Ensayo - Ejemplo - Matar Un Ruiseñor
Ensayo - Ejemplo - Matar Un Ruiseñor
Ensayo - Ejemplo - Matar Un Ruiseñor
que le interesa a uno. Por tanto, no hablaré en esta ocasión sobre la amistad de Harper
Lee y Truman Capote. Tampoco sobre los linchamientos de afroamericanos que
motivaron la canción «Strange Fruit», de 1939, interpretada por Billie Holiday.
No profundizaré en las paradojas que son posibles de advertir en esta obra: Matar un
ruiseñor (1960), percibido como un texto contra el racismo.
Tampoco voy a hablar de la película de 1962 protagonizada por Gregory Peck, homónima
del libro que nos convoca, y que obtuvo nominaciones y premios; no hablaré del profeta
Isaías, ni de los centinelas y su vinculación con Harper Lee (1926 – 2016).
Algunos sostienen que hay una brújula interior en cada uno de nosotros. ¿Cómo es
posible advertir aquello? —afirman—, es que somos sensibles al desequilibrio. Quizás no
estemos tan conscientes de ello, pero nuestro cuerpo lo percibe e incluso lo podría
somatizar: la náusea, que a ratos se menciona en esta novela, lo gráfica.
En otras palabras, hay un sentido de justicia connatural a nuestro ser. Por eso somos tan
sensibles a detectar cuando somos víctimas de un agravio: aquello que comúnmente
denominamos injusticias, ya sea porque nos hemos sentido ofendidos o alguien se
aprovechó de nosotros o abusó derechamente del vínculo que teníamos.
De esta forma es posible detectar un elemento común a toda injusticia. ¿Cuál es?: no
respetar límites. Sabemos que hay límites naturales, como los ríos, los océanos, las
montañas; otros son autoimpuestos, límites convencionales u organizacionales,
sociales, culturales, límites tácitos o explícitos, límites legales.
En otras palabras, toda injusticia traspasa un límite. Aquí surgen varias preguntas: ¿cuál
es el límite?, ¿cómo saber si es un límite flexible o no?, y si lo es, ¿qué tan flexible? Un
antiguo proverbio hebreo llama a no traspasar el lindero antiguo. Aquí antiguo no es
sinónimo de conservador, y no es el antónimo de progresista.
¿Se han preguntado quién fija esos límites? Nuestro propio cuerpo humano tiene
limitaciones y esas limitaciones nos permiten mantenernos con vida.
Los límites se vinculan al orden inevitablemente y el orden se vincula con la armonía. Aquí
es necesaria una digresión. La armonía en términos musicales es una técnica, esto es
clave porque tiene que ver con una habilidad. Y las habilidades se desarrollan.
En la armonía se eligen y combinan dos o más notas musicales con el objetivo de crear
cierta sonoridad, preferentemente a base de acordes. Esto, a fin de producir progresiones
o secuencias armónicas que el compositor deliberadamente dispone de una forma u otra
para un fin: conmover o evocar una determinada emoción, por ejemplo, la tristeza.
Anatomía de la injusticia
Dicen que aplicar la ley es más fácil que administrar justicia. Algunos pretenden que los
jueces solo se limiten a aplicar la ley. Lo que se traduce en que se censure o
derechamente se condene cualquier opinión o argumento que escape a lo explícito de la
ley. Afuera queda cualquier atisbo de emocionalidad o de opinión personal.
Pero si entendemos administrar justicia como un arte, lo que implica aprender y conocer
cierta técnica y armonizar no tan solo los textos escritos, sino también principios
generales del derecho que imperan, inspiran y a ratos están contenidos en normas
legales, es posible ser algo más creativo, siempre respetando los límites de la ley: Atticus
lo sabía.
¿Estamos conscientes de que aplicar la ley es más fácil que administrar justicia? Esta
última requiere armonizar más elementos para una solución adecuada. Es un desafío.
Una justicia que respete la ley, el límite, pero que nos permita volar.
No se trata de torcer la ley. Se trata de desear ser justos en la resolución de una situación.
¿Queremos ser justos realmente? Y aquí cabe una interesante hipótesis: se puede aplicar
la ley sin desear ser justos. Es cosa de responsabilizar al legislador y aplicar sin asco una
norma.
Si quien interpreta una pieza con un instrumento musical lo hace con habilidad, siendo
muy bueno, incluso destacado, eso no implica que sepa o pueda armonizar
musicalmente una obra. Ser juez es conocer la ley, indudablemente, y muchos son
hábiles en aplicarla. He conocido jueces brillantes en este aspecto.
Ellos estaban conscientes de que ser juez es difícil y ser un buen juez es aún más difícil. Y
que aplicar la ley es muy distinto a saber armonizar algo y buscar la justicia. Tenemos que
estar conscientes nosotros también de esto, por nuestro propio bien, para evitar las
falsas expectativas: las propias y las ajenas.
Alguien podría preguntar: ¿es posible juzgar solo por las apariencias? Absolutamente. Es
algo que hay que evitar, el injusto juzga según las apariencias. El envoltorio, lo externo, lo
evidente. Siempre se juzga la personalidad de los demás, las primeras impresiones son
muy relevantes para ello.
Siempre buscamos puntos en común y diferencias con quienes nos rodean, en las
reuniones de apoderados, en el trabajo, en el colegio, donde sea. Se dice que buscamos
a nuestros iguales: esto es natural y habitual, pero el riesgo es ser sectario y de eso hay
que estar conscientes.
Y otra persona podría preguntar también: ¿cómo evitar juzgar según las apariencias?
Pues examinando y ponderando elementos de contexto, viendo más allá de lo evidente,
reflexionando, deteniéndonos en pensar y no dando lugar a la automatización. ¿Difícil? Lo
es, requiere esfuerzo, como todo aquello que nos importa realmente en la vida.
Siempre se habla de administrar justicia hacia otro, pero ¿somos justos con nosotros
mismos?, ¿respetamos nuestros propios límites? Tratarnos con cuidado a nosotros
mismos es lo básico, lo elemental: por ejemplo, cuidar este cuerpo con el cual
administramos justicia, cuidar adecuadamente de nuestra alimentación, de nuestra
calidad de sueño y de mantenernos en movimiento.
Pregunto: ¿somos justos con nuestros padres, con nuestros hijos, con quienes tenemos
vínculos íntimos o con nuestros vecinos: los Radley de nuestra vida, los Atticus, las
Calpurnia, las tías Alexandra y los Tom Robinson que podrían aparecer? ¿Les damos la
atención y el cuidado que requieren o necesitan? ¿Somos cuidadosos? ¿Qué tanto
vivimos para ellos?
No debemos enjuiciar sin conocer o sin tener todos los antecedentes. Esto se puede
vincular con los sesgos de confirmación y con las falacias argumentales. Pueden
coexistir tantos prejuicios como personas, aunque solo existe una clase de personas: los
seres humanos. No todos los prejuicios son malos o provocan un resultado dañino. Saulo
de Tarso dijo: «Examinar todo, y retener lo bueno».
Por otra parte, están los estereotipos. Esas generalizaciones acerca de un grupo o
colectivo de personas. Nos ayudan a comprender el mundo que nos rodea, pero lo
simplifican a tal punto que minimizan o ignoran aspectos o elementos que nos podrían
ayudar a dar un trato más adecuado a determinada situación.
No obstante, puedo agregar que el libro alude —en el capítulo 12, de la segunda parte— a
las disonancias del lenguaje, esas brechas que dificultan la comunicación. Es que
administrar justicia también implica hablar con claridad.
Por tanto, parece oportuno terminar vinculando esta actividad con el lenguaje claro como
principio rector. Para ello citaré un breve texto de un fallo dictado en el contexto de un
juicio por abuso sexual, que me pareció pertinente. Esto escribió un juez:
Por último —dijo este juez—, lo que pretende este fallo no es tan solo administrar justicia,
como solicitó el padre de la víctima ante estrados, sino desde esta posición resarcir en
algo la dignidad y honra de una adolescente, menor de edad a la fecha de los hechos, que
hoy es una mujer joven y que el tribunal espera que desarrolle su máximo potencial
posible en aras no tan solo de su bienestar, sino del de todos, ya que lo que haga o deje
de hacer con su vida siempre impactará a quienes le rodean, y como no es posible una
justicia distante cuando se emite un fallo, ya que el corazón de los jueces y juezas de este
país también late como el corazón de las víctimas o de los imputados, una justicia
restaurativa, con un lenguaje claro sobre el propósito de esta decisión, en algo puede
contribuir a la salud emocional de esta víctima sabiendo que un juez de la República la
escuchó, ponderó las versiones y valoró lo escuchado desde una perspectiva de género,
para finalmente creer en su relato.
Hoy ustedes son el jurado sobre esta exposición, tienen nombre y apellido, no son una
turba. A algunos los conozco, por eso les puedo decir: ¡ánimo!
No lo digo desde el optimismo ingenuo, sino desde los ejemplos que he visto y conocido,
ya que algunos en forma implícita me han enseñado que, aunque no es fácil, es posible
administrar justicia.
Y a quienes no conozco les puedo decir: pónganse en el lugar de los jueces durante un
minuto, con eso es suficiente, porque Matar a un ruiseñor sería un pecado, es decir, sería
errar en el blanco. Y si no me creen o hay algún escéptico entre nosotros, está en todo su
derecho, pero antes de juzgar, lean este libro, porque hace bien.
Y lo que hoy es un ejemplo, mañana podría ser una realidad que afrontar.