La Sachamama

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LA SACHAMAMA

La Sachamama, según cuentan los lugareños, es una deidad selvática


cuyo nombre se traduce como “Madre Tierra”.

Esta diosa es una gigantesca boa de tierra, que vive desde hace
siglos en las profundidades de la selva, casi siempre en letargo. Los
caucheros y mitayeros han tropezado muchas veces con ella, y
aquellos que no han sido devorados nos han dejado muchos relatos
sobre su existencia.

Cuenta la leyenda que la Sachamama posee un gran poder de


atracción que, juntamente con la capacidad de hipnotizar con sus
enormes ojos brillantes, hacen que cualquier criatura viva que pase en
frente de ella caiga en su encantamiento, y voluntariamente, ingrese a
la oscuridad de sus fauces que siempre están abiertas.

Es así que antiguamente en los pueblos de la selva, la caza fue una


actividad común en que hombres experimentados ingresaban a las
profundidades de ella en busca de presas, como venados, chanchos
salvajes, entre otros.

Un día, uno de estos cazadores se adentró en la selva en busca de


una buena caza, pero parecía que la suerte no estaba de su lado,
pues ya llevaba una semana y no había conseguido cazar
absolutamente nada.

Sin perder la fe, se adentró todavía más en la selva, cuando de


repente el caótico clima se descompuso y comenzó a llover.

Descontento por su suerte, se apuró en buscar un refugio entre los


árboles y en la oscuridad, hasta que encontró un viejo árbol caído de
gran tamaño, cubierto de musgo, que atravesaba de palmo a palmo su
ruta.

La experiencia del cazador le hizo saber que aquél era el lugar


perfecto para levantar un tambo o choza temporal, hecha de ramas y
hojas anchas, para protegerse de la precipitación, que ya era todo un
aguacero.

Para esto usó el lado del tronco como pared, y armó el resto del tambo
cuidando dejar suficiente espacio para su equipo y una fogata.

Cuando terminó de construir el lugar provisional, acomodó sus cosas y


clavó el machete en el árbol caído, pero entonces un inesperado
temblor remeció la selva, desarmando el tambo y haciendo que todo
se cayera al suelo.

El pobre cazador, se pasó toda la noche volviendo a construir el


refugio, hasta que en el amanecer el clima mejoró y le permitió
descansar.

Para esto prendió una fogata que le ayudaría a calentarse y preparar


sus raciones, que ya en ese momento le eran escasas.

La fogata ya había agarrado calor y se habían calentado las piedras y


el tronco que le rodeaban. Por un momento el cazador se encontraba
disfrutando de la calidez, cuando un nuevo temblor sacudió la selva
destruyendo lo poco que había levantado del tambo, y removiendo la
tierra hasta apagar el fuego.

El cazador estaba tan desconcertado por toda la mala suerte que le


estaba tocando en esa semana, que desistió levantar de nuevo el
refugio y sólo descansó esperando la mañana para proseguir su
actividad, consternado por el extraño movimiento telúrico nada común
en la selva.

Y es así que la curiosidad nacida de la vagancia, juntamente con la


espera, recayó sobre el árbol en el cual se recostaba.

Primero empezó mirando distraído los dos extremos del tronco que se
perdían en la espesura, pues quería saber que tan grande era el largo
del árbol, ya que su diámetro le parecía extremadamente grande.

Siguió observando hacia uno de los lados, entrando entre los


arbustos, y se dio cuenta que se dirigía hacia la que había sido la
parte superior del árbol, pues el diámetro iba disminuyendo haciendo
más delgado el tronco.

Al llegar al final, si hubieran visto la cara desencajada del cazador,


pensarían que su fin se hallaba cerca.

Y es que colinas de huesos se levantaban por doquier en un claro


gigante de la selva. Los huesos más recientes eran los que se
encontraban cerca al cazador, mientras que los más lejanos podrían
compararse a fósiles muy antiguos ennegrecidos por el tiempo.

El horror en el cazador iba en aumento al ordenar sus ideas, cuando


su atención se puso en el que hasta el momento era, a toda prueba,
un tronco viejo de árbol caído.

Con una mezcla de miedo, horror y letal curiosidad se dirigió hacia el


otro extremo, pasando por su refugio y volviendo a ingresar entre los
arbustos.

Sacando un cálculo aproximado, pensó que era un árbol de unos 60


metros de longitud, con un diámetro que se hacía cada vez más
grande conforme avanzaba.
De repente, al llegar casi al final del otro lado del árbol, una nueva
distracción ocupó su mente.

Era un venado que estaba en un claro, justo donde terminaba la base


del tronco.

Por un momento olvidó todo lo que había visto y su sabiduría de


cazador le avisó que si no aprovechaba ese momento no llevaría nada
a casa.

Sin embargo, algo lo desconcertó, pues sabía que a la distancia donde


él se encontraba y sin arbustos ocultándolo, ya había sido divisado por
el venado y, a pesar de esto, éste le miraba fijamente y no parecía
temerle.

Aun apuntándole con la escopeta, el desconcierto se hizo todavía


mayor cuando el venado se dirigió hacia él cambiando de dirección
unos pasos antes para ir directo a la base del árbol, hasta
desaparecer de la vista del cazador.

De pronto, una sombra de miedo creció dentro de él, haciéndose


cada segundo más grande conforme las ideas anteriores volvían a
ocupar su lugar, y también la letal curiosidad había vuelto.

En sólo un segundo supo que de cualquier lugar en el mundo estaba


en el peor, cuando reconoció una gigantesca cabeza de serpiente con
la mandíbula abierta, unos ojos que soltaban un brillo frío, unos
cuernos pequeños en su cabeza sobre los ojos, que según los
conocedores les crece a algunas serpientes cuando alcanzan la vejez,
haciendo que la vista se vuelva irreal y demoniaca.

Y es que cualquier animal u hombre que, por ignorancia o descuido


pasara por su delante, sería caso perdido, pues habría caído en el
campo imantado de la Sachamama, atraído por sus encantos hacia su
poderosa mandíbula, para luego ser triturado y tragado.

En este instante, el cazador se percató que unos pasos más lo


hubieran convertido en una pila de huesos al otro lado del lugar.

Es así como, lo más rápido que pudo, retrocedió y en estado de shock


se dirigió a su refugio, cogió sus cojas y caminando como un autómata
se dirigió camino a su pueblo.

Comprendió pues que la suerte sí estuvo de su lado 3 veces ese día.

La primero vez, cuando clavó el machete, la Sachamama se movió por


el dolor, ya que al parecer atravesó su gruesa piel, pero el cazador no
se fijó el aviso.

La segunda fue cuando el fuego molestó el costado de la serpiente, y


tampoco aquí se dio cuenta de este aviso.

El tercer y último aviso, fue con el venado que, justo por pura suerte,
estuvo presente antes que el cazador se dirigiera a la vista de la
Sachamama.

Él mismo, cuando se recuperó, relató la historia a los lugareños, el


cual se sumó a otros más que también habían tenido la suerte de vivir
para contarlo.

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