ALEEP01_Clase_1_TPF
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En esta clase desarrollamos la idea de hacer de la escuela una comunidad de lectores y escritores
en torno a las prácticas propias del ámbito de la literatura. Enfatizamos en la dimensión social de
tales prácticas y en la oportunidad privilegiada que tiene la escuela para desarrollarlas. Señalamos
el sentido socializador de la presencia de la literatura en la escuela y su potencia para el desarrollo
de un lenguaje específico, que se hace presente en las obras. Reflexionamos sobre el uso de la
literatura para la enseñanza moral y en valores, sobre la responsabilidad de las y los docentes en las
propuestas de lecturas y, finalmente, sobre la lectura como un acto de transacción entre autor,
texto y lector.
Leer, escribir, hablar, son prácticas sociales del lenguaje que ejercemos en interacción con otros
-presentes o a distancia- al participar de la cultura escrita. En los siguientes relatos, es posible
apreciar tanto la dimensión personal como la dimensión social de prácticas de lectura y escritura en
el ámbito literario:
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de Vincent Van Gogh, atrapan tanto como los que ya conocía, pero sigue leyendo porque —de vez en
1888.
cuando— se deslumbra con una frase aquí y otra allá: “las cosas se dirían sin que yo
las haya dicho”, “el mundo se había convertido de nuevo en un malestar”, “las
campanas alegres repicaron de nuevo llamando a los fieles al consuelo del castigo”.
Algunos cuentos le gustan más que otros, pero en todos encuentra esas frases que
señala y subraya para volver, para releer. Casi que sigue leyendo buscando las frases,
más que comprendiendo las historias.
Jerónimo descubrió que en la relación con su pequeño hijo hay dos situaciones
que los transportan a un mundo compartido solo por ellos: jugar a hacerse goles
mutuamente y sentarse a contarle cuentos que el pequeño reclama repetir tal
cual una y otra vez. Como el escaso material existente en la casa se ha agotado, el
joven padre recurre a las recomendaciones de las maestras y estas, a su vez, lo
Niño leyendo orientan a una biblioteca cercana que dice tener una buena colección de
de Thomas Pollock
Anshutz, 1900 “infantiles”. Padre e hijo se hacen socios de la biblioteca. Jerónimo se sorprende y
entusiasma con Roald Dahl. Pero cuando lo lee a su hijo advierte que
posiblemente el niño no esté entendiendo “bien”. Sin embargo, la risa del padre
contagia al hijo. Jerónimo continúa leyendo a sabiendas de que no están
entendiendo lo mismo. Al pequeño lo deslumbran las ilustraciones de Isol. Pide
otros que sean “de esos dibujos”. No deja de “tocar” las páginas, de pasar el dedo
por los bordes de las imágenes, cómo queriendo encontrar la textura inexistente
en la superficie lisa y lustrosa.
Las prácticas del lector y el escritor en el ámbito literario entraman las prácticas escolares de lectura
y escritura con las prácticas sociales del ámbito literario. Estas prácticas han sido estudiadas dentro
y fuera de la escuela por diversas disciplinas desde distintos puntos de vista (Bahloul, 2002; Camps,
2000; Chartier, 1993, 1994, 1995; Colomer, 1991, 1996, 2005; Dubois, 1996; Lahire, 2004). Cuando
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hablamos de ámbito literario, nos referimos a determinadas prácticas de lectura y escritura que se
asocian con un conjunto de diversos tipos de textos considerados literarios en distintos momentos
de la historia, que presentan modos propios de producción y circulación social. Reconocemos que
leer a solas poesía, ver una obra teatral, participar de un taller literario, leer a otros una obra que
nos gusta, recomendar lecturas, citar fragmentos que guardamos en la memoria, leer una novela y
ver una película vinculada con esa novela… son prácticas que pertenecen a tal ámbito. En estas,
como en todas las prácticas discursivas, no sólo se movilizan saberes y conocimientos sobre la
lengua y el lenguaje, sino que también, inevitablemente, los sujetos asumen un rol social, ejercen
poder, se comprometen emocionalmente, hacen jugar todo tipo de conocimientos sobre el mundo,
etc. Es por eso que toda práctica es compleja, por sencilla que parezca, y es por la misma razón que
no se aprenden en un grado o un nivel educativo, sino a lo largo de toda la escolaridad. Para
consolidar esta práctica, es indispensable crear una comunidad de lectores y escritores en torno al
ámbito literario.
La enseñanza de las prácticas de lecturas y escrituras literarias y en torno a lo literario tiene muchos
significados y también muchas formas de llevarse a cabo. La literatura en las aulas puede ser
transitada como una práctica individual, como una experiencia personal, como un acercamiento al
patrimonio cultural de la humanidad, como un encuentro con la tradición escolar… Entre todas sus
posibilidades, consideramos que una dimensión especialmente valiosa para las niñas y los niños es
la posibilidad de leer y escribir con otros. La dimensión social permite redimensionar la experiencia
de encontrarse con los textos, al formar parte de una comunidad en la que se interrogan sus
sentidos y se reconstruyen una y mil veces las formas de producirlos.
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Contra toda representación de sentido común en la que solemos imaginar a un buen lector
concentrado solo frente a su libro, en realidad, se lee —y se aprende a leer— siempre con otros,
presentes o en diálogo con nuestros pensamientos. Con otros se empiezan a formular las razones
que llevan a escoger las obras, se espera el turno para llevar a casa “esa” edición tan bonita de una
obra clásica —aunque ya se haya leído muchas veces—, se comparten las preferencias por las
historias de sapos, los cuentos de miedo o los libros de un autor, se descubre la musicalidad de una
frase o el juego que entabla el autor con el lector para sorprenderlo en el final, se reconoce la visión
del mundo de un autor o de una época...
Leer es siempre, de algún modo, un acto colectivo: leemos porque alguien nos enseñó a leer,
porque alguien escribió, porque muchos textos fueron escritos antes por otros, porque esos textos
se han leído muchas veces de diferentes modos y han recorrido largos caminos hasta llegar a
nosotros… porque el lenguaje es de todos y porque la literatura se escribe para ser leída, aunque
estemos solos frente a un texto, estamos siempre en presencia de una comunidad. La escuela —ese
lugar “protegido” donde aprendemos como en ningún otro lugar la vivencia de lo colectivo— brinda
una oportunidad única de leer “en presencia” de otros, en el maravilloso encuentro con la
diversidad.
Escribir obras literarias o textos que acompañan obras literarias también es un acto colectivo.
Escribir entre todos las palabras que prologarán la selección de poemas elegidos por el grupo,
argumentando las razones de las preferencias, escribir en parejas una renarración de un episodio
nuevo para una historia que admite agregar episodios, contar una anécdota al estilo en que Roldán
cuenta los cuentos del monte... son prácticas que se ejercen con otros. Aunque el acto de escribir,
ya sea tomar el lápiz , apretar el teclado o —en el caso de algunas personas con discapacidad—
emplear una tecnología asistiva sea individual, en la práctica están otros, fundamentalmente, los
autores leídos que nos dictan al oído y las audiencias imaginadas para los escritos producidos. Por
eso, también en la escritura de textos literarios o en torno a la literatura, la idea de comunidad es
central aunque solo se trate de acercar a las niñas y los niños a la experiencia de expresar una idea
en términos poéticos, de descubrir la posibilidad de “jugar” con el espacio de la hoja en blanco para
producir un sentido, de decir sin decir todo, de contar un cuento, una anécdota, una historia
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familiar, de variar la posición de un personaje ante los hechos… Siempre es en comunidad —con
otros— que adquiere sentido escribir. Escribir en torno a la literatura es un acto de diálogo múltiple:
con lo leído, con otros lectores, con lo propio, con lo ajeno.
La idea de comunidad de lectura y escritura es sostenida por varios autores, cada quien con sus
énfasis y matices. Delia Lerner, desde la didáctica de la lectura y la escritura, nos habla sobre la
comunidad de lectores y escritores, no solo para el ámbito de la literatura:
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Lo necesario es, en síntesis, preservar el sentido del objeto de enseñanza para el sujeto
del aprendizaje, lo necesario es preservar en la escuela el sentido que la lectura y la
escritura tienen como prácticas sociales para lograr que los alumnos se apropien de ellas
y puedan incorporarse a la comunidad de lectores y escritores, para que lleguen a ser
ciudadanos de la cultura escrita.”
Delia Lerner, 2001: 26-27
Teresa Colomer, reconocida especialista e investigadora de literatura infantil, aporta desde una
perspectiva histórica conceptos que resultan claves para desnaturalizar las prácticas de lectura y
escritura en contextos escolares. En el siguiente extracto, nos invita a revalorizar algunas de esas
prácticas y señala los problemas que presentan otras:
Compartir las obras con las demás personas es importante porque hace posible
beneficiarse de la competencia de los otros para construir el sentido y obtener el placer
de entender más y mejor los libros. También porque hace experimentar la literatura en
su dimensión socializadora, permitiendo que uno se sienta parte de una comunidad de
lectores con referentes y complicidades mutuas.
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la audiencia a quien se cuenta el cuento, etc. Pero, bien pronto, factores como la
abundancia del mercado, por ejemplo, dificultan que los niños puedan mantener esa
sensación respecto a sus libros favoritos. Entonces la televisión o la industria Disney
cumplen mucho mejor esa función aglutinante. La percepción de la lectura como una
actividad de “marginación” de las formas habituales de socialización (la música, el
deporte, etc.) se acentúa más en la adolescencia y contribuye a su rechazo.
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Función socializadora de la literatura
Los cantos de los juglares medievales y los relatos familiares o comunitarios alrededor
del fuego eran manifestaciones de la cultura popular. Estaban destinadas a un público
popular amplio, no específicamente infantil. Durante cientos de años, en un mundo
rural, todo el mundo cantaba canciones mientras trabajaba, mientras se dormía a los
pequeños o se jugaba con ellos, se contaba cuentos a la luz de la lumbre o se recurría a
los refranes en las conversaciones. Ya que esos textos no estaban escritos, dependían de
la memoria de quien los recitaba o contaba. Por ello existen múltiples variaciones de
cada texto. En cambio, resulta sorprendente lo iguales y estables que son sus formas y la
semejanza entre cuentos y canciones de culturas muy alejadas entre sí; todos ellos
coinciden en su intención de hacer participar a los niños de la forma en la que la
sociedad desea verse a sí misma. Por esas razones se habla de la literatura como de una
agencia educativa, como lo son también, de forma principal, la familia y la escuela.
En un momento del siglo XIX, esa literatura empezó a escribirse para que pudiera
conservarse. La industrialización estaba cambiando muy rápidamente las formas rurales
que se habían mantenido estables durante siglos. La población empezaba a trasladarse a
las ciudades y terminaban las canciones de trabajo en el campo o las largas veladas
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nocturnas. Las sociedades también empezaban a alfabetizarse, y nuevas ficciones y
poemas se difundían a través de los libros escolares y de las ediciones populares. El
bagaje oral que amenazaba con perderse empezó a recopilarse.
[...] Los humanos nacen con una predisposición innata hacia las palabras, hacia su
capacidad de representar el mundo, regular la acción, simplificar y ordenar el caos
mezclado de la existencia y expresar sensaciones, sentimientos y belleza. Cuando los
psicolingüistas, a mediados del siglo XX, empezaron a estudiar el desarrollo del lenguaje
de los bebés o la forma en la que las personas tratan de dar sentido a la realidad, no
estaban especialmente preocupados por la literatura. Pero muy pronto advirtieron que
surgía por todas partes: en los soliloquios de los pequeños en sus cunas repitiendo las
cadencias y palabras que habían oído, en su insistencia por volver a enumerar de forma
personificada los dedos de la mano, en los personajes de ficción que los niños
introducían en las historias inventadas de sus juegos o en las fórmulas tipificadas, como
los inicios o los cierres, que utilizaban desde muy pronto para narrar.
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“Este dedito" - Mazapán (Cover para tocar en metalófono)
Disponible en https://youtu.be/KO_hPQPatDE
Disponible en https://youtu.be/papp9PYaS-w
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Para profundizar en lo que plantea Colomer cuando dice “el inmenso repertorio de imágenes,
símbolos y mitos que los humanos utilizamos como fórmulas tipificadas de entender el mundo y las
relaciones con las demás personas”, detengámonos en esta pequeña anécdota:
Los humanos necesitamos compartir un imaginario, tal como plantea la autora. La fuerza educativa
de la literatura radica precisamente en que facilita formas y materiales para esa ampliación de
posibilidades: permite establecer una mirada distinta sobre el mundo, ponerse en el lugar del otro y
ser capaz de adoptar una mirada ajena o distanciarse de las palabras usuales o de la realidad en la
que uno está inmerso y verlo como si se contemplara por primera vez. Lo que otros han imaginado
a lo largo del tiempo nos ayuda a construir esa mirada. A través de las lecturas, los adultos vamos,
cada día, invitando a las niñas y los niños a entrar a esos mundos donde se vienen tejiendo historias
desde antes de que existiera la escritura y donde se siguen tejiendo no solo en los libros que
reconocemos como “de literatura”, sino también en canciones, en publicidades, en redes sociales…
Motivos literarios como las aves que guían el regreso a casa, el bosque como espacio del horror, la
figura del héroe, los dones y las maldiciones de dioses y diosas, los animales benefactores, etc., son
tan antiguos como la humanidad; atravesaron y siguen atravesando la historia en infinitas relaciones
intertextuales. Hansel y Gretel no son los únicos niños abandonados, también Blancanieves. Moisés
no es el único rey cuyo origen se oculta, también el rey Arturo. No solo Aquiles tiene una parte del
cuerpo —el talón— vulnerable, hay más de una historia en la que mirar para atrás trae desventura
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y, en muchas, mirar al espejo redime o condena. Poco a poco, niños y niñas son invitados a entrar
en ese mundo donde se empiezan a encontrar piedritas que iluminan el camino para no perderse.
Un segundo sentido de la presencia de la literatura en la escuela tiene que ver con el lenguaje
mismo que las obras vehiculizan y hacen presente en el aula. Incursionar en las creaciones supone
que los niños y niñas tengan la posibilidad de ir creciendo en el dominio de un lenguaje y de unas
formas literarias nuevas para ellos, formas que diversifican y enriquecen las formas de hablar de y
sobre el mundo. Formas de describir, de narrar, de iniciar y finalizar las historias, de evocar sin
nombrar, de encontrar palabras precisas para expresar sensaciones y sentimientos, de expresar el
propio punto de vista, etc. Seguramente, expresiones como las siguientes se presentan por primera
vez, a través de la lectura:
“[...] era un viejo recio, macizo, alto, con el color de bronce viejo que los océanos dejan en
la piel.”
Stevenson, Robert Louis, La isla del tesoro, (trad. Jeannine Emery), Claridad, Buenos Aires, 2007.
“Y las más espléndidas de todas eran las víboras de coral, que estaban vestidas con
larguísimas gasas rojas, y negras, y bailaban como serpentinas.”
Quiroga, Horacio, “Las medias de los flamencos” en Cuentos de la selva, Losada, Buenos Aires, 2007.
“La Cigarra, después de haber cantado todo el verano, se encontró desprovista cuando
llegó el frío. Fue entonces a llorar su hambre a casa de la Hormiga, su vecina, para que le
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prestara algo de grano para subsistir hasta la próxima estación.”
La Fontaine, Jean. “La Cigarra y la Hormiga” en AA.VV., Caminos de la fábula (ant. Ma. de
los Ángeles Serrano), Colihue, Buenos Aires, 2004.
“Allí donde el río da una vuelta y los ceibos echan sus flores más rojas que el fuego, vivían,
en su choza, nueve indiecitas hermanas.”
Anónimo, “Erité, la indiecita” en Historias de América: homenaje cuentos de Polidoro, (adaptación
Beatriz Ferro y Yali), Ministerio de Educación de la Nación, Buenos Aires, 2014.
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Lautaro y Emmanuel - 2º grado.
Docente: Ana Laura García Cerqueiro. Montevideo, Uruguay
Rastros de lectura
A partir de los ejemplos analizados, relean algunas producciones escritas de sus alumnas y
alumnos para encontrar expresiones propias del lenguaje escrito. ¿Piensan que tienen que
ver con alguna lectura que realizaron en el aula?
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- ¿Cuál es la importancia que se da actualmente a la transmisión de valores en la
literatura?.
- Excesiva. Cuando los adultos escriben para niños o compran libros para ellos, muy a
menudo piensan que “de paso” hay que contarles cómo deben comportarse en el
mundo. Pero la buena literatura cuenta cómo son los humanos, no cómo deberían ser.
Posee inevitablemente una perspectiva moral, pero no debería tener una “moraleja”,
como no la tienen las buenas obras para adultos.
Dicho esto, también hay que advertir que es cierto que la literatura ejerce una función
socializadora que puede aprovecharse para normalizar temas que están llenos de tabúes
y prejuicios sociales. De hecho, los temas y valores de la literatura infantil y juvenil son
un retrato sociológico excelente del modo en que la sociedad que los produce quiere
verse a sí misma.
Es inevitable que cualquier lectura contenga una visión del mundo. Adultos y niños hacemos
interpretaciones de las obras, siempre impregnadas por nuestra propia visión. Lo interesante es
poner esas visiones en debate, las compartamos o no. Para algunos, “Caperucita Roja” puede ser un
cuento que muestra a las niñas como seres tontos en manos de figuras masculinas aterradoras o, al
final, salvadoras; para otros, puede ser una historia de gran actualidad porque muestra cuán
vulnerables podemos ser “solos en medio del bosque…”; para quienes conocen el origen de la
historia, el relato advierte sobre lo que efectivamente podía suceder en esos bosques con los
muchos niños y niñas que deambulaban solos porque ser huérfanos o por asumir tareas, que hoy
son de adultos, a muy temprana edad, situaciones que eran muy frecuentes. Lo más apasionante
que puede suceder en el aula es debatir sobre tan diversas interpretaciones, mucho más que
extraer una enseñanza. Hasta de las explícitas moralejas de las fábulas, pueden plantearse hipótesis
que invierten el sentido: “¿Qué hubiese pasado en esta historia si la hormiga se hubiese
comportado solidariamente compartiendo su alimento con la cigarra?”.
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Elegir las obras para educar en valores se ha conformado en otro modo de eludir la educación
literaria y alejarla de su sentido social: se lee y escribe literatura para disfrutar; para indagar en
mundos posibles con otras leyes, otras lógicas, otras posibilidades para compartir con otros una
experiencia lectora; para indagar en otras culturas; para gozar de un modo de usar el lenguaje…
Si eligiéramos solo leer obras que transmitieran valores morales y éticos compartidos, gran parte de
la literatura universal estaría ausente en las aulas. ¿Quién puede compartir los valores de Barba Azul
o del Sultán que mata a cada nueva esposa cada noche para evitar que lo engañe al día siguiente?
Esa es la razón de ser una obra clásica.
Como todos saben, Las mil y una noches es una compilación de relatos anónimos de Medio Oriente,
que han sido organizados en torno a un relato marco: el Sultán Schariar, luego de haber sido
traicionado por su esposa, decreta que todos los días al atardecer se casará con una mujer
diferente, que será ejecutada a la mañana siguiente, de manera que resulte imposible que lo
vuelvan a traicionar. La noche que desposa a Scheherezade, ella comienza a contarle una historia
que interrumpe antes del alba y le promete terminarla a la noche siguiente. Así es como
Scheherezade logra mantener al Sultán atento durante mil y una noches, y también sostener, con
cada relato, su vida.
Esta maravillosa metáfora de una mujer que narra para no morir, de un hombre que quiere creer,
pero necesita que le cuenten una historia, de la palabra que salva, del entendimiento con otros a
través del lenguaje, el suspenso del “aquí y ahora”, la desazón esperanzada… todo eso y tanto más
está en el tránsito por el mundo de la literatura… ¿cómo no buscar los mejores modos de provocar
el encuentro de nuestros niños y niñas con ese mundo? Sin que ello suponga, claro está, volverse
Schariar...
¿Quién elige las lecturas? Si las eligen las chicas y los chicos ¿no se limitarán a hacerlo entre las
obras que ya conocen, probablemente aquellas que están disponibles a través de televisión y redes?
Si los caminos lectores los traza el maestro o la maestra, ¿se contará con el interés de las niñas y los
niños?, ¿no se atentará contra la autonomía del lector?, ¿se perderá el placer por la lectura?
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Para responder a estas y otras preguntas, se requiere repensar el objeto de enseñanza en función
de una formación de lectores y escritores capaces de construir sus propios recorridos y, con ello,
asumir su responsabilidad frente a los textos, pero eso no supone que deban andar solos entre los
libros.
Entre las condiciones didácticas necesarias que autorizan y habilitan al estudiante para asumir su
responsabilidad como lector, maestras y maestros constantemente ofrecen, a lo largo de la
escolaridad, recorridos lectores que invitan a niñas y niños a transitar por géneros, por autores, por
personajes, por motivos y temas contenidos en la literatura de todos los tiempos y lugares. Las
propuestas de las y los docentes:
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escuela está, entre otras funciones para cobijar esas aproximaciones propias de quien está
aprendiendo.
Entrar en el juego que propone la escuela supone, claro está, un esfuerzo, algo que parece estar
reñido con “el placer” cuando se pierde de vista que los logros del esfuerzo promueven un gran
placer.
La maestra o el maestro abre a todo lo posible: obras portadoras de valores y visiones del mundo
diversas, más o menos convergentes con las propias; obras con estructuras y lenguajes accesibles y
obras complejas para las posibilidades actuales, a las que hay que dedicarle mucha conversación
compartida para poder interpretar. Habilitar esos recorridos es función del docente, es lo que
permite que las chicas y los chicos vayan armando sus preferencias, porque no se puede construir la
autonomía del lector sino pasando a través del espejo para encontrarse con lo desconocido.
Entonces sí, decidir qué se atesora para siempre y por qué caminos se seguirá andando.
Si aceptamos, en cada momento de la escolaridad, que dentro del grupo siempre habrá niñas y
niños apasionados por todo lo que les ofrecemos mientras otros participarán de las lecturas y de los
intercambios solo por momentos, si admitimos que algunos devorarán antes de tiempo las tres
novelas que recomendamos para el año y otros a duras penas leerán algún capítulo y conseguirán la
película, si contemplamos que algunos se interesen en algunos temas o autores y, en otros, no... es
decir, si asumimos que la diversidad es inmensa y que es la norma porque podemos controlar las
lecturas que ofrecemos y podemos planificar maravillosos espacios de intercambio, pero los
sentidos y los ecos que provoquemos en cada quien son siempre imprevisibles, tal vez podamos ver
mejor que solo es posible recoger los frutos después de que se han tirado las redes. Hayan leído por
sí mismos mucho o poco, hayan participado de la circulación de las obras mucho o poco, hayan
deliberado sobre sus interpretaciones más o menos, igualmente, saben más que al empezar el año
porque participaron de una intensa circulación de saberes sobre las obras, que la escuela ofrece en
el banquete de lecturas y de escritura. Saben más porque maestras y maestros ofrecieron una y otra
vez oportunidades de incluirse en la comunidad de lectura y escritura del aula y de la escuela.
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¿Podemos saber qué quiso decir el autor?
La idea de pensar a las y los estudiantes como una comunidad de asiduos lectores de textos
literarios y entusiastas escritores en torno a esos textos lleva varias décadas en las discusiones
académicas, tanto del campo de la literatura como de la didáctica de la literatura. Constituir una
comunidad que ponga permanentemente en debate sus interpretaciones choca contra una práctica
privilegiada —casi exclusiva—, muy arraigada en la enseñanza, que consiste en leer para responder
a cuestionarios que den cuenta de la comprensión de lo leído. Esas respuestas, supuestamente, dan
cuenta de lo que quiso decir el autor o la autora. A veces, los cuestionarios presentan preguntas
más ligadas a los hechos: “¿Cómo hizo el ratón para ayudar al león a salir de la trampa?”, “¿Por qué
los enanitos recibieron a Blancanieves?”, “¿Qué dones otorgaron las hadas a la princesa?”; a veces
—casi siempre sucede en los cuestionarios ofrecidos a los más grandes— incluyen preguntas que
responden a conceptos presentes en distintas teorías que estudian el campo literario: “¿Quién es el
personaje principal?”, “¿En qué persona se presenta el narrador?”, “¿Con qué metáfora el autor se
refiere a la luna?”. Entre la lectura y las respuestas al cuestionario (escrito) generalmente media
muy poco trabajo en el aula (por ejemplo, una opinión individual, una ilustración sobre la obra)
porque el cuestionario se presenta en los grados donde se considera que las chicas y los chicos ya
pueden leer “solos”.
Por el contrario, en la perspectiva didáctica que asumimos es central, a toda edad y en todos los
grados, el debate sobre las interpretaciones de las obras: momentos prolongados en los que se
discute en torno a términos complementarios y en constante interacción: qué entiende el lector
(estudiantes y docente con conocimientos sobre el mundo y sobre los textos muy diversos) y qué
dice el texto (lo que allí dejó escrito el autor).
Un texto escrito preserva solo parte del lenguaje, la forma, mientras que el significado
debe ser recreado por el lector a partir de esa forma. [...] a la parte reconstruida puede
llamársele, en términos generales, el significado, la intención, la interpretación. (El
destacado es nuestro).
David Olson, 1995: 208
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Recrear el significado, es decir, construir una interpretación —usando las palabras del texto— es
siempre, especialmente en la escuela, una tarea colectiva y aproximativa que desarrollamos (no con
todas las obras, sino con algunas) en tiempos que llamamos “espacios de intercambio sobre lo
leído”, “debate de interpretaciones” o, simplemente, “conversar sobre lo leído” —por sí mismo o a
través de la voz del docente—. Tarea aproximativa, porque nunca existe una sola interpretación,
sino distintas aproximaciones a los textos que, por supuesto, están en parte limitadas por lo que el
texto dice y, a la vez, condicionadas por los conocimientos previos del lector, por las circunstancias
en las que lee, por sus expectativas, por su historia como lector...
La lectura en voz alta es siempre una interpretación posible, entre otras, de un texto. La
misma obra, noticia, poema, cuento... puede ser leída de diversas maneras porque
cualquier texto admite más de una interpretación. Cuando se lee en silencio, también se
está interpretando aunque el texto no se reproduzca en forma oral. Lo interesante que
sucede en la escuela es que esas interpretaciones pueden ser debatidas, ser objeto de
trabajo, ser consideradas en función de un auditorio.
En 1975, en una entrevista aparecida en El grano de la voz, cuando le preguntaron a Roland Barthes
si se puede enseñar literatura, él contestó: “Solo hay que enseñar eso”. Allí planteaba también que
lo que se enseña habitualmente en la escuela es una historia o una exégesis de la literatura, pero
no la literatura.
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“intención del autor” (Dei Verbum, n. 12) como aspiración del lector del texto
bíblico.
Es por eso frecuente encontrarse con preguntas en torno a “lo que quiso decir o
expresar el autor”.
Esta idea, que hay una sola interpretación correcta o autorizada de lo que quiso
decir el autor, está muy difundida en la escuela ya no para aquel texto, sino para
toda la literatura. Es una idea no siempre consciente que, muchas veces, cierra la
posibilidad de discutir entre interpretaciones y con la letra del texto.
La famosa pregunta “¿qué quiso decir el autor?” entraña todo un posicionamiento acerca de la
enseñanza de la literatura: lo que se lee tiene un solo sentido, ese sentido ya está codificado de
antemano, el “dueño” de ese sentido es el autor y el docente es quien domina ese sentido que hay
que “develar” o “descifrar”. En el aula, de la interpretación dada por el docente —y autorizada por
la presunta voz del autor— no hay lugar a la interpretación, a la construcción del sentido, es decir, a
la lectura literaria.
Poco a poco, podemos revisar ese posicionamiento que obtura las posibilidades de intercambio, sin
que por ello la interpretación se transforme en algo tan subjetivo que no encuentre un anclaje en el
texto. El texto es un límite para la interpretación, tanto por lo que dice como por lo que no dice: en
el texto nunca se explicitan las intenciones del Gato con Botas, pero, en el intercambio, el docente
orienta a que los lectores adviertan su motivación en sus acciones y sus palabras: es un gato que
tiene la intención de vivir como un señor; esas acciones y esas palabras autorizan a interpretar unas
intenciones y no otras. Enseñar esas posibilidades y límites también es enseñar a leer. Es para no
caer en extremos que apelamos siempre a sostener las opiniones volviendo al escrito. Podemos:
● invitar a que los y las estudiantes expliquen el sentido que tiene un pasaje para cada uno de
ellos y fundamenten sus opiniones,
● confrontar distintas interpretaciones con la letra del texto (a veces, más de una es posible),
● preguntarnos qué entendería un lector que no sabe lo que nosotros sabemos,
● cuestionarnos sobre qué interpretaría un lector que no tiene el mismo punto de vista sobre
los hechos,
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● discutir sobre lo que el texto no dice y por qué no lo dice, qué cosas deja entrever, etc.
Todo ello colabora con no estrechar, sino en ensanchar el intercambio entre lectores, porque:
“Interpretar un texto no es darle un sentido (más o menos fundado, más o menos libre), sino por el
contrario apreciar el plural de que está hecho”. (El destacado es nuestro). (Barthes, 1980).
Para seguir pensando en qué ofrecemos leer a las niñas y los niños, los y las invitamos a
mirar y tomar nota del siguiente video acerca de las características de las obras, géneros y
autores que la autora menciona:
Actividad
Cuestionario: Leer una obra literaria en la escuela
Lea el inicio de esta versión de Hansel y Gretel - Hermanos Grimm y responda las preguntas que
figuran a continuación, señalando las opciones que considera más adecuadas.
Responder a esta actividad es obligatorio pero tenga en cuenta que el resultado no será
considerado para la calificación del módulo. Las respuestas constituyen un insumo para compartir
en el encuentro sincrónico que cada aula realizará con su tutor/a.
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“En el límite de un gran bosque vivía un pobre leñador con su mujer y sus dos hijos: el pequeño se
llamaba Hansel y la pequeña Gretel. Tenía muy poco para comer y una vez que el país fue azotado
por una gran hambruna no le fue posible procurarse ni el pan cotidiano. Una noche, mientras se
atormentaba y se revolvía de inquietud en el lecho, suspiró y dijo a su mujer. -¿Qué va a ser de
nosotros? ¿Cómo podremos alimentar a nuestros pobres hijos si ni siquiera tenemos nada para
nosotros? -Tengo una idea -respondió la mujer-; mañana, bien temprano, llevaremos los niños a la
parte más espesa del bosque. Prenderemos una hoguera para ellos, les daremos un trocito de pan a
cada uno, luego nos iremos al trabajo y los dejaremos solos. No encontrarán el camino de regreso y
así nos libraremos de ellos. -¡No, mujer! -respondió el marido-, ¡Yo no haré eso!; no tengo corazón
para abandonar a mis hijos en el bosque; las fieras acabarían pronto con ellos. -Tonto -replicó ella-,
entonces moriremos de hambre los cuatro; no tendrás más que alistar nuestros ataúdes. Y no le dio
tregua ni reposo hasta lograr que consintiera. -Pero aun así esos pobres niños me dan lástima -decía
el hombre. A causa del hambre, los dos niños tampoco habían podido dormirse y oyeron lo que la
madrastra decía a su padre. Gretel lloró amargamente y dijo Hansel: -¿Y ahora qué será de
nosotros? -Chist, Gretel -dijo Hansel-, no te preocupes que conseguiré librarnos de esta.”
2. De acuerdo a la clase y con la exposición de Colomer, ¿para qué leeríamos este tipo de
historias a los chicos/as?
- Para promover el desarrollo de la imaginación.
- Para ampliar el vocabulario y conocer otras formas de decir.
- Para aprender valores y formas de actuar como la importancia de no mentir y cuidar a los
hijos.
- Para compartir el imaginario colectivo y formar parte de las comunidades de lectores y
escritores.
- Para enseñar a los chicos y chicas a comprender los textos.
- Para saber exactamente lo que los autores quisieron decir.
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3. ¿Cuáles de las siguientes intervenciones les parecen más apropiadas para desarrollar un
intercambio productivo en el aula?
- ¿Está bien que los padres quieran abandonar a sus hijos?
- ¿Qué creen que habrán sentido Hansel y Gretel cuando escucharon la conversación de sus
padres? ¿Por qué les parece?
- ¿Cómo buscan engañar la madrastra y el padre a Hansel y Gretel?
- ¿Quiénes son los personajes de esta historia?
- ¿Qué otras historias conocen en las cuales los niños o las niñas corren peligro?
- ¿Qué hizo el padre después que la madre propuso abandonar a los niños?
¿Qué aprendimos?
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Visualización complementaria
Panel: Libros, escuela y literatura
En el siguiente video, las panelistas María Teresa Andruetto y María Emilia López, escritora de
Literatura Infantil y Juvenil y especialista en mediación literaria en primera infancia,
respectivamente, se refieren al rol de la escuela como formadora de lectores y lectoras, y la
importancia de la mediación entre libros, literatura y escuela.
Bibliografía
Bahloul, J. (2002). Lecturas precarias: estudio sociológico sobre los "poco lectores". México:
Fondo de Cultura Económica.
Colomer, T. (2005). “Leer con los demás”, en Colomer, T. Andar entre libros. México: Fondo
de Cultura Económica.
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Hébrard, J. (2000). “El aprendizaje de la lectura en la escuela: discusiones y nuevas
perspectivas”. Conferencia dada en la Biblioteca Nacional, sala Julio Cortázar, Ciudad de
Buenos Aires.
Lerner, D. (2002). La autonomía del lector. Un análisis didáctico. Lectura y vida, 23(3), 6-19.
http://www.lecturayvida.fahce.unlp.edu.ar/numeros/a23n3/23_03_Lerner.pdf
Créditos
Autores: Mirta Castedo y Juliana Ricardo
Lectura crítica: Mirta Torres
Asesoramiento sobre enseñanza con personas con discapacidad: Pilar Cobeñas
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