisionados para una tarea. Ellos
mantuvieron contacto con Dios en medio de la oscuridad que los
rodeaba. No fueron bautizados en el Espíritu, y en ese tiempo no
podían serlo porque Jesús todavía no había venido ni había abierto
los cielos para que el Espíritu viniera. Algunos elementos de esa
historia mundial hicieron eco en la ocupación Nazi de Europa
durante los años de la Segunda Guerra Mundial. Las
comunicaciones entre Europa y Occidente cesaron, pero no
totalmente. Agentes británicos con increíble valor se infiltraron al
otro lado de las fronteras enemigas y trabajaron junto con las
fuerzas clandestinas de la libertad. Se enteraron de los planes del
enemigo y también mantuvieron vivas las esperanzas en una
Europa oprimida. Ellos representaban la promesa de rescate por
parte de los aliados.
La Biblia es como un llamado a lista de los agentes de Dios en un
mundo ocupado por Satanás, antes del día de la liberación divina.
Elasta cuando Cristo vino proclamando el reino de Dios, todo el
mundo estaba en poder del demonio. ¿Cómo había ocurrido tal
cosa? Dios había dado a Adán y a Eva (a ambos), dominio y
autoridad sobre toda la tierra. Pero la “serpiente” (el diablo) los
sedujo y los destronó.
Cayeron en la trampa de las artimañas del diablo quien les robó el
dominio y reinó en su lugar y aún sobre ellos. Aún el apóstol Juan
tuvo que decir: “ .. el mundo entero está bajo el maligno ” (1a de
Juan 5: 19).
La tierra se convirtió entonces en el reino del mal y del reconocido
“príncipe de este mundo” un título dado al diablo aún por el mismo
Jesús (Juan 12: 31; 14: 30; 16: 11). La caída original de Lucifer
ocurrió cuando vio a la tierra como un premio reluciente. La quiso
para sí de tal forma que pudiera sentarse como dios en el trono,
como “el dios de este siglo” (2a de Corintios 4: 4). El escogió lo
negativo de lo positivo de Dios; la oscuridad, en vez de la luz; el mal,
en vez del bien. Jesús dijo: ‘Yo veía a Satanás caer del cielo como
un rayo” (Lucas 10: 18).
Jesús también dijo: “Porque todos los profetas... profetizaron hasta
Juan ” (Mateo 11: 13). Luego vino el gran cambio. Cristo Jesús vino
proclamando el reino de Dios. Así como Europa tuvo su día “D”
cuando los aliados irrumpieron en el continente llevando victoria y
libertad, así la venida de Cristo, derribando los muros satánicos,
comenzó una nueva era de liberación: el día “D” de Dios. Desde
entonces, “desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el
desgaste del dominio satánico ha continuado, el reino de los cielos
ha venido avanzando contra viento y marea, y los que se esfuerzan
logran aferrarse a él” (Mateo 11: 12, NVI). Millones han estado
entrando al Reino y sirviendo al verdadero Rey, el Rey del amor.
Este inmenso cambio en los asuntos espirituales significa que el
Espíritu Santo entró en acción en la tierra. No estaba, ¡pero ahora
está! “Habiendo reunido a sus doce discípulos les dio poder y
autoridad sobre todos los demonios, y para sanar enfermedades”
(Lucas 9: 1-2). Adán perdió el dominio con el diablo, pero Cristo
ahora revierte la situación y da dominio sobre el diablo a sus
humildes discípulos. Con Cristo vino el Reino y ahora nosotros
somos los amos con el poder del Espíritu. El enemigo invasor fue
derrotado: “Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las
obras del diablo ” (1a de Juan 3: 8). Pasajes similares utilizan la
palabra katargeo que significa “anular, vaciar”.
Ahora el diablo es una serpiente que se retuerce con su cabeza
aplastada bajo los talones de Cristo (Génesis 3: 15). El escenario
para esta liberación que viene ya fue preparado: “Entonces vendrá
el fin, cuando él entregue el reino a Dios el Padre, luego de destruir
todo dominio, autoridad y poder. Porque es necesario que Cristo
reine hasta poner a todos sus enemigos debajo de sus pies” (1 ade
Corintios 15: 24 — 25, NVI).
Dios se comprometió consigo mismo al darnos a su Hijo quien
pagó el máximo precio por nuestra salvación. La Cruz, ese horrendo
leño terrenal, se levantó abriendo la puerta para el Espíritu Santo
quien vino para habitar aquí para siempre, para establecerse y
hacer su obra. Es un acontecimiento cósmico con señales,
prodigios, milagros, pero sobre todo en la “salvación que
compartimos” como lo dice Judas 3. Jesús dijo: “El príncipe de este
mundo va a ser expulsado” (Juan 12: 31, NVI). Eso está ocurriendo
diariamente en la vida de millones de personas llenas con el Espíritu
Santo.
Hoy, más aún que en los días bíblicos, la realidad, la presencia y el
poder del Espíritu Santo se está demostrando sin lugar a dudas. Lo
que no ocurrió antes está ocurriendo ahora. Lo infructífero e
imposible antes de que Cristo viniera, lo vemos ahora todos los días.
No sólo están obrando poderes materiales y físicos sino salvación
poderosa para el hombre integral. Algo que nunca se vio en los días
de Moisés o de Elias. Jesús dijo: “No tengan miedo, mi rebaño
pequeño, porque es la buena voluntad del Padre darles el reino”
(Lucas 12: 32, NVI). Reinamos con Cristo; los poderes del Reino de
Dios están sobre nosotros, el Espíritu Santo, el mismo que irrumpió
cuando Jesús proclamó la venida del Reino.
Es tiempo de que todas las personas bautizadas por el Espíritu se
den cuenta de lo que son: los hijos del Reino. Que no teman nada y
que se conviertan en espíritus de fuego para testificar a este mundo.
Las tinieblas de Satanás todavía cubren el mundo pero son sólo una
sombra desde que Cristo vino. Cristo nos ha dado poder sobre
todas las artimañas del enemigo. Nuestra tarea no es meramente la
caza de demonios ni la exhibición de milagros ni juegos. La Iglesia
no es un negocio de espectáculos. Los demonios ciertamente se
deben expulsar y los milagros se deben realizar, pero como hijos del
Reino desafiamos las fuerzas de incredulidad y de impiedad, las
tinieblas y la maldad del mundo, Nosotros, simples mortales,
integramos los escuadrones de Dios, sus tropas, sus hombres en
armas, su respuesta, los embajadores de su Reino que clamamos:
“Reconcíliense con Dios” (2a de Corintios 5: 20, NVI).
El Evangelio no es palabras en un libro
que reposa en un estante, sino palabras
poderosas en nuestra boca. Cuando se
pronuncian llenan el poder de Dios.
Capítulo 12
Practique en el Espíritu
Cuando somos ungidos por el Espíritu, ¿podemos hacer y decir algo
que nos guste y esperar que Dios nos respalde? ¿Qué autoridad
tenemos, y cuáles acciones son correctas y cuáles incorrectas?
Ser llenos del Espíritu es maravilloso. Nuestro pequeño corazón es
un área preparada para la inimaginable grandeza de Dios. Somos
microscópicos comparados con su infinita presencia. Nuestra
voluntad o nuestros deseos, incluso nuestros “derechos” parecen
tener poca consecuencia en las profundidades de la vasta voluntad
de Dios. No obstante, Él nos dio el derecho de hablar en su nombre.
Esa es una asombrosa relación pero, al tener el Espíritu Santo,
¿somos independientes para decidir cualquier cosa que queramos
hacer?
Siendo que el ministerio se desarrolla básicamente con palabras,
lo que decimos puede ser del Espíritu, o no serlo. ¿Podría ser
atrevimiento, incluso arrogancia? ¿O todo es confiable, seguro y
bendecido por el Espíritu?
Se nos confían las palabras de Dios para serle fieles y para hablar
en su nombre. Es ahí donde se nos prueba en cuanto a lo que
somos realmente. ¿Cuál es nuestra actitud? Decir que somos
humildes prueba que no lo somos; eso es enorgullecer- nos de ser
humildes. Pablo dijo que él se juzgaba a sí mismo y nosotros
también debemos hacerlo. ¿Cómo nos medimos y con qué medida?
La única “regla” para manejar las cosas de Dios es predicar lo que
Dios es. Para actuar en su nombre necesitamos conocerlo. En las
Escrituras leemos que muchos le sirvieron a Dios fielmente. ¿Cómo
lo vieron y lo entendieron?
Si tan solo debiéramos singularizar una ocasión, esa sería la que
describe Isaías en el capítulo 6 que es un cuadro del encuentro del
profeta con Dios. El vio la verdad acerca de Dios y supo “para quién
estaría trabajando.” Este encuentro fijó la pauta para todo lo que
Isaías hablaría después y modeló su vida y su mensaje proféticos.
Fue la visión lo que lo afectó. El vio al Señor en un trono, alto y
sublime, servido por seres celestiales de indescriptible esplendor;
seres vivientes inmaculados, pero tan grandes como eran, tan
cercanos al Trono que cubrían sus rostros y sólo podían exclamar:
“¡Santo!, ¡Santo!, ¡Santo! Santo es el Señor” (Isaías 6: 3, KJV). En
cuanto a Isaías, su reacción fue el reconocimiento de su propia
condición y de auto humillación: “¡Ay de mí, que estoy perdido! Soy
un hombre de labios impuros, y no obstante mis ojos han visto al
Rey, al Señor Todopoderoso!” (Isaías 6: 5, NVI). El hecho de haber
visto a Dios afectó todas sus profecías. Por eso nadie ha hablado de
Dios como Isaías. Su profecía nos hace conscientes de la
inimaginable imponencia de Dios, totalmente diferente a cualquier
cosa que hayamos conocido; sus pensamientos son tan altos como
los cielos comparados con los nuestros. Para Él, las naciones son
sólo una gota en una cubeta y los habitantes del mundo como
saltamontes; insectos que se lleva el viento.
A través de Isaías Dios nos habla de sí mismo como “el santo” “ .
yo el Señor, y ninguno más que yo” (Isaías 45: 6, NVI). No sabemos
cómo es Él pues no tenemos con quién compararlo: “¿Con quién
vas a compararme, o a quién me vas a igualar? (Isaías 46: 5, NVI).
Una y otra vez Él se llama a sí mismo “Yo” y lo enfatiza. El dijo que
no dará su gloria a otro, es decir, ningún otro Ser puede equipararse
en rango con Él (Isaías 42: 8). La peor tentación para todos los que
le sirven es tomar la gloria divina para sí mismos. Dios es quien
salva y sana, no nosotros. Somos sólo instrumentos en sus manos;
somos los violines, no el músico. Si transmitimos bendición, no
somos los bendecidores que aceptan adulación. Sin Él somos nada.
El tipo de conocimiento que Isaías tenía refrenaba cualquier
arrogancia. Isaías no trató de manipular a Dios, ni nosotros
debemos hacerlo. Invocar a Dios con fe confiada, eso es una cosa.
Pero otra muy diferente es la actitud de “¡Dígalo, y Dios lo hará!”
¿Qué creemos que somos? Dios no actúa a nuestro antojo y no está
tras bastidores esperando que lo llamemos al centro del escenario.
¿Podemos ofrecerle a Dios a alguien? ¿Podemos acaso ofrecer
más de Dios, o más del Espíritu Santo? Todos nosotros queremos lo
mejor que Dios tiene para nosotros. Pero el hecho es que lo mejor
de Dios es Él mismo, ese Ser amoroso. No se nos ocurre decir:
“Quiero más esposo o esposa, o más padre o madre, o más hijo o
hija.” Ellos son personas, no mercancía, y así ocurre con Dios.
“Más” de Dios sólo puede significar que Dios tenga más de
nosotros, más de nuestras vidas, de nuestra voluntad y nuestro
amor. Conocemos mejor su amor cuando lo amamos más.
Somos imperfectos pero Dios es nuestro dador de vida desde el
momento en que acudimos a Él; Él no se reserva nada. Dios no está
disponible en cantidades ni se mide por libras. No es algo que se
puede acumular o colectar, ni una posesión para agregar en nuestra
bodega. La visión que Isaías tuvo de Dios ciertamente no lo dejó
pensando en esos términos. Debemos desechar la pedantería de
nuestro vocabulario porque el hecho es que escuchamos a algunas
personas que ofrecen darnos más Espíritu Santo, o más Dios.
¿Pueden ellos dar tanto Dios como les plazca, como si estuvieran
pesando dulces o golosinas y entregándolas sobre el mostrador?
¿Es medible la majestad del Todopoderoso?
Algunos hablan de “un bautismo y muchas llenuras.” ¿Está Dios
en la persona del Espíritu Santo disponible como porciones de
postre? No se encuentra nada que sugiera tal cosa en las 140
menciones que de la “llenura” hace la Escritura. Cuando Dios se
“derrama” a sí mismo sobre nosotros, no es un elemento que rebosa
o se escapa como si fuéramos recipientes que gotean y que se
deben llenar de nuevo de tiempo en tiempo. Dios no se evapora ni
se gasta. La idea de un flujo y reflujo, o de altas y bajas en la
relación con Dios o con el Espíritu no está ni siquiera insinuada en la
Palabra de Dios. Nosotros podemos dar tumbos, pero Dios no. Él es
la roca inconmovible. El Espíritu de Dios es el Espíritu eterno por la
divina cualidad de su vida en nosotros.
A Efesios 5: 18 se le convirtió en un texto clave: “No se
emborrachen con vino que lleva al desenfreno. Al contrario, sean
llenos del Espíritu. ” Una interpretación es que tenemos la opción de
embriagarnos con vino o con el Espíritu. Esto no encaja bien con el
texto pues es el exceso de vino el que embriaga a la gente. No
existe la posibilidad de que lleguemos a tener demasiado de Dios.
Entonces, el significado que le han atribuido al versículo es que
podemos embriagarnos con el Espíritu. Admitamos que el efecto de
Dios puede hacernos dar tumbos o postrarnos. Pero este texto no
está equiparando el efecto de embriagarse con vino, con
embriagarse del Espíritu. Se debe entender como un contraste -no
como una analogía— en cuanto a los efectos del alcohol y del
Espíritu. El Espíritu no nos afecta negativamente como lo hace el
alcohol. La gente habla de “sentirse bien” con Dios en la forma en
que las drogas producen un estímulo. Pero eso suena sospechoso y
el texto griego no nos permite hacer esa interpretación. La
borrachera y la embriaguez no glorifican a Dios quien nos ha dado “
.. espíritu de poder; de amor y de dominio propio” (2a de Timoteo 1:
7), o una “mente equilibrada” como lo dice otra versión.
Al mismo versículo de Efesios lo citan como una exhortación a
buscar repetidas llenuras del Espíritu Santo señalando el significado
de “ser lleno.” El verbo en griego está en presente pasivo
imperativo, es decir, no es algo que nosotros hacemos sino que nos
hacen. Debemos cuidar que nos estén llenando, si bien no podemos
llenamos a nosotros mismos. Eso significa sencillamente que nos
mantenemos abiertos en un estado en el que el Espíritu Santo
pueda llenarnos constantemente, y en efecto Él lo hace. Sólo Él
puede hacerlo. Ese estado comienza con el bautismo del Espíritu.
Usted no puede ser lleno a menos que ya tenga algo de la
“sustancia” que lo va a llenar.
Esa es una verdad importante. Ser bautizado en el Espíritu no es
una experiencia de una vez y para siempre, ni tampoco es repetible.
No es que recibimos algo de Espíritu que nos dura por cierto tiempo
y luego tenemos que ir por una provisión adicional, como hacer
viajes regulares al supermercado. No hay tal cosa como “otro
Pentecostés.” El Espíritu Santo viene para quedarse. Él no viene en
una serie de visitas cortas antes de tomar una decisión final de
mudarse, o en varias cantidades; eso es más que tonto. Es una
parodia de la verdad.
El bautismo en agua se hace y se termina en cuestión de un
momento. El bautismo en el Espíritu es vitalmente diferente. Un
hombre puede bautizarnos en agua pero sólo Cristo Jesús nos
puede bautizar en el Espíritu. Ningún hombre tiene ese poder y ese
derecho. Siempre ha sido y sigue siendo la prerrogativa exclusiva y
divina de Jesús; sólo Él es el bautizador con el Espíritu.
Cuando somos bautizados en el Espíritu se abre la represa; es el
comienzo de un flujo sin fin que momento a momento entra en
nosotros como un río. Es el mismo efecto sin finque recibimos
cuando somos salvos. Podemos decir: Fui salvado, he sido salvado,
estoy siendo salvado, soy y seré salvo porque la vida que obra en
nosotros es eterna, es algo que no puede morir. La vida no puede
ser estática. La esencia de la vida es un proceso activo. El Espíritu
es como el viento que siempre sopla, o no sería viento.
La imposición de manos es bíblica. Jesús habla del ministerio
sanador de sus discípulos mediante la imposición de manos sobre
los enfermos (Marcos 16: 18). Fue una práctica común y se
menciona en muchos otros pasajes de la Escritura.10 Esta era la
acción de ‘impartir.” La sanidad generalmente ocurre cuando una
persona le ministra a otra. Impartimos conocimiento, la comprensión
de la Palabra y la verdad del evangelio que lleva salvación a
alguien. El diccionario define la acción de “impartir” sencillamente
como comunicar, otorgar algo y compartir. Esa es una descripción
de nuestro ministerio uno a uno.
Sin embargo, cuando imponemos manos para sanidad no la
“compartimos”; más aún, si nosotros mismos estamos enfermos. Es
cuestionable si decimos que “otorgamos” sanidad. La acción de
impartir se está considerando como una doctrina, es decir que las
bendiciones espirituales se pueden conferir y transmitirse de una
persona a otra por el toque de la mano. Este significado de “impartir”
no lo acepta la mayoría de los Pentecostales y Carismáticos. En el
lenguaje de la iglesia la imposición de manos no es un sacramento.
Los cristianos bautizados en el Espíritu hablan de ordenanzas pero
no de sacramentos. Las dos ordenanzas, el bautismo y la cena del
Señor, son actos físicos, no medios de impartir algo espiritual. Dios
los utiliza sólo cuando obra la fe. Un efecto espiritual sólo puede ser
producido por una causa espiritual: la oración y la fe en Dios.
La acción de “impartir” tiene otra faceta: impartir el Espíritu que
equivale a impartir a Dios. Nosotros debemos impartir ayuda, ánimo,
sabiduría y otros beneficios similares pues estamos en capacidad de
dar fortaleza y esperanza pero, ¿podemos impartir a Dios?
¿Podemos decirle a alguien: “Te doy el Espíritu”? ¿O, recibe el
Espíritu? ¿Es el Espíritu propiedad nuestra de manera que podamos
hacer con Él lo que queramos, y conferirlo a otras personas? ¿Es
Dios una pertenencia tan común y fácil de conseguir que podemos
pasarlo a otros por nuestra voluntad, y disponer de Él según nuestro
deseo? ¿Está Jehová, el gran “Yo Soy”, esperando que un
predicador lo dé a alguien? ¿Dios, el Todopoderoso, entrará aquí o
allá dirigido por un evangelista o un maestro bíblico? “¿Quién ha
dirigido al Espíritu del Señor? (Isaías 40: 13, NKJV).
Esta acción de impartir se expresa en cantos que hablan de querer
“más de Dios” o “más del Santo Espíritu. ” ¿A qué clase de Dios
conjuran tales expresiones? Dios pone sus bendiciones y sus dones
en nuestras manos para que las distribuyamos a otros, pero sólo a
voluntad de Él. No tenemos autoridad para eso. Jesús dijo: “Lo que
ustedes recibieron gratis, denlo gratuitamente” (Mateo 10: 8, NVI).
Pero nosotros no podemos darlo a nadie. ¿Dónde está nuestra
autoridad para dar “más de Dios”? Eso lo hace parecer como un
objeto. Dios es un Ser, una Persona, no un elemento, y ciertamente
no se somete a nuestras arrogantes instrucciones. Decir: “Te ordeno
que recibas el Espíritu Santo” es dar una orden a Dios, o por lo
menos convertirlo en un dictador.
No podemos dirigir a Dios, dárselo a nadie, ni dar fuego o poder
como dando limosnas, mucho menos “tocando” a la gente. Imponer
las manos para que alguien reciba fuego parece una acción de
bastante poder. El fuego espiritual es Dios mismo, no una llama que
cae de Dios. Es muy importante entender que Jesús, y solamente
Él, es el único bautizador con Espíritu Santo y fuego. El Espíritu
procede del Padre y del Hijo, y viene solamente en la gloria de su
voluntad. El Señor murió, resucitó y ascendió al Padre para
impartirnos el Espíritu y su fuego en un acto grandioso. No podemos
usurpar su santo oficio y conferirle el Espíritu y el fuego a alguien.
El bautismo en el Espíritu es la unción de Dios y no es transferible
por contacto físico. Tratar de hacer transferencia de bendiciones
espirituales imponiendo las manos o mediante gestos no es un acto
de fe sino superstición de vudú. Los apóstoles impusieron sus
manos sobre los samaritanos convertidos y éstos recibieron el
Espíritu Santo, pero ellos ya habían orado para que tal cosa
ocurriera (Hechos 8: 14 — 17). La imposición de manos no es una
acción de impartir sino un gesto de fe.
Todos hemos recibido el Espíritu y ninguno de nosotros es mayor
que otro en ese aspecto. Nadie tiene una cantidad extra de Espíritu
ni poder o fuego de repuesto para “compartir” con otros. Nuestro
aceite -como en el caso de las vírgenes- es para nuestra propia
lámpara, no para los demás (Mateo 25: 7 — 9).
La esposa de un profeta acudió a Elíseo y por instrucciones suyas
llenó todas las vasijas disponibles con aceite milagroso, pero ella
“cerró la puerta.” El aceite era de ella solamente (2o de Reyes 4: 3
— 7). Los mortales no tenemos la franquicia para dar a Dios por
cantidades a quienes deseemos. No podemos recibir a Dios de un
ser humano. Él no tiene agentes que lo distribuyan. Nuestra parte es
ministrar, enseñar, animar, orar unos por otros. Algunos ministran en
una posición especial, pero no con poder superior. Podemos
“sobrellevar los unos las cargas de los otros” (Gálatas 6: 2),
demostrar fe, animarnos en fe unos a otros, y transmitir esperanza
con la Palabra. Somos tan pequeños delante de Dios que las
diferencias entre nosotros apenas se notan.
Eso no quiere decir que seamos insignificantes o inútiles.
Obviamente veremos el fruto de nuestra labor. De hecho, al andar
humildemente delante de Dios somos poderosos en Él, derribamos
fortalezas (2a Corintios 10: 4), y llevamos con nosotros el poder del
evangelio del Espíritu Santo al mundo en esta “generación mala y
adúltera” (Mateo 12: 39). Eso significa que el equipo que Dios nos
ha dado está diseñado para nosotros solamente. Cada uno de
nosotros tiene un sector en el frente de batalla y nuestro
abastecimiento de Dios es directo y continuo. Él no depende de que
busquemos ayuda de terceros. Nuestro Capitán jamás perdió una
batalla y nunca le falló a alguno de sus soldados.
10 Marcos 6: 5; Lucas 4: 40; 13: 13; Hechos 6: 6; 8: 17 -18; 13: 3; 19: 6; 28: 8; Ia Timoteo
4: 14; Hebreos 6: 2.
Dios no nos dicta lo que debemos hacer
porque fuimos hechos a su imagen con
una Voluntad líbre. Él ha prometido
bendecir y prosperar lo que hagamos. No
existe promesa de que Dios tomará las
decisiones por nosotros. Lo que
hacemos lo hacemos por nuestra
voluntad, no por orden del Señor. Díos
no asume responsabilidad por lo que
nosotros hacemos.
Capítulo 14
11 Las palabras que Pablo utilizó para dones fueron pneumatika y charismata. Él prefirió
charismata pero a los Corintios les gustaba considerarse espirituales (pneuma), y utilizaban
expresiones tomadas de sus religiones misteriosas, de modo que Pablo les dio a las
palabras que les eran familiares o conocidas un significado cristiano para ayudarles a
entender.