HF U1 Presocráticos - Aramo
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LA FILOSOFÍA PRESOCRÁTICA
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Realmente la tendencia a ordenar a los filósofos en algo similar a escuelas se inicia en el siglo II aC. De hecho, en Mileto no existió una
escuela en el sentido posterior del término, ni hubo acuerdo entre los antiguos sobre quién debía considerarse incluido bajo dicho rótulo,
si bien si hubo acuerdo sobre quién fue su iniciador: Tales de Mileto.
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Las cosmogonías acuáticas son extraordinariamente frecuentes en buena parte de las civilizaciones. Lo importante aquí es, no obstante,
que esta formulación se da fuera de todo contexto religioso, como afirmación de una materia o sustancia originaria de la que habrían
surgido todas las demás.
JENÓFANES (h. 570475 aC), es considerado el fundador de la teología filosófica. El tema central que se
desarrolla en los versos de Jenófanes está constituido por la crítica de la concepción de los dioses de Homero y
Hesíodo. Señala que el error de fondo de dicha concepción consiste en el antropomorfismo: atribuir a los dioses
formas, características psicológicas y pasiones semejantes a las de los hombres. Tienen mayor importancia que los
seres humanos, pero poseen las mismas cualidades. Jenófanes objeta lo siguiente: al igual que los etíopes, que
son negros y de nariz achatada, representan a sus dioses con la piel negra y la nariz achatada, si los animales
tuviesen manos y pudiesen crear efigies de los dioses, les darían formas de animales. Pone así en tela de juicio, la
credibilidad de los dioses tradicionales.
HERÁCLITO Y PARMÉNIDES
HERÁCLITO (h. 544—484 aC), nacido en la ciudad de Éfeso (Asia Menor), es
el primer filósofo especulativo: el tema central de su reflexión ya no es la physis
(aunque mantiene la idea de una sustancia, de un principio), sino el ser humano;
o tal vez mejor: el pensamiento mismo. Será el primero en plantear el tema del
lenguaje.
Una de las principales dificultades con que nos encontramos a la hora de
estudiar los textos de Heráclito es su estilo expresivo. Las palabras y las oracio-
nes se contraponen abruptamente, a fin de poner de relieve las contradicciones
de las ideas que comunican (dice Platón). Es ese estilo el que le valió un
sobrenombre: “el oscuro”.
Los milesios ya habían advertido del cambio constante de las cosas, que nacen,
crecen y mueren. Además habían considerado que ese cambio era un rasgo
esencial de ese principio (arjé) que genera y rige la realidad. Lo que hace Herá-
clito es elevar este aspecto de la realidad a centro de su filosofía. Según él, “todo
se mueve”, “todo fluye”, nada permanece fijo e inmóvil, todo cambia y se
modifica (sin excepción). Podemos leer, en dos de sus fragmentos más famosos. “No podemos bañarnos dos veces
en el mismo río (…), sino que a causa de la impetuosidad y la velocidad de la mutación, se dispersa y se recoge,
viene y va”; “Bajamos y no bajamos al mismo río, nosotros mismos somos y no somos”.
El sentido de estos dos fragmentos de claro: el río es aparentemente siempre el mismo, mientras que en realidad está
constituido por aguas siempre nuevas y distintas, que llegan y se escabullen. Por eso no se puede bajar dos veces a la
misma agua del río, porque cuando se baja por segunda vez es otra agua la que está llegando; y también porque nosotros
mismos cambiamos y en el momento en que hemos acabado de sumergirnos en el río nos hemos convertido en algo
distinto al que éramos en el momento de comenzar a sumergirnos. De modo que Heráclito puede afirmar con razón que
entramos y no entramos en el mismo río. Y también puede decir que somos y no somos, porque, para ser lo que somos en
un momento determinado, debemos noserya aquello que somos en cada momento. Según Heráclito, esto se aplica a
toda la realidad, sin excepción alguna.
Éste es el aspecto más conocido de la doctrina de Heráclito, que para él no es más que una constatación básica: el
devenir, al que todo se ve obligado, se caracteriza por un continuo pasar desde un contrario a otro. Así, las cosas
frías se calientan, las calientes se enfrían, las húmedas se secan, las secas se humedecen, el joven envejece, lo vivo
muere, pero de lo que ha muerto renace otra vida joven, y así sucesivamente.
Existe pues una guerra perpetua de los contrarios que se van alternando. No obstante, puesto que las cosas sólo
adquieren su propia realidad en ese devenir, la guerra (entre los opuestos) es algo esencial: “La guerra es la
madre de todas las cosas y de todas las cosas es reina”. Se trata, empero, de una guerra que, al mismo tiempo, es
paz y armonía. El perenne fluir de las cosas y el devenir universal se revelan como una armonía de contrarios, es
decir, como un conciliarse entre contendientes. Y en la armonía coinciden los opuestos: “El camino que sube y el
Contra los otros pluralismos, los átomos se conciben como cualitativamente iguales entre sí, y como dotados de
movimiento. Es decir, no requieren fuerzas exteriores, y sus mezclas han de resultar de su mismo estado origina-
rio de movimiento y explicarse en términos cuantitativos. Podríamos decir que, en parte, no difieren del ser de
Pármenides: son ingénitos, imperecederos, indestructibles, indivisibles, sin fisuras de Noser. Pero por otro lado
no podrían diferir más de él: lejos de ser uno, son infinitos en número; en vez
de estar en reposo, su estado natural es el movimiento; son impensables sin
el No-ser (el vacío), y con él constituyen la realidad.
Demócrito habló de átomos rugosos, ganchudos, cóncavos, convexos y “de
otras muchas formas”. Pero en los cuerpos visibles, las diferencias y los
cambios dependerían, más que de diferencias de sus átomos, de diferencias
en las estructuras que estos componen: como las infinitas palabras de una
lengua dependen de combinaciones entre fonemas. Además de tener
distinta figura, los átomos pueden cambiar de posición (tropé, giro, y thésis,
colocación) y/o del orden de instalación (táxis). Aristóteles lo explicó
comparándolos con las letras del alfabeto, que difieren en figura (A y N),
posición (N y Z), u orden (AN y NA).
Ahora bien, el verdadero mérito de la especulación de Demócrito fue
precisamente no preguntarse por el origen del movimiento. ¿Por qué
suponer en el origen algo en reposo mejor que imaginarlo originariamente
en movimiento?
En definitiva, el modelo atomista, con el que se cierra el pensamiento presocrático, puede esquematizarse en los
siguientes puntos básicos:
Las causas materiales de lo existente están constituidas por dos elementos: lo lleno (el ser) y lo vacío (el
no-ser).
El No-ser existe: es el vacío que permite el movimiento.
El ser está constituido por cuerpos indivisibles, infinitos, invisibles e imperecederos llamados átomos.
Los átomos se distinguen tan sólo por sus determinaciones espaciales: forma, orden y posición (“ritmo,
contacto y revolución”).
Los átomos, moviéndose por sí mismos en el vacío, forman un torbellino en el curso del cual chocan y se
entrelazan, formando los entes y el universo en su orden actual.
Al torbellino se le denomina necesidad (ya que gracias a él se llevan a cabo las uniones posibles: es la
razón de dichas uniones) y también azar (porque es el azar la fuerza que guía las combinaciones): “todo lo
que existe en el universo es fruto del azar y de la necesidad”.
Los atomistas habían logrado que el pensamiento físico alcanzara su máximo grado de simplificación. Nietzsche se
preguntaba: ¿cuáles son las causas que cortaron una provechosa física experimental en la Antigüedad, después de
Demócrito? Tal vez una manera de responder fuera recordar que, mientras Demócrito elabora su obra, se están
produciendo vastas trasformaciones en la sociedad griega, que el espíritu griego está desplazando sus centros de