T1 - Literatura y Pensamiento

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 12

TEMA 1

LITERATURA Y PENSAMIENTO

1. Contexto sociohistórico: España y Europa


1.1. Introducción
Entre 1898-1936 ocurren las dos guerras más importantes de la España
contemporánea: la crisis del 98 y la Guerra Civil. Se produce un intento acelerado
de modernización del país, iniciado a fines del s. XIX con la aparición de una
creciente burguesía y de un pensamiento liberal y reformista, al que contribuyeron
las innovaciones culturales y pedagógicas de institucionistas, regeneracionistas y
escritores del 98. De ahí que Juan Marichal denominara a esta etapa «Edad de Oro
Liberal» de la cultura española.
La neutralidad de España durante la I Guerra Mundial supuso un importante
enriquecimiento cultural y económico, debido a los regímenes políticos más
permisivos y aperturistas: la regencia de María Cristina (1885-1902), el reinado de
Alfonso III (1902-1931), la dictadura de Primo de Rivera (1923-1931) y la Segunda
República. Ello propició el auge de la literatura, las artes, la ciencia y el
pensamiento.
Según Marichal, esta Edad de Oro se iniciaría a partir de 1868 –fecha de la
revolución liberal «La Gloriosa»–. Estas innovaciones se intensificarán en el s. XX y
contribuirán a acrecentar la importancia de la burguesía, que derivará en una
sociedad de masas de la que hablaría Ortega y Gasset en su conocida obra La
rebelión de las masas (1930).
En el pensamiento, también en el s. XIX había aparecido otro de los
condicionantes fundamentales de la mentalidad contemporánea: El origen de las
especies (1859) de Darwin. Más tarde, Sigmund Freud (1856-1939) contribuirá
también a generar la sensación de preocupación psicológica en el individuo, con su
obra La interpretación de los sueños (1905), de enorme repercusión en las teorías
que André Bretón formuló en el Manifiesto Surrealista (1924). Las teorías de Freud
reforzaban el clima de irracionalismo vigente. Todos ellos rechazaban el
racionalismo como método de análisis de la realidad y se mostraban pesimistas
ante la propia existencia, una vez desterrada la idea de trascendencia humana.
Este irracionalismo desembocará en el primer tercio del s. XX en las teorías
vitalistas de Henri Bergson (1859-1941), de gran influencia en Antonio Machado, y
en el existencialismo de Martin Heidegger, continuado por Paul Sartre. De estas
corrientes participarán Unamuno y Ortega y Gasset, cuyas respectivas obras La
agonía del cristianismo (1924) y La rebelión de las masas se convirtieron en éxitos
internacionales. Las manifestaciones artísticas estuvieron respaldadas por un
pensamiento autóctono implicado en las reformas ideológicas y culturales que
pretendían llevar a cabo los liberales españoles de la época.
El arte y la literatura también mostraron una nueva forma de ver el mundo: a
partir de 1870, el impresionismo había empezado a desfigurar los límites de la
figura humana, que los vanguardismos terminarían de modificar. A este proceso se
refiere Ortega y Gasset en La deshumanización del arte (1925), donde aboga por un
«arte nuevo» alejado del sentimentalismo y trascendencia del romanticismo, así
como de la representación fiel de la realidad del realismo y naturalismo del s. XIX.
En España, el final del s. XIX está marcado por el asentamiento de un
pensamiento liberal, preocupado por la realidad española. La sangría económica e
ideológica que supusieron los últimos años de la Guerra de Cuba (1895-1898)
también contribuyó a esta situación. Sin embargo, a pesar de este convulso fin de
siglo, España no quedó totalmente al margen del desarrollo industrial internacional,
lo que permitió la aparición de una alta clase burguesa y de determinadas elites
intelectuales y artísticas.
La preocupación por la realidad española se agudizó tras la derrota del 98,
dando lugar a una línea de pensamiento pesimista de gran impacto en la España
contemporánea, paralela a la política oficial del gobierno, y que se manifestó en
creaciones como Hacia otra España (1899) de Maeztu y en varias obras de
Unamuno y Machado, quienes ya hablarán abiertamente de «las dos Españas».
Esta preocupación determinó también la aparición, en el último tercio del s.
XIX, del krausismo, emparentado con el erasmismo del XVI y con la Ilustración del
XVIII. Fue introducido en España por Julián Sanz del Río y Fernando de Castro, rector
de la Universidad Central de Madrid durante el periodo liberal posterior a «La
Gloriosa». Ambos fueron maestros de Francisco Giner de los Ríos, fundamental
propagador del krausismo en España y creador de la Institución Libre de Enseñanza
(1876).
En literatura, en este primer tercio de siglo, encontramos tres corrientes
importantes, cuyas manifestaciones se superponen continuamente: el Modernismo
y la Generación del 98, el Novecentismo o Generación del 14 y el Grupo del 27.
Estas etapas corresponden a tres periodos diferentes: el final de la guerra de Cuba
(1898), el inicio de la I Guerra Mundial (1914) y el comienzo de la Guerra Civil
(1936).
Los grandes pensadores y teóricos fueron Unamuno en el primer periodo
(1898-1914), y Ortega y Gasset en el segundo (1914-1936); ambos aportaron sus
ideas para enfrentarse al problema de España, lo que les valió el exilio, al no ser
siempre estas coincidentes con las del poder político. Para Ortega, el comienzo de
los nuevos tiempos se sitúa en 1914, con el Novecentismo y los cambios ideológicos
y culturales que este supuso. La nueva actitud impregnará el Grupo del 27,
heredero directo del movimiento anterior, que hace suyos los nuevos aires políticos
y culturales al tiempo que se identifica con la actitud institucionista y filológica de
volver a la literatura clásica y tradicional española.
En cuanto a la Generación del 98, en las primeras décadas del s. XX asistimos
al momento de plenitud de la influencia de Rubén Darío y a la aparición de obras
destacadas de Unamuno, Azorín, Baroja y Antonio Machado, así como a las etapas
iniciales de Valle-Inclán y Juan Ramón Jiménez.
En 1914 resulta evidente la llegada de nuevas ideas y tendencias literarias: el
ensayista Eugenio d’Ors las bautiza con el término Novecentismo, cuya llegada
percibieron Azorín y el mismo Ortega. En 1915 aparece la revista España y se crea
en Madrid la tertulia del café Pombo, al mismo tiempo que surgen nuevos escritores
como Gabriel Miró o Pérez de Ayala y aparece la poesía pura de Juan Ramón
Jiménez.
De la mano de Ramón Gómez de la Serna entran en España los vanguardismos
que bullían en Europa. Este tipo de literatura alcanza su máxima expresión a
mediados de la década de 1920. Imbuido de este espíritu, Ortega funda la Revista
de Occidente (1923); cuatro años más tarde aparece La Gaceta Literaria. El Grupo
del 27 integrará esa poesía de vanguardia con otras formas puras, clásicas o
populares. La década de 1930 marcará un cambio de rumbo: la literatura adquirirá
un mayor calado político y social, dando entrada a una literatura comprometida.
1.2. Antecedentes
La preocupación por los problemas españoles arranca de muy atrás, aunque
son los ilustrados los primeros en tratarlos sistemáticamente. Los Borbones traen
con la nueva dinastía una voluntad reformista y de organización de todo lo que
atañe a la cultura. Carlos III lleva a cabo reformas que obedecen a las peticiones de
españoles progresistas y que fomentan una preocupación por los problemas,
apuntando por varios sitios soluciones avanzadas.
Menéndez Pelayo se dio cuenta de que fueron los españoles del s. XVIII los
precursores del cambio, aunque no de manera uniforme, pues la mayor parte de la
población seguía residiendo en zonas rurales o conservaban la ideología del Antiguo
Régimen. Lo significativo es el interés por la Historia y el sentido que esta adquiere
en el conjunto del saber que cultivan los hombres de la Ilustración (Historia de la
lengua castellana, Mayans; Historia del Teatro, Moratín; etc.). Los ilustrados se
apoyan en los periódicos para propagar su afán de reformas. Los pensadores de
este siglo identifican cultura e historia, en cuanto la primera significa el estado de
desarrollo intelectual, político, económico de un pueblo, y la segunda el proceso a lo
largo del cual ese estado se alcanza en su singular condición. En este sentido, se
analiza el presente y el pasado de España en su condición de nación atrasada
respecto a países vecinos.
Los enemigos de la Ilustración pretenden acabar a principios del s. XIX con sus
ideales. La guerra de la Independencia (1808-1814) y el reinado de Fernando VII
hacen que el movimiento reformista quede neutralizado. En el s. XIX, M. J. de Larra
es uno de los escritores al que los problemas españoles preocupan de forma
obsesiva: en sus artículos expone el tema con más precisión y ahínco; Larra creía
en la “regeneración de España” y confiaba en las políticas liberales. Aunque Larra
tiene puntos de contacto con los ilustrados, las diferencias son notables: no escribe
largos tratados sobre los problemas, sino artículos de temática muy variada (los
parques, el baile, la vivienda, la educación, etc.).
1.3. El regeneracionismo
Joaquín Costa (1846-1911) es la figura clave del regeneracionismo; nació en
una familia humilde y religiosa del Alto Aragón, donde se conservaban algunas
formas antiguas de cultivo colectivo y restos de democracia rural, circunstancias
que habrían de pesar en su futura actividad intelectual. Contempla el desarrollo
europeo en la Exposición Universal de París de 1867 y lo compara con el atraso
español. La crisis económica de 1890 hace que se preocupe por los problemas
sociales, lo que lo lleva a organizar la “Cámara Agrícola del Alto Aragón”, que
desembocaría en la “Unión Nacional”, cuyos grupos constituyeron la base social del
Regeneracionismo.
Ideológicamente, Costa arranca del krausismo, corriente que anteponía la
sociedad al Estado. Sus estudios de tradiciones no tenían afán erudito sino que los
realizaba para conocer el espíritu popular, base del sistema político. Para Costa, la
reforma agraria era indispensable: combate la propiedad agraria sin límites y
reclama infraestructuras. Su regionalismo no es obstáculo para que defienda la
europeización. Todos estos elementos debían ser la base de la regeneración en
España. Finalmente Costa se repliega en sus aspiraciones. Ahora pide lo
indispensable: escuela y despensa. Al final de su vida estaba desalentado, no sabía
cómo encontrar soluciones y añora un cirujano de hierro que arregle los problemas
españoles.
1.4. El krausismo y la Institución Libre de Enseñanza
En Alemania, Julián Sanz del Río (1814-1869) se empapó de la filosofía de
Krause, de tendencia idealista. El krausismo adquirió una gran relevancia en
Hispanoamérica y en España, en el periodo en que se intentan una serie de
reformas en la educación, y termina impregnando casi todas las actividades
culturales del periodo. Relacionado a esto está la crisis religiosa que aflige a un
grupo de intelectuales que median entre la Revolución de Julio (1854) y la
Restauración borbónica. La cuestión adquiere mayor relevancia con el Discurso
acerca de los caracteres históricos de la Iglesia española, leído por Fernando de
Castro ante la Real Academia de la Historia en 1866: se oponía a la facción
neocatólica, que hace del catolicismo un programa político contra el liberalismo.
El destronamiento de Isabel II y la revolución septembrina (1868) hizo posible
que los krausistas colaboraran con el nuevo gobierno en cuestiones de educación,
especialmente la universitaria, donde se instauró la libertad de cátedra. Los
principios krausistas empezaron a llevarse a la práctica a través de la educación. Su
progresismo se basaba en la educación y en el convencimiento de que todos los
hombres son iguales. Aquella experiencia duró poco y la Restauración borbónica
trajo consigo que ciertos intelectuales fueran separados de sus cátedras por
negarse a ajustar sus enseñanzas a los dogmas oficiales. Fuera de la universidad,
crean una empresa privada, de carácter laico, que separa por fin Iglesia y Estado, y
que revoluciona la pedagogía con una gran dosis humanística: la Institución Libre
de Enseñanza (Madrid, 1876), que nace al amparo de varios profesores cuya alma
es Francisco Giner de los Ríos.
Los fundamentos krausistas vertebran la obra de Giner: la defensa de la
relación entre las distintas esferas de lo humano, como la ciencia y las
humanidades; la propuesta de la igualdad entre los derechos del hombre y de la
mujer, la formulación de los derechos de los niños y la participación del hombre en
la naturaleza. Convierten en símbolos determinados lugares (Guadarrama como un
viejo amigo, según Antonio Machado). La armonía del mundo es otro elemento
clave.
Una vez consolidada, la ILE amplía sus actividades: sale de su estricta actividad
universitaria y se fomenta la ampliación de estudios no solo a investigadores, sino a
profesores con obra reconocida; también dio lugar al intercambio de estudiantes
con otros países. Su gran obra se levanta en 1910: la Residencia de Estudiantes; la
cual iría creciendo en los años siguientes. En ella comienzan los cursos para
extranjeros, organizados por Menéndez Pidal y Américo Castro, lo que sería el
germen de la potencia del español en el mundo y la manera de difundirlo. Para
llevar a la práctica el postulado de la igualdad entre el hombre y la mujer, se funda
la Residencia de Señoritas (1915), dirigida por María de Maeztu. La educación de los
niños era otro objetivo krausista, por lo que en 1914 se creó en la residencia un
grupo escolar para ellos, germen del futuro Instituto Escuela. La Residencia quiso
atender también la labor editorial, en la que fueron publicadas obras de Ortega y
Gasset o Antonio Machado. La llegada de la Segunda República consolidó todas las
instituciones y creó otras nuevas. En 1932 se pergeña la Universidad de Verano de
Santander, por donde pasaron Ortega, Unamuno, Gerardo Diego, Jorge Guillén, etc.
Todo se vino abajo en 1936. Las instituciones disueltas, sus edificios
incautados, los institucionalistas en el exilio o perseguidos. Restablecida la
democracia en España, la Residencia cobró nueva vida: es un lugar abierto a las
nuevas tendencias en ciencias y artes y al diálogo entre generaciones.
1.5. El intento de Ortega de modernizar España. La difusión cultural
José Ortega y Gasset (1883-1955) es una de las figuras más célebres y
discutidas del pensamiento español. Parte de su éxito se debe a su objetivo, que no
era otro que conseguir una colaboración ideológica sobre los temas nacionales.
Ortega da nueva categoría al ensayo español partiendo de una serie de
recursos como la ampliación del vocabulario por medio de la composición y
derivación de palabras, la incorporación de términos extranjeros con forma castiza,
la revitalización del valor originario de palabras y expresiones desgastadas o la
introducción de abundantes tecnicismos. Construye así sus ensayos: plantea el
tema desde el principio. Pondera sus dificultades y esboza sus múltiples
connotaciones posibles. Incide en consideraciones sobre aspectos parciales. El
ensayo va adquiriendo una estructura ramificada. Muestra tres facetas:
antidogmatismo, afán pedagógico, espíritu incitador.
La producción de Ortega es muy voluminosa. Sus escritos referentes a España
son innumerables. En 1914 publica Meditaciones del Quijote, donde expone varios
de sus pensamientos más conocidos («Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo
a ella no me salvo yo» o «Los árboles no nos dejan ver el bosque»). En Historia
como sistema expone su pensamiento sobre la vida humana.
A raíz del pensamiento de estas obras comprendemos por qué Ortega se
interesó tanto por España desde una doble perspectiva: la histórica y la actual.
España invertebrada (1921) y La rebelión de las masas (1930) constituyen dos
obras clave en el pensamiento orteguiano sobre la sociedad española y el mundo
occidental, respectivamente. Opina que la situación de invertebración española
obedece al feudalismo defectuoso. Uno de los capítulos de España invertebrada
está dedicado al separatismo, donde critica la centralismo castellano. A Ortega le
disgusta el pacifismo regeneracionista. Un pueblo, según Ortega, será pujante si
existen buenas relaciones entre la masa y la minoría directora. Ortega tiene claro
donde reside el mal español: «la ausencia de los “mejores”, o su escasez, actúa
sobre toda nuestra historia y ha impedido que seamos nunca una nación
suficientemente normal como lo han sido las demás nacidas de parejas
condiciones»; «si la raza o razas peninsulares hubiesen producido gran número de
personalidades eminentes, es posible que tal abundancia hubiera bastado a
contrapesar la indocilidad de las masas […] El odio a los mejores parece agotarse
como fuente maligna, y empieza a brotar un nuevo hontanar afectivo de amor a la
jerarquía, a las faenas constructoras y a los hombres egregios capaces de
dirigirlas».
1.6. Otros intentos de modernización. La visión de España entre los
extranjeros
Una de las intenciones de Manuel Azaña era la modernización de España en un
sentido occidental, pero el atraso económico, el caciquismo y la actuación de la
Iglesia hicieron que las reformas políticas y sociales no triunfasen. El cambio de una
sociedad eminentemente rural a y una de predominio urbano conlleva una
transformación notable que no se pudo realizar.
Numerosos ensayistas articularon el pensamiento que vertebraría a España en
estas circunstancias. La década de 1940 fue pobre en ensayos por la censura, el
exilio o la muerte de los intelectuales españoles. María Zambrano (1907-1991)
piensa que hay un sustrato más fundamental que el conjunto de creencias: la
esperanza; elabora Pensamiento y poesía en la vida española (1939) y España,
sueño y verdad (1965). Francisco Ayala (1906-2009) trata su preocupación por
España, el liberalismo o la función de la sociología en la sociedad; destacan sus
ensayos El problema del liberalismo (1941), Razón del mundo (1944) y la novela
Muertes de perro (1959). José Gaos (1900-1969) es autor de Sobre Ortega y Gasset,
y otros trabajos de historia de las ideas en España y la América española.
Desde hace siglos, temas españoles son fuente temática en la literatura
extranjera, pero es la Guerra Civil la que hace que muchos escritores vuelvan sus
ojos a España, produciendo una literatura análoga a la II Guerra Mundial. En julio de
1937 se celebra en Madrid y Valencia el II Congreso Internacional de Escritores,
convocado por la Alianza Internacional de Intelectuales Antifascistas. El congreso
tuvo la audacia de superar lo propagandístico y de plantear el problema de la
función del intelectual en la sociedad. Los asistentes coincidieron en una
apreciación desgraciadamente profética: la guerra española es mundial; en España
no hay dos bandos en lucha, sino dos ideologías.
Fueron muchos los poetas americanos que escribieron sobre la guerra de
España, pero quizá las obras más importantes fueron España en el corazón de Pablo
Neruda y España, aparte de mí este cáliz, un conjunto de quince poemas de César
Vallejo. El norteamericano John Dos Passos dedicó a España Rocinante vuelve al
camino (1922), donde resume impresiones de su viaje a España y se pone
claramente del lado de los oprimidos. Ernest Hemingway escribe Por quién doblan
las campanas, una de sus novelas más célebres sobre la guerra. Aunque su postura
era inequívocamente republicana, también critica los fallos que cometieron los
suyos: rencillas entre los partidos republicanos, convencimiento de la derrota,
cretinismo de muchos dirigentes, etc. Todo ello mezclado paradójicamente con una
retórica triunfalista.
Otra obra destacable es Los grandes cementerios bajo la luna (Francia, 1938)
del escritor católico y conservador Georges Bernanos, que fue testigo del inicio de
la guerra civil y de los actos de violencia llevados a cabo en Mallorca por los
sublevados bajo el amparo de la jerarquía eclesiástica. La obra ataca con virulencia
al general Franco, a la Iglesia española, a los fascismos italiano y alemán, a los
extremistas de derecha franceses, al comunismo y a la democracia liberal.
1.7. Transformación social de Europa entre 1870 y 1918
Hacia 1870 se puede establecer en Europa una referencia cronológica que se
convierte en hito de su propia historia: aplastamiento de la Comuna de París (1871),
fundación del II Reich alemán (1871), hundimiento de la I República Española
(1873), etc. La burguesía liberal pierde la oportunidad a favor de la plutocracia; sin
embargo, el régimen parlamentario domina en casi todos los países europeos. Por
su parte, los partidos políticos tradicionales observan el nacimiento de los partidos
obreros, como el PSOE (1879). Estos partidos consiguieron mejoras notables para la
sociedad en el periodo comprendido entre 1870 y 1914, a pesar del fortalecimiento
de los estados, y fueron especialmente activos en los que habían alcanzado un
elevado grado de industrialización. En este sentido, resulta extraño que sea en
Rusia donde triunfa una de las revoluciones más importantes y violentas, en un país
rezagado en su desarrollo, con atraso económico y bajo nivel de cultura. Es el
estallido de la I Guerra Mundial lo que precipitará los acontecimientos: en 1914,
algunos socialistas europeos lanzan la consigna de que el enemigo del proletariado
es la burguesía, la plutocracia. El descontento social posbélico no fue exclusivo de
países como Rusia o Alemania, pues en otros como Francia o Inglaterra ocurrieron
huelgas y protestas con las que se consiguieron notables mejoras.
1.8. Transformación ideológica de Europa entre 1900 y 1939
La transformación ideológica corre paralela a la social, aunque en ocasiones la
suele preceder. Una parte de los pensadores del s. XX tiene un precursor en
Nietzsche (1844-1900): establece categorías del superhombre, distingue entre la
moral de los señores y la moral de los esclavos y teoriza sobre el eterno retorno;
sus enemigos lo acusan de gran parte de los males del s. XX y sus amigos lo
elogian.
Hay una serie de puntos comunes entre Nietzsche y uno de los hombres que
más influirá en la ideología del XX: Freud. Ambos parten de la suposición de que la
vida manifiesta de la mente, es decir, lo que los hombres conocen y pretenden
conocer es solamente el disfraz y la deformación de los verdaderos motivos de sus
sentimientos y acciones.
Sin embargo, fue Marx el primero en señalar que los hombres, empujados por
sus intereses de clase, no solo cometen equivocaciones o falsificaciones, sino que
toda su ideología es equivocada y falsa, y que no pueden ver ni juzgar la realidad
más que de acuerdo con aquellas premisas contenidas en sus circunstancias
económicas y sociales. En una sociedad dividida en clases, es imposible el pensar
correcto.
Se entra en el s. XX con un convencimiento de que detrás de lo aparente está
lo subyacente, el subconsciente. Marx, Nietzsche y Freud intentaron
“desenmascarar” un proceso tan enrevesado. Hacía tiempo que la sociedad
occidental había perdido la fe en sí misma. La obra de Freud fue tan acogida porque
el espíritu europeo era consciente de una “ansiedad” que abarcaba a todos los
fenómenos culturales, políticos y sociales.

2. Contexto filosófico y cultural: España y Europa


2.1. Hacia una reformulación del modernismo en España: superación
de las generaciones
El primer tercio del s. XX fue llamado “edad de oro liberal” y “edad de plata de
la cultura”, aunque solo triunfó este segundo, porque existen diversos movimientos
que no se adscriben a esa ideología liberal. Tradicionalmente se ha considerado que
este periodo engloba en España las tres generaciones (98, 14 y 27), el modernismo,
las vanguardias (creacionismo y ultraísmo) y otros movimientos regionales, como el
Noucentisme catalán. Sin embargo, los conceptos de modernismo y de generación
deben replantearse.
En la historiografía española, modernismo tiene un sentido restringido (1880-
1910), equivalente a las estéticas de fin de siglo: Parnasianismo, Bohemia,
Decadentismo, etc.; y centrada solo en la poesía hecha a la manera de Rubén Darío
o Salvador Rueda, excluyendo todo el primer tercio del s. XX. Por lo tanto, esto se
enfrenta al 98, con una estética más austera, castiza y filosófica. Así se compara el
“modernismo a la manera de Rubén Darío”, como algo más superficial, con la del
98, más profunda e incluso considerada mejor tradicionalmente. No obstante, en
crítica literaria más reciente, no se acepta esta oposición e incluso se cataloga la
generación del 98 como una invención.
Para superar esta distinción problemática, hay que considerar que el
modernismo va más allá de la poesía dariana. Podemos considerar la historiografía
europea, en la que el modernismo abarca desde 1890 hasta la II Guerra Mundial,
como una estética que ensalza lo moderno, entendido esto como una reacción
contra lo anterior (el realismo/positivismo), y que se caracteriza por el
irracionalismo, el individualismo y la autonomía del arte. Además, no incluye solo la
poesía, sino que engloba todas las artes y todos los movimientos que responden a
estos aspectos comunes.
2.2. Literatura política y política literaria en España
2.2.1. Literatura política
En Europa, entre finales del s. XIX y la II Guerra Mundial, se desarrolla un tipo
de literatura que la crítica ha denominado Modernismo. Se trata de obras de signo
lírico, centradas en el individuo y preocupadas por los aspectos estéticos. Esta
literatura parecía desligarse completamente de cualquier manifestación política. No
obstante, en España, los escritores sintieron pulsiones políticas muy fuertes, algo
que se concretó más en los trabajos no estrictamente literarios, como los artículos
en prensa. Esta actividad fue muy abundante en torno a la Gran Guerra, que separó
a España entre aliadófilos (Unamuno, Valle-Inclán, Azorín) y germanófilos (Pío
Baroja, Benavente). Además, también hubo literatura explícitamente política, que
convivía con las vanguardias estrictamente estéticas, desde el lado de la izquierda.
Lo político de la literatura de ese período puede verse en algunos de los nombres
más marcados, como Lorca, Unamuno o Miró.
En cuanto a la extrema derecha, vinculada en España al franquismo, existen
crónicas profranquistas sobre la Guerra Civil. Pueden destacarse a Ernesto Giménez
Caballero, Ramiro Ledesma Ramos o José María Pemán, escritores prolíficos. De
manera parecida, Ramiro de Maeztu, procedente del 98, se convirtió en ideólogo del
franquismo por su Defensa de la Hispanidad (1938). Más adelante, los escritores
filofranquistas se apropiaron de la estética neorrealista, aun si la politización fue
menos explícita en sus obras, como en Una conciencia de alquiler (1952) de Pedro
de Lorenzo.
2.2.2. Política literaria
A lo largo del s. XIX se profesionaliza en España, como en Francia, la literatura,
consolidándose como un campo de poder. Son especialmente contundentes las
políticas literarias (internas y externas al campo de la literatura) que empiezan a
desarrollarse con la llegada del nuevo siglo. Tal vez la más destacada sea la
estrategia de autopromoción que se dieron los autores a sí mismos en forma de
generaciones antes de la Guerra Civil. El concepto mismo de generación es un fruto
de políticas literarias que distorsionan la realidad. Por ejemplo, la generación del 98
empezó a fraguarse en torno a 1910, gracias a referencias a una serie de escritores
de la misma edad ya consolidados, ligados con el desastre de las colonias.
Hubo mucho de política literaria en la generación del 98. La publicación del
“Manifiesto de los Tres” (Azorín, Pío Baroja y Ramiro de Maeztu) muestra ya una
voluntad clara de solo tres personas. Azorín se refería en principio a la generación
del 96, y solo retrospectivamente cambió a 98, lo que indica una intención de
afianzar, en torno a una fecha clave, lo que estaba consolidando como institución.
Así, el 98 es la primera gran campaña de política literaria para autopromoción de
una serie de autores Cuando se añaden más nombres a esos tres, lo que se hace es
confirmar el éxito de campaña de esa política literaria.
Lo mismo ocurre con la generación del 27, con un grado incluso mayor de
política literaria. Hay una nómina oficial: Jorge Guillén, Pedro Salinas, Rafael Alberti,
Federico García Lorca, Dámaso Alonso, etc. Para llegar a una lista tan precisa de
nombres, que excluye a otros (la “otra” generación del 27), hay que tener en
cuenta que se trató de la campaña de “Unos amigos”, según el título de un poema
de Guillén. La visita a Sevilla en honor a Góngora fue un planeado acto de
inauguración, asentando 1927 como fecha generacional, frene a otras posibles. Con
motivo también de Góngora, Gerardo Diego elaboró su Antología de la poesía
española, que incluía a los que serían miembros principales de la generación; esto
significa el uso de una política literaria interna. Además, este grupo trabajó hacia
fuera de la literatura, aprovechándose de las estructuras de poder de otros campos,
especialmente el Estado. La generación del 27 se benefició de las políticas estatales
para la promoción de la cultura; el Ministerio de Instrucción Pública era un
departamento creado para ello. De esa misma voluntad política surgió la Residencia
de Estudiantes.
La acción de política literaria de la generación del 14 fue menos marcada, pues
su nómina oficial está menos clara. Entre los literatos se tiende a incluir a Juan
Ramón Jiménez, Ramón Pérez de Ayala o a Miró; la lista es difusa. Entre las
actividades de política interna, Ortega hizo todo lo posible para aglutinar a estos
escritores en torno a publicaciones periódicas, como Revista de Occidente, que se
convirtieron en plataformas clave de promoción.

2.3. El cambio de signo en el pensamiento europeo a comienzos del


s. XX
2.3.1. Nuevas formas de pensar
El positivismo estaba basado no solo en la observación empírica, sino también
en la creencia en el determinismo de causa-efecto: todo lo que ocurría era efecto de
causes precedentes, y la cadena de causas y efectos obedecía a cierta leyes
inmutables. En la raíz del positivismo yacía la convicción de que el universo estaba
gobernado por leyes naturales que el hombre podía aspirar a comprender y así
llegar a la verdad de su mundo. Fue el colapso de esta convicción lo que condujo al
abandono de la ciencia positiva, sobre todo en las ciencias humanas, cuyo intento
de alcanzar el prestigio de las ciencias mecánicas acabó en fracaso. Entre los
nombres más notables que aplicaron la ciencia positiva destacan Darwin, Marx y
Comte.
Ya en el s. XX, Einstein demostraba que la física clásica de Newton no servía
para explicar el universo a gran escala. Además, el alemán Heisenberg formulaba
su Principio de Indeterminación, sobre la energía, con la que concluía que el
universo es impredecible. Al contrario que el positivismo, la nueva ciencia no solo
establece relaciones de causa-efecto: el mundo es explicable solo ten términos de
probabilidades y el conocimiento absoluto es inalcanzable e irrelevante.
No solo en la ciencia los conceptos tradicionales fueron desbancados. El
problema fundamental, de índole epistemológica, giraba en torno a lo que el ser
humano podía aspirar a conocer, a lo que podía considerarse verdad universal;
incluso la historiografía negó la posibilidad de alcanzar la objetividad en los relatos
históricos. En filosofía, Nietzsche había abogado por un hombre nuevo, liberado de
las trabas de una moral convencional, y había proclamado que el arte era más real
que la realidad en sí. En esta época, las teorías no explican la realidad sino que la
crean. Estas nuevas formas de pensar tienen un factor común: el descubrimiento de
que el mundo que observamos no es algo que nos es dado, sino que depende de
nuestra particular visión, es decir, de los supuestos que el hombre, como
observador, trae consigo. La realidad ya no se presentaba con atributos inmutables,
sino que adquiría su aspecto y significado en función de la mente observadora.
Nietzsche consideraba que el único planteamiento auténtico era vivir la vida
plenamente a través de la ‘voluntad de poder’ con los peligros que ello conllevaba.
Con la I Guerra Mundial, se vio que todas las ideas decimonónicas de progreso, de
un mundo ordenado científicamente, de una sociedad en evolución, habían
desembocado en una contienda sangrienta y absurda. Solamente el afán de poder
fue considerado un sentimiento natural y significativo. Esta actitud cobró forma
social en movimientos elitistas como el fascismo, el nazismo y el existencialismo.
2.3.2. La narrativa: del realismo al modernismo
Durante la segunda mitad del XIX, la moda de escritura que dominó fue el
realismo, compañero del positivismo científico, el cual ponía el énfasis en el
descubrimiento de datos fehacientes mediante la observación y la formulación de
leyes generales. En la narrativa, esto se observa claramente en la organización de
la trama novelesca según el principio de causalidad lineal. El realismo se basaba en
la verdad del mundo externo según lo observa la especie humana.
Según Schopenhauer, la convicción de que hay un mundo exterior solo existe
en la mente del hombre; no hay forma de probar que la realidad objetiva como tal
existe con independencia de la cognición humana. El reconocimiento de que la
mente humana nos condena a vivir en mundos subjetivos tiene un impacto
profundo en diversas áreas de la actividad intelectual y artística. La nueva literatura
que surge a raíz de la evolución del pensamiento que tiene lugar entre los s. XIX y
XX ha sido posteriormente llamada modernismo. Este modernismo europeo no es
equiparable al modernismo hispánico de Rubén Darío, más restringido; el
modernismo europeo es un fenómeno cultural en un sentido amplio. El término
modernista se aplica a esta literatura que cuestionaba, de forma radical, a la
literatura de la generación anterior, el realismo y el naturalismo. El modernismo
nace en los años 90 del s. XIX y se extiende hasta la II Guerra Mundial, llegando a
su apogeo en los experimentos poéticos, dramáticos y novelísticos de los años 20.
En la narrativa europea, los nombres más conocidos serían Joyce y Woolf en lengua
inglesa, Gide y Proust en francés, Kafka o Hesse en alemán, y Pirandello en lengua
italiana.
El modernismo se caracteriza por el énfasis en la dimensión individual, la
subjetividad de la experiencia y de los valores, las formas narrativas inestables y la
imposibilidad del conocimiento completo. Este cambio de rumbo, en relación con las
corrientes anteriores, no es solo estético sino que obedece también a un nuevo
concepto de la experiencia humana.
Como resultado de esta preocupación en la manera de percibir, la nueva
novela desarrolla un fuerte interés en estados mentales anormales. A menudo
aparecen personajes excéntricos, desequilibrados, pervertidos, neuróticos; incluso
los personajes que parecen normales son a veces vistos desde un punto de vista
patológico. La normalidad se torna tan inexplicable como la anormalidad.
Las dificultades epistemológicas que siguen al derrumbe del positivismo
también quedan reflejadas en la novela. Muchos novelistas evitan el descorrer el
velo de la verdad y optan por ofrecer versiones múltiples. No hay una sola verdad,
pues esta depende del ángulo de visión. Una novela puede incluso contener
diversos puntos de vista u ofrecer un punto de vista que no es necesariamente la
verdad. El lector debe crear su propia ‘verdad’. El papel del lector cobrará especial
importancia tanto en la praxis como en teoría novelística que surge paralelamente
con la nueva ficción.
Es corriente dividir el periodo modernista en dos fases: una que va desde los
años 90 del XIX hasta la I Guerra Mundial, caracterizada por reaccionar contra las
formas realistas anteriores, y otra, más radical, hasta el comienzo de la II Guerra
Mundial, aunque en España la quiebra final se produce antes debido a la Guerra
Civil.

También podría gustarte