Descargue como DOCX, PDF, TXT o lea en línea desde Scribd
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 4
.
“La simulación del arte”
Al inicio Baudrillard nos expresa su nula participación en el mundo del arte, por ello usara términos de iconoclasta, pero en el mundo del arte que es tan complejo hoy en día el arte entero se ha vuelto iconoclasta. También hace referencia a algunos teóricos como Walter Bejamin, McLuhan, Andy Warhot, todos ellos con importantes aportes en torno a la imagen, comunicación o arte. Pero el principal interés del autor radica en la línea del seguimiento de las formas artísticas de la época moderna y la contemporánea, para determinar de igual forma si aún hay un campo estético. Para el autor aquí se encuentra la problemática, ese “destino” que tiene el arte en la desaparición de las formas políticas, ideológicas, entre muchas otras en nuestra sociedad. Aunque no se apele de manera profunda en los cimientos de la obra o del arte en si, aclara esto en un principio Baudrillard que su interés en dicha lógica de producción del valor y de la plusvalía siendo contemporánea del proceso a la inversa, para posteriormente observar como la desaparición del arte en su forma inicial y como el crecimiento de los valores estéticos afecta gravemente, generando menos posibilidades en el arte, de un juicio estético que de algún modo estimula un placer intrínsecamente estético. Dichas acepciones van a variar dependiendo la concepción del arte y la apreciación de lo que concebimos como arte, muchas veces podemos estar a lado de una instalación, un performance un mural y no darle la apreciación que amerita, no analizamos si cumple con los criterios de alguna rama artística, la extensión de las formas se apega realmente a la intención del creador, o a que apela exactamente esa expresión del arte, el autor nos ofrece usar la palabra que formo jugando con otras, para definir este desinterés o normalidad del arte, “Xerox” de la cultura, la cual se desglosa en el grado cero del arte, el del vanishing point del arte y de la simulación absoluta. Ya que estamos en constante interacción con el arte, lo hemos normalizado, y en realidad, analizando este punto hoy en día la difusión del arte en cada parte de la ciudad en donde nos encontremos hasta el mínimo detalle es arte, ante los ojos calmantes que se detienen a mirar con cautela, el ruido emergente del tráfico en la tarde suena como el corazón de todos juntos, como el corazón de la ciudad, la estetización de nuestro mundo es total, y si analizamos los demás rubros sociales nos encontraremos con una operacionalización burocrática de lo social, la medicina y demás, pero en el caso del arte hallaremos una operacionalización semiótica del arte. En términos más simples esta operacionalización semiótica del arte la concebimos como “cultura”, algunas personas se quejan de la comercialización del arte, de la capitalización de los valores estéticos, de que el arte se convirtiera en un mercado, y estas opiniones son sumamente válidas y visibles, pero hay que tocar ese trasfondo, ya que hay más detrás de esto que observamos. No obstante, no debemos temerle únicamente a la comercialización del arte, globalmente hay que temerle a la estetización general de la mercancía, a la transcripción de todas las cosas en términos culturales, estéticos, en signos museográficos. Ya que nuestra cultura dominante es en realidad una gigantesca empresa de museografía de la realidad, esta gran empresa cuya capacidad de reproducción de la realidad ha resultado impactante y amenaza con pasar a la realidad virtual, y esta realidad virtual pasara a ser posteriormente una forma estética, se podrá crear arte en la computadora, y a su vez este proceso se equilibrara con los otros, ya que la elaboración de información también se tornara algo estético, lo que para el autor se vuelve aún más peligroso, y es lo que representaría el ultimo grado del “Xerox”, y aquí traemos a Baudelaire, con su análisis de la mercancía, pretendía dar al arte un viso heroico y al universo de la mercancía ese mismo viso, es decir, hacer de ella una mercancía absoluta. Nosotros en cambio sólo damos un aspecto sentimental y estético a la mercancía a través del universo publicitario. Baudelaire denunciaba el universo de la publicidad diciendo “eso no es más que sentimentalismo, estética, y el arte tiene que diferenciarse radicalmente e ir por el contrario hacia un absolutismo de la mercancía”. Pero en nuestros tiempos el arte se ha implantado de manera publicitaria. Baudelaire quería llevar esta simulación de manera radical, por ello incitaba a jugar el “juego de la modernidad”, el arte es un simulacro, el simulacro que posee el poder de la ilusión, lo que lo convertiría para este autor en una especie de juego, donde se disputa la ilusión con la realidad, dando como resultado una implantación estética. De igual forma el arte vendría a ser la prótesis de un mundo del cual habrá desaparecido la magia de las formas y de las apariencias. Analizando el encanto del arte moderno, se encuentra en su desaparición, y su factor peligro al mismo tiempo es su desaparición continua. Aunque es sabido que la utopía realizada crea una situación paradójica, flotante, ya que una utopía no está hecha para realizarse sino para seguir siendo una utopía. El arte está hecho para seguir siendo ilusión; si entra en el dominio de la realidad, estamos perdidos, totalmente desorientados. Por ello el arte está condenado a simular su desaparición, ya que ha desaparecido anteriormente. Y el problema principal es dicha desaparición que tiende a repetirse, y no solo en el arte, también en lo político al repetir sus formas, o la desaparición de lo sexual en la repetición pornográfica y publicitaria de sus formas. En cada una de las disciplinas hay dos momentos que debemos lograr identificar, el del simulacro en cierto modo heroico en el que el arte vive y expresa su propia desaparición, en el que juega a su propia desaparición, y el momento en que genera esa desaparición como una especie de herencia negativa. El primer momento, en donde expresa y juega con su desaparición, es un momento original, solo ocurre una vez y dura décadas; mientras que el segundo momento lo llamamos “póstumo” y dura indefinidamente, porque ya no es original, se mantiene como un tipo de coma rebasado. En esta simultaneidad de hechos, surge también un momento revelador, iluminador en dicha simulación, el del sacrificio, que surge en un instante en la que el arte se sumerge en la banalidad; pero también trae su contraparte, un momento de “des iluminación”, desencantado, en donde se aprende de la banalidad anteriormente vista, y se reciclan sus desechos, lo que se puede expresar como un suicidio fallido, dentro del periodo barroco también estuvo presente el simulacro, vimos la simulación obsesionada con la muerte y el artificio, luego llega una época melancólica, una fase de duelo, y muchas veces se recurre al suicido fallido como estrategia publicitaria. Siguiendo esta línea de pensamiento, Hegel, hablo sobre la “rabia del desaparecer”, y el arte que se adentra en el proceso de su propia desaparición, momentos: el del simulacro en cierto modo heroico en el que el arte vive y expresa su propia desaparición, en el que juega a su propia desaparición, y el momento en que gerencia esa desaparición como una especie de herencia negativa. Abren espacio para diferenciar entre el concepto de arte y la sociedad moderna industrial, momentos: el del simulacro en cierto modo heroico en el que el arte vive y expresa su propia desaparición, en el que juega a su propia desaparición, y el momento en que gerencia esa desaparición como una especie de herencia negativa. Hay que apegarse a las vías de la “indiferencia y equivalencia absoluta” para hacer de la obra de arte una mercancía absoluta. El arte debe abundar en el sentido de la abstracción formal y fetichizada de la mercancía, de una suerte de valor de cambio feérico, y volverse más mercancía que la mercancía ir pues más lejos aún en lo que respecta al valor de cambio y así escapar de él radicalizándolo, lo que dará pie a una estrategia. Se tomara una estrategia un tanto radical, ya que no se le dará una visión nostálgica a la modernidad, sino se le dará un tinte para acelerar el movimiento, precipitar el valor estético. El objeto absoluto en cuestión, se va a tratar de la obra de arte, en relación con las mercancías que son objetos reales, cuyo valor pasa a ser nulo, indiferente, pero que escapa de la alienación objetiva al hacerse más objeto que el objeto. Tiene que ser más objeto que el objeto, no hay que aspirar a no ser ya objeto, no hay que querer ser puro sujeto y rechazar la alienación. Por el contrario, hay que ir más lejos en lo que respecta a la objetivización, lo que le da un toque de fatalidad. Esta superación del valor de cambio, se hace visible en el agravamiento del mercado de la pintura, esto se puede asumir como un destino de especulación mercantil de la pintura, y a su vez se convierte en una parodia del mercado. Paradójicamente, en el arte justamente se realizó esa especie de proliferación del valor que de hecho es como una negación irónica del arte. El hecho de que exista un mercado del arte, puede estudiarse o reprobarse, pero nadie puede hacer nada al respecto; pero los excesos de ese mercado lo que es insensato y desproporcionado respecto a un verdadero valor estético. No hay ecuanimidad entre la especulación mercantil y valor estético, esto pone en evidencia el valor estético atrapado en la misma especulación que el valor mercantil del arte. A su manera también el mercado del arte es un fenómeno extremo que delata por ese carácter extremo, por su radicalidad, la profunda contradicción estética que encierra el arte, dando como resultado que la ley de la equivalencia queda rota, y el dominio a donde vamos a parar queda incierto, lo cual nos conduce a un éxtasis de valor. En lo que respecta al arte, a la estética en sí, aquí nos encontramos con ese éxtasis de valor, donde ya no es posible el juicio de es bonito o es feo, simplemente nos limitamos al éxtasis del arte, más allá de las finalidades del arte, donde todos los valores estéticos ya sea lo neo o lo retro, y el resto de estilos por demás, están en su cúspide de manera simultánea. Todos los estilos pueden convertirse en efectos especiales, con un solo toque, y valer en el mercado del arte, y emitir un verdadero juicio de valor. Baudrillard nos expresa, que el mundo del arte es como una jungla, una jungla de objetos-fetiche o solo objetos regularmente fetichizados, y para aclarar este punto un objeto fetiche no tiene valor, o sucede también que tiene tanto valor que ya no se puede intercambiar. Lo que en el mundo del arte ya no será un intercambio simbólico, puesto que se convertiría en un lugar de intercambio imposible, aunque todo este ahí, todas las obras no hay intercambio; cada uno hace lo que le corresponde, hay un canal de comunicación pero no de intercambio. En el arte actual sucede esto mismo, la ironía que da lugar en palabras de Baudelaire para la obra de arte: una mercancía superiormente irónica, esto se debe a ya no significa nada, es ahora más arbitraria que una mercancía normal, que circula más rápido, a una velocidad mayor, rápido, especulativa una mercancía semejante cobra todavía más valor por perder su sentido y su referencia. Acorde a la lógica de la modernidad, el autor escribe, “el arte es la moda”, ya que la moda es el signo triunfante de la modernidad, la moda es una especie de supe mercancía, siguiendo este hilo de pensamiento encontramos que el arte se ha sometido a la lógica de la moda, el reciclaje en todas las formas, pero ritualizadas de algún modo, fetichizadas y también enteramente efímeras, una circulación o una comunicación velocísima, pero en la que el valor no tiene tiempo para existir, de cobrar forma porque todo anda demasiado rápido. Entonces si la forma de mercancía rompe la idealidad del objeto llámese su belleza o autenticidad, no hay que esmerarse en resucitarla, debemos llevar al límite la ruptura, para no caer en una solución nostálgica. La única salida, la única solución será radical, potencializar lo que haya de nuevo, de inesperado, de genial, en la mercancía. Hay que llevar al límite, potencializar la indiferencia de la mercancía, la indiferencia del valor, potencializar su circulación sin mesura de las cosas. La obra de arte debe adquirir un carácter extraño, Un carácter de choque, de sorpresa, inquietante, y al mismo tiempo un carácter de liquidez, de circulación, e igualmente, como la mercancía, una especie de valor instantáneo y autodestructivo. Analizando este punto, coincide con la moda y la publicidad, lo que el autor denomino “lo feérico del código”. La obra de arte con efectos especiales, vertiginosa, se convierte en objeto puro de una maravillosa conmutabilidad, pues, al haber desaparecido las cosas, todos los efectos son posibles y virtualmente equivalentes. El objeto de arte sería entonces así un nuevo fetiche triunfante, abocado a desconstruir su propia aura de la que habla Benjamín, su propio poder de ilusión, para resplandecer en la obscenidad pura de la mercancía.