El olvido - sept 22
El olvido - sept 22
El olvido - sept 22
EL OLVIDO
Ana Laura Suarez Cassino (Ciudad Autónoma de Buenos Aires.)
[email protected]
PERSONAJES
ELLA
ÉL
VOZ DEL AVIÓN
ÉL canta “Cartas amarillas” de Nino Bravo. ELLA camina por el espacio. Cada tanto hace
pausas. Parece que buscara algo.
ELLA
Graciela. GRACIELA BEATRIZ. ESTO NO LO DESPACHO.
Sí, Graciela. Un nombre común. Más de una vez escuché -¡Graciela!- Y me di vuelta.
Graciela. Graciela, ¿Qué? Ay, ¡perdón! No era para mí. ¡Era alguien que estaba dando las
gracias! ¿Graciela? Por lo menos no me llamaron Ana María. 4.408 personas se llamaron
así el año de mi nacimiento. Las María Cristina fueron 3.548 y las Stella Maris 3.128.
Gracielas Beatrices fuimos apenas 1.126. A la larga la gente termina llamándote como se
le antoja.
SI TODAVÍA QUEDAN ASIENTOS, UBICAME DE LA MITAD PARA ATRÁS. SALIDA DE EMERGENCIA
NO ME DES.
¿Tengo cara de socorrista? ¿Cuántos serían capaces de articular un salvataje si se cae el
avión?
SÍ, ES MI APELLIDO.
Este es el conjunto que uso para viajar, luminoso, liviano, entre profesional y lista para
el ataque, porque no solo hay que serlo sino también hay que aparentarlo, o el hábito que
hace al monje, ustedes entienden. Queda bien con este pañuelo. Me ataja el aire
acondicionado. El fresquete del aeropuerto te escarcha cualquier ansiedad…
Paso el control policial. Siempre tengo miedo que suene la alarma y que venga Interpol a
buscarme. Los uniformados me miran dispuestos a pescarme in fraganti y decomisarme
sustancias infecciosas y gases inflamables que, por supuesto no tengo, pero por un segundo
pienso que sí, que soy una comprometida célula de ataque que ha desarrollado múltiples
acciones terroristas y que llevo pegada contra la panza con cinta de embalar una pistola
de aire comprimido para liquidar a quemarropa a todos los pasajeros durante el vuelo.
La alarma no suena y huyo a territorio neutral. Puerta 6. Tengo tiempo de sobra.
El mejor asiento es el que está cerca del enchufe. Quedarse sin batería en un aeropuerto
es igual a irse de misión espacial a Neptuno. Me encantan los aeropuertos.
En el asiento de al lado hay un señor que repite en voz alta la información que se escucha
por los altoparlantes. Me dice que el vuelo está demorado. “Es el mismo avión que viene
el que nos lleva, pues. Solo hay dos vuelos aquí”. Yo me saco el pañuelo como para hacer
algo y el hombre me sigue hablando. Es simpático. “Allá había tormentas”, me dice. Unos
metros más atrás una señora bajita le señala los televisores donde está la información.
Debe ser la mujer.
El hombre me dice no sé qué más del horario y de reojo veo que la señora bajita se acerca
con un libro gigante en la mano, como una enciclopedia, no parece muy cómodo para
llevar de viaje. Tiene un título curioso, con letras en relieve: “Alienígenas del…”. De
repente lo veo. No. ¿Es? Sí, es Roberto.
Habla por teléfono. Me mira, pero no me ve. Sigue hablando. Lo miro y él vuelve a girarse
para este lado. Dice: hola. Hola. Dice: Hola. Hola. Hola. Corta. Hay mucho ruido
alrededor.
ÉL
Acabo de llegar a Esquel y en la casa de mis padres encontré esta caja. Esta es mi madre,
mi padre, mi hermano. Yo también estoy. Yo era este chiquito. Este lo hice yo: “para el
cumpleaños de mamá”, tendría diez u once años.
Este diario lo escribí a los quince o dieciséis. Lleno de confidencias de adolescente virgen:
desde las vueltas para concretar la hazaña de tocarle las tetas a una chica hasta cómo
vencer el miedo de acercarme a ellas menos de medio metro.
Siempre buscando el momento apropiado para (Hace un gesto.) Habría una ida y vuelta, o
habría una ida probablemente sin vuelta… Tenía problemas para calcular la distancia y
armaba planes milimétricos para concretar una cita… Nunca tenías un lugar donde pudiera
suceder la “prueba de amor”. Por eso nos la pasábamos caminando de la mano por las
calles de la ciudad - los enamorados de antes eran caminantes incansables - condenados
a conversaciones repetitivas que no llevaban a ningún lado.
“Me miró y le temblaban los labios”. La palabra “temblaban” está subrayada. No me
acuerdo de los labios temblando. Hay alguna que otra salida más y termina llegando a los
veinte, cuando conocí a mi mujer, de la que me enamoré. Pero no anoté nada sobre eso.
ELLA
Roberto era un amigo de mis amigos. En esa época pasábamos las tardes fumando en un
bar del centro y él a veces se sumaba. Esa vez él había estado todo el tiempo pendiente
de mí. Cuando salimos a la calle ya de era de noche y se las arregló para que nos
quedáramos solos. Me dijo: ¿Vamos a tomar un helado? En el camino me regaló un
cenicerito que se había robado del bar.
ÉL
Una caja igualita, me pidieron que trasladara de una punta a otra de la ciudad. Hacía poco
que había llegado a Buenos Aires. Andaba por zona sur. Cuando te encargaban cosas de
este tipo, nunca sabías bien de qué se trataba. Por seguridad. Te llamaban a un teléfono
público y te daban la indicación. Ni un dato más. Tu nombre tampoco es tu nombre. Sos
otro.
Me pidieron que fuera hasta Parque Chacabuco. Ahí, sentado en un banco frente a la
estatua del puma, en los jardines que están pasando la fuente luminosa, un hombre con
un saco de corderoy marrón iba a darme una caja. Después iba a recibir un llamado con
las indicaciones para entregarla.
Era una de las primeras cosas me encargaban. Cuando le conté a mi mujer fue un
escándalo. Que era una locura, que cómo no la había consultado. La íbamos a tener en
casa un solo día, unas horas…
ELLA
En la heladería aprovechamos una promoción de baño de chocolate gratis que había en
invierno. Yo tenía una camisa de bambula rosa batik con mangas murciélago. Última moda.
El chocolate fue una emboscada: la cáscara se deshizo impune sobre las canaletas de la
bambula chorreando desde el pecho hasta la punta de mis mangas voladoras. Parecía
salpicada por un camión furioso que pasa por una calle inundada de baño de chocolate
para helados. ¿Cómo hacer para que no se distrajera con mi enchastre? A esta altura él ya
se estaba comiendo el vasito. Después me invitó a su casa. Pero tal era la vergüenza que
no me animé y renuncié.
ÉL
Tuvimos la caja en casa una semana y durante esos siete días no pegué un ojo. Y mi mujer
tampoco. Me pasaba las horas vigilando atrás de la puerta, sobresaltado, como si en
cualquier momento fuera a explotar. Adentro había: dos pistolas de grueso calibre, una
bandera argentina con el sol y explosivo plástico. La mitad de la caja era explosivo.
Vivíamos en un departamento de dos ambientes en Avellaneda.
ELLA
Roberto saca otra vez el celular y dice – Hola. El señor que está sentado al lado mío insiste
- “y 35 el vuelo sale y 35. Los vuelos vuelan desde Buenos Aires y van hacia Buenos Aires.
Este vuelo viene de Buenos Aires y va a Buenos Aires, y hasta que no vuelva, no salimos,
pues. En tanto no esté llegando aquicito el vuelo, no podemos salir de Bs As. Aquí mismito
lo tomamos pues. ¿Has oído?” La mujer del libro de los alienígenas ahora está donde
venden los perfumes y se prueba en la muñeca con el libro bajo el brazo. Yo sigo mirando
a Roberto que se para, se levanta y camina a lo largo del aeropuerto. La del libro pasa
delante de nosotros y deja flotando una nube que apesta a dulce y a almizcle. Puedo ver
bien la tapa del libro. Dice: “Alienígenas del alma” en letras verdes con un atardecer y
de fondo unos ojos de piedra de los que salen dos tortugas… ¿Será algo sobre el espacio?
¿De qué color son los alienígenas? O los alienígenas que cada uno lleva en el alma, con tu
alienígena en el alma, tu alienígena interior, conociendo a tu alienígena interior. Tiene la
nariz distinta. De frente es la que recuerdo, pero de perfil… Y tiene un corte de pelo como
de japonés. O de policía. Menos pelo. Más viaje. Las mismas pestañas. Sí, es él. ¿Con quién
hablará tanto por teléfono?
ÉL
El día ocho suena el teléfono. Que lo tenía que entregar a alguien a las 14.50 en la estación
Alem del subte B justo cuando pasáramos el molinete. Ni antes ni después.
ELLA
De repente cuelga y me mira plenamente. No puede ser que no se dé cuenta quién soy.
Yo le sonrío. Él también sonríe e inclina un poquito la cabeza. Hace una seña. ¿Qué me
acerque? Justo nos anuncian que nos tenemos que ir, que ya está el avión. Todo el mundo
empieza a hacer la cola para embarcar. El señor de al lado me dice: “No se olvide su
pañuelo señorita”. Yo le sonrío, me levanto y voy hacia Roberto que se levanta también.
ELLA
Te reconocí enseguida. ¡Estás igual! No cambiaste nada. Dios mío, ¡Fue hace tanto! ¿Dónde
estuviste todo este tiempo?
ÉL
No…
ELLA
No lo puedo creer.
ÉL
Esteee… yo… no.
ELLA
Y ¿Dónde vivís? ¿Estás acá?
ÉL
No.
ELLA
Imaginate que hubiésemos vivido todos estos años los dos en esta ciudad y recién nos
encontráramos hoy.
ÉL
Estoy en Buenos Aires de casualidad. Vivo en México.
ELLA
Estoy tan emocionada. ¿Cómo te fue durante todo este tiempo? ¿Qué hiciste? ¿Estudiaste
algo? ¿Te recibiste?
ÉL
Sí, ¿Y vos?
ELLA
Hice de todo.
ÉL
¿Y ahora? ¿Estás tomando este vuelo?
ELLA
Sí. Viajo por trabajo. ¿Y vos? ¿Estás volviendo?
ÉL
No, no estoy volviendo.
ELLA
Y ¿Vas seguido?
ÉL
Es la primera vez.
ELLA
Tardaste bastante.
ÉL
Están llamando a embarcar.
ELLA
¿Y allá? ¿Tenés algún compromiso?
ÉL
Estoy completamente libre.
ELLA
Dijo “estoy completamente libre” con un toque de melancolía que no se me escapó. Jamás
me olvidé de mi historia con él. Me quedó acá, bien acá, incrustada como un prendedor.
Yo también subo al avión y estoy dispuesta a retomar esa historia desde donde quedó
trunca.
VOZ DEL AVIÓN
Bienvenidos al vuelo 1737 con destino a la ciudad de Esquel. El tiempo de vuelo será de
una hora y cincuenta minutos y volaremos a una altura de 11.100 metros. Por favor
permanezcan sentados con el cinturón de seguridad ajustado hasta que se apague el cartel
indicador. Coloquen los respaldos de sus asientos en posición vertical para el despegue.
ELLA
¿Así que vivís en México?
ÉL
Me fui a los veinte y nunca más volví. Y vos, ¿Qué hiciste?
ELLA
Viajo todo el tiempo. Voy, vengo, vuelvo a salir.
ÉL
¿De qué trabajás?
ELLA
Tengo una agencia de viajes.
ÉL
¡Toda una empresaria!
ELLA
Armo itinerarios a medida. ¿Y vos?
ÉL
Yo tengo una imprenta.
ELLA
Las palabras siempre fueron tu fuerte, palabras más, palabras menos.
ÉL
Una Babel en pleno Zócalo. ¿Te casaste?
ELLA
Sí. Me casé y me separé.
ÉL
¿Con papeles y todo?
ELLA
Bueno, casarme, casarme no. Acá en Buenos Aires me junté con Juan Carlos.
ÉL
¿Juan Carlos?
ELLA
Juan Carlos, el que nos presentó. Ustedes eran culo y calzón. ¿Te acordás? ¿Vos?
ÉL
Yo también me casé. Pero soy viudo.
ELLA
¿Hace mucho?
ÉL
Cinco años.
ELLA Y ÉL
¿Hijos?
Ríen.
ELLA
No, ¿Vos?
ÉL
Tampoco. No te pregunto cuántos hombres habrás tenido…
ELLA
No, no me preguntes. Te prometo que yo tampoco voy a hacer ese tipo de preguntas. Y
estás ¿Viajando solo?
ÉL
Sí, estoy yendo de visita. ¿Vos viajás sola?
ELLA
¡Qué coincidencia! Esto parece un samba ¿Querés anotar mi teléfono?
VOZ DEL AVIÓN
Su atención por favor. Estamos atravesando una zona de turbulencias. Se solicita a los
señores pasajeros regresar a sus asientos y abrocharse el cinturón de seguridad hasta que
se apague el cartel indicador.
ÉL
Me voy a sentar. Mejor llamame vos. Voy a estar en el Hotel Lago Chiquito. Preguntá por
mí. No tengo el número de habitación todavía. Llamame y nos tomamos un café.
ELLA
Lago chiquito. Cómo se mueve este avión. Perfecto. ¡Te llamo!
Luego fui hasta donde estaba sentado él para continuar la conversación antes de aterrizar.
Ahí me enteré que se iba a quedar cuatro días en la ciudad. Sería lindo volver a vernos.
ÉL
Ella está muy bien a sus cincuenta y pico. Pero no tengo ni la menor idea de quién es. No
sé. No la recuerdo. No podría confesarle algo así a una mujer. Además, ¿Ella cómo puede
saber si yo la recuerdo o no?
Cuando dijimos de volver a vernos y ella quiso darme su número de teléfono, ¿Cómo voy
a llamarla si no sé su nombre? Sin dar muchas explicaciones le dije que prefería que me
llamara ella y le di el número de mi hotel.
ELLA
Quién empieza ¿Vos o yo?
ÉL
Empiezo yo. En el diario había comentarios sobre algunas chicas del barrio, siempre con
este tema de calcular la distancia. Las invitaba ¿A caminar? ¿A pasear? ¿A qué te había
invitado?
ELLA
A tomar un helado.
ÉL
Tengo un plan infalible para concertar, ejecutar y rematar una cita. Lo primero es sondear
en el bar a las amigas de mis amigos para pescar alguna que sea “potable”.
ELLA
Caminamos hasta la heladería por la calle principal, me gustaba la idea de que me vieran
pasear con él.
ÉL
Dos: ubicar una heladería situada estratégicamente cerca del bar para que haya aire entre
las dos escenas. Es fundamental evitar sofoques innecesarios. Imaginar la situación de
acostarme con una chica me hacía transpirar el doble de lo que transpiro ahora.
ELLA
Ya casi era invierno y en la heladería te regalaban el baño de chocolate. Yo estoy un paso
más atrás y vos me lo decís.
EL
Ella lo quiere con baño de chocolate.
ELLA
Nos fuimos caminando con los helados, sin parar de reír. Yo iba flotando, suspendida en
el aire, sin saber qué hacer. Lo miraba, me reía, me tropezaba, lo volvía a mirar, me
volvía a reír, saltando de la calle al cordón de la vereda y de la vereda al cordón. Él hacía
girar mis muñecas como un llavero de una mano a la otra cuando algo tibio empezó a
deslizarse lentamente por mi brazo, un botón acá, otro acá, todo el largo de las mangas
murciélago de mi camisa de bambula rosa batik.
ÉL
Tres: recrear la historia de nuestros encuentros, haciendo de los mínimos instantes
compartidos mutuo conocimiento ancestral o de otras vidas, subrayando intereses afines
hasta la total coincidencia.
ELLA
Con una sonrisa de oreja a oreja y sin dejar de mirarlo me limpié la boca con la manga,
así, y al helado lo tiré por ahí cuando no se dio cuenta…
ÉL
Cuatro: Camino a su casa - momento clave -, como quien no quiere la cosa deslizar
sinuosamente mi mano derecha sobre su izquierda, rogando con todas mis fuerzas que no
haya malentendidos entre dedos y palmas.
ELLA
Llegamos hasta mi casa. Subo los escalones de la puerta de calle. Son tres. Me quedo en
el tercero. Él está más abajo. Espero. ¿Qué espero? Lo que esperan todas las chicas
después de una cita perfecta.
ÉL
Cinco: está por empezar mi momento fatídico. Las usinas de la transpiración trabajando
a su máxima potencia y esa chica ahí, a punto caramelo, espera su recompensa.
ELLA
Nunca se sabe muy bien qué hacer en esa situación. Hay que darle lugar al hombre, ¿no?
Él estaba tan nervioso que se movía como una babosa cuando le tiras vinagre. ¿Nunca le
tiraron vinagre a una babosa? Ahí nomás, casi en trance, se acerca y me dice:
ÉL
¿Vamos al garaje de mi casa?
ELLA
Que tenía un colchón. ¿Un colchón?
ÉL
¿Y la “prueba de amor”? Me fui, sin saber dónde poner las manos, rebotando como una
pelota de trapo contra un frontón. Cuando la calle se hizo lo suficientemente oscura apuré
el paso y desaparecí.
ELLA
A los tres días me llamó por teléfono.
ÉL
Es momento de activar el plan alternativo de contraofensiva relámpago: la segunda vez
nunca se niegan. La llamé temprano y le dije que la vez anterior había sido la mejor noche
de mi vida. Que yo no era como todos, no era como los otros, no era como ninguno.
ELLA
Me invitó a la fiesta que hacía una amiga suya, Verónica Ravetino. No la conozco.
ÉL
Verónica Escavino
ELLA
Verónica RAVETINO.
ÉL
Escavino
ELLA
Ravetino.
ÉL
Da igual. Cuando la pasé a buscar por su casa estaba vestida como si fuera una actriz de
una película americana de baile de graduación. Sí, iba vestida como chica de película de
baile de graduación. Estaba muy nerviosa y se reía de todo y cada vez que hablaba subía
y bajaba los hombros. De entrada, me agarró de un sopetón de la cintura y caminamos a
toda velocidad.
ELLA
A los hombres les gusta que los hagan esperar.
ÉL
Yo que transpiro, si otro cuerpo se pega al mío transpiro el doble.
ELLA
¿Se acordará de lo del helado? Pasamos por un kiosco y compramos algo para tomar.
ÉL
Un fernet.
ELLA
Y llegamos a la puerta de la casa de Verónica Ravetino.
ÉL
Escavino.
ELLA
Vivía cerca.
ÉL
Aproveché para separarme un poco. A esa altura ya era como una esponja flotando en un
balde de agua.
ELLA
Tocamos timbre. Verónica Ravetino nos abre la puerta y yo lo vuelvo a agarrar. Subimos
por una escalera oscura y angosta. Cada vez más oscura.
ÉL
Verónica Escavino era mi salvación: ¡Sus padres le habían dejado la casa por dos semanas!
ELLA
Como un pasadizo o una caverna, como la cáscara de una palta o un neumático por dentro.
Apenas hay un hilito de luz en ese pasillo hasta la terraza. Como una gotera o como la
chispa del fósforo que no se prende… Subimos, casi pegados a la pared hasta que la puerta
se abre como un rayo sobre nosotros, una estela más bien y ahí estoy yo, iluminada junto
a Roberto, como dos apariciones vaporizando hormonas, inmaculados en el trance de una
foto perpetua. Le agarro la mano lo más fuerte que puedo, pego mi brazo al suyo y avanzo
abriéndome paso entre sus amigos y los amigos de Verónica Ravetino todos bailando. Hay
gente que conozco, qué sorpresa, quiero que me vean con él, sonrío y giramos en el centro
de la fiesta y estoy varios centímetros despegada del piso. Ahí, se va para atrás, no sé
adónde. Se va con el fernet.
ÉL
El diario no dice nada de esto.
ELLA
No lo veo por ningún lado.
EL
No la vi nunca más.
ELLA
¿Por qué?
ÉL
No sé por qué.
ELLA
Hasta el día del aeropuerto.
Él y ELLA ahora son 1 y 2. Cuentan su historia a través de objetos, que los representan.
Una cámara en circuito cerrado capta en vivo y proyecta lo que sucede en este micro
mundo.
I
1
Cuando Graciela llegó a la provincia hacía mucho calor. Parecía primavera en pleno
invierno, así que fue a comprarse algo liviano para usar. Caminando, las calles le
parecieron más anchas, más lejanas, como si se tratara de otro país. Pero los vestidos son
los mismos, los mismos tejidos, los mismos colores, los mismos cortes. No son feos, no son
viejos, pero son como de empleada municipal. ¿Por qué no parecer durante unos días una
empleada municipal?
2
Los mismos tejidos, los mismos colores, los mismos cortes.
1
Caminando se refleja en una vidriera: la que ve no es ella. O sí es ella, pero viviendo otra
vida, la que hubiera tenido si se hubiera quedado en esa ciudad.
II
2
Pero se fue. Y afuera una vez alguien le dijo que se parecía a una mujer de un cuadro de
Picasso. Fue subiendo la escalera mecánica del Pompidou, en París.
1
No. Fue en las Ramblas de Barcelona y se lo susurró una estatua viviente disfrazada de
soldado romano cuando le tiró una moneda.
2
Se lo dijeron en algún momento durante su primer viaje a Europa.
1
¿Por qué no se cambió el peinado?
2
No lo cambió nunca ni nunca lo va a cambiar porque se siente bien usando el pelo como
lo usó siempre, alrededor de la cabeza.
1
Alrededor de la cabeza.
2
Cabeza.
1
Estatua.
2
Peinado.
1
Romano.
2
Pelo.
1
Cabeza.
2
Hermosa.
1
Nunca.
2
Peinado.
III
2
Su cara tampoco cambió. Pero ahora cuando habla se transforma: con cada gesto, las
arrugas de la frente y del mentón cambian rápidamente de lugar. La piel se pliega y
repliega, el labio superior se llena de finas ranuras verticales. Graciela solo conoce su cara
cuando está quieta, con la piel casi lisa. Todos los espejos del mundo le hacen creer que
sigue siendo hermosa.
1
¿Y Roberto?
IV
2
Después de una semana sin noticias iba a dejar la caja en alguna esquina, la haría
desaparecer.
1
Cuando suena el teléfono, Roberto está sentado en el living del minúsculo departamento
donde vive con su mujer. Debe entregar la caja al día siguiente a las 14.50 en una estación
del subte A.
2
No, del subte B.
1
A una persona con un diario abajo del brazo.
2
No, con un saco de corderoy marrón.
1
En ese momento Roberto piensa que va a decirle algo, le dirá algo, le susurrará…
2
Le dice que lo llame, o algo así.
1
Le dice ¿Por qué tardaron tanto?
2
Le dice: es una locura. Pero hace todo como le indicaron. Una valija.
1
¿No era una caja?
2
Dos pistolas de grueso calibre, una bandera argentina y explosivo plástico.
1
Al día siguiente lo llamaron desde un teléfono público. Una línea no rastreada.
2
No, le pasaron un papel por debajo de la puerta.
1
Lo quisieron convencer. Que había sucedido un error. Que se podía subsanar.
2
Estas tabicado. No conocés a nadie no tenés el teléfono de nadie. Te ubican a vos.
1
Dejó el bolso y se fue. Conteniendo el paso para no llamar la atención.
2
¿Lo dijo o lo pensó?
1
Por teléfono. Sí, sí. Fue así. No sé cómo sería hoy.
V
2
La mujer de Roberto tenía una decena de sonrisas distintas. Y un don para las respuestas
rápidas. Decía por ejemplo… (No recuerda.). Fantaseaban con morirse juntos. Si los
agarraban utilizarían el procedimiento de emergencia. Si se enfermaba iba a ayudarla a
morir y luego moriría él. Pero no los agarraron porque se fueron a México y cuando su
esposa se enfermó Roberto no tuvo valor para suicidarse. No pudo soportar la idea de
dejar ese cuerpo querido en manos de extraños. Si juntara cada recuerdo de los años que
pasaron juntos ¿cuánto tiempo sumaría? ¿Un minuto? ¿Dos? ¿Media hora?
VI
1
Muchos años después, en México, comprando una máquina para su imprenta, se
reconocieron al instante. Tomaron un café. No fue muy extenso, no era su amigo. Le
contó que era parte del Comité Central del partido y que de su grupo solo había
sobrevivido él. Era el tipo al que le había dado la caja en el subte. Enrique Sorrento le
dijo que se llamaba.
VII
1
Cuando a Graciela le llegó el día de irse de su ciudad tuvo la certeza.
2
La intuición, como una princesa sorda que solo mueve los labios.
1
De que no regresaría nunca. Antes de irse ya sabía que era una extranjera. Se juntó con
uno de sus amigos de la adolescencia del que creía que estaba enamorada. Era muy joven.
2
Siempre supo que era una extranjera.
1
Fue una decisión forzada y en realidad nada libre. Cometió un error. Difícil de definir,
imperceptible. Un error de ignorante. En esa edad en que la gente se casa, tiene el primer
hijo, elige su profesión. Un día las cosas se comprenden, pero es tarde, porque todo habrá
tomado forma cuando uno no sabía absolutamente nada de sí mismo.
VIII
1
En el aeropuerto Roberto mira a Graciela, pero no se da cuenta quién es. Dice hola. Hola.
Graciela tiene grabada la imagen de Roberto y la repasa todos los días como una hoja de
calcar que remarca y remarca con el lápiz negro de su memoria.
2
Pero el Roberto que Graciela recuerda no es igual al que acaba de encontrar. Ella puede
llamarse Graciela, Beatriz, Ana María o Stella Maris y ese mismo vuelo llega y nosotros
pues lo tomamos luego dice el de al lado y la de los alienígenas también habla y dice
“¿tenés fuego?” ¿Se puede fumar en los aeropuertos? y Roberto no la mira y llaman a
embarcar de la fila 15 a las 25 y Graciela quiere abrazarlo, caminar por la arena con él,
prepararle ensalada de frutas y 35 sale el vuelo, luego nos vamos a Buenos Aires y nadie
lo limpia y Roberto está ahí, yendo y viniendo con su teléfono, que la lleve abrazada por
la calle como aquella vez, pero ahora y ¿por qué no se da cuenta quién es? que la abrace
que la, que la bese detrás del pino cubierto de nieve de la plaza principal en pleno
invierno, que le pellizque el dedo gordo del pie, que la acaricie como a un gatillo, si, el
gatillo de una pistola que tira espuma tibia de fernet, que la baje de un rascacielos con
una soga kilométrica de bambula rosa batik, una bandera de rendición, la bandera
soberana de un archipiélago sureño atestado de alienígenas, ¿con quién hablará tanto por
teléfono?
1
Su abogado, su contador y hasta su secretaria lo llaman para persuadirlo de que no es
necesario vender la casa que era de sus padres. Ese es el motivo de su viaje.
2
El número del hotel es correcto, pero él nunca está en la habitación.
ÉL
¿Así que te casaste?
ELLA
Sí. Mirá lo que son las cosas. Al final me quedé con tu amigo.
ÉL
¿Y cómo te fue?
ELLA
Bien. Bien. Qué se yo. Si, bien. Construimos una vida… agradable.
ÉL
¿Agradable? Qué palabra… sutil.
ELLA
Espantosa.
Ríen.
ELLA
¿Por qué nunca volviste?
ÉL
Siempre quise. Pero era como llegar a la puerta de un cine donde pasan siempre la misma
película. ¿Y vos?
ELLA
Pensar en volver era como imaginarme adentro de una de esas bolas de vidrio que tienen
una ciudad en miniatura, con la iglesia, la plaza, la escuelita, todo en un mismo color,
blanco, gris, celeste, y cuando la sacudís cae algo que parece nieve o escamas, y es
siempre invierno o navidad, el polo norte, o esta ciudad, pero en realidad está todo como
lo dejaste, inmóvil, muerto.
ÉL
Seguro que en esa ciudad en miniatura hay un cine como el que te digo.
ELLA
Y adentro del cine hay dos como nosotros.
Ríen.
ÉL
Este lugar no es para mí.
ELLA
Cada vez que vengo nadie me pregunta nada sobre mi vida actual. ¡Ni una sola pregunta!
¡Nada! Siempre tengo la sensación de que me hubieran amputado los últimos cuarenta
años.
ÉL
Y en Buenos Aires ¿tus amigos te hacen preguntas?
ELLA
No, pero es distinto, porque en determinados círculos todos se conocen y nadie se hace
demasiadas preguntas, ni se sienten frustrados por eso.
ÉL
A nadie le interesa lo que tenés para contar. Pero es normal.
ELLA
Sí, es normal.
ÉL
Me refiero a lo que viviste. De eso tus amigos de Buenos Aires no tienen la menor idea. La
gente no tiene una visión de las cosas. Solo tiene opiniones. ¿Con quién hablas de todo
esto?
ELLA
Con nadie. Ahora, con vos.
ÉL
Sos encantadora.
ELLA
Soy malvada y vengativa.
ÉL
Nunca pensaría eso.
¡Ring!
ÉL
Disculpame tengo que atender.
ELLA
Luego de cenar en el hotel subimos conversando hasta su habitación. El vino me dio un
sueño atroz… El teléfono le suena una vez más y mientras habla, busco en el mini bar algo
que me ayude a… (Hace un gesto.) hay tres botellitas iguales, ¡Todas de fernet! No hay
duda de que es una señal de buen augurio. Abro una y me la tomo como una pócima,
dispuesta a destrozar cualquier línea de tiempo, a reparar ese error que en alguna
trasnochada insomne denominé THE ROAD NOT TAKEN. Las otras dos botellitas las guardo
en el bolsillo.
Suben a la habitación del hotel. Roberto busca en el mini bar algo para tomar.
ÉL
Qué miseria. Nada para tomar.
ELLA
¿Te acordás de la disquería que había en la planta baja de este edificio? Una disquería en
un edificio sin terminar, completamente abandonado, en el centro de la ciudad. Los
ladrillos al aire y las ventanas como el agujero de una boca a la que le faltan los dientes.
Recuerdo eso. Era este lugar. “Génesis” se llamaba.
ELLA
¿Te acordás del que atendía?
ÉL
Un abogado albino que por las tardes se disfrazaba de jipi.
ELLA
Era inquietante a la noche.
ÉL
¿El abogado albino?
ELLA
Tonto, el edificio sin terminar. Mirábamos desde enfrente, desde el bar. Mirá, ahí está
nuestra mesa. ¡En una de las asaltadas al a la disquería te robaste un disco de Nino Bravo!
¿Cómo era esa canción que estaba de moda? La de las cartas…
ÉL
¡Cartas amarillas! ¡Qué temazo! ¿Yo robaba discos?
ELLA
Entre otras cosas.
ÉL
¿Qué más robaba?
Gira hacia él.
ELLA
¿Estoy muy distinta?
ÉL
Estás deslumbrante.
ELLA
¡Éramos tan inexpertos! Puro pantalón pata de elefante y polera. Vos usabas una rayada
celeste y marrón. ¡Decime que te acordás de mi camisa de bambula rosa batik enchastrada
de baño de chocolate para helados! Que haya sido así, de casualidad… ¿Crees en las
casualidades? Se me pone la piel de gallina.
ÉL
Estos días encontré un diario que escribía cuando era pibe.
ELLA
¿Y qué decía?
ÉL
Pavadas de adolescente virgen con promesas de “pruebas de amor”. Es raro, no me
reconozco. Como si fuera otra persona.
ELLA
¡Igual que yo!
ÉL
¡Qué estás diciendo!
ELLA
¡No! ¡No soy otra! ¡Yo soy la misma! ¡No perdamos más tiempo! ¡Reventame contra el
colchón! ¡Ese colchón que tenías en el garaje de tu casa!
ÉL
Hasta ese momento no nos habíamos dado ni un beso. Y de repente, en unos segundos
éramos una masa de carne desesperada rodando por toda la habitación.
ELLA
Como si quisiéramos condensar en una sola noche todo lo que nos faltó.
ÉL
Las cosas a las que llegan los amantes después de varios encuentros o años las hicimos
todas precipitadamente.
Graciela se sienta en su regazo. Se levanta raudamente y busca en su cartera una de las
botellitas de fernet. Bebe.
ÉL
¡Te vas a emborrachar!
ELLA
¡No te preocupes!
ELLA
No te vayas hoy, quedate.
ÉL
No puedo.
ELLA
¡Besame! Voy a quedarme acá hasta que te levantes y me beses. Tengo toda la noche.
ELLA
¿Lo reconocés?
ÉL
…
ELLA
¿Lo reconocés?
ÉL
…
ELLA
¿No lo reconoce? ¿En el avión no sabía con quién hablaba? Y de pronto me doy cuenta:
¡Jamás me llamó por mi nombre!
ELLA
¡Decime cómo me llamo!
ÉL
…
ELLA
¿Cuál es mi nombre? ¡Cómo me llamo! ¿Dónde nos conocimos? ¿Quién soy yo?
ÉL
Alguien va venir a tocar la puerta.
ELLA
¡No sabes quién soy! ¡Te aprovechaste del malentendido! ¡Para vos no soy más que una
maldita desconocida! ¡Dejáme!
ÉL
Calmate.
ELLA
Decime como me llamo y me calmo. ¡Mi nombre!
ÉL
¡No sé! No sé quién sos.
ELLA
¡Graciela me llamo! ¡Graciela Beatriz! ¡Graciela! ¡Y vos sos Roberto! ¡Soy Graciela,
Roberto! ¡Graciela! ¡Un nombre común, común, común! ¡Vos eras amigo de mis amigos y
nos fumamos mil puchos en ese inmundo bar de ahí enfrente y me invitaste a salir, a tomar
un helado y a tu casa y a la fiesta de Verónica Ravetino y me regalaste este estúpido
cenicero que te robaste de ese maldito bar! Teníamos algo pendiente vos y yo. ¿Entendes?
¡Qué sabes vos de cosas pendientes! ¿Venís así y me decís que no sabés quién soy después
de pavonearte como un Don Juan decadente? La mentira es la madre de todas las
desgracias. ¡Y acá de verdad no hubo ni un ápice, Roberto! Lo único que se repite es el
fracaso. A esta altura ya debería saberlo. Ya debería haberlo aprendido. Grande al divino
botón. Una cascada de desilusiones. Una detrás de la otra. Como si todo fuera tan liviano.
¡Sin costo! Cada puta experiencia de mi vida la pagué al contado. Me la gané. Pero esto
no lo merezco. ¡No quiero volver a verte!
ÉL
Graciela, no quise…
ELLA
¿Por qué me seguiste la conversación? ¿Por qué no me dijiste que no sabías quién era?
ÉL
Pensé que con el correr del tiempo te iba a recordar, que la imagen iba a volver…
ELLA
¿No te acordás nada, nada? ¿Del fernet tampoco? ¡Nuestro fernet!
ÉL
Éramos del mismo grupo, eso seguro.
ELLA
No puedo creer que esto me esté pasando.
ÉL
¡Vas a lastimar a alguien! ¡Y está nevando!
ELLA
No hay nadie por la calle a esta hora en esta ciudad. Y si no abro la ventana voy a morir
aplastada por una montaña de recuerdos inútiles. Agradecé que no pienso en algo más
drástico.
ÉL
Graciela, dejame que…
ELLA
Me dijiste “Estoy de paso, por pura casualidad”. ¡Casualidad es otra manera de decir
destino!
ÉL
El destino no existe.
ELLA
Vos contá tu historia que yo cuento la mía. ¡Volver a vernos era como encontrar un anillo
en una playa!
ÉL
En el aeropuerto pensé: esta mujer está tan sola como yo. Y aparecieron todas las
posibilidades. Una adentro de la otra. Al mismo tiempo. Dos copias casi idénticas: seguir
de largo o darle existencia. Aunque faltaran nombres o fechas.
Vos insististe y yo no me resistí.
Todas las posibilidades. En algunas existís vos, en otras yo y en otras sólo vos, pero en
esta, ahora, estamos los dos.
Hace cuarenta años que no vuelvo a esta ciudad.
Me gusta esto. Vos.
Ya no estamos en la bola de vidrio.
Y yo también me siento solo.
Silencio.
ÉL
Graciela.
ELLA
Nada bueno puede empezar de esta manera.
ÉL
Hace mucho que no me siento así.
Silencio.
ÉL
Hola Graciela, me presento, soy Roberto.
ELLA
Decilo otra vez.
ÉL
Hola Graciela, me presento, soy Roberto.
ELLA
Otra vez.
ÉL
Graciela, soy Roberto.
ELLA
Mi nombre.
ÉL
Graciela.
ELLA
Otra vez.
ÉL
Graciela.
ELLA
No te rías.
ÉL
¿Por qué me iba a reír?
ELLA
Es un nombre común.
ÉL
Vení.
ELLA
Cantame.
ÉL
¿La de Nino Bravo?
Fin