1615-Texto del artículo-5670-1-10-20220617
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Es fácil advertir el hilo conductor del libro: una y otra vez el autor deja en evidencia
los reiterados fracasos de la CIA. De esta forma, Weiner culmina con que las “mentiras”
que llevaron a EEUU a emprender la invasión de Irak en 2003 sólo son una corroboración
más de que la agencia aún no ha sido capaz de cumplir con los cometidos para los cuales
nació en julio de 1947. Sin embargo, justo es recalcar que hacia ese camino la CIA no
transitó por propia decisión pues la agencia pronto descubrió cuán peligroso era para sí
misma decirle al presidente norteamericano de turno lo que éste no quería escuchar (pp.
21, 282).
1
Departamento de Historia Americana, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, UdelaR.
Correo electrónico: [email protected]
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Para culminar, otro aspecto que se destaca como una constante en el libro es cuán
extendidas estaban la “ignorancia” y “arrogancia” de los propios norteamericanos respecto
de los países a dónde ellos llegaban con la intención de “quitar y poner reyes”, algo que
contribuyó decisivamente en muchos de los fracasos cosechados (pp. 91, 148, 220, 254,
486, 528, 540, 548).
Tanto como ello merece señalarse el acrecido número de las mismas: a modo de
ejemplo, Eisenhower aprobó 170 operaciones en 48 países y su sucesor, John F.
Kennedy, 163, con la salvedad de que este último sólo gobernó hasta noviembre de 1963
(pp. 91, 184). Tal sentimiento estaba tan profundamente arraigado en la cultura
presidencial norteamericana que inclusive Jimmy Carter –quien mientras era candidato
calificó a la CIA como una “vergüenza”- no descendió el número de acciones puestas en
marcha (p. 371).
Aunque es sabido que por su propia naturaleza el espionaje siempre implica algo
de juego sucio (p. 453), la investigación es reveladora de hasta qué punto ilegalidad,
mentira y tergiversación formaban parte de un modus vivendi más o menos aceptado por
varias generaciones de gobernantes, inspectores, agentes y demás funcionarios. Desde
el mismo inicio de la guerra fría todo era ilegal y las actividades desplegadas por los
espías en Europa y Asia –principales escenarios del conflicto bipolar- nunca obtuvieron
autorización del Congreso norteamericano.
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Cuando el reciente film de Robert De Niro –que por cierto contiene muy gruesos
errores- presentaba a los agentes de la CIA como falsos y manipuladores, un grupo de
historiadores de la agencia se reunió y discutió la película, preocupados por la difusión de
una imagen tan negativa.2 Sin embargo, en palabras de un ex agente entrevistado por
Weiner, “cosechamos un montón de mentiras” (p. 221). La sinceridad era imposible para
la CIA (p. 377) y, como en el libro se muestra, la agencia tuvo muchos problemas cuando
hubo de intentar convivir con un director que le exigió no mentir ni realizar actividades
ilegales: precisamente esa era su tarea y razón de ser (p. 431).
En el “patio trasero”
Los latinoamericanos hemos sido blanco habitualmente exitoso del accionar –no
tan sigiloso- del espionaje norteamericano y a la luz de lo sucedido recientemente en
Centroamérica –donde el presidente hondureño Manuel Zelaya fue expulsado del
gobierno y del país por parte de los militares-, la anterior afirmación encierra toda una
premonición.
2
Véase ROBARGE, David et al., “Intelligence in Recent Public Media, The Good Shepherd,” en Studies
in Intelligence 51:1 (2007). Disponible en: https://www.cia.gov/library/center-for-the-study-of-
intelligence/csi-publications/csi-studies/studies/vol51no1/the-good-shepherd.html. Accedido el 20 de julio
de 2009.
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(pp. 191-193, 286-288); aunque en otros casos –como los del dominicano Rafael L.
Trujillo (p. 176) o el líder africano Patrice Lumumba- ellos resultaran eficaces.
Por esas razones, la división latinoamericana era lo peor del servicio clandestino:
se trataba de puestos poco apetecibles no sólo para espías sino también para
diplomáticos, habitualmente castigados con nombramientos en el patio trasero (pp. 478-
479). Pese a ello no debe olvidarse que en la región la CIA habría de obtener “una de sus
mayores victorias en toda la guerra fría”: la captura y ejecución del Che Guevara que la
agencia monitoreó desde el terreno (p. 298).
3
Tan escasa consideración merecía la región para los soviéticos que la importante misión -hasta el
momento desconocida- de crear y controlar a ciertos partidos comunistas de países pro-
norteamericanos –por ejemplo el partido panameño- para por medio de ellos infiltrarse en Moscú produjo
muy magros resultados (pp. 293 y 630).
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Un renglón aparte merece la relación de la agencia con la prensa, algo que Weiner
describe con especial cuidado.
En ocasiones se trataba de vínculos muy cercanos, como sucedía con Henry Luce,
el hombre fuerte del poderoso grupo de medios que conformaban publicaciones como
Time, Life, Fortune, Selecciones de Reader’s Digest, Parade, etc. (p. 92). Paralelamente,
otras “empresas informativas” colaboraron con la CIA y entre la “lista parcial” que el autor
exhibe se encuentran CBS, NBC, ABC, Associated Press, United Press International,
Reuters y el Miami Herald (pp. 579-580).
Las afirmaciones del autor son motivadoras para quienes hemos incursionado en la
temática. Por ello, cuando Weiner relata el descubrimiento de un agente de enlace de la
CIA en El Cairo –que fungía como editor de un periódico que publicaba “noticias pro-
norteamericanas” (pp. 298-299)- resulta inevitable no traer a colación nombres como
Diego Luján (El País), Juan Delgado Reyes (La Mañana), Alceo Revello (El Día), José
Pedro Martínez Bersetche (Voz de la Libertad), Omar Ibargoyen, Plinio Torres (Movimiento
Antitotalitario del Uruguay), Víctor Dotti, etc. Todos ellos -connotados anticomunistas
locales-, ocupaban cargos de responsabilidad en los medios e instituciones mencionadas,
participando también de uno de los programas estables con que contaba la CIA
diariamente en CX 12 Radio Oriental y que se emitía a las 19:15 horas.5
Todo entonces indica que Uruguay formó parte de ese extenso castillo de naipes.
Sin embargo, no se trata de algo sencillo: sin saberlo, Emilio Frugoni y Arturo Ardao
participaron de sendas actividades detrás de las cuales estaba la CIA. El primero
presidiendo el Comité Uruguayo6 del Congreso por la Libertad de la Cultura y el segundo
asistiendo a una reunión académica celebrada en Milán en septiembre de 1955.7
Epílogo
4
Sobre ello véase STONORS SAUNDERS, Francis, La CIA y la guerra fría cultural (Madrid: Debate,
2001).
5
Por un análisis más extenso véase GARCÍA FERREIRA, Roberto, La CIA y los Medios en Uruguay. El
caso Arbenz (Montevideo: Amuleto, 2007), especialmente el capítulo 2, pp. 47-81.
6
Quien le publicó un pequeño libro. Véase FRUGONI, Emilio, Meditación americanista (Montevideo:
Comité Uruguayo del Congreso por la Libertad de la Cultura, 1959).
7
Marcha, 11/11/1955, “El porvenir de la libertad” por Arturo Ardao.
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Para finalizar, el libro también constituye todo un desafío para los historiadores
latinoamericanos dedicados a la guerra fría pues es en hechos relativos a América Latina
donde el autor desliza algunos errores; ¿quién dijo que Jacobo Arbenz
“emborrachándose” se dio cuenta que Estados Unidos estaba detrás del golpe? (p. 120);
interpretaciones por lo menos discutibles -¿por qué fue un “error fatal” la formación de un
grupo de defensa personal por parte de Allende? (p. 331) e insuficiencias propias de la
falta de investigación –una sola página sobre el golpe de la CIA en Brasil (p. 195) y
brevísimos párrafos relativos a la contrainsurgencia impulsada por Estados Unidos (p.
198).
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