La Enfermedad Del Alma Rusa
La Enfermedad Del Alma Rusa
La Enfermedad Del Alma Rusa
Julio 2023
1
Agradezco a mi familia. A mi madre, a mi padre. A los que hicieron esto posible
sin saberlo. Y a Nicolás Lema por entregarme lo más importante: su tiempo y su
paciencia.
2
Índice
ACORDE ................................................................................................................................................ 5
EL ROSTRO........................................................................................................................................ 14
EL ELEGIDO ..................................................................................................................................... 20
ANEXO ................................................................................................................................................. 62
BIBLIOGRAFÍA................................................................................................................................. 63
3
Abreviaciones
Obras de Nietzsche:
GM La genealogía de la moral
Za Así habló Zaratustra
Obras de Kierkegaard:
OO O lo uno o lo otro
CI On the Concept of Irony with Continual Reference to Socrates
CU Concluding Unscientific Postscript
Obras de Lérmontov:
4
1
ACORDE
Introducción
Mikhail Y. Lérmontov
5
Un hombre que quiso ser Byron murió a los 26 años atravesado por una bala que fue su destino y su
petición. Un hombre que quiso seguir los pasos de Pushkin, murió igual que el gran poeta. Un hombre
que quiso ser como ambos, pero que terminó siendo él mismo, vive en la sombra de la grandeza de
los nombres rusos. Pero con la pequeña luz que tiene alumbra casi tan brillante como el resto. Mikhail
Yúrievich Lérmontov (1814-1841) vivió como el heredero, como la gran nueva luz de Rusia, pero por
tan corto tiempo que es poco conocido como tal.
En el siglo XIX Rusia parece tener un inevitable despertar: una pregunta y una búsqueda
aparece ante los cuerpos e invade los pensamientos: qué hacer con esta nueva nación, qué hacer con
nosotros, quiénes somos, qué queremos. Esto no fue algo espontáneo ni menor. Y fueron las preguntas
e inquietudes que sirvieron como motor de la literatura rusa en este siglo.
En este momento culminante, la época de oro de la literatura rusa surge y se fortalece para
intentar responder la pregunta por su destino y su identidad. Y también como necesaria denuncia hacia
su presente y su futuro. Rusia quería avanzar, olvidar su desventaja frente al mundo, alcanzar los
estándares. Pero a medida que descubría su propia historia y reflexionaba sobre su propio presente,
más luchas y barreras surgían.
En este momento de incertidumbre, algidez intelectual y primeriza búsqueda literaria, nace
Mikhail Lérmontov. Su papel en la consolidación y extensión de la literatura y las herramientas literarias
fue reconocido después de su muerte. Su obra, que se compone de más de 30 poemas narrativos, 600
poemas líricos, dos intentos no finalizados de prosa, 5 dramas y 1 novela (El héroe de nuestro tiempo1), ha
sido debatida durante los últimos dos siglos. Su importancia y su rol en la historia de la literatura ya ha
sido aceptado mayoritariamente (Bagby, 2002; Bykova, 2016; Heier, 1967). Pero su valor intrínseco (su
valor estético y filosófico2) aún sigue en debate. Un debate que empezó en el siglo XIX, continuó
durante el siglo XX y ha persistido hasta hoy. Sobre su valor estético hay quienes lo desprecian, como
el crítico Waliszewski (1910) y, notoriamente, Nabokov:
1
Hay que, como lo exige el estudio y la curiosidad, hacer una anotación sobre la traducción del título. Se seguirá utilizando la
traducción El héroe de nuestro tiempo por lo que representa: una caracterización del específico héroe de la época. Esto nos indica
preliminarmente esta conexión y especificidad que se quería mostrar en la obra. Pero esto puede no sea así: el título original en ruso
Герой нашего времени (Geroj našego vremeni). La palabra Герой (héroe), por la gramática del idioma, no tiene un artículo antes.
Por ello, en la mayoría de traducciones (más que todo las traducciones al inglés) se ha titulado la obra como Un héroe de nuestro
tiempo (A Hero of Our Time). Puede que, a partir de ello, nuevas interpretaciones puedan surgir, pero por el estudio preciso que se
va a hacer de Pechorin acá como el representante de los héroes de su tiempo, se creyó prudente seguir con esta traducción del título.
2
Es decir, sin entrar en discusiones que puedan complicar innecesariamente el estudio, se dice filosófico en términos generales: que
plantea preguntas y busca respuestas sobre temas generales como el ser, el mundo, la identidad, etc. Y que, por lo tanto, puede
aportar a una discusión que supera la obra. No significa que se busque un tratado totalmente sistematizado y coherente. Sino que
esta misma búsqueda por las preguntas y la clarificación, muchas veces misteriosa y contradictoria, es lo que llamamos filosófico.
6
What, then, makes the everlasting charm of this book? Why is it so interesting to read and reread?
Certainly not for its style (…). [T]he awkward and frequently commonplace style of Lermontov seems
delightfully chaste and simple. But genuine art is neither chaste nor simple (Nabokov, 1951, p. 15)3.
Y otros que, como Chéjov, ve en las obras de Lérmontov casi que la perfección: “I know of
no language better than that of Lermontov” (Chéjov, 1954, p. 541)4. Pero más allá del estilo y el valor
de este, hay algo que sigue en discusión y que, a comparación de sus estudios literarios (como la
conexión de la obra con Byron, con el romanticismo, el paso al realismo, la naturaleza de su estructura,
etc.), no ha sido estudiado con tanto volumen: su contenido y análisis filosófico. Y esto ha ocurrido,
incluso, hasta con su obra más madura y larga: su única novela, El héroe de nuestro tiempo. Por ello las
discusiones aún se encuentran enfrascadas en la biografía de Lérmontov o su influencia romántica, y
nada más allá de estos repetidos temas:
[W]hile nobody doubts Lermontov’s significance as a poet and writer and many rightly recognize
his great influence on later Russian literature, only a few acknowledge the deep philosophical
character of his works and the important philosophical ideas communicated through his poetry
and prose (Bykova, 2016, p. 95).
Hasta en su época se le reclamó por esta supuesta falta de fondo filosófico: “The entire novel
is an epigram composed of unceasing sophistries, and so it entirely lacks any trace of philosophy,
religiousness, or Russian national spirit” (Burachok, 1840, p. 163).
Por ello se quiere explorar el fondo filosófico olvidado y poco analizado. Particularmente, en
su novela El héroe de nuestro tiempo. Lo que se querrá mostrar es que en la novela hay un estudio crítico
de los movimientos intelectuales y sociales del momento. A saber, por su época, un estudio crítico de
la intelligentsia rusa que luego, en su extremo, se llegaría a convertir en lo que se conoció como nihilismo.
En pocas palabras, se quiere mostrar que en la novela se puede reconstruir una crítica profunda al
nihilismo.
Para estudiar los temas y el estudio filosófico de la novela, se reconstruirán algunas ideas
filosóficas de la época a partir de dos autores: Søren Kierkegaard (1813-1855) y Friedrich Nietzsche
(1844-1900). Específicamente, se estudiará el ideal ascético en Nietzsche (a partir del tercer tratado de La
genealogía de la moral), la idea del cuerpo y del mundo en la obra de Nietzsche (a partir, principalmente, de
3 Esta búsqueda y representación de Lérmontov como un nodo importante en la historia, pero despreciable como un autor con valor
estético, se repite a lo largo de la historia: “the contents are romantic to the extreme, i.e., fundamentally false; there is not the slightest
harmony between causes, means, events, consequences, and goals – in other words, the internal construction of the novel is not fit
whatsoever: the idea is false, and its execution is misdirected” (Burachok, 1840, p. 163). En el texto solo se incluye, para toques dramáticos
y de autoridad, a Nabokov.
4 O como D. S. Mirsky: “Lermontov’s prose is the best Russian prose ever written, if we judge by the standards of perfection and not
by those of wealth. It is transparent, for it is absolutely adequate to the content and neither overlaps it nor is overlapped by it.” (Mirsky,
1958, p. 163). U otros contemporáneos: S. P. Shevyrev: “Since the death of Pushkin, not one new name has, of course, shone as brightly
on our literary firmament as that of Mr. Lermontov. A decisive and multifaceted talent, he commands both poetry and prose almost
equally well” (Shevyrev, c. 1840, p. 158).
7
Así habló Zaratustra) y el concepto de ironía y las características del esteta en Kierkegaard. Con esto se
busca mostrar una cercanía al estudio expuesto por Lérmontov en la novela con las ideas de estos
pensadores. Y con ello demostrar que la exploración filosófica de Lérmontov no solo está presente en
su obra, sino que sus conclusiones y su viaje teórico se acercó y tiene una intensa afinidad con estas
ideas filosóficas (que surgieron y se presentaron después de la publicación de su novela). Y finalmente,
lograr, con esta comparación, demostrar que una lectura filosófica de la novela es sólida y coherente,
y, además, relevante al evidenciar la sintonía en la que estaba con otros autores que también observaron
la enfermedad de su tiempo y lucharon contra esta y el nihilismo que surgía y crecía en Europa y en
Rusia.
Para este análisis literario y estudio filosófico es importante establecer el contexto histórico,
biográfico y literario porque este nos ayuda a revelar elementos que se incluyen en la obra y en el
camino intelectual de Lérmontov. Su constante encuentro con la contradicción, las dualidades y las
luchas lo obligaron a reflexionar permanentemente sobre su posición. Y a partir de esa reflexión buscar
una superación constante (del romanticismo de Byron, por ejemplo, que intentó abandonar en sus
últimas obras, o de la poesía, o de las formas de escritura de la época). Su contexto exterior e interior
estuvo en constantes luchas, en constante movimiento. Y de este conflicto es de donde surge el fruto
de su obra. Por ello es importante estudiarlo y presentarlo: nos revela que Lérmontov estaba
profundamente atravesado por las ideas que expuso en la novela: que este estudio surgió por el mundo,
su cuerpo y su observación. Así, las primeras secciones están dedicadas, en este orden a presentar: el
contexto histórico; la biografía de Lérmontov; la historia de la literatura rusa; y un pequeño recuento
del surgimiento de la intelligentsia y el nihilismo en Rusia
La mejor manera de explorar la vista de Kierkegaard, de Nietzsche y de Lérmontov sobre el
nihilismo y el alma de su tiempo, es a través de todas las relaciones que una persona puede tener y
cómo estas se ven afectadas. A partir de ello podremos reconstruir la crítica al nihilismo y la intelligentsia
rusa que hace Lérmontov en la novela. En ET muchos temas son tratados, pero se buscó abarcar la
totalidad de estos temas a partir de todas las relaciones que tiene Pechorin. El estudio de la novela,
entonces, se hará a partir de tres ejes, que son los tres tipos de relación que se pueden presentar: la
relación con el yo –y el futuro–, la relación con el mundo –y el cuerpo– y la relación con el otro. Así
se reconstruirá la crítica del nihilismo que hace Lérmontov al analizar estas aristas de la vida del
protagonista, Grigori Pechorin.
El papel filosófico de Lérmontov ha sido ignorado y puede que su importancia haya sido mayor
de lo que se le ha dado crédito. Y, a través de la recuperación y el descubrimiento detallado de la
8
voluntad y el fruto espiritual y filosófico de la obra, se revelan preguntas sobre el ser, sobre el destino
(propio y del pueblo ruso), sobre la existencia y un nuevo e infinito cosmos que se ha olvidado en el
signo de las palabras.
9
2
LA ESPERANZA Y
DESILUCIÓN DEL
SIGLO
10
En Rusia el siglo XIX5 inició con el asesinato de Pablo I de Rusia (Zar desde 1796-1801). Alejandro I
(Zar de 1801 a 1825), su hijo, parece estar involucrado en la conspiración que concluyó en ella muerte
de su padre por asfixia. Este acontecimiento establece lo que Rusia habría de esperar en el nuevo siglo:
confusiones, traiciones, caminos nuevos y luchas constantes. El nuevo Zar llega al poder a los 24 años
de edad. Tiene expectativas de presentar reformas liberales y grandes ideas para reparar lo hecho por
su padre autocrático. Preocupado por el progreso de su imperio, prepara sus fuerzas para proyectar las
resoluciones y cambios necesarios. Esta preocupación social nace desde muy temprano en su vida.
Uno de sus primeros tutores, César Leharpe, impuesto por Catalina la grande, a pesar del reclamo de
Pablo, fue un radical suizo que enseñó a Alejandro la doctrina de los radicales franceses (Seton-Watson,
1967). Pero, unos años después se encontraría con una visión totalmente contraria: conoce al que sería
su segundo maestro, Arakacheyev, fiel creyente del poder de la autocracia y del zar (Seton-Watson,
1967). Más tarde en su vida, cuando es establecido como zar, Alejandro conformará un pequeño y no
oficial comité con cuatro de sus amigos cercanos: Adam Czartoryski, Paul Stroganov, Victor Kochubey
y Nicolás Novosiltsov. En este comité se discutían las reformas y el camino que se quería tomar para
mejorar el futuro de Rusia. Pero ocurrió la misma división que en sus años de formación con Laharpe
y Arakacheyev (Charques, 1957). Discutieron sobre las reformas, la posibilidad de una constitución, la
condición de los siervos6. Pero nunca lograron llegar a conclusiones prácticas y reales por la diferencia
entre las visiones del grupo, donde algunos creían en el camino liberal y otros en el autocrático.
La fuerza liberal de Alejandro I llegó hasta 1812, año del intento de invasión por parte de
Napoleón: “las llamas de Moscú, según sus propias palabras, habían iluminado su alma” (Charques,
1957, p. 155). Tiene una revelación y encuentra la respuesta: su propio camino y el camino de Rusia
está en el misticismo y la religión. Ve el destino de Rusia como una nación que ha de ser salvada y que
es salvadora de Europa: marcha hasta París con sus tropas em 1814 y establece la Santa Alianza en
1815. Su política interna gira drásticamente: toda idea liberal empieza a marchitarse en sus planes: la
educación se restringe a una educación ortodoxa, empeora el sistema de castigos y la carga de los
campesinos, y la censura se amplía (prohíbe en las facultades universitarias la enseñanza de historia y
filosofía y de “pensamientos peligrosos”). De esta manera, toda ilusión liberal que empezaba a surgir
5 En el anexo (página 62) se incluyó una línea del tiempo del siglo XIX dado que el espacio para incluir los detalles en el texto era muy
poco. Y visualmente se pueden ver los eventos de la historia de Rusia, de la literatura y de la filosofía conjuntamente para dar un sentido
de ubicación histórica mayor.
6 Estos siervos campesinos –mujik– eran aproximadamente el 80-85% de la población (Gorshkov, 2005). Vivían en una condición de
literal esclavitud, con ataduras legales (como propiedad) al terrateniente y su tierra. Por lo que una reforma que quisiera mejorar las
condiciones o liberar a los campesinos –como alcanzaron a discutir– era el cambio liberal más grande y, por lo tanto, más arriesgado que
podía ocurrir. Esta abolición de la servidumbre llegaría en 1861, con el zar Alejandro II.
11
en el imperio se desvanece. Y este sentimiento de traición e impotencia se convertiría en la inspiración
necesaria para que los Decembristas planearan su intento de revolución en 1825, meses después de la
muerte de Alejandro I.
Este año, 1825, llega Nicolás I, hermano de Alejandro, al poder. Menos de un mes después de
la muerte de Alejandro I, el 12 de diciembre, 3000 hombres (los Decembristas) se congregaron en la
Plaza del Senado para rechazar su lealtad a Nicolás I. Los Decembristas querían lograr un golpe de
estado que estableciera como zar a Constantino Pavlóvich Romanov (hijo de Pablo I también).
Después de horas sin enfrentamientos, Nicolás decidió reunir su artillería y atacar a los revolucionarios,
asesinando una gran parte de ellos. Este fue el primer gran acto de Nicolás I y sería una representación
de lo que serían los próximos 30 años. Su época en el poder estuvo caracterizada por la tiranía y la
“inauguración formal del estado policía en Rusia” (Charques, 1957, p. 165). Durante este periodo,
Lérmontov sería exiliado y encarcelado más de una vez. Al igual que Dostoievski, al cual Nicolás I
envió al exilio que cambiaría su vida.
Prácticamente todos los años de este siglo, Rusia estuvo involucrada en alguna guerra. La
Guerra Ruso-Turca (1806-1812), la Guerra Ruso-Persa (1804-1813), la Guerra del Cáucaso (1817-
1865), Guerra de Crimea (1853-1856), la conquista rusa de Asia Central (1839-1895), la guerra contra
Napoleón, entre otras, tuvieron consecuencias sobre la carga económica, la estabilidad de los jóvenes
soldados y la actitud general en Rusia.
Pero, irónicamente, este siglo también significó el establecimiento de la época más prolija de la
literatura rusa, y el establecimiento de una aristocracia y un círculo intelectual en busca de valores y
reformas liberales.
Así como Alejandro I y el resto de zares debieron escoger el camino que debían seguir para el
bienestar de Rusia, los intelectuales rusos también tomaron esta tarea como propia. La intelligentsia rusa
(los occidentalistas) admiradores de Pedro el grande, de la filosofía alemana y los valores que asociaban
con el progreso europeo, veían el futuro de Rusia lejos del misticismo tártaro, y muy cercano a la
racionalización, la laicalización y el positivismo (y posteriormente al socialismo utópico). Contrario a
estos, los eslavófilos, deseaban volver a sus raíces y enaltecer las características del alma rusa que la
alejan de la fría razón occidental. La intelligentsia se convierte en un gran movimiento político que busca
cambios reales a partir de reformas. Mientras que los eslavófilos se concentran más en una reforma
moral y religiosa social, ajena a la política. Con el pasar de los años, cada grupo se va radicalizando.
Los eslavófilos cada vez defienden y admiran más la figura del zar, mientras la intelligentsia lleva al
extremo sus principios al incluirlos como parte esencial y totalizante de sus vidas, estableciendo así lo
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que Turgueniev y otros en Rusia llamarán el nihilismo. Esta lucha intelectual terminó siendo la más
importante de todas. Después de Hegel, de los socialistas utópicos, de Marx, se empieza a hablar de la
necesidad de una revolución de los campesinos esclavizados: el total rechazo al establecimiento, como
lo deseaban algunos occidentalistas. Y personas como Dostoievski empiezan a advertir sobre las
posibles consecuencias de este camino radical que habría de suceder en el siglo XX. Esta discusión
tomará importancia y tendrá repercusiones históricas que nadie jamás imaginó.
Y, así, el siglo XIX fue un siglo extraño: lleno de victorias, de estancamiento, de progreso, de
represión, de liberación, de surgimientos artísticos e intelectuales. Y más que todo fue un siglo de
búsqueda: sobre la identidad, sobre el futuro, sobre el alma. Una búsqueda de la que también hizo
parte Lérmontov, como lo hicieron otros autores e intelectuales como Tolstoi o Dostoievski.
Las contradicciones en este siglo son abundantes: los saltos idealistas de Alejandro I, el
empeoramiento de la calidad de vida de los campesinos y la abolición de la servidumbre ocurren en el
mismo siglo, al igual que la constante lucha por mantener la autocracia y la creación del germen de la
revolución Bolchevique. Y esta contradicción, también se refleja en Lérmontov que, por un lado
defiende, algunas metas liberales, como la abolición de la servidumbre y el mejoramiento de la
condición de todos los ciudadanos. Pero que, por otro lado, repudia también la actitud de la aristocracia
liberal y europea que parece marchitar el alma: “You are inmoral, vain, and spineless. / You are but
weak, wicked, and godless. / You are the mirror of this age, / The modern glittering worthless page.
/ You’d want to have a whole life in your possession, / But all the time you steer clear of a passion. /
Possession—yes! Sacrifice—no! / You wonder if I know you? Oh, yes, I do, I know... / You, Sir, may
want to own all, / But cannot sacrifice at all! / You treat the heartless, prideless / People with some
scorn, / and yet, you ARE those people’s pawn” (Lérmontov, Masquerade, p. 58-59).
Es esta lucha interna, esta confusión y lo que observó en el Cáucaso, en Moscú y en San
Petersburgo lo que lo lleva a buscar sus propias respuestas. Esta contradicción constante, y pasión
irracional por su hogar se verá reflejada en su vida y su obra. Y le permitirá ser una pieza clave en la
historia de la literatura. Aún más, es lo que le permite hacer exploraciones novedosas en la literatura
rusa: exploraciones filosóficas (como las que caracterizarán el resto de las novelas del siglo XIX).
13
3
EL ROSTRO
La biografía de Mikhail Y. Lérmontov: El héroe de nuestro tiempo y el duelo de
la muerte
14
A. La biografía: una vida convulsa
La vida de Lérmontov fue corta pero suficiente para la creación de un pequeño cosmos que reflejó
todo el arco de su movimiento literario y personal. Una corta vida llena de grandes acontecimientos e
inabarcables cambios existenciales, que se reflejarían y serían estudiados por el mismo autor en su obra.
Mikhail Lérmontov nació en 1814, en la casa de su abuela, Yelizaveta Alekseyevna Arsenyeva,
prematuramente, cuando su madre, María Mikhailovna Arsenyeva, tenía 18 años. Su padre, Yuri
Petrovich, fue un hombre modesto y ausente. María Arsenyeva, débil ya por su acelerado parto, sufre
mucho de tristeza y melancolía por las largas desapariciones e indiferencia de Yuri Petrovich. María
Mikhailovna dedicaba gran parte de su tiempo a escribir poemas a Yuri Petrovich, reclamándole por
los celos que la enfermaban y su apatía constante. Cansada, María Mikhailovna, una noche, le reclama
a Yuri Petrovich por su abandono. Lejos de las palabras reconfortantes de amor que espera su esposa,
Yuri Petrovich la golpea, le reclama por su dependencia y sale de la casa (StarMediaEN/Bespalyi,
2015). Esto termina de derrumbar el mundo y el cuerpo de María Mikhailovna irreparablemente. En
1817, a los 21 años, María Mikhailovna muere. Lérmontov, nueve días después de la muerte de su
madre, es abandonado por su padre (Yelizaveta Alekseyevna lo obliga a irse del hogar y le prohíbe ver
a su hijo). Por lo que Lérmontov vivirá el resto de su vida con su abuela como figura parental y única
familia. Así como a su madre, el abandono de su padre, sumado a la muerte de María Mikhailovna, lo
afecta profundamente, no solo mentalmente, sino físicamente. Su cuerpo se entregó a la tristeza y
desde muy pequeño cae en una enfermedad inexplicable (StarMediaEN/Bespalyi, 2015). Doctores
viajan para atenderlo y ninguno sabe explicar que le ocurre. Pero le ordenan quedarse en la cama, por
su misteriosa fiebre y debilidad. Pero cada vez sufre más por el aburrimiento, y “su imaginación se
convierte en su nuevo juguete7” (StarMediaEN/Bespalyi, 2015, minuto 12:10).
En este punto de gran sufrimiento en su vida, conoció su salvación. Un doctor le receta ir al
Cáucaso: conocer las montañas, la libertad y la naturaleza tal vez lo pueda curar. Y así ocurrió: “the
caucasus was sacred to me”, escribió en 1830. Este encuentro con la naturaleza, con el mundo fuera
de la casa de su abuela le regenera toda la vitalidad y le da la salud para poder continuar con su vida.
Luego de recuperarse vuelve a la casa de su abuela donde comienza a recibir educación privada. Su
abuela lo inscribe en un internado en Moscú en 1827.
7
Traducción propia.
15
En 1830 entra a la Universidad de Moscú. Allí conoció a Rayevsky, su mejor amigo: el que lo
introduciría a la alta sociedad (aunque este intento fue un fracaso) y a Pushkin, su gran admiración.
Después de su decepción con la alta sociedad, sus frustraciones en el amor y la muerte de su padre,
además de su imposibilidad de convivir y congeniar con sus profesores y compañeros en la universidad,
se traslada, en 1832, a San Petersburgo para atender a la escuela de cadetes. Para este momento,
Lérmontov ya había escrito 300 poemas líricos, pero en la escuela tenía prohibido leer. Sin embargo,
su necesidad poética era inevitable: en esta época leyó constantemente a escondidas y empezó a escribir
Vadim, su primer intento de prosa (sobre la condición de la servidumbre), que nunca terminó. Se
gradúa en 1834 con un bajo rango: “subteniente del Regimiento de Húsares de la Guardia imperial,
sirviendo en el real sitio de Tsarkóe Seló” (Martínez, 2009, p.23). Esto sería importante porque le
permitiría ver de cerca la nobleza y sus reuniones. A partir de ellas escribiría El baile de las máscaras
(Masquerade), una obra crítica sobre la alta sociedad.
Pero en 1837 llegaría su encuentro con la fama y su primer enfrentamiento personal con la
represión de Nicolás I. Durante este año fue aprisionado y censurado por sus poemas. El día que
muere Pushkin, escribe, aun con el dolor en la sangre y la rabia nublando su razón, La muerte del poeta.
Rayevsky, al ver la fuerza y el avasallador sentimiento del poema, lo transcribe a mano y sale a la calle
a repartirlo a todos los transeúntes que cruzaban su camino. Lérmontov, de pronto, empieza a ser
admirado y discutido. Todos leen su poema. Es tanto el alcance, que el poema llega al zar y sus
allegados. Esto los enerva y les provoca irritación por las acusaciones que se incluyen en el poema. Por
lo que se decide inmediatamente: Lérmontov ha de ser exiliado. ¡Al Cáucaso!
Vuelve del Cáucaso un año después gracias a su abuela que ruega por su regreso. Al volver
llega con una ruptura espiritual, algo ha entendido, algo profundo ha surgido. Y es en este periodo que
termina por fin su primera obra en prosa: El héroe de nuestro tiempo (1840).
Contrario al exilio de Dostoievski, en el que este sufre y clama por su tierra, Lérmontov disfruta
parte de la suya. Su amor por el Cáucaso no disminuye y cada vez encuentra más admiración por los
habitantes de la zona. Este exilio también le permitió entender y juntarse más con su generación.
Empieza a existir una ruptura tanto espiritual como literaria al ver la posibilidad de abandonar a Byron,
al sentir la necesidad de una voz rusa y un alma propia:
Byron's rather abstract admiration of lands untouched by European civilization in the work of the Russian
poet grows into an absorbing interest for the Caucasus as a definite historical and ethnographical reality.
Something of this attitude, we know, showed in his earlier Caucasian tales, but is much more characteristic
of his last works, both in poetry and in prose (Diakonova, 1988, p. 86).
16
Con 25 años y su futuro literario por delante, Lérmontov aún está destinado a sufrir por su
cuenta. Ese mismo año tiene su primer duelo –con el hijo del embajador francés en San Petersburgo
(Bykova, 2016)–, el cual no termina con ninguna muerte, pero si le costará su vida en la ciudad. Es
exiliado de nuevo. Meses después de establecida la condena, llega su hora de incorporarse al regimiento.
En su camino de vuelta al Cáucaso, hace una parada en el balneario de Piatigorsk por problemas de
salud. Allí se reencuentra con varios de sus compañeros de la academia. Entre ellos Martynov, quien,
convertido en un aristócrata y vestido como circasiano, es ridiculizado por Lérmontov (Bagby, 2002;
Bykova, 2016; StarMediaEN/Bespalyi, 2015)8. Lérmontov comenta sobre su nueva naturaleza, su
nueva vestimenta y su nueva actitud. Martynov, admirador del zar y consciente de la reputación de
Lérmontov, aprovecha el momento y lo reta a un duelo. A las 6 de la tarde, el 15 de julio de 1841,
Lérmontov, después de pararse frente a su enemigo, dispara al aire, pensando que este duelo acabaría
como el primero. Pero Martynov, rompiendo todas las normas, dispara. Lérmontov cae al piso con
una bala en su pecho. Como una escena poética, empieza a llover. No hay manera de llevarlo de vuelta
a Piatigorsk a tiempo. Todos lo abandonan, menos Alexéi Stoliopin, quien lo acompaña en sus horas
de agonía. Fue enterrado en soledad, sin funeral ni oficios religiosos. Su cuerpo permaneció allí, aislado
de su familia, amigos y su hogar, hasta 1842 cuando su abuela logra recuperar el cuerpo y llevarlo a
Tarjany, donde es sepultado en el cementerio familiar.
El héroe de nuestro tiempo fue la última obra que Lérmontov escribió (trabajó en ella hasta el último
año de vida, cuando publica el prólogo a la segunda edición9). La obra está dividida en cinco partes no
lineales en el tiempo, pero todas alrededor del protagonista, Grigori Alexándrovich Pechorin. La novela
ocurre en el Cáucaso. En la primera parte, Bela, un viajero, desconocido para el lector, conoce a Maxím
Maximich, capitán en el ejército ruso, cuando sus carretas se encuentran en el camino a Stávropol.
Maxím Maximich, mientras este viaje está ocurriendo en los caminos del Cáucaso, los cuales
Lérmontov describe en la novela, y muchas veces en sus otras obras (además de pintarlos casi que
compulsivamente), relata la historia de Grigori Alexandrovich Pechorin, un “hombre superfluo”,
8 Sobre este punto, en la diferentes biografías consultadas, hay diferencias. Por ejemplo, algunas relatan que Lérmontov nunca se burló,
sino que existió una trama para para provocar un duelo (Martínez, 2002). Pero la representación más observada fue esta.
9 Este prólogo fue una respuesta a la mala lectura de la obra que se tomaba literalmente el título y que pensaba que Pechorin, el
protagonista, era una simple representación del autor y una defensa propia: “Nuestro público es aún tan joven y crédulo que no
comprende una fábula si al final de ella no encuentra la moraleja. No entiende las bromas ni capta la ironía; simplemente está mal
preparada” (Lérmontov, 1841/2009, p. 37).
17
cínico, manipulador, sin simpatía, egoísta, y su decisión de raptar a Bela, una “salvaje” de la zona, de
la que está enamorado. Es un relato de amor y desamor, y de los extremos de Pechorin. Se relata su
complejo plan para raptarla, su enamoramiento inicial, su lucha para enamorar a Bela. Y, finalmente,
su frialdad. Pechorin se aburre de Bela cuando esta se empieza a enamorar de él: “De nuevo me
equivoqué: el amor de una salvaje no es mucho mejor que el de una noble señora; la ignorancia y
sinceridad de una hastían tanto como la coquetería de la otra” (Lérmontov, 2009, p.75). Al final Bela
muere asesinada y Pechorin y Maxím Maximich siguen caminos separados.
La segunda parte, Maxím Maximich, es corta: el viajero se separa de Maximich y vuelve a
encontrarlo unos días después. En este nuevo encuentro se enteran, por un lacayo, que Pechorin está
en una propiedad cerca. Maximich se emociona: le paga al lacayo para que, de manera pronta, cuando
se encuentre con Pechorin, le informe que él está allí para que vaya a visitarlo. Pechorin no llega esa
noche. Aparece al otro día, con una actitud lejana, fría y despectiva frente a Maximich. Pechorin saluda
sin mucho entusiasmo (contrario al que sí muestra Maximich) e inmediatamente le dice que no se
quedará ni hablará más con él porque iniciará de inmediato su viaje a Persia. Maximich menciona, en
su rápida despedida unos papeles, propiedad de Pechorin, que el aún conserva, y le pregunta “¿qué
hago con ellos?” (Lérmontov, 2009, p. 91). A lo que Pechorin responde: “lo que quiera (…). Adiós…”
(Lérmontov, 2009, p. 91). Estos papeles captarían la curiosidad del viajero, que pregunta por ellos.
Resultan ser el diario de Pechorin. “Dámelos mejor a mí”, dice el viajero. “Ahí están todos –dijo–.
¡Felicitaciones por su hallazgo!”, responde Maxím Maximich.
Este diario compone las últimas tres partes de la novela. Allí Pechorin, cuenta su vida después
de la guerra: su llegada y huida de Taman, en el capítulo El diario de Pechorin. Luego, en Kniazhná Mary,
relata sus historias de amor y de falsas amistades: conoce y seduce a la Kniazhná Mary por su
aburrimiento (y por fastidiar a Grushnitski), se reencuentra con Grushnitski (que está enamorado de
Mary) y decide burlarse constantemente de él y seducir a su pretendiente, conoce a Verner, un médico
que se asemeja mucho a él y tiene una aventura con Vera, una mujer casada, con la cual ya había tenido
una relación.
La novela termina con El fatalista, una reflexión sobre el destino: un juego de ruleta rusa se
utiliza como forma de poner a prueba el destino. En estas partes que componen el diario. Lérmontov
realiza el estudio psicológico de Pechorin.
18
Pero, hay que aclarar de una vez, esta obra no es una mera mímesis o un mero calco de su
propia vida y experiencias, como se ha sugerido en algunas lecturas y análisis10. No existe, como asegura
Ross (1977), una simple exaltación propia. Si no que en su obra se encuentra un reflejo del duelo
propio, del sombrío presente y futuro, del disfrute entre esa sombra: hay una búsqueda carnal propia
y de respuestas sobre el destino de los otros y de su nación. El héroe de nuestro tiempo es una reflexión y
una exploración de lo que está ocurriendo. Lo que nos revela su biografía es su constante movimiento
y su incesante búsqueda. Su búsqueda de respuestas sobre sí mismo, su generación y su hogar:
He led such a wild, romantic life, fulfilled so many Byronic features (individualism, isolation from high
society, social critic, and misfit), and lived and died so furiously, that it is difficult not to confuse these
manifestations of identity with his authentic self. There are indications, however, that Lermontov was
only beginning to understand himself when he died. This idea is predicated on the notion that he could
only have depicted Pechorin as clearly as he did through having gained an objective, critical perspective
on his hero’s behavior, patterns of thought, and beliefs. Who Lermontov had become, however, or was
becoming, remains unclear. Lermontov, like many a romantic hero once closely examined, remains as
open and unfinished an individual as his persona seems closed and fixed. Much the same can be said of
his novel. (Bagby, 2002, p. 12-13)
19
4
EL ELEGIDO
Sobre la historia de la literatura y el papel de Lérmontov: la muerte de un
gran poeta es el descubrimiento de otra vida
20
Lermontov necesitó solo un poema para poner a Rusia en sus rodillas. Después de la muerte de
Pushkin, casi que inmediatamente, la responsabilidad del presente y el futuro de la literatura rusa cayó
en sus manos. Aun así, la obra de Lérmontov, incluida su novela El héroe de nuestro tiempo, fue recibida
de maneras positivas y negativas, como ya se mencionó en la introducción (Heier, 1967; Waliszewski,
1910). Pero, al contrario de varios críticos del siglo XIX e inicios del XX, la importancia y el valor
histórico de la obra de Lérmontov ha sido aceptado por la mayoría de los críticos. Ahora se caracteriza
la obra, El héroe de nuestro tiempo, como una de las primeras novelas realistas, psicológicas y filosóficas
escritas en Rusia (Martínez, 2009; Wang et al., 2021; Bagby, 1978; Allen, 2007). Aún más, fue de las
primeras que exploró con seriedad la psicología de un personaje y que se permitió jugar con las
variantes temporales y las posibilidades narrativas (no hay solamente un autor juzgando y narrando la
historia de un personaje: hay varias miradas observando, desde su existencia personal, a Pechorin).
La literatura rusa antes del siglo XIX estuvo regida por la imitación y el acercamiento a
occidente (Kahn et al., 2018). Durante la mayor parte del siglo XVIII, Pedro el Grande y Catalina la
Grande gobernaron. Y ambos buscaron acercar a Rusia cada vez más al mundo occidental. Pedro viajó
por Europa, estableció la capital en San Petersburgo y se rodeó de todo lo que le permitiera alejarse y
alejar a Rusia del atraso mundial11. Al igual que Catalina, prusiana de nacimiento, que fue la figura
central en el avance ruso. Y esto afectó el establecimiento de la literatura en este siglo. El clasismo y el
neoclasicismo dominaron esta ruta imitativa. Y fue prominente la búsqueda de reglas sobre el estilo y
género, buscando establecer un sistema racional “que tímidamente se había introducido en Rusia en el
siglo XVIII” (Martínez, 2009, p. 17). El sentimentalismo, el romanticismo (1810-1830’s) y el realismo
(1840’s), serían los estilos que llegarían después a dominar el siglo XIX, como una respuesta, que
iniciaron algunos autores como Karamazín (1766-1826), a la frialdad, al crudo moralismo y la
naturaleza alienante del neoclasicismo de la época (Kahn et al., 2018; Martínez, 2009)12.
Así, con la nueva influencia inglesa y alemana (ya no solo francesa), los sentimientos empiezan
a ser explorados, al igual que la emoción humana y la psique. Con Schiller, Walter Scott y Byron se
establece el romanticismo que predominó el primer cuarto del siglo XIX y las obras de Pushkin y
Lérmontov.
11 Esto, hay que salvaguardar, no vino sin consecuencias políticas y sociales negativas, que serán muy llamativas y representadas (no
necesariamente de manera directa) en la literatura del siglo XIX. Por ejemplo, Pedro el grande, en búsqueda de libertad y progreso llegó
al extremo de establecer un impuesto por tener barba (símbolo de la ortodoxia rusa, de la cual quería Pedro deshacerse) y llegó, casi que
performativamente, a afeitar personas en público.
12 Estas divisiones temporales son, por supuesto, arbitrarias y, puede ser, facilistas. Pero nos ayudan a entender las corrientes en
general, para poder observar las influencias que tenía Lérmonotv y de qué quería escapar.
21
Esto hasta que se establece el realismo. Y en este punto de inflexión es donde se encuentra
gran parte de la obra de Lérmontov. Y como protagonista El héroe de nuestro tiempo. En particular,
Lérmontov, al estar en esta época de cambio, tuvo su propio arco literario: admiró profunda y
largamente a Byron para luego encontrar que este debía ser superado:
They also reflect Lermontov’s distinctive place in literary history as an author at the time when
Romanticism was on the wane but when nothing had emerged yet to replace it. No one exemplified that
transitional time more suggestively, or portrayed the cultural quandaries it posed more provocatively,
than Lermontov himself. For whether he knew it or not, Mikhail Lermontov was an artist of the twilight
of Romanticism, and he filled his works with the shadows of its passing (Allen, 2007, p. X).
El romanticismo agotó la infinidad que creyeron poseía y la pregunta por el qué hacer ahora surgía
en la mente del poeta. Así, las obras literarias en Rusia empezaban a alejarse del romanticismo (aparece
Pushkin y La hija del capitán (1836), Gógol y Almas Muertas (1842), por ejemplo). Y en la propia vida de
Lérmontov comenzará una búsqueda profunda sobre la nueva novela, sobre el nuevo lienzo que se
presentaba.
Y con El héroe de nuestro tiempo, según Kahn et. al (2016), Bagby (2002) y uno de los grandes
defensores que tuvo en su época, Belinsky (1811-1848), Lérmontov logró dar un paso desde el vacío
y adentrarse a una gruta oscura que abriría todo un nuevo camino en la literatura rusa. Belinsky escribe:
“that the distinguishing characteristic of Russian literature is the sudden flash of strong and even great
artistic talent, and, with a few exceptions, the reader’s eternal [complaint]: “There are many books, but
nothing to read.” Mr. Lermontov’s talent belongs to a group of strong artistic talents that have
unexpectedly appeared amidst this emptiness” (p. 1). Y Bagby (2002): “A Hero of Our Time represents
a major aesthetic accomplishment, and it does so from a variety of perspectives. Its utilization of stock
romantic genres from which to develop a “realist” novel is rather ingenious. Its chronological
reordering of events necessitates a forward and backward, rather than linear, approach to reading” (p.
13).
La obra es, pues, tanto una muestra de la innovación y el experimento y la búsqueda de
Lérmontov, como un paso necesario para esa definitiva superación del byronismo, del romanticismo y
del estancamiento.
Pero el camino de Lérmontov no parece terminar acá. Al relegarse del romanticismo y acercarse
al realismo, debe existir una pregunta por esa realidad. No será una simple presentación de la realidad,
sino un estudio de esta realidad y una decisión sobre qué criticar, qué cuestionar, qué resaltar.
Necesariamente, de esta manera, hay un acercamiento total a la pregunta por Rusia, el alma rusa y el
futuro de la nación. Por ello hay una exploración del alma rusa y una preocupación por lo que está
ocurriendo en la nación: “With deep distress I contemplate our generation (…) / The coldness in our
22
soul holds nothing sacred” (Lermontov, Meditation, p. 34). Zweig escribe sobre Dostoievski algo que,
considerando lo presentado, también puede aplicar a Lérmontov –o al menos, acercarlos en sus
respectivas búsquedas literarias–:
[Y] éste es el valor incalculable del hombre ruso para nuestra Europa, ya petrificada en su cultura; la
curiosidad siempre virgen del ruso se enfrenta a cada paso con la infinitud y le dirige las preguntas
elementales de la vida que oyó el primer día de la Creación. Allí donde nuestra cultura nos hace
perezosos, se enciende el ardor febril de esos hombres. Cada hombre de Dostoiewski somete a revisión
todos los problemas, mueve con sus sangrantes manos las piedras liminares del bien y del mal y hace de
su caos un mundo (Zweig, 1968, p. 82).
Pero a pesar de este reconocimiento de la profundidad de la novela y la obra, aún hay mucho
terreno que explorar, muchos cielos que encontrar y muchas vicisitudes que aclarar. Esto lo demuestra
la confusión frente a la posición de Lermontov y por lo tanto una muestra del esfuerzo que falta para
seguir analizando la obra. Y la falta de inclusión de Lérmontov en esta lucha intelectual entre la
intelligentsia y el eslavismo.
Por su novedosa exploración y extraño establecimiento, y el fulgor particular histórico del
momento, es complicado e indebido incluirlo totalmente en alguno de los dos movimientos. Pero, a
pesar de ello, y a pesar de la profunda reflexión sobre el tema, la novela sí se acerca mucho más a una
crítica de la intelligentsia.
A pesar de que académicas como Neretina (2016) hayan clasificado a Lérmontov y su obra
como nihilista, y en los libros de historia de la literatura rusa muchas veces no sea incluido en ninguno
de los dos, en el resto del escrito se buscará mostrar que El héroe de nuestro tiempo (y otras obras que se
irán incluyendo como ejemplos) es una respuesta y una preocupación frente a esa intelligentsia radical
–nihilista– que caracterizaba la intelectualidad y la aristocracia rusa. Esto no significa que toda su obra
y todo su pensamiento se acerque al eslavismo. Pero sí presenta y aporta algunas preocupaciones y
críticas que rondaban en este círculo de ideas. Lérmontov entendió la importancia de este tema. Y se
encontró en un momento donde la confusión y el estancamiento literario reinaban. Así, a partir de este
vacío y esta exploración interna, surge esta novela.
23
5
LA RUPTURA DEL
ESPEJO
Sobre el nihilismo ruso y Pechorin
“At the present time, negation is the most useful of all – and we deny–”
“Everything?”
“Everything!”
“What not only art and poetry… but even… horrible to say…”
“Everything,” repeated Bazarov, with indescribable composure
Ivan Turgueniev, Fathers and Sons
24
El movimiento de la intelligentsia, que Lérmontov observó empezaba a crear sus propias alas, llegó al
extremo en Rusia. La admiración por occidente, por el progreso, por la ciencia y la razón (Rebón,
2019) mutó hasta el radicalismo (en parte por la represión de Alejandro I y Nicolás I y por los
movimientos revolucionarios e intelectuales –socialismo utópico, por ejemplo–). A este radicalismo se
le llamó nihilismo. Aunque sea casi imposible establecer de manera definitiva todas las creencias y
principios de esta intelligentsia y el nihilismo ruso, hay varias concepciones, actitudes y conceptos que
están ligados de manera constante a estos grupos.
Para hacer esta clasificación más abordable, podemos tomar la diferencia entre las generaciones
para establecer las características principales de los movimientos. Este cambio es bastante claro en la
historia de Rusia y se ha detallado múltiples veces. Por ejemplo, literariamente, en Los hermanos
Karamazov, en Padres e hijos y en Los demonios. En las obras históricas, y en estas obras literarias, las
generaciones de este movimiento intelectual se dividen así: la intelligentsia liberal de 1830-1840,
enfrentada contra el nihilismo de 1860.
Esta primera generación de occidentalistas –los padres–, estaba caracterizada por ser una clase
alta con grandes inspiraciones liberales. Alejados de la política, este grupo lo componían los pocos
intelectuales de la época, que se reunían en pequeños grupos a discutir sobre los problemas de la nación
y las soluciones que deberían implementarse en Rusia para poder progresar y velar por el bienestar de
la mayoría. Para ello, al igual que históricamente hicieron algunos zares como Pedro el grande, tomaron
como su pilar moral, político y económico a Europa –especialmente de Francia13–. Estos cultos
aristócratas empezaron a identificarse profundamente con una imagen particular: “But it is the fathers,
the same intellectuals who identified most completely with the superfluous man prototype of Russian
fiction” (Fisher, 1960, p. 255). Así, empezaron a abandonar la religión, a creer en los modelos
cientificistas del progreso, en el utilitarismo, la practicidad y juran rechazar las estructuras de poder de
la época (Rebón, 2019; Barghoorn, 1949). Se dedicaron a pensar y contemplar. Con esto esperaban
llegar a algún tipo de gran conocimiento, de objetividad, de entendimiento profundo que les permitiera
tener las grandes soluciones a los problemas primarios de Rusia. Y creen que allí se encuentran las
respuestas: en los círculos de discusión, en las aspiraciones intelectuales. Melancólicos e
incomprendidos, auto caracterizados como los más desdichados, se terminan alejando del mundo:
“The withdrawal took the form of the often-noted flight of the fathers into abstract theory and extreme
programs. Such an escape from reality occurs again and again among comparable modern minded
13
Era muy común que en los aristócratas, como muestra de inteligencia y cultura, hablaran en Francés, o incluyeran expresiones
francesas en cualquier tipo de conversación.
25
minorities” (Fisher, 1960, p. 256). Esto llevó muchas veces a asociar este movimiento con un alma
vacía, lejana del mundo y de los otros, además de una indiferencia frente a la realidad. De esto se dio
cuenta Herzen, uno de los grandes representantes de la intelligentsia: “What empty hearts! What weak
minds!... Just as Europe in general cannot raise itself to the heights of its civilization, which remains
an abstraction, so France is below the level of its past” (Herzen; citado por Barghoorn, 1959, p. 345).
Esta nueva generación, la que Turgueniev llama “nihilista”, da dos nuevos pasos: acusa a la
primera generación por su falta de acción y profundiza mucho más la creencia en progreso, la razón y
el utilitarismo. Entienden que la acción es ahora la única respuesta. Y la única manera de hacer actuar
a todos es que, conjunta e indiscutidamente, se estreguen a la causa:
The revolutionary is a doomed man. He has no private interests, no affairs, sentiments, ties,
property nor even a name of his own. His entire being is devoured by one purpose, one thought,
one passion - the revolution. Heart and soul, not merely by word but by deed, he has severed
every link with the social order and with the entire civilized world; with the laws, good manners,
conventions, and morality of that world. He is its merciless enemy and continues to inhabit it with
only one purpose - to destroy it (Nechayev, 1869, p. 1).
Esta es la salida que ven a los problemas de retraso en Rusia. Así, absolutamente todo se
empieza a concebir como parte práctica para llegar a ese fin. Fuera el que fuese. Llegando así a idealizar
la racionalidad, el pragmatismo y el utilitarismo:
[T]he sons enthusiastically accepted scientific, materialistic, and utilitarian creeds from the
West. (…) The austere devotion to science by the Sons enshrined their idealization of the
rational, the new and the modern (Fisher, 1960, p. 257).
Pechorin sufrió una caída. Este personaje es una de las muestras del hombre superfluo que
tanto se utilizó en la literatura rusa. Distante, egoísta, un hombre aburrido que escapa de la realidad
con pequeños juegos y búsquedas metafísicas que cada vez parecen más vacías (Porus, 2016). Es esto
lo que nos describe Lérmontov. Y sobre lo que nos presenta una advertencia. Más que una advertencia
por la entrega completa a la revolución y a ese ideal, como ocurre después de los 60, Lérmontov parece
advertirnos por una entrega completa a esta identidad del hombre superfluo, del hombre desdichado,
del intelectual racional en busca del progreso, del metafísico alejado del mundo. Pechorin es un hombre
de los 40. Este acoge una identidad que afectará toda su relación con el mundo, los otros y consigo
mismo. Características que, llevadas al extremo, como ocurre con Pechorin, se convierten en ese
nihilismo que tanto se retrató en la literatura posterior. Esto es lo que intenta explorar Lérmontov en
una época donde esto no estaba ocurriendo, al reflexionar sobre el futuro de esta actitud, e intentar
presentar una denuncia detallada y minuciosa de las consecuencias de apropiarla y cuidarla en el alma
y la vida de cada uno. Quería advertirnos los vicios y la enfermedad que sufría este hombre “actual tal
26
como se lo entiende y como, para su desgracia y la de ustedes, tantas veces se lo ha encontrado”
(Lérmontov, 2009, p. 38).
27
6
LA PÉRDIDA DEL
FUTURO
El sujeto y su destino: sobre el nihilismo y el devenir
28
¿Si se va a criticar a un héroe por qué presentar su diario y darle una oportunidad de defenderse?
Lérmontov nos responde: porque acá es donde hay espacio para hacer la investigación, porque acá está
la mejor manera de presentar el alma, y la mejor manera de estudiarla. Y aún más importante, la mejor
manera de explorar su relación con el yo. El diario entrega al autor la capacidad de escudriñar el carácter
de la persona y presentar los hallazgos del estudio de manera en que los entendamos por el propio y
personal actuar (no solo vemos a Pechorin actuar, sino la justificación que le da a ese actuar y a sus
sentimientos) y no a través del señalamiento del otros (es decir, la alternativa sería que alguien nos
señalara y dijera: “este hombre fue cruel”, pero solo podemos especular porqué lo fue dado que no
tenemos acceso a sus pensamientos). Esto acabaría con la magia y la conexión. Y, por lo tanto,
arruinaría la utilidad: “al releer estas notas, me convencí de la sinceridad de este hombre que tan
brutalmente confesaba sus vicios y debilidades. La historia de un alma, aunque sea la más mezquina,
puede ser más interesante y útil que la historia de todo un pueblo, tanto más cuando ésta es fruto de
la observación de una mente madura y ha sido escrita sin el vanidoso deseo de provocar la compasión
o la admiración. La confesión de Rousseau tiene ya el inconveniente de que se la leyera a sus amigos”
(Lérmontov, 2009, p. 97). Por ello, el primer eje de análisis será la relación de Pechorin consigo mismo:
esta nos revelará mucho y dará las bases para el resto del estudio.
De esta manera, primero, para ser coherentes con el orden con el que se presenta la lectura del
ideal ascético de Nietzsche, se empezará presentando las características principales de Pechorin que se
revelan constantemente en la novela: su condición de alma aburrida, cargada de resentimiento, irónica,
entregada al desenfreno de los sentimientos y con un sentimiento de culpa y sufrimiento constante.
Segundo, se presentará el análisis de uno de los temas que se discute varias veces en la novela: la
relación que Pechorin tiene con la predestinación. Esta es importante, como veremos, porque su
relación con el destino es muy cercana pero contradictoria (en su interior es una lucha constante). Es
decir, Pechorin parece siempre acudir al destino para castigarse y para confirmar en su interior el castigo
eterno que le espera en vida, pero al mismo tiempo busca, sin lograrlo, afirmar su libertad como
individuo que puede escapar del destino que cree tiene sobre su espalda. Con esto, por último, se
presentará cómo, a pesar de su aparente creencia fatalista, en su interior, por su caracterización propia
de hombre de la intelligentsia –racional, inteligente, “alejado de las normas”, científico–, cree en su
libertad y busca reafirmarla constantemente. Luego de esta caracterización de Pechorin, se presentará
el ideal ascético y se irá mostrando la relación que tiene con Pechorin. Para, por último, resumir y
presentar concretamente porque esta es una crítica de Lérmontov al nihilismo.
29
Pechorin, como ya se le ha caracterizado innumerables veces en los estudios de la novela, es
un hombre superfluo (Porus, 2016). Es decir, un hombre inteligente pero indiferente, cruel y en
constante hastío (Porus, 2016). Pero la pregunta importante es: ¿por qué es el hombre superfluo de
esta manera? ¿De dónde viene su actuar? ¿Por qué no puede superar su hastío y su sufrimiento? ¿Es
posible que cambie? Y es acá donde el diario cobra sentido: Lérmontov quiere hacer una
reconstrucción de la personalidad de Pechorin, no simplemente una presentación de este hombre
superfluo. Quiere hacer un estudio psicológico de lo que ocurre en la mente de estos seres miserables
y sardónicos.
Y esto es lo que nos revela este estudio: Pechorin es, efectivamente, un hombre triste. Pero ¿de
dónde surge esta tristeza? De sí mismo. Grigori Alexándrovich sufre por su condición existencial:
“recuerdo todo mi pasado y, sin querer, me pregunto: ¿para qué he vivido?, ¿con qué fin nací?”
(Lérmontov, 2009, p. 175). Busca constantemente algún sentido a la vida, algún sentido a su
aburrimiento y su sufrimiento para hallar la respuesta que le permita salir de esta situación: “His truly
unhappy consciousness has an unquenchable thirst for the real meaning of “life.” But he cannot believe
that this meaning will ever be revealed to him” (Porus, 2016, p. 124). Para poder huir de esta situación
se entrega a cualquier sentimiento o acción que le permita descargar esta preocupación y olvidar el
hastío y el aburrimiento que ha descubierto en esta vida vacía y deprimente: “a mi temprana juventud,
desde el momento en que dejé de estar bajo la tutela de mis padres, empecé a gozar desaforadamente
de todos los placeres que se pueden obtener con dinero” (Lérmontov, 2009, p. 74); “me dejé llevar por
el señuelo de las pasiones vacías e ingratas” (Lérmontov, 2009, p. 175).
El problema de este desenfreno de los sentimientos es que empeoran la situación: agudizan el
sufrimiento en el que se encontraba. Pechorin mismo lo admite: “Así como el atormentado por el
hambre se duerme rendido y ve suculentos manjares y vinos espumosos, devora con ansia las ofrendas
etéreas de su imaginación y se siente mejor, en cuanto despierta, el sueño se desvanece… ¡Sólo le queda
un hambre mayor y la desesperación!” (Lérmontov, 2009, p. 175). Y como esta búsqueda concluye en
un sentimiento aún más doloroso, es necesario que esta siga infinitamente para acabar con el displacer
que constantemente aparece y reaparece: “me limitaba a satisfacer una extraña necesidad del corazón
(…) y nunca llegaba a saciarme” (Lérmontov, 2009, p. 175); “el secreto de esa infinitud reside en la
imposibilidad de alcanzar el objetivo, es decir, el final” (Lérmontov, 2009, p. 153).
Por lo que, en últimas, lo primero que podemos asegurar, es que su actuación tiene un origen
en un vacío interno y se reproduce y agrava a partir del círculo vicioso que se crea: al vacío se le enfrenta
con una cura que le genera un vacío futuro mayor y tiene que continuamente seguir llenándolo. De acá
30
surge su constante hastío, sufrimiento y desespero. Esto es lo primero que se nos revela sobre la
psicología de Pechorin. Ahora veremos que, además, Pechorin empieza a concebir este estado de
sufrimiento y vacío constante como una condena del destino. Como algo completamente inescapable
y que se ha merecido porque este es ahora su puesto fatal en el mundo. Con esto en mente, podemos
avanzar al estudio de su relación con el destino.
En el capítulo de Bela, Pechorin secuestra a esta “salvaje” por el supuesto amor que siente por
ella. Una decisión que parece ser reafirmante de su libertad de decisión. Pero contrario a todo lo
esperado, esto es lo que Pechorin asegura al hacerlo: “cuando vi a Bela en su casa, cuando, sujetándola
in mis rodillas, besé sus negros rizos, tonto de mí, pensé que era un ángel enviado por mi compasivo
destino” (Lérmontov, 2009, p. 74; itálicas propias). En este mismo capítulo vuelve a revisitar la idea del
destino, pero, esta vez menciona su destino como el de un fatalista desdichado: “yo tengo un carácter
desdichado; puede ser por la educación que recibí, puede que dios me hiciera así” (Lérmontov, 2009,
p. 74). Aún más, luego de darse cuenta de que ya no está enamorado de Bela, él mismo se ve como
una víctima del destino que no le permite enamorarse, que lo ha obligado a vivir como desdichado
(Mersereau, 1960).
El destino también es un tema recurrente a lo largo de su diario. Acá, Pechorin, en sus
momentos de tristeza, sufrimiento, aburrimiento o de explosión de sentimientos, siempre se entrega a
la idea de que el destino es el que lo está castigando: “siendo todavía niño, una vieja le predijo a mi
madre mi futuro” (Lérmontov, 2009, p. 167); “recuerdo todo mi pasado y, sin querer, me pregunto:
¿para qué he vivido?, ¿con qué fin nací? Seguro que había un fin y seguro que estaba destinado para
algo sublime” (Lérmontov, 2009, p. 175); “Es posible –pensaba– que mi única función en el mundo
sea destrozar las esperanzas del prójimo? Desde que tengo uso de razón, el destino siempre me ha
llevado a intervenir en el desenlace de los dramas ajenos, como si a la hora de morir o caer en la
desesperación, nadie pudiera hacerlo sin mi actuación. Era siempre el personaje imprescindible del
quinto acto; involuntariamente siempre tenía el triste papel de verdugo o traidor. ¿Con qué propósito
me haría esto el destino…?” (Lérmontov, 2009, p. 153). Incluso cuando va a asesinar a alguien nos
habla del destino: “quería tener pleno derecho a no compadecerme de él si el destino me agraciaba.
¿Quién no ha hecho pactos de este tipo con su conciencia?” (Lérmontov, 2009, p. 182).
Igual ocurre en el Tamán, donde juega con la idea del destino: “Me sentí triste. ¿Por qué el
destino me había llevado al apacible mundo de unos honrados contrabandistas?” (Lérmontov, 2009,
p. 108). Al leer todo el capítulo nos damos cuenta que esta invocación del destino es casi que irrelevante
si tenemos en cuenta todas las decisiones que Pechorin tomó a pesar de las persistentes advertencias:
31
“Whereas Pechorin might with some justification have accused fate of having brought him to Taman,
he had only himself to blame for his introduction into the circle of smugglers and the outcome of his
experience with them. He could easily have avoided the threat to his life had he not "resolved to find
the key to this riddle" and spied upon the activities of the blind boy and his accomplice” (Mersereau,
1960, p. 141).
De esta manera, a partir de Kniazhná Mary y Tamán, podemos ver que Pechorin, a pesar de que
evidentemente está actuando y tomando decisiones que no permiten hacer una sugerencia de la
intervención del destino, de cualquier manera él cree estar bajo el yugo inescapable de este. Está
condenado por un destino que lo hace sufrir, que lo hace actuar de esta manera específica: “when his
interference in the lives of others leads to tragedy, he assuages his conscience by putting the blame on
fate” (Mersereau, 1960, p. 143). Por lo que, el primer momento de su actuación, donde su peso
existencial lo lleva a actuar de una manera, se convierte, por una auto-determinación, parte de su
destino y de su identidad: es ahora el sufrido y el superfluo porque así lo ha dictaminado su destino. Y
esto lo ha descubierto a partir de su encuentro y estudio propio en su diario.
Esta atadura no significa otra cosa diferente que el asesinato de la posibilidad de un futuro. De
un futuro diferente y alejado de lo que su presente ya está siendo. Al entregar la explicación de su
actuar y sus pasiones a ese extraño destino que lo tiene condenado, no hay razón ni manera de cambiar
su actuar. Así, su vitalidad, su voluntad y su futuro perecen en sus propias manos, mientras él culpa al
destino de asesinar lo que él acaba de matar con sus dedos: “a belief in the power of fate is an act of
self deception, a convenient way to blame an exterior power for the tragic results of the exercise of his
Will” (Mersereau, 1960, p. 144).
Por su lado, en El Fatalista, último capítulo, el destino es el tema central. En este pequeño
capítulo observamos a Pechorin dudar y reflexionar sobre su relación con el destino y el libre albedrío.
Por ello, dice Mersereau (1960), que es este capítulo es el que debe estar en el final de la novela14.
Porque recoge esta idea clave: Pechorin al verse sufrir se mira y se impone este destino: se marca con
una A roja en la frente y todo el daño que causa y se causa a sí mismo es ahora inescapable, es ahora
parte de sí, de su identidad y de su historia, y no será capaz de huir de ello. Pero también parece que
esconde esta marca cuando le conviene.
14 La novela fue originalmente publicada por partes y escrita en diferentes momentos. El estudio de por qué se organizó de esta manera
en la versión compilada no había sido estudiada con tanto detenimiento. Mersereau es el primero que se acerca a la pregunta: ¿por qué
terminar una novela con esta reflexión filosófica sobre el destino cuando además ya conocemos que Pechorin ha muerto?
32
Si continuamos con el análisis psicológico de Pechorin, podemos concluir determinantemente
que este tiene una relación contradictoria con esta aceptación del destino. En la novela también vemos
que Pechorin se jacta de su libertad y de su posición en el mundo. Así, parece que Pechorin no cree
profundamente en la predestinación (pero tampoco la niega), ni reafirma siempre su libre albedrío,
aunque crea que lo haga. Lo que verdaderamente nos revela esta discusión interna que nos presenta
Pechorin a través de su diario y lo que ocurre a su alrededor, es que él cree plenamente en su libertad:
“estoy dispuesto a cualquier sacrificio, excepto ese; me jugaría la vida veinte veces, incluso me jugaría
mi honor a una carta… pero mi libertad no se vende” (Lérmontov, 2009, p. 167). Cree en su capacidad
de incidir sobre lo que hace y sobre lo que les ocurre a los otros: de hecho, ese es su constante juego.
Aún más, cree que, por su condición, por su identidad de hombre superfluo, de esteta alejado del
mundo, de desdichado, es aún más libre porque no sigue las reglas de esta aristocracia que lo rodea.
Pero, a su vez, Pechorin mismo niega esta libertad al culpar a la predestinación por sus sentimientos,
sus pasiones, sus arrebatos y su desdicha. Esto nos permite concluir algo nuevo sobre su personalidad:
Pechorin cree, por su identidad y por su ego, que es el más libre de todos los hombres: “–Figúrese,
querido doctor –dije–. ¡Cuán aburrida sería la vida sin tontos…! Fíjese en nosotros, personas
inteligentes que sabemos de antemano que sobre cualquier cosa se podría discutir eternamente (…);
una palabra es para nosotros una historia completa” (Lérmontov, 2009, p.122). Pero en realidad es el
que más está atado por su incapacidad de reconocer su papel en su propia formación de la identidad.
No puede existir un libre albedrío si de igual manera se culpa de algún tipo de injerencia
inevitable al destino, aunque sea en ocasiones particulares: “Free will is burdensome. If it exists, then
fate cannot be used to excuse one’s actions—you have to answer for everything you have done”
(Porus, 2016, p. 121). Esta es la idea a la que Lérmontov nos puede estar apuntando con todo este
movimiento circular del destino y Pechorin: nos revela esta nueva dimensión sobre la personalidad de
Pechorin para mostrarnos su cobardía para tomar en serio su existencia y su incapacidad de superar su
propia identidad: “The evidence of "Bela," "Taman'," and "Princess Mary" substantiates an
intepretation that Pechorin is undecided in his attitude toward fate. When life proceeds in such a way
as not to excite his conscience, he is pleased to believe that he is in command of his own and other's
destinies” (Mersereau, 1960, p. 143). Para mostrarnos esta nueva enfermedad del hombre superfluo de
la época. Del hombre nihilista en el que habría de convertirse por seguir este camino: “Pechorin rejects
fatalism in favor of free will, as this is more gratifying to his ego, but he refuses the burden of
responsibility. With the revelation of this moral deficiency, it becomes finally clear why his life is
essentially aimless and often destructive” (Mersereau, 1960, p. 145).
33
Su ego es lo que últimamente lo enceguece frente a su situación. Y lo que, sumado a lo anterior,
termina de condenar su posibilidad de futuro. Vemos que Pechorin se siente condenado a ser lo que
es. Se siente como un ser que es insuperable. Pero, además de condenado, también se siente como el
hombre en su última etapa. Piensa que ha llegado a su máxima expresión. Y por ello ya tampoco debe
cambiar: ¿para qué si ya se ha acercado a algún tipo de perfección? Cree que todo el mundo lo quiere,
que inmediatamente se enamoran de él. El mundo es monótono y dominable para su ser superior. Y
más que todo su inteligencia también ha sido maximizada. En este punto hasta Lérmontov parece
darse algún tipo de licencia para hacer explícita su burla a esta condición de creencia de superioridad
de los intelectuales aristócratas de su época:
He aquí como nos conocimos Verner y yo: lo vi por primera vez en S…, entre una bulliciosa
multitud de jóvenes. Al final de esa velada, nuestra conversación tomó un giro filosófico–
metafísico; se hablaba de las convicciones y cada cual tenía las suyas.
–¿De qué se trata? –le pregunté con el deseo de conocer el pensamiento de aquel hombre que
había guardado silencio hasta entonces.
–Estoy convencido –persiguió– de que, antes o después, una buena mañana, moriré.
–Pues yo voy más allá –le dije–, además de ésa, tengo la convicción de que una tarde odiosa
tuve la desgracia de nacer.
Todos opinaron que no decíamos más que sandeces, pero verdaderamente ninguno de ellos
dijo nada más inteligente. En ese momento, nos distinguimos el uno al otro, entre toda la
multitud. Nos encontramos a menudo, paseábamos y hablábamos muy seriamente sobre temas
abstractos, hasta que dábamos cuenta de que nos calentábamos la cabeza el uno al otro
(Lérmontov, 2009, p. 121).
La naturaleza del diario también nos revela esto. Constantemente hay un tono de orgullo en sus
conquistas y su actuar y su indiferencia. Lo que nos demuestra, de nuevo, ese punto de superioridad
que no quiere sobre pasar. Ya está totalmente sumergido en este ser superfluo. Ya no hay manera de
cambiar. Ya no hay futuro para él: “¿A qué aspiro? ¿Qué espero del futuro?... En realidad, nada en
absoluto” (Lérmontov, 2009, p. 167). Así, es incapaz de pensar en un futuro más allá de lo que es,
estará entregado al vacío y a la nada por su eternidad. Por lo que, por más que lo reclame, por más
que este hombre superfluo se piense como el que está en la mayor libertad, como cree Pechorin, es el
menos libre de todos. Al afirmar su libertad de esta manera, lo único que está haciendo es reafirmar
su identidad de condenado porque no tiene necesidad de superación, no cree que haya una mejor vida
con mayor valor y vitalidad. Y, por lo tanto, este movimiento interno solidifica más su actuar y su
sufrimiento en un lugar donde para su ser será imposible de extirpar.
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De esta manera, Lérmontov nos ha construido un camino para entender a Pechorin. Es un hombre
con una carga existencial. Con un hastío, un aburrimiento y un displacer constante. Para enfrentarlo,
se entrega a sentimientos, actos y pasiones vacías (sobre esto también se expandirá en la octava
sección). Estos actos vacíos solo le traen una enfermedad mayor. Al verse atrapado en este infinito
sufrimiento, acude, cuando le es beneficioso, al destino como manera de encontrar un culpable. Un
culpable que, en últimas, es él: su constante pensar de donde surge este sufrimiento y para qué y su
regular pensamiento sobre la culpa que tiene sobre su subsecuente sufrimiento lo llevan a reafirmar
su condición de hombre superfluo condenado. Y Pechorin parece de alguna manera ser consciente de
esto, confirmando el papel que juega su propio ser al entregarse esta identidad por la culpa que siente:
“El alma, tanto en su sufrimiento como en su alegría, rinde cuentas de todo a sí misma y se convence
que así debe ser; ella sabe que sin tormentas, expuesta al eterno ardor del sol, se secaría. El alma se
impregna de propia vida, se cuida con ternura y se castiga a sí misma como a un hijo querido. Sólo en
este estrato superior de autoconocimiento, el hombre puede valorar la justicia divina” (Lérmontov,
2009, p. 146-147). Pero, Lérmontov no nos deja con una sola dimensión de Pechorin: nos muestra
que él tampoco está convencido de su destino. Y también cree en su libertad. Algo que funciona como
una forma de ahondar su tumba al ser esta libertad una ilusión porque lo único que hace es reforzar,
en su interior, esta idea del hombre superfluo, del hombre superior, del hombre que sufre
constantemente. Todo lleva, en conclusión, a que una identidad se incruste en el alma y el cuerpo de
Pechorin y no lo deje escapar de esta. Y esta es la respuesta que nos da Lérmontov a las preguntas
¿por qué es el hombre superfluo de esta manera? ¿De dónde viene su actuar? ¿Por qué no puede
superar su hastío?: se ha inmerso en esta situación imposible de superar.
Esta lucha interna de Pechorin, su sufrimiento y castigo propio, y la imposibilidad de su salida de
su identidad, la podemos entender mejor y la vemos reflejada en el análisis de Nietzsche sobre el ideal
ascético en el tercer tratado de La genealogía de la moral. Esto nos sirve como herramienta para dar cuenta
de la profundidad y el camino que Lérmontov parece querer tomar al hacer este estudio psicológico
de Pechorin. Para ello, se ha de presentar esta caracterización del ideal y los valores ascéticos, su origen
y sus consecuencias.
Hay una carga existencial que parece inescapable. Hay una enfermedad primigenia, dice Nietzsche,
que todos sufrimos. Sufrimos por nuestra incertidumbre, por nuestra indeterminación, por nuestra
inseguridad. Y, aún más, buscamos una justificación para este sufrimiento (exactamente como sufre y
busca una respuesta Pechorin). Sin justificación el sufrimiento parecería inescapable y la depresión la
regla de vida. Ante este vacío hay una búsqueda por un remedio que permita la desaparición del
35
displacer, de la depresión, del dolor anímico. Nietzsche percibe que ante nosotros se presentó una
única salida, un único remedio: los valores ascéticos.
El proponente de estos valores, el sacerdote ascético, entra en la historia para dar una salida y una
explicación al origen del sufrimiento humano. El sacerdote parece entender que tiene una tarea en el
mundo, que es ayudar a consolar y llenar el vacío existencial. Para acabar con este sentimiento de
displacer, el sacerdote ascético presenta ante el mundo varias curas, que Nietzsche divide en dos: las
inocentes y las culpables. Las inocentes son cuatro: primero, la cura ‘estoica’. Esta es, combatir este
displacer “con medios que deprimen hasta su más bajo nivel el sentimiento vital en general. En lo
posible, ningún querer, ningún deseo más; evitar todo lo que produce afecto, todo lo que produce
‘sangre’” (Nietzsche, GM, III–§17). La segunda es la actividad maquinal (la “bendición del trabajo”, la
rutina). La tercera, la que Nietzsche llama pequeñas alegrías, es, en pocas palabras, generar alegría a los
otros para sentir satisfacción propia. Y, por último, el sacerdote también descubre el poder de la
formación de un rebaño. Estas son las primeras e inocentes curas que el sacerdote prescribe a los enfermos,
para que puedan acallar su hastío y llenar su vacío.
Pero el sacerdote aún tiene una cura más a presentar: el desenfreno de los sentimientos. Esta cura, la
cura culpable, es central para el entendimiento de la relación del sacerdote con el resto de la
humanidad, las verdaderas consecuencias de los valores ascéticos y el origen psicológico de la
actuación de las personas. ¿En qué consiste esta cura? A los que sufren de displacer y depresión se les
permite tener una explosión de sentimientos que los puede ayudar a contrarrestar el displacer al ser
un “eficacísimo medio de amortiguación, contra la sorda, paralizante, prolongada condición dolorosa”
(Nietzsche, GM, III-§19). Todos somos capaces de tener estas explosiones de sentimientos y de
grandes afectos (de cólera, temor, voluptuosidad, triunfo, venganza, etc.). Y cuando estos ocurren
logran que la personas se olvide de su situación dolorosa y de tristeza, y le permite huir de su condición
“al menos temporalmente” (Nietzsche, GM, III–§20).
Pero el punto importante es que este desenfreno se cobra en forma de sentimiento de culpa: de
autoincriminación, de auto-sufrimiento. El sacerdote ascético usa una herramienta psicológica
poderosa para esto: el redireccionamiento del resentimiento. El resentimiento que en algún momento estuvo
dirigido hacia el exterior, hacia el fuerte, por ejemplo, se redirecciona hacia el yo. De esta manera, la
persona intenta huir a partir del desenfreno de los sentimientos y lo único con lo que se encuentra al final es
un sentimiento de culpa multiplicado (al igual que le ocurre a Pechorin). Con esto, el sacerdote logra
sistematizar el actuar: “el ideal ascético y su culto sublimemente moral, esa ingeniosísima,
despreocupadísima y preligrosísima sistematización de todos los medios del desenfreno del
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sentimiento bajo la protección de propósitos santos se ha inscrito de un modo terrible e inolvidable
en la historia entera del hombre; y, por desgracia, no solo en su historia” (Nietzsche, GM, III–§21).
Puede que estas curas las haya prescrito el sacerdote “creyendo profundísimamente en la utilidad,
más aún, en el carácter indispensable de la misma” (Nietzsche, GM, III–§20) porque tan solo estaba
pensando en adormecer un dolor y no curar la enfermedad. Pero este sacerdote da un paso adicional,
y se da cuenta del poder que le puede representar este sentimiento de culpa. Esta reinterpretación del
sufrimiento le permite construir un círculo vicioso y una extensión de su influencia. Al convertir en
enemigos propios a cada uno, primero existe una carga de deuda (de culpa) que la persona siente al
incurrir en este desenfreno. Pero, con cada desenfreno, la explosión de sentimientos debe ser mayor,
por lo que esta deuda se convertirá luego en una carga tan enorme que será imposible de pagar. Y al
ser tan tanto el peso impuesto que se llega a que este animal encerrado se conciba ahora como
“pecador” (Nietzsche, GM, III–§20). Y queda acá encerrado, con la necesidad del sacerdote y la culpa
como representación del ideal ascético por siempre en su interior. Y esto se convierte en su búsqueda
y su identidad, encerrando así todos los aspectos de su existencia bajo está lógica ascética: “el enfermo
se ha convertido en ‘el pecador…’. Y ahora no nos libramos del aspecto de ese nuevo enfermo, ‘el
pecador’, durante algunos milenios –¿no nos libraremos alguna vez?–, mírese a donde se mire, en
todas partes aparece la mirada hipnótica del pecador, que se mueve siempre en una sola dirección (en
dirección a la ‘culpa’, considerada como causalidad única del sufrimiento)” (Nietzsche, GM, III–§20).
Con esto su devenir, su posibilidad de experimentación en el mundo y su mirada han sido cercenadas.
Como le ocurrió precisamente a Pechorin por su relación con el destino y la carga autoimpuesta del
alma.
Esto significó, según presenta Nietzsche, una desvalorización completa de la vida, con enormes
consecuencias fisiológicas y vitales. En la siguiente sección se estudiará esto más a fondo. Pero
podemos mencionar que la victoria del ideal ascético significó, además de esta pérdida del futuro y de
la posibilidad de escapar de este estado de “pecador”, una muerte de la fortaleza del ser. Para
Nietzsche, esta victoria del ideal ascético fue una victoria de la metafísica, del alma frente al cuerpo,
de la valoración de la vida después de la muerte, y la desvalorización de la vida en la tierra. Ha
significado la pérdida de la potencialidad, de la vitalidad. Es decir, una victoria de la degeneración del
poder fisiológico y vital del ser humano. Y con ello, la imposibilidad de la superación de esta situación
si no se arranca y se destruyen completamente estos valores. Y esto lleva al cansancio del cuerpo, a la
negación de la importancia y sentido a la vida en la tierra. La misma carga existencial con la que carga
Pechorin y lo llevan a ser este hombre superfluo y que lo llevan a perder su posibilidad de futuro:
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“Although we have seen Pechorin reveal himself over time, there is no possibility that he will ever
change; he is trapped in a moment that is simultaneously the end and the beginning. It turns out, then,
that both the terms in the novel’s title denote absences: A Hero of Our Time is not only devoid of a
definite ‘hero’—it is also devoid of ‘time’” (Stanton citada por Kahn et al., 2016) (Kahn et al., 2016,
p. 463).
Por lo que esta victoria del ideal ascético y la auto imposición de la identidad de pecador cercena
y vacía la posibilidad de futuro. Al estar encerrados, justifican y perpetúan su sufrimiento y, por lo
tanto, su condición de pecadores. El sacerdote ha dado con una fórmula que ha encerrado en la nada
al ser: le ha impuesto un destino: el destino de vivir como ‘el pecador’. Esto es lo mismo que le ocurre
a Pechorin: después de buscar su salida en el desenfreno de los sentimientos, por la carga en su alma,
se voltea al destino para entender su actuar, y allí queda encerrado, no cree posible su salida.
Nietzsche demuestra la amplitud e influencia inimaginable de este ideal ascético al hablar de las
posibles salidas a este. Se ha asegurado que los científicos y una nueva ola de rebeldes y ateos son la
antítesis de este ideal ascético. Son los que pudieron escapar. Pero Nietzsche nos frena, asegura: “¡No!
No se me venga con la ciencia cuando yo busco el antagonista natural del ideal ascético” (Nietzsche,
GM, III–§25). ¿Por qué no es la ciencia la respuesta? Porque esta aún se encuentra atada al ideal
ascético por su búsqueda compulsiva por la verdad y su valor absoluto, y su búsqueda por la
objetividad, que los lleva a la búsqueda de una verdad metafísica, al igual que el ideal ascético. Es decir,
por su Voluntad de Verdad. Es esto lo que aún los ata y, sin que se den cuenta les quita la libertad que
creen habían alcanzado: “ambos, ciencia e ideal ascético, se apoyan en efecto, sobre el mismo terreno
(…): a saber, sobre la misma fe en la inestimabilidad, incriticabilidad de la verdad, y por esto son
necesariamente aliados” (Nietzsche, GM, III–§25). Esto los convierte en “la forma más reciente y más
noble del mismo [ideal ascético]” (Nietzsche, GM, III–§23).
Estos científicos y estos últimos idealistas creen ser unos nuevos espíritus libres, pero son los
incrédulos entregados a un ideal que les ha arrebatado la libertad. Su limpieza intelectual, estos héroes
“libres, muy libres”, no son más que unos pequeños y falsos insurrectos que no se han dado cuenta
del nudo en el que están atados. Buscan revelarse sin saber a qué es lo que se revelan.
Estos valores ascéticos, terminan teniendo, para resumirlo de manera que nos permita completar
el análisis de la crítica de la novela, un triple movimiento: afecta el presente del hombre, al adentrarlo
a este círculo vicioso regido por la culpa; su posibilidad de futuro, al permitir que se nombre él mismo
como “pecador”; y su concepción de la realidad, al estar influenciando todo a partir de su sistema
moral, fisiológico, cultural, estético, donde el mundo ha quedado vacío y el alma es la única a salvar.
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Lo interesante es que este triple movimiento lo podemos ver a través del diario de Pechorin. Este
desenvolvimiento de los valores ascéticos y este movimiento internalizado están representados por
Pechorin de manera certera. Pechorin está engañado y no lo sabe. Pechorin descubre su sufrimiento
y reconoce de alguna manera su origen, pero no es capaz de huir verdaderamente y toma el camino
de los últimos idealistas. Toma el camino que se asemeja a los científicos. Y por eso asegura su libertad
y su inteligencia. Por eso cree que está por encima del resto, que ha logrado zafarse de los valores
sociales que lo rodean. Pero esto es falso. Y por ello continúa, en la gran mayoría de las páginas de la
novela, quejándose de su sufrimiento y su destino.
La victoria del ideal ascético significa una victoria del vacío. Ya con la muerte de Dios, esta
edificación moral, cultural, fisiológica, estética, etc., queda en las manos decididas del sacerdote, pero
en un contexto titubeante por la naturaleza arbitraria que se puede revelar. Este ideal, Nietzsche
presenta, en su arbitrariedad, significa la negación de la vida, de las fuerzas potencializadoras del cuerpo
y del potencial múltiple del ser. Ve el estancamiento, la posibilidad de llegar al último hombre, donde
este terminara de negar todo valor en el cuerpo, el mundo y la vida. Con vehemencia y su dura e
inflamada crítica, Nietzsche nos dice que estos valores son la destrucción más grande del hombre. Y
esta condena al vacío nihilista es a la que está enfrentado Pechorin: “[M]e dejé llevar por el señuelo de
pasiones vacías e ingratas, y de su crisol salí fuerte y frío como el hierro, más perdí para siempre la
llama de las nobles aspiraciones, lo mejor de la vida” (Lérmontov, 2009, p. 175). Y esto condensa la
crítica de Lérmontov al nihilismo. Este nihilismo a donde conduce es a la pérdida de la vitalidad y el
disfrute de la vida. Conduce a la condena insuperable del sufrimiento y el desenfreno de los
sentimientos. Lleva a la pérdida de cualquier futuro. Dirige, directamente, al final de los tiempos.
Pero, esta es solo la primera relación que explora Lérmontov: la relación con el yo. Se explora
como este nuevo “héroe” que ha surgido en Rusia ha cambiado o se ha visto afectado en su relación
consigo mismo y, por lo tanto, con su presente y su futuro. Pero, como reflexión filosófica, Lérmontov
debe hacer un análisis completo, esto significa explorar el resto de las relaciones que afecta el nihilismo
de su época. Por ello, el siguiente pilar que se estudia en la novela es la relación del ser con el mundo,
con la materialidad. Se hará, entonces, un estudio más detenido de esta preocupación fisiológica de
Nietzsche y mostrar como esto se construyó en la novela de Lérmontov.
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7
EL REENCUENTRO
CON EL MUNDO
El cuerpo, el mundo y la recuperación de la capacidad creadora
40
Como se presentó en la sección anterior, este ideal y esta estructura por la que está regida la época, ha
despreciado el cuerpo y la tierra por el valor supremo que le han dado al alma y su encuentro con la
verdad metafísica y la posibilidad de una mejor vida eterna después de la muerte. Así, lo que se
explorará en esta sección es, por un lado, la importancia del mundo –la naturaleza– y el cuerpo para la
crítica de Lérmontov al nihilismo. Y, por otro lado, para continuar con la comparación para el mayor
entendimiento filosófico de la novela, la relación entre los pensamientos y lo fisiológico en Nietzsche.
Con ello se buscará demostrar cómo este abandono del cuerpo es un movimiento que lleva al nihilismo
y al sufrimiento que ya se mencionó, y que al recuperarlo también se busca recuperar la fuerza creadora
que tiene y una posible verdadera cura a la enfermedad existencial.
Solo un artículo15 (en inglés) se dedica al análisis de la naturaleza en la novela de Lérmontov, y
esta se estudia a partir de su relación con el romanticismo (Marsh, 1988). Varios estudios han sido
escritos en ruso, uno de los cuales se recuperó16. Pero la verdad es que la naturaleza fue una salvación
y un catalizador esencial para Lérmontov en su vida, convirtiéndose, también, en un tema trascendental
a lo largo de la novela y toda su obra: “In Lermontov's poetry, there is a constant appeal to nature,
which helps to reveal the unity between the spiritual world of the lyrical hero and the world of nature”
(Sadovnikova, 2016, p.171).
Pero más importante: es esta naturaleza un canal literario para conducir las ideas y la crítica de
Lérmontov: para mostrar su preocupación sobre el presente y el futuro de su generación y la nación.
La naturaleza y su descripción es mucho más valiosa que por su belleza y forma de establecer el
ambiente de la obra: “Insertion of landscape description is frequent in A Hero of Our Time, but
describing its function as the provision of aesthetic pleasure, or sense of place, however beautiful or
geographically accurate the landscapes may be, does not sum up its role” (Marsh, 1988, p. 36). A través
de sus descripciones sobre la naturaleza y, particularmente, en las sutilezas y los cambios a la hora de
describir y darle una importancia filosófica y simbólica, descubrimos la preocupación que Lérmontov
tiene sobre la relación de los rusos de su época con el mundo17:
Nature in Lermontov's works has always been a symbol of freedom. In his poems and epics, he extolled
the nature of the Caucasus. Gradually, the content of lyrical works about nature became enriched. They
began to incorporate not only elegiac or patriotic motifs but also political motives and philosophical
reflections on important issues (Sadovnikova, 2016, p.172).
15 De los que se encontraron en este proceso de investigación. Aunque es cierto que hay otro donde se menciona la naturaleza. Pero esta
mención se hace en términos generales de la obra completa de Lérmontov, no como un estudio de la novela.
16 Después de entregar unos datos a una página rusa, se obtuvo acceso a un PDF –completamente en ruso– de tres páginas. Este pequeño
artículo fue traducido por varios medios y así se tuvo acceso a él.
17 Pensando en la intelligentsia, en el nihilista, en el racional y utilitarista.
41
A medida que los narradores van cambiando, la forma de descripción de la naturaleza (hasta
las decisiones lingüísticas y rítmicas) y la relación que cada uno tiene con ella va cambiando18. Marsh
(1988) hace un análisis detallado sobre los cambios en el lenguaje y el uso de diferentes combinaciones
de vocales y consonantes19 y la relevancia que tienen las descripciones de la naturaleza al ligarlas con
partes específicas del texto. Este estudio nos revela la detallada delicadeza y la profundidad –casi
obsesiva– que Lérmontov pudo haber tenido a la hora de pensar en este tema para la obra.
Pero, a pesar que estas herramientas literarias son interesantes y pueden ser muy provechosas,
el enfoque estará en Pechorin y su relación con el mundo, dado que en su conflicto y armonía con el
mundo natural se reflejan las exploraciones filosóficas de la obra.
Cada personaje tiene una conexión diferente con el mundo –vista a través de su relación con
la naturaleza–. El narrador y autor disfruta y es capaz de contemplar la naturaleza y usarla como una
inspiración:
Parecía que el camino condujera al cielo, pues, hasta donde alcanzaba la vista, éste ascendía
perdiéndose finalmente en una nube que descansaba, desde la tarde anterior, en la cima de la
montaña, cual halcón que acecha a su presa. La nieve crujía bajo nuestros pies; el aire se había
enrarecido tanto que dolía respirar; la sangre afluía constantemente a la cabeza, pero, a pesar
de todo, una placentera sensación se extendía por todas mis venas y sentía una especie de
alegría al encontrarme tan por encima del mundo. Era un sentimiento infantil, no lo discuto,
pero cuando uno se aleja de los convencionalismos sociales y se acerca a la naturaleza, sin
quererlo, se vuelve a convertir en niño; todo lo adquirido se desprende del alma y ésta vuelve,
de nuevo, a ser la que fue antaño y la que, seguro volverá a ser algún día (Lérmontov, 2009, p.
65)
Pechorin se encuentra lejano a esta actitud: “¡El mundo es un despropósito…! ¡La naturaleza
es estúpida, el destino una memez y la vida no vale un kopek!” (Lérmontov, 2009, p. 183). Pero, en
varios momentos de la novela también se logra reconocer que, a través de la naturaleza, Pechorin
encuentra una potencial manera de deshacerse de su identidad de hombre superfluo y de dejar de lado
esta actitud que ha tenido frente al mundo. Parece reconocer que la naturaleza, y la infinidad del
mundo, tiene algo misterioso e inspirador.
18 También se encuentran pistas sobre lo que Lérmontov percibía era la concepción del público general de la naturaleza. En algunos
momentos de la novela le habla directamente al lector y reconoce su general desconexión y apatía con la naturaleza: “Todo el equipaje
de mi carreta consistía en una maleta no muy grande que estaba, hasta la mitad, llena de notas sobre mi viaje por Georgia. Por suerte
para ustedes, gran parte de éstas había desaparecido, y la maleta con el resto de mis pertenencias, por suerte para mí, estaba a salvo”
(Lérmontov, 2009, p. 41). “Les libraré de la descripción de las montañas, de exclamaciones que nada expresan, de escenas que nada
representan, especialmente para aquellos que no han estado allí, y de las observaciones estadísticas que, voluntariamente, nadie se pone
a leer” (Lérmontov, 2009, p. 83).
19 “The vowel (e, i/y, o, yo) and consonant (l+n, l+sibilant/guttural) orchestration makes these lines conform to sound patterns unusual
in prose. An appeal is made to the reader's ear as well as to his visual perception. It also adds to the framing effects separating the
landscape from the surrounding narrative. The stress pattern and distribution of the words provide a poetic rhythm that almost scans.
In addition, some of the most memorable figurative language is associated with the landscape description” (Marsh, 1988, 41).
42
Lérmontov nos intenta mostrar la posibilidad y el potencial que tiene Pechorin. Aunque este
jamás logra superar su identidad, ante su alma condenada se presenta una posibilidad de salida y
superación. Pechorin claramente tiene unas características nihilistas, y propias de la intelligentsia, que
revelan que está atravesado profundamente por el ideal ascético también profundamente. Pero estas
características, en el capítulo El Fatalista, luego de que Pechorin vea el horizonte, las estrellas y la luna,
parecen desaparecer. Existiría, de esta manera, una forma de que Pechorin escape y supere su condena.
Esta posibilidad de superación se le presenta en forma de estrellas y la luna –el encuentro con la
naturaleza, con el mundo–, como ya le había ocurrido al autor mientras observa las montañas: “todo
lo adquirido se desprende del alma” (Lérmontov, 2009, p. 65). Por más que, como se presentó en la
anterior sección, su identidad parezca inescapable, Pechorin duda, por dos páginas, de ella: se le
presenta ante sí, y con ella su arbitrariedad y la posibilidad de superarla.
La naturaleza, el mundo, juegan acá como una especie de falla fenomenológica que le permite
a Pechorin reflexionar sobre su lugar en el mundo. Después de mostrar su lado más superfluo, donde
apuesta, casi que por puro aburrimiento, que Vúlich iba a morir esa noche y llevarlo al punto de probar
su suerte disparándose en la cabeza (“Escuche –dije– o se dispara ya, o cuelgue la pistola en su sitio y
nos vamos dormir” (Lérmontov, 2009, p. 196)), Pechorin vuelve a su casa. Y en este recorrido tiene
una primera gran reflexión:
Volví a casa por los callejones desiertos del poblado. La luna, llena y rojiza como el
resplandor de un incendio comenzaba a asomar tras el horizonte dentado que formaba la
línea de las casas; las estrellas brillaban plácidamente en el cielo azul sombrío, y me resultó
gracioso pensar que, antes, hombres tan eruditos pensaban que los astros intervienen en
cada una de nuestras pequeñas disputas (…). Y nosotros, sus lastimosos descendientes,
errantes por el mundo sin convicciones ni orgullo, sin placer ni temor –salvo por ese miedo
involuntario que nos oprime el corazón al pensar en el irremediable final–, nosotros no
somos capaces de grandes sacrificios, ni para el bien de la humanidad, ni siquiera para el
bien de nuestra propia felicidad, porque sabemos que esta es imposible y con indiferencia
pasamos de una duda a otra, como nuestros antepasados pasaban de un error a otro pero
sin tener la esperanza que ellos tenían, ni el placer incomprensible, aunque verdadero, que
encuentra el alma en su licha contra el hombre o el destino…
(…) [N]o me gusta concentrarme en ninguna idea abstracta. ¡Eso no lleva a ninguna
parte…! En mis primeros años de juventud yo era un soñador, me gustaba acariciar las
imágenes, ya lúgubres, ya radiantes, que alternativamente creaba para mí mi imaginación
inquieta y ávida. Pero, ¿qué ha quedado de todo ello? Sólo el cansancio, igual que tras una
batalla nocturna contra un fantasma, y un vago recuerdo lleno de tristeza. En esa lucha
inútil agoté el fervor de mi alma y la constancia de mi voluntad, tan necesaria para la vida
real; yo entré a formar parte de esta vida habiendo sobrevivido ya a ella en mi pensamiento,
y sentí hastío y asco como el que lee el burdo plagio de un libro que conoce hace ya tiempo
(…).
43
Dejé la metafísica a un lado y comencé a fijarme dónde ponía mis pies. La precaución fue
de lo más oportuna, pues estuve a punto de caer al tropezar con un bulto blando y grande
(Lérmontov, 2009, p. 198-199)
Al desglosar este pequeño monólogo podemos ver tres movimientos importantes en el interior
de Pechorin. El primero es la admisión del cambio que hubo a comparación de los antepasados que
tenían esa conexión con el mundo y su infinito. Son, ellos, ahora, la generación sin convicciones, sin
placer, sin temor. Este placer nacía, antes, del cielo, de las estrellas, de la lucha, del intento y el error.
Y esto se ridiculizó, se ignoró, se condenó. Esa posibilidad de armonía y conexión entre el mundo y el
yo resultó siendo gracioso, desintegrando así toda su capacidad de ser valioso. Al igual que la
posibilidad del intento, del experimento, del movimiento (contrario a la duda estática y teórica) se
pierde. Pechorin reconoce en su generación –incluyéndose a él– unas almas vacías, indiferentes y sin
esperanza. Lo segundo que podemos ver es que Pechorin reconoce en sí es la pérdida de la voluntad
y la vitalidad. El fervor de su alma se ha perdido. Dice que en algún momento pudo pensar en su
futuro, se sintió ávido y vital frente a la posibilidad. Pero esto ya ha muerto, ya ha desaparecido en el
hastío. Y, tercero y más importante, Pechorin deja la metafísica, deja de pensar, y tiene una conexión
física con su cuerpo y una conexión con el mundo que lo rodea. Contempló, fue consciente: se fijó en
sus pies. Es decir, en su camino. Evitó un obstáculo: un cuerpo de un cerdo muerto: un cuerpo al que
el hombre le ha quitado su posibilidad de ser. El dejar de lado la “metafísica” por un momento significó
una conexión con su vitalidad y la conexión entre el cuerpo y el mundo. Ya no existía una mente
simplemente observadora y que juzga. Entendió su conexión con los antepasados y, al mismo tiempo,
su posibilidad de no tener nada como parte inamovible de su ser ni nada que deba ser descartado.
Abrió su alma a la posibilidad. Entendió su vitalidad.
Y es este infinito del mundo el que le permite llegar a esta realización de que ha perdido su
libertad, su vitalidad y su vida (como ocurrirá también al autor con la montaña y a Pechorin con las
aguas de Narzán –este ejemplo se presentará más adelante con más detalles–). Ha caído en cuenta que
se ha entregado al aburrimiento, a la duda indiferente, ha renunciado a cualquier tipo de placer y temor:
“De la tormenta de la vida yo he sacado sólo algunas ideas y ningún sentimiento” (Lérmontov, 2009,
p. 178). La indiferencia frente al mundo ha ganado. De esta manera, Lérmontov logra hacer una
reflexión sobre Pechorin a través del mismo y sin una teoría desapasionada: nos muestra todo el
sufrimiento de Pechorin, su engaño propio, su identidad inescapable y el choque que tiene al
enfrentarse con el mundo. Toda esta reflexión se hace en una búsqueda por la existencia y sus
fundamentos. Y esto lo explora a través de esta conexión con el mundo. Es este encuentro el
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importante, el gran detonante. Y no es la primera vez que lo hace. Esta conexión es vital para
Lérmontov, por su historia con el Cáucaso y la relevancia que así toma en sus obras y en su búsqueda
filosófica:
Lermontov romanticized the quest for harmony in the world, through his aspirations, his
personal relationships, and his connection with the Heaven and Earth. This aspiration of the
soul to coalesce emotion and reason, to merge the preternatural and earthly, could be called a
divine gift, which he felt in himself from a very young age, and referred to as those “rays of
marvelous light.” (Sizemskaya, 2016, p. 103)
Esto se reafirma al leer que esta reflexión y el valor que pudo tener se abandona tres páginas
después. Cambiando su tono y actitud vuelve a asegurar: “No pude sacarle nada más: por lo general, a
Maxím Maxímich no le gustan las discusiones metafísicas” (Lérmontov, 2009, p. 203). Y “Me gusta
dudar de todo” (Lérmontov, 2009, p. 203). Y “El pecado ya está cometido, no hay nada que hacer; ¡no
evitarás tu destino!” (Lérmontov, 2009, p. 202).
Así, Lérmontov presenta la naturaleza como esa posibilidad de salvación del vacío, de la
liberación propia: “Pechorin shares some of the escapist and idealistic aspirations of the fictional
author” (Marsh, 1988, p. 39). Mostrando al mismo tiempo la imposibilidad de salvar a Pechorin de su
propia convicción. Y mostrando la naturaleza de la relación de Pechorin con el mundo. Lérmontov
parece observar una oposición entre el ser y el mundo. Esta se busca borrar, acabar, dado que se
reconocen dos cosas: un valor intrínseco en el mundo, donde este parece tener un valor infinito,
inconmensurable; y el encuentro de ambos. En esta relación hay una liberación de estos valores del
hombre superfluo. Lérmontov busca mostrar los beneficios del deseo de esta armonía entre el ser y el
mundo para su propia liberación, para deshacerse de estos valores degenerativos. El mundo tiene ahora
su propio valor, algo que pierden los intelectuales y nihilistas de su época y la siguiente generación. Y
a través de esta renovadora relación, superar el ser, permitiéndole disfrutar como un niño,
permitiéndole que se fije en los convencionalismos sociales en los que se encuentra. Y así, que pueda
reafirmar su vida y su camino: “It is a protest against the oppression of the personality, of its need for
freedom of expression in order to have harmony between itself and the world” (Sizemskaya, 2016, p.
111). De esta manera, lo que busca Lérmontov es recuperar y presentar un nuevo entendimiento del
mundo: “it offered a way of understanding humanity’s relationship with the earthly and the divine,
where the poles of God and man gravitate toward unification” (Sizemskaya, 2016, p. 106).
Esta misma potencialidad que ve Lérmontov, la ve Nietzsche en el cuerpo y en el encuentro
con la tierra. Especialmente esto lo podemos observar en las dos primeras partes de Así habló Zaratustra.
Estas partes no solo están plagadas de metáforas que utilizan el mundo y la naturaleza como símbolos
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de libertad, de posibilidad de superación y de renovación (como la que se encuentra a manera de
epígrafe en esta sección) sino que el cuerpo mismo tiene una importancia clave en la superación que
Nietzsche quiere proponer a través de Zaratustra.
La historia de la pérdida de la importancia del cuerpo –aún más, del desprecio del cuerpo– es
importante porque nos revela la concepción del cuerpo que tenía Nietzsche, la relación general de las
personas con su cuerpo en la época y nos da una especie de genealogía de su abandono. Tanto en La
genealogía de la moral como en Así habló Zaratustra, esta historia se puede reconstruir. Y así empieza:
todos, como ya vimos, nos enfrentamos a un padecer existencial constante. Pero este padecer no es
exclusivamente del alma, como hemos creído. Es en el cuerpo donde se halla el sufrimiento, el
desespero, el cansancio. Este temor existencial no fue del alma, fue del cuerpo. Y, por lo tanto, la
necesidad y decisión de huir fue de él, no del alma:
“¡Hermanos míos, creedme! El cuerpo fue el que renegó de la tierra: él oyó que le hablaban las
entrañas del ser. Y entonces quiso meter la cabeza a través de los últimos muros. Y no solo la cabeza.
Quiso pasar a ‘aquel mundo’. Pero ‘aquel mundo’ permanece muy oculto a los ojos del hombre, aquel
inhumano mundo deshumanizado no es sino una celestial nada; y en las entrañas del ser no le
declaran nada al hombre, al no ser en forma de hombre” (Nietzsche, Za, p. 30).
Él sintió el peso que llevaba encima y huyó, dejó todo al alma, donde creyó encontrar una posibilidad
de una cura. Le entregó la supremacía y el liderazgo al alma. Este primer momento de la historia ya
nos revela algo importante: la capacidad, la decisión y el poder que tiene el cuerpo: “Más razón hay en
tu cuerpo que en tus pensamientos más sabios. ¿Quién asegurará que el cuerpo no pueda prescindir de
la mejor sabiduría?” (Nietzsche, Za, p. 34); “el cuerpo es una gran razón, una enorme multiplicidad
dotada de un sentido propio, guerra y paz, rebaño y pastor” (Nietzsche, Za, p. 33).
En este primer momento, entonces, ha ocurrido algo importante: el cuerpo se ha entregado y
por ello su imagen se convierte en la de un cuerpo decadente, decaído, cansado. Y el alma entiende
que acá no hallará su salvación: al ver este cuerpo moribundo, y el entender su nuevo rol, se empieza
a rechazar todo lo material porque es perecedero, pesado y causa del sufrimiento. El alma, entonces,
voltea su mirada y encuentra la salvación en el más allá, fuera de la materialidad y de la tierra. Y entiende
que la única manera en la que va a alcanzar esta vida después de la vida es a través de lo que cree
imperecedero: ella misma. Por lo tanto, el alma empieza a rechazar todo lo que la haga sufrir, o errar,
dado que esto no es importante: lo importante está en el más allá: “Enfermos y moribundos fueron
los que despreciaron el cuerpo y la tierra, e inventaron las cosas celestes, y las gotas de sangre redentora.
¡Y hasta esos sombríos venenos los sacaron del cuerpo y de la tierra!” (Nietzsche, Za, p. 31). El cuerpo
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se convierte cada vez más en un estorbo, en lo indeseable. Y el alma, que antes era tan solo una pequeña
expresión del poder del cuerpo, ha tomado la supremacía en nuestra existencia.
Esto se traduce en que terminamos rechazando y avergonzándonos de toda la potencialidad
del cuerpo, del instinto, de lo terrenal. Se termina aceptando completamente el ideal ascético y el
desprecio por el resto: “En consecuencia, sentís odio contra la vida y contra la tierra. Un inconsciente
envidia se transparenta en vuestro mirar torvo. Pero yo no sigo vuestra ruta, despreciadores del cuerpo.
¡Para mí no sois el puente que conduce al Superhombre!” (Nietzsche, Za, p. 35).
Pero lo cierto es que esto, en los ojos de Nietzsche, ha sido el error más grande porque ahora
el alma ha quedado atrapada en sí misma. Pero ella es, a comparación del cuerpo, una fuerza mínima,
débil, un engaño; el alma es tan solo “un suceso en el cuerpo” (Cifuentes, 2000, p. 191): “Tu pusilánime
razón, hermano mío, es también un instrumento de tu cuerpo, y a eso llamas espíritu: un instrumentito,
un juguetillo a disposición de tu gran razón” (Nietzsche, Za, p. 33).
El alma, al tener la mirada fijada en un solo punto (la vida después de la vida y la verdad
metafísica) y al rechazar el resto (el cuerpo y el mundo) se convierte en algo singular, unidimensional,
donde, retomando lo presentado en la sección anterior, pierde toda posibilidad de cambio, de
superación, de futuro: “¡Ay! ¿Se aproxima acaso el tiempo en que el hombre no podrá ya disparar las
flechas de su anhelo más allá del hombre mismo, y la cuerda de su arco no podrá ya vibrar? (…) ¡Ay!
Se acercan sin duda los tiempos en que ya no podréis dar a luz estrellas danzarinas ” (Nietzsche, Za,
p. 13).
Ha quedado en el poder la parte débil y ha rechazado la parte de más importancia e influencia.
Así, el cuerpo se ha olvidado de su poder, ha quedado reducido y los sentimientos, la electricidad, los
impulsos que lo atravesaba están en peligro de dejar de existir.
Ahora bien, para que la conexión con la novela tenga sentido, debemos agregar también la
tierra, el mundo, la naturaleza. Nietzsche en varios pasajes parece complementar estas ideas expuestas
sobre el cuerpo con la inclusión de la tierra. Es decir, como si esto se extendiera a su concepción de la
tierra. Por supuesto esta no va a tener la misma importancia que el cuerpo. Pero es en la tierra que este
cuerpo recobra su influencia e importancia. Sin mundo esto no sería posible. Por ello, en el reclamo
por el cuerpo, el reclamo por el desprecio que ha existido al resto de las cosas perecederas que no son
el cuerpo –todo el mundo– también se hace con vehemencia:
También vosotros amáis la tierra y lo terrenal, ¡demasiado os conozco! Mas hay de vergüenza en vuestro
amor y mala conciencia ¡Os parecéis a la luna! A que despreciéis la tierra se ha persuadido vuestro espíritu;
pero no a vuestros intestinos, que son en vosotros lo más fuerte. (Nietzsche, Za, p. 31).
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El yo no habla con honradez creciente; y cuanto más llega a conocer, tanta más palabras encuentra para
honrar al cuerpo y a la tierra. El yo me ha enseñado una nueva soberbia, la que yo predico a los humanos:
¡Dejad de esconder la cabeza en el polvo de las cosas celestes, llevad alta la cabeza, una cabeza terrena que
es la que crea el sentido de la tierra!” (Nietzsche, Za, p. 31).
“Esos ingratos imaginaron entonces que se habían apartado de sus cuerpos y de esta tierra. Pero ¿a
quién debían los estremecimientos y delicias de su éxtasis? ¡Al cuerpo y a la tierra!” (Nietzsche, Za, p.
31).
De esta manera, podemos ver que ambos, el cuerpo y la tierra, han sido relegados y el desprecio
de ambos se protesta porque, en su interacción, son importantes para lo que quiere lograr Nietzsche:
la superación. Si lo pensamos de manera más práctica, el cuerpo no serviría de nada si aún seguimos
rechazando el mundo, dado que el cuerpo está en constante relación con este. De allí nace la fuerza
creadora del mundo también:
“This, as Nietzsche instructs us, we must love the Earth as a creator. Such a creativity is the
appropriation of earth as a ground of human existence, not to be utilized merely according to the
precepts of mechanistic, technocratic rubrics, but to be loved for the bounty which it offers, for
the chance that is gives us to ripen, to reach the peaks of our existence” (40).
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desgarradas. El yo no habla con honradez creciente; y cuanto más llega a conocer, tanta
más palabras encuentra para honrar al cuerpo y a la tierra. El yo me ha enseñado una
nueva soberbia, la que yo predico a los humanos: ¡Dejad de esconder la cabeza en el
polvo de las cosas celestes, llevad alta la cabeza, una cabeza terrena que es la que crea
el sentido de la tierra! (Nietzsche, Za, p. 31).
Y de esta manera poder alejarse del papel, en este caso, de pecador, y alejarse de los valores
ascéticos porque su arbitrariedad se vería de manera clara y lo que se ha desperdiciado, la vitalidad y la
felicidad y los sentimientos también se volverían evidentes, porque es desde el cuerpo y el mundo de
donde surgen: “Esos ingratos imaginaron entonces que se habían apartado de sus cuerpos y de esta
tierra. Pero ¿a quién debían los estremecimientos y delicias de su éxtasis? ¡Al cuerpo y a la tierra!”
(Nietzsche, Za, p. 31).
Al leer la Voluntad de Poder como un elemento ontológico de Nietzsche también podemos
ver esto reflejado. La Voluntad de Poder es la que ha permitido todo el movimiento en la historia. Y,
aún más, ha permitido el movimiento interior. Esto muestra la complejidad interior que puede existir,
dado que la lucha de poder también ocurre y con ella la posibilidad de cambio y de la multiplicidad y
del ensayo: “Solamente hay voluntad allí donde hay vida: pero no voluntad de vida, sino –tal es mi
doctrina– ¡voluntad de poder!” (Nietzsche, Za, p. 123). Al volver a reconocer esta complejidad,
podemos entender la fuerza tan grande que tiene el cuerpo: es una fuerza ontológica. Una fuerza de
creación, una fuerza invaluable para la existencia. Así, la estabilidad se ataca y quedamos con lo que
quiere Nietzsche: la potencia. La creación. La multiplicidad.
De nuevo, para que la relación con El héroe de nuestro tiempo quede más sólida, debemos hablar
del mundo. El mundo, en este caso, también es una fuerza creadora. Y este poder del mundo se
entiende solo en el momento que se ha reconocido el poder del cuerpo. Por lo que van unidos. Pero
inseparables. Por lo que el mundo, como ocurre en la novela y en la obra en general de Lérmontov, es
la estimulación, es parte esencial del poder de cambio:
En consecuencia, el filósofo no es ajeno a cualquier estímulo del mundo, dicha percepción le
posibilita, al que ensaya, poder transitar o reordenar su cuerpo y, así, ir hacia abajo y, sobre todo,
hacia adentro de lo que le interesa al hombre del conocimiento: la animalidad primigenia que circula
por las venas de la «regla» hombre, porque también la lleva el hombre del conocimiento en su
propia carne (Cifuentes, 2000, p. 206).
Y es precisamente este movimiento que nos presenta Lérmontov a través del encuentro de
Pechorin con el mundo. Como vimos, la naturaleza, para Pechorin significa una oportunidad de
superación, una posible recuperación de la vida que reconoce haber perdido. Es una salida de su ser
superfluo y ascético al que está completamente atado. Una salida del vacío. Es este reencuentro muy
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importante para Lérmontov, al igual que para Nietzsche: porque acá se encuentra la potencial salvación:
“It is a protest against the oppression of the personality, of its need for freedom of expression in order
to have harmony between itself and the world” (Sizemskaya, 2016, p. 111); “The ability to experience
earthly feelings transforms the inner world of the demon and changes his attitude toward heaven”
(Sizemskaya, 2016, p. 108).
Así, podemos confirmar que ambos autores llegan al mismo punto: ver el mundo, lo material
y el cuerpo, como la fuerza creadora que se opone a esta metafísica vacía del alma. Y buscan recuperar
los instintos y la inocencia que permitiría recuperar el devenir. Por ello, extrañamente, Lérmontov
varios años antes también reclama en labios de Pechorin: “Sumergido en las frías y burbujeantes aguas
de Narzán, sentí que recuperaba las fuerzas físicas y espirituales. Salí del baño vigoroso y animado,
como si me dispusiera a ir a un baile. ¡Para que luego digan que el alma no depende del
cuerpo…!” (Lérmontov, 2009, p. 176; negrilla propia). Y, aún más, se encuentran en otro frente
importante que rodea este tema de la materialidad: la inocencia como una clave para esta superación.
Nietzsche presenta la fuerza de creación de la inocencia en dos partes de Z. La primera, en De las tres
transformaciones, donde el niño es la figura de la última y más importante metamorfosis. Y en La hora
más silenciosa, donde Nietzsche advierte: “de nuevo volví a oír, sin voz alguna: ‘es necesario que vuelvas
a ser niño, y desheches la vergüenza. El orgullo de la juventud está todavía en ti; tardaste en hacerte
joven, mas quien quiere hacerse niño tiene que superar incluso su juventud” (Nietzsche, Za, p. 159).
Al igual que Lérmontov, que nos dice, hablando del mundo y la conexión con el mundo: “cuando uno
se aleja de los convencionalismos sociales y se acerca a la naturaleza, sin quererlo, se vuelve a convertir
en niño; todo lo adquirido se desprende del alma y ésta vuelve, de nuevo, a ser la que fue antaño y la
que, seguro volverá a ser algún día” (Lérmontov, 2009, p. 65). Acá podemos ver toda la conexión
condensada: un alma atrapada en el convencionalismo social del momento que, al acercarse a la
naturaleza, se desprende de lo que era –el pecador, por ejemplo–, y vuelve a ser lo que en algún
momento fue y se espera, como espera Nietzsche, vuelva a ser. Que el ser vuelva a ese estado de
inocencia y creación y libertad y devenir y complejidad.
Esto lo podemos ver como una clara crítica al nihilismo, ahora desde otra relación vital del
humano: su relación con su cuerpo y el mundo. Lo que logra el nihilismo es la pérdida de significado
en el mundo y en el cuerpo y, con ello, logran vaciar completamente el mundo y todo lo material de
cualquier tipo de sentido o significado. Esto la novela lo muestra de tres maneras: el desprecio de la
naturaleza que tiene el público general, el desprecio que en algunos momentos tiene Pechorin sobre el
mundo y la naturaleza y a través de la posibilidad y potencialidad de la naturaleza y del encuentro del
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cuerpo (y, por lo tanto, del alma) con la naturaleza. Mientras que Nietzsche lo muestra al reclamar de
nuevo el cuerpo después de que este haya sido descartado. En el cuerpo y en el mundo ve la posibilidad
de recuperar el sentido de la vida en la tierra. El sentido de la vida material, algo de lo que ha sido
privado por las fuerzas nihilistas. Para, en últimas, recuperar la vitalidad, la posibilidad, el devenir y la
capacidad creadora en el mundo del cuerpo y el mundo mismo: luchar de frente contra el vacío.
En conclusión, tanto en la novela como en la obra de Nietzsche podemos ver este doble
movimiento como la crítica completa sobre las consecuencias que ha tenido el nihilismo en la relación
del ser con el mundo: el vacío en el que nos ha dejado el desentendimiento del mundo y del cuerpo y
la pérdida enorme que hay al dejar esta parte esencial de lado. Y, por aproximación, refuerza la crítica
presentada en la sección anterior: a partir de esta pérdida, podemos entender de manera más profunda
y con un elemento genealógico añadido, la pérdida del devenir y la entrega al inescapable ideal ascético.
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8
EL DESDICHADO, EL
AMOR Y EL OTRO
El otro y yo: entre el ocultamiento y el descubrimiento
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Lérmontov nos mostró la relación de este hombre superfluo con el mundo. En gran parte de la novela
también va a explorar una preocupación general que existió en las novelas posteriores y previas a El
héroe de nuestro tiempo: las consecuencias del nihilismo y la actitud general de los intelectuales de su época
en el trato sobre el otro y la banalización de la otra vida por parte del aburrimiento, la auto-condena y
estancamiento de las posibilidades del ser. Esto lo muestra Lérmontov a través de todas las relaciones
que Pechorin tiene y cómo este mismo reflexiona sobre ellas y nos la presenta a través de su diario.
Pechorin lo hace todo por aburrimiento, por desdén, por el simple hecho de irrumpir en el orden
normal. Así, nunca se enamora, se burla constantemente de todos y nunca se toma nada en serio a
pesar de las consecuencias.
Todas las relaciones de Pechorin, tanto amorosas como de amistad tienen dos naturalezas: o
comienzan a partir del deseo de Pechorin de forzar a alguien a establecer una conexión con él para
burlarse de ellos; o terminan en total indiferencia (o ambas). Excepto su amistad con Verner, que se
basa en su actitud mutua de indiferencia, apatía y completo aburrimiento:
Figúrese querido doctor –dije–. ¡Cuán aburrida sería la vida sin tontos…! (…) Lo triste nos
parece gracioso y lo divertido, triste, y, en general, sentimos bastante indiferencia hacia todo,
excepto hacia nosotros mismos (Lérmontov, 2009, p.122).
–¡Ya tenemos una trama! –grité emocionado. Del desenlace de esta comedia ya nos
ocuparemos. Está claro que el destino se encarga que no me aburra.
–Presiento –dijo el doctor– que el pobre Grushnitski será su víctima (Lérmontov, 2009, p.123).
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afortunadamente, él no se dio cuenta” (Lérmontov, 2009, p. 129). Así sigue su “amistad”. Grushnitski
parece escucharlo, confesarse ante él. Confía en que Pechorin lo ayude con la Kniazhná para poder
enamorarla. Luego de que Pechorin le quita los bailes con la Kniazhná, lo manipula y, por último,
enamora a Mary, Grushnitski lo descubre. Después de confrontarlo en público, Grushnitski lo reta a
un duelo. Duelo en el que Pechorin asesina a Grushnitski:
Finita la comedia –dije yo al doctor–. No respondió y se dio media vuelta, horrorizado. Me
encogí de hombros y me despedí cortésmente de los padrinos de Grushnitski. Al descender
por el sendero pude ver entre las hendiduras de las rocas el cadáver ensangrentado de
Grushnitski. Sin querer cerré los ojos… desaté al caballo y, al paso, me dirigí a mi casa. Mi
corazón era una piedra. El sol me parecía opaco; sus rayos no me calentaban (Lérmontov,
2009, p. 185).
Bela, por su lado, es un capricho. Y es la segunda persona con la que Pechorin está involucrado
directamente con su muerte. Bela es raptada y Pechorin, como un personaje de Dostoievski, se justifica
racional y utilitariamente al hacerlo:
¡[P]ara ser sinceros, un mal asunto! ¡Eso mismo le dije después a Pechorin, y lo único que me
respondió fue que una circasiana salvaje debería sentirse feliz de tener un marido tan amable
como él, ya que, según sus leyes, a pesar de todo, él sería su marido y porque Kázbich era un
bandido al que había que dar un buen castigo.
Muy pronto nos damos cuenta que el “amor” de Pechorin fue un simple acceso de impulsividad
y que, verdaderamente, luego de raptar, engañar, encerrar y despojar a Bela de su hogar, él no la quiere.
Se aburre, no siente nada real: “por algunos minutos muy dulces, daría la vida por ella, pero a su lado
me aburro” (Lérmontov, 2009, p. 75). Luego de su muerte, parece que en su ser nada cambia. Y solo
le queda una cosa: reír y continuar.
La Kniazhná Mary sufrió un destino parecido al de Grushnitski y Bela. Pechorin empieza a
planear su relación de esta manera: “en los últimos dos días he hecho grandes progresos:
definitivamente, la Kniazhná me odia” (Lérmontov, 2009, p.128). Al igual que Grushnitski, ella es
manipulada. Pechorin la enamora por capricho. Hasta que la destruye psicológicamente. Mary se
enferma y sufre constantemente porque Pechorin no quiere casarse con ella, porque Pechorin no se
ha entregado aunque diga que lo quiere hacer. Hasta que un día acaba con todo: “–Kniazhná –le dije–
, ¿sabe que me he burlado de usted? Sus mejillas se ruborizaron de dolor. –Por consiguiente –proseguí–
, no puede amarme…” (Lérmontov, 2009, 191). Algo que supo desde un principio, mostrando que
todo su camino fue un camino vacío, que esperaba, planificado: “con frecuencia me pregunto por qué
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me empeño en conseguir el amor de una jovencita a la que no quiero seducir” (Lérmontov, 2009, p.
145).
Lo que tienen en común todas las relaciones de Pechorin, es que estas siempre surgen a partir
del deseo propio: “contemplo las alegrías y las penas de los demás solo en función de mí mismo, como
si fueran el alimento que fortalece mi alma” (Lérmontov, 2009, p. 146). Es decir, lo único relevante
para Pechorin es su deseo personal. Y este deseo, normalmente, como ya se presentó en las secciones
anteriores, es salir del aburrimiento, entretenerse, alejarse de ese vacío existencial del que es víctima y
no puede escapar.
Lérmontov nos muestra que este hombre desdichado no crea solo desdicha propia, sino a todo
el que lo rodea. Es ya una cuestión de consecuencias para todas las almas que se acercan a él. Y más
importante, rastrea la causa de esta maldad, de esta acción, de esta burla, de este deseo infinito: el
aburrimiento y su indiferencia del mundo y los otros. Y de esta manera cree que es su única manera de
sobrevivir queda implementada en su forma inescapable de ser. Es lo que lo alimenta porque no tiene
fin. Y afuera de esta búsqueda ya no conoce nada, como un animal que al haber vivido toda su vida en
una jaula no puede imaginarse un árbol.
Esto lo podemos explorar más a fondo con la imagen del esteta de Kierkegaard y la rotación
de cultivos. Un concepto relevante en la filosofía de Kierkegaard es el aburrimiento. Este aburrimiento,
en últimas, debe ser atacado. Y el esteta, como Pechorin, lo logra al tener este estilo de vida
experimental: buscando el placer, persiguiendo constantemente lo que puede ser novedoso. Pero esto,
advierte Kierkegaard, no es más que estar tendido en el vacío, dado que esto no genera una solución
verdadera al tedio. De esta manera, hay una indiferencia frente a lo que existe porque todo se convierte
en un medio para la satisfacción, para rellenar ese vacío que constantemente vuelve a aparecer, parecido
a lo que se presentó a partir del ideal ascético. Por eso Pechorin es capaz de reflexionar sobre su actuar
infinitas veces, pero infinitas veces lo sigue reproduciendo sin saber porque. Entre la imposibilidad de
escapar del aburrimiento, Pechorin ha decidido tomar el camino de la búsqueda superflua e infinita.
Lo que lo lleva constantemente a la nada, a, como se mostró en la primera sección, una vida no-
auténtica, impropia, ligada a esta forma particular de ser. Esto genera, como ocurre en la novela, que
Pechorin esté dedicado a la planeación constante, al recuerdo insistente e inescapable, renunciando así,
como advierte Kierkegaard, al presente, al ser en el momento. Se entrega a la entretención. Pero esta
entretención cada vez es más complicada de obtener, cada vez se necesita más. Y para poder alcanzarla
se debe renunciar a la vinculación completa y plena con el presente. La existencia se convierte en
mantener un escondite donde el vacío desaparece momentáneamente.
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Así lo reconoce Pechorin, que, al igual que el esteta, monta toda su fachada superflua, y detrás
de ella se burla del mundo, de ríe en la cara de todos, y esto parece disfrutarlo. Pero el ético le reclama
y le advierte, que detrás de esa máscara no hay nada: “te empeñas en mantener tu escondite, y lo logras,
pues tu máscara es la más enigmática de todas; no eres nada, solo eres en relación con otros, y lo que
eres lo eres en esa relación” (Kierkegaard, 2006, p. 151). Por eso sufre constantemente. Porque se
esconde, Pechorin se vuelve enigmático frente a los otros, y lo disfruta: “pues yo nunca desvelo mis
propios secretos, pero me encanta que los adivinen” (Lérmontov, 2009, p. 123). Y de nuevo se advierte:
“supón, joven amigo, que no haya nadie dispuesto a descifrar tu enigma, ¿cuál sería entonces tu
aliciente?” (Kierkegaard, 2006, p. 152).
Este esteta, dice Kierkegaard, ante la total aceptación de su posición en el vacío es incapaz de
tomar una decisión. Su forma de existencia es el seguimiento de lo que se ha impuesto: lo cual es el
camino particular y del que no se puede desviar. Es decir, el único camino que puede llevar desde su
posición de desdichado, único y alejado del mundo. De esta manera, para Kierkegaard, surge la
indiferencia en el ser: “lo estético no es el mal, sino la indiferencia” (Kierkegaard, 2006, p. 158). Esta
falta de decisión, esta indiferencia total no permite que este hombre superfluo, este esteta, avance. Se
queda en una rueda sin salida, en un bosque de simple entretención: “Así transcurre tu vida. Has
desperdiciado la mitad de un año en esas deliberaciones, has contenido todas las fuerzas de tu alma
con energía admirable, pero después de eso no has avanzado un solo paso” (Kierkegaard, 2006, p.
156). Y esto mismo le ocurre a Pechorin. Nunca cambia, aunque las oportunidades se le presentan. Y
por ello nunca avanza, y termina igual de aburrido, aun con la convicción de que es este camino esteta
al que está destinado, al que no pude rehuir: “Y ahora estoy aquí, en esta aburrida fortaleza; con
frecuencia, al recordar el pasado, me pregunto a mí mismo: ¿por qué no acepté seguir el camino que
me ofrecía el destino, donde aguardaría serenas alegrías y tranquilidad espiritual? ¡No, no hubiera
podido soportar esa vida! Soy como un marinero que ha nacido y crecido en la cubierta de un bergantín
pirata: su alma está acostumbrada a las tormentas y batallas, y cuando se encuentra en la costa, siente
nostalgia y languidece” (Lérmontov, 2009, p. 192) . Y por ello su relación con los otros nunca cambia.
Y por ello Lérmontov nos muestra con tantos ejemplos y detalles esta actitud. Esta puede ser peligrosa
e inescapable. Acogida e inolvidable. General y aceptada.
Así como el ético advierte sobre la maldad que surge del aburrimiento y el vacío de la actitud
del esteta, Lérmontov parece apuntar a las mismas fallas y características en Pechorin. Y sus
consecuencias frente a la existencia: a su falta de autenticidad, a su pérdida del presente, a su entrega
56
al vacío y la nada. Y lo que esto conlleva para los otros por su relación con todos los hombres
superfluos que empezaban a aumentar en número en Rusia.
Pero, más allá de esta conexión inicial, al continuar explorando su relación con los otros,
también podemos ver a Pechorin como un observador de su tiempo que estudia y se burla con ironía
y ojos claros de los problemas de su tiempo, al mismo tiempo que lleva esta ironía al extremo, donde
ya se pierde en un gran vacío. Esto es lo que también ocurre con el esteta. Este doble movimiento de
la ironía que presenta Kierkegaard lo podemos ver reflejado en Pechorin.
Kierkegaard indica que hay un primer momento donde la ironía es una especie de herramienta
y una especie de liberación. Como una actitud diferente para poder enfrentar la existencia. Por lo que
en este primer momento hay un intento de reafirmación del yo frente a esa realidad que se ve como
una especie de jaula. La ironía, por lo tanto, permite separarse de la realidad observada y conservar un
sentimiento de libertad y consciencia sobre lo que está ocurriendo: "The great thing about irony is that
it splits things apart, gets us up above them so we can see the flaws and hypocrisies and duplicities (…)
Sarcasm, parody, absurdism and irony are great ways to strip off stuff's masks and show the unpleasant
reality behind it" (McCaffery, 1993, p. 147; citado por Den Dulk, 2012).
Pechorin, en los momentos que habla de su libertad la menciona con respecto a los otros, al
rechazo de lo que es la realidad a la que se enfrenta, en este caso, en Piatigorsk. Y está en un estado
irónico constante para replegarse y rechazar esta forma de vida que parece desestimar: “Amigo mío,
estoy horriblemente harto de esos círculos, de los de aquí y de los de afuera” (Lérmontov, 2009, p.
127); “sentimos bastante indiferencia hacia todo” (Lérmontov, 2009, p. 122). En general, su actitud
provocadora en los bailes, su decisión de ser rudo con Kniazhná Mary, no tener las visitas protocolarias
que dominaban la esfera social rusa y toda su relación con Grushnitski son prueba de esta actitud
irónica de Pechorin. Todas estas eran pequeñas batallas donde se rehuía a ser parte de esta realidad
que Pechorin veía como seria, aburrida e indeseable.
Pero ¿qué nos revela Pechorin sobre esta realidad a la que busca oponerse? En términos
generales, la seriedad, el abundante protocolo, la falta de profundidad más allá de estos juegos sociales
y el vacío en la arbitrariedad de estos. Lo mismo que Lérmontov ya había denunciado sobre esta
aristocracia en Masquerade: You are immoral, vain, and spineless. / You are but weak, wicked, and
godless. / You are the mirror of this age, / The modern glittering worthless page. / You’d want to
have a whole life in your possession, / But all the time you steer clear of a passion. / Possession—yes!
Sacrifice—no! / You wonder if I know you? Oh, yes, I do, I know... / You, Sir, may want to own all,
/ But cannot sacrifice at all! / You treat the heartless, prideless / People with some scorn, / and yet,
57
you ARE those people’s pawn” (Lérmontov, Masquerade, p. 58-59); “And say yourself a word / That
is all arbitrary in this world” (Lérmontov, Masquerade, p. 143); “Why am I seeking / Entertainment /
In the crowd? / It’s dazzling and it’s buzzing all around... My heart stays cold, and dormant is my fancy
range: / They all are alien to me, to all of them I’m strange!” (Lérmontov, Masquerade, p. 53).
El problema surge cuando esta actitud es llevada al extremo, a la ironía sin fin. Acá se cruza
un límite donde entramos en un terreno donde esta negatividad, este rechazo de la realidad que se
tiene en frente se desborda, y llegamos a este punto donde la vida del esteta toma el poder:
“Kierkegaard calls this attitude the "aesthetic" life-view, and the individual who holds it the "aesthete."
The aesthetic life-view is characterized by an endless "total negative irony" through which the
individual avoids all commitment, all responsibility, and retains his negative freedom at all cost” (Den
Dulk, 2012, p. 331). El lugar al que llega Pechorin. Y curiosamente el lugar del que, de alguna manera,
Nietzsche también nos advierte: “¿Te llamas libre? Quiero que me digas tu pensamiento dominante,
y no simplemente que has escapado de un determinado yugo” (Nietzsche, Za, p. 66-67). Acá, como
ya vimos, el ser queda encerrado en una negatividad vacía. Nada tiene valor. Lo que en algún momento
fue un rechazo a una realidad específica –como esta aristocracia de la que Pechorin se busca desligar,
se convierte en un rechazo ciego.
Y de esta manera termina en la nada: “It is important to note that this movement is purely
"negative": irony destroys what is given, thereby "liberating" the individual, but it does not contribute
anything to the formulation of the "new," to the content of the individual's self-becoming” (Den Dulk,
2012, p. 329); “The result of the aesthete's endless irony is that, to him, all distinctions and values
have, by definition, become invalid” (Den Dulk, 2012, p. 332). El otro y el mundo que lo rodea están
completamente vacíos. Termina en la actitud nihilista por excelencia. Y rechazando, como lo hace
Pechorin normalmente, a cualquiera, por el simple hecho de hacerlo: “la presencia de un entusiasta
me provoca un frío glacial” (Lérmontov, 2009, p. 119). Adoptando constantemente esta actitud
nihilista. Y, por lo tanto se nos revela esta crítica de Lérmontov: este ironista, este héroe, no supo más
que hacer que entregarse a la negatividad absoluta, al rechazo de cualquier sentido, a la indiferencia de
todo. Y esto ha resultado en dos muertes (un asesinato), almas y cuerpos destruidos y un hombre que
vivió toda su vida en el aburrimiento y el vacío. Es por esta superioridad, este rechazo completo de la
intelligentsia y de los nihilistas rusos a todo el establecimiento, que se veía amenazado cualquier valor
del otro. Y es esto lo que reclama Lérmontov. Pechorin no es un simple amoral por tomar una posición
crítica frente al establecimiento. Pechorin es un ser vacío que por su identidad y su completo rechazo
de la realidad termina en esta posición mortal para el resto de las personas.
58
9
LA VIDA TRIUNFA
Conclusión: el nihilismo ruso y el incendio eterno
59
Lérmontov murió y nos dejó la duda de que hubiera logrado con la madurez de los años y la
observación de lo que habría de venir en Rusia. Pero con lo que hizo fue más que suficiente para poder
admirar su nivel y su grado de madurez que pocos alcanzan a esa edad. Lérmontov se embarcó en un
barco complicado de controlar al escribir esta novela. Quiso presentar una crítica a su tiempo, antes
que los grandes críticos social y escritores críticos tomaran fuerza en Rusia. Por lo que tomó él las
riendas y zarpó a la oscuridad.
Y lo que halló fue un gran tesoro que luego otros fueron encontrando. Como Nietzsche,
Kierkegaard y Dostoievski. Logró incluir, en una novela relativamente corta, un estudio profundo de
la psicología de su tiempo. Puede que Lérmontov nunca haya utilizado la palabra nihilista. Pero escribió
sobre lo que observaba y se adelantó al uso de este término.
Lo que se quiso mostrar en este trabajo fue este viaje que Lérmontov hizo por la psique y el
cuerpo de Pechorin. Estudiando, de esta manera, cómo estaba Pechorin situado en el mundo. Y parece
que se hubiera preguntado: ¿cuál era su relación consigo mismo y con los otros? ¿Cómo concebía el
mundo y cómo se veía afectado por él? Y en esta búsqueda descubre una enfermedad que está
carcomiéndose a Pechorin poco a poco. Se pregunta: ¿por qué es Pechorin de esta manera? Y encuentra
un cuerpo hastiado y un alma enferma. Un cuerpo que huye del dolor existencial para verse después
envuelto en una búsqueda vacía y sin fin por los placeres vacuos del mundo. Y como este, ahora,
debilitado por su búsqueda infinita, se ha concebido como un hombre sin futuro, entregado a un
destino miserable de pecador. Pero Lérmontov no podía quedarse acá y le añade otro elemento. ¿Cómo
puede un hombre como Pechorin aceptar su destino fatal sin más? ¡No puede! Pechorin se ha inmerso
en esta identidad para poder subsanar algo de dolor. Pero aún se precia de su aparente libre albedrío.
Pero, junto con Nietzsche, podemos descubrir que esto no es así: este hombre superfluo, nihilista,
científico, metafísico, no puede escapar de su condición de pecador que ha adquirido a través de los
valores ascéticos que lo han afectado profundamente. Y menos puede escapar las consecuencias que
tienen estos valores sobre el cuerpo y el mundo. Pechorin sigue la línea ascética y desvirtúa la naturaleza
y el cuerpo y la vida en la tierra. En todo momento, excepto en los momentos que, como deseaba
Nietzsche y Lérmontov, existía de nuevo una conexión profunda entre el cuerpo y el mundo. El sentido
y la vitalidad recobraban algo de fuerza, por unos momentos, en Pechorin. Pero el vacío y la
indiferencia siempre salían victoriosas. Por lo que seguía caminando por el mundo con un dedo
levantado y una carcajada interna: ¡que tontos son todos!, ¡qué vacías sus vidas!, ¡cómo no se dan cuenta
de la arbitrariedad y la injusticia del mundo! ¡Condenados sean todos! Y se ríe de ellos. No los ve como
un otro, los ve como un medio para satisfacer sus placeres. O como nada, como un estorbo.
60
Esta fue la crítica al nihilismo que nos presentó Lérmontov. Qué mayor crítica que buscar
como una actitud afecta todas las dimensiones de una vida e intentar buscar sus orígenes y
explicaciones para poder asegurar: ¡sí, acá hay un culpable! Todas las dimensiones estudiadas parece
que llegarán a una conclusión cercana: Pechorin le ha quitado valor a todo: al mundo, al cuerpo, al
otro, a sí mismo, a su futuro. No le queda absolutamente nada. Solo unos vistos de esperanza que no
sabe aprovechar. Y esto no queda sin consecuencias. Lérmontov no podía solo señalar una enfermedad
en su superficie: más que la piel corrugada que indica enfermedad, fue a buscar la causa de esta. Y allí
encontró esto: el vacío. Y el vacío que nace del ideal ascético y su desprecio de lo material. Y de la
negación y el rechazo del mundo llevado a un extremo.
Pero Lérmontov no quería dar simplemente una jocosa presentación de su tiempo y señalar
con un dedo mientras se ahogaba por la risa. Quería presentar las posibilidades y la potencialidad en
Pechorin –y, por lo tanto, en todos nosotros–. La potencialidad de todo lo olvidado y masacrado por
un alma enferma. Y, así, asegurar, como lo hace Nietzsche: “¡Y rompamos todo aquello que podamos
romper a nuestras verdades! ¡Hay aún muchas cosas por edificar” (Nietzsche, Za, p. 123).
Lérmontov amaba a su patria y veía la indecisión que existía. Y los posibles castigos del camino
que se pensaba tomar para encarrilar el futuro de Rusia. Por esto es que esta novela es tan relevante,
está atada a todo su contexto. Y marcará un punto importante en lo que se convertiría en un trabajo
común: advertir sobre esos valores crecientes que arruinarían el futuro del mundo:
61
ANEXO
1. Línea del tiempo:
62
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