Depresion

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En el artículo “Los nuevos síntomas y los otros”, E.

Laurent se pregunta ¿Qué es lo


que cambia exactamente en nuestro contexto (el psicoanálisis) en la era del Otro que no
existe, en el mundo de la decadencia, del destronamiento del reino del padre y del Edipo, en
una época donde el ideal y los ideales ya no organizan el estilo de vida de los sujetos?
¿Cambian los pacientes, cambia la angustia, cambian los síntomas, o tal vez nos
encontramos con viejos síntomas (y con la vieja angustia) en nuevos contextos?

En una época donde cambian las coordenadas de goce, no todo cambia. Aparecen
nuevos significantes que parecen designar nuevos malestares, pero que sin embargo se
prestan a ser examinados, interpretados y dilucidados de acuerdo a la lógica analítica.

Hay uno en particular, que goza de muy buena prensa, que da cuenta –de acuerdo a
la interpretación que de su emergencia hace J-A Miller– de las consecuencias del impacto de
la época en la clínica. A la época de la decadencia del padre le corresponde un período de
“decadencia de la clínica”, de indiferenciación clínica. Y este significante nuevo parece
designar “un modo particular de vivir la pobreza del deseo”(1). Se trata del significante
depresión y de los sujetos que a su alrededor se agrupan, los deprimidos.

Lacan alude a la depresión en Psicoanálisis Radiofonía & Televisión en los siguientes


términos: “Se califica, por ejemplo, a la tristeza de depresión, cuando se le da el alma por
soporte, o la tensión psicológica del filósofo P.Janet. Pero no es un estado del alma, es
simplemente una falla moral, como expresaba Dante, incluso Spinoza: un pecado, lo que
quiere decir una cobardía moral, que no cae en última instancia más que del pensamiento, o
sea, del deber de bien decir o de reconocerse en el inconsciente, en la estructura.” (2)

El contexto de esta referencia: una pregunta sobre el lugar de la energía psíquica,


del afecto en el marco de la hipótesis del inconsciente estructurado como un lenguaje.
¿Cómo compatibiliza esta hipótesis con los afectos, las emociones, la energía, la pulsión,
etc.? Dicho de otro modo ¿Cómo se articulan significante y goce?

En “ A propósito de los afectos en la teoría analítica”, J-A Miller destaca que si Lacan
responde recurriendo a la ética y a la moral para dar cuenta del afecto es precisamente para
darle al afecto el estatuto de significado del sujeto, para llevarlo al plano de la relación del
sujeto con el significante (el afecto quiere decir que el sujeto está afectado en su relación al
Otro) (3), y fundamentalmente, el recurso a la ética para destacar en ese plano, la relación
del sujeto con el goce.

Apunta a barrer con cualquier resto de psicologismo, o incluso de psicofisiología que


pudiera reducir el afecto a una emoción, al resultado de la armonía o desarmonía con el
mundo, a una experiencia que impacta en el cuerpo pero desconectada del efecto del
significante.

Si pudiéramos resumir en Freud una teoría, una posición sobre los afectos, ésta nos
enseña que el afecto entendido como el factor cuantitativo, el goce, siempre se desplaza y su
representante representativo, el significante, es lo que se reprime. Este es uno de los
aspectos que Lacan destaca a propósito de la tristeza llamada depresión, que no se puede
desconocer su conexión con el plano del bien decir. Y ¿qué es el bien decir?, se pregunta
Miller. “No se trata del manejo del significante para el significante, sino precisamente del
acuerdo del significante y del goce, de su resonancia. La ética del bien decir consiste en
cercar, en encerrar, en el saber, lo que no puede decirse. Por eso de la tristeza Lacan hace
un asunto de saber. Cuando el saber es triste, es impotente para poner el significante en
resonancia con el goce, este goce permanece exterior”. (4)

Por esta razón el afecto que Lacan opone a la llamada depresión es el saber, el
entusiasmo, el saber alegre, que a diferencia de la tristeza como saber fallido, como
impotencia, toca lo real, lo imposible.

De un lado un pecado, una falla moral, un saber impotente; del otro una virtud, el
bien decir, un saber sobre lo imposible.

En el Seminario “El lugar y el lazo”, Miller retoma esta cuestión en esta misma
perspectiva, en tanto recuerda que cuando Lacan utiliza el término depresión calificándola de
cobardía moral, indica la renuncia del sujeto a encontrar los puntos de referencia del deseo
en lo simbólico, en la estructura significante. Y es a partir de esta referencia al
consentimiento o no del sujeto al bien decir que es posible articular la llamada depresión y la
angustia.

La angustia es el último modo radical en que el sujeto continúa sosteniendo, aún de


manera insostenible, su relación con el deseo. El único remedio contra la angustia es el
deseo, por cuanto el deseo introduce la dimensión de la falta y la angustia es precisamente
el signo, la señal que traduce subjetivamente cuando la falta falta. Por eso es el afecto por
excelencia, porque no engaña. Porque hay resonancia entre significante y goce. Y de allí que
desde la perspectiva de lo simbólico, la angustia es un afecto de lo imposible, un modo de
tocar lo real.

Cuando el sujeto renuncia a cernir, orientado por su inconsciente, algo sobre su


deseo, sobre la causa de su deseo, ya deja de estar angustiado, hay un paso atrás, entonces
se entristece, se “deprime”. La angustia que constituye la llave, la brújula de lo real deja su
paso a la tristeza, efecto sobre el sujeto del saber como impotencia. No hay depresión sin el
consentimiento del sujeto, un no consentimiento a lo real.

Entonces, “En un contexto social donde hay menos padres, la sociedad tiende a
transformarse en una sociedad de hermanos, de hermanos incrédulos. No creen en Dios, ya
no creen en el padre, ya no creen en la autoridad. Faltan los puntos de referencia al estar el
padre en retirada”. (5)

Este impacto sobre la creencia tiene efectos en el saber. Cuando el ideal no funciona
como medida de un querer o de un deber ser, queda firmemente cuestionado el fenómeno de
creencia en el síntoma, condición necesaria para demandar una significación supuesta a un
Otro. Es porque se cree que el síntoma, eso que no anda, que no funciona, “es capaz de
decir algo y que solo es preciso descifrarlo”(6) que alguien viene a demandar nuestra ayuda.

La contra cara de esta creencia siempre esconde el ideal, este creer está sostenido
por un ideal respecto del cual el sujeto queda más o menos representado, un ideal que dicta
cómo las cosas deberían marchar, cómo deberían funcionar. Y el psicoanálisis nos enseña
que el ideal y el padre van de la mano.

Por otra parte, para poder transformar una demanda de significación en una
demanda de saber es necesaria la creencia en el inconsciente.

Para Lacan, la hipótesis del inconsciente, del inconsciente como saber, se sostiene
en la suposición del Nombre del Padre. Por ésta razón, se puede prescindir de él a condición
de servirse de él.

Nuestra época pone en jaque la hipótesis del inconsciente, que es el fundamento


mismo del Psicoanálisis. Esta no-creencia se manifiesta también, con relación a lo real. En
tanto “hoy no hay confianza en lo real, la angustia no es en ningún caso índice de lo real”. (7)

Por un lado la no-creencia en el padre, por lo tanto en el inconsciente como saber;


por el otro, la no-creencia de lo real.

¿Cómo reinventar el psicoanálisis sin caer en la posición psicoterapéutica que


consistiría en hacer creer a alguien que cree en el padre? Probablemente, se trate más de
una cuestión de uso que de creencia. Cito a E. Laurent: “Podemos prescindir del padre... a
condición que encontremos algo que tenga el mismo uso, el de poder decir ¡no!.”(8)

Mónica Wons

[email protected]

Trabajo inédito presentado en las XIII Jornadas Anuales de la EOL “Nuevos


síntomas, nuevas angustias”, noviembre del 2004.

Referencias:

(1) Laurent, E.: “Los nuevos síntomas y los otros”, El Caldero 57,
noviembre-diciembre 1997, pág. 54.

(2) Lacan, J.: Psicoanálisis, Radiofonía & Televisión, Editorial Anagrama,


Barcelona, 1993, pág. 107.

(3) Miller, J – A.: “A propósito de los afectos en la experiencia analítica” en


Matemas II, Ediciones Manantial, Buenos Aires, 1991, pág. 160.

(4) Op.cit (3), pág. 162.

(5) Op.cit (1), pág. 52.

(6) Lacan, J.: Seminario 22 R.S.I., 1974-1975, clase del 21-01-1975, pág.
41.

(7) Miller, J –A.: Curso 2000-2001 El lugar y el lazo, clase del 29-11-2000 y
del 14-03-2001.

(8) Op.cit (1), pág. 56.

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