Unidad 6. Efectos Patrimoniales Del Matrimonio
Unidad 6. Efectos Patrimoniales Del Matrimonio
Unidad 6. Efectos Patrimoniales Del Matrimonio
3- CONVENCIONES MATRIMONIALES
OBJETO
ARTÍCULO 446.- Objeto. Antes de la celebración del matrimonio los futuros cónyuges pueden hacer
convenciones que tengan únicamente los objetos siguientes:
a. la designación y avalúo de los bienes que cada uno lleva al matrimonio;
b. la enunciación de las deudas;
c. las donaciones que se hagan entre ellos;
d. la opción que hagan por alguno de los regímenes patrimoniales previstos en este Código.
Las convenciones matrimoniales pueden conceptualizarse como el contrato que celebran los cónyuges o
los futuros contrayentes, con el fin de regular cuestiones inherentes a sus relaciones económicas,
conforme las disposiciones del derecho positivo vigente. En virtud de ello, reconocen diversos objetos.
No son un instituto nuevo: el CC las admitía, aunque con un objeto muy reducido: las donaciones que se
efectuaran los futuros esposos y el inventario de los bienes que cada uno llevara al consorcio matrimonial.
ARTÍCULO 447.- Nulidad de otros acuerdos. Toda convención entre los futuros cónyuges sobre cualquier
otro objeto relativo a su patrimonio es de ningún valor.
FORMA
ARTÍCULO 448.- Forma. Las convenciones matrimoniales deben ser hechas por escritura pública antes de la
celebración del matrimonio, y sólo producen efectos a partir de esa celebración y en tanto el matrimonio
no sea anulado. Pueden ser modificadas antes del matrimonio, mediante un acto otorgado también por
escritura pública. Para que la opción del artículo 446 inciso d), produzca efectos respecto de terceros, debe
anotarse marginalmente en el acta de matrimonio.
La convención matrimonial surte efectos a partir del matrimonio y siempre que este no sea anulado: tal, la
finalidad de este tipo de acuerdos. Por ello, hasta la celebración del matrimonio, y por aplicación del
principio de libertad, los pretensos contrayentes pueden modificar cuantas veces quieran dichas
convenciones, siempre que respeten la formalidad que establece la norma: la escritura pública.
En virtud de la trascendencia que el contenido de las convenciones matrimoniales tienen—sean anteriores
o posteriores a la celebración del matrimonio—, por cuanto despliegan efectos no solo entre los cónyuges
respecto de terceros, el CCyC conserva el recaudo de mayor formalidad para reconocerle efectos: que sean
realizadas y/o modificadas por escritura pública.
La opción de régimen efectuada mediante convención matrimonial producirá efectos respecto de terceros
una vez anotada marginalmente en el acta de matrimonio. El CCyC opta por publicitar en el Registro de las
Personas, lo cual es lógico por cuanto la elección de régimen abarca una universalidad que contiene tanto
diversos bienes registrables —con diferente efecto traslativo según la naturaleza de cada uno— como
cosas y derechos no registrables, créditos y derechos inmateriales, por lo cual dicho Registro aparece como
el único capaz de concentrar la información y publicidad de ella.
La inscripción de la escritura en la que consta la opción del régimen patrimonial aplicable al matrimonio no
tiene carácter constitutivo ni perfecciona el acuerdo de los cónyuges, que es completo y perfecto desde
que otorgan la escritura pública.
MODIFICACIÓN: EFECTOS
ARTÍCULO 449.- Modificación de régimen. Después de la celebración del matrimonio, el régimen
patrimonial puede modificarse por convención de los cónyuges. Esta convención puede ser otorgada
después de un año
de aplicación del régimen patrimonial, convencional o legal, mediante escritura pública. Para que el
cambio de régimen produzca efectos respecto de terceros, debe anotarse marginalmente en el acta de
matrimonio.
Los acreedores anteriores al cambio de régimen que sufran perjuicios por tal motivo pueden hacerlo
declarar inoponible a ellos en el término de un año a contar desde que lo conocieron.
La elección del régimen patrimonial efectuada antes de la celebración del matrimonio, o con posterioridad
a aquella, es susceptible de ser modificada sujetándose a una serie de formalidades necesarias para dotar
de eficacia al cambio sin desatender los derechos de terceros.
En primer lugar, debe tratarse de una decisión conjunta, asumida por ambos cónyuges mayores de edad.
La imposición de este recaudo deviene de toda lógica, por cuanto no existen razones para imponer a uno
de los consortes el deseo del otro de mutar de régimen económico.
Luego, se establece un recaudo temporal: que haya transcurrido un año en el que se haya mantenido un
régimen. Este plazo debe computarse desde formalizada la escritura, no desde su inscripción marginal,
pues es al momento de suscribir aquella que los cónyuges han expresado su voluntad de modificación. El
tercer requisito alude a la inscripción en el acta matrimonial para que el cambio surta efectos ante
terceros.
De tal manera, el CCyC consagra la posibilidad de efectuar la elección del régimen que regirá las relaciones
económicas de los cónyuges (entre los regímenes admitidos: comunidad o separación), con carácter previo
a la celebración del matrimonio y también con posterioridad.
Por otra parte, nada obsta a que los integrantes de matrimonios celebrados con anterioridad
a la entrada en vigencia del CCyC, sometidos al régimen de comunidad por
tener aquel carácter de único, legal y forzoso, puedan hacer uso del derecho a mutar
de régimen, suscribiendo una convención en la que acuerden someterse al régimen de
separación de bienes, siempre que satisfagan los recaudos aludidos (antigüedad temporal
y mediante escritura pública). El cambio de régimen no requiere homologación ni
autorización judicial alguna.
En el caso de que los cónyuges opten por abandonar el régimen de comunidad de gananciales para
sujetarse al régimen de separación de bienes, se producirá la extinción de aquel (art. 475, inc. e, CCyC), que
deberá liquidarse y partirse (conf. art. 496 CCyC y ss.).
Y, reconociendo el Código, durante el periodo de indivisión postcomunitaria, la autonomía personal de los
cónyuges, estos podrán acordar, además de la opción por el régimen de separación, las reglas de
administración y disposición de los bienes gananciales e, incluso, prever su adjudicación sin necesidad de
homologación alguna. De tal modo, ingresarán como bienes personales al nuevo régimen de separación,
dado que la extinción de la comunidad no implica la liquidación del régimen patrimonial —que subsiste,
ahora
bajo otra modalidad—.
Cuando la situación sea a la inversa —es decir, se pase del sistema de separación de bienes al de
comunidad—, los acuerdos complementarios no serán necesarios, pues la separación de bienes no habrá
generado comunidad de bienes, y los bienes personales que cada cónyuge tenga se considerarán propios a
partir de la entrada en vigencia del régimen de comunidad de ganancias por el que optaron.
Se establecen dos requisitos para su validez: que se instrumenten mediante convención matrimonial (y,
como consecuencia de ello, mediante escritura pública) y que se celebre matrimonio válido (arts. 451 y 452
CCyC); y se determina que, a tales actos, serán aplicables las reglas propias del contrato de donación.
Las donaciones efectuadas mediante convención matrimonial solo tendrán efecto si aquel se celebra, por
tratarse de una donación sujeta a condición resolutoria; caso contrario, podrá solicitarse la restitución de
los bienes o erogaciones realizadas. Por ello, se impone distinguir tales donaciones de los simples
obsequios o presentes de uso que se inspiran en sentimientos (típico supuesto de las primeras podría
constituirlo un ajuar de enseres para la pareja; obsequios de uso podrían ser los bienes que los novios se
entregan por cumpleaños, aniversarios, pero que no involucran la intención de casarse).
Frente a la ruptura intempestiva del noviazgo, el CCyC es enfático en disponer el rechazo de los daños y
perjuicios derivados de tal hecho. Esta decisión surge diáfana del
art. 401 CCyC, que establece como principio general, en materia de esponsales, que la promesa de
matrimonio no es vinculante pero, de manera excepcional y por aplicación de los principios generales
recogidos en la parte general del Código, podrá generar efectos jurídicos en el caso de que se acredite
enriquecimiento sin causa o resulte factible la restitución de donaciones.
En esta Sección se plasma el principio de solidaridad familiar a través del establecimiento de un conjunto
de normas obligatorias, indisponibles para los cónyuges y aplicables con independencia del régimen que
regula las relaciones económicas de los consortes, es decir, sea que estén sometidos al régimen de
comunidad o al régimen de separación de bienes.
El matrimonio supone la existencia de lazos de solidaridad y colaboración entre sus integrantes, en aras de
asegurar una adecuada tutela hacia el grupo de sujetos que se encuentran unidos en forma directa o
indirecta, como fiel realización de los fines que el instituto plantea. El recorte en el espacio de libertad de
los cónyuges establecido en el conjunto de normas bajo esta Sección se encuentra plenamente justificado
en el interés
familiar que prima por sobre cualquier inquietud personal que aquellos pudieran albergar.
Como consecuencia de la tarea valorativa emprendida por los codificadores a fin de dosificar la autonomía
personal de los consortes (principio de libertad), junto al respeto de los derechos de los demás integrantes
del grupo (expresados en el principio de solidaridad responsabilidad familiar), el CCyC establece un límite
claro a través de las disposiciones contenidas en esta Sección, también denominado ”régimen primario”,
expresado a través de un catálogo de derechos y prohibiciones que representan un núcleo duro
indisponible para los cónyuges, y que están dirigidos a la protección y plena realización de los derechos
humanos de los integrantes del grupo familiar —e, incluso, de terceros ajenos a él—. Tales normas son
aplicables a cualquiera de los regímenes reconocidos por el derecho argentino, comunidad o separación de
bienes y, por representar un piso mínimo de protección de la familia, son también aplicables a las uniones
convivenciales (art. 520 CCyC).
Como consecuencia de la inderogabilidad de este conjunto de normas, cualquier convenio privado que las
contravenga carece de efecto alguno, con la excepción de aquellos casos en los que sea el mismo CCyC el
que autorice su realización, como cuando se admite la posibilidad de acordar las normas de gestión
durante la indivisión postcomunitaria, siempre que también se hubiera extinguido el vínculo matrimonial ,
desarrollo que se efectúa al glosar el art. 481 CCyC y ss.
DEBER DE CONTRIBUCIÓN
ARTÍCULO 455.- Deber de contribución. Los cónyuges deben contribuir a su propio sostenimiento, el del
hogar y el de los hijos comunes, en proporción a sus recursos. Esta obligación se extiende a las necesidades
de
los hijos menores de edad, con capacidad restringida, o con discapacidad de uno de los cónyuges que
conviven con ellos.
El cónyuge que no da cumplimiento a esta obligación puede ser demandado judicialmente por el otro para
que lo haga, debiéndose considerar que el trabajo en el hogar es computable como contribución a las
cargas.
La exigencia de la conformidad que debe prestar el cónyuge no enajenante a los efectos de la validez de los
actos que pretende llevar adelante su consorte supone una restricción a la libre disposición que cada uno
de los integrantes de la pareja tiene de su patrimonio, que encuentra plena justificación en la eficiente
protección de bienes absolutamente necesarios para lograr la realización personal de los integrantes del
núcleo familiar.
El CC contenía una figura tuitiva del hogar familiar que perseguía evitar que una actitud arbitraria del
cónyuge titular deje sin techo al resto del grupo familiar (art. 1277 CC). El conflicto entre el interés del
cónyuge titular que ostentaba un derecho “sobre” la cosa y la necesidad del no titular que invocaba un
derecho “a” la vivienda del grupo se resolvía a favor del segundo, priorizando la circunstancia fáctica de
habitación del hogar a la facultad jurídica de libre disponibilidad correspondiente al titular del derecho
patrimonial.
El CCyC consagra la protección de la vivienda familiar dentro del denominado “régimen primario”, aplicable
a cualquier régimen patrimonial del matrimonio, de tal modo tutela la vivienda que reconoce carácter
“ganancial”, la que es “propia” (hasta aquí, igual que el CC), al tiempo que ahora también extiende la
protección a la vivienda personal de cualquiera de los cónyuges bajo régimen de separación de bienes, y a
la vivienda —aun cuando fuere alquilada—.
Como en el CC, el CCyC mantiene la exigencia de la conformidad del cónyuge no titular del bien, a efectos
de dotar de validez a los actos que impliquen disponer de los derechos sobre la vivienda familiar. Tal
exigencia representa una restricción a la libre disposición que cada uno de los integrantes de la pareja
tiene de su patrimonio, que encuentra justificación en la protección de la vivienda familiar y de los enseres
indispensables que la componen. Pero el CCyC trae una gran innovación al abandonar el criterio
diferenciador entre actos
de disposición y de administración, y considera necesario el asentimiento para los actos que impliquen “la
disposición de derechos”, término comprensivo de todos los derechos reales y personales: venta, permuta,
donación, constitución de derechos reales de garantía o actos que impliquen desmembramiento del
dominio, y la locación.
La norma comprende el asentimiento del cónyuge no titular también para las promesas de los actos de
disposición (boleto de compraventa, conf. art. 470 CCyC). Aun cuando tal previsión legal se encuentre
contenida en el Capítulo relativo al régimen de comunidad, resulta razonable que sea aplicada también
para los actos de disposición de la vivienda familiar, cualquiera fuere el régimen patrimonial vigente en ese
matrimonio. La ausencia del asentimiento requerido trae aparejada la nulidad relativa del negocio
concluido sin aquel —vicio que podrá ser saneado por la confirmación del acto o por convalidación judicial
(autorizando la disposición del derecho)—.
La nulidad podrá ser demandada por el cónyuge no disponente dentro del plazo de seis meses de haber
tomado conocimiento del acto cuestionado, pero nunca más allá de los seis meses de concluido el régimen
matrimonial. Con el establecimiento de un plazo relativamente corto, se dota de certeza los derechos de
los terceros contratantes, sin descuidar el derecho del cónyuge no disponente de plantear su oposición al
negocio
concretado por su consorte.
ARTÍCULO 457.- Requisitos del asentimiento. En todos los casos en que se requiere el asentimiento del
cónyuge para el otorgamiento de un acto jurídico, aquél debe versar sobre el acto en sí y sus
elementos constitutivos.
ARTÍCULO 458.- Autorización judicial. Uno de los cónyuges puede ser autorizado judicialmente a
otorgar un acto que requiera el asentimiento del otro, si éste está ausente, es persona incapaz, está
transitoriamente
impedido de expresar su voluntad, o si su negativa
no está justificada por el interés de la familia. El acto otorgado con autorización judicial es oponible
al cónyuge sin cuyo asentimiento se lo otorgó, pero de él no deriva ninguna obligación personal a su
cargo.
Mediante la implementación del asentimiento conyugal para ciertos actos, la legislación pretende lograr
una apropiada protección hacia un conjunto de bienes que hacen a la esencia misma del grupo familiar. Sin
embargo, en ciertos casos, la aparición de circunstancias externas obstan a su otorgamiento, resultando
imposible contar con aquel.
Los supuestos previstos por la norma en los que resulte imposible su otorgamiento, no admiten ser
extendidos a otros diferentes a los explicitados, ni cuando existe negativa injustificada por parte del
cónyuge que debe prestarlo.
LIMITES AL MANDATO
ARTÍCULO 459.- Mandato entre cónyuges. Uno de los cónyuges puede dar poder al otro para representarlo
en el ejercicio de las facultades que el régimen matrimonial le atribuye, pero no para darse a sí mismo el
asentimiento en los casos en que se aplica el artículo 456. La facultad de revocar el poder no puede ser
objeto de limitaciones.
Excepto convención en contrario, el apoderado no está obligado a rendir
cuentas de los frutos y rentas percibidos.
La capacidad contractual de los cónyuges entre sí ha sido regulada en forma diversa por el CCyC,
distinguiendo según el régimen patrimonial al que se encuentren sometidos. Así, mientras los sujetos al
sistema de separación de bienes gozan de plena autonomía para celebrar cualquier tipo de contratos entre
sí, los consortes bajo el régimen de comunidad se encuentran sujetos a una inhabilidad contractual
especial
(art. 1002 CCyC), razón por la cual razón en el sistema jurídico vigente aquellos solo podrían constituir
“sociedades de cualquier tipo y las reguladas en la Sección IV”), (27) que socava, a no dudarlo, la estructura
de reconocimiento de la autonomía personal de los cónyuges sobre la que se edifica el CCyC.
En primer término, queda expresamente vedado que el objeto del mandato refiera al asentimiento
requerido para disponer los derechos sobre la vivienda familiar y/o sobre los enseres que la componen
(art. 456 CCyC), puesto que ello tornaría abstractas las disposiciones precedentes que reconocen la
facultad de control que se otorga al cónyuge no disponente, constituyendo una prohibición expresa que se
anticipa a cualquier discusión
que pudiera llegar a plantearse al respecto.
De otra parte, tampoco pueden acordar la irrevocabilidad del poder y, con ello, cualquier limitación a la
facultad de revocar el mandato oportunamente conferido, ya sea que se dirija a impedir en forma absoluta
dicha libertad, o bien que tienda a menguar o dificultar su concreción, a través del establecimiento de un
conjunto de condiciones que, en la práctica, representen eventuales trabas para dar por terminado el
mandato.
Se mantiene el principio de responsabilidad separada (vigente desde 1926 por imperio de la ley 11.357)
por las deudas contraídas por cada cónyuge —reiterado en las normas de la comunidad (art. 467 CCyC) y
en el régimen de separación (art. 505 CCyC)—, que encuentra justificación en el tipo de necesidades que
atiende.
Consecuente con el deber de contribución establecido en el art. 455 CCyC, esta norma admite como
excepción la responsabilidad solidaria de los cónyuges por las obligaciones contraídas por uno de ellos para
solventar las necesidades ordinarias del hogar o el sostenimiento y educación de los hijos comunes, o de
uno de los consortes que fuere menor o con capacidad restringida y que conviviera con el matrimonio.
Tratándose de un supuesto de solidaridad (pasiva) legal, podrá el acreedor exigir al deudor, a su cónyuge o
a ambos, simultánea o sucesivamente, la satisfacción de la totalidad de su crédito (art. 833 CCyC). Sin
perjuicio, claro, del derecho que le asiste al cónyuge no tomador de la deuda de requerir a quien la
contrajo la acción de regreso para obtener la contribución correspondiente (art. 840 CCyC).
La solidaridad pasiva de los cónyuges incorporada por el Código protege los derechos de los acreedores de
los consortes asegurando su pago y responde a un criterio de justicia y equidad, ya que extiende la
responsabilidad de ambos sobre todo su patrimonio, sin limitaciones.
Para dotar de validez a tales actos se requiere: que el cónyuge contratante ejerza la tenencia (no se exige
la posesión), que se trate de un negocio a título oneroso (quedando excluidas las disposiciones gratuitas),
que intervenga un tercero de buena fe, y que involucre a bienes no registrables.
Las excepciones al principio enunciado descansan sobre la naturaleza de los objetos del negocio, pues si el
negocio concertado por un cónyuge involucra muebles no registrables que componen los enseres vitales
del grupo familiar y/u objetos cuyo destino sea el uso personal, profesional o laboral del otro cónyuge,
aquel podrá demandar la nulidad del acto dentro del plazo de caducidad de seis meses que debe
computarse desde que fuera conocido el negocio, pero que no podrá extenderse más allá de seis meses de
extinguido el régimen patrimonial.
La ley 17.711 incorporó un sistema de control y conformidad del cónyuge no contratante respecto de los
bienes inmuebles y muebles registrables a efectos de garantizar el derecho a la ganancialidad, evitando la
extracción de bienes del haber comunitario.
Mas no estaban incluidos en este esquema los bienes muebles no registrables, los que podían ser
libremente negociados por aquel de los consortes que ejerciera la tenencia.
La norma anotada refuerza la tutela sobre los bienes muebles indispensables para el hogar (prevista en el
art. 456 CCyC) incluyendo a los objetos destinados al uso personal de los cónyuges, de su trabajo o
profesión, al tiempo que representa un enorme acierto por cuanto dota de protección a una clase de
bienes de fácil disposición y difícil control.