HF U1 Presocráticos - Aramo

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DEL MITO AL LOGOS:

LA FILOSOFÍA PRESOCRÁTICA

LA MEMORIA DEL GOLPE

El universo fue desde el principio


una herida expandiéndose.
Crecieron bajo las aguas las primeras criaturas
hijas del choque original,
ajenas, sin embargo, a la caída.
La vida nación del olvido
y sobre él se construyó despacio,
pez a pez, insecto a insecto,
ave a ave, mamífero a mamífero.
Sólo la tierra conservó, intacta,
la memoria del golpe.
Por eso, a veces, tiembla.

Olalla CASTRO, Todas la veces que el mundo se acabó


ÍNDICE

LOS ORÍGENES DEL PENSAMIENTO FILOSÓFICO .......... 3

COSMOVISIÓN MÍTICA Y EXPLICACIÓN FILOSÓFICA


¿En qué relatos orales creían los dioses?
Los dioses griegos ………………………………………………… 4
Las condiciones sociopolíticas
Paso del mito al logos …………………………………………… 5

EL PENSAMIENTO PRESOCRÁTICO …………………………… 6


Rasgos y etapas de la Filosofía Antigua ………………… 7
Características del pensamiento presocrático ……… 8
Los milesios: Tales, Anaximandro y Anaxímenes …. 9
Extensión a Occidente: Pitágoras y Jenófanes ……… 10
Heráclito y Parménides ………………………………………… 11
Los nuevos físicos: los pluralistas …………………………. 13

HF / Del mito al logos: la filosofía presocrática 2


LOS ORÍGENES
DEL PENSAMIENTO FILOSÓFICO OCCIDENTAL
Muchos estudios consideran que la filosofía es una creación propia del genio griego. Para todos los demás
componentes de la civilización griega se halla un elemento correlativo en los pueblos de Oriente, que alcanzaron
antes que los griegos un alto nivel de civilización: creencias y cultos religiosos, manifestaciones artísticas diversas,
conocimientos y habilidades técnicas, instituciones políticas, organizaciones militares, etc. En cambio, en lo que
concierne a la Filosofía, nos hallamos ante un fenómeno nuevo.
Sin embargo esto no es del todo cierto. En India, China, e incluso en Egipto, ya encontramos un pensamiento
filosófico desde siglos antes del siglo VI aC, aunque tuviera unas características muy diferentes a las del
pensamiento occidental. Cabe pues pensar en la filosofía como producto de una lenta evolución.

COSMOVISIÓN MÍTICA Y EXPLICACIÓN FILOSÓFICA


La llamada época oscura griega se extiende aproximadamente del 1200 aC al 750 aC. De ella se sabe muy poco, ya
que no había escritura. La tradición oral era el único corpus de conocimientos de esta época.
Los aedos eran profesionales que se dedicaban a recitar poemas que podían durar horas y horas, sin apenas
cambiar las palabras, repitiendo siempre los mismos silencios y las mismas pausas. Lo que contaban esos poemas
rea la historia del pueblo griego, y así lo vivían quienes los escuchaban, creyendo que lo dicho en los poemas era
su historia, la historia de sus ancestros y la explicación del origen de su mundo y de su pueblo.
Los reatos orales de los aedos eran autovalidantes: si ellos contaban algo era la prueba de que había pasado y era
“verdad”. Cuanto más se repetía lo escuchado, más válido era para el público que escuchaba. Los temas, además.
Siempre debían ser los esperados (hazañas memorables de caudillos guerreros o dioses).
A dicha forma de comprender el mundo se denominará cosmovisión mítica, y será el fondo sobre el cual
aparecerá y frente al cual se distinguirá la reflexión racional: el logos.

¿EN QUÉ RELATOS ORALES CREÍAN LOS GRIEGOS?


Los primeros griegos buscaron alimento espiritual sobre todo en los poemas
homéricos, es decir, en la Ilíada y en la Odisea. Homero era un aedo profesional que
vivió y cantó sus poemas aproximadamente entre el 800 y el 700 aC. Sus poemas nos
permiten imaginarnos cómo se sentían los griegos de la época oscura, qué les
preocupaba, y cómo eran los dioses en los que creían.
Y junto con Homero, unas décadas después, las obras de Hesíodo y los poetas de los
siglos VII y VI aC también nos permiten comprender la sociedad griega de aquellos
siglos.
Los poemas homéricos contienen algunas particularidades que los diferencian de otros poemas que explican el
origen y la civilización de otros pueblos. En ellos encontramos ya alguno de los rasgos que llevarán al surgimiento
de la filosofía.
a. Homero no se limita a narrar una serie de hechos, sino que investiga también sus causas y sus razones
(aunque sea a nivel mítico y fantástico). En Homero la acción no sucede simplemente: cada aconteci-
miento que narra contiene una motivación psicológica. Y este modo poético de contemplar las razones de
las cosas prepara la mentalidad que llevará a la filosofía: a la búsqueda de la causa y el principio, del “por
qué” último de las cosas.
b. Por otro lado, Homero trata de presentar la realidad en su integridad, aunque sea de forma mítica: dioses
y hombres, cielo y tierra, guerra y paz, bien y mal, alegría y dolor… la totalidad de los valores que rigen la
vida de los hombres. La realidad es presentada como totalidad: de forma racional en el pensamiento
filosófico, de forma mítica en la poesía épica. El tema clásico de la filosofía antigua, cuál es el puesto del
hombre en el universo, está presenta en Homero en todo momento.
La Teogonía de Hesíodo fue también muy importante para los griegos. La Teogonía cuenta el nacimiento de todos
los dioses (es una genealogía de dioses). Y como muchos dioses coinciden con partes del universo y con
fenómenos cósmicos o naturales, la teogonía se convierte también en una cosmogonía, es decir, una explicación

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mítica y fantástica de la génesis del universo y de los fenómenos cósmicos, a partir del Caos originario, que fue el
primero en aparecer. Este poema preparó así el camino a la cosmología filosófica posterior, que –abandonando la
fantasía buscará mediante la razón el primer principio origen de todo.

LOS DIOSES GRIEGOS


Los dioses griegos son antropomorfos y sufren percances y conflictos semejantes a los de los seres humanos.
Homero (con sus poemas Ilíada y Odisea) y Hesíodo (autor de la Teogonía y Trabajos y días) constituyen el punto
de referencia de las creencias propias de la religión griega. En ellos puede decirse que todo es divino, porque todo
se explica en función de las intervenciones de los dioses. Los fenómenos naturales son provocados por ellos: Zeus
lanza rayos y truenos desde las alturas del Olimpo, el tridente de Poseidón provoca las tempestades marinas, el
sol es transportado por el dorado carro de Apolo, y así sucesivamente. Además, la vida en las ciudades, las guerras
o la paz, se representan siempre como vinculadas a los dioses de un modo no accidental y, en ocasiones,
realmente esencial.
¿Quiénes son los dioses en estos poemas? Realmente son fuerzas naturales personificadas en forma de seres
humanos ideales, o bien fuerzas y aspectos del ser humano que se han igualmente idealizado. Zeus es, así, la
representación de la justicia; Palas Atenea de la inteligencia; Afrodita es el amor; y así sucesivamente. Los dioses
olímpicos son seres humanos amplificados e idealizados, que sólo difieren en realidad de nosotros en cantidad
(pero no en cualidad).
Por todo ello se considera que la religión de los griegos constituye una forma de naturalismo. No exige al ser
humano ni un cambio interior ni una superación de sí mismo, sino seguir su propia naturaleza (que es, a fin de
cuentas, la naturaleza de los dioses). La primera filosofía griega fue tan naturalista como la religión, y la referencia
a la naturaleza se convirtió en una constante del pensamiento griego a lo largo de todo su desarrollo histórico.
Además los griegos no tuvieron libros sagrados considerados resultado de una revelación divina. Por consiguien-
te, no poseían un dogma fijo e inmodificable. Fueron los poetas quienes actuaron como difusores de las creencias
religiosas. Y tampoco existió en Grecia una casta sacerdotal que custodiase el dogma. De hecho tuvieron poca
relevancia y poder, ya que además de no tener un dogma que custodiar, tampoco se les atribuyó en exclusividad
la realización de ofrendas y sacrificios. Esta carencia de dogmas y de personas encargadas de custodiarlos otorgó
una amplia libertad al pensamiento filosófico, que no halló los obstáculos que habría encontrado en las
comunidades orientales, donde la existencia de dogmas y sacerdotes habría provocado fuertes restricciones.

LAS CONDICIONES SOCIO-POLÍTICAS


Otro de los elementos que contribuyó en gran medida al nacimiento de la filosofía en Grecia fueron, sin duda, las
condiciones de vida. Los historiadores han puesto de relieve la libertad política de la que gozaron los griegos.
Mientras que el hombre oriental se veía obligado a una obediencia ciega al poder religioso y político, ya hemos
visto la gran libertad que poseían los griegos en lo que respecta a la religión. Por lo que se refiere a la situación
política, la cuestión es más compleja; pero también aquí los griegos gozaban de una situación privilegiada, ya que
por primera vez en la historia lograron crear instituciones libres.
Durante los siglos VII y VI aC., Grecia sufrió una transformación considerable, desde el punto de vista socioe-
conómico. Antes era un país primordialmente agrícola, pero a partir de entonces comenzó a desarrollarse cada
vez más la industria artesana y el comercio. Se hizo necesario fundar centros de representación comercial, que
surgieron primero en las colonias jónicas, sobre todo en Mileto, y más tarde en otras partes. Las ciudades (las
polis) se convirtieron en centros comerciales florecientes, lo cual provocó un notable aumento de la población. La
nueva clase de comerciantes y artesanos logró paulatinamente una considerable fuerza económica y se opuso a la
concentración del poder político que se hallaba en manos de la nobleza terrateniente, luchando por transformar
las viejas formas aristocráticas de gobierno. Esas transformaciones políticas proporcionan, así mismo, las bases
para un florecimiento artístico y científico.
Un hecho que confirma lo que acabamos de decir es que la filosofía nació en las colonias antes que en la
metrópoli; y más exactamente, primero en las colonias de Oriente, en el Asia Menor (en Mileto) e, inmedia-
tamente después, en la colonias de Occidente, en Italia meridional. Esto sucedió así porque las colonias, gracias a
su actividad comercial, alcanzaron primero cierto bienestar económico y pudieron establecer instituciones libres
antes que Atenas.

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Pero una vez llega a la Atenas, la ciudad en
que floreció la mayor libertad de que hayan
disfrutado los griegos, la filosofía alcanza
sus cimas más altas.
Queda por mencionar un último elemento.
Al constituirse y consolidarse la
ciudadestado, la polis, el griego no
consideró este fenómeno como una traba a
su propia libertad, sino que se consideró a
sí mismo como ciudadano. Para los griegos,
ser hombre coincide con ser ciudadano. El
Estado se convierte, así, en el horizonte
ético del hombre griego: los ciudadanos
sintieron los fines del Estado como sus
propios fines, el bien del Estado como su
propio bien, la grandeza del Estado como su propia grandeza, y la libertad del Estado como su propia libertad. Si
no se tiene en cuenta esto no se puede entender gran parte de la filosofía griega; en particular la ética y toda la
política de la época clásica, y más tarde la compleja evolución de la época helenística.

EL PASO DEL MITO AL LOGOS


Como hemos visto, para dar respuesta a los interrogantes, las inquietudes y el asombro que suscitaban los
fenómenos naturales —relámpagos, terremotos, erupciones—, la sociedad griega utilizó narraciones míticas, en
las que personajes de carácter divino se servían de tales fenómenos naturales para comunicarse o para castigar a
la humanidad por sus malas acciones.
El auge económico permitió la aparición de las nuevas clases sociales, que tenían sus necesidades materiales
satisfechas, y que despreciaban el trabajo manual (por considerarlo propio de esclavos) y disponían, por tanto, de
tiempo libre. Hubo ciudadanos que empezaron a poner en cuestión las creencias populares y los relatos míticos, y
que —empujados por la curiosidad—se preocuparon por tratar de averiguar las causas reales de los fenómenos o
se preguntaron por la necesidad humana de vivir en común. Para encontrar las mejores razones y los argumentos
más convincentes, se dedicaban a entablar debates y a dialogar.
De forma muy sintética, se puede afirmar que la filosofía nace de un cambio radical en el enfoque de los
problemas. El pensamiento presocrático es el resultado de este nuevo discurso que va creándose en la sociedad
griega, un discurso que significa la superación de las explicaciones míticas sobre la realidad para dar paso a
argumentos producidos mediante la razón, y que se suele calificar tradicionalmente como paso del mito al logos.

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EL PENSAMIENTO PRESOCRÁTICO
Cronológicamente, lo que denominamos el ciclo de pensamiento presocrático abarca los siglos VI y V aC,
aproximadamente entre los años 630 y 430. Corresponde con este tiempo de que hemos hablado: el tiempo de
emergencia de las polis en su marco institucional y legal, del ocaso de las oligarquías, y de la fundamentación del
orden cívico en leyes escritas válidas para todo el mundo. Es, sin duda, un momento de transición y crisis de
valores, de convulsiones económicas y sociales profundas, de las que surge, no sólo un nuevo orden social, sino la
creencia en la razón como modo de entender la realidad.
El paso del mito al logos supone la transición de un orden (social y natural) fuertemente jerarquizado por un
sistema de narraciones sagradas, a un orden débilmente jerarquizado en el que la idea de proporción, equilibrio y
acuerdo van a primar.
El mito es un relato que, a través de una explicación elemental, expresa algo de importancia para la comunidad.
Es un principio organizador de la vida social de singular importancia: establece a la vez un cuerpo de prescrip-
ciones (mandatos y de acción) y una explicación (de algún aspecto poco claro de la realidad). En ciertas socie-
dades, y bajo ciertas formas de vida, las explicaciones míticas son útiles y válidas. Pero cuando las formas de
organización social y la distribución del poder cambian, es preciso introducir nuevos instrumentos de explicación.
Es así como el discurso mítico va a ser sustituido por el logos.
El logos representa un esquema de pensamiento nuevo caracterizado básicamente por tres rasgos:
a. Se rechaza el recurso a la tradición, a “lo que siempre se ha dicho”.
b. Se abandona la personificación mítica.
c. Se instaura un lenguaje común a todos los hombres.
La aparición del logos como nuevo elemento en la explicación de la realidad es consecuencia de las transfor-
maciones que, como señalamos antes, se produjeron en todos los niveles de la sociedad griega entre los siglos VII
y VI. La polis, la ciudadestado, es un nuevo espacio humano, da lugar a la transformación de las instituciones
políticas, jurídicas, económicas, militares... Aparece la idea de ciudadanía, que supone que el destino de cada
individuo se define, no por su proximidad con los dioses, ni por la familia a la que pertenece (lazos de sangre), ni
por el juramento de fidelidad a un jefe, sino por su relación con el estatuto de ciudadano.
En los antiguos imperios las ciudades estaban constituidas por un palacio central (que albergaba a los gober-
nantes y su complejo sistema administrativo), y un archipiélago de viviendas de agricultores, de ganaderos y
artesanos que rodeaban el palacio y que conforman el demos, el pueblo. Frente a esta distribución espacial, la
polis está constituida por una red de viviendas alrededor de un espacio central vacío: el ágora. La plaza pública es
el centro de la vida ciudadana. Allí se reúnen quienes tienen derecho a ello (durante la democracia, los ciuda-
danos: varones, mayores de edad, libres y no extranjeros) para decidir sobre los problemas colectivos, discutir la
cuestión del arjé (el mando).
Las nuevas circunstancias y el espacio humano recién creado exigen un nuevo discurso, un nuevo estilo de
raciocinio. Los presocráticos fueron los iniciadores y creadores de este nuevo pensamiento. Pero no hay un corte
radical entre el pensamiento míticoreligioso anterior y los inicios del pensamiento racional. El paso del mito al
logos no es un salto al vacío, sino una continuación, una adaptación de lo que había a la nueva situación
sociopolítica.
Homero es el poeta de una sociedad aristocrática y guerrera, que tiene como valores supremos el honor y la
gloria. Los héroes de esa aristocracia descrita por Homero pertenecen a una nobleza social fuerte y orgullosa. Por
debajo de ellos está el pueblo, dedicado a la agricultura y a la ganadería. Y junto con ellos, los dioses se
distribuyen los poderes y los honores, y dominan la tierra donde viven y mueren los hombres. Mientras que los
dioses de la mayoría de las naciones vecinas pretenden haber creado el mundo, los dioses del Olimpo griego lo
más que hacen es conquistarlo y repartírselo. Son los dioses de esa aristocracia conquistadora, no las deidades
útiles de la fertilidad de la gente que en realidad labraba los campos. Son dioses completamente humanos, sólo
que inmortales y más poderoso. Sus móviles son los mismos que impulsan a los hombres. Con ellos no se puede ni
se debe luchar, lo único que puede hacerse es obtener su favor con súplicas, promesas y sacrificios.
En Hesíodo existe una contraposición entre el mundo de Homero y su propio mundo. La ley, personificada por
Dike (la justicia), ha sustituido al antiguo derecho familiar. Hesíodo esboza los nuevos ideales de la vida, basados
en el trabajo, en el amor a la tierra y en la justicia, enseñando un nuevo discurso, una nueva manera de ordenar el
pensamiento que sea útil a la nueva sociedad.

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Hesíodo es un racionalizador de los mitos. En su Teogonía narra el ordenamiento del mundo: explica la historia
del nacimiento de los dioses y las hazañas hasta llegar a Zeus, su creador. Pero ese relato de la génesis del mundo
va a ser descrito mediante un proceso natural, sin relación alguna con ritos: un proceso generacional de
nacimientos sucesivos, que nada tiene que ver con los ritos religiosos. Aunque no podemos olvidar tampoco que
los tres principios orgánicos antes mencionados, Caos, Gea y Eros, son tratados como divinidades, el relato del
ordenamiento del mundo se nos presenta despojado de la imaginería mítica.
Para comprender mejor este paso de la explicación mítica a la racional hay
que señalar también el papel desempeñado por la reforma de la función de
los soldados en la guerra: la reforma hoplita. Las escenas bélicas descritas
por Homero ofrecen un aspecto peculiar: el combate era individual y a pie:
entre los héroes; la masa de guerreros se limitaba a animar a sus señores o a
arrojar piedras. En cuanto al armamento, el defensivo era muy ligero y el
ofensivo estaba formado por dos lanzas arrojadizas y una espada pequeña.
Lo más interesante es el escudo: de tamaño reducido, es ligeramente
cóncavo; tiene dos correas cruzadas en su interior para poder colgarlo y un
asa en el centro. A lo largo del siglo VIII aC este escudo desaparece. En su
lugar aparece un escudo más grande, redondo y con dos asas, una en el
centro, por donde el soldado metía el brazo, y otra en el extremo, a la que se
agarraba la mano. Este escudo ya no puede moverse hacia atrás como el
antiguo, y la espalda queda al descubierto. Este hecho estimuló el desarrollo
de la organizada y disciplinada “falange de hoplitas”, de soldados. En la
falange el orden es esencial, ya que el objetivo de los hoplitas consiste en
romper la fila enemiga conservando la propia. La nueva táctica necesita más
hombres, requiere menos habilidad individual, y el equipo, al no exigir del
soldado la posesión de un caballo, debió ser más barato.
La trascendencia social de esta reforma es obvia. La necesidad de más hombres motivó el que la guerra no fuera
ya exclusiva de los aristócratas. El menor coste del equipo facilitó a los nuevos grupos sociales la intervención en
los combates. Estos nuevos grupos sociales, carentes de nobleza, combatían al lado de los aristócratas. Grandes y
pequeños campesinos resisten ahora juntos en las filas de la falange al igual que están juntos contra el dominio
del líder personal en la esfera de la política.
Con todo esto, podemos comprender cómo la vieja idea del orden social, fundado sobre la distribución y el
reparto de los honores y privilegios entre grupos extraños, que se oponen a la comunidad política, al pueblo, ha
ido dando paso a la isonomía: la igualdad entre unos individuos que se definen todos de forma similar, en tanto
que ciudadanos de una misma ciudad. Las relaciones familiares han dado paso al demos, a la comunidad, como
estructura de organización social. El orden de la polis, desembarazado de los vínculos personales y familiares, se
define ahora en términos de igualdad e identidad. Se ponen las bases para la democracia griega.

RASGOS Y ETAPAS DE LA FILOSOFÍA ANTIGUA


La tradición afirma que fue Pitágoras el creador del término “filosofía”, “amor a la sabiduría”. ¿Qué entendieron
los griegos al hablar de este “amor a la sabiduría”?
Desde el momento en que nació, la filosofía asumió de un modo determinante tres características referidas a su
contenido, su método y su objetivo.
a. En lo que concierne a su contenido, la filosofía se propone explicar la totalidad de las cosas, es decir, la
realidad, sin exclusión de partes o de momentos. Por eso se distingue de las ciencias particulares, que
precisamente se llaman así porque se limitan a explicar partes o sectores de la realidad, grupos de cosas o
de fenómenos.
b. En lo que concierne al método, la filosofía aspira a ser una explicación puramente racional de aquella
totalidad que se plantea como objeto.
c. El objetivo o finalidad de la filosofía, por último, reside en el puro deseo de conocer y de contemplar la
verdad. En definitiva, la filosofía griega constituye un amor desinteresado a la verdad. De hecho la filosofía
nace únicamente después de que los hombres han solucionado los problemas fundamentales de subsis-
tencia y se han liberado de las necesidades materiales más urgentes.

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A lo largo de la historia, la filosofía ha recorrido distintas etapas y ha tratado distintos temas. La filosofía antigua
griega y grecorromana se inicia en el sigo VI aC y llega hasta el 529 dC, año en el que el emperador Justiniano
clausuró las escuelas paganas y ordenó la dispersión de sus seguidores. A lo largo de este tiempo pueden distin-
guirse los siguientes períodos:
1. El período naturalista, caracterizado por el problema de la physis, y que entre los siglos VI y V aC vio
sucederse a los jónicos, los pitagóricos, los eleáticos y los pluralistas.
2. El período llamado humanista, que en parte coincide con la última etapa de la filosofía naturalista y con su
disolución, y que tiene como protagonistas a los sofistas y sobre todo a Sócrates, quien por primera vez
intenta definir la esencia del hombre.
3. El momento de las grandes síntesis de Platón y Aristóteles, que coincide con el siglo IV aC, caracterizado en
especial por el descubrimiento de lo suprasensible.
4. A continuación viene el período de las escuelas helenísticas, que abarca desde la gran conquista de
Alejandro Magno hasta el final de la era pagana, y que contempla la aparición de los grandes movimientos de
epicureísmo, estoicismo y escepticismo.
5. Durante la época cristiana se desarrolla, por un lado, un gran renacimiento del platonismo, que culminará
con el movimiento neoplatónico; así mismo, durante este período, nace y se desarrolla el pensamiento
cristiano, que se propone formular racionalmente el dogma de la nueva religión, sobre la base de las
categorías filosóficas de los griegos.

CARACTERÍSTICAS DEL PENSAMIENTO PRESOCRÁTICO


La aparición de la filosofía se produce en este nuevo marco de expansión comercial, que pone el mundo griego en
contacto con diversas culturas y modifica definitivamente, junto con las guerras, la estructura social ateniense.
Ambos hechos impulsan la búsqueda de otros modelos interpretativos del mundo distintos de los mantenidos
por la mentalidad homérica, válidos para estas nuevas circunstancias.
A pesar de la pluralidad de autores que se engloba bajo el término “presocráticos”, y de su dispersión geográfica,
en su actividad se constata una cierta unidad de preocupaciones. En general su interés se centra en la
interpretación de la naturaleza (la búsqueda de lo que la constituye) y las vías para su conocimiento.
No es fácil, sin embargo, conocer con exactitud sus ideas. No conservamos ninguna de sus obras; sólo fragmentos
o citas de sus obras en autores posteriores. También poseemos testimonios, es decir, afirmaciones de autores
posteriores sobre lo que decían los presocráticos, pero sin emplear sus palabras.
A los primeros filósofos griegos se les conoce con el nombre de físicos; según Aristóteles, porque su mayor
preocupación es conocer y estudiar la naturaleza, la physis. Pero no hay que malentender lo que los griegos
llaman physis: physis era, ente todo, el proceso de surgir o desarrollarse algo, e incluía el sentido de fuente
originaria, principio a partir del cual todo se desarrolla. Para entender su explicación es necesario tener en cuenta
que la idea de creación (la formación de algo a partir de la nada) es ajena al pensamiento griego. Por ello los
presocráticos buscan siempre algo, un principio originario, a partir del cual aparecen, se generan las cosas que
componen el mundo. El conjunto de cosas que se originan a partir de ese principio forma, para los presocráticos,
una totalidad: el cosmos. Ese conjunto de cosas está sometido a un orden, a un conjunto de leyes que rigen su
funcionamiento, sus transformaciones, que hacen que tenga que comportarse de una forma determinada. Y esa
fuerza interna que impone orden a la totalidad (y que hace que al conjunto se le pueda aplicar el nombre de
cosmos) es lo que los presocráticos trataron de encontrar: el principio (arjé) que explica la naturaleza.
Para valorar la novedad que supone esto hay que recordar la concepción del mundo que aparecía en los relatos
míticos, donde la realidad depende de los dioses. En los presocráticos no aparecen los dioses generando el
cosmos, sino que se intentan explicar las cosas a partir de algo que se pueda encontrar dentro de ellas, que las
constituye internamente. Aun cuando la presencia de rasgos míticos y cosmológicos no haya desaparecido del
todo, se trata de elementos materiales. Por ejemplo, cuando Tales afirma que el agua es el principio de todas las
cosas, está manteniendo uno de los elementos de las cosmologías: la personificación del agua como Okeanos, el
dios Océano. Pero en Tales el agua está considerada como principio físico, y no antropomórficamente.
Esta búsqueda del constitutivo último de la naturaleza como un elemento físico se va acentuando a lo largo del
período presocrático, y supone un paulatino desprendimiento de los elementos míticos en la interpretación de la
naturaleza, y una racionalización cada vez mayor en el pensamiento.

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LOS MILESIOS: TALES, ANAXIMANDRO Y ANAXÍMENES
Los primeros en hacerse preguntas sobre la physis y formular estas respuestas fueron los pensadores de la
escuela de Mileto1 (siglo VII aC). De dicha escuela se conoce principalmente a Tales, Anaximando y Anaxímenes.
Cada uno, y en ese orden, fue maestro del siguiente. Todos ellos pertenecían a la clase media y participaban de la
vida pública, a la vez que también sabían de astronomía, matemáticas y otros saberes prácticos que les permitían
ayudar a la comunidad prediciendo eclipses, desviando cursos de ríos, organizando las cosechas…
Los presocráticos formularon por primera vez esa pregunta por un elemento común a todas las cosas que pudiera
explicar cómo se originan, cómo cambian y se transforman unas en otras. A dicho elemento, como vimos, lo
llamaron arjé (origen, sustancia material de todo y fuerza que actúa). Para Tales sería el agua, para Anaximando,
el ápeiron (lo indeterminado, sin cualidades) y para Anaxímenes, el aire.
TALES DE MILETO (h. 639—547 aC) está considerado el primero de los
pensadores presocráticos ya que, al preguntarse por el arjé, su respuesta no fue
mitológica. Parece ser que sus estudios matemáticos, y el sentido científico que
despertaron en él, pudieron animarle a buscar explicaciones de la realidad prescin-
diendo del mito.
Tales aseguraba que todo procedía de un principio natural, el agua2, a partir del
cual se derivaban las demás realidades (rocas, plantas, animales…). Llegó a esta
conclusión después de observar que la tierra se encontraba rodeada de agua, y de
comprobar que todo lo comestible es húmedo y que las semillas requieren
humedad. De ahí la frase “todo es (o es en el fondo, u originariamente) agua”, que
se conserva entre la documentación dispo-nible como suya.
Aristóteles recoge otra sentencia, “todo está lleno de dioses”, y la afirmación de que
el imán tiene psyché (vida), pues atrae al hierro. ¿Qué quiere decir esto? Es cierto
que el agua de Tales no era el Océano del mito, sino un principio del que todo surge; es una realidad, no un
personaje mítico. Pero la frase de que todo está lleno de dioses atestigua que él sentía aquel principio originario
como algo divino, como una misteriosa fuerza viviente.
En definitiva, al igual que sustituye el verso de las teogonías por la prosa, Tales desplaza también el tipo de expli-
cación con el que se justifica la naturaleza en cuanto orden: traspone a una forma laica (no religiosa), y sobre la
base del pensamiento abstracto, el sistema de representación que la religión había elaborado.
Contemporáneo de Tales, aunque algo más joven, y fiel a su ejemplo, ANAXIMANDRO (h. 610—546 aC)
también se preguntó por el arjé. Con un libro del que sólo conservamos un breve párrafo, el fragmento
conservado (uno de los que más –y más diferentes interpretaciones ha susci-tado) dice así: “El principio (arjé) de
las cosas que son, es lo ápeiron; pero de donde surgen las cosas que son, allí deben volver deshechas por
necesidad, pues las cosas se dan mutua satisfacción y reparación por su injusticia, según el orden del tiempo”.
Anaximandro profundiza en la problemática del principio. Dado que todo lo que
hay en la naturaleza se caracteriza por ser limitado y concreto, su origen tiene
que ser de una naturaleza opuesta. Por esta razón Anaximandro identificó el
origen de todo con el apeiron, “lo ilimitado”: una naturaleza indefinida de la
cual provienen todas las cosas. El término utilizado por Anaxímandro, ápeiron,
significa aquello que carece de límites tanto externos (lo que es espacialmente
–cuantitativamente infinito) como internos (lo que es cualitativamente inde-
terminado). Precisamente porque no está limitado (ni cuantitativa ni cualita-
tivamente), el principio ápeiron puede dar origen a todas las cosas, delimitán-
dose en diversas formas.

1
Realmente la tendencia a ordenar a los filósofos en algo similar a escuelas se inicia en el siglo II aC. De hecho, en Mileto no existió una
escuela en el sentido posterior del término, ni hubo acuerdo entre los antiguos sobre quién debía considerarse incluido bajo dicho rótulo,
si bien si hubo acuerdo sobre quién fue su iniciador: Tales de Mileto.
2
Las cosmogonías acuáticas son extraordinariamente frecuentes en buena parte de las civilizaciones. Lo importante aquí es, no obstante,
que esta formulación se da fuera de todo contexto religioso, como afirmación de una materia o sustancia originaria de la que habrían
surgido todas las demás.

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Los historiadores de la ciencia suelen reprochar a ANAXÍMENES (h. 585—524 aC) un retroceso teórico:
volver al arjé como un estadio determinado de la materia (el aire). Le reconocen en cambio una gran aportación:
explicar las transformaciones en función de la mayor o menor cantidad de materia primigenia que ocupa un espa-
cio, gracias a dos procesos: condensación —comprimir lo disperso— y rarefacción —dispersar lo comprimido—.
Si el aire se densifica (proceso que ocurre cuando se enfría) resulta el agua, y luego la piedra; si se rarifica (al
calentarse) pasa a fuego. En todas estas transformaciones, el aire es el elemento fundamental.
Como señalan algunos autores, la introducción en la explicación de los procesos de rarefacción y condensación
supone un notable progreso. Con Anaxímenes, la sustancia primordial es realmente única y homogénea, desde el
momento en que afirma que todas las diversidades se deben a la presencia de una cantidad más o menos grande
de ésa sustancia en un espacio dado. La sustancia infinita de Anaximandro, de donde se “separan” los opuestos
encerrados “en ella”, no puede ser considerada, estrictamente, como homogénea. La formulación de Anaxímenes,
que explica las diferencias cualitativas por medio de cambios cuantitativos, es más simple y a la vez más potente
que la de su predecesor: condensación y rarefacción son conceptos que, explicando de forma tan clara como la
separación original de la que habla Anaximandro, corresponden sin embargo a fenómenos observables (aconte-
cimientos meteorológicos), cosa que no ocurría con el planteamiento de Anaximandro.
Con Anaxímenes se cierra la “escuela” de Mileto. En todo caso, los tres grandes milesios pensaron que los seres,
aunque parezcan diversos y cambiantes, son reducibles a una unidad explicativa; que todas las cosas proceden de
lo mismo: aquello que las originó, y que permanece latente por debajo de cada cambio; que la naturaleza es un
proceso de cambios, resultado natural de su “principio”.

EXTENSIÓN A OCCIDENTE: PITÁGORAS Y JENÓFANES


Huyendo del avance persa que amenazaba Jonia y también de la tiranía que imperaba en algunas de sus ciudades,
muchos griegos dejaron las costas de Asia Menor para instalarse en las colonias griegas del sur de Italia (lo que se
denominaba la Magna Grecia). Fue allí donde, de la mano de Pitágoras de Samos, se establece el segundo grupo
de pensadores presocráticos.
PITÁGORAS (h. 582 — 507 aC) funda una escuela cerrada y regida por
un riguroso orden disciplinario, a diferencia del modelo jonio. Los pitagóricos
no sólo escuchaban sus enseñanzas, sino que vivían en comunidad y compar-
tían sus días; cultivaban las matemáticas y la música.
No consta que Pitágoras escribiera ningún libro, pero mediante su doctrina
ejerció una gran influencia. Los contenidos doctrinales de la escuela se
centran en el estudio del ser humano (antropología) y en las matemáticas:
 ANTROPOLOGÍA. Los pitagóricos consideraban que el ser humano
está formado por cuerpo y alma (concepción dualista). Consideraban
que el alma es el aliento de vida que poseen los seres vivos; el
cuerpo es una prisión para el alma y la causa de todos sus males,
tentaciones y embrutecimiento. Defendían la inmortalidad, y creían
en la transmigración (metempsícosis) de las almas: al morir una persona, su alma podía reencarnarse en
un ser vivo de cualquier especie. La finalidad del ser humano en esta vida es purificarse, neutralizando las
fuentes de corrupción del cuerpo. El conocimiento del cosmos constituye una de las vías para alcanzar la
purificación del alma.
 LAS MATEMÁTICAS. Los pitagóricos entendían los números como principio y
raíz de todas las cosas. Desarrollaron una teoría matemática que identificaba los
números con puntos que formaban figuras geométricas, y cuya unidad era el
diez o tetraktys, representado como un triángulo equilátero. Así, con Pitágoras,
el problema del arjé se desplaza de la materia a la forma.
Los campos en los que la teoría pitagórica alcanzó especial relieve son:
 TEORÍA MUSICAL. Pitágoras llevó adelante unas interesantes investigaciones en el terreno musi-
cal, al que concedió gran importancia. De dicha teoría musical surgirá la idea de que la armonía (la
combinación adecuada de los elementos en juego) era el supremo bien al que debía tenderse.

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 TEORÍA ASTRONÓMICA. Al entender los números como
principio de la realidad, los pitagóricos establecen como
inseparables la matemática y la física. El aspecto más impor-
tante de esta última lo constituye sin duda su astronomía: la
cosmogonía pitagórica se basa en diez objetos celestes;
como sólo eran visibles nueve —la Tierra, la Luna, el Sol,
Mercurio, Venus, Marte, Júpiter, Saturno y la esfera de las
estrellas fijas— añadieron un décimo elemento que el ser
humano no era capaz de observar, la Antitierra. Las esferas celestes de Pitágoras

JENÓFANES (h. 570475 aC), es considerado el fundador de la teología filosófica. El tema central que se
desarrolla en los versos de Jenófanes está constituido por la crítica de la concepción de los dioses de Homero y
Hesíodo. Señala que el error de fondo de dicha concepción consiste en el antropomorfismo: atribuir a los dioses
formas, características psicológicas y pasiones semejantes a las de los hombres. Tienen mayor importancia que los
seres humanos, pero poseen las mismas cualidades. Jenófanes objeta lo siguiente: al igual que los etíopes, que
son negros y de nariz achatada, representan a sus dioses con la piel negra y la nariz achatada, si los animales
tuviesen manos y pudiesen crear efigies de los dioses, les darían formas de animales. Pone así en tela de juicio, la
credibilidad de los dioses tradicionales.

HERÁCLITO Y PARMÉNIDES
HERÁCLITO (h. 544—484 aC), nacido en la ciudad de Éfeso (Asia Menor), es
el primer filósofo especulativo: el tema central de su reflexión ya no es la physis
(aunque mantiene la idea de una sustancia, de un principio), sino el ser humano;
o tal vez mejor: el pensamiento mismo. Será el primero en plantear el tema del
lenguaje.
Una de las principales dificultades con que nos encontramos a la hora de
estudiar los textos de Heráclito es su estilo expresivo. Las palabras y las oracio-
nes se contraponen abruptamente, a fin de poner de relieve las contradicciones
de las ideas que comunican (dice Platón). Es ese estilo el que le valió un
sobrenombre: “el oscuro”.
Los milesios ya habían advertido del cambio constante de las cosas, que nacen,
crecen y mueren. Además habían considerado que ese cambio era un rasgo
esencial de ese principio (arjé) que genera y rige la realidad. Lo que hace Herá-
clito es elevar este aspecto de la realidad a centro de su filosofía. Según él, “todo
se mueve”, “todo fluye”, nada permanece fijo e inmóvil, todo cambia y se
modifica (sin excepción). Podemos leer, en dos de sus fragmentos más famosos. “No podemos bañarnos dos veces
en el mismo río (…), sino que a causa de la impetuosidad y la velocidad de la mutación, se dispersa y se recoge,
viene y va”; “Bajamos y no bajamos al mismo río, nosotros mismos somos y no somos”.
El sentido de estos dos fragmentos de claro: el río es aparentemente siempre el mismo, mientras que en realidad está
constituido por aguas siempre nuevas y distintas, que llegan y se escabullen. Por eso no se puede bajar dos veces a la
misma agua del río, porque cuando se baja por segunda vez es otra agua la que está llegando; y también porque nosotros
mismos cambiamos y en el momento en que hemos acabado de sumergirnos en el río nos hemos convertido en algo
distinto al que éramos en el momento de comenzar a sumergirnos. De modo que Heráclito puede afirmar con razón que
entramos y no entramos en el mismo río. Y también puede decir que somos y no somos, porque, para ser lo que somos en
un momento determinado, debemos noserya aquello que somos en cada momento. Según Heráclito, esto se aplica a
toda la realidad, sin excepción alguna.

Éste es el aspecto más conocido de la doctrina de Heráclito, que para él no es más que una constatación básica: el
devenir, al que todo se ve obligado, se caracteriza por un continuo pasar desde un contrario a otro. Así, las cosas
frías se calientan, las calientes se enfrían, las húmedas se secan, las secas se humedecen, el joven envejece, lo vivo
muere, pero de lo que ha muerto renace otra vida joven, y así sucesivamente.
Existe pues una guerra perpetua de los contrarios que se van alternando. No obstante, puesto que las cosas sólo
adquieren su propia realidad en ese devenir, la guerra (entre los opuestos) es algo esencial: “La guerra es la
madre de todas las cosas y de todas las cosas es reina”. Se trata, empero, de una guerra que, al mismo tiempo, es
paz y armonía. El perenne fluir de las cosas y el devenir universal se revelan como una armonía de contrarios, es
decir, como un conciliarse entre contendientes. Y en la armonía coinciden los opuestos: “El camino que sube y el

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camino que baja son un único y mismo camino”; “En el círculo son comunes el fin y el principio”; “La misma cosa
son el viviente y el muerto, el despierto y el durmiente, el joven y el viejo, porque estas cosas, al cambiarse, son
aquellas, y a su vez aquellas, al cambiarse, son éstas”.
Por otro lado, tanto los fragmentos que se conservan de Heráclito como la tradición indirecta indican con claridad
que éste ha elegido el fuego como principio fundamental y ha considerado que todas las cosas son
transformaciones del fuego: “Del fuego proceden todas las cosas, (…)”. El fuego expresa de modo ejemplar las
características del cambio continuo, del contraste y de la armonía: el fuego se convierte en humo; el humo se
torna nube que, al llover, es agua. El agua se transforma constantemente en tierra, y a la inversa, la tierra se torna
agua, que se evapora y acaba retornando al fuego.
Las transformaciones no alteran las proporciones entre los elementos, pues este proceso sigue un orden, una ley
o razón. Heráclito se refiere a esta ley o razón con el término griego logos. Para Heráclito el logos es la razón
universal que domina el mundo y que hace posible un orden, una justicia, un destino. Toda la naturaleza obedece
ese orden, y no hay nada que pueda contravenirlo.
PARMÉNIDES (h. 510 —450 aC) de Elea, fundador de la escuela llamada
eleática, se presenta como un innovador en el ámbito de la filosofía de la physis.
Gracias a él, la filosofía recibe una fuerte sacudida, pasando de ser una cosmología
(una teoría sobre la realidad) a transformarse –al menos en parte en una
ontología (una teoría del ser). Se conservan de él fragmentos extensos de un
poema que consta de un Proemio (una introducción) y dos partes: la Vía de la
Verdad y la Vía de la Opinión (o de la apariencia).
El concepto de vía tiene un doble sentido: es tanto un viaje místico, como una idea
de método, de forma de ordenar lo pensable. Parménides propone dos vías: la de
la Verdad y la de la Opinión. La primera de ellas recoge su célebre discurso sobre
el Ser, que es un ejercicio sin precedentes de la deducción lógica. En la primera
vía, la vía de la verdad, mediante el uso exclusivo de la razón, deduce Parménides
todo lo que podemos conocer sobre el Ser, concluyendo que lo que conocemos
por los sentidos no tiene validez. En la segunda, la vía de la opinión, Parménides
pasa de las cosas pensables a las sensibles. La diferencia de rango entre las dos vías está clara. La una, la vía de la
verdad, pertenece a los inmortales. Es la vía del Saber. La otra, la vía de la apariencia, es el ámbito en el que se
mueven los hombres: la Opinión.
La vía de la verdad se abre con la siguiente explicación: “El Ser es. El Noser no es”. Y a partir de este principio
evidente, señala: “Nunca comprenderás que el Noser sea. Aparta tu corazón de tal camino”.
Ahora bien, si del Ser sólo puede decirse que es, y del Noser que no es, ¿qué consecuencias se sacan de esto?
Parménides llegó a las siguientes conclusiones obre lo existente:
 El Ser es eterno, no tiene origen ni fin. ¿Cómo podría tener principio o fin? Ello equivaldría a afirmar que
antes de ser era no ser, o que después de ser pasará a no ser, lo cual implica vulnerar la regla y afirmar
que el noser es.
 El Ser no puede cambiar: el cambio supone que se deja de ser una cosa para pasar a ser otra (por
ejemplo, una oruga deja de ser oruga y pasa a ser mariposa). Sin embargo, es imposible dejar de ser algo:
el cambio es una ilusión.
 El Ser es continuo: si afirmamos que es discontinuo, estaríamos aceptando que junto al ser hay lagunas de
no-ser.
 El Ser es único, engloba todo lo que existe, en la medida en que afirmar la existencia de cualquier otra
cosa que no sea Ser es afirmar que el Noser es.
 El Ser es inmóvil: si se moviera, tendría que hacerlo hacia algún lugar en el que no hubiera nada. Pero la
nada, el vacío (el noser) no existe. Si el ser es continuo y único ¿cómo podría moverse?
De estas propiedades que Parménides deduce se sigue una crítica radical a todo lo que nos viene de los sentidos.
Los sentidos, en la medida en que confirman la existencia del nacer y del morir, del movimiento y del devenir,
parecen dar testimonio del Noser. Con esta crítica se cierra la Vía de la Verdad: “Por tanto, todas las cosas son
meros nombres que los mortales pusieron convencidos de que son verdaderos, nacer y morir, ser y no ser, cambio
de lugar y variación del brillante color”.

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LOS NUEVOS FÍSICOS: LOS PLURALISTAS
Bajo el término de “pluralistas” se engloba un grupo de filósofos muy influídos por Parménides, pero que se
separan de su maestro al postular que lo existente tiene que ser una pluralidad, y no una unidad. La pretensión de
los pluralistas era explicar el movimiento y salvar las apariencias. Se dieron cuenta de que la lógica de Parménides
conducía a un camino sin salida, y que el movimiento no era explicable a partir de un único principio. Y fue
Empédocles quien encontró una salida para continuar el conocimiento de la physis como realidad en movimiento
Empédocles explica el hacerse y deshacerse de las cosas a partir de lo
que es (el ser de Parménides). Lo real estaría formado por entes (en
plural) –lo que Aristóteles llamará elementos, y Empédocles llamó
raíces, tan estables como el ser de Parménides, pero susceptibles de
cuantas combinaciones y recombinaciones sean necesarias para
explicar los cambios que se producen en el mundo de la physis.
Compartida por hombres tan distintos como Empédocles y Anaxágoras,
la idea fue también recogida por los atomistas. A todos ellos se les
llamó los nuevos físicos. Pero sus soluciones conducirían a explicacio-
nes bien diferentes.
EMPÉDOCLES (h. 493 — 433 aC), originario de Agrigento (la
actual Sicilia), aseguró que toda la naturaleza se compone de cuatro
elementos — tierra, agua, fuego y aire—, a partir de cuya combinación
se forman tanto los seres vivos como los inertes.
Según Empédocles, al igual que según Parménides, son imposibles el
nacer y el perecer, entendidos como un provenir de la nada y un ir
hacia la nada. No existen pues nacimiento y muerte, y lo que los
hombres han calificado con esos nombres no son más que mezclas y
disoluciones de determinadas sustancias, que permanecen eterna-mente iguales e indestructibles. Tales
sustancias son el agua, el aire, la tierra y el fuego, que Empédocles llamó raíces de todas las cosas.
Cualitativamente diferentes, pero de igual condición cuantitativa, las cuatro raíces que constituyen todo lo que es
son divisibles y elementales. No pueden reducirse unas a otras, ni combinarse para dar lugar a una nueva. Eternas
e inmutables, anteriores a las mezclas en que se agrupan, perduran cuando éstas se disuelven.
Los jónicos habían elegido una u otra de estas realidades, en calidad de principio, del cual derivaban las demás
sustancias mediante algún proceso de transformación. La novedad de Empédocles consiste en haber proclamado
la inalterabilidad cualitativa y la imposibilidad de transformarse de esas cuatro realidades, dando lugar así a la
llamada concepción pluralista de la realidad, que supera el monismo de los jónicos y de los eleáticos.
Hay pues cuatro elementos, que al unirse dan origen a las cosas y al separarse dan origen a su corrupción. ¿Cuáles
son, empero, las fuerzas que los unen y los separan? Empédocles introdujo las fuerzas cósmicas del amor o la
amistad (philía) y del odio o la discordia (neikos), que son causa –respectivamente de la unión y separación de
los elementos. Tales fuerzas, de un modo alterno, predominan una sobre otra durante períodos de tiempo
constantes, que han sido fijados por el destino. Cuando predomina el amor o la amistad, los elementos se juntan
en una unidad; cuando predomina la discordia, se separan. El cosmos y las cosas del mundo surgen durante los
dos períodos de paso entre el predominio del amor y el del odio.
Las principales proposiciones que constituyen su teoría pueden esquematizarse así:
 La realidad está sometida a un ciclo cósmico intermi-
nable.
 En el curso de este ciclo, se pasa de lo Uno (todos los
entes están unificados en un ser, perfecto como una
Esfera) a lo Múltiple (estadio en el que los entes están
dispersos).
 Los entes mismos son compuestos (mezclas) de cuatro
elementos básicos (o raíces): fuego, aire, tierra y agua,
que Empédocles identifica poéticamente con cuatro
divinidades: Zéus, Hera, Eidoneo y Nestis.

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 Dos fuerzas antagónicas mueven este ciclo cósmico: el Amor y la Discordia. El amor tiende a reunir todos
los elementos en una Esfera. La discordia tiende a separarlos en una multiplicidad de entes particulares.
 El dominio del amor y de la discordia es alternativo en el ciclo cósmico, pudiendo establecerse, entre los
periodos de hegemonía de cada uno de ambos, dos estadios de transición: del amor a la discordia, y de la
discordia al amor. Durante los estadios de transición surge la vida.
Empédocles inicia un movimiento que seguirán todos los pluralistas: pulveriza el ser de Parménides en una
multiplicidad de elementos y explica las transformaciones de los seres, su nacimiento y su muerte, como uniones
y separaciones. Este modo de sortear la discusión entre lo uno y lo múltiple será, en sus líneas generales, adop-
tado por todos los físicos presocráticos tardíos, variando únicamente el nombre, número y cualidades de estos
elementos últimos que forman la realidad (raíces, homeomerías, átomos) y los mecanismos por medio de los
cuales se supone que se relacionan entre ellos.
ANAXÁGORAS (h. 500 — 428 aC) continúa el intento de solucionar la dificultad provocada por la filosofía
de los eleáticos. Nacido en Clazomene, Anaxágoras trabajó en Atenas durante treinta años. Los fragmentos
conservados confirman que fue el primer físico que optó por la expresión en prosa escueta, clara y sencilla, pero
cuidando la precisión.
Concibió las “cosas ya existentes” –semillas (spérmata en su propia terminología) como innumerables
corpúsculos de la misma naturaleza que las sustancias que percibimos (carne, hierba, agua), por lo que Aristóteles
los llamó homeomerías (partes iguales o semejantes). Pensó que tanto en los cuerpos como en las mismas
semillas hay de todo, y lo que diferencia a las cosas es el predominio de uno u otro componente. “Cada cosa
individual es y fue aquello de que contiene más”. De haber una sola sustancia (o las cuatro raíces de Empédocles),
¿cómo del esperma podrían salir cosas tan diversas como pelo, uñas, venas y huesos? En la comida de un ser vivo
ha de estar contenido, aunque en partes imperceptibles, lo que vemos como característica del mismo: en la
hierba ha de estar lo que es luego carne bovina o humana. Siempre hay “de todo en todo”.
Al principio estas homeomerías constituían una masa en la que todo se mezclaba a la vez, de manera que no se
distinguía ninguna. Más tarde una inteligencia (Nous) produjo un movimiento, que convirtió la mezcla caótica en
mezcla ordenada, de la que surgieron todas las cosas. Todas y cada una de las cosas, por consiguiente, son
mezclas bien ordenadas, en las que existen todas las semillas de todas las cosas, si bien en una medida
pequeñísima, diversamente proporcionada en cada caso. El Nous, por otro lado, es un principio físico, si bien no
material, que no se mezcla con los elementos, sino que solamente suministra el impulso inicial.
En resumen, para Anaxágoras:
 En el principio era el Caos: la mezcla de todas las cosas, infinitas en número y pequeñez.
 Este Caos entra en movimiento por acción de un principio exterior a él, el Nous, la inteligencia, que le
impone un movimiento circular, en curso del cual esta masa homogénea se disgrega en una sucesión de
entes particulares.
 Las cosas no nacen ni perecen (no hay generación ni corrupción): se componen y se disuelven a partir de
lo existente.
 Las cosas no son una combinación de sólo cuatro elementos (como quería Empédocles), sino que hay
muchas cualidades irreductibles y distintas unas de otras
 Las cosas están compuestas por una multitud de partes que contienen en si las semillas de todas las cosas
(a las que Aristóteles denominó homeomerías o partes homogéneas). Según la cualidad que domina en
ellas, las cosas se nos aparecen bajo un aspecto cualitativo u otro, pero las homeomerías contienen, en
germen, una infinidad de otras cualidades. Ello explica las transformaciones: cómo el alimento que
ingerimos, por ejemplo, puede transformarse en carne, hueso, pelo, etc.

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LOS ATOMISTAS
Cuando hablamos del tercer sistema pluralista, el de los atomistas, normalmente se cita a dos autores, Leucipo y
Demócrito. La tradición considera como su fundador a LEUCIPO (h. 450 — 370 aC), contemporáneo de
Anaxágoras, acerca del cual apenas existe más información. Pudo nacer en Mileto, en Elea o en Abdera. Se le
atribuyen dos obras, que habrían sido incorporadas a las de Demócrito, junto al cual ya Aristóteles las citaba
indistintamente.
DEMÓCRITO (h. 460 — 370 aC) coincidía con Anaxágoras y Empédocles en que “nada se crea y nada
desaparece de la nada”. Y explicaba los cambios en la naturaleza mediante la idea de mezcla de componentes
inmutables. Dichos componentes serían indivisibles (eso significa átomoi), sumamente pequeños pero sólidos
(nastá, “apretados”). En torno a ellos y entre ellos existe el vacío, de un modo tan absoluto y permanente como
los propios átomos.
Según Aristóteles, los atomistas argumentaban que sin él sería imposible el movimiento local, y con él se explican también
la contracción y la condensación así como el crecimiento de algunos cuerpos. Aquel vacío era en definitiva la negación de lo
ente y lo lleno, es decir, el No-ser de Parménides.

Contra los otros pluralismos, los átomos se conciben como cualitativamente iguales entre sí, y como dotados de
movimiento. Es decir, no requieren fuerzas exteriores, y sus mezclas han de resultar de su mismo estado origina-
rio de movimiento y explicarse en términos cuantitativos. Podríamos decir que, en parte, no difieren del ser de
Pármenides: son ingénitos, imperecederos, indestructibles, indivisibles, sin fisuras de Noser. Pero por otro lado
no podrían diferir más de él: lejos de ser uno, son infinitos en número; en vez
de estar en reposo, su estado natural es el movimiento; son impensables sin
el No-ser (el vacío), y con él constituyen la realidad.
Demócrito habló de átomos rugosos, ganchudos, cóncavos, convexos y “de
otras muchas formas”. Pero en los cuerpos visibles, las diferencias y los
cambios dependerían, más que de diferencias de sus átomos, de diferencias
en las estructuras que estos componen: como las infinitas palabras de una
lengua dependen de combinaciones entre fonemas. Además de tener
distinta figura, los átomos pueden cambiar de posición (tropé, giro, y thésis,
colocación) y/o del orden de instalación (táxis). Aristóteles lo explicó
comparándolos con las letras del alfabeto, que difieren en figura (A y N),
posición (N y Z), u orden (AN y NA).
Ahora bien, el verdadero mérito de la especulación de Demócrito fue
precisamente no preguntarse por el origen del movimiento. ¿Por qué
suponer en el origen algo en reposo mejor que imaginarlo originariamente
en movimiento?
En definitiva, el modelo atomista, con el que se cierra el pensamiento presocrático, puede esquematizarse en los
siguientes puntos básicos:
 Las causas materiales de lo existente están constituidas por dos elementos: lo lleno (el ser) y lo vacío (el
no-ser).
 El No-ser existe: es el vacío que permite el movimiento.
 El ser está constituido por cuerpos indivisibles, infinitos, invisibles e imperecederos llamados átomos.
 Los átomos se distinguen tan sólo por sus determinaciones espaciales: forma, orden y posición (“ritmo,
contacto y revolución”).
 Los átomos, moviéndose por sí mismos en el vacío, forman un torbellino en el curso del cual chocan y se
entrelazan, formando los entes y el universo en su orden actual.
 Al torbellino se le denomina necesidad (ya que gracias a él se llevan a cabo las uniones posibles: es la
razón de dichas uniones) y también azar (porque es el azar la fuerza que guía las combinaciones): “todo lo
que existe en el universo es fruto del azar y de la necesidad”.

Los atomistas habían logrado que el pensamiento físico alcanzara su máximo grado de simplificación. Nietzsche se
preguntaba: ¿cuáles son las causas que cortaron una provechosa física experimental en la Antigüedad, después de
Demócrito? Tal vez una manera de responder fuera recordar que, mientras Demócrito elabora su obra, se están
produciendo vastas trasformaciones en la sociedad griega, que el espíritu griego está desplazando sus centros de

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interés, sus temas y sus problemáticas. La democracia ateniense plantea nuevos desafíos al ciudadano. La razón
va a verse obligada a ser, más que nunca, una razón política.
Aunque temáticamente Demócrito se integra con pleno derecho entre los pensadores presocráticos, cronológica-
mente es un físico tardío, coetáneo de Sócrates. La phyisis, la naturaleza y el orden cósmico, han dejado de ser el
centro de atención del pensamiento. La pregunta ya no es cuál es el arjé de esta phyisis, sino que el centro de
interés ha pasado a ser la vida ciudadana, la polis. La pregunta es ahora cuál ha de ser el principio soberano que
debe regirla: cuál es el nomos, la ley.
El problema de la naturaleza cede así ante la preocupación ciudadana. Con los sofistas, la elocuencia y la
argumentación sustituyen a los antiguos tratados sobre la naturaleza. Se cambian las opiniones dogmáticas por la
argumentación razonable y plural. Se abre así un debate sin fin entre argumentaciones contrarias para hallar cuál
es la medida que conviene a la vida ciudadana: su logos.

RESUMEN DEL PENSAMIENTO PRESOCRÁTICO

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