CATEQUESIS DOMINGO VI DE PASCUA 220522

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 5

Parroquia San Óscar Arnulfo Romero

Obispo y Mártir
Arquidiócesis de San Salvador
_________________________________________________________________

CATEQUESIS PARA LA REUNION SEMANAL


DE LAS PEQUEÑAS COMUNIDADES
Domingo 22 de mayo de 2022 / Domingo VI de Pascua

1. CELEBRACIÓN DE LA PALABRA

[PO] Saludamos a todos y nos ponemos en la presencia de Dios y el Coordinador comenta:

Este domingo estamos ante una hermosa síntesis de la espiritualidad cristiana. En


el texto del evangelio descubrimos las características de una auténtica vida espiritual.

Ø Da una paz profunda, que se genera cuando todo nuestro ser están en manos de
Dios.
Ø Esta enraizada en una amistad con Jesús, que nos lleva a ser fieles a su enseñanza.
Ø Implica la presencia del Espíritu Santo, dador de vida
Ø Manifiesta nuestra comunión con el Padre y genera la unidad de la comunidad
cristiana.

A veces pensamos que hubiera sido mejor vivir en tiempos de Jesús. Sin embargo,
él explicó que nos iría mejor cuando nos enviara al Espíritu Santo. El Espíritu Santo habita
en nosotros desde el bautismo, nos ayuda a orar, nos da fuerzas para seguir a Jesús e
ilumina nuestro caminar. Él es quien nos llena de paz. Es una herencia que podemos
obtener siempre que estamos abiertos a su acción en nosotros.

LEAMOS LA PALABRA DE DIOS: Hechos 15, 1-2.22-29; Salmo 66, 2-3.5-6.8;


Apocalipsis 21, 10-14.22-23; Juan 14, 23-29. Lo meditamos un momento en silencio.

HAGAMOS EL ECO DE LA PALABRA: Abrimos un pequeño diálogo: ¿Cuál es la


herencia de Jesús a sus discípulos?

2. CATEQUESIS:
«LOS IDEALES MUEVEN LA HISTORIA»

1. Tenemos otro abogado

La ausencia física de Jesús en medio de los suyos fue siempre un problema para los
cristianos, sobre todo para los apóstoles y los primeros discípulos tan marcados por la
experiencia vital del Maestro. Muchas eran las preguntas que podían hacerse: ¿Cómo
continuar su obra? ¿Cómo escuchar su palabra? ¿Cómo hacer frente a los problemas y
dificultades que seguramente se suscitarían con el correr del tiempo? ¿Cómo interpretar
correctamente sus palabras y darles el sentido exacto? ¿Y cómo organizar una
comunidad que apenas estaba esbozada al morir su fundador? Y el evangelista Juan,
preocupado por esta comunidad cristiana que debe ser la prolongación de Cristo en el
tiempo y en el espacio, nos da una respuesta e insiste en ella: es el don del Espíritu Santo
el que completará la obra de Jesús. Juan y Lucas son los dos evangelistas que subrayan
constantemente la obra del Espíritu en la comunidad cristiana. Acercándonos ya
inmediatamente a la celebración de la Ascensión del Señor y a Pentecostés, no nos
extrañemos de que la liturgia incline hoy nuestra mirada hacia el Espíritu Santo que
debe jugar un papel tan importante en la dinámica de la comunidad cristiana. Como
sucede en estos domingos, mientras el Evangelio de Juan nos presenta el postulado teórico
de la cuestión, el libro de los Hechos nos da la visión pragmática desde ciertas situaciones
concretas.

Jesús se va al Padre y siente la preocupación de los apóstoles por esa ausencia que puede
ser también una ruptura. Por eso les dice: "Os he hablado ahora que estoy a vuestro
lado; pero el Paráclito [o Abogado], el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi
nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho".
Teniendo en cuenta que el Evangelio de Juan fue redactado unos 70 años después de la
muerte de Jesús, es fácil comprender el trasfondo de estas palabras y toda la importancia
que tenían para la vida de la Iglesia, que ya había saboreado la amargura de duras crisis
internas y que debía prepararse para otras aún más dolorosas.

El Espíritu Santo es llamado por Jesús "defensor" o «abogado» literalmente, Paráclito,


porque no deja sola a la comunidad sino que está a su lado para siempre. No es un
abogado para después de la muerte, sino un defensor para asesorar a la comunidad
aquí, en esta larga marcha histórica. El Espíritu es el «otro» defensor, el segundo
abogado, ya que el primero es el mismo Cristo, cabeza indiscutida de la Iglesia, como lo
llama Pablo. El Espíritu Santo vive dentro de la comunidad y de cada miembro, ya que
por medio de él obra el Padre. Es el espíritu de la verdad, el que enseñará todo y
recordará lo enseñado por Jesús. Este enseñar y recordar todo tiene un valor muy
especial: el Espíritu no agrega palabras a las de Cristo, sino que las recuerda, es decir,
las vuelve a la superficie, las hace actuales de tal modo que cada comunidad cristiana
tenga en ellas el criterio para resolver sus problemas y conflictos. Y cuando la comunidad
se reúne para recordar esas palabras, no puede cada uno interpretarlas a su gusto y placer.
Es necesario abrirse al Espíritu de Cristo y del Padre, espíritu de verdad y sinceridad,
espíritu de comunidad y de amor, para que en comunión con ese Espíritu, presente en
toda la comunidad, aprendamos a ver más claro y a resolver nuestros problemas.

Recordar las palabras de Jesús es mucho más que acordarse con la memoria, como hacen
los niños en la escuela; es hacer presente aquí y ahora el mensaje de Cristo que se dirige
al hombre concreto de hoy que tiene preocupaciones propias y peculiares. A Jesús no lo
podemos recordar como un simple personaje del pasado, ni sus palabras se han quedado
petrificadas en las páginas del Nuevo Testamento. Cristo Resucitado está viviente en la
comunidad y sus palabras tienen valor si son algo vivo para cada circunstancia. Por lo
tanto, recordarlo es hacer que nuestra vida, nuestra conducta, nuestra vida comunitaria,
nuestra relación con el mundo, etc., estén orientados por el Espíritu de Cristo y de su
evangelio. Jesús no habló concretamente más que de los problemas de los judíos de su
época, pero sí planteó un cierto esquema fundamental según el cual el discípulo de todos
los tiempos debe regir su vida. Y esos discípulos se encuentran a menudo con interrogantes
cuya respuesta directa e inmediata no está en las páginas de los evangelios ni en toda la
Biblia tomada en su conjunto. En fin, cuántas cuestiones que no aparecen directamente
en los evangelios porque hubieran sonado a anacronismo, y que, sin embargo, hoy son
problemas candentes de la Iglesia contemporánea. Y ahí está la tarea asignada al
Espíritu Santo, un Espíritu que no actúa mágicamente resolviendo nuestros conflictos
desde el cielo, sino que obra dentro de la misma Iglesia.

Pero si la comunidad eclesial se cierra al Espíritu y se instala en una posición cómoda y


fija, si los intereses creados nos hacen saltar ciertas páginas del evangelio, si el mensaje de
Cristo se transforma en un frío catecismo para aprender de memoria como una receta de
farmacia; en fin, si pretendemos tener toda la palabra de Jesús para no tener que ver tantas
cosas nuevas como nos obligan a rehacer nuestros esquemas mentales, entonces sí que la
decadencia de la Iglesia es inevitable y ella deja de ser fermento de verdad en el mundo. Y
alguien preguntará: ¿Y cómo se manifiesta el Espíritu cuando una seria crisis se hace
sentir en la Iglesia? El texto de los Hechos nos da una respuesta sugestiva...

2. La instancia suprema

La primera lectura de hoy se refiere a lo que tradicionalmente es conocido como «el


Concilio de Jerusalén», acaecido aproximadamente hacia el año 49, unos veinte años
después de la muerte de Jesús. La Iglesia se enfrenta por entonces con su primera gran
crisis interna, una crisis que está a punto de provocar la ruptura. El motivo ya lo
conocemos: Pablo y Bernabé, durante su primer viaje misionero por el Asia Menor,
habían bautizado a los paganos que querían abrazar la fe, sin obligarlos al rito de la
circuncisión y a otras prácticas propias de los judíos. Aquello fue una novedad tan
sonada, que eminentes cristianos judaizantes, sobre todo los venidos del fariseísmo, e
incluso el influyente pariente de Jesús, Santiago, al frente de la Iglesia de Jerusalén,
reaccionaron con todas sus energías. Como dice Lucas: «Esto provocó un altercado y
una violenta discusión con Pablo y Bernabé», por lo que se decidió hacer en última
instancia una consulta a Jerusalén con todos los notables de la Iglesia, entre ellos Pedro,
Santiago y Juan, como recuerda el mismo Pablo en la Carta a los gálatas (2,9).

Así tuvo lugar aquella memorable reunión de la que tenemos las dos versiones, con matices
distintos, de Pablo en la citada carta y de Lucas en el texto de los Hechos. El Concilio llegó
a una conclusión común, expresada, según Lucas, en una carta que se redactó y que se
envió a la Iglesia de Antioquía. Pablo, por su parte, relata cómo los tres notables antes
citados, «reconocieron el don que Dios me dio. Esos hombres -sigue Pablo- considerados
como los principales, nos estrecharon la mano a mí y a Bernabé, en señal de comunión:
nosotros iríamos hacia los paganos y ellos hacia los judíos». No nos interesa ahora
meternos de lleno en el conflicto surgido en la Iglesia, sino en la forma como se resolvió,
subrayando cierto detalle fundamental de la famosa carta en cuestión. Después de una
introducción en la que se recuerda el origen de la crisis, dice el texto: «Hemos decidido, el
Espíritu Santo y nosotros», continuando luego con la resolución del conflicto, o sea,
autorizar la conducta de Pablo e imponer a los neo-bautizados ciertas normas relativas a la
idolatría y a la fornicación.

«Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros»... He aquí la forma concreta de resolver


las cuestiones internas y de recordar las palabras de Jesús cuando la memoria del Espíritu
nos falla. A partir de entonces, cuando las crisis arreciaban muy fuerte, fueron los Concilios
Ecuménicos el modo como los cristianos intentaron entenderse ante cuestiones tan
fundamentales como la misma divinidad de Jesucristo en los concilios de Nicea (325) y
Éfeso (5,31). El último gran Concilio, el Vaticano II, fue entre otras cosas una gran
manifestación del Espíritu en una Iglesia aletargada, y el despertar de una primavera
bajo cuyos efluvios aún caminamos.

«Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros» es la concreción de lo dicho por Jesús en


el texto de Juan; es la incorporación oficial del Espíritu Santo en la vida de la Iglesia, no
como un miembro más, sino como el aliento de vida nueva, como la fuente de la
auténtica verdad, como el defensor contra los peligros de naufragio.

Hoy también los cristianos debemos enfrentarnos con muchos problemas y situaciones que
no pueden ser resueltos por uno o por otro imponiendo su verdad sobre los demás. La
acción del Espíritu implica necesariamente un despojarnos de todo espíritu revanchista,
dejando a un lado prejuicios y formas autoritarias de pensar que transforman a menudo
a la Iglesia en un simple campo de batalla. No se trata de imponer nuestra verdad a los
adversarios... En el concilio de Jerusalén no triunfó ningún bando sobre el otro; más
aún: se buscó una fórmula conciliatoria que tuviese en cuenta los intereses de toda la
Iglesia, que evitase el escándalo de los débiles y que garantizase la libertad en el espíritu.
Todo ello no se logra sino con una actitud interna de sincera búsqueda de la verdad, cueste
lo que cueste.

El Espíritu Santo y nosotros... Nosotros todos, toda la comunidad es la depositaria de


este don por excelencia del Padre. Mientras los cristianos sepamos decir: «El Espíritu
Santo y nosotros», no habrá peligro de divisiones ni de violencias internas, aun cuando los
problemas planteados presenten puntos de vista distintos y hasta opuestos. Esta es la
lección que debemos recoger del libro de los Hechos de los Apóstoles: una lección tan
sabia como dura de aplicar cuando las pasiones ciegan al Espíritu.

3. EDIFICACIÓN ESPIRITUAL

¿Qué he aprendido en esta catequesis? ¿sueños tienes para ti? ¿Qué ideales
mueven tu vida?¿Cómo fortaleces tus ideales? ¿Qué ideales quisieras que se plasmaran
en tu sociedad? ¿Qué puedes hacer para ayudar a que se hagan realidad?

Momento de oración personal en silencio, luego oramos unos por otros y finalmente
hacemos la comunión espiritual diciendo con el Papa Francisco esta oración: “Creo, Jesús
mío, que estás realmente presente en el Santísimo Sacramento del Altar. Te amo sobre
todas las cosas y deseo recibirte en mi alma. Pero como ahora no puedo recibirte
sacramentalmente, ven al menos espiritualmente a mi corazón. Como si ya te hubiese
recibido, te abrazo y me uno todo a Ti. No permitas, Señor, que jamás me separe de Ti.
Amén”.

4. AVISOS PARROQUIALES

En este tiempo de pandemia tenemos que ser muy responsables con el saber guardar el
distanciamiento social, el uso de la mascarilla y el lavado de manos con gel. Sobre todo
debemos cuidar a nuestros abuelos y adultos mayores con mucho respeto y amor. Pero
también debemos perder el miedo a vivir la vida, se prudente ante el virus que puede matar
el cuerpo, pero no entres en el terror porque ese sí mata el alma, se valiente, ten ánimo,
redescubre tu comunidad y la vida que a través de ella te da el Señor. Te esperamos en las
misas de la parroquia donde guardamos todas las medidas de bioseguridad. Es tiempo de
vencer nuestros temores e intentemos volver con precaución a la reunión presencial de la
Pequeña Comunidad donde sea posible.

Por favor No olviden colaborar con sus diezmos con la Parroquia que falta
nos está haciendo y de verdad que nos están haciendo falta en este tiempo.
Les ruego y les invito a colaborar con el sostenimiento de la Parroquia.

También podría gustarte