La Simulación en El Arte-Baudrillard
La Simulación en El Arte-Baudrillard
La Simulación en El Arte-Baudrillard
-Página 1 de 17
Hoy retomaremos el mismo tema, el del arte, desde luego, el tema de la simulación,
pero bajo un aspecto distinto, aunque no va a ser enteramente diferente de lo
anterior.
Sin embargo, antes de comenzar, quisiera precisar bien, no mi posición respecto del
arte, sino el hecho de que no estoy en el arte, para curarme en salud, para
disculparme. Respecto del arte soy un bárbaro; no soy crítico de arte, ni historiador
del arte ni artista, y ello me permite por cierto, de alguna manera, hablar
efectivamente en términos de iconoclasta. Esto en cierta medida me justifica ya que,
como dijimos ayer, el arte todo entero se ha vuelto iconoclasta.
Mis referencias, si es que puedo llamarlas así y si es que las tengo, pues sólo
tardíamente me dio por debatir asuntos estéticos, son unas pocas, y se las doy
simplemente como información.
En cierta medida partí de Baudelaire (hay que retomar a Baudelaire y sus reflexiones
sobre la modernidad); también acudo a Walter Benjamin y el opúsculo sobre la obra
de arte y su reproducción técnica, que ciertamente todos conocen, y a McLuhan y su
teoría de The medium is the message, que constituye justamente la matriz, en cierto
modo, de la desaparición en todo el campo de la comunicación y de la información
precisamente del sentido; también en McLuhan, esa nueva pragmática electrónica de
la imagen que en él está muy desarrollada; y por último a Andy Warhol, del que ya
hemos hablado ayer y del que hablaremos de nuevo, por su práctica ultramediática
del arte, es decir, traspasar el límite, de un modo que podríamos llamar no una
estética trascendental sino una inestética trascendental que es, de cierta manera, la
eutanasia del arte, el método de la eutanasia.
Y no es que las peripecias internas de la historia del arte no me interesen (también
yo puedo maniobrar con ellas como amateur), pero me interesa sobre todo la línea
del destino de las formas artísticas en la época moderna y la contemporánea, y
saber también si hay todavía un campo estético. Para mí es ese el problema: no la
historia sino el destino del arte en relación directa con esa desaparición general de
las formas –de lo político, lo social y hasta de la ideología, y de lo sexual, por
supuesto– en nuestra sociedad.
En consecuencia, no me pronuncio por ninguna obra individual, por ningún artista en
particular, y no me pronuncio sobre la experiencia vivida por el artista, sobre la
modalidad existencial que pueda tener hoy al crear algo. No me pronunciaré en
absoluto al respecto. No me pregunto cómo se produce arte o el valor estético el
juego de las diferencias, la oferta y la demanda en el mercado del arte, la fluctuación
de los juicios de valor, la exigencia artística y hasta una sociología del arte en la
medida en que se pueda hacer una diferenciación social del placer estético, del juicio
estético, etcétera. Por cierto Bordieu ha trabajado mucho recientemente todo esto,
pero es sociología, es el mecanismo de la cultura, el cual, desde luego, se puede
muy bien estudiar según el método sociológico y el semiológico. Pero en ese caso no
se trata más que de la lógica de la producción de los valores estéticos, y a mí lo que
me interesa es que esta lógica de la producción del valor y de la plusvalía sea
"La simulación en el arte"-por Jean Baudrillard.-Página 2 de 17
En efecto, hoy el arte está realizado en todas partes. Está en los museos, está en las
galerías, pero está también en la banalidad de los objetos cotidianos; está en las
paredes, está en la calle, como es bien sabido; está en la banalidad hoy sacralizada
y estetizada de todas las cosas, aun los detritos, desde luego, sobre todo los
detritos.
La estetización del mundo es total. Así como tenemos que vérnoslas con una
operacionalización burocrática de lo social, con una operacionalización técnica de lo
biológico, de lo genético, de lo sexual, con una operacionalización mediática y
publicitaria de lo político, tenemos que vérnoslas también con una operacionalización
semiótica del arte. Es lo que llamamos «cultura», entendida como la oficialización y
la sacralización de todas las cosas en términos de signos y de la circulación de
signos. En efecto, es lo que podríamos denominar una economía política del signo.
La gente se queja de la comercialización del arte, de la mercantilización de los
valores estéticos, de que el arte sea un mercado, y con toda razón, pero en mi
opinión no es eso lo esencial y además es un asunto muy viejo, Mucho más que a la
comercialización del arte hay que temerle a la estetización general de la mercancía.
Mucho más que a la especulación, hay que temerle a la transcripción de todas las
cosas en términos culturales, estéticos, en signos museográficos. Nuestra cultura
dominante es eso: la inmensa empresa de museografía de la realidad, la inmensa
empresa del almacenamiento estético que muy pronto se verá multiplicado por los
medios técnicos de la información actual con la simulación y la reproducción estética
de todas las formas que nos rodean y que muy pronto pasarán a ser realidad virtual.
También la realidad virtual, por supuesto, se volverá una forma estética: se podrá
crear arte con las computadoras. Pero no es ese el asunto; ocurre que la operación
misma, la elaboración de la información será una acción estética. Esto constituye el
peligro más grave, lo que yo llamaría el grado Xerox de la cultura. Para tratar de
percibir la diferencia volvamos a Baudelaire y a esa especie de análisis que hace de
la mercancía; veamos eso que a partir de su análisis podríamos llamar con
Baudelaire «la mercancía absoluta». Baudelaire quería dar al arte un viso heroico y
al universo de la mercancía ese mismo viso, es decir, hacer de ella una mercancía
absoluta. Nosotros en cambio sólo damos un viso sentimental y estético a la
mercancía a través del universo publicitario. Baudelaire denunciaba el universo de la
publicidad diciendo: «Eso no es más que sentimentalismo, estética, y el arte tiene
que diferenciarse radicalmente e ir por el contrario hacia un absolutismo de la
mercancía». Pero el arte se ha convertido en general en una especie de prótesis
publicitaria, diría yo, y la cultura en una especie de prótesis generalizada.
Baudelaire quería llevar la simulación hasta su extremo; dice: «Estamos en la
modernidad. Aceptemos el juego de la modernidad. Hay que llegar hasta una
simulación triunfante». Nosotros en cambio estamos más bien en una simulación
vergonzante, repetitiva, depresiva. El arte es un simulacro (de todas maneras
"La simulación en el arte"-por Jean Baudrillard.-Página 3 de 17
hay una línea directa que, en mi opinión, enlaza a Baudelaire con Warhol bajo el
signo de la mercancía absoluta (regresaré a este punto porque me parece muy
importante). En la gran oposición entre el concepto de obra de arte y la sociedad
moderna industrial, en el siglo XIX, Baudelaire inventa la solución radical; en efecto,
siempre ocurre así, las soluciones más radicales se inventan justo al comienzo de
una gran contradicción. A la amenaza que la sociedad mercantil, vulgar, capitalista y
publicitaria esgrime contra el arte, a esa objetivización nueva del mundo en términos
de valor mercantil, Baudelaire opone, no la defensa de un estatus tradicional, de un
valor estético tradicional, sino una objetivización absoluta. Ya que el valor estético
corre el peligro de que la mercancía lo aliene, no hay que defenderse de la alienación
sino más bien adentrarse más en la alienación y combatirla con sus propias armas.
Hay que seguir las vías inexorables ‘de la indiferencia y la equivalencia absolutas’,
mercantiles, y hacer de la obra de arte una mercancía absoluta.
El arte, enfrentado al reto moderno de la mercancía, no debe buscar su salvación en
una negación crítica, ni en el rescate de sus propios valores, lo cual daría como
resultado el arte por el arte, que ya conocemos, es decir, una especie de espejo
invertido de la condición capitalista. Por el contrario, el arte debe abundar en el
sentido de la abstracción formal y fetichizada de la mercancía, de una suerte de
valor de cambio feérico, y volverse más mercancía que la mercancía ir pues más
lejos aún en lo que respecta al valor de cambio y así escapar de él radicadizándolo.
Este es el principio de toda estrategia. Se trata entonces de una ofensiva, no de una
estrategia defensiva de la modernidad, nostálgica, melancólica, que sueña con el
estatus del arte clásico, sino, por el contrario, de una estrategia para acelerar el
movimiento, precipitarlo yo lo llamaría una estrategia fatal del valor estético.
El objeto absoluto pues la obra de arte se convierte en una especie de objeto
absoluto, en tanto las mercancías son objetos relativos es, en este caso, aquel cuyo
valor es nulo (ya no hay valor) y cuya cualidad es indiferente, pero que escapa de la
alienación objetiva al hacerse más objeto que el objeto. Tiene que ser más objeto
que el objeto, no hay que aspirar a no ser ya objeto, no hay que querer ser puro
sujeto y rechazar la alienación. Por el contrario, hay que ir más lejos en lo que
respecta a la objetivización. Esto es lo que da una cualidad fatal.
Esta superación del valor de cambio, esa destrucción de la mercancía por su valor
mismo, se hace visible por cierto en la exacerbación del mercado de la pintura. Se
puede lamentar la especulación mercantil con la pintura, pero se podría aceptarla
como una especie de destino irónico del arte, pues al hacerlo el valor estético, la
especulación insensata con la obra de arte se vuelve de cierto modo una parodia del
mercado. Además, en cierta medida, fue con el mercado del arte que se inauguró, se
experimentó primero la especulación sin límites que vemos hoy operar en los juegos
de la bolsa, en las plazas financieras; y esta especulación está hoy en todas partes,
en lo político, en lo económico, etcétera. Pero se dio primero en el mercado del arte;
en este sentido el arte fue premonitorio, pues en él operó antes eso que en
apariencia es el contrario absoluto del arte, a saber, la especulación mercantil. Y
paradójicamente, en el arte justamente se realizó esa especie de proliferación del
valor que de hecho es como una negación irónica del arte.
El hecho de que haya un mercado del arte puede estudiarse o deplorarse, pero nadie
puede hacer nada al respecto. Sin embargo, son los excesos de ese mercado lo que
resulta insensato y enteramente desproporcionado respecto a un verdadero valor
estético. No hay proporción alguna entre la especulación mercantil y el valor
estético, y esta especie de distorsión, de contradicción absoluta es de cierta manera
irónica. Ello pone de relieve el hecho de que también el valor estético está atrapado
realmente en la misma especulación que el valor mercantil del arte. Yo diría que
constituye una prueba de su verdad. Habría que reconsiderar el mercado del arte
conforme a los términos de un análisis semejante, un análisis irónico. Se podría
hacer lo mismo, por cierto, con la especulación económica porque de algún modo, tal
como se evidenció en los recientes crashes de la especulación financiera, es algo que
proviene de la economía política, pero que la rebasa por su exageración misma, y
"La simulación en el arte"-por Jean Baudrillard.-Página 5 de 17
que virtualmente pone fin a la economía política; es bien sabido que la especulación
financiera pone en jaque, destruye, toda coherencia, toda racionalidad económica, y
esto constituye un acontecimiento interesante, un fenómeno extremo. A su manera
también el mercado del arte es un fenómeno extremo que delata por ese carácter
extremo, por su radicalidad, la profunda contradicción estética que encierra el arte.
Entonces la ley de la equivalencia queda rota y uno va a parar a un dominio que ya
no es para nada el del valor sino el del fantasma del valor absoluto, una especie de
éxtasis del valor. Esto vale no sólo para el plano de lo económico sino también para
el plano de lo estético. En lo que se refiere a la estética, en mi opinión, se está en
esa especie de éxtasis del valor, y en la situación extática se está literalmente «fuera
de sí», fuera de la posibilidad del juicio. Es una situación donde ya no es posible el
juicio estético en términos de lo bello y lo feo; es simplemente el éxtasis del arte ya
se está más allá de las finalidades del arte, de la finalidad estética, en un punto
extraordinario donde todos los valores estéticos (sea lo neo, lo retro, todos los
estilos) están maximalizados simultáneamente. Todos los estilos pueden volverse,
de un solo golpe, efectos especiales y valer en el mercado del arte, figurar en el hit
parade del arte, y ya es realmente imposible compararlos, emitir un juicio más o
menos temperado al respecto, un verdadero juicio de valor. En fin (y esta es mi
impresión personal), se está en el mundo del arte como en una especie de jungla,
una jungla de objetos-fetiche o más o menos fetichizados, y como se sabe ese
objeto fetiche no tiene valor o tiene tanto valor que ya no se puede intercambiar. Por
consiguiente, el arte no es ya lugar del intercambio simbólico, es el lugar del
intercambio imposible: todo está allí, pero no hay intercambio y cada cual hace lo
que tiene que hacer. Hay comunicación, pero no intercambio.
En el arte actual hemos llegado a ese punto, y a esa ironía superior apuntaba
Baudelaire para la obra de arte: una mercancía superiormente irónica, porque ya no
significa nada, más arbitraria aún que una mercancía normal, vulgar, que circula aún
más rápido, especulativa una mercancía semejante cobra todavía más valor por
perder su sentido y su referencia. En última instancia, Baudelaire, según la lógica
propia de la modernidad, termina por decir que «el arte es la moda». La moda es el
signo triunfante de la modernidad, la moda como supermercancía, como asunción
sublime de la mercancía, como parodia radical de la mercancía y como su negación.
En este sentido se podría decir en efecto que de alguna manera también el arte está
sometido ya a una lógica de la moda, o sea, del reciclaje de todas las formas, pero
ritualizadas de algún modo, fetichizadas y también enteramente efímeras, una
circulación o una comunicación velocísima, pero en la que el valor no tiene tiempo
para existir, de cobrar forma porque todo anda demasiado rápido.
Entonces si la forma mercancía rompe la idealidad del objeto (su belleza, su
autenticidad y hasta su funcionalidad) no hay que intentar la resurrección de la obra
de arte sino, por el contrario, llevar hasta el límite esta ruptura, porque la síntesis es
siempre una solución, la dialéctica entre las cosas es siempre una solución
nostálgica. La única solución radical, moderna (de nuevo según Baudelaire):
potencializar lo que haya de nuevo, de inesperado, de genial, en la mercancía. Esto
resulta un punto de vista interesante: en vez de decir, «la mercancía es vulgar,
ordinaria», etcétera, decir «la mercancía, si se lleva su lógica al extremo, es genial».
Hay que ir hasta el límite, es decir, potencializar la indiferencia de la mercancía, la
indiferencia del valor, potencializar la circulación sin reserva de las cosas. La obra de
arte debe adquirir un carácter extraño, Un carácter de choque, de sorpresa,
inquietante, y al mismo tiempo un carácter de liquidez, de circulación, e igualmente,
como la mercancía, una especie de valor instantáneo y autodestructivo.
En esta lógica entonces, a la vez feérica e irónica de Baudelaire, la obra de arte
coincide totalmente con la moda, la publicidad, con eso que llamo lo «feérico del
código». La obra de arte se vuelve resplandeciente de venalidad, de efectos
especiales, de movilidad, etcétera; adquiere la forma aleatoria, la forma vertiginosa,
se convierte en objeto puro de una maravillosa conmutabilidad, pues, al haber
desaparecido las cosas, todos los efectos son posibles y virtualmente equivalentes.
"La simulación en el arte"-por Jean Baudrillard.-Página 6 de 17
En realidad hace falta (sé que esto es difícil de aceptar para los artistas) extraer de
algún modo de la nulidad un efecto extraordinario, es decir, extraer un efecto
especial de la banalidad. En fin, hay que transfigurar el sin sentido (que cada cual
tomará como quiera) y ello, de cierto modo, es una nueva forma de seducción. Ya no
se trata del dominio del orden estético, como en el arte tradicional, sino más bien
del vértigo de la obscenidad. La mercancía ordinaria, esa con que tratamos todos los
días, es el universo de la producción (y, por supuesto, ese universo es melancólico –
indiferente pero melancólico–), pero elevada a la potencia de mercancía absoluta
genera entonces efectos de seducción.
El objeto de arte sería entonces así un nuevo fetiche triunfante, abocado a
desconstruir su propia aura (de la que habla Benjamin), su propio poder de ilusión,
para resplandecer en la obscenidad pura de la mercancía. Tiene que aniquilarse
como objeto familiar y hacerse monstruosamente extraño. Sin embargo, esta
extrañeza no es ya la del objeto alienado. No se trata de un objeto alienado, ni de
un objeto reprimido, ni de un objeto perdido; no brilla por la pérdida o la
desposesión, brilla por una verdadera seducción venida de otra parte, brilla por
haber excedido su propia forma para llegar a ser objeto puro, acontecimiento puro.
Baudelaire saca este análisis del espectáculo de la Exposición Universal de 1855. En
mi opinión es un tanto superior, más radical, que el análisis de Walter Benjamin. En
La obra de arte en la era de su reproducción técnica, éste da cuenta de la pérdida
del aura: la obra de arte ha perdido su aura de objeto sagrado, ha perdido su
autenticidad y ya no tiene determinación política (es políticamente desesperada).
Esto es abrirse a una modernidad muy melancólica, muy nostálgica, desde luego, en
tanto la postura de Baudelaire es más moderna. (Quizá en el fondo, el momento
más alto de la modernidad fue en el siglo XIX, no en el siglo XX, pues fue el
momento en que se inventaron todas las hipótesis sobre la modernidad.) Baudelaire
explora todas las formas nuevas de seducción ligadas a esos acontecimientos puros,
a esos objetos puros.
Vuelvo sobre Andy Warhol. Éste sostiene la exigencia radical de volverse una
máquina absoluta, más máquina que la máquina (aquí hallamos la estrategia fatal de
potencializar algo, no una regresión, sino querer ser más máquina que la máquina),
ya que Warhol apunta a la reproducción automática, maquinal, de objetos ya
mecánicos, ya fabricados, así sea una lata de sopa o el rostro de una star (el de
Marilyn Monroe, por ejemplo). Por tanto está situado en la misma línea, va en la
misma dirección de la mercancía absoluta de Baudelaire, justamente ejecuta a la
perfección la visión de Baudelaire, que a la vez es el destino del arte moderno:
realizar hasta el extremo, es decir hasta la negación de sí mismo, el éxtasis negativo
del valor, que también es el éxtasis negativo de la representación. Y cuando
Baudelaire dice que la vocación del artista moderno es dar a la mercancía un estatus
heroico, mientras que la burguesía sólo logra darle con la publicidad una expresión
sentimental (con lo cual indica que el heroísmo no consiste en absoluto en volver a
sacralizar el arte y el valor opuestos a la mercancía cosa que en efecto resulta
sentimental y alimenta aún hoy por todas partes nuestra creación artística sino en
sacralizar la mercancía como tal), convierte a Warhol en el héroe o el antihéroe de
arte moderno, Y ello en la medida en que Warhol se adentra más que nadie en la Vía
Ritual de la desaparición del arte, de toda sentimentalidad del arte, y lleva lo más
lejos posible el ritual de la transparencia negativa del arte y de la indiferencia del
arte ante su propia autenticidad. De cierto modo se sigue haciendo hoy; la
reapropiación, la simulación, etcétera, son un poco eso.
Existe en verdad una especie de no creencia radical pues ya el arte no cree en su
propia autenticidad. Sin embargo, este hecho no es necesariamente despreciativo,
no tiene una cualidad negativa. Se dice que el arte se ha vuelto iconoclasta, pero se
ha vuelto también agnóstico porque ya no cree en su propia sacralidad, en su propia
finalidad. No obstante, la posición agnóstica, la posición iconoclasta constituyen una
situación muy poderosa: se puede hacer cosas aún mejor cuando no se cree en lo
que se hace que cuando se cree.
"La simulación en el arte"-por Jean Baudrillard.-Página 7 de 17
PREGUNTAS
P: Ayer dijo que el objeto se había convertido en el protagonista, y que éste no sólo
estaba sobre el sujeto, sino que inclusive lo llegaba, digámoslo así, a manipular. Mi
pregunta es: ¿acaso todo esto no se dice desde un sujeto y se está reafirmando que
el sujeto sigue siendo el protagonista? Es decir, si no hubiese un sujeto que dijera
todo esto acerca del objeto, ¿no dejaría de tener todo sentido y por lo tanto, sin
sujeto, el objeto desaparecería, y viceversa?
JB: Es una pregunta que se adentra en el terreno metafísico, y yo preferiría
quedarme en la patafísica. Me parece un artificio dialéctico decir que a fuerza de
hablar del objeto se termina por hablar de él como de un nuevo sujeto, y que en el
fondo ese objeto no es más que un avatar, una especie de peripecia o una
metamorfosis, del sujeto de siempre tal como lo hemos conocido. No lo creo. No
digo que haya que pasarse del lado del objeto, porque eso es imposible: el asunto
no es ese. Estamos situados forzosamente, por nuestro propio discurso, en posición
de sujeto, pero ya no estamos, según creo, en la posición clásica, tradicional, del
sujeto alienado. Y no hay sujeto sin alienación; un sujeto es algo dividido, que tiene
un deseo, una voluntad, una trascendencia. La diferencia entre el sujeto y el objeto,
en este caso, es que al fin y al cabo el objeto no tiene una trascendencia, carece de
deseo. Por supuesto, si se habla de una pasión del objeto, de una revancha del
objeto o de una estrategia del objeto, resulta un tanto paradójico, es metafórico,
pero quiere decir que es el sujeto el que queda desposeído en todo caso de su propio
deseo y que está condenado de cierta forma, ya no a desear, sino a ser seducido o
no por el objeto. El objeto es seductor porque carece de deseo. El deseo está del
lado del sujeto y la seducción del lado del objeto. El objeto puro, esa mercancía
absoluta de la que hablábamos, ejerce una fascinación a la cual el sujeto no opone
ya su propia división, su propia alienación. No estamos ya en la alienación, cosa
difícil de aceptar, porque la alienación era, podría decirse, la edad de oro: había lo
otro, y mientras había lo otro había esperanza.
El problema es que estamos en un mundo en el que ya no hay sujetos, sólo seres
individuados, pero no subjetivados, no divididos, completamente idénticos a sí
mismos, dotados de todo tipo de poderes (a través de la informática), pero que ya
no tienen otro porque la alteridad ha desaparecido, y si desaparece la alteridad,
desaparece también la subjetividad. Esto quiere decir que ya no estamos en un
mundo de la alienación en el que hay el sujeto y el otro, en el que hay una dialéctica
entre los dos así como había en el universo tradicional una dialéctica del sujeto y el
objeto que constituye el saber, el conocimiento. Hoy día ya no se trata de alienación,
pues una total ruptura nos sitúa en un mundo de la identificación en el que cada cual
se vuelve idéntico a sí mismo y ello hasta genéticamente, a la postre, con el clon.
Hoy, para la organización del sistema ya no se necesitan sujetos; lo que se requiere
es una especie de mónadas, unas mónadas autogerenciadas, autonormadas,
autocontroladas, o sea, seres que ya no son más que él mismo, idénticos a sí
mismos, pero ya sin otro. Entonces, en este caso, el sujeto pierde justamente su
división: ya no está dividido, ya no está alienado. Por el contrario, está en un mundo
mucho más duro y es mucho peor que la alienación porque de cierta manera es la
exterminación, la desposesión total: es como una desestructuración del sujeto.
Entonces, de hecho, este sujeto no se pasa a ninguna parte, no pasa al objeto en
ninguna medida. No puede siquiera jugar ya a su propia desaparición. Ello ocurre en
el arte y también en el caso de la filosofía del sujeto. Este sujeto ya no puede jugar
a su propia muerte porque de antemano está exterminado, es decir, literalmente
privado de su propia muerte.
No sé cómo explicar esto, pues es un ejercicio un tanto filosófico; digamos que la
alienación es el volverse el sujeto otro, y ello es positivo, es la historia filosófica del
sujeto. Estamos en un estado en el que ya no se trata de volverse otro, sino de estar
privado de toda alteridad. Esto resulta mucho más grave que volverse otro, es no
tener otro. En Marx, y en la tradición marxista, hay dos términos alemanes para la
"La simulación en el arte"-por Jean Baudrillard.-Página 9 de 17
P: Me resulta un poco irritante lo que usted acaba de decir. Nos sitúa en una especie
de impasse al decir que todos, de cierto modo, nos hemos convertido en objetos: ya
no hay alteridad, ya no hay relación con el otro, ya no hay espejo, ya no hay escena.
Antes, entonces, se podía luchar (en el sentido de Baudelaire) contra la cosa con la
cosa misma, contra la mercancía mediante la objetivación absoluta de la propia
mercancía. Pero ¿qué hacer ahora? ¿Estamos en un mundo fantasmático? No lo sé.
Me gusta mucho su visión del mundo, pero a la vez hallo que lleva a un callejón sin
salida. Usted dice que antes había una especie de modalidad fatal de la desaparición
y que ahora estamos en una fase fractal de dispersión ¿Quiere decir que estamos
todos, en cierta medida, como en una órbita perpetua? Quiero volver a plantear el
problema de las salidas. Sé que a usted no le gusta. Usted dijo antes que la teoría,
en cierta forma, ha de ser también una teoría extrema, frente a problemas
extremos. Usted ha escrito que la teoría debe ser una especie de crimen perfecto, y
antes dijo que un crimen perfecto no deja huellas. Me parece que su pensamiento
deja muchas huellas...
JB: ¿Sí? Bueno, sí, no es perfecta.
la ausencia del sujeto. Entonces hay que saber jugar con cosas como esa
desaparición, pero no me toca a mí hacerlo.
No busco escurrir el bulto, decir que no tengo nada que ver con mi propia teoría,
porque al fin y al cabo soy responsable de ella, en cierto modo. Pero en cierta
medida también es verdad que no soy el sujeto de mi propia teoría, no estoy aquí
para defenderla ni para preservarla de las contradicciones (y, por supuesto, está
llena de ellas y tiene muchas que usted no ha dicho y que yo podría decirle, pero no
lo haré). Sé muy bien que tengo muchas contradicciones y que todo esto es
paradójico, pero es ese el trabajo que hay que hacer: hay que llegar a otra cosa,
evitar el trabajo del duelo, sobre todo no lamentar el objeto perdido (más vale ser
uno mismo objeto que lamentar el objeto perdido) y hay que ir más allá del trabajo
de lo negativo que es el del pensamiento crítico. Eso se ha hecho durante mucho
tiempo y yo mismo lo he practicado también: es el trabajo de un sujeto, de un
sujeto histórico, de un sujeto del saber. Pienso en efecto que para este sujeto hoy en
día no hay esperanza por la razón que usted menciona: estamos en lo fractal. Pero
yo no soy un defensor de lo fractal, de la dispersión fractal de las cosas. Ocurre que
allí estamos y no soy el primero en decirlo. Siempre he opuesto, en cierta medida, lo
fatal a lo fractal. La fractalización vendría a ser en efecto la objetivación vulgar,
quiero decir la diseminación en la que, en efecto, ya no hay sujeto, pero tampoco
hay otra cosa. Lo fatal, por otra parte, es la desaparición del sujeto en un universo
de objetos puros, de signos puros. Al fin y al cabo, lo fatal está allí donde la
operación del signo es radical, donde el signo opera por su propia fuerza de ilusión,
donde el fin se une al comienzo y donde se pasa más allá de la voluntad de la
representación y del sujeto, Es una especie de eficacia inmanente, silenciosa, del
signo aunque no se trata del signo de la representación o de la semiología, ni del
signo del discurso.
Entonces, hay el universo del sujeto, si se quiere, y hay el universo de lo fractal, que
está más allá del sujeto. De todas maneras, el sujeto está perdido o en vías de
desaparecer; el asunto está en saber si se pierde por defecto o por exceso. Por
cierto, lo fatal, en mi opinión, es la desaparición por exceso, y lo fractal lo hiperreal,
lo virtual también es la desposesión por defecto.
Si se retorna a Nietzsche (Más allá del bien y del mal), se nota que es cierto que ya
no estamos en un juicio moral, ético, del bien y del mal; ya no se puede detectar, ya
no hay criterios para distinguir estas cosas. Pero no hemos pasado más allá del bien
y del mal, como pretende Nietzsche; más bien nos hemos quedado más acá del bien
y del mal, en la confusión de los valores, allí donde ya no se puede oponer
verdaderamente el bien y el mal. Estamos en una fase depresiva de esta
desaparición del valor: hemos perdido el valor, pero lo hemos perdido por defecto, y
creo (y en esto soy radicalmente optimista) que hay, no una superación, sino una
transgresión por exceso de esta oposición de los valores.
Me parece que hay la posibilidad o de quedarse más acá de la oposición
sujeto/objeto, caer en un mundo indeterminado, aleatorio en el que ya no hay ni
sujeto ni objeto, o de pasar más allá de esta oposición. Y en este último caso el
discurso ofrece resistencia porque no hay manera de decirlo, porque no tenemos ni
la experiencia ni el discurso para decirlo. Sólo tenemos los términos «sujeto» Y
«objeto».
Hay que pasar de la filosofía del sujeto a la estrategia del objeto. Pero esto quiere
decir simplemente que hemos cambiado de universo, no que la salvación está en el
objeto, por supuesto. No hay redención por el objeto.
pulsión contra esa cultura, que forzosamente es una cultura noble, aun una cultura
artificial (en el buen sentido del término), y se la destruye, se acaba con ella. El
combate que se lleva a cabo en Beaubourg y en todos sus edificios no es en absoluto
cultural, progresista, humanista, ni hay allí una pedagogía cultural. Ni siquiera se
puede decir que no haya tenido éxito porque nunca comenzó en verdad. Todo ese
ciclo cultural, que tiene tantos recursos, se queda, a la postre en la misma operación
cultural burguesa, pequeñoburguesa. En esto Bordieu tiene toda la razón: hay una
discriminación, una lógica de la distinción, que excluye tanto a las masas hoy como
antes, pero hoy hay algo más, ya que en efecto ahora se les da los medios de
destruir esa cultura del consumo mismo. De nuevo aquí las masas en verdad
resuelven de cierto modo su alienación al arrollar la cultura y los objetos culturales
con su presencia; una presencia enteramente caníbal que no es en absoluto una
presencia estética. Hallo esto fantástico, pues allí hay verdaderamente algo en
juego, un drama, una dramaturgia, la de la revancha del objeto, la revancha del
objeto masa. Porque ocurre que las masas no sólo están alienadas sino que además
son un objeto, pero tienen un poder extraordinario.
Yo anuncié el «desmoronamiento de Beaubourg: hay demasiada gente y aquello iba
a terminar por desmoronarse por el propio peso de la masa humana que venía a
consumir todo aquello. Desde luego es una profecía apocalíptica, pero ese
apocalipsis ocurre: hay una lucha, un desafío y no se debe creer que la gente acude
allí tranquilamente. Aunque uno tenga la impresión, si acude también, de formar
parte de una especie de masa amorfa, pasiva, las cosas no suceden así. Allí sucede
otra cosa: la negación violenta de la cultura, pese a las apariencias, por los que
nunca tuvieron derecho a ella.
Por un lado, nosotros hacemos el análisis de la cultura, decimos que ya no se sabe
muy bien dónde está el valor cultural en toda esta historia, pero, por otro, quizá la
masa, inconscientemente, sepa muy bien, mejor que nosotros, que en toda esa
historia ya no hay ningún valor cultural auténtico y que no hay ninguna razón de
dejarse fascinar gratuitamente, de caer en la trampa. Las masas no caen en la
trampa, que tiene un doble sentido, una doble entrada.
Cuando uno describe la cultura como lo he hecho hoy, se afirma que es un proceso
de neutralización del valor estético, de proliferación, de multiplicación, de
universalización de los valores estéticos que hace que ya no haya valor. Pero
justamente en ese momento tenemos enfrente a la masa, que es también una
especie de objeto neutro, indiferente, pero que tiene un gran poder de anulación, de
neutralización respecto a todo lo que se haga para sacarla de allí, para controlarla,
para ponerla a circular. Porque lo que se quiere simplemente es poner a circular a la
masa; como el dinero, debe circular. La cultura está hecha para poner a circular a la
masa, pero no es nada seguro que ésta no tenga un poder de resistencia eficaz ante
este tipo de cosas.
P: Quisiera hacerle dos preguntas. La primera tiene que ver con ese «devenir de la
nada»; o sea, si se pierde el objeto de estudio, que es el otro, como dijo
anteriormente, ¿no cree que representa una ruptura epistemológica en el
conocimiento antropológico? La antropología como ciencia luchó para establecer su
objeto de estudio, su método. Ahora, en este posmodernismo, ¿qué va a ser de ella?
¿Asistimos a su muerte?
Segunda pregunta: ¿No cree usted que el posmodernismo no es más que un
ilusionismo que justificaría a un Hermano Mayor, a una década de 1984?
JB: Respondo la pregunta sobre la antropología. La del posmodernismo la dejó de
lado.
Sí, para la antropología se plantea un gran problema. Es sabido que desde hace
tiempo la antropología se ha convertido en una disciplina relativamente de
laboratorio, que el «otro», el primitivo, el salvaje, ya no lo es y, además, nadie va a
verlo. Hoy se hace antropología en el laboratorio, se hace antropología estructural y
muy pronto se hará en realidad virtual y ya no se necesitará al salvaje pues se le
tendrá dentro del casco. La antropología entonces, como muchas otras cosas, está
"La simulación en el arte"-por Jean Baudrillard.-Página 16 de 17
P: ¿Es cierto que estuvo paseando por los barrios de Caracas? ¿Cuál fue su
impresión?
JB: Quiero decirles algo: prefiero las zonas marginales de Caracas a sus zonas
artísticas. Y me pasa lo mismo en Nueva York: durante años visité esa ciudad y
nunca entré en un museo porque lo que me interesa es la ciudad, Nueva York, y no
lo que pueda haber allí de vestigios estéticos, sagrados, encerrados en un museo.
Esto no quiere decir que carezcan de valor, pero si se me pregunta por mi
preferencia silvestre debo decir que prefiero lo marginal, lo silvestre, antes que lo
"La simulación en el arte"-por Jean Baudrillard.-Página 17 de 17