La Utopía Hebrea (Selección) (2)
La Utopía Hebrea (Selección) (2)
La Utopía Hebrea (Selección) (2)
“Israel amaba a José más que a todos los demás hijos, por ser para él el hijo de
la ancianidad […] Vieron sus hermanos cómo le prefería su padre a todos sus
otros hijos, y le aborrecieron hasta el punto de no poder ni siquiera saludarle
[…]
Ellos le vieron de lejos, y antes que se les acercara, conspiraron contra él para
matarle […]
Entonces dijo Judá: «¿Qué aprovecha el que asesinemos a nuestro hermano y
luego tapemos su sangre? Venid vamos a venderle a los ismaelitas , pero no
pongamos la mano en él, porque es nuestro hermano, carne nuestra.» Y sus
hermanos asintieron […]
Vendieron a José a los ismaelitas por veinte piezas de plata, y éstos se llevaron
a José a Egipto” (Gn 37, 3-4. 18. 26-29).
“Estos son los nombres de los israelitas que entraron con Jacob en Egipto,
cada uno con su familia: Rubén, Simeón Leví, Judá, Isacar, Zabulón, Benjamín,
Dan, Neftalí, Gad y Aser. El número de los descendientes de Jacob era de
setenta personas. José estaba ya en Egipto. Murió José, y todos sus hermanos,
y toda aquella generación; pero los israelitas fueron fecundos y se
multiplicaron; llegaron a ser muy numerosos y fuertes y llenaron el país.
“Se alzó en Egipto un nuevo rey, que nada sabía de José; y que dijo a su
pueblo: «Mirad, los israelitas son un pueblo más numeroso y fuerte que
nosotros. Tomemos precauciones contra él para que no siga multiplicándose,
no sea que en caso de guerra se una también él a nuestros enemigos para
luchar contra nosotros y salir del país». Les impusieron pues, capataces para
aplastarlos bajo el peso de duros trabajos; y así edificaron para Faraón las
ciudades de depósito: Pitom y Ramsés. Pero cuanto más les oprimían, tanto
más crecían y se multiplicaban, de modo que los egipcios llegaron a temer a
los israelitas. Y redujeron a cruel servidumbre a los israelitas, les amargaron
la vida con rudos trabajos de arcilla y ladrillos, con toda suerte de labores del
campo y toda clase de servidumbre que les imponían por crueldad” (Ex. 1, 1-
13).
“Yahveh tu Dios cambiará tu suerte […] Te llevará otra vez a la tierra poseída
por tus padres, para que también tú la poseas, te hará feliz y te multiplicará
más que a tus padres […]
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“Yahveh tu Dios te hará prosperar en todas tus obras, en el fruto de tus
entrañas, el fruto de tu ganado y el fruto de tu suelo. Porque de nuevo se
complacerá Yahveh en tu felicidad” (Dt. 30, 3. 5. 9).
“Amarás a Yahveh tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda
tu fuerza” (Dt. 6, 5).
“La tierra no puede venderse para siempre, porque la tierra es mía, ya que
vosotros sois para mí como forasteros y huéspedes. En todo terreno de vuestra
propiedad concederéis derecho a rescatar la tierra. Si se empobrece tu
hermano y vende algo de su propiedad, su goel más cercano vendrá y
rescatará lo vendido por su hermano. Si alguno no tiene goel, adquiera por sí
mismo recursos suficientes para su rescate […] Pero si no halla lo suficiente
para recuperarla, lo vendido quedará en poder del comprador hasta el año
jubilar, y en el jubileo quedará libre; y el vendedor volverá a su posesión” (Lv.
25, 23-26. 28).
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“Cada siete años harás remisión. En esto consiste la remisión. Todo acreedor
que posea una prenda personal obtenida de su prójimo, le hará remisión: no
apremiará a su prójimo ni a su hermano” (Dt. 15, 1-2).
“Cierto que no debería haber ningún pobre junto a ti, porque Yahveh te
otorgará su bendición en la tierra que Yahveh tu Dios te da en herencia para
que la poseas, pero sólo si escuchas de verdad la voz de Yahveh tu Dios
cuidando de poner en práctica todos estos mandamientos que yo te prescribo
hoy […]
Si hay junto a ti algún pobre de entre tus hermanos, en alguna de las ciudades
de tu tierra que Yahveh tu Dios te da, no endurecerás tu corazón ni cerrarás
tu mano a tu hermano pobre, sino que le abrirás tu mano y le prestarás lo que
necesite para remediar su indigencia […] Pues no faltarán pobres en esta
tierra; por eso te doy yo este mandamiento: debes abrir tu mano a tu
hermano, a aquel de los tuyos que es indigente y pobre en tu tierra” (Dt. 15, 4-
5, 7-8 y 11).
“Coré, hijo de Yishar, hijo de Quehat, hijo de Leví, Datón y Abirón, hijos de
Eliab, y On, hijo de Pélet, hijos de Rubén, […] se alzaron contra Moisés junto
con doscientos cincuenta israelitas, principales de la comunidad, distinguidos
en la asamblea, personajes famosos. Se amotinaron contra Moisés y Aarón y
les dijeron: «Esto ya pasa de la raya. Toda la comunidad entera, todos ellos
están consagrados y Yahveh está en medio de ellos. ¿Por qué, pues, os
encumbráis por encima de la asamblea de Yahveh? […] ¿Te parece poco […]
hacernos morir en el desierto, que todavía te eriges como príncipe sobre
nosotros?» (Nm 16, 1-3, 13).
“Cuando todo Israel supo que Jeroboam había vuelto, enviaron a llamarle a la
asamblea y le hicieron rey sobre todo Israel; no hubo quien siguiera a la casa
de David [Roboam], aparte sólo la tribu de Judá [y Benjamín]” (1 R 12, 20).
“El rey de Asiria subió por toda la tierra, llegó a Samaría y la asedió durante
tres años. El año noveno de Oseas, el rey de Asiria tomó Samaría y deportó a
los israelitas a Asiria […]
“Esto sucedió porque los israelitas habían pecado contra Yahveh su Dios, que
los había hecho subir de la tierra de Egipto […] y había reverenciado a otros
dioses […] Yahveh advertía a Israel y Judá por boca de todos los profetas […]
Pero ellos no escucharon y endurecieron sus cervices […] Despreciaron sus
decretos y la alianza que hizo con sus padres y las advertencias que les hizo,
caminando en pos de vanidades […] Abandonaron todos los mandamientos de
Yahveh su Dios […]
“Tampoco Judá guardó los mandamientos de Yahveh su Dios” (2 R 17, 5-7. 13.
15-16. 19).
“El espíritu del Señor Yahveh está sobre mí, por cuanto que me ha ungido
Yahveh. A anunciar la buena nueva a los pobres me ha enviado, a vendar los
corazones rotos; a pregonar a los cautivos la liberación, y a los reclusos la
libertad; a pregonar año de gracia de Yahveh, día de venganza de nuestro
Dios; para consolar a todos los que lloran, para darles diadema en vez de
ceniza, aceite de gozo en vez de vestido de luto, alabanza en vez de espíritu
abatido” (Is. 61, 1-3).
“Más tú, Belén Efratá [la ciudad de David], aunque eres la menor entre las
familias de Judá, de ti me ha de salir aquel que ha de dominar en Israel […]
“Él se alzará y pastoreará con el poder de Yahveh, con la majestad del nombre
de Yahveh su Dios.
Se asentarán bien, porque entonces se hará él grande hasta los confines de la
tierra” (Mi 5, 1. 3).
“Al fin será derramado desde arriba sobre nosotros espíritu. Se hará la estepa
un vergel, y el vergel será considerado como selva. Reposará en la estepa la
equidad, y la justicia morará en el vergel; el producto de la justicia será la
paz, el fruto de la equidad, una seguridad perpetua. Y habitará mi pueblo en
albergue de paz, en moradas seguras y en posadas tranquilas” (Is. 32, 15-18).
“Oh, todos los sedientos, id por agua, y los que no tenéis plata, venid,
comprad y comed, sin plata, y sin pagar, vino y leche […] Pues voy a
firmar con vosotros una alianza eterna: las amorosas y fieles promesas hechas
a David. Mira que por testigo de las naciones le he puesto, caudillo y
legislador de las naciones” (Is. 55, 1. 3-4).
“He aquí que yo creo cielos nuevos y tierra nueva, y no serán mentados los
primeros ni vendrán a la memoria” (Is. 65, 17).
“Ya no habrá [en la tierra] nobles que proclamen la realeza, y todos sus
príncipes serán aniquilados. En sus alcázares crecerán espinos, ortigas y
cardos en sus fortalezas; será morada de chacales y dominio de avestruces”
(Is. 34, 12-13).
“El Reino de Dios viene sin dejarse sentir. Y no dirán: ‘Vedlo aquí o allá’,
porque el Reino de Dios ya está entre vosotros” (Lc. 17, 20-21).
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tomo una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó
todo»” (Lc. 13, 18-21).
“Vosotros sois la sal de la tierra […] Vosotros sois la luz del mundo” (Mt. 5, 13-
14).
“Sabéis que los jefes de las naciones las dominan como señores absolutos, y
los grandes las oprimen con su poder. No ha de ser así entre vosotros, sino
que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y
el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro esclavo” (Mt. 20, 24-
27).
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“Y alrededor de la hora nona clamó Jesús con fuerte voz: «¡Dios mío, Dios mío;
¿por qué me has abandonado?» […] Y dando de nuevo un fuerte grito, exhaló
el espíritu” (Mt. 27, 46.50).
“Y vi surgir del mar una Bestia [el Imperio Romano] que tenía diez cuernos y
siete cabezas y en sus cuernos diez diademas […] Y se postraron ante el
Dragón [el Demonio], porque había dado el poderío a la Bestia y se postraron
ante la Bestia diciendo: «¿Quién como la Bestia? ¿Y quién puede luchar contra
ella? […] Vi luego otra Bestia [la ideología imperial] y tenía dos cuernos como
de cordero, pero hablaba como una serpiente. Ejerce todo el poder de la
primera Bestia en servicio de ésta, haciendo que la tierra y sus habitantes
adoren a la primera Bestia»” (Ap. 13, 1.4.11-12).
“Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus
posesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos, según la necesidad
de cada uno […] La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y
una sola alma. Nadie llamaba suyo a sus bienes, sino que todo era en común
entre ellos […] No había entre ellos ningún necesitado, porque todos los que
poseían campos o casas los vendían, traían el importe de la venta, y lo ponían
a los pies de los apóstoles, y se repartía a cada uno según su necesidad”
(Hch. 2, 44 y 4, 32 y 34-35).
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