Punto de Vista en Literatura
Punto de Vista en Literatura
Punto de Vista en Literatura
Janet Burroway
En primer lugar debemos desechar la acepción común de la frase “punto de vista” como
sinónimo de opinión, como cuando decimos por ejemplo “desde mi punto de vista debe haber
pena de muerte”. La visión del autor acerca de lo que es o debería ser el mundo se nos revelará
al final, según el uso que haga del punto de vista; y no al revés: identificar las creencias del
narrador no sirve para describir el punto de vista en el relato. En lugar de pensar que el punto de
vista consiste en la opinión o las creencias del autor, hay que tomarlo de un modo más literal,
como “el punto desde donde se mira mejor”.
O, mejor, como estamos hablando de lenguaje, las preguntas deben ser: ¿Quién habla, a quién,
cómo, a qué distancia de la acción, con qué limitaciones?: aspectos todos relacionados con la
elección del punto de vista. Dado que el autor quiere hacernos compartir su perspectiva, las
respuestas nos ayudarán a descubrir su opinión, sus juicios, su actitud o su mensaje.
¿QUIÉN HABLA?
La primera decisión que debe tomar un autor respeto al punto de vista tiene que ver con el
narrador. He aquí la clasificación más simple que se puede hacer acerca de quién habla: un
cuento puede ser narrado en tercera persona (Ella pasea bajo la luz de la luna), en segunda
persona (Paseas bajo la luz de la luna) o en primera persona (Paseo bajo la luz de la luna). Los
relatos en segunda y tercera persona los cuenta un narrador, los relatos en primera persona, un
personaje.
Tercera persona
La tercera persona, desde la cual el narrador cuenta el relato, se puede subdividir según el
grado de conocimiento u omnisciencia que asume el narrador. Advierta que, como estamos
hablando de grados, las subdivisiones son sólo aproximadas. Como autor está usted en
condiciones de decidir cuánto sabe. Puede conocer la verdad plena y eterna; puede saber qué
hay en la mente de uno de los personajes pero no qué piensa el otro; o puede saber únicamente
lo que se ve desde fuera. Usted decide. Al comienzo del cuento deberá indicar al lector qué
grado de omnisciencia ha elegido; una vez hecha esta señal, se abre un “contrato” entre el autor
y el lector, contrato delicado de romper. Si se ha limitado a la mente de James Lordly durante
cinco páginas mientras James mira lo que hacen la señora Grumms y sus gatos, rompe usted
la convención si se mete de pronto en la mente de la señora Grumms. Igualmente, nos
sentiríamos tratados mal y dispuestos a romper gustosos el contrato si nos da usted los
pensamientos de los gatos.
El narrador omnisciente -llamado a veces narrador editor omnisciente porque dice de frente lo
que se supone que debemos pensar- tiene un conocimiento total. Cuando es usted autor
omnisciente es un dios; puede:
3. Interpretar por los lectores la apariencia de los personajes, lo que dicen, sus actos o sus
ideas, aun si los propios personajes no pueden hacerlo.
Los lectores aceptarán que el narrador omnisciente hable así. Si el narrador nos dice que Ruth
es una mujer buena, que Jeremy no comprende sus verdaderas motivaciones, que la luna va a
estallar dentro de cuatro horas y con eso todo se pondrá mejor, le creemos. Aquí tenemos un
párrafo que muestra los cinco campos de conocimiento señalados:
(1) Juan le dio una feroz mirada al bebé que lloraba. (2) Asustado por el gesto el bebé tragó
saliva, y lloró más fuerte aun. Odio esto, pensó Juan; (3) pero lo que sentía no era odio. (4) Hace
solo dos años él había llorado de esa manera. (5) Los chicos no saben diferenciar entre el odio
y el miedo.
Este es un ejemplo burdo, pero el autor que domine su oficio puede pasar de un campo de
conocimiento a otro. En la primera escena de La guerra y la paz, Tolstoi describe a Anna
Scherer así:
Ser entusiasta se había vuelto su vocación social, y, a veces, aunque no sintiera entusiasmo se
entusiasmaba con el propósito de no desilusionar a quienes la conocían. La tenue sonrisa que,
aunque no le iba a sus suaves rasgos, llevaba siempre en los labios, expresaba, como en los
niños mimados, una continua consciencia de su meloso defecto, que ella ni deseaba ni podía ni
consideraba correcto corregir.
Aquí en dos oraciones Tolstoi nos dice lo que pasa por la mente de Anna y sus expectativas,
cómo se ve ella a sí misma, qué le conviene, qué puede y no puede hacer, y además ofrece un
comentario general sobre los niños mimados.
Pero también la novela utiliza frecuentemente este método, como en The Odd Woman, de Gail
Godwin:
Eran las diez de la noche del mismo día, y los residentes del condominio en la montaña iban
regresando a su rutina y su sobriedad. Jane, en cambio, sentada en la cocina con un vaso de
escocés sobre la mesa limpia ante ella, iba cayendo más y más en un sentimiento que sólo
identificaba como algo poco familiar. No podía describirlo: era a la vez temible y agradable. Era
como dejarse llevar y traer de algún lugar. Trató de recordar, ¿cuándo había comenzado
exactamente?
Se nota que aquí la autora ha limitado su omnisciencia. No nos dirá la verdad final sobre el alma
de Jane, ni definirá para nosotros ese sentimiento “poco familiar” que la propia mujer no puede
definir. El narrador tiene a su disposición los hechos y los pensamientos de Jane, pero eso es
todo.
Aunque parece restringida esta forma usual de omnisciencia limitada (información objetiva,
más una consciencia), dadas todas las posibilidades de la omnisciencia dispone no obstante de
una libertad que ningún ser humano posee. En la vida cotidiana uno tiene acceso total a una
sola mente, la propia, y al mismo tiempo uno es la única persona a la que no se puede observar
desde el exterior. Como escritor puede usted hacer lo que ningún ser humano puede: estar
simultáneamente dentro y fuera de un personaje determinado. A esto se refiere E.M. Forster en
Aspectos de la novela como “la diferencia fundamental entre la gente común y los personajes
de las novelas”:
En la vida diaria nunca nos comprendemos uno al otro, ni existe la clarividencia plena ni la
confesión total. Sabemos del otro por aproximación, por tanteos, por signos externos, y eso
basta para la vida social e incluso para la vida íntima. Pero la gente en las novelas puede ser
comprendida totalmente por el lector, si así lo desea el novelista; su intimidad puede ser
exhibida lo mismo que su vida interior. Y por esa razón a menudo nos parecen mejor definidos
que los personajes de la Historia, nos parecen incluso conocidos nuestros.
El narrador objetivo. A veces el novelista o el cuentista no desea mostrar más que los signos
externos. El narrador objetivo no es omnisciente sino impersonal. Cuando escribe como
narrador objetivo restringe usted su conocimiento a los hechos que cualquier persona puede
observar, a los sentidos de la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto. En el cuento “Colinas
como elefantes blancos” Ernest Hemingway nos informa lo que dice y hace una pareja que
disputa, sin revelar directamente sus pensamientos y, al mismo tiempo, sin hacer ningún
comentario:
-Bebamos cerveza.
-Sí, dobles.
La mujer desapareció con dos vasos de cerveza y dos redondeles de fieltro que colocó sobre la
mesa para poner encima los vasos llenos. Luego quedó mirando al hombre y a su compañera.
La muchacha no apartaba la vista de la línea de colinas. Brillaban blancas bajo el sol y el terreno
era oscuro y reseco.
En el transcurso de este cuento sabremos, íntegramente por deducción, que la chica está
encinta y que se siente coaccionada por el hombre para hacer un aborto. Ni la preñez ni el
aborto son mencionados en ningún momento. La narración se mantiene recortada, austera y
externa. ¿Qué gana Hemingway con su propósito de objetividad?
Guía al lector al descubrimiento de lo que realmente ha pasado. Los personajes evitan el tema,
buscan evasivas, disimulan, pero sus verdaderas intenciones y sus pensamientos son
traicionados pos sus gestos, sus reiteraciones y los deslices de su lenguaje. El lector, guiado
por el autor, saca sus conclusiones, como en la vida cotidiana; así es como tenemos la
satisfacción de conocer a los personajes incluso más de lo que ellos mismos se conocen.
El cuello de Leo era raspado por la tela áspera de su uniforme. Se concentró en los botones y
trató de no mirar a la cara al director de la banda, quien, sin embargo, estaba más divertido que
enojado.
Este es un torpe cambio de punto de vista, porque tras haber sentido el embarazo de Leo, de
pronto se nos pide saltar dentro de los sentimientos del director de la banda. Puede mejorar si
se pasa de la mente de Leo a su observación:
El cuello de Leo era raspado por la tela áspera de su uniforme. Se concentró en los botones y
trató de no mirar a la cara al director de la banda, el cual, sin embargo, sorprendentemente
estaba sonriendo.
La nueva versión es más fácil de aceptar porque nos mantiene dentro de la mente de Leo
mientras observa que el director de la banda no está enojado. De paso sirve al propósito de
sugerir que Leo fracasa en su intento de concentrarse en los botones, y así la confusión se
destaca.
Segunda persona
Primera y tercera persona son las más comunes en la narración; la segunda persona es
experimental e idiosincrásica. Pero mejor mencionarla, porque varios autores del siglo XX se
han interesado en sus posibilidades.
En Even Cowgirls get the Blues Tom Robbins muestra ambos usos de la segunda persona:
Si puede usted abrochar su reloj pulsera a un rayo de luz su reloj seguirá caminando, pero las
manecillas ya no se moverán.
Pero cuando el narrador se dirige al personaje central, Sissy Hankshaw, la narración está
básicamente en segunda persona:
Esta narración en segunda persona tiene un efecto extraño y original: el narrador observa a
Sissy, y las órdenes que le da aun así implican una relación íntima y afectiva, que nos hace más
fácil introducirnos en su mente.
Tu pulgar hace la diferencia con los demás seres humanos. Empieza a sentir la presencia
alrededor de tu dedo. Te sorprendería que no haya magia allí.
El autor atribuye al lector características y reacciones específicas; y así -presumiendo que uno
le sigue la corriente- lo va empujando más adentro y en mayor intimidad con el relato.
Es poco probable que la segunda persona se vuelva un modo mayor en la literatura, como la
primera y la tercera personas; pero precisamente por eso puede usted encontrarla interesante
para la experimentación. Es sorprendente y relativamente poco ensayada aun.
Primera persona
Un relato está en primera persona cuando el que habla es un personaje. El término narrador se
refiere a menudo al que narra el cuento, pero, hablando estrictamente, un cuento tiene narrador
sólo cuando es contado en primera persona por uno de los personajes. Puede ser el
protagonista, yo que cuento mi historia, en cuyo caso se trata de un personaje narrador central.
O puede ser alguien que cuenta la historia de otro, en cuyo caso es un narrador periférico.
En cualquier forma, es importante indicar desde el comienzo qué tipo de narrador usamos, de
manera que se sepa quién es el protagonista del relato. Como en el primer párrafo de La
soledad del corredor de fondo, de Allan Sillitoe:
Alta y melodiosa, la voz descendió hacia mí desde atrás y arriba -como parece que lo haría
siempre, según parece- indistinta, igual que campanadas de otro pueblo.
-Sí -dije sorprendido por el rostro que se asomaba sobre mi hombro, un rostro cuya belleza era
evidente, sin concesiones a lo convencional.