Tema 1 resumido
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2024-25
1. La semántica
La palabra semántica fue acuñada por el lingüista francés Michel Bréal en 1833 a partir del
griego semainon, que podría traducirse como «significar». La semántica es, pues, la
disciplina que estudia el significado de los elementos lingüísticos. Sin embargo, esta
definición resulta excesivamente general debido a la imprecisión con la que suele utilizarse
el concepto de significado y a las múltiples perspectivas desde las que puede abordarse. La
primera dificultad que nos plantea este concepto es que, además de los elementos
lingüísticos, existen en la naturaleza muchas realidades que significan: las nubes pueden
significar lluvia; el humo significa que hay fuego; la luz roja en un semáforo significa que
hemos de detenernos; las ojeras en una persona significan cansancio, etc. Todos estos
elementos (nubes, humo, luz roja, ojeras) tienen un significado, es decir, una vez que los
hemos percibido a través de los sentidos, nos hacen pensar en realidades distintas (lluvia,
fuego, obligación de detenerse, cansancio), y por eso los consideramos signos. El signo
puede definirse, por lo tanto, como aquello que remite a algo distinto de sí mismo (aliquid
stat pro aliquo). La ciencia que estudia los signos en general es la semiótica o semiología.
Dentro de ella, la semántica se encarga del estudio del significado de los signos lingüísticos,
los cuales son tan solo uno de los muchos tipos de signos que nos rodean.
Los ejemplos anteriores ponen de relieve que no todos los signos significan de la misma
manera: mientras que en algunos de ellos se observa una relación de causa-efecto entre el
significado y el significante (fuego-humo, cansancio-ojeras), en otros casos esta relación es
convencional y arbitraria (obligación de detenerse-luz roja). Ante esta multiplicidad de
signos, se han propuesto diversos criterios para clasificarlos. El filósofo norteamericano
Charles Peirce (1839-1914) agrupó los signos en función de la distinta relación que existe
entre su significante y su significado. Siguiendo este criterio, los signos pueden ser iconos,
índices y símbolos:
1. El icono es un signo que mantiene con su objeto una relación de similitud o semejanza
física. Un ejemplo de icono es el dibujo de un animal en una señal de tráfico para advertirnos
de la presencia de dicho animal; o la imagen de un hombre o de una mujer sobre una puerta
para distinguir el servicio de hombres del de mujeres. Según Peirce, «un icono es un signo
que remite al objeto que denota simplemente en virtud de las características que posee,
exista realmente ese objeto o no». La existencia física del referente no está implicada
necesariamente por el signo icónico. Este es autónomo, separado, independiente. Existe por
sí mismo. Esta autonomía del signo icónico respecto de lo real significa que en el icono solo
cuentan las características que posee, en tanto que estas remiten icónicamente, es decir, se
asemejan, a un denotado, ya sea este real o imaginario. Por ejemplo, un retrato no pierde su
carácter de signo, aunque no exista realmente la persona retratada.
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2. El índice es un signo que se refiere a un objeto por el que está afectado; en palabras
de Peirce: «Llamo índice al signo que significa su objeto solamente en virtud del hecho de
que está realmente en conexión con él». Entre los numerosos ejemplos propuestos por
Peirce recordamos la veleta que indica la dirección del viento, el humo que expresa la
existencia del fuego, la caída de los cuerpos que manifiesta la ley de gravedad, un golpe en la
puerta que me indica la presencia de alguien al otro lado, etc.
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para la filosofía del lenguaje y para la psicología. Cuando nos preguntamos dónde
residen los significados de las palabras, es muy probable que respondamos que están
en la mente de los hablantes, en forma de ideas o conceptos. Si convenimos en que el
significado tiene existencia en la mente de los hablantes, no resulta fácil elaborar una
teoría sobre algo tan inaprensible y subjetivo. En consecuencia, otro de los grandes
objetivos de la teoría semántica es objetivar el significado.
• Explicar la necesidad de categorizar la realidad que experimenta el ser humano. La
realidad que nos rodea es cambiante y multifacética, y se presenta ante el observador
con matices siempre diferentes: cada objeto que vemos, o cada acontecimiento al que
asistimos es siempre único e irrepetible. Sin embargo, el ser humano es capaz de
manejarse ante tal diversidad de estímulos porque simplifica el contenido de su
experiencia perceptiva: segmenta la realidad en entidades discretas que agrupamos en
clases, a las que atribuimos nombres que nos permiten referirnos a ellas. Los hablantes
organizamos, pues, nuestro entorno en categorías más o menos estables, enfatizando
lo común y descartando las diferencias que no resultan esenciales. Esta operación de
abstracción por la que estructuramos la percepción en un esquema organizado y global
se denomina categorización. Categorizar es, pues, agrupar entidades y sucesos en
clases en virtud de sus rasgos generales, desestimando a estos efectos todo lo que
hace único a cada objeto o acontecimiento. La capacidad de categorizar es básica para
nuestra especie, ya que nos permite reducir la complejidad del entorno, entender y
organizar el mundo que nos rodea.
• Explicar cómo determinan los hablantes si una entidad o suceso entran o no dentro de
una categoría. La respuesta más inmediata es que los miembros de cada categoría
deben reunir un determinado conjunto de propiedades comunes, de modo que solo se
podrán incluir en esa categoría los elementos que satisfagan las condiciones
requeridas. Por ejemplo, para que una entidad pueda etiquetarse como mujer tiene
que poseer los rasgos [humano], [femenino] y [adulto]. Esta manera de concebir la
pertenencia a una categoría permite establecer una partición binaria en el universo: o
se pertenece a una categoría (si se cumplen los requisitos), o no se pertenece (si se
incumple alguno de ellos). Este enfoque, pese a sus ventajas, no parece reflejar
fielmente el comportamiento mental de los hablantes: no disponemos de una «lista de
verificación» que apliquemos rigurosamente a la hora de categorizar los individuos en
clases. Una explicación alternativa es la que se ofrece desde la semántica de los
prototipos, según la cual para cada categoría existe un prototipo o «representante
ideal» que posee los rasgos más característicos y destacados de dicha categoría; el
resto de los miembros que se asocian a esta categoría lo hacen en función de su grado
de semejanza con este miembro prototípico. Desde esta perspectiva, ya no hay una
lista de cerrada de condiciones que permitan admitir o excluir a un miembro de una
categoría, sino que la pertenencia es una cuestión de grados. Las fronteras de las
categorías no son rígidas.
• Estudiar la lexicalización de los conceptos. El número de conceptos que un individuo
puede formar en su mente es potencialmente infinito. Sin embargo, el número de
palabras de una lengua es limitado: ello indica que, de las múltiples
conceptualizaciones posibles, la lengua solo lexicaliza (es decir, solo expresa de manera
léxica) algunas. En consecuencia, no basta con pensar simplemente que las palabras
son la exteriorización de un inventario común y compartido de conceptos. Las
distinciones lingüísticas que se manifiestan en el léxico no son, por tanto, un reflejo
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verbal de una realidad estructurada de antemano, sino que son las palabras las que
imponen una estructura a la realidad y a nuestro modo de percibirla: esta
estructuración está ampliamente mediada por la cultura y varía notablemente de una
lengua a otra, con las evidentes repercusiones de ello en la traducción. Según algunos
lingüistas, la categorización en las lenguas pone de manifiesto las necesidades de cada
grupo humano en relación con su entorno, de modo que las clases que se distingan en
una determinada cultura serán aquellas que hayan facilitado la interacción de sus
miembros con la realidad concreta que los rodea.
• Explicar cómo surgen nuevos significados. Las palabras van ampliando sus significados
y adquiriendo contenidos nuevos para adaptarse a los cambios de la realidad. Por
ejemplo, hace algunas décadas por ratón se entendía preferentemente un cierto tipo
de roedor, mientras que el significado actual más familiar para la mayoría de hablantes
es el de un dispositivo informático. La creación de nuevos significados a partir de otros
ya existentes no es arbitraria, sino que responde a unas causas y se produce mediante
unos mecanismos relativamente estables. Por esta razón, la semántica aspira a explicar
cuáles son los principios generales que determinan las extensiones y los cambios de
significado.
• Caracterizar los diferentes tipos de significado. Es común pensar que los significados
están esencialmente ligados a la realidad extralingüística a la que se refieren las
palabras; y es común pensar, en consecuencia, que la principal repercusión de una
diferencia de significado entre dos palabras se manifiesta en una diferencia inmediata
en el tipo de realidad a la que hacen referencia. Sin embargo, esto no siempre es así.
Por ejemplo, la diferencia entre suspender y catear no tiene nada que ver con el tipo
de resultado al que estas palabras se refieren, y ambas podrían intercambiarse en una
oración sin que ello afectara a la verdad o falsedad de lo que se dice. Lo que hace
diferentes estos dos verbos es fundamentalmente el registro de uso con el que cada
uno se asocia. De modo semejante, la diferencia de significado entre cacahuete o maní
no tiene nada que ver con la realidad referida, sino con la procedencia geográfica del
hablante. El estudio de estos parámetros de variación debe también formar parte de
las tareas de la teoría semántica.
• Distinguir entre el conocimiento léxico y el conocimiento enciclopédico. Las
explicaciones semánticas tienen que resolver también las dificultades que derivan del
hecho de que el concepto que los hablantes tienen sobre determinadas realidades no
siempre se corresponde de manera exacta con sus rasgos objetivos. Por ejemplo, hay
personas que ignoran que las ballenas son mamíferos, así que caracterizan a estos
animales como tipos de peces. ¿Es distinto, entonces, el significado de ballena para un
hablante no especialista y para un biólogo?; y, en particular, ¿es necesario distinguir el
conocimiento del léxico y el conocimiento enciclopédico en las definiciones de las
palabras? Para superar este escollo, podría imaginarse que una definición ideal del
significado de las palabras debería venir de los expertos de los diferentes ámbitos, de
manera que las definiciones siempre fueran exactas y precisas. Sin embargo, esta no
parece una solución adecuada: por un lado, porque convertiría a la semántica en la
totalidad de la ciencia; y, por otro, porque esta propuesta no tiene en cuenta que
normalmente nos entendemos perfectamente sin necesidad de poseer grandes
conocimientos especializados. Así pues, lo que la semántica léxica debe incluir en el
significado de las palabras es el conocimiento compartido por los hablantes,
independientemente de que este coincida con el de los expertos.
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• Estudiar la variación contextual del significado. El significado de buena parte de las
palabras varía de forma más o menos acusada en función del contexto lingüístico en el
que aparecen (por ejemplo, un verbo como abrir remite a acciones ligeramente
diferentes dependiendo de si abrimos una botella, un libro, un paraguas o la sesión
inaugural de un congreso). Puesto que esta diversidad no supone ningún problema de
comprensión para los hablantes, es lógico pensar que este tipo de variaciones son
predecibles y que responden a unos mecanismos estables. La teoría semántica debería,
pues, explicar cuáles son los principios que regulan estas variaciones. Por otra parte, el
significado no solo varía en función del contexto lingüístico inmediato (es decir, en
función de las combinaciones entre las palabras), sino también en función de factores
extralingüísticos. Uno de los aspectos que mayor división ha generado entre los
lingüistas es si la teoría semántica debería estudiar este tipo de variación en el
significado de las palabras.
• Dar cuenta de las relaciones que mantienen las palabras en virtud de su significado.
Cualquier hablante es capaz de establecer diferentes tipos de relaciones intuitivas
entres los significados de muchas palabras (joven-viejo, vivo-muerto, comprar-vender,
flor-amapola, bicicleta-manillar, etc.). Puesto que estas relaciones son relativamente
estables, podemos suponer que el léxico de las lenguas responde a un tipo de
organización interna que la teoría semántica debe ser capaz de describir; es decir, este
tipo de relaciones, pese a lo que pudiera parecer de forma intuitiva, no siempre se
deriva de la realidad extralingüística, sino de criterios lingüísticos que dependen de
cada lengua particular (prueba de ello es que la organización de los campos léxicos no
es idéntica en todas las lenguas).
La semántica se encarga del estudio científico de los significados lingüísticos, ya sean los
significados de los morfemas gramaticales (plural, singular, tiempo futuro, etc.); los
significados de las unidades léxicas (semántica léxica); los significados sintagmáticos
(semántica oracional); o los significados de los textos (semántica discursiva o textual). De
todas estas unidades aquella por la que la semántica ha mostrado tradicionalmente más
interés es la palabra. En primer lugar, porque el estudio de los significados de los morfemas
gramaticales se ha abordado normalmente desde la morfología (es imprescindible analizar y
describir esos significados para conocer el funcionamiento de estas unidades mínimas). De
igual forma, el significado de las oraciones se ha considerado dentro del ámbito de la sintaxis
(hay un acuerdo casi general en definir la sintaxis como la parte de la gramática que estudia
la forma en que se combinan las palabras y los significados que esas combinaciones
producen).
Teniendo en cuenta que estos dos tipos de significados (morfológicos y oracionales) han
sido asumidos por estas dos disciplinas (morfología y sintaxis), es lógico que la semántica se
haya identificado con el estudio de las palabras. También hay razones históricas que
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explican el protagonismo de la semántica léxica: la semántica moderna se inició con el
estudio del significado de las palabras aisladas desde un punto de vista histórico (es decir, los
cambios en los significados de las palabras con el paso del tiempo), y solo posteriormente se
dio el salto al significado de la oración y al significado de los textos.
Sin embargo, en los últimos años ha merecido especial atención por parte de los
lingüistas el estudio de las relaciones entre el plano sintáctico y el plano semántico. Las
estructuras oracionales, en tanto que signos lingüísticos, tienen un significado que no es el
resultado de la mera suma de sus palabras; estas, además de su carga semántica propia,
adquieren un valor añadido que se deriva de su inclusión en la estructura oracional. Valores
como el de agente o el de término de una acción son, en español, el resultado de una
función sintáctica que la palabra adquiere según su posición en la estructura oracional. Así,
la oración «Llegará el lunes» admite más de una interpretación según sea el análisis
sintáctico que se proponga. Si se considera que el sintagma nominal «el lunes» es el sujeto
del verbo «llegará», se está aludiendo a la llegada de un día de la semana. Sin embargo, si la
oración informa de que cierta persona o cosa no especificada ha de llegar ese día, entonces
«el lunes» será un complemento circunstancial. La expresión «el lunes» adquiere
significados distintos según desempeñe la función de sujeto o de complemento
circunstancial, lo que nos permite concluir que las funciones sintácticas determinan parte del
componente semántico de las unidades léxicas.
Frente a esta perspectiva (prioridad de la sintaxis sobre otros niveles de análisis), algunos
lingüistas han estudiado las relaciones entre la semántica y la sintaxis desde la dirección
opuesta y han tratado de explicar de qué manera el propio significado de las unidades
léxicas determina la estructura sintáctica de la oración (prioridad del componente léxico
sobre la estructura sintáctica). Por ejemplo, el verbo regalar se define como ‘dar a alguien,
sin recibir nada a cambio, algo en muestra de afecto o consideración o por otro motivo’. En
esta definición está implícita la estructura sintáctica con que se construye este verbo:
alguien regala algo a alguien. Cada una de las expresiones que requiere el predicado para
completarse se denomina argumento (en el ejemplo anterior, el verbo exige tres funciones
sintácticas argumentales: sujeto, CD y CI). Algo similar sucede con el verbo llenar. El
significado de este verbo se proyecta sobre la estructura sintáctica de la oración en la que
aparece: alguien [sujeto] llena algo [CD] de algo [suplemento]. Así pues, la caracterización
semántica de este verbo no es solo una descripción de su significado: es, además una
instrucción de carácter sintáctico, pues informa, por ejemplo, del número mínimo de
posiciones que debe proveer la sintaxis de cara a la construcción de una oración
correctamente formada en torno al verbo en cuestión. La mayoría de modelos gramaticales
actuales coincide en considerar el léxico como el punto de arranque de la generación
oracional. Dicho de otra manera, la estructura sintáctica de una oración dependerá del
contenido semántico de ciertos elementos léxicos. El elemento léxico más determinante es,
lógicamente, el verbo, que constituye el núcleo predicativo clave de toda la oración, ya que
será él quien impondrá el número de constituyentes de la estructura sintáctica y la función
semántica de estos.
Estos nuevos vínculos que se establecen entre la semántica y la sintaxis han puesto de
relieve la necesidad de distinguir entre las funciones semánticas (también llamadas «papeles
temáticos») y las funciones sintácticas. Si analizamos la oración «El conserje abrió la puerta
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con su llave», podemos identificar fácilmente las funciones sintácticas presentes: sujeto-
verbo-complemento directo-complemento circunstancial. Si analizamos ahora «La llave
abrió la puerta», observamos que la función sintáctica de sujeto aparece desempeñada por
el sintagma nominal «la llave». Ahora bien, el sujeto de la primera oración no tiene la misma
carga semántica que el sujeto de la segunda oración: «El conserje» y «La llave» son los
sujetos de ambas oraciones, pero en la primera el sujeto representa el agente (que realiza la
acción), mientras que el sujeto de la segunda oración representa un instrumento (las llaves,
por sí solas, no abren las puertas). De la misma manera, en la oración «La puerta se abrió»,
el sujeto («La puerta») representa el objeto afectado por la acción (en este caso, decimos
que el sujeto desempeña la función semántica de tema). Así pues, una misma función
sintáctica (sujeto, en los ejemplos anteriores) no siempre posee la misma función semántica
(agente, instrumento y tema). La necesidad de indicar estas nociones semánticas a la hora
de analizar sintácticamente una oración se justifica igualmente porque estos papeles
temáticos nos van a permitir definir distintos tipos de verbos. Por ejemplo, entre los verbos
de percepción es posible distinguir entre aquellos que seleccionan agentes (mirar, escuchar)
y aquellos que seleccionan experimentantes (ver, oír).
En el estudio de las relaciones léxico-sintácticas, otro de los aspectos que más atención ha
recibido es la llamada alternancia sintáctica. Un ejemplo de alternancia es el siguiente:
Sin embargo, no todos los verbos que expresan cambio de estado y de lugar admiten la
alternancia locativa: podemos decir «Juan llenó el maletero con paquetes», pero no *«Juan
llenó los paquetes en el maletero» (y las mismas restricciones presentan otros verbos como
esparcir, echar, rellenar, poner, etc., que tampoco permiten la mencionada alternancia
locativa).
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3.2. Semántica y lexicología
La lexicología estudia el léxico y abarca todos los aspectos de la unidad léxica por
excelencia: la palabra. Su interés se extiende desde los aspectos puramente formales (como
pueden ser los significantes léxicos, los procedimientos de formación de palabras o las
demás fuentes de innovación léxica), cercanos o directamente relacionados con la
morfología; pasando por cuestiones relativas a la historia de las palabras (como la
etimología o la clasificación del léxico por su origen), hasta llegar al significado de las
palabras, en tanto que significado léxico. En este último aspecto, se solapa con la semántica,
ya que esta, al estudiar todos los tipos de significado (gramatical, léxico, oracional, textual),
lógicamente se ocupa también del significado de las unidades léxicas.
• La lexicología tiene otros cometidos además del estudio del significado de las
palabras.
Además de psicólogos y filósofos, también los antropólogos han mostrado especial interés
por el estudio de la estructura léxica de las lenguas, ya que, para muchos de ellos, esta
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estructura influye e incluso llega a determinar la visión del mundo que tiene cada
comunidad lingüística. Esta íntima relación que se establece entre los hechos lingüísticos y
los hechos socioculturales ha llevado a algunos antropólogos a plantear la teoría del
relativismo lingüístico, a la que concederemos especial importancia en este tema debido a
sus repercusiones en la teoría y práctica de la traducción. El relativismo lingüístico sostiene
que cada lengua contiene una peculiar concepción del mundo (compartida por los
miembros de un pueblo, nación o comunidad), ya que sus categorías gramaticales y léxicas
reflejan una cosmovisión determinada. Dado que no existen delimitaciones conceptuales a
priori, cada lengua poseería sus propias y peculiares distinciones e imágenes codificadas de
la realidad, que no se encontrarían en otras lenguas. Cada lengua es una categorización del
mundo externo, ya que sus unidades léxicas y categorías gramaticales recortan la realidad de
forma particular. La tesis de que la lengua refleja una cosmovisión de un pueblo o una
mentalidad colectiva hunde sus raíces en la filosofía romántica alemana de Herder, cuyas
ideas influyen en Humboldt.
La hipótesis del relativismo lingüístico parte de la base de que una lengua no es una
fotografía perfecta de la realidad. Ninguna lengua puede representar fiel y totalmente el
mundo externo, que por su variedad y complejidad ontológica desborda las limitaciones de
las lenguas. La aprehensión de la realidad por cada lengua implica un proceso de reducción
por el que se destacan y abstraen algunos rasgos de las cosas físicas y espirituales, y se
codifican en lexemas –y morfemas– que intentar reproducir y retratar parcialmente el
mundo desde determinados puntos de vista o perspectivas. Las innumerables cosas y
fenómenos existentes en la realidad se reducen a un número más limitado de lexemas y
morfemas.
Las cosas reales que constituyen los referentes son representadas por las palabras
(verba), pero cada lengua los categoriza de manera peculiar. Las diferencias léxicas y
gramaticales que se observan entre las lenguas han llevado a algunos autores a afirmar que
cada lengua contiene una visión del mundo: la cual es reflejo de la cultura y la mentalidad
colectiva de un pueblo o comunidad lingüística. Dado que la categorización de la realidad a
través de la lengua no se realiza solo según principios psicobiológicos innatos, sino también a
partir de criterios socioculturales propios de cada comunidad, cabría pensar que cada lengua
ofrece a sus hablantes a una visión distinta del mundo extralingüístico. De este relativismo,
al menos en sus versiones más exageradas, se deriva una inconmensurabilidad lingüística
total. Esta implica que cada lengua representa una visión del mundo única e incompatible
con las demás cosmovisiones, sin que exista una base de comparación entre ellas y, por
tanto, la posibilidad de establecer equivalencias entre ellas. De hecho, hay campos
semánticos que constituyen el léxico cultural específico de una comunidad, que está
formado por las palabras condicionadas culturalmente, es decir, aquellas que designan
costumbres, ritos, comidas, técnicas, artilugios, vestidos, vivienda, seres naturales,
instituciones sociales, leyes y normas típicas y específicas de un pueblo, que guardan
estrecha relación con su peculiar estilo de vida. Son lexemas que poseen una utilidad
práctica para la vida de una comunidad, y que no suelen tener correspondencia en otras
lenguas, lo que dificulta su traducción.
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lingüístico presenta dos versiones: la fuerte o extrema (que proviene de la teoría Sapir-
Whorf y que es denominada determinismo lingüístico, que no está aceptada actualmente) y
la débil o moderada (que actualmente se conoce como relativismo lingüístico y que vive
actualmente un resurgimiento). La primera defiende la idea de que la organización cognitiva
está constreñida por las categorías lingüísticas, de forma que la lengua actúa como filtro del
pensamiento, determinando nuestra forma de pensar y percibir la realidad; las estructuras
lingüísticas son paralelas a las estructuras cognitivas extralingüísticas de los hablantes; los
conceptos que sobre la realidad se forman los hablantes estarían determinados por la
estructura de su lengua particular. Desde esta perspectiva, los hablantes de dos lenguas
distintas no viven en un mismo mundo objetivo que nos es dado previamente y que es
etiquetado por cada lengua de distinta forma, sino en dos mundos diferentes.
Cada unidad léxica expresa una imagen, es decir, encierra una representación mental a
través de la cual se concibe un ser, una situación o una acción. Por ejemplo, el contenido
conceptual SENTIR HAMBRE se expresa semánticamente con imágenes diferentes en español
e inglés. En español, se conceptualiza con la expresión tener hambre, mientras que en inglés
con to be hungry:
Según este punto de vista, cada lengua expresa el mundo semánticamente de forma
distinta y peculiar, pero esa representación lingüística de la realidad externa no se
corresponde con una cosmovisión determinada. La tipología lingüística ha puesto de
manifiesto que cada lengua, para unas mismas funciones (determinación, posesión, deixis,
adscripción, participación), emplea técnicas lingüísticas distintas. El uso de una u otra técnica
lingüística no implica una visión diferente del mundo externo, sino tan solo un mecanismo
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formal distinto de expresarlo morfosintácticamente. No ha podido demostrarse
fehacientemente que la estructura semántica en su totalidad forme parte de la cultura
extralingüística, y, aunque ambas puedan mantener una relación de dependencia, no hay
pruebas de que exista una correlación perfecta y mucho menos una identificación plena.
La idea de que una lengua es reflejo de una cosmovisión o mentalidad nacional se basa
en un concepto esencialista y colectivista de la cultura, la cual se concibe como un todo
homogéneo y uniforme. Por el contrario, en el seno de una misma comunidad lingüística
existen distintas culturas y subculturas, que dan origen a una diversidad que tiene su
correlato más o menos perfecto en la variación intralingüística, manifestada en las distintas
variedades de habla, así como en los diferentes registros o variantes estilísticas, que están
determinadas por el contexto, la intención, la distancia social de los participantes y el campo
temático de cada acto comunicativo. Estas subculturas o unidades culturales específicas
formadas por comunidades o grupos humanos cohesionados por algún factor social son más
susceptibles de constituir agrupaciones cuyos rasgos lingüísticos propios o diferenciadores
reflejen rasgos culturales colectivos, comunes o compartidos.
• Fosilización lingüística
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que refleja un dato científico-cultural, pero no vigente y, por lo tanto, poco revelador del
pensamiento biomédico actual, aunque pueda estar presente en las creencias populares de
algunos hablantes.
Según Whorf, el hecho de que un concepto esté designado por una palabra simple o
por una palabra compuesta es índice del grado de integración cultural en un pueblo o
comunidad. Se considera que un término primario o simple corresponde a realidades muy
arraigadas en una cultura, mientras que los términos secundarios designarían conceptos
menos integrados. Por ejemplo, en la mayoría de las lenguas indoeuropeas, la palabra que
designa la guerra es simple (guerra, inglés war, alemán Krieg), dado que se trata de un
concepto muy antiguo y muy arraigado en la psicología de los pueblos europeos. En cambio,
en diversas lenguas amerindias el concepto se nombra con denominaciones compuestas. Los
aztecas poseen la palabra yaoyotl, que es un compuesto de yaotl ‘enemigo’. Para Luque
Durán, esta diferencia entre indoeuropeos y aztecas se debe a que los segundos son menos
belicosos que los primeros.
Sin embargo, no podemos establecer una relación directa entre relevancia cultural y
lexicalización, pues se pueden dar las siguientes situaciones:
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morales tradicionales. Ese hecho relevante no se ha traducido en la existencia de una unidad
léxica, sino en expresiones débilmente lexicalizadas, como casarse en estado, o casarse de
penalti.
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