Teoría Del Conocimiento i
Teoría Del Conocimiento i
Teoría Del Conocimiento i
Intentar acercarnos a una teoría del conocimiento que tiene su propia anomalía; que no se
puede naturalizar. Hacer una mención a las condiciones históricas e intelectuales en las cuales
nace algo así como la pretensión de una teoría del conocimiento; nace la obsesión
metodológica de la filosofía moderna [que encontramos en los autores más señalados de la
filosofía moderna, que anteponen la pregunta por el método a cualquier otra pregunta]. La
pregunta primera ya no es el ser, o Dios; sino el qué significa conocer, cuál es el alcance del
conocimiento, cómo se produce, etc. Y de qué manera el resto de las cuestiones filosóficas
pasan a depender de estas preguntas. Preguntarse por la validez del conocimiento antes que por
¿qué es el mundo?, es una disposición eminentemente moderna. Ello nos coloca en un umbral
histórico determinado; un desplazamiento de las cuestiones del ser hacia las cuestiones del
conocer-saber. No es una problematización ontológica o metafísica. Hay algo de anomalía
profunda en una indagación que teoriza acerca de qué significa conocer, prescindiendo del saber
qué significan las cosas mismas.
Dos supuestos de los que parte: que conocer es una cosa; conocer es lo mismo en cada
caso. La filosofía está en condición de determinar, de una manera pura y a priori, las
condiciones generales del conocimiento. Es la era de una cierta disposición ‘imperialista’ de la
filosofía; en el sentido en el que la filosofía se siente con el poder de realizar una crítica acerca
de cualquier concepción, de limitar el alcance de cualquier concepción, a partir de la
delimitación del qué significa la validez. Hay algo así como unos presupuestos del
conocimiento que la filosofía está en la capacidad de clarificar. Subrayar la disposición crítica
de la filosofía. En último término, subrayar que todas estas reflexiones se apoyan en el acto de
conocimiento mismo; se da todo aquello que se requiere para comprender el conocimiento. En
el hecho mismo de conocer algo, de demostrar algo, está dado todo aquello que se requiere para
comprender el conocimiento.
No hay teoría del conocimiento sin filosofía del sujeto, del sujeto pensante. La idea de
sujeto tradicionalmente se usaba para referirse a las cosas, a las sustancias. Sujeto hasta la
modernidad es sustancia. Si hay teoría del conocimiento es porque ya no hay solo sustancia, hay
sujeto. La reflexión epistemológica es una reflexión que no se puede entender sin la categoría
fundamental de la modernidad europea que es la categoría de sujeto [sujeto pensante, lo cual no
es una ocurrencia cartesiana]. Presupuesto de que existe un sujeto pensante que está en la
capacidad de distinguir las teorías adecuadas de las no adecuadas. De entrada, como umbral
general, hay una concepción que se desarrolla en el s. XIX en la escuela Neokantiana, hay una
pretensión de hacer una teoría del conocimiento, que arrastra implícitos supuestos muy
sustanciales [como el de que el conocimiento es una sola cosa, con conceptos que se pueden
aislar a priori]. Sin estas pretensiones no podemos entender a autores como Descartes.
Si hay teoría del conocimiento es, pues, porque hay una creencia en torno a que el
conocimiento sea uno, a que los métodos de conocimiento se puedan reducir a uno; etc.
La cosa no es lo que la cosa es, lo que la cosa desvela; es la representación que el sujeto
puede hacerse de ella.
Clase 21.09.2022
El segundo elemento que señalar son las condiciones intelectuales. Asumimos de entrada
que una obra de filosofía no puede aparecer en ‘cualquier momento’. Tiene que ver con el
momento de Renacimiento europeo en los siglos XV-XVI, en donde se producen una serie de
cambios de distinta profundidad. Recordar algo que está vinculado con la revolución científica:
los desarrollos técnicos de la Europa del siglo XVI; desarrollos en diversos ámbitos. Paralela es
esta revolución a la consolidación de un nuevo grupo de población, crecientemente dominante,
que es el de aquellas personas cuya riqueza ya no es territorial, sino, por decirlo de alguna
manera, ‘comercial’ – como el caso de los Medici –. Esa transformación, que es también una
transformación de la mentalidad, o de la forma de ver el mundo, es paralela al descubrimiento
del legado científico, filosófico, antiguo; no solo Grecolatino sino general, de la sabiduría
ancestral. Degradación de una sabiduría histórica – que no es solo filosófica – que se trata de
rehabilitar, difundir el conocimiento exhaustivo de los textos antiguos. Nos podemos hacer una
idea del Renacimiento como esa etapa ‘filosóficamente promiscua’, con la unión de elementos
que hoy en día serían extraños.
Recuperación del pasado y renacimiento espiritual, que al mismo tiempo es una mirada al
pasado, una admiración ilimitada a las producciones del pasado. Sin embargo, cualquier
recuperación del pasado es al mismo tiempo algo que tiene una función en el presente; no se
trata únicamente de importar elementos del pasado, sino que es una reorientación, una
reinterpretación del pasado. En este caso, la recuperación del gran legado neoplatónico, es
integrado por las nuevas clases hegemónicas como una cobertura intelectual o ideológica a un
combate real contra las normas organicistas feudales, contra las normas sociales vigentes en el
siglo XVI; una utilización del platonismo y neoplatonismo por parte de las grandes familias
comerciales para romper o desprenderse de las categorías jerarquizadas, orgánicas e inmóviles
de la escolástica, del pensamiento que corresponde con las normas feudales de organización
social.
Conjunto de modificaciones interesantes que también tendrían que ver con las distintas
concepciones del cuerpo humano que se desarrollan a partir de la Edad Media. Esto es muy
importante en Hobbes, que intenta pensar en el cuerpo del Estado como un cuerpo humano.
Concepción mecánica del cuerpo: el cuerpo es una suma de partes, todas ellas sustituibles. El
gobernante hobbesiano puede ser cualquiera; cualquiera que ocupe ese lugar. Avanzar hacia una
visión mecanicista del cuerpo.
Otra referencia: Giordano Bruno, ejecutado en Roma [cuando Descartes ya está vivo].
Este pensador es algo así como la culminación de los principios del neoplatonismo, de la magia,
del pensamiento hermético. A veces se le presenta como un mártir de la ciencia moderna, como
un científico convencional. Pero esta figura es errónea. Giordano Bruno es un neoplatónico de
extrema sutileza. Idea de que la creación de un Dios infinito solo puede ser infinita en sí
misma; el mundo es infinito y posee su propia alma. La mediación entre Dios y el mundo se
produce a través del alma, no a través de Jesucristo o de una figura en particular. La aparición
en toda su fuerza de la idea de perfección asociada a la infinitud – cosa que los griegos no
conocían –. No se podía pensar que una obra infinita – lo cual hace que esté ‘inacabada’ – sea
perfecta; de la misma manera, la obra de Dios no podía ser infinita, pues ello significaría que
está inacabada, que no es perfecta. Pero Giordano Bruno propuso la hipótesis de un mundo
infinito sin centro [luego el centro ya no es la Tierra]. Ocurre que no hay manera de reproducir
el proceso de la encarnación de Cristo, una narrativa que opera solo en el caso de que el mundo
sea solo uno, y que pueda hacerse algo así como enviar al hijo de Dios a la tierra; si las tierras
son infinitas, se debe cancelar la mediación del hijo de Dios [no podemos pensar que Dios ha
enviado a un hijo a cada planeta]. Negación con ello de la mediación de Cristo, y con ello, la
construcción de algo que solo puede ser entendido como una herejía. Su culpa tenía que ver con
esto. La herejía no se puede resolver diciendo que es un conflicto entre ciencia y fe, sino que
tiene infinitos matices.
Aquí el hilo que nos vincula ya con Las Reglas es este: la revolución cartesiana no puede
brotar de la nada, siempre tiene que nacer de elementos que estuvieran presentes en aquel
contexto. La línea que toma Descartes no está despegada de la neoplatónica, que es la
rehabilitación de la geometría antigua, y el estatuto epistemológico de la matemática, de la
geometría. La pregunta que enlaza directamente con Descartes es la de cuál es el valor
epistemológico de la matemática. ¿Es o no es una fuente de conocimiento? Y si lo es, ¿qué nos
permite conocer? Euclides [considerado ‘el padre de la geometría’] no aclara esta cuestión en su
texto. Spinoza dice que a la geometría no le interesan las causas o las finalidades.
RENÉ DESCARTES
Descartes, como figura del Renacimiento tardío, nace en Francia en 1556. Estudió con los
jesuitas, lo cual significa participar en una educación podríamos decir ‘vanguardista’; unos
estudios que implicaban los estudios astronómicos y de geometría aplicada. Era un estudio
relativamente abierto a los descubrimientos científicos, con una formación humanística muy
fuerte, además de en los pensadores antiguos y escolásticos, la retórica, etc.
Las Reglas
Las Reglas son el texto de un científico, que hace la pregunta filosófica de ¿qué es
conocer? Podríamos formularla como ‘¿qué he querido decir al decir ‘he conocido esto’?’ Se
trata de alguien que ha realizado durante años prácticas científicas concretas, y que por eso
puede preguntarse el cómo se puede saber si algo es verdadero o falso; para pensar en lo que se
ha hecho o dicho antes, hay que haber hecho o dicho algo. La reflexión filosófica nace de la
práctica. Descartes es quien ha formulado diversas teorías científicas y que, tras eso, se pregunta
en qué consiste el saber. Por eso, la primera regla es la que se suele conocer como la regla de
la certeza, o regla de la unidad de la ciencia. Descartes se ubica desde el primer párrafo de la
obra en un combate contra toda la filosofía antigua y medieval, intentando establecer algo así
como que él es el comienzo – como hizo Hobbes –; la percepción moderna de que se está
produciendo algo que nunca se había producido. En la primera regla, como decíamos, quiere
plantear la unificación de la ciencia.
Las Reglas es un texto del año 1628; Descartes tiene en torno a 31-32 años, y es en aquel
momento un científico en ejercicio que ha dedicado al menos toda la década anterior al estudio
y la práctica en áreas categoriales concretas, especialmente en la geometría [geometría analítica,
en ocasiones llamada ‘geometría cartesiana’]; a la óptica; y la anatomía y la medicina [en la
pretensión de construir una medicina matemática]. Descartes no es exactamente lo que diríamos
hoy un filósofo; Descartes está aplicando su ‘razón filosófica’ a objetos no filosóficos. Lo
que en gran medida caracterizaba a la filosofía hasta el siglo XIX al menos, es la mirada
filosófica ante objetos no filosóficos; las lecturas no eran solamente de historia de la filosofía,
sino más bien a otro tipo de textos y de prácticas. Reflexión sobre temas y objetos no
filosóficos.
Lo primero que plantea en Las Reglas es que se ha considerado válida esta analogía entre
las artes y las ciencias. Lo propio de las artes y las ciencias es que requieren un hábito, una
disposición corporal. Para aprender un cierto oficio es necesario que el cuerpo desarrolle un
hábito; es imposible lograr la construcción de algo si el cuerpo no se adiestra. No soy yo el que
domina el objeto, sino el que tiene que adaptarse al tipo de trato que requiere el objeto. Quien
establece las reglas es la cosa misma. Esto se manifiesta en todos los mundos, incluido en el
arte: es muy propio de la tradición platónica y neoplatónica que incluye el Renacimiento la
creencia de que la obra está ya albergada en la cosa; no responde tanto a la imposición de una
forma, sino más bien la producción artística tiene más que ver con una purificación: la forma
está ya dada. No es el artista creador el que impone una forma a la materia, sino que la materia
la alberga en sí.
Descartes entiende que las ciencias no pueden funcionar de la misma manera: quien
quiere conocer algo no tiene que subordinarse a lo que la cosa está esperando; no tiene que
adaptarse al tipo de manifestación, al modo en el que cual la cosa libera su esencia o su secreto;
pues de esta manera conocer sería una práctica regida por la diversidad de las cosas. Habría
tantas ciencias como objetos [o como rangos de objetos]. Las ciencias no serían la misma
porque cada una requeriría una técnica especial. Sería, en tal caso, una falta de rigor el pretender
conocer lo diferente de la misma manera; tener ante nosotros cosas diversas y pretender
conocerlas de la misma forma. Es una falta de consideración ante las diferencias entre las cosas.
Las ciencias son diversas por relación a las cosas mismas. Descartes critica esto: las ciencias
son una. Lo que hay que entender en primer lugar es cuál es la estructura del conocimiento. Lo
que hace que la ciencia sea ciencia no es su relación con las cosas; lo que hace que la ciencia
sea ciencia es su relación con el sujeto. Cualquier cosa que quiera ser conocida lo será porque
se adapta, se presenta o se manifiesta, a las leyes de la inteligencia, con arreglo a lo que la
inteligencia pide. Esto constituye una inversión radical; ya no es el sujeto adaptándose al objeto,
sino el objeto adaptándose a las formas de conocimiento del sujeto. Todo aquello que no se
pliegue a las exigencias del sujeto, no será conocido. En cualquier caso, hay una indiferencia a
la diferencia de las cosas.
*Es muy habitual en los filósofos del siglo XVII, que en algún momento de su obra estén
‘obligados’ a reescribir el Génesis a su manera. Tienen que guardarse las espaldas: creemos en
el Génesis, pero debemos imaginar cómo sería una creación alternativa. Descartes se ve
obligado a decir que sigue creyendo en la verdad revelada, no por su entendimiento, sino por su
voluntad.
Regla II. Certitud. Verdad como algo completamente inmanente al sujeto. [Espíritu
como ingenio o entendimiento, no en un sentido espiritual]. Lo cierto como lo determinado,
como aquello con confines; aquello que aparece de una manera en la cual no puede arrastrar
ambigüedad.
La idea de Spinoza es que la idea verdadera lo es porque comparte la misma forma que el
entendimiento.
Esta idea de certeza nos compromete a una determinada disposición del objeto, al mismo
tiempo que a una disposición del sujeto. Esta disposición es una disposición matemática; la de
disponernos ante el objeto de tal manera que no supongamos en él nada incierto. Todos los
elementos que se darán en la solución estarán previamente en el entendimiento; no vamos
a encontrar nada incógnito o inaccesible para el conocimiento. Todo lo que hay que conocer
está ya en el sujeto y se ajusta a la estructura del entendimiento. El ser es pensar, ahora
entendido en el sentido de que el ser es pensamiento lógico matemático. Es una forma de
pensar, pero no cualquier forma de pensar. Esto es lo definitorio de lo matemático; lo
matemático como ‘lo que el entendimiento produce siguiendo su propia ley’. La ética de
Spinoza es matemática por seguir este razonamiento.
Descartes no dice que solo se deban estudiar la geometría y la aritmética, sino que
todo conocimiento se dé con esas mismas formas. Para él, hay objetos del conocimiento que
son constitutivamente indeterminados y, por tanto, no se puede establecer un conocimiento
claro y cierto de un objeto que no lo es. En la antigüedad se consideraba que la physis no se
podía estudiar de manera matemática, porque la esencia de la physis no es cuantitativa, y
aquellas cosas que tienen materia física son indeterminadas por sí mismas; no es un defecto de
la mirada filosófica, sino que en sí mismas, son inciertas. Para nosotros ahora todo lo de la
physis es matematizable, pero para la ontología griega, lo físico no es idéntico a sí mismo, no
tiene un centro claro; está atravesado por la materia, y la materia griega es indeterminación – no
extensión, como fue luego para los modernos –. Por lo tanto, es una falta de rigor de Descartes
el decir que no se puede pretender conocer lo incierto a través de un procedimiento cierto; es
faltar a lo que la cosa pide para ser conocida. Descartes pretende conocer con certeza incluso
aquello que aparentemente no es cierto. Para conocer algo, en términos modernos, hay que
suponer que no es nada en particular. Voy a suponer que todo lo que hay que conocer ahí son
dimensiones cuantificables y matematizables. Esto no es nada perteneciente al sentido común
[la filosofía moderna no es la victoria del sentido común, como se suele creer]; tiene que ver
con una transformación ontológica muy radical [todo conocimiento se dará ajeno a la cosa; se
supondrá, como partida, que no es nada – esto sienta las bases a la nihilización del mundo –]. El
mundo moderno es un mundo descualificado; todo lo que aparentemente es una cualidad se
manifiesta en términos cuantitativos.
Descartes rompe esta relación muy enraizada entre physis, contingencia y probabilidad.
Lo propio de la physis es la contingencia o la borrosidad [todo lo que no es cierto, definido,
definitivo]. El conocimiento de lo físico tiene que ser probable, no puede ser cierto. La
naturaleza moderna está muerta en el sentido de que es siempre un movimiento inercial, no hay
incremento del movimiento ni novedad, sino que viene dado de antes. El problema de
Descartes viene precisamente por esto, el no poder pensar el movimiento de la vida. A
Descartes le es indiferente lo que la naturaleza sea, cuanto que el conocimiento sobre ella debe
ser cierto. El principio de la certeza implica una descualificación de la naturaleza. La
modernidad no es una corrección de la imagen del mundo; es que el mundo, antes de la
modernidad, no había sido visto como imagen.
Las vías de la certeza son dos: intuición y deducción. ‘Acerca de los objetos
propuestos se ha de buscar no lo que otros hayan pensado o lo que nosotros mismos
conjeturemos, sino que podamos intuir clara y evidentemente o deducir con certeza; pues la
ciencia no se adquiere de otra manera’.
Se ha de buscar, no lo que los otros hayan pensado, pues la verdad no viene dada por lo
que otros han dicho; tampoco por lo que uno mismo conjeture. Hay una cancelación del
principio de autoridad y del valor de la historia como fuente de conocimiento . La historia
es un elemento distorsionador de la relación del sujeto con la verdad. Si creemos que la verdad
es certeza, entonces es coherente decir que la historia no puede sino confundir el camino a la
certeza. Con esto, la filosofía moderna se denomina así; moderna, época que tiene una idea
clara del valor del presente con respecto al pasado.
Suprimir la historia en áreas como las que preocupan a Descartes no está del todo claro.
¿Qué significa suprimir la historia en medicina? ¿qué colocamos en el lugar en el cual está la
tradición, las experiencias acumuladas a lo largo de siglos? ¿de qué manera puede recibirse
en ese contexto un pensamiento para el cual el conocimiento supone una supresión del
vínculo con el pasado? Esto supone una gran anomalía; un escándalo.
05.10.2022
En la cuarta regla aparece otro concepto de Descartes muy recordado. La regla cuarta
tiene que ver con el problema del método; el método es necesario para el conocimiento de todas
las cosas, es la vía que permite avanzar en el conocimiento de todas las cosas.
¿Hasta qué punto la matemática es conocimiento? [Esta es la transición que aquí se trata
de pensar; el qué se puede hacer con la matemática, pues parece ser una disciplina que no puede
ir más allá de los objetos que la mente pinta para sí misma]. Hasta ese momento las matemáticas
se habían empleado solo en ese ámbito de lo ideal, de lo ficticio en este sentido – pues es lo
proyectado dentro de la mente y no aquello existente en el mundo material –.
Descartes ve que todas las matemáticas sí que tenían que ver con su objeto. Lo
característico es que todas las ciencias mantienen una relación particular con su objeto, y esa es
esta: la de considerar a su objeto desde los principios del orden y la medida. Se trata siempre de
una cierta disposición del objeto que consigue que el objeto sea comprendido de una manera
epistemológicamente válida. Si el método matemático consiste en colocar al objeto en una
forma válida, Descartes considera que debe existir una ciencia universal que sea orden y
medida, pero no del orden y la medida de un objeto particular. Esto es lo que en latín dice
Descartes como ‘mathesis universalis’ [mathesis en el sentido de disciplina que sea universal].
El tránsito que Descartes presenta aquí es el elevar el procedimiento matemático aplicado a
objetos regionales a una ciencia universal del orden y la medida. Si la matemática ya tenía
un primer nivel de abstracción por el cual se abstraía de algo, ahora se trata de desarrollar un
segundo nivel de abstracción. Primero es que la matemática como tal abstrae su objeto de
ciertas relaciones naturales [abstrae la causa, la sustancia, etc.]; pero lo siguiente es elevar esta
abstracción a una superior por la cual pierde toda su relación con objetos particulares,
volviéndose una ciencia universal. Lo que resulta filosóficamente decisivo es esto: que se
pueda pensar en una ciencia del orden y la medida que es independiente y previa al tipo de
objetos que trata de ordenar o de medir [no atiende ni se ciñe a la naturaleza misma de los
objetos]. Es una idea eminentemente moderna el considerar el tiempo y el espacio como
medidas externas al objeto. Fundación de una ciencia del orden y la medida que no son
orden y medida de nada en particular.
Esta es la superación del orden del ser, del antiguo logos, que era una ubicación y un
orden de todas las cosas del mundo. Se pasa del orden al ser, al orden del entendimiento. La
mathesis universalis no es el orden de las cosas; es el orden del pensamiento. Lo matemático
es el conjunto de condiciones a priori del entendimiento, y es esta razón matemática la que
engendra los objetos del sujeto tal y como aparecen. Por ello mismo el conocimiento no es
conocimiento corporal, sino que es conocimiento que tiene que ver con desprendernos del
cuerpo, de la sensibilidad, del hábito; por ejemplo, entender la luz sin que ello tenga que ver con
la sensación sensible con la luz, sino que sea la luz como tal. Descartes dice que hay un
conjunto de ideas innatas [entre las cuales está la idea de Dios]; pero lo más adecuado es decir
que las matemáticas son la constitución del conocimiento, sin las cuales no habría posibilidad de
conocer.
¿De qué orden o qué estatuto son esas naturalezas obvias de las que habla Descartes?
¿Son del mundo? Descartes responde que no son del mundo, son del entendimiento. La
extensión o la figura son, por ejemplo, naturalezas simples. Porque la extensión no puede
explicarse por otra cosa que por sí misma, porque no existe nada más simple que la
extensión misma. No hay nada más simple que eso, no podemos descender a un nivel inferior.
Fracaso de Las Reglas. El modelo cartesiano, tal y como queda definido en las reglas, es
un paradigma del fundamentalismo epistemológico: aquella posición, en teoría del
conocimiento, que entiende que el conocimiento lo es cuando tiene una justificación
absoluta, cuando tiene fundamentos absolutamente inconmovibles, que no se desplaza. Hay
una justificación definitiva y extrema a todos nuestros conocimientos, no hay creencia válida
sin fundamentos absolutamente firmes. El fundamentalismo se opone a muchísimos
paradigmas dentro de la teoría del conocimiento, como es una concepción del conocimiento
no tanto vertical sino horizontal, a partir de estructuras en red, en el sentido en el que se
entienda que una creencia está justificada cuando se integra en un sistema de creencias; la
manera por la cual se progresa es porque las nuevas creencias se articulan con creencias ya
existentes. Lo verdadero tiene que poder mostrar sus raíces, es coherente con un resto de
creencias.
El marco fundamental que se pone en Las reglas es la relación sujeto – objeto; pero no
hay aun la relación sujeto – sujeto. Esta es la idea posterior de que la verificación de las
creencias no se puede entender sin la dimensión intersubjetiva; pero sería anacrónico suponer
que Descartes podría haberse hecho cargo de tal concepción. No hay dimensión intersubjetiva
en la epistemología cartesiana.
Por todo lo anterior, lo que se encuentra en Descartes es una resignificación del concepto
de sujeto y una resignificación paralela del concepto de objeto. A partir de la filosofía moderna
objeto pasa a significar algo que no significaba antes; de la misma manera sujeto pasa a
significar algo que tampoco significaba antes. Hasta la filosofía del s. XVII, sujeto es lo que
está debajo, lo que ha sido deslizado por debajo de algo; lo que está soportando algo, lo
supuesto. Esto tiene una enorme significación. A partir de Descartes, lo verdaderamente
sustancial no es la cosa en sí misma, sino el pensamiento. De manera que es coherente que la
palabra sujeto pase a significar ‘lo mental’ o entendimiento. Es coherente porque el sujeto
pensante es el nuevo fundamento ante el cual se tienen que acreditar las cosas.
El tratado de la luz
La matemática no se trata con objetos físicos sino con entes de razón, y en ese sentido es
en el que puede ponerse en duda el valor epistemológico de las matemáticas. La manera en la
que Descartes contesta a este debate es generalizando el método matemático; señalando el
método por el cual, para conocer cualquier cosa, el conocimiento debe ser desmontado hasta
que comparezcan las llamadas naturalezas simples, que no son de la physis sino del
entendimiento; aquellos conceptos que no pueden ser explicados por nada más. Una naturaleza
simple sería por ejemplo la extensión, pues no depende de ninguna otra cosa para ser entendida.
Por lo tanto, analizar, recomponer, y sintetizar [separar y unir] es el presupuesto matemático
general [que cualquier problema está de antemano resuelto y dividido en unidades simples que
se pueden comprender]. Las matemáticas es por tanto el ámbito de lo ‘pre-conocido’ y lo
absolutamente cierto.
En las meditaciones metafísicas debe medirse también con la idea de Dios. Acaba
reconociendo que la visión de Dios sobre el mundo es la misma que tenemos nosotros. Solo
existe un punto de vista, Dios no me engaña, pues si me engañase, sería malo, y no puede ser
que Dios sea malo.
Importancia de Suárez. Afirma que hay el alma, hay la sustancia, y hay la dimensión
objetiva [en la cual está la matemática]. Es un pensador pre-cartesiano al cual se le presentó el
diagrama sujeto – objeto, que se preguntó dónde estaba la cosa: la cosa es la representación que
el sujeto tiene. En el mundo hay algo más que la cosa y el alma; están las ideas.
Para Descartes el error era considerar que las cosas, además de tener extensión,
eran algo. Lo que había que haber imaginado, dice, es haber considerado que las cosas son
extensión, y que la extensión no es un accidente de las cosas, sino es su esencia. Todo esto nace
no de una intuición sino de la elaboración de una hipótesis, que se justifica así; necesitando un
sistema de garantías o referencias.
Con relación a Las meditaciones. Lo que hace Descartes tras el tratado de la luz es
explicar los fenómenos naturales particulares, y crear esta física general que parte de los
supuestos ya mencionados. Construye la imagen moderna de la naturaleza; imagen
descualificada, de la cual ha sido extirpada la finalidad, las tendencias, las atracciones y
repulsiones, etc. partiendo exclusivamente de un constructo mental. Lo que de aquí se deriva
[lo que llama Heidegger la construcción de la imagen de la naturaleza, entendiendo que es la
primera vez que la naturaleza es imagen]. Alteración total de la concepción de la physis que se
basa en el postulado de que el proceder subjetivo es absoluto. Confianza en el entendimiento
como fuente de toda verdad; el proceder de la mente es absoluto [absoluto en el sentido de que
no depende de nada más].
Este texto (las Meditaciones metafísicas) es con seguridad el texto más discutido de
Descartes, y todos sus grandes temas aparecen en él planteados. Está compuesto por seis
meditaciones. La edición completa es la que viene con las objeciones y las respuestas; por el
hecho de que Descartes es plenamente consciente de la importancia del texto y por ello lo envía
antes de publicarlo a grandes personalidades de la Europa del momento para que le envíen sus
comentarios, a los cuales él también responde. Especialmente interesante es el diálogo entre
Hobbes y Descartes. Un problema fundamental que aparece ahí, y que tiene que ver con lo
anterior, es la cuestión de la transustanciación de la materia. Misterio que está
completamente formulado en las categorías escolásticas tradicionales; cambia la sustancia, pero
los accidentes permanecen. El problema con el que se encuentra Descartes es que, en los
términos de la física moderna, no hay forma de resignificar o envolver el misterio central de la
eucaristía de la transustanciación del pan y del vino del cuerpo y la sangre del hijo de Dios;
porque si la materia es materia descualificada que no tiene accidentes [si el color, el sabor, no es
del pan, ¿en qué consiste el milagro de la transustanciación?]
Luego está el famoso problema del dualismo cartesiano. Descartes piensa en cuerpo y
alma como dos realidades que no se pueden separar; lo que sí que se puede hacer es pensar en
las condiciones del pensamiento como separadas de las condiciones de la extensión. Pero
cuando pienso en mi propia identidad, no puedo hacerlo sin pensar en la relación íntima y de co-
pertenencia entre cuerpo y alma. Entonces lo que estamos hablando es de la independencia de
las condiciones del pensamiento, que son independientes de la extensión misma, del mundo
[no son una cosa más del mundo]. El famoso dualismo cartesiano funciona en algunos
ámbitos, como en el ontológico o epistemológico, pero no puede participar en la psicología
cartesiana [como la presente en la obra Las pasiones del alma, pues las pasiones no son
puramente anímicas, sino que están vinculadas también al cuerpo; el alma no es un piloto en un
navío, no es el piloto que sabe que su nave ha sido dañada, sino que lo siente como pasión
propia. La metáfora del fantasma de la máquina es refutada por el propio Descartes en las
meditaciones]. No es que Descartes esté fuera del problema de la relación cuerpo – alma, sino
que en la teoría del sujeto de lo que se trata es de empatizar con la separación del pensamiento
con respecto a la materia extensa: lo que nos permite pensar no es una cosa más del mundo
que siga su ritmo y su construcción, sino que es algo que está separado y es independiente.
Podríamos decir que tiene los atributos de Dios: es eterno, no cambiante, no contingente. El
pensamiento tiene unas dimensiones que no son histórico o corpóreas. La diferencia filosófica
que vale es la diferencia entre extensión y pensamiento.
Conviene hacer referencia a dos problemas en la filosofía de Hume, porque sirve como
puente. Kant dice en la KrV eso de que Hume es aquel que le sacó del sueño dogmático, por lo
que su lectura suele ser subordinada a la lectura de Kant. Estos dos problemas son éstos; en
primer lugar, el problema del sujeto, y toda la reflexión que realiza Hume a raíz del sujeto; y el
problema de la creencia natural. Hume no está pensando contra Descartes o en un dialogo
directo contra el cartesianismo, sino que está en una esfera intelectual bastante distinta; no
podemos hacernos a la idea de una referencia directa, porque sería una idea históricamente muy
equivocada. Vinculación entre filosofía y vida ordinaria, cotidiana. La necesidad de hacer una
terapia de la filosofía que vuelva a hacer de la filosofía un saber útil para la vida, que permita
clarificar cuestiones relativas al conocimiento, a nuestra propia idea de lo bello y sobre el gusto.
Una cierta naturalización de la racionalidad; tenemos ciertas disposiciones, afectos,
creencias, que corresponden a nuestra manera de estar en el mundo. Por lo tanto, la Ilustración
escocesa es una no separación entre naturaleza y razón, a diferencia de la Ilustración alemana
[podemos pensar por ejemplo en Kant, que se resiste a cualquier naturalización de la razón, que
se resiste a la filosofía kantiana desde el principio]. Esta concepción de la razón como algo
natural es una concepción muy importante en esta Ilustración escocesa en la que se incluye
Hume. También es importante la noción de interés. El ser humano como ser interesado.
Esta concepción es algo asi como una mediación entre la dimensión exclusivamente racional, y
la exclusivamente pasional. El sujeto interesado no es un sujeto pasional, pero tampoco es
exactamente un sujeto racional, los sujetos de la sociedad civil moderna. Los sujetos interesados
pretenden hacer valer su interés como algo que no es un afecto racional; incluye un cálculo y
una alianza con los intereses ajenos [sociedad civil como un sistema de dependencias donde los
intereses individuales se conectan para producir intereses colectivos]. La concepción de ser
humano como ser interesado hace referencia al sujeto que se conduce por sí mismo. Pero esta
concepción establece un diagrama diferente al que corrientemente usamos entre pasión – razón.
Este sujeto interesado no es puramente racional, pero opera de acuerdo con el interés en
determinadas cosas.
La filosofía de Hume tiene también que ver con el valor de la pluralidad, de lo que no
es reductible. La pluralidad misma del sujeto. Tres puntos en los que se apoya Hume para evitar
una teología fundamentalista – problemas en los cuales está pensando Hume en su disposición
anti dogmática – son los siguientes:
Hume es anti-cartesiano, pero está en el mismo suelo que Descartes; parte del mismo
punto, de que somos seres pensantes, seres de ideas ¿Cuáles son estas ideas y cómo podemos
librar al ser humano del dogmatismo? A través del análisis. La idea de Hume es la siguiente:
nuestra mente tiene distintos tipos de percepciones, unas son las ideas [idea para nombrar un
tipo particular presente al entendimiento]; lo otro que hay en el entendimiento o en el
conocimiento, algo para lo cual dice Hume que no hay una palabra propia, y a la cual
denominaremos impresión, que tiene que ver con el presionar, con el contacto de un cuerpo
sobre otro. Todo son efectos que no se pueden pensar sin el cuerpo. La palabra impresión no
es tan antigua dentro de la filosofía, y esta idea surge precisamente de la filosofía de Hume.
Para Hume lo realmente importante es lo patente y manifiesto, aquello a lo cual no puedo
negarme, como la visión de la luz, del olor, del placer; eso es lo indiscutible. Aquello a lo que
no me puedo resistir es a lo sensible: lo primero es la impresión; y la idea, el contenido de lo
mental, lo entiende siempre como una devaluación o degradación de la impresión. Una idea es
siempre una impresión devaluada. La idea no es superior a la impresión. Lo primero es la
impresión, lo que nos impacta; pero lo que nos impacta no tiene una vida completamente
azarosa, sino que tiene unas ciertas regularidad en su asociación: las impresiones se asocian en
una forma natural. Recibimos el impacto constante de múltiples impresiones, pero éstas no
tienen una vida completamente salvaje, sino que se asocian por tres principios: por la
semejanza, por la continuidad, y el principio – más poderoso, aquel sobre el cual se producen
la mayor parte de nuestras inferencias – de causalidad. Asociamos una causa con su efecto, y
un efecto con su causa; no podemos percibir la herida sin que venga a nuestra mente el dolor. El
entendimiento ordena sus impresiones con arreglo a la causalidad. Naturalmente, primero son
los átomos, y luego ocurre que las percepciones se agrupan, se asocian por ellas mismas [no
porque el sujeto las someta o las subordine]. Explicar todo lo que ocurre en el entendimiento
a partir de percepciones externas y de alianzas entre percepciones; incluyendo la idea de
Yo, de idea, de sustancia.
Hume, como pensador de la Ilustración escocesa, es más que filósofo. Tiene distintos
textos que no son exactamente filosóficos; hay dos obras que son fundamentales en la teoría del
conocimiento, que son: El tratado de la naturaleza humana y la Investigación sobre el
entendimiento humano. El tratado es una obra de absoluta juventud, cuando escribe ese texto
tiene 25-26 años, y es un texto relativamente largo. El segundo es una buena aproximación a la
filosofía de Hume. Asistimos a un cierto desplazamiento de las cosas, la idea de una
construcción del mundo: el mundo como representación, el proceder constructivo del sujeto. La
idea del mundo como construido a partir de unos ciertos preceptos; es una construcción
intelectual, a partir de la potencia inmanente del entendimiento. El mundo es irreductible a
relaciones ideales, este es el supuesto que cabe subrayar en relación con Descartes. Sus ideas
parten de un prescindir de lo sensible, porque el mundo es una construcción a partir de la
relación que el sujeto establece consigo mismo. El lugar que ocuparía Hume tendría que ver
con esto, con preguntarse qué elementos de la naturaleza humana – no solo del entendimiento o
del espíritu – están involucrados en la construcción del mundo. Nos ubicamos en el mismo
umbral de la modernidad; el mundo es algo producido. La sospecha de Hume es que en esta
construcción no solo juega su papel la subjetividad humana, sino que hay ciertos valores
de la naturaleza humana que juegan también su papel. No es una crítica a la razón pura,
sino una teoría de la naturaleza humana como tal.
Entre todas las lecturas de Hume, hay una que destaca, que es la de Hume como
escéptico. Es la línea que une a Hume con la filosofía escéptica anti-metafísica; pero hay otra
línea que es la que lo muestra como autor naturalista, como aquel que viene a decir que el
conocimiento y acción humanas viene de construir una imagen más compleja, no solamente
racional. Somos seres animales, afectivos, y sin ese suelo la razón no sabría decidirse a un suelo
o a otro. Lo planteamos así, como una impugnación del conocimiento absolutamente válido,
una reducción de lo trascendental a empírico, un intento de mostrar que las raíces del
conocimiento tienen carácter empírico.
Por lo mismo, por hacer un punto intermedio en la idea de causa; ¿qué podríamos decir
de la noción de sustancia? ¿Qué es lo que se quiere decir por sustancia, cuál es su validez y sus
confines? ¿Qué resulta de un análisis filosófico de la palabra sustancia? Para Hume, sustancia
es una idea que no puede vincularse a impresiones sensibles de una manera directa, sino
precisamente así; decimos sustancia como un nombre para un conjunto de cualidades
sensibles, plurales, que se presentan habitualmente de manera conjunta. Cuando nos
referimos a la sustancia de algo, lo que estamos nombrando es un conjunto de cualidades
perceptibles que se dan a nuestros órganos sensoriales, pero no hay ninguna percepción de la
sustancia como tal. No hay tal cosa como sustancialidad avalada empíricamente, nadie ve la
sustancia de las cosas; sino que no es más que un nombre que damos al enlazar las cualidades
que son en sí mismas inseparables. Sustancia no es más que la colección de predicados, de
atributos, de cualidades, ellas mismas no sintetizables. No percibimos la sustancia,
sustancia es un nombre que solo tiene sentido en el plano empírico. Sustancia no refiere a
nada sensible sino a un haz, un unirse de las cualidades sensibles. Sustancia es un término
cuyo sentido se agota en la colección de sus predicados.
La duda de Hume no es dudar de la existencia de, por ejemplo, los seres humanos, sino
subrayar que esa creencia no es una creencia demostrable y racional; no puedo justificar la
existencia del resto de personas de forma demostrable. Dar el paso de decir: como no puedo
estar seguro de esto, suspenderé mi creencia en ellas, es el paso escéptico, pero no es el que da
Hume. Cree en la existencia de la naturaleza, pero no en que tal existencia de pueda
fundamentar. Es algo que obsesionaba a Wittgenstein, por ejemplo, el encontrar cuál es la
evidencia que tenemos detrás de nuestras percepciones [que es ninguna]. El paso escéptico es la
suspensión de la creencia, pero remarcamos que esto no es lo que hace Hume; gran parte de
nuestras creencias tienen una raíz empírica y no racional, pero ello no hace que dichas
creencias no sean válidas. La explicación de la naturaleza humana basada en la racionalidad es
equívoca para Hume.
Nuestras creencias tienen raíces empíricas, instintivas. Pero no por ello han de ser
abandonadas, como ya se mencionaba. La categoría causa es la vía fundamental de
ampliación de nuestro conocimiento, pero responde a disposiciones orgánicas, corporales.
Nos sustentamos sobre bases que no comprendemos del todo, la naturaleza humana es
relativamente opaca a sí misma; pero ello no nos hace tener que abandonar al completo la
noción de causa. La idea de Kant cuya raíz en Hume es clara es que la multiplicidad existe sólo
donde hay un principio de síntesis. Si no hay principio de síntesis, no hay tal cosa como la
multiplicidad. Para Hume, como se mencionaba, sustancia es la agrupación de cualidades
particulares, y que la atribución de esta categoría descansa en su utilización empírica, no
supraempírico.
¿Cómo se aplica esto al Yo? ¿Qué justifica hablar de algo así como una identidad
personal? ¿Tenemos una impresión de nosotros mismos que sea perfectamente
distinguibles de cualquier impresión? ¿Cómo respondo a la pregunta Quién soy? La noción
de Hume aquí es que cuando intento aislar las impresiones a las que responde la idea de yo o mí
mismo, no encuentro nada lo suficientemente estable, idéntico y constante en el tiempo, que
legitime un uso de la palabra yo sustancial. No hay una percepción del yo: cada vez que
intento percibir mi consistencia interna lo que percibo es un movimiento de afecto, estados
mentales, afectivos, temperamentales. Percibo mi tristeza, mi desesperación, pero no percibo al
yo, de la misma manera que cuando percibo una sustancia no percibo su ser en sí sino un
conjunto de singularidades. El Yo no se refiere nunca a algo idéntico o simple; no hay ninguna
percepción que avale esta percepción de la autosuficiencia del yo: el Yo es un haz de
percepciones que se transforman a una enorme velocidad que no tienen ninguna consistencia
más allá que el proceso permanente de dar lugar a nuevas ideas. Cuando decimos Yo no
podemos encontrar ninguna percepción separable por la que percibimos nuestros estados
cambiantes. El yo es el nombre para una pluralidad en la cual no hay ningún principio de
identidad ni de simplicidad. Las palabras empleadas por Hume son palabras explícitamente
vinculadas a la idea del conjunto, o del haz o de la reunión. En el Tratado sobre la naturaleza
humana dice que el Yo es como un teatro en el cual se representan constantemente obras;
pero incluso la analogía del teatro no vale, pues ahí sí que hay elementos estables, cosas
que permanecen, pero en el Yo nada permanece. Hablar del Yo es hablar de una pluralidad,
no es hablar de la prioridad de la interioridad o intimidad, sino de una reunión de exterioridades;
un sujeto que es un sujeto pensante, actuante, solo porque ha sido un sujeto pasivo, receptivo.
Solo porque ha sido afectado por el exterior; somos una reunión de afecciones, un pliegue del
exterior. El espíritu como lo afectable, que, si puede ser activo, lo es por haber sido antes
receptivo, aceptado por algo externo. Somos nuestras percepciones, y no hay manera de
responder a la pregunta por el quién soy si no miramos a nuestras disposiciones cambiantes y
complejas que no tienen ninguna simplicidad. El sujeto pretendidamente constituyente o
determinante [sujeto cartesiano] tiene que pensarse como un sujeto constituido,
determinado, un efecto mismo. Pensamos el mundo desde el efecto que el mundo ha producido
en nosotros, desde la prioridad de lo externo. Toda interioridad es un efecto de lo exterior.
Podríamos pensar en cómo esta concepción del sujeto de Hume se atiene al modelo
de sociedad moderna. Se suele pensar que la sociedad moderna se atiene a la visión del sujeto
cartesiano; pero el que se atiene a la sociedad moderna es más bien un sujeto múltiple que se
piensa a sí mismo como un conglomerado de intereses, no tanto un sujeto identitario cerrado en
sí mismo sino un conglomerado de intereses que se mueve en el mercado. Somos sujetos de
intereses siempre plurales, y nuestras acciones son movidas precisamente por esto, no por
ser sujetos cartesianos; a menudo la existencia de los individuos tiene que ver con negociar
sobre los propios intereses. La sensibilidad de Hume con respecto a la pluralidad del sujeto
moderno se adecúa muy correctamente con las reflexiones de Adam Smith de la sociedad
moderna. Los sujetos del capitalismo competitivo no son cartesianos, sino más bien responden
a un perfil de la pluralidad o de la negociación constante de los intereses, de manera que nos
sería muy difícil responder al quien soy sin recurrir a nuestros intereses y afecciones.
Como veíamos, la naturaleza humana no se puede reducir a una naturaleza racional; sino
que es una concepción que da prioridad a lo externo, al afecto, a la percepción; entiende que
el entendimiento puede ser activo solo porque antes ha sido afectado. La única forma de
entender cabalmente el conocimiento es suponiendo una estructura de circulación que parte de
la exterioridad y concluye en la exterioridad; que por lo tanto da la mayor importancia a la
naturaleza del cuerpo como membrana, como filtro. Intenta tumbar el mito de la
interioridad cartesiana; la idea de Hume es que no puede entenderse una interioridad
activa si no se supone antes un conjunto de impresiones que dan lugar a la subjetividad; el
ejercicio cartesiano de poner en duda todo lo exterior sólo puede llevar a un empobrecimiento
máximo de la experiencia, porque un sujeto aislado del mundo no podría pensar.
El punto de partida era la referencia a la impresión sensible, para intentar mostrar que
todas nuestras ideas proceden de las impresiones sensibles, y a partir de ahí producir una
clarificación del alcance y los límites de nuestro conocimiento, e intentar comprender de la
manera más precisa posible nuestra manera de actuar, nuestra forma de relacionarnos con
nuestros propias creencias y principios. La razón no puede presumir de tener fundamentos
absolutamente claros y distintos. Partimos de esta idea: todo nuestro aparato cognitivo
procede de lo exterior, de aquello que es plural, heterogéneo y diferente. Entonces, si
queremos comprender qué decimos cuando decimos ‘Yo’, de lo que se trata es de preguntarnos
si hay algún conjunto de impresiones sensibles que respondan a esos términos que digamos; si
no encontramos esos términos sensibles tendremos que concluir con que los utilizamos de una
forma un tanto borrosa y ambigua.
Como ya decíamos, Hume considera que de ninguna manera aparece ante nuestro
conocimiento la sustancia como tal, sino que es una síntesis más o menos estable de cualidades
sensibles. De manera que sustancia es un término que vale exclusivamente dentro del
umbral fenoménico; no tiene más consistencia que el mencionar apariciones individuales y
heterogéneas en sí misma. De la misma manera, cuando los filósofos hablan del Yo, de su
simplicidad e identidad, de esto que existe cuando todo lo demás está en duda [esa idea
cartesiana del sujeto pensante], la indagación de Hume es preguntarse ¿a qué es lo que nombra
nuestra idea de Yo? Hume dice que no hay nada parecido a una impresión aislada,
separable, del yo. En todo caso, conocemos nuestros estados afectivos; la transformación,
la mutación, de una idea a otra. No hay tal cosa como una percepción bien delimitada del
Yo, sino que éste es siempre un fluir de impresiones sensibles, ellas mismas separables, de
suerte que siempre que hablemos del Yo habremos de estar prevenidos de que con el Yo
nunca menciono una simplicidad, sino una multiplicidad que hace que sea imposible
responder a la pregunta ¿quién soy? No hay manera de responder a esta pregunta si no es
haciendo referencia a esta multiplicidad. De ahí el interés de la filosofía postestructuralista por
Hume, porque es él el primero que hace estallar la identidad del sujeto; y la hace estallar para
aniquilarla en un conjunto de impresiones sensibles. El volcarse de la identidad personal en una
multiplicidad.
La posición kantiana ante el problema del Yo; dirá que cuando buscamos una impresión,
¿quién es el que busca? Quizá no encontramos al sujeto porque toda representación lo es para
el sujeto. Quizá no hay que buscar qué se está buscando, sino quién está buscando. Lo que
resulta contradictorio es esperar que haya una representación, pero no haya un sujeto; cierto que
quizá no lo encontremos, pero hay un sujeto que está esperando encontrar algo que le diga que
él está ahí. Entonces quizá sí que hay un Yo detrás, que espera.
Quizá esto nos sirve para hacer la posición intermedia de la posición empirista y la
trascendental. La idea de Hume era, como decíamos, que no hay forma de asumir la identidad
personal, pues siempre es inagotable y cambiante.
Todo el artefacto cartesiano se basa en que espacio y tiempo son marcos inalterables
de la experiencia, y sobre ellos se puede fundamentar un conocimiento riguroso. La
pretensión de Hume es de nuevo socavar la idea de que espacio y tiempo sean intuiciones
claras y distintas, sino que tampoco éstas son variables independientes sobre las que pueda
darse un conocimiento riguroso. Para Descartes, el espacio es algo claro y distinto, y por ello la
geometría es una ciencia exacta. Pero si de lo que se trata es de eliminar cualquier fundamento
imaginario para el conocimiento dogmático, entonces también hay que realizar un examen
empirista de las ideas de espacio y tiempo. ¿A qué impresiones sensibles corresponden el
espacio y el tiempo? Espacio y tiempo serán claros y distintos si es que podemos remitirlos a un
conjunto de impresiones sensibles. Pero ¿cuáles son las impresiones sensibles a las que
responde nuestra intuición del espacio y el tempo? Para Hume, ninguna: nadie tiene una
percepción del tiempo o del espacio como tal. No percibo el tiempo, igual que no percibo el
espacio, lo que hago es percibir relaciones de temporalidad o espacialidad, o cambios en el
umbral de la percepción. ‘Lo que hago es escuchar una melodía que procede de una flauta, y
al escuchar la sucesión de las notas, se produce en mí la percepción del tiempo, no como
tiempo independiente sino como el ritmo o la cadencia, o la secuencia, de lo que cambia’. El
tiempo es una consecuencia de la percepción del cambio. Igual sucede con el espacio . De
manera que, en realidad, mis ideas de espacio y tiempo no pueden aislarse de la presencia de
lo sensible; no son dimensiones puras, sino que de nuevo son dimensiones devenidas a partir de
la exterioridad. No hay tal cosa como una relación de la conciencia con el espacio o el tiempo
lineales.
Cuando hacemos inferencias causales, sabemos más de lo que hemos sabido. Cuando
hablamos de causa no decimos algo asi como hasta ahora he observado que al fenómeno A le
sigue el fenómeno B, sino que lo que decimos es más de lo sabido, más de lo percibido.
Asumimos que hay una relación entre A y B que se seguirá dando en el futuro. No se puede
entender solo como un conjunto finito de experiencias sobre algo, sino más bien una
anticipación del futuro, de unas causas que confiamos que se seguirán sucediendo. La
causalidad nos habilita más de lo que hemos visto. Pero ¿qué estatuto epistemológico tiene
mi creencia? ¿Creo, tengo la certeza, de que el mundo existe? ¿Creo que el futuro y el pasado se
encuentran conectados? Aquí el escándalo empirista: ¿esta idea es racional en algún sentido?
Si decimos que algo es causa de algo, entendemos que se da una conexión entre dos
fenómenos que se seguirá dando en el futuro, lo cual nos permite hacer suposiciones del futuro.
Pero ¿de dónde viene ese saber más de lo que hemos sabido? A veces dice que el empirismo es
‘la creencia en la experiencia’; pero mediante la causalidad, hay algo más que pura experiencia.
El primer impulso de Hume es responder que esto es un hábito. La reiteración de una
relación entre fenómeno produce naturalmente la expectativa de que este fenómeno se
seguirá dando en el futuro. Reduce toda conexión al hábito. La repetición misma es la que
produce el efecto subjetivo de la transformación; es el sujeto el que se transforma, no la
naturaleza. En la naturaleza no hay nada necesario como tal, la necesidad es algo que se crea en
el sujeto por la pura reiteración del estímulo. El sujeto es conducido a aceptar que hay una
conexión entre los fenómenos, pero esta condición está en el sujeto, no en el mundo mismo.
Aquí hay un gran punto de entrada para la filosofía de Kant. Esto significa que es el tiempo el
que produce la necesidad; la reiteración. ¿Hay algo en la naturaleza que me permita decir que he
apreciado una regularidad? No. Quien cambia es el observador, no la cosa misma; por lo tanto,
solo es comprensible desde el punto de vista empírico, sin el hábito no se produce el tiempo, no
existe inferencia causal. Esta es la puerta de entrada para el trascendentalismo. Sujeto como
tiempo.
Pero el segundo nivel de respuesta de Hume es este: a su vez, ¿sobre qué se apoya la
formación de hábitos? El hábito se apoya o se desliza sobre un tipo de creencia más
elemental, como es la creencia en la continuidad entre el pasado y el futuro. Si el hábito es
significativo, si la huella que nos deja nos permite hacer inferencias a futuro, es porque creemos
en una cierta regularidad, una continuidad del tiempo. La pregunta crucial de Hume es esta:
¿puede la razón justificar esta creencia? ¿Qué tipo de creencia es ésta de que el pasado y el
futuro tienen una continuidad? ¿Qué tipo de creencia es la creencia en la existencia continua de
los objetos, y no que las percepciones sean discontinuas? Sin embargo, creemos en la
permanencia, en la continuidad de las cosas percibidas; creemos que el mundo sigue fuera del
aula. Ocurre que tampoco es una idea que proceda de la experiencia; no creemos en la
continuidad del espacio y del futuro porque la hayamos concebido en el pasado. El principio de
uniformidad del tiempo no es empírico él mismo. Creemos en ciertas cosas de una forma
natural o instintiva, pre-cognitiva. De lo que se trata es de mostrar que todo nuestro artefacto
intelectual descansa sobre creencias sobre las cuales la razón no puede dar una
justificación clara; son creencias indemostrables racionalmente, e invulnerables para la razón.
No creemos más en la continuidad del pasado y del futuro porque alguien la demuestre.
Lo que hace deconstruir la noción de causa es mostrar que no son consecuencias lógicas y
necesarias, sino que de hecho no tenemos impresión real de dichas consecuencias más allá del
visionado de los fenómenos individuales. Las inferencias causales no son válidas lógicamente
y sin embargo tienen su propio nivel de validez. Obviamente estas no son despreciables, sino
por el contrario profundamente útiles. Hacemos inferencias no válidas lógicamente y el mundo
responde de acuerdo con ellas.
Se trata de enfatizar el tamaño del cuerpo; que el cuerpo crea creencias que le disponen
de una forma u otra. Somos seres falibles; siempre que vemos las palabras certeza o verdad,
debemos ser prudentes.
Somos seres racionales que calculan medios y fines, y eso sólo se hace por creencias más
elementales de carácter instintivo; abandonarlas sería dejarse a la causa racional, pero eso no lo
dice jamás Hume. Aunque la causa no sea clara y distinta, sigue valiendo.
Para ir haciendo un resumen de todo lo anterior, dividida en tres puntos [los que hace
Hume].
Incluso Hume debe reconocer que existen verdades necesarias, como es que un
triángulo tenga tres lados; porque lo defino precisamente así. Si luego digo que el triángulo
tiene tres lados, lo único que hago es hacer una proposición analítica, no ampliadora del
conocimiento, sólo redundante. Entonces ocurre que Hume es suficientemente fino en esta
cuestión para no poner ningún ejemplo de enunciados analíticos. Entonces ¿de qué enunciados
está hablando Hume con las relaciones de ideas? De enunciados no analíticos, porque el
teorema de Pitágoras, por ejemplo, no es un enunciado analítico, que sin embargo, valen a
priori. Juicios sintéticos a priori. Hume pone ejemplos que son todos ellos juicios sintéticos a
priori, juicios informativos que amplían el conocimiento pero que son previos a la
experiencia. ¿Cómo se conecta esto con las bases de la filosofía empirista de Hume?
Consideramos que no se puede hacer, sino que debemos considerar la contradicción en la
filosofía de Hume; está reconociendo un problema y no se lo está poniendo fácil. Reconoce el
verdadero problema de preguntarse por cuál es el verdadero estatuto de las proposiciones de la
geometría. Porque son estatutos que no hablan de la experiencia, pero entonces ¿de qué hablan?
Despliegan algo, hacen una síntesis de una cosa y de otra, y parece que están hablando de la
legislación misma de la mente, pero eso es lo que Hume nos había prohibido, hablar de la mente
como algo con una legislación propia que se impone sus reglas y es independiente. Lo mínimo
que podemos hacer es admitir que hay un problema sin resolver en esto, y que el propio
Hume admite. Las relaciones de ideas se ejemplifican en juicios sintéticos a priori que
habilitan esta pregunta: ¿cómo son posibles? Y esa es la pregunta de la Crítica a la razón
pura, el cómo es posible que la ciencia sea ciencia; que no es la experiencia sensible, sino la
anticipación de la razón, el proceder anticipador de la razón.
IMMANUEL KANT
Recorrido que recupera algunos de los problemas de la teoría del conocimiento para decir
que en todo conocimiento hay algo más que lo que se da en la experiencia; en todo
conocimiento operan verdades de carácter previo, a priori, necesario, solo a partir de las cuales
se puede comprender la validez del conocimiento. De lo que partimos es de la validez de la
conocimiento, pues esta validez solo se puede entender analizando o estudiando el carácter de
las verdades que se encuentran implicadas en cualquier acto de conocimiento. Verdades previas
no en el sentido temporal, sino que están condicionándolo, constituyéndolo como tal. En todo
conocimiento hay algún tipo de verdad de la naturaleza de todo acontecimiento responde a
causas, principio que tiene esta extraña forma, la forma de ser enunciados o juicios
ampliativos del conocimiento – no triviales, no analíticos – que realizan ciertas
operaciones. Dicho de otra forma: cuando conocemos algo, es porque estamos operando con un
determinado tipo de verdad.
Las verdades eternas lo son por constituir aquello sin lo cual no habría sensibilidad;
son verdades independientes de lo que se da en la experiencia, pero al mismo tiempo son
inseparables de la experiencia misma, porque son su constitución. Kant emplea experiencia
como sinónimo de conocimiento; cuando habla de experiencia sensible suele usar la palabra
intuición. Estamos hablando del conocimiento sensible. Lo que está diciendo es que la
comprobación empírica de una teoría por supuesto que implica a la experiencia sensible.
En todo caso, el problema es ese equilibro inestable en el que tiene que situarse Kant.
Quiere devolverle a la filosofía el lugar que le corresponde, haciendo un análisis sobre sus
límites y el sitio en el que debe ubicarse. Frente a la causa empirista, que defiende que no hay
verdades más allá del conocimiento, su posición es decir que claro que hay verdades necesarias,
pues de lo contrario no habría algo así como ciencia. Se debe hacer ontología antes de hacer
ciencia; si no suponemos ciertas cosas, si no movilizamos cierto tipo de verdades, entonces
no hay tal cosa como ciencia. Las verdades necesarias no están habilitando un discurso
metafísico en el sentido tradicional; por ejemplo, cuando se habla de causa, no podemos hablar
de algo así como la causa del mundo, pues podría uno decir A y su contrario. No es que sea
imposible usar las verdades necesarias traspasando sus límites, pero cuando la razón intenta
convertir objetos de conocimiento en objetos de la metafísica [como cuando intentamos hablar
del Yo como una sustancia ontológica]. No es que sea imposible, pero lleva en sí mismo a la
contradicción: podemos hablar de si el mundo es eterno o tiene origen en el tiempo, pero cómo
saber si se tiene razón. Dice entonces que llamaremos metafísica a otra cosa.
Lo que habría que admitir en primer lugar es que toda ciencia opera con verdades
necesarias, a priori [pero sin remitir a una suerte de antes temporal; a priori no en el
sentido temporal de ‘antes de’, sino que la ley es la forma de la experiencia, por lo que no
puede darse una cosa sin la otra]. Esto es lo que los contemporáneos de Kant toman como una
filosofía debilitadora, casi escéptica, porque estas verdades parece que descienden a la tierra.
Hay verdades de las cuales el conocimiento no puede prescindir; Kant está hablando contra la
teología dogmática de su tiempo, y contra la psicología de su tiempo.
El desarrollo de una lógica trascendental que no es una lógica formal, sino que tiene que
ver con eso que es necesario para que haya una experiencia. Esto se ve de una forma más clara
en el desarrollo mismo de la argumentación kantiana. Este es el objetivo, el ver que las verdades
necesarias sobre las que podemos establecer una paz civil en el campo de la metafísica, una
constitución vinculante para todos los seres racionales, esa serie de verdades se anclan no en
Dios, no en la psicología, sino en la constitución misma del conocimiento; en esto que Kant
llama la forma del conocimiento, retomando el concepto clásico de Eidos, que ahora se
convierte en la palabra forma. En todo conocimiento hay algo que se da, pero para que se dé
una experiencia tiene que haber algunas condiciones [este es un poco el punto ciego de
Hume]. Nada se da sin que haya algo más de eso que se da, no como complementario sino
como las condiciones que debe cumplir. No cualquier cosa es una experiencia. Eso que me
permite diferenciar una experiencia válida, no es algo que se da en la experiencia misma,
pero que tampoco está en otro mundo; es lo que debe cumplir algo para ser experiencia o
conocimiento. Hay algo que no es material, pero que no está en otro lugar trascendente,
sino que es la condición que cumple algo para darse.
¿Cómo orientar la pregunta por la forma? Bifurcando la pregunta a los dos planos del
conocimiento: 1) Principio de finitud del conocimiento; todo conocimiento comienza con algo
que se da, que se encuentra. No comienza con la conciencia conjeturando su propio objeto como
una especie de intuición intelectual. Siempre hay una pasividad, un darse de algo, un
impresionarnos, un recibir. Ese algo que se da es el plano de la sensibilidad, dirá Kant; más
concretamente el plano de la intuición sensible [la palabra que emplea Kant en alemán es
Anschauung, que es literalmente la traducción al alemán de la intuición latina.] Hay un
plano de la sensibilidad, y por ello el conocimiento tiene un primer momento que es el plano de
la sensibilidad. Ahora bien, no hay conocimiento por el puro darse de algo, por el recibir algo;
no conocemos por haber sido impresionados por algo, sino que el conocimiento tiene que ver
con algo más que esa pregunta de lo múltiple, conocemos algo porque eso que se da en el
umbral de lo sensible, está de alguna manera enlazado, recorrido, asociado, reunido. En el
mismo hecho de ver algo [en el plano más elemental], hay algo más que la presencia de lo
múltiple, de lo diverso, de lo heterogéneo; hay una unión de impresiones; llamamos ver a
diferenciar figuras, enlaces, impresiones. En el mismo acto de ver cualquier cosa hay algo así
como orden o como regla, o como pensamiento. En el puro ver algo hay algo así como una
construcción, como un enlace, como un ir de un lado a otro. Y sin esto no habría percepción: no
hay reunión, diferenciación, asociación, no hay algo así como la experiencia. Un ejemplo sería
preguntarse en qué consiste percibir una cara; no consiste en percibir cada parte diferenciada,
sino intuir el todo. Para que haya algo en la experiencia debe darse algo más que la intuición. En
lo más elemental, en el mismo percibir algo hay conceptos. Hay pues, un momento de la
sensibilidad, y un momento del concepto. No es que primero esté la impresión y luego el
concepto, sino que, si veo, es porque hay ya conceptos [Begriff, que viene de agarrar].
Entonces, la pregunta por la forma del conocimiento se divide en dos: en primer lugar, la
forma de la sensibilidad, y en segundo lugar, la forma del conocimiento. A la sensibilidad
le corresponde la estética trascendental, mientras que al entendimiento le corresponde la
analítica trascendental. Todo lleva el adjetivo trascendental.
Estética trascendental porque estética tiene que ver con la sensación en el sentido más
convencional; estética como aquello que tiene que ver con la sensación. Dice Kant que se está
generalizando el usar la palabra estética para hablar solo de los discursos de lo bello, pero que
habría que prevenirse de ello, pues la estética, es más. Quiere dejar de vincular la estética con lo
bello, con lo artístico, y vincularla más bien a lo que tiene que ver con la sensación, y con el
análisis trascendental de la sensación. Aquí estética hace referencia a qué es lo que vale para la
sensación, que es lo que tiene la sensación por ser sensación.
De la misma manera, la analítica estudia qué es lo que se requiere para que haya
conceptos en general, usos de conceptos en general. Entonces la pregunta por la forma se divide
en estas dos, en la pregunta por las formas de la sensibilidad, y las del entendimiento. Sólo esto,
solo decir esto ya es haber avanzado mucho con respecto a las formulaciones anteriores.
Sensibilidad y entendimiento se copertenecen. Ahí donde hay sensibilidad hay concepto, y
ahí donde hay concepto debe de haber algo para sintetizar; dicho de otra manera, hay lo
sintetizable y el principio de síntesis. Las dos cosas se reclaman o se copertenecen. Solo el
decir esto; el decir que si queremos explorar el conocimiento tenemos que explorar el concepto,
es como decir que la sensibilidad no es algo más bajo que el conocimiento, que no es una
función más primitiva, ni el concepto es algo más elevado que la sensación. No hay por una
parte cuerpo y por otra parte el pensamiento o intelecto; esto es lo que Kant está procediendo a
borrar.
Si hemos asumido que la forma del conocimiento tiene la forma de que no hay tal cosa
como el conocimiento o la sensibilidad si no existe la otra, tenemos que ir en primer lugar a la
pregunta por la forma de la impresión sensible, la forma de la sensibilidad.
La pregunta tiene que ser esta: ¿qué es lo que tiene que cumplir algo para darse en
la sensibilidad, por el hecho de ser sensación? ¿Qué es aquello sin lo cual no habría
sensación?
Lo que Kant viene a decir es que nada es una impresión para mí no aparece bajo las
leyes del espacio. No podemos quitar el espacio y que siga la percepción ahí, si quitamos la
condición desaparece la impresión misma.
Para que se dé una impresión externa, ha de respetar las leyes del espacio. No ocurre que
primero vea y luego construya la idea de espacio —Hume—, no capto primero la distancia y
luego la idea de espacio; sino que si no está presente la forma del espacio no hay tal cosa como
ver la distancia. La distancia es algo que aparece en la percepción solo porque la percepción
tiene como requisito el cumplimiento de las leyes del espacio.
Por ser condición es unitario, es uno solo; y es infinito. Todos los espacios son el mismo
espacio, el resultado de segmental el espacio mismo; y son infinitas como formas de la intuición
porque todo el espacio esta siempre otra vez en cada una de sus unidades. Solo porque el
espacio es el marco en el que las cosas se dan como múltiples, el conocimiento se puede
entender como una síntesis de aquello que aparee en el espacio y en el tiempo —y se necesita
una pluralidad para la síntesis—. El espacio como espacio infinito, homogéneo y abstracto.
Todas las categorías tradicionales que el humano ha utilizado para nombrar el espacio,
significaban una entidad finita; raum es el efecto de poner un espacio, de inaugurar un espacio,
el intervalo [Talar Madera], el ir de una pared a otra. EL espacio infinito como aquello que
condiciona y sirve de marco a la presencia de cualquier intuición sensible en el espacio; es la
completa indiferencia de las distinciones espaciales. Al igual que la naturaleza ya no es physis,
sino que es una naturaleza en la que el río n oes río o el fuego no es fuego, sino que son materia
descualificada; de igual forma pasamos al espacio infinito y abstracto. En Grecia el espacio
siempre es cualificado, delimitado y definido, no sustituible. Cada elemento tiene su dios, en la
medida en que el fuego tiene su propio Dios _lo que se subraya es la diferencia cualitativa que
en condiciones de Modernidad no se da (para Heidegger la neutralización, que tiene como base
la homogenización del espacio)—. Las cosas que ocurren en el espacio son completamente
mercantilizable.
El tiempo es uno, infinito, y todo él en cada una de sus divisiones, es continuo —no
posemos imaginar el pasado sin unirlo con el presente y sin unir el presente con el futuro—.
Indiferenciable, ilimitadamente enajenable
Estas son las condiciones [espacio y tiempo], aquello que se requiere para que haya
conocimiento. En esa indagación kantiana de las formas según las cuales el mundo de habilita,
el primer plano al que atendíamos es el nivel de la intuición o percepción sensible; una forma de
la receptividad o la afección. La pregunta trascendental es esta: ¿qué es lo que se requiere,
lo obligatorio, en el mero darse de la sensación? En esta pregunta está el espíritu de Kant;
lo que está supuesto en la mera sensación. Esto que no puede no estar en la percepción
sensible son el espacio y el tiempo, tienen que estar necesariamente porque operan como
condición de. Solo en esta indagación se da una verdadera revolución filosófica y una verdadera
revolución de toda la tradición; el mundo se construye en primer lugar en el nivel de la
percepción sensible, y aquello que se requiere para la percepción es el espacio y el tiempo, que
no son resultados de la cognición sino condiciones sin las cuales no habría percepción. Son
conceptos, intuiciones puras, en los cuales o a partir de los cuales lo que aparece en el espacio y
el tiempo se da necesariamente en la forma de la multiplicidad, de la heterogeneidad; esto no
es una constatación de Kant, sino un discurso necesario mismo: es necesario que, siendo el
espacio una condición para la percepción, sea único e infinito [lo mismo con el tiempo]. Aquí
aparece la concepción exclusivamente moderna del espacio y el tiempo: espacio indiferenciado,
geométrico e infinito, cada uno de los puntos es indiferente, homogéneo, continuo, infinito,
abstracto, etc. El espacio de lo que genera la disponibilidad absoluta de lo ente. El salirse del
espacio y del tiempo es un salirse de los límites.
El espacio y el tiempo no son cosas del mundo. Si el espacio y el tiempo y todo lo que
ocurren en él son atributos del mundo – no lo eran en Spinoza –, entonces estamos atrapados
por el determinismo, no nos podemos librar de él; no es una idea que Spinoza añada a la
concepción de lo ente. Si el espacio y el tiempo son cosas del mundo, entonces estamos
abocados a negar la existencia de la libertad y de la voluntad; solo hay espacio para la libertad
en el momento en el cual podemos probar que espacio y tiempo son condiciones de nuestra
mirada sobre el mundo, pero que el mundo como tal no está determinado; lo que determina e
impone la ley al mundo es nuestra propia mirada, o la constitución de nuestra mirada. Entonces
no estamos atrapados por el determinismo universal, por la cadena de ser que concatena las
cosas; sino que más bien interiorizamos la necesidad – es como el eco de Hume: la necesidad no
es de la naturaleza; la ley de la naturaleza no es ley de la naturaleza, es la ley del sujeto –. No es
el mundo en sí mismo, es el mundo tal y como estamos obligados a mirarlo. Este es el punto
que fascina a las generaciones posteriores: que no son espacio y tiempo más formas en las que
está constituida nuestra mirada, cancelamos la pregunta por el mundo en sí mismo, porque no
podemos responder a ella prescindiendo de nuestras propias condiciones de conocer. Espacio y
tiempo no se exponen a través de un análisis conceptual sino a través del análisis de la forma de
conocer; el espacio entendido en términos operacionales.
Kant plantea cuál es la forma de realidad que tienen el espacio y el tiempo. Si admitimos
lo anterior, con algunas mediaciones añadidas, el punto de conclusión sería éste: que tiempo y
espacio no subsisten por sí mismos; que no son inherentes a las cosas mismas, sino que
determinan nuestra manera de concebir el mundo y sus relaciones, interacciones, etc. Partíamos
del presupuesto de que el conocimiento es validez. Espacio y tiempo no existen como tales en
las cosas. esto hay que leerlo en la forma en la cual se leería en 1781, en la forma en la que los
contemporáneos de Kant lo leyeron.
El tiempo constituye una condición a priori del conocimiento en general, y por tanto la
condición mediata de los fenómenos. Si hacemos abstracción del modo en que nos conocemos a
nosotros mismos y a las demás intuiciones externas, y tomamos los objetos tales como sean en
sí mismos, entonces el tiempo no es nada. En estos términos, de nuevo, consecuentemente, el
tiempo no es más que una condición subjetiva de nuestra humana intuición, y en sí mismo, fuera
del sujeto, no es nada. Aunque no esté presente aquí la sombra que atraviesa toda filosofía
clásica es el determinismo clásico de la voluntad: si habitamos como cuerpos en un espacio y un
tiempo que son del mundo, entonces ¿dónde hacer hueco a la libertad de la voluntad? Esta
libertad entra cuando decimos que estas condiciones no son del mundo, sino del sujeto. Es una
maniobra realmente compleja pero completamente determinante.
Sea como sea el mundo como tal, lo que es obligado, lo que no puede no ser, es que el
conocimiento como validez implica el tiempo y el espacio. De lo que hablamos cuando
hablamos de tiempo y espacio no es de la existencia de algo externo, porque eso va más allá de
la legitimación del lenguaje: cuando hablamos del espacio y del tiempo estamos hablando de
condiciones subjetivas. Espacio y tiempo tienen realidad empírica, porque están
condicionando a todo lo que consideramos real; tienen validez objetiva en relación con
todos los objetos que puedan darse, pero como tales, tienen idealidad trascendental. No
están en ningún sitio fuera de las condiciones de nuestra propia enunciación. Con esto se
intenta responder a cuál es el estatuto epistemológico de la geometría de Euclides, un texto que
se arruina si Euclides dice que está hablando de cosas que existen; si Euclides hubiera puesto
‘voy a hablar de cosas que existen’, se arruinaría el texto, de la misma manera que si dijera ‘voy
a hablar de cosas que no existen’. La geometría no habla de cosas que existan o no existan,
habla de – por fin dice Kant que tenemos la forma en la que hablar de ello – cosas que, como
tal, tienen un estatuto trascendental, habla de aquello que obliga, que vincula, a cualquier
aparición de lo que aparece. Ese es el tipo particular de declinación de la noción de existencia,
hablar de lo que nos obliga, de aquello que es más grande que nosotros, que nos está
comprometiendo – nos trasciende, es más grande que nosotros, dirá Nietzsche.
Kant emplea distintas palabras para mencionar fenómeno, que es el término al cual
queríamos hacer mención de aparición [Erscheinung en alemán]. Cuando habla de fenómeno en
contraposición con la cosa en sí, está hablando de la aparición, por esta cuestión: si asumimos la
constitución formal del entendimiento, asumiremos también que lo ente es lo que aparece,
aquello de lo cual podemos hacer enunciaciones válidas no es la cosa en sí misma sino más bien
lo que aparece. Lo que aparece por supuesto respetando las condiciones de la aparición, las
condiciones a las cuales se somete el fenómeno por el mero hecho de ser fenómeno. El
primado de la aparición, porque aparición no es apariencia, como tampoco es esencia. El
conocimiento se trata como aparición, con el umbral de lo fenoménico. Cualquier enunciación
válida se trata como aparición, por relaciones entre apariciones, no por relaciones entre
esencias. Si admitimos que las enunciaciones válidas se tratan siempre como apariciones,
entonces estamos desplazando la pregunta clásica del marco esencia – apariencia, al plano de la
aparición y las condiciones de la aparición. Algo aparece, ¿cuáles son sus condiciones? Esta es
la pregunta filosófica ahora: ¿en qué consiste que las cosas sean?
Cuando digo de algo que es una apariencia, estoy necesariamente aludiendo a algo que no
es apariencia, que es esencia, que es realidad en sí misma. Si digo ‘esto es una apariencia’, lo
que estoy diciendo es que hay algo real detrás de esa apariencia. La estructura de apariencia
implica la existencia de algo esencial; pero la aparición no está reclamando algo esencial.
Por primera vez el sujeto, el principio subjetivo, no aparece como aquello que distorsiona
o que vela la esencia – no es que el sujeto desfigure la esencia en su propia percepción –
sino que el sujeto está dando las condiciones para la aparición. Por eso decíamos que la
pregunta filosófica a partir de Kant es esta: ¿qué es lo que aparece y cuáles son sus condiciones?
Delimitar la pregunta filosófica a la aparición, no a las condiciones de la esencia. Esto es sobre
lo que habla Deleuze en sus lecciones sobre Kant, de esa desfiguración del esquema a partir de
Kant.
Por lo tanto, podemos, por una parte, defender la validez absoluta del conocimiento de la
naturaleza – de las leyes del espacio y tiempo, etc. porque todo lo fenoménico está obligado a
respetar ciertos principios – pero, por otra parte, no tenemos ningún derecho a hablar de las
cosas en sí mismas. Las verdades necesarias valen absolutamente, no ponemos en riesgo el
problema de la validez del conocimiento de la ciencia moderna en general, no arrojamos una
duda escéptica del conocimiento, pero al mismo tiempo abrimos la reflexión de la voluntad de
la conciencia como algo que no pertenece al ámbito de lo fenoménico; la libertad no tiene que
ver con el conocimiento, no soy libre porque conozco. Mantenemos esos dos ámbitos separados,
lo nouménico y la libertad. Todo el diagrama elemental del que parte Kant – y si tiene éxito
quedaría trazado en estos términos: que el conocimiento es válido – no limita la reflexión en
torno a la libertad. Lo que habíamos presentado tenía que ver con esta indagación, que es buscar
el anclaje de las verdades necesarias en la constitución del conocimiento, en aquello que no
puede no estar, que se requiere para que haya tal cosa como conocimiento. Quizá la mirada
adecuada sea la mirada de Kant que ve todo como profundamente inestable, como un abismo en
el cual estamos a punto de caer [como leyeron los idealistas la KrV]. Se trata de recorrer el
tramo que va de las cosas en sí mismas a una atención a los procedimientos muy complejos en
los cuales el mundo se construye – a partir de categorías, de formas de la intuición; y mostrar
cómo esto no es una salida nihilista o escéptica, sino algo diferente.
Lo que aparece siempre cumple unas ciertas condiciones, porque sino no podría ser
materia de enunciación. Si digo que algo es, tengo que respetar de entrada unas ciertas
condiciones enunciativas; tengo que decir mi esto es, con arreglo a una forma. Enunciamos con
una cierta disciplina; si hago una enunciación que quiero que sirva no solo para mí ahora,
entonces tengo que emplear una determinada forma; hablaré con unos determinados tipos de
enunciados, etc. Lo que es ilegítimo, no porque lo diga Kant, es decir que lo que estamos
haciendo con eso es conocer lo que es la cosa en sí misma al margen de las condiciones en
conocimiento; porque ni siquiera se entiende que es decir que estoy hablando más allá de las
condiciones de conocimiento, porque más allá de estas no puedo decir nada sobre nada.
Pretender que nuestro enunciar sea hablar de las cosas mismas es algo aporético, porque si
queremos decir que al margen del conocimiento la cosa es así, tendremos que seguir usando
esas categorías del conocimiento. No se puede escapar, básicamente.
Cuál es la concepción del concepto en tal sentido, qué es lo que está implícito en el mero
uso de conceptos es de lo que se habla en la analítica trascendental, donde se plantea el
problema de las categorías a priori. Además de ese texto, importa orientar tal lectura para
entender qué es lo que se trata de hacer: lo que se intenta es lo mismo que se ha hecho en la
percepción, ahora con el concepto. Como el conocer es sensibilidad + entendimiento, tenemos
que preguntarnos la forma del concepto, cuáles son las categorías que están implícitas en su uso.
La investigación de esta pregunta la hace Kant es una forma un poco oblicua. El camino es el
cómo determinar el repertorio de las categorías que forman parte de las enunciaciones que
pretenden tener validez. Lo que dice Kant es que cualquier concepto vale porque puede ser
empleado en un juicio; cualquier concepto es tal porque se puede emplear en un juicio [del tal
esto es esto]. El entendimiento es la facultad de juzgar. Más que intentar mostrar cuales son las
categorías puras, lo que hace Kant es intentar determinar cuáles son las formas de nuestro juicio,
las formas en las cuales podemos simplemente hablar de algo; y a partir de esta determinación,
obtener las categorías que están en cada caso supuestas en esas clases de enunciación. Entonces,
lo que hace es ir a la tabla de los juicios. Queremos poner el énfasis en el hecho de que Kant
quiere enunciar las categorías a partir de las formas de enunciación del mundo. Esta forma no
está dada por la naturaleza, no forma parte de la receptividad, sino de la espontaneidad según la
cual podemos enunciar el mundo. Tabla de juicios – conceptos:
Toda la argumentación viene a decir algo así como esto: hay una parte lo sintetizable y
por otra el principio de síntesis, y estas dos se demandan la una a la otra. Lo que aparece lo hace
siempre en el tiempo, pero el uso de los conceptos, de las categorías, no deja de ser una
declinación del tiempo: si decimos esto o aquello estamos declinando de cierto modo el tiempo.
Sensación y concepto se entrelazan. Para complicar algo más las cosas ocurre que la deducción
de las categorías es completamente reescrita para la segunda edición de la KrV. Mención a la
primera edición, porque los elementos son más atenidos a Kant. Se trata de mostrar en qué
medida concepto y percepción pertenecen ambos al tiempo y por tanto se pertenecen.
1. Aprehensión
2. Reproducción
3. Reconocimiento
Para que haya posición de objeto, un decir algo de algo, un decir con pretensiones de
validez objetivo; para ello tiene que haber un proceso de síntesis de, un principio de reunión.
Este es un proceso que es en sí mismo unitario. Ahora bien, esta posición de objetividad que
implica una cierta unidad del proceso, es también la unidad en la cual se expresa la unidad de la
conciencia; dicho de otra forma, que la posición de objeto es lo mismo, a su vez, que la posición
del sujeto en este sentido que exponemos: los procesos de síntesis son los que permiten la
producción de representaciones, las cuales están vinculadas por un nexo común; pero ocurre que
estás representaciones tienen además algo en común, que es el hecho de que son
representaciones necesariamente de un sujeto: que todas las representaciones de este proceso
único que es la experiencia, se relacionan entre sí en la medida en que son representaciones de
un sujeto, de una conciencia. No hay representaciones que no lo sean para un sujeto. El
proceso de la experiencia se puede unificar también considerándolo desde el punto de vista de la
unidad de la conciencia, sin la cual no puede entenderse el proceso de construcción de
representaciones; si hay un construir representaciones es porque existe una conciencia. El
proceso de la experiencia, pues, es también unitario por cuanto estos principios de multiplicidad
y de síntesis remiten a una unidad de la conciencia. Esto es a lo que Kant llama la unidad
sintética de la apercepción, que es la unidad de la conciencia [apercepción en el sentido casi
perdido de consciencia; del ser consciente de] Apercibirse de es que alguien se hace consciente
de algo [esto sólo para decir que es una palabra que en castellano se usa poco]. A cualquier
enunciación, a cualquier posición del objeto, le acompaña una posición del sujeto. Hay una
conciencia para la cual la representación es representación.
El yo pienso no es un objeto, es una condición formal. Hay un yo pienso necesario que
acompaña a todas mis representaciones, pero del yo pienso no podemos pasar al yo soy una
cosa que piensa, proceso de los más importantes de la filosofía moderna de retracción del yo
cartesiano a una estructura formal. El yo pienso no se puede determinar como objeto, porque es
lo que está siempre presupuesto; porque cualquier decir implica una conciencia, que no puede
determinarse como objeto. De ahí la dificultad que tiene Descartes para objetivar la cosidad del
yo como puro pensar; la única determinación que daba Descartes al yo era pensamiento. El
esfuerzo de Descartes, y la elección de las mismas palabras [res cogitans] era la forma que
encontró de decir que no hay ninguna otra determinación para el yo que el pensamiento mismo;
no puedo decir nada más del sujeto que, que es pensante. Sujeto= cosa de la cual no puedo
decir nada más allá de que piensa. La idea kantiana es: desde luego que está el yo pienso
acompañando a cualquier enunciación/representación, pero este yo es una reunión de las
condiciones, pero no una cosa: no la podemos conocer como cosa, es una forma. Dicho de la
forma más reducida: es una cláusula lógica. El yo como retraído a una condición no sustancial
de la cual se puede hacer una doctrina metafísica, sino más bien esto sin lo cual no habría
enunciación, esto a lo que podemos apellidar ‘yo trascendental’, diferenciado del yo empírico.
Deleuze dice que Kant es aquel que le dice a Descartes ‘no vayas tan rápido; el yo pienso
no te permite ir al yo soy, esa coma expresa una fractura que no se puede saltar’. Querer ir del
ego cogito al ego sum es romper la legalidad de eso en que consiste el sujeto; no hay posibilidad
de sintetizar nada, porque de acuerdo con Hume, no hay percepción del yo, no hay una
definición del yo. En esto le da la razón a Hume: no hay idea del yo, el yo es el puro fluir de las
impresiones; el yo es un montón de percepciones, pero no es nada más. No hay tal cosa como
una percepción del yo; percibo mis estados anímicos, pero no percibo mi yo. En esto damos la
razón a Hume, en que no podemos objetivar el yo como una sustancia. Pero en lo que no le
damos la razón a Hume, o le corregimos de forma decisiva, es en esto; cuando Hume dice que
no hay tal cosa como idea del yo; ahora bien, podría decir Kant que cuando buscas esa
impresión del yo, ¿para quién sería impresión esa impresión? No la encuentro, pero ¿quién la
está buscando? En ese buscar está implícita la existencia de un sujeto para el cual esa
representación sería una representación; hay alguien que busca. Quizá no hay que buscarlo
delante, sino supuesto desde aquel que realiza esa investigación. Todo para decir que la
vinculación cartesiana yo soy, yo existo, como cosa que piensa, no es legítima: hay el yo pienso,
pero no hay el yo soy como cosa. Importante aclaración porque parece que el sujeto cartesiano
vive todavía en nuestros tiempos; pero el sujeto cartesiano está casi desaparecido tras la crítica
kantiana.
¿Cuáles son estas condiciones que los objetos deben cumplir para ser objetos? Las
condiciones del espacio y del tiempo, y las condiciones de la enunciación. Así como la tabla de
los juicios está en arreglo de la cantidad y la cualidad, así también los fenómenos deben cumplir
unos límites de cantidad y calidad: todo objeto de conocimiento respeta, pues, en primer lugar,
la aparición en el espacio y el tiempo como magnitud extensiva; tiene que respetar los
principios de la cantidad, de darse en el espacio y el tiempo en lo que llama Kant los axiomas de
la intuición, que todo lo que se da en el espacio se da en forma de cantidad, y de calidad – de
una determinada intensidad; es ocupar el espacio y el tiempo en una magnitud de cantidad, pero
además de intensidad, de fuerza, de grado. Las cosas deben cumplir las condiciones de la
cualidad y la cantidad – cualidad en el sentido de grado de intensidad, como la luz, por ejemplo.
Los juicios tienen también relación, hay una forma de la enunciación que los objetos de la
experiencia tienen que respetar. Si los objetos tienen que adaptarse a las condiciones de la
enunciación, entonces tienen que respetar principios como que en todo cambio hay algo que
permanece, o que todo cambio se sigue con arreglo a una causa. Para compadecer como objeto
de la experiencia posible deben respetar, por tanto, las condiciones de la aparición y las
condiciones de la enunciación, que no dejan de ser las mismas limitaciones que el tiempo;
cuando decimos esto es, estamos suponiendo una experiencia en el tiempo, igual que si decimos
esto, o esto, o esto, estamos suponiendo una coexistencia, etc. No tenemos mundo si no
razonamos de esta manera, dice Kant. Nuestro mundo se arma a raíz de que, ante cualquier
acontecimiento, nos preguntamos qué es lo que lo ha causado, si no hacemos esta pregunta, lo
que se viene abajo es el mundo mismo. Además, para poder predicar el cambio debemos asumir
que hay algo que permanece; principio de conservación de la materia, principio de
conservación de la energía: juicio sintético a priori. Este juicio tiene su razón de ser en la
estructura misma de la enunciación, en el puro decir, en el hecho de que las cosas, para ser
objetos de conocimiento, tienen que respetar las condiciones de la enunciación; si han de ser
cosas de las cuales podemos hablar, entonces respetarán principios de calidad, de cualidad, y de
relación. Se darán bajo las formas de que todo cambio ocurre de acuerdo con una causa, y de
que en todo cambio hay algo que permanece. Por lo tanto, la noción de causa es aquello que se
requiere al objeto para ser objeto. La ley de la naturaleza es una ley del sujeto; somos nosotros
los que damos la ley a la naturaleza, porque eso que aparece, si no lo hiciera bajo unas
determinadas condiciones, no sería. Los juicios sintéticos a priori son posibles porque están
hablando de nuestras propias condiciones. El orden de la naturaleza es el orden de nuestra
propia razón, de nuestra enunciación. Esto se dice siglo y medio después de Descartes. La ley de
la naturaleza matemática, etc. no es de la naturaleza; la naturaleza no está escrita en caracteres
matemáticos; es el sujeto el que no puede pensar el mundo si no fuera así.
A.126 de la KrV: Somos pues, nosotros mismos los que introducimos el orden y
regularidad de los fenómenos que llamamos naturaleza. No podríamos descubrir
ninguna de las dos cosas, si no hubieran sido depositadas allí desde el principio, bien sea
por nosotros mismos, bien sea por la naturaleza, de nuestro psiquismo. En efecto, esta
unidad de la naturaleza tiene que ser una unidad necesaria, es decir, cierta a priori, que
ligue los fenómenos. Ahora bien, ¿cómo podríamos establecer a priori una unidad
sintética si en las fuentes cognoscitivas originarias de nuestro psiquismo no
estuviesen contenidas, igualmente a priori, las bases subjetivas de tal unidad y si, a
la vez, no fuesen objetivamente válidas estas condiciones subjetivas, puesto que son
las que fundamentan la posibilidad de conocer cualquier objeto en la experiencia?
[…] A.127: Aunque aprendemos muchas leyes por la experiencia, tales leyes constituyen
sólo determinaciones especiales de otras leyes todavía más elevadas, las supremas de las
cuales proceden a priori del mismo entendimiento, no de la experiencia. Al contrario,
confieren su regularidad a los fenómenos, debiendo hacer así posible la experiencia. El
entendimiento no es, pues, una mera facultad destinada a establecer leyes confrontando
fenómenos, sino que él mismo es la legislación de la naturaleza. Es decir, sin él no habría
naturaleza alguna, esto es, unidad sintética y regulada de lo diverso de los fenómenos. En
efecto, estos no pueden, en cuanto tales fenómenos, existir fuera de nosotros. Existen sólo
en nuestra sensibilidad. La naturaleza, en cuanto objeto de conocimiento empírico e
incluyendo todo lo que ella puede abarcar, sólo es posible en la unidad de apercepción.
[…]
Por muy exagerado y absurdo que parezca el decir que es el mismo entendimiento la
fuente de las leyes de la naturaleza y, consiguientemente, de su unidad formal, tal
afirmación es correcta y conforme al objeto, es decir, a la experiencia.
Una especie de des-sustancialización del yo; ya habíamos vivido este proceso con
respecto al mundo en la época moderna [no queriendo decir con ello la nihilización del mundo;
no se dice que el mundo sea una quimera o una ilusión, sino que el único modo de hablar
objetivamente del mundo es respetando las condiciones de aparición y de enunciación. No
queriendo decir que las cosas no sean, de ninguna manera Kant quiere decir que el mundo no
existe – no se vincula a ese idealismo para el cual el mundo no es nada – si no que todo aparecer
tiene que respetar unas condiciones; es ilusorio pensar que se puede hablar de algo sin las
condiciones de la predicación que nos permiten vincular un sujeto a un predicado. No es
negarles la existencia a las cosas, sino respetar las condiciones de la predicación; no hay
posibilidad de un acceso a las cosas en sí mismas, sea lo que sea. Parece un proceso de filtrado;
pero de lo que se trata es de subrayar precisamente lo que decimos; que no hay conocer sin las
condiciones del conocimiento.
Hegel protesta al primado del sujeto en Kant. Se diría que se concede todo a la
subjetividad, a las categorías de la enunciación, y nada al mundo; es un mundo que parece
muerto, abstracto, ineficaz, pero realmente ¿estamos en condiciones de afirmar que la
subjetividad tiene esta relación con el objeto tal que el objeto no está condicionando al sujeto?
¿Estamos dispuestos a admitir que la relación entre sujeto y objeto no es tal que se condicionan
el uno al otro? ¿No hay que pensar más bien en que el sujeto tiene esta relación con el mundo en
la cual se hunde constantemente, y estando en la ilusión de que ha atrapado la verdad del
mundo, se atrapa y se hunde? Y ahí surge la historia como figuras de la conciencia, etc. Pero
todo es poner en movimiento el diagrama sujeto/objeto. ¿Es realmente el mundo tan vano que
no modifica nada la estructura de nuestra subjetividad? ¿Cómo hemos llegado a que el mundo
no vale nada de por sí y sólo lo adquiere cuando se lo da la razón? Necesitamos conceder algo
más al curso de las cosas; éste quizá tiene algo que decir en la evolución de las formas de
conciencia. Lo que ofrece Hegel el principio de la realidad, que no podemos arrebatarle toda su
vida a la naturaleza. La relación entre sujeto y objeto es infinita y no acaba nunca. A partir de
ahí se abren muchos caminos, muy diversos. El romanticismo considera inaceptable que la
naturaleza quede pensada como el constructo de una subjetividad formal; la naturaleza
romántica tiene más capas de sentido y de voluntad y de fuerza, mucho más que la reducción de
la naturaleza a algo que es el correlato del sujeto pensante. Hay que rehabilitar la importancia
del objeto mismo.
La idea de que el mundo fuera una creación fascinaba a Nietzsche. Lo que la filosofía no
había logrado, que era la desvirtualización de lo ente, lo ha logrado la física; mostrar el último
átomo como energía. Sólo con esto se puede entender la tesis del eterno retorno, que no se
puede ubicar si no se entiende que la raíz ultima es la sustitución de lo natural por la fuerza;
entender la materia como una cristalización de la energía, y que, siendo conexiones finitas de
fuerza, el mundo está condenado a repetirse en su finitud, condenado a ser una y otra vez. Un
imperativo moral de estar dispuesto a aceptar el mundo una y otra vez. Hay un progreso de la
ciencia que se vincula a la desaparición de determinadas confianzas metafísicas. Ahí en
particular, para que se vea con más claridad, está la figura de un personaje muy relevante para
Nietzsche, que no aparece mencionado ni en la monografía de Heidegger ni en la de Deleuze,
que es Lange. Nietzsche decía que le bastaban tan solo Kant, Schopenhauer y Lange. Lange es
un representante del neokantismo alemán. Historia del materialismo de 1866, obra que
Nietzsche lee y relee y que marca completamente su trayectoria posterior. Lange, además de un
importante socialista, es un neokantiano que hace una lectura fisiológica del trascendentalismo
kantiano; toma las categorías lógicas kantianas y hace una teoría en términos fisiológicos; la
construcción del mundo a partir de las exteriorizaciones y de la adaptación al mundo de los
seres humanos. El mundo es fenoménico. No defiende la materialidad como tal, pues lo que
hay siempre es una creación, una subjetividad. Critica el materialismo con esto. Lee a Kant,
pero después de los descubrimientos de Darwin.
Esto no altera en nada la diferencia entre fenómeno y cosa en sí; hasta el punto en que
Nietzsche dice eso de cómo el mundo de convirtió en fábula, en el Crepúsculo de los dioses.
Alude a la desaparición del mundo verdadero; el mundo verdadero desaparece. Si hemos
acabado con el mundo verdadero ¿qué nos queda? Si hemos eliminado el mundo verdadero,
hemos eliminado también lo aparente; si no hay mundo verdadero, este mundo no es aparente
en ningún sentido; es fenoménico, pero no porque se pueda construir un mundo verdadero.
Acabar con el mundo verdadero es acabar con el mundo como apariencia, porque la apariencia
parece aludir a una esencia detrás.
¿Qué es entonces la verdad? Una suma de relaciones humanas que han sido extrapoladas
y adornadas y que después de un prolongado uso un pueblo considera canónicas y verdaderas;
las verdades son ilusiones que se han olvidado de que lo son. Concepto como ruina de una
metáfora, como resultado de una creación que nos permite realizar esta evaluación del
conocimiento. Preguntarnos cuál es la voluntad que está animando el conocimiento; si el mundo
es una construcción, ¿cuál es la raíz de esa construcción? No tanto el racionalismo de la
naturaleza, sino del fisiologismo de la razón; esta comprensión en último término de la
vinculación entre conocimiento y voluntad, como cierre último de la argumentación.
Examen: 3 preguntas, cada una con un texto correspondiente. Lo que evalúa es el trabajo
sobre los materiales de la asignatura. Básicamente, hay que leer los textos de los que se ha
hablado en clase.