La Utopía Hebrea (Selección) (2)

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La utopía hebrea

1) El pueblo hebreo desde Abraham hasta el cautiverio en Egipto


“Yahveh dijo a Abram: «Vete de tu tierra, y de tu patria, y de la casa de tu
padre, a la tierra que yo te mostraré. De ti haré una nación grande y te
bendeciré. Engrandeceré tu nombre; y sé tú una bendición. Bendeciré a
quienes te bendigan y maldeciré a quienes te maldigan. Por ti se bendecirán
todos los linajes de la tierra»
“Marchó, pues, Abram, como se lo había dicho Yahveh, y con él marchó Lot.
Tenía Abram setenta y cinco años cuando salió de Jarán. Tomó Abram a Saray,
su mujer, y a Lot, hijo de su hermano, con toda la hacienda que habían
logrado, y el personal que habían adquirido en Jarán, y salieron para dirigirse
a Canaán.
“Llegaron a Canaán, y Abram atravesó el país hasta el lugar sagrado de
Siquem, hasta la encina de Moré. Por entonces estaban los cananeos en el
país. Yahveh se apareció a Abram y le dijo: «A tu descendencia he de dar
esta tierra». Entonces el edificó allí un altar a Yahveh que se le había
aparecido […]
“Dijo Yahveh a Abram, después que Lot se separó de él: «Alza tus ojos y mira
desde el lugar en donde estás hacia el norte, el mediodía, el oriente y el
poniente. Pues bien, toda la tierra que ves te la daré a ti y a tu descendencia
por siempre. Haré tu descendencia como el polvo de la tierra: tal que si
alguien puede contar el polvo de la tierra, también podrá contar tu
descendencia. Levántate, recorre el país a lo largo y a lo ancho, porque a ti te
lo he de dar». […]
Cayó Abram rostro en tierra, y Dios le habló así: «Por mi parte he aquí mi
alianza contigo: serás padre de una muchedumbre de pueblos. No te llamarás
más Abram, sino que tu nombre será Abraham, pues padre de muchedumbre
de pueblos te he constituido. Te haré fecundo sobremanera, te convertiré en
pueblos, y reyes saldrán de ti. Y estableceré mi alianza entre nosotros dos, y
con tu generación después de ti, de generación en generación: una alianza
eterna, de ser yo el Dios tuyo y el de tu posteridad. Yo te daré a ti y a tu
posteridad la tierra en que andas como peregrino, todo el país de Canaán, en
posesión perpetua, y yo seré el Dios de los tuyos».
Dijo Dios a Abraham: «Guarda, pues, mi alianza, tú y tu posteridad, de
generación en generación. Esta es mi alianza que habéis de guardar entre yo
y vosotros –también tu posteridad–: Todos vuestros varones serán
circuncidados. Os circuncidaréis la carne del prepucio, y eso será la señal de
la alianza entre yo y vosotros» […]
Dijo Dios a Abraham: «A Saray, tu mujer, no la llamarás más Saray, sino que
su nombre será Sara [madre de reyes]. Yo la bendeciré, y de ella también te
daré un hijo. La bendeciré, y se convertirá en naciones: reyes de pueblos
procederán de ella». Abraham cayó rostro en tierra y se echó a reír, diciendo
en su interior: «¿A un hombre de cien años va a nacerle un hijo? ¿Y Sara, a sus
noventa años, va a dar a luz?» […]
“Yahveh visitó a Sara como lo había dicho, e hizo Yahveh por Sara lo que
había prometido. Concibió Sara y dio a Abraham un hijo en su vejez, en el
plazo predicho por Dios. Abraham puso al hijo que le había nacido y que le
trajo Sara el nombre de Isaac […]
“Esta es la historia de Isaac, hijo de Abraham.
“Abraham engendró a Isaac. Tenía Isaac cuarenta años cuando tomó por
mujer a Rebeca […] Isaac suplicó a Yahveh en favor de su mujer, pues era
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estéril, y Yahveh le fue propicio, y concibió su mujer Rebeca […]
Cumpliéronsele los días de dar a luz, y resultó que había dos mellizos en su
vientre. Salió el primero, rubicundo todo él, como una pelliza de zalea, y le
llamaron Esaú. Después salió su hermano, cuya mano agarraba el talón de
Esaú, y se le llamó Jacob […]
“Dijo el otro: «¿Cuál es tu nombre?» — «Jacob.» — «En adelante no te
llamarás Jacob sino Israel […]»
“Los hijos de Jacob fueron doce. Hijos de Lía: el primogénito de Jacob, Rubén;
después Simeón, Leví, Judá, Isacar y Zabulón. Hijos de Raquel: José y
Benjamín. Hijos de Bilhá, la esclava de Raquel: Dan y Neftalí. Hijos de Zilpá,
la esclava de Lía: Gad y Aser […]
“Jacob, por su parte, se estableció en el que fue país residencial de su padre,
el país de Canaán” (Gn 12, 1-7; 13, 14-17; 17, 3-10 y 15-17; 21, 1-3; 25, 19-21
y 24-26; 32, 28-29; 35, 22-26 y 37,1).

“Israel amaba a José más que a todos los demás hijos, por ser para él el hijo de
la ancianidad […] Vieron sus hermanos cómo le prefería su padre a todos sus
otros hijos, y le aborrecieron hasta el punto de no poder ni siquiera saludarle
[…]
Ellos le vieron de lejos, y antes que se les acercara, conspiraron contra él para
matarle […]
Entonces dijo Judá: «¿Qué aprovecha el que asesinemos a nuestro hermano y
luego tapemos su sangre? Venid vamos a venderle a los ismaelitas , pero no
pongamos la mano en él, porque es nuestro hermano, carne nuestra.» Y sus
hermanos asintieron […]
Vendieron a José a los ismaelitas por veinte piezas de plata, y éstos se llevaron
a José a Egipto” (Gn 37, 3-4. 18. 26-29).

“Estos son los nombres de los israelitas que entraron con Jacob en Egipto,
cada uno con su familia: Rubén, Simeón Leví, Judá, Isacar, Zabulón, Benjamín,
Dan, Neftalí, Gad y Aser. El número de los descendientes de Jacob era de
setenta personas. José estaba ya en Egipto. Murió José, y todos sus hermanos,
y toda aquella generación; pero los israelitas fueron fecundos y se
multiplicaron; llegaron a ser muy numerosos y fuertes y llenaron el país.
“Se alzó en Egipto un nuevo rey, que nada sabía de José; y que dijo a su
pueblo: «Mirad, los israelitas son un pueblo más numeroso y fuerte que
nosotros. Tomemos precauciones contra él para que no siga multiplicándose,
no sea que en caso de guerra se una también él a nuestros enemigos para
luchar contra nosotros y salir del país». Les impusieron pues, capataces para
aplastarlos bajo el peso de duros trabajos; y así edificaron para Faraón las
ciudades de depósito: Pitom y Ramsés. Pero cuanto más les oprimían, tanto
más crecían y se multiplicaban, de modo que los egipcios llegaron a temer a
los israelitas. Y redujeron a cruel servidumbre a los israelitas, les amargaron
la vida con rudos trabajos de arcilla y ladrillos, con toda suerte de labores del
campo y toda clase de servidumbre que les imponían por crueldad” (Ex. 1, 1-
13).

2) El pueblo de Israel desde la liberación de Egipto hasta la llegada a


la “tierra prometida”
a) La promesa de liberación a Moisés
“Moisés era pastor del rebaño de Jetró su suegro, sacerdote de Madián. Una
vez llevó las ovejas más allá del desierto; y llegó hasta Horeb, la montaña de
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Dios. El ángel de Yahveh se le apareció en forma de llama de fuego, en medio
de una zarza. Vio que la zarza no se consumía. Dijo, pues, Moisés: «Voy a
acercarme para ver este extraño caso: por qué no se consume la zarza».
Cuando vio Yahveh que Moisés se acercaba para mirar, le llamó de en medio
de la zarza, diciendo: «¡Moisés, Moisés!». Él respondió: «Heme aquí». Le dijo:
«No te acerques aquí; quita las sandalias de tus pies, porque el lugar en que
estás es tierra sagrada». Y añadió: «Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de
Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob». Moisés se cubrió el rostro,
porque temía ver a Dios.
“Dijo Yahveh: «Bien vista tengo la aflicción de mi pueblo en Egipto, y he
escuchado su clamor en presencia de sus opresores; pues ya conozco sus
sufrimientos. He bajado para librarle de la mano de los egipcios y para
subirle de esta tierra a una tierra buena y espaciosa; a una tierra que
mana leche y miel […] Así, pues, el clamor de los israelitas ha llegado hasta
mí y he visto además la opresión con que los egipcios los oprimen».
“«Ve y reúne a los ancianos de Israel, y diles: ‘Yahveh, el Dios de vuestros
padres, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, se me apareció y me dijo: Yo
os he visitado y he visto lo que os han hecho en Egipto. Y he decidido sacaros
de la tribulación de Egipto […] Ellos escucharán tu vez, y tú irás con los
ancianos de Israel donde el rey de Egipto; y le diréis: ‘Yahveh, el Dios de los
hebreos, se nos ha aparecido. Permite, pues, que vayamos camino de tres días
al desierto, para ofrecer sacrificios a Yahveh, nuestro Dios’. Ya sé que el rey
de Egipto no os dejará ir sino forzado por mano poderosa. Pero yo extenderé
mi mano y heriré a Egipto con toda suerte de prodigios que obraré en medio
de ellos y después os dejará salir».
“«Yo soy Yahveh. Yo os libertaré de los duros trabajos de los egipcios, os
libraré de su esclavitud y os salvaré con brazo tenso y castigos grandes. Yo os
haré mi pueblo y seré vuestro Dios y sabréis que Yo soy Yahveh, vuestro Dios,
que os sacaré de la esclavitud de Egipto. Yo os introduciré en la tierra que he
jurado dar a Abraham, a Isaac, y a Jacob, y os la daré en herencia. Yo,
Yahveh»” (Ex. 3, 1-8. 9 y 16-20 y 6, 5-8).

“Cuando paséis el Jordán hacia el país de Canaán, arrojaréis delante de


vosotros a todos los habitantes del país. Destruiréis todas sus imágenes
pintadas, destruiréis sus estatuas de fundición, saquearéis todos sus altos. Os
apoderaréis de la tierra y habitaréis en ella, pues os doy a vosotros todo el
país en propiedad. Repartiréis la tierra a suerte entre vuestros clanes […]
Haréis el reparto por tribus paternas. Pero si no expulsáis delante de vosotros
a los habitantes del país, los que dejéis se os convertirán en espinas de
vuestros ojos y en aguijones de vuestros costados y os oprimirán en el país en
que vais a habitar” (Nm 33, 51-55).

“Yahveh tu Dios te conduce a una tierra buena, tierra de torrentes, de fuentes


y hontanares que manan en los valles y en las montañas, tierra de trigo y de
cebada, de viñas, higueras y granados, tierra de olivares, de aceite y de miel,
tierra donde el pan que comas no te será racionado y donde no carecerás de
nada; tierra donde las piedras tienen hierro y de cuyas montañas extraerás el
bronce. Comerás hasta hartarte, y bendecirás a Yahveh tu Dios en esa tierra
buena que te ha dado” (Dt. 8, 7-10).

“Yahveh tu Dios cambiará tu suerte […] Te llevará otra vez a la tierra poseída
por tus padres, para que también tú la poseas, te hará feliz y te multiplicará
más que a tus padres […]
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“Yahveh tu Dios te hará prosperar en todas tus obras, en el fruto de tus
entrañas, el fruto de tu ganado y el fruto de tu suelo. Porque de nuevo se
complacerá Yahveh en tu felicidad” (Dt. 30, 3. 5. 9).

b) Exigencias de Yahveh a su pueblo: la Ley


“Cumplid mis preceptos; guardad mis normas y cumplidlas; así viviréis
seguros en esta tierra. Y la tierra dará su fruto, y comeréis hasta saciaros; y
habitaréis seguros en ella” (Ex. 25, 18-19).

“Amarás a Yahveh tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda
tu fuerza” (Dt. 6, 5).

“Yo soy Yahveh tu Dios, que te he sacado de Egipto, de la casa de


servidumbre. No habrá para ti otros dioses delante de mí. No te harás
escultura ni imagen alguna, ni de lo que hay arriba en los cielos, ni de lo que
hay abajo en la tierra, ni de lo que hay debajo de la tierra. No te postrarás
ante ellas ni les darás culto. Porque yo, Yahveh tu Dios soy un Dios celoso”
(Dt. 5, 6-9).

“No hurtaréis; no mentiréis ni os defraudaréis unos a otros […] No oprimirás a


tu prójimo, ni lo despojarás […] Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Lv.
19, 11. 13. 18).

“Honra a tu padre y a tu madre […] No matarás. No cometerás adulterio. No


robarás. No darás testimonio falso contra tu prójimo. No desearás la mujer de
tu prójimo, no codiciarás su casa, su campo, su siervo o su sierva, su buey o su
asno: nada que sea de tu prójimo” (Dt. 5, 16-21).

“No maltratarás al forastero, ni le oprimirás, pues forasteros fuisteis vosotros


en el país de Egipto. No vejarás a viuda ni a huérfano. Si le vejas y clama a mí,
no dejaré de oír su clamor” (Ex. 22, 20-21).

“Cuando un forastero resida junto a ti, en vuestra tierra, no le molestéis. Al


forastero que reside junto a vosotros, le miraréis como a uno de vuestro
pueblo y lo amarás como a ti mismo; pues forasteros fuisteis vosotros en la
tierra de Egipto” (Lv. 19, 33).

“Si tu hermano se empobrece […] no tomarás de él interés ni usura […] No le


darás por interés tu dinero ni le darás tus víveres a usura” (Lv. 25, 35-37).

“La tierra no puede venderse para siempre, porque la tierra es mía, ya que
vosotros sois para mí como forasteros y huéspedes. En todo terreno de vuestra
propiedad concederéis derecho a rescatar la tierra. Si se empobrece tu
hermano y vende algo de su propiedad, su goel más cercano vendrá y
rescatará lo vendido por su hermano. Si alguno no tiene goel, adquiera por sí
mismo recursos suficientes para su rescate […] Pero si no halla lo suficiente
para recuperarla, lo vendido quedará en poder del comprador hasta el año
jubilar, y en el jubileo quedará libre; y el vendedor volverá a su posesión” (Lv.
25, 23-26. 28).

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“Cada siete años harás remisión. En esto consiste la remisión. Todo acreedor
que posea una prenda personal obtenida de su prójimo, le hará remisión: no
apremiará a su prójimo ni a su hermano” (Dt. 15, 1-2).

“Cuando cosechéis la mies de vuestra tierra, no siegues hasta el borde de tu


campo, ni espigues los restos de tu mies. Tampoco harás rebusco de tu viña,
ni recogerás de tu huerto los frutos caídos; los dejarás para el pobre y el
forastero” (Lv. 19, 9-10).

“Cierto que no debería haber ningún pobre junto a ti, porque Yahveh te
otorgará su bendición en la tierra que Yahveh tu Dios te da en herencia para
que la poseas, pero sólo si escuchas de verdad la voz de Yahveh tu Dios
cuidando de poner en práctica todos estos mandamientos que yo te prescribo
hoy […]
Si hay junto a ti algún pobre de entre tus hermanos, en alguna de las ciudades
de tu tierra que Yahveh tu Dios te da, no endurecerás tu corazón ni cerrarás
tu mano a tu hermano pobre, sino que le abrirás tu mano y le prestarás lo que
necesite para remediar su indigencia […] Pues no faltarán pobres en esta
tierra; por eso te doy yo este mandamiento: debes abrir tu mano a tu
hermano, a aquel de los tuyos que es indigente y pobre en tu tierra” (Dt. 15, 4-
5, 7-8 y 11).

“Coré, hijo de Yishar, hijo de Quehat, hijo de Leví, Datón y Abirón, hijos de
Eliab, y On, hijo de Pélet, hijos de Rubén, […] se alzaron contra Moisés junto
con doscientos cincuenta israelitas, principales de la comunidad, distinguidos
en la asamblea, personajes famosos. Se amotinaron contra Moisés y Aarón y
les dijeron: «Esto ya pasa de la raya. Toda la comunidad entera, todos ellos
están consagrados y Yahveh está en medio de ellos. ¿Por qué, pues, os
encumbráis por encima de la asamblea de Yahveh? […] ¿Te parece poco […]
hacernos morir en el desierto, que todavía te eriges como príncipe sobre
nosotros?» (Nm 16, 1-3, 13).

3) Desde la monarquía a la promesa mesiánica


“Se reunieron, pues, todos los ancianos de Israel y se fueron donde Samuel a
Ramá, y le dijeron: «Mira, tú te has hecho viejo y tus hijos no siguen tu
camino. Pues bien, ponnos un rey para que nos juzgue, como todas las
naciones». Disgustó a Samuel que dijeran: «Danos un rey para que nos
juzgue» e invocó a Yahveh. Pero Yahveh dijo a Samuel: «Haz caso a todo lo
que el pueblo te dice. Porque no te han rechazado a ti, me han rechazado a
mí, para que no reine sobre ellos […] Pero les advertirás claramente y les
enseñarás el fuero del rey que va a reinar sobre ellos».
“Samuel repitió todas estas palabras de Yahveh al pueblo que le pedía un rey,
diciendo: «He aquí el fuero del rey que va a reinar sobre vosotros. Tomará
vuestros hijos y los destinará a sus carros y a sus caballos y tendrás que
correr delante de su carro. Los empleará como jefes de mil y jefes de
cincuenta; les hará labrar sus campos, segar su cosecha, fabricar sus armas
de guerra y los arreos de sus carros. Tomará vuestras hijas para perfumistas,
cocineras y panaderas. Tomará vuestros campos, vuestras viñas y vuestros
mejores olivares y se los dará a sus servidores. Tomará el diezmo de vuestros
cultivos y vuestras viñas para dárselo a sus eunucos y a sus servidores.
Tomará vuestros criados y criadas, y vuestros mejores bueyes, asnos y les
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hará trabajar para él. Sacará el diezmo de vuestros rebaños y vosotros mismos
seréis sus esclavos»” (1 Sam. 8, 5-7.9 y 10-17).
“Tomó Samuel el cuerno de aceite y lo derramó sobre la cabeza de Saúl, y
después le besó diciendo: «¿No es Yahveh quien te ha ungido como jefe de su
pueblo Israel? Tu regirás al pueblo de Yahveh y le librarás de la mano de los
enemigos que le rodean. Y ésta será para ti la señal de que Yahveh te ha
ungido como caudillo de su heredad» […]
Fue todo el pueblo a Guilgal, y allí en Guilgal, proclamaron rey a Saúl delante
de Yahveh, ofreciendo allí sacrificios de comunión delante de Yahveh; y Saúl y
todos los israelitas se alegraron en extremo” (1 Sam 10, 1 y 11, 13).

“Después de esto, consultó David a Yahveh diciendo: «¿Debo subir a alguna de


las ciudades de Judá?» Yahveh le respondió: «Sube.» David le preguntó: «¿A
cuál subiré?» «A Hebrón», respondió. Subió allí David […] Llegaron los
hombres de Judá y ungieron allí a David como rey sobre la casa de Judá […]
“Vinieron todas las tribus de Israel donde David a Hebrón y le dijeron: «Mira,
hueso tuyo y carne tuya somos nosotros. Ya de antes, cuando Saúl era nuestro
rey, eras tú el que dirigías las entradas y salidas de Israel. Yahveh te ha dicho:
Tú apacentarás a mi pueblo Israel, tú serás el caudillo de Israel.» Vinieron,
pues, todos los ancianos de Israel donde el rey, A Hebrón. El rey David hizo un
pacto con ellos en Hebrón, en presencia de Yahveh, y ungieron a David como
rey de Israel.” (2 Sam 2, 1-4 y 5,1-3).

“Dijo el rey David: «Llamadme al sacerdote Sadoq, al profeta Natán y a


Benaías, jijo de Yehoyadá» Y entraron a presencia del rey. El rey les dijo:
«Tomad con vosotros a los veteranos de vuestro señor, haced montar a mi hijo
Salomón sobre mi propia mula y bajadle a Guijón. El sacerdote Sadoq y el
profeta Natán le ungirán allí como rey de Israel, tocaréis el cuerno y gritaréis:
‘Viva el rey Salomón.’ Subiréis luego detrás de él, y vendrá a sentarse sobre
mi trono y él reinará en mi lugar, porque le pongo como caudillo de Israel y
Judá»” (1 R 1, 32-35).

“Cuando todo Israel supo que Jeroboam había vuelto, enviaron a llamarle a la
asamblea y le hicieron rey sobre todo Israel; no hubo quien siguiera a la casa
de David [Roboam], aparte sólo la tribu de Judá [y Benjamín]” (1 R 12, 20).

“El rey de Asiria subió por toda la tierra, llegó a Samaría y la asedió durante
tres años. El año noveno de Oseas, el rey de Asiria tomó Samaría y deportó a
los israelitas a Asiria […]
“Esto sucedió porque los israelitas habían pecado contra Yahveh su Dios, que
los había hecho subir de la tierra de Egipto […] y había reverenciado a otros
dioses […] Yahveh advertía a Israel y Judá por boca de todos los profetas […]
Pero ellos no escucharon y endurecieron sus cervices […] Despreciaron sus
decretos y la alianza que hizo con sus padres y las advertencias que les hizo,
caminando en pos de vanidades […] Abandonaron todos los mandamientos de
Yahveh su Dios […]
“Tampoco Judá guardó los mandamientos de Yahveh su Dios” (2 R 17, 5-7. 13.
15-16. 19).

“En aquel tiempo las gentes de Nabucodonosor, rey de Babilonia, subieron


contra Jerusalén y la ciudad fue asediada. Vino Nabucodonosor, Rey de
Babilonia, a la ciudad, mientras sus siervos la estaban asediando. Joaquín, rey
de Judá, se rindió al rey de Babilonia […] Deportó a todo Jerusalén, todos los
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jefes y notables, diez mil deportados; a todos los herreros y cerrajeros; no dejó
más que a la gente pobre del país” (2 R 24, 10-12. 14).

“En el año primero de Ciro, rey de Persia, en cumplimiento de la palabra de


Yahveh, por boca de Jeremías movió Yahveh el espíritu de Ciro, Rey de Persia,
que mandó publicar de palabra y por escrito en todo su reino: «Así habla Ciro,
rey de Persia: Yahveh, el Dios de los cielos, me ha dado todos los reinos de la
tierra. Él me ha encargado que le edifique una Casa en Jerusalén, en Judá.
Quien de entre vosotros pertenezca a su pueblo, sea su Dios con él. Suba a
Jerusalén, en Judá, a edificar la casa de Yahveh, Dios de Israel, el Dios que
está en Jerusalén» (Esd 1, 1-3).

“El espíritu del Señor Yahveh está sobre mí, por cuanto que me ha ungido
Yahveh. A anunciar la buena nueva a los pobres me ha enviado, a vendar los
corazones rotos; a pregonar a los cautivos la liberación, y a los reclusos la
libertad; a pregonar año de gracia de Yahveh, día de venganza de nuestro
Dios; para consolar a todos los que lloran, para darles diadema en vez de
ceniza, aceite de gozo en vez de vestido de luto, alabanza en vez de espíritu
abatido” (Is. 61, 1-3).

“Mirad que días vienen –oráculo de Yahveh– en que suscitaré a David un


Germen justo: reinará un rey prudente, practicará el derecho y la
justicia en la tierra. En sus días estará a salvo Judá, e Israel vivirá en
seguro. Y este es el nombre con que le llamarán: «Yahveh, justicia nuestra»”
(Jr 23, 5-6).

“Saldrá un vástago del tronco de Jesé [padre de David], y un retoño de sus


raíces brotará. Reposará sobre él el espíritu de Yahveh: espíritu de sabiduría e
inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor de
Yahveh. Y le inspirará en el temor de Yahveh. No juzgará por las apariencias,
ni sentenciará de oídas. Juzgará con justicia a los débiles, y sentenciará con
rectitud a los pobres de la tierra. Herirá al hombre cruel con la vara de su
boca, con el soplo de sus labios matará al malvado. Justicia será el ceñidor de
su cintura, verdad el cinturón de sus flancos” (Is. 11, 1-5).

“Más tú, Belén Efratá [la ciudad de David], aunque eres la menor entre las
familias de Judá, de ti me ha de salir aquel que ha de dominar en Israel […]
“Él se alzará y pastoreará con el poder de Yahveh, con la majestad del nombre
de Yahveh su Dios.
Se asentarán bien, porque entonces se hará él grande hasta los confines de la
tierra” (Mi 5, 1. 3).

“Al fin será derramado desde arriba sobre nosotros espíritu. Se hará la estepa
un vergel, y el vergel será considerado como selva. Reposará en la estepa la
equidad, y la justicia morará en el vergel; el producto de la justicia será la
paz, el fruto de la equidad, una seguridad perpetua. Y habitará mi pueblo en
albergue de paz, en moradas seguras y en posadas tranquilas” (Is. 32, 15-18).

Serán vecinos el lobo y el cordero, y el leopardo se echará con el cabrito, el


novillo y el cachorro pacerán juntos, y un niño pequeño los conducirá. La vaca
y la osa pacerán, juntas acostarán sus crías, el león, como los bueyes, comerá
paja. Hurgará el niño de pecho en el agujero del áspid, y en la hura de la
víbora el recién destetado meterá la mano. Nadie hará daño, nadie hará
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mal en todo mi santo Monte, porque la tierra estará llena de conocimiento de
Yahveh, como cubren las aguas el mar” (Is. 11, 6-9).

“No se oirá más hablar de violencia en tu tierra, ni de despojo o quebranto


en tus fronteras” (Is. 60, 18).

“Sucederá en días futuros que el monte de la Casa de Yahveh será asentado


en la cima de los montes y se alzará por encima de las colinas. Confluirán a
él todas las naciones, y acudirán pueblos numerosos. Dirán: «Venid,
subamos al monte de Yahveh, a la Casa del Dios de Jacob, para que él nos
enseñe sus caminos y nosotros sigamos sus senderos». Pues de Sión saldrá la
Ley, y de Jerusalén la palabra de Yahveh. Juzgará entre las gentes, será
árbitro de pueblos numerosos. Forjarán de sus espadas azadones, y de sus
lanzas podaderas. No levantará espada nación contra nación, ni se
ejercitarán más en la guerra. Casa de Jacob, andando, y vayamos,
caminemos a la luz de Yahveh” (Is. 2, 1-5).

“Oh, todos los sedientos, id por agua, y los que no tenéis plata, venid,
comprad y comed, sin plata, y sin pagar, vino y leche […] Pues voy a
firmar con vosotros una alianza eterna: las amorosas y fieles promesas hechas
a David. Mira que por testigo de las naciones le he puesto, caudillo y
legislador de las naciones” (Is. 55, 1. 3-4).

“He aquí que yo creo cielos nuevos y tierra nueva, y no serán mentados los
primeros ni vendrán a la memoria” (Is. 65, 17).

“Ya no habrá [en la tierra] nobles que proclamen la realeza, y todos sus
príncipes serán aniquilados. En sus alcázares crecerán espinos, ortigas y
cardos en sus fortalezas; será morada de chacales y dominio de avestruces”
(Is. 34, 12-13).

“Llegó el tiempo en que los santos poseyeron el reino […] El reino y el


imperio y la grandeza de los reinos bajo los cielos todos serán dados al
pueblo de los santos del Altísimo” (Dn. 7, 22 y 27).

4) Jesús como “mesías”


“Esta escritura que acabáis de oír [Is 61, 1-3] se ha cumplido hoy” (Lc. 4, 21).

“El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed


en la Buena Nueva” (Mc. 1, 15).

“Convertíos, porque el Reino de los Cielos ha llegado” (Mt. 4, 17).

“El Reino de Dios viene sin dejarse sentir. Y no dirán: ‘Vedlo aquí o allá’,
porque el Reino de Dios ya está entre vosotros” (Lc. 17, 20-21).

“Decía, pues: «¿A qué es semejante el Reino de Dios? ¿A qué lo compararé? Es


semejante a un grano de mostaza, que tomó un hombre y lo puso en su jardín,
y creció hasta hacerse árbol, y las aves del cielo anidaron en sus ramas». Dijo
también: «¿A qué compararé el Reino de Dios? Es semejante a la levadura que

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tomo una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó
todo»” (Lc. 13, 18-21).

“Vosotros sois la sal de la tierra […] Vosotros sois la luz del mundo” (Mt. 5, 13-
14).

“Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios.


“Bienaventurados los que tenéis hambre ahora, porque seréis saciados.
“Bienaventurados los que lloráis ahora, porque reiréis […]
“Pero ¡ay de vosotros los ricos!, porque habéis recibido vuestro consuelo.
“¡Ay de vosotros, los que ahora estáis hartos, porque tendréis hambre!
“¡Ay de los que reís ahora!, porque tendréis aflicción y llanto” (Lc. 6, 20-21 y
24-25).

“Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los


Cielos.
“Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra.
“Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos
serán saciados.
“Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
“Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
“Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados
hijos de Dios.
“Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es
el Reino de los Cielos” (Mt. 5, 1-10).

“No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a


abolir, sino a dar cumplimiento” (Mt. 5, 17).

“El amor es la ley en su plenitud” (Rm 13, 10).

“Habéis sido llamados a la libertad; sólo que no toméis de esa libertad


pretexto para la carne; antes al contrario, servíos por amor los unos a los
otros. Pues toda la ley alcanza su plenitud en este solo precepto: Amarás a tu
prójimo como a ti mismo” (Gal. 5, 13-14).

“Uno de los principales le preguntó: «¿Maestro bueno, qué he de hacer […]?»


Le dijo Jesús: «Ya sabes los mandamientos: No cometas adulterio, no mates,
no robes, no levantes falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre». Él dijo:
«Todo eso lo he guardado desde mi juventud». Oyendo esto Jesús le dijo: «Aún
te falta una cosa. Todo cuanto tienes véndelo y repártelo entre los pobres, y
tendrás un tesoro en los cielos; luego, ven y sígueme». Al oír esto, se puso
muy triste, porque era muy rico. Viéndole Jesús dijo: «¡Qué difícil es que los
que tienen riquezas entren en el Reino de Dios! Es más fácil que un camello
entre por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el Reino de Dios»”
(Lc. 18, 18-25).

“Sabéis que los jefes de las naciones las dominan como señores absolutos, y
los grandes las oprimen con su poder. No ha de ser así entre vosotros, sino
que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y
el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro esclavo” (Mt. 20, 24-
27).
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“Y alrededor de la hora nona clamó Jesús con fuerte voz: «¡Dios mío, Dios mío;
¿por qué me has abandonado?» […] Y dando de nuevo un fuerte grito, exhaló
el espíritu” (Mt. 27, 46.50).

“Jesús resucitó en la madrugada, el primer día de la semana […] Estando a la


mesa los once discípulos, se les apareció y les echó en cara su incredulidad y
su dureza de corazón, por no haber creído a quienes le habían visto
resucitado. Y les dijo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a
toda la creación […] Con esto, el Señor Jesús, después de hablarles, fue
elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios»” (Mc. 16, 9.14-15.19).

“Y vi surgir del mar una Bestia [el Imperio Romano] que tenía diez cuernos y
siete cabezas y en sus cuernos diez diademas […] Y se postraron ante el
Dragón [el Demonio], porque había dado el poderío a la Bestia y se postraron
ante la Bestia diciendo: «¿Quién como la Bestia? ¿Y quién puede luchar contra
ella? […] Vi luego otra Bestia [la ideología imperial] y tenía dos cuernos como
de cordero, pero hablaba como una serpiente. Ejerce todo el poder de la
primera Bestia en servicio de ésta, haciendo que la tierra y sus habitantes
adoren a la primera Bestia»” (Ap. 13, 1.4.11-12).

“Entonces vi el cielo abierto, y había un caballo blanco: el que lo monta [el


Mesías] se llama «Fiel» y «Veraz»; y juzga y combate con justicia. Sus ojos,
llama de fuego; sobre su cabeza, muchas diademas; lleva escrito un nombre
que sólo él conoce; viste un manto empapado en sangre y su nombre es: La
Palabra de Dios. Y los ejércitos del cielo, vestidos de lino blanco puro, le
seguían sobre caballos blancos. De su boca sale una espada afilada para herir
con ella a los paganos; él los regirá con cetro de hierro; él pisa el lagar del
vino de la furiosa cólera de Dios, el Todopoderoso. Lleva escrito un nombre en
su manto y en su muslo: Rey de Reyes y Señor de Señores […]
“Vi entonces a la Bestia y a los reyes de la tierra con sus ejércitos reunidos
para entablar combate contra el que iba montado en el caballo y contra su
ejército. Pero la Bestia fue capturada, y con ella el falso profeta –el que había
realizado al servicio de la Bestia las señales con que seducía a los que habían
aceptado la marca de la Bestia y a los que adoraban su imagen– los dos fueron
arrojados vivos al lago del fuego que arde con azufre. Los demás fueron
exterminados por la espada que sale de la boca del que monta el caballo, y
todas las aves se hartaron de sus carnes.
“Luego vi a un Ángel que bajaba del cielo y tenía en su mano la llave del
Abismo y una gran cadena. Dominó al Dragón, la Serpiente antigua –que es el
Diablo y Satanás– y lo encadenó por mil años. Lo arrojó al abismo, lo encerró y
puso encima los sellos, para que no seduzca más a las naciones hasta que se
cumplan los mil años. Después tiene que ser soltado por poco tiempo.
“Luego vi unos tronos, y se sentaron en ellos, y se les dio el poder de juzgar
[…] Todos los que no adoraron a la Bestia ni a su imagen, y no aceptaron la
marca en su frente o en su mano […] serán Sacerdotes de Dios y de Cristo y
reinarán con él mil años. Cuando se terminen los mil años, será Satanás
soltado de su prisión y saldrá a seducir a las naciones de los cuatro extremos
de la tierra, a Gog y a Magog, y a reunirlos para la guerra, numerosos como la
arena del mar. Subieron por toda la anchura de la tierra y cercaron el
campamento de los santos y de la Ciudad amada. Pero bajó fuego del cielo y
los devoró. Y el Diablo, su seductor, fue arrojado al lago de fuego y azufre,
donde están también la Bestia y el falso profeta […]
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“Luego vi un gran trono blanco, y al que estaba sentado sobre él […] Y cada
uno fue juzgado según sus obras […]
“Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva –porque el primer cielo y la
primera tierra desaparecieron, y el mar no existe ya. Y vi la Ciudad Santa, la
nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios, engalanada como una
novia ataviada para su esposo. Y oí una fuerte voz que decía desde el trono:
«Ésta es la morada de Dios con los hombres. Pondrá su morada entre ellos y
ellos serán su pueblo y él, Dios-con-ellos, será su Dios. Y enjugará toda
lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas,
porque el mundo viejo ha pasado. Entonces dijo el que está sentado en el
trono: «Mira que hago un mundo nuevo»” (Ap. 19, 11-16.19-21; 20, 1-4.6-
11.13 y 21, 1-5).

“Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus
posesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos, según la necesidad
de cada uno […] La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y
una sola alma. Nadie llamaba suyo a sus bienes, sino que todo era en común
entre ellos […] No había entre ellos ningún necesitado, porque todos los que
poseían campos o casas los vendían, traían el importe de la venta, y lo ponían
a los pies de los apóstoles, y se repartía a cada uno según su necesidad”
(Hch. 2, 44 y 4, 32 y 34-35).

“Ya no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, ya que


todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gal. 3, 28).

5) Thomas Münzer, teólogo de la revolución


“Pero mira por dónde se presenta el padre Gran Marrullero [Lutero] […] y
afirma que yo quiero promover la revuelta, que así lo ha leído en mi carta a los
compañeros mineros. Se hace eco de una parte de la misma, pero no dice
nada de los más importante. En efecto, allí expuse abiertamente ante los
príncipes [de Sajonia] que el pueblo entero tiene el poder de la espada y
también la llave para abrir y cerrar, y decía, apoyándome en el texto de
Daniel, del Apocalipsis, de los Romanos y de los Reyes [Dt. 7, 27; Ap. 6, 15;
Rom. 13,1; 1 Sam. 8,7], que los príncipes no son señores, sino servidores de la
espada. No pueden hacer lo que les place, sino lo que es justo. Por eso, de
acuerdo con la buena práctica tradicional, el pueblo tiene que estar presente
cuando alguien es juzgado según la ley de Dios. Y ¿por qué? Si la autoridad
intentara pervertir el juicio, entonces los cristianos allí presentes deberían
rechazarla no consentir en su tropelía, porque [Dios] pedirá cuentas de la
sangre del inocente [Sal. 79 (78), 10]. La mayor abominación sobre esta
tierra es que nadie se preocupe de los que pasan necesidad, aunque los
poderosos hagan lo que les plazca, tal como se halla escrito en Job 41.
“El infeliz pelotillero [Lutero], en oposición al texto de Pablo a Timoteo [1, 7]
quiere cubrirse con Cristo y con una falsa bondad. Sin embargo, en su libro
sobre los tratados comerciales, afirma que los príncipes, confiadamente,
pueden unirse a los ladrones y todo tipo de gente de mala vida. En el mismo
[libro] no dice ni palabra sobre el origen de todas las formas de latrocinio. Sin
duda, es un heraldo que quiere ganar méritos con la sangre derramada, con la
finalidad de obtener bienes temporales. No debería olvidarse, sin embargo,
que Dios ha mandado no poner los ojos sobre ellos. Date cuenta: nuestros
señores y nuestros príncipes se hallan en el origen de cualquier tipo de
usura, de robo y de latrocinio, ya que se apoderan de todo lo que existe
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como si fuera de su propiedad. Los peces en el agua, los pájaros en el aire,
las plantas en la tierra: todo tiene que pertenecerles. Después de eso,
proclaman los mandamientos de Dios al pueblo: Dios ha mandado que no
debes robar. Con la mayor sinvergüenza del mundo, sin embargo, este
mandamiento no vale para ellos. Reducen todos los hombres a la más vil
miseria, desnudan y cercenan a los labriegos, artesanos y todo lo que vive,
pero si alguien comete el más pequeño error, de inmediato es colgado en la
horca. A todo eso el Doctor Mentira [Lutero] responde: «Amén». Los mismos
señores provocan que el pobre se convierta en enemigo. Y, como resulta harto
evidente, no hacen nada para alejar la causa de la insurrección. En
consecuencia, ¿cómo podrá desenvolverse todo de tal manera que a la larga
resulte bien? Por todo ello proclamo que se ha de ser rebelde. ¡Ánimo, pues!
“[Lutero] sólo sabe denigrarme ante los poderosos, diciendo que nadie adopte
mi doctrina porque es sediciosa. En este asunto, quien desee adquirir un juicio
recto, no ha de amar la sedición, ni tampoco debe ser enemigo de la revuelta
justificada, sino que tiene que mantenerse en una razonable vía media. De
otro modo o bien odiaría en demasía a mi doctrina o bien la apreciaría por
encima de lo normal. Yo no deseo ni lo uno ni lo otro” (“Defensa bien
fundamentada”, en Tratados y Sermones, pp. 129-131 y 138).

“Ahora mismo, los impíos han comenzado a golpear, aprisionar, desollar y


torturar a su pueblo y, además, amenazan a toda la cristiandad, torturando y
matando horriblemente a sus súbditos y a todos los hombres. Sin embargo, el
mismo Dios, para aliviar a los elegidos, ni podrá ni querrá permitir por más
tiempo las tribulaciones y acortará los días de sus elegidos [Mt. 24, 22] […]
“¿Cuál es, amadísimos, el sentido de este Evangelio? Mira a Herodes, en
cuyos días Cristo y Juan fueron concebidos y paridos, y también aquel otro
texto, en el que, sin rodeos, se dice: «Él ha derribado a los poderosos del
trono» (Lc. 1, 52). Lo ha hecho porque ellos se agitan para señorear sobre la
fe cristiana y quieren disponer de ella con petulancia, sin que nunca lleguen a
conocer su advenimiento y sin permitir que nadie llegue a conocerla. Además
de todo eso, quieren condenar a toda la gente y, de esta manera, convertirse
en los únicos personajes excelentes, delante de los cuales todo el mundo ha de
temer, prosternarse y darles gloria. Es preciso añadir, aún, que todo lo que
piensan se halla encaminado a trastornar el Evangelio de la forma más
escandalosa. Aquí se pone de manifiesto el talante de Herodes y del gobierno
temporal, tal como profetizó el santo Samuel [1 Sam 8, 5-22], juntamente con
Oseas, el cual rectamente iluminado afirma: «En su cólera, Dios ha entregado
a los señores y príncipes al mundo y, en su furor, quiere desposeerlos
completamente» (Os. 13, 11).
“Por eso, el hombre que ha abandonado a Dios por las criaturas, ha preferido
(para su vergüenza) temer más a las criaturas que a Dios. En este sentido,
Pablo escribe que «los gobernantes no han de ser temidos por quien obra el
bien, sino por quien obra el mal» (Rom. 13, 3). Pero [los gobernantes
actuales] no son sino verdugos y esbirros. En eso consiste todo su trabajo.
“Para que la santa Iglesia se renueve por medio de la áspera verdad, es
necesario que un sirviente de Dios, lleno de gracia, con el Espíritu de Elías,
haga acto de presencia y ponga todas las cosas en el lugar que les
corresponde. Resulta harto evidente que tenéis que ser conmovidos
profundamente para que podáis limpiar de gobernantes impíos e injustos
la cristiandad con celo agudo y ardiente seriedad” (“Manifestación
explícita”, en Tratados y Sermones, pp. 161-162 y 171-172).

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