La Obsesión Del Magnate Griego - D.A. Lemoyne

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D. A.

LEMOYNE
Copyright © 2024
—Recuerdo todo lo que ocurrió aquella noche. Quería
olvidar,
pero no pude hacerlo—ella dice.
—No te permitiré olvidar. Esta vez, te voy a dejar una
huella
tan profunda que serás incapaz de irte.
Christos y Zoe
(La Obsesión del Magnate Griego)
D. A. LEMOYNE
[email protected]
Copyright © 2024 por D. A. Lemoyne
Todos los derechos reservados.
Publicado en los Estados Unidos de América
Título original: A Eleita do Grego
Primera publicación: 2021
Carolina del Norte - EE. UU.
Autora: D. A. Lemoyne
Traducción: Carlos Gil
Edición y corrección de texto: Ágatha Almeida Thomaz
Diseño gráfico de portada: Angela H.
Fotografía de portada: M. Lancaster
Ilustración: Mery Ribeiro
Ilustración: Linka
Diseño del libro: V. Miranda
ISBN: 978-65-00-35580-2
ISBN: 978-65-01-07330-9

Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede


ser reproducida o copiada de ninguna forma, ni por medios electrónicos o
mecánicos, incluidos los sistemas de almacenamiento y recuperación de
información, sin el permiso por escrito del autor, salvo breves citas en
reseñas o promociones de libros.
Este libro es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares e
incidentes son producto de la imaginación del autor o se utilizan de manera
ficticia. Cualquier similitud con personas reales, vivas o muertas, sucesos o
lugares es pura coincidencia.
La historia que sigue contiene temas maduros, lenguaje fuerte y
situaciones sexuales, y está destinada a un público lector adulto.
Él es griego, CEO multimillonario y casi veinte años mayor que

ella.
Ella es una joven estadounidense en su primer viaje internacional.

Él se convierte en su protector en el momento que más lo necesita.


Ella se transformó en la obsesión que él nunca había anticipado.

Christos
Hasta que la conocí, mi vida solo giraba en torno a horarios de trabajo

inhumanos y encuentros casuales.


Nunca había tenido adicciones hasta que Zoe, una camarera de una de

las naves de la flota que deseaba comprar, entró en mi vida.


Mi deseo por ella fue instantáneo, así como mi determinación de

llevarla a mi cama.

Ella me ofreció una noche, pero luego huyó de mí.

No, pensó que podría escapar, pero no había forma de que la dejara ir

mientras mi deseo por ella siguiera insatisfecho.


Resumen

Sinopsis
Notas de la Autora
Prólogo
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Capítulo Quince
Capítulo Dieciséis
Capítulo Diecisiete
Capítulo Dieciocho
Capítulo Diecinueve
Capítulo Veinte
Capítulo Veintiuno
Capítulo Veintidós
Capítulo Veintitrés
Capítulo Veinticuatro
Capitulo Veinticinco
Capítulo Veintiséis
Capítulo Veintisiete
Capítulo Veintiocho
Capítulo Veintinueve
Capítulo Treinta
Capítulo Treinta y Uno
Capítulo Treinta y Dos
Capítulo Treinta y Tres
Capítulo Treinta y Cuatro
Capítulo Treinta y Cinco
Capítulo Treinta y Seis
Capítulo Treinta y Siete
Capítulo Treinta y Ocho
Capítulo Treinta y Nueve
Capítulo Cuarenta
Capítulo Cuarenta y Uno
Capítulo Cuarenta y Dos
Capítulo Cuarenta y Tres
Capítulo Cuarenta y Cuatro
Capítulo Cuarenta y Cinco
Capítulo Cuarenta y Seis
Capítulo Cuarenta y Siete
Capítulo Cuarenta y Ocho
Capítulo Cuarenta y Nueve
Capítulo Cincuenta
Capítulo Cincuenta y Uno
Capítulo Cincuenta y Dos
Capítulo Cincuenta y Tres
Primer Epílogo
Segundo Epílogo
Bono - Odin Lykaios
Bono - Madeline Turner
Otras Obras de D.A. Lemoyne
Sobre la Autora
Advertencia: este contenido puede incluir desencadenantes.
Advertencia: La Obsesión del Magnate Griego, libro 1 de La
familia Lykaios, es una historia independiente. Cada libro puede leerse de
forma separada, pero es probable que los siguientes contengan spoilers de
los anteriores.

Zoe
Algunas personas dirían que soy demasiado mayor para creer en
cuentos de hadas, pero la verdad es que nadie es lo suficientemente astuto
como para resistirse a una pasión desbordante.
No se trata de cualquier pasión, sino de esa que te deja sin aliento,
que eriza la piel con solo escuchar su voz y que hace arder tu cuerpo.

Christos
No creo en el amor a primera vista, pero la el deseo instantáneo me
parece plausible.
Cuando la conocí, supe que la haría mía; lo que no esperaba era que
desapareciera dos días después, sin mirar atrás.
Un encuentro inesperado.
Una atracción explosiva.
Ninguno de los dos estaba preparado para esa sensación
abrumadora, hasta que un secreto lo cambia todo y la obliga a huir.
Sin embargo, el CEO multimillonario está dispuesto a todo para
recuperar a Zoe en su cama. Su deseo por la única mujer que lo ha
abandonado no tiene límites. Ni siquiera el tiempo puede detenerlo.
Cuando, por fin, el destino les brinda una segunda oportunidad, él se
enfrenta a la posibilidad de perderla de nuevo.
Esta vez, para siempre.
Para todos aquellos que aman a los griegos sensuales, apasionados y
poderosos.

Carolina del Norte, 2024.


La Obsesión del Magnate Griego es el primer libro de la serie La
Familia Lykaios. En él, se narra la historia de Christos Lykaios, CEO de
una exitosa industria de la moda, y Zoe Turner, una top model en ascenso.
Al embarcarse en un navío que forma parte de una flota que
pretende adquirir, el arrogante griego no se imagina que quedará
completamente fascinado por una estadounidense casi veinte años más
joven que trabaja en el crucero.
A pesar de su inexperiencia, Zoe sabe lo que quiere: no desea ser un
juguete de un multimillonario. Sin embargo, el destino tiene planes
inesperados para conectar sus corazones de una manera que ni el tiempo
podrá disminuir.
La Obsesión del Magnate Griego es una historia sobre las segundas
oportunidades y el amor incondicional con el que muchos de nosotros
soñamos. La narrativa incluye algunos desencadenantes, como acoso
sexual, violencia doméstica (no por parte de la protagonista y en una
situación muy breve), y muestra la experiencia de Zoe en hogares de
acogida, así como escenas de sexo detalladas.
El segundo libro de la serie, Sobre el Amor y la Venganza, que sigue
las peripecias de Odin Lykaios, primo de Christos, estará disponible muy
pronto.
Por último, mis libros son siempre historias independientes, pero
mi universo literario está interconectado, por lo que eventualmente
encontrarás personajes de una serie en otra. Sin embargo, siempre explicaré
de dónde provienen y dejaré una nota a pie de página que te dirigirá a la
obra correspondiente.
Espero que te enamores de este universo tanto como yo disfruté
crearlo.
Con cariño,
D. A. Lemoyne
Prólogo
Zoe

Siete años de edad

Boston
Ella me agarra la mano, la aprieta con fuerza, y sin que diga una
palabra, sé que está tan triste como yo.
Hablamos mucho.
De hecho, todos los días desde que empecé a vivir aquí hace casi un
año. Pauline es la única persona que puede hacerme sonreír. Mi mamá
murió, era la única que tenía, ya que papá se fue al cielo mucho antes que
ella.
Le cuento historias a mi amiga porque he aprendido a leer. Mi mamá
solía hacerlo, interpretando a los personajes, y era muy divertido. A mí no
se me da tan bien, leo despacio y a veces incluso tartamudeo, pero ella
nunca se ríe de mí, a diferencia de su madre, la tía Ernestine, la dueña de la
casa donde vivo ahora.
Pauline es mucho mayor que yo; ahora tiene casi doce años y dice
que no es una niña, sino una adolescente. Aunque se siente casi adulta, no
puede levantarse de la cama porque sus piernas no tienen la fuerza para
andar. Tuvo un accidente cuando era más joven que yo ahora.
Ojalá pudiera ponerla de pie para que pudiera jugar conmigo, pero
como dijo mi profesora el otro día, a veces no comprendemos la voluntad
de Dios, Zoe.
No sé lo que significa, pero no me parece justo.
He encontrado la manera de hacerla feliz: hago las cosas en su lugar.
Cuando se despierta y dice que quiere dar un paseo por el patio, salgo
corriendo de casa y regreso con los pulmones ardiendo y sin aliento. Pero
cuando la veo sonreír, sé que ha valido la pena.
La primera vez que lo hice, me dijo que estaba loca, pero luego le
encantó la idea y ahora siempre me pide cosas.
Zoe, sal afuera y siente la lluvia por mí.
Zoe, cuéntame del chico más guapo de tu colegio; va a ser mi novio
secreto.
Zoe, ¿qué se siente al saltar muy alto?
Balanceo los pies mientras me siento en su cama. Mis pies aún no
tocan el suelo porque su cama es alta: «es de hospital y costó una fortuna».
La tía Ernestine siempre dice eso, como si Pauline tuviera la culpa de que
costara tanto. Solíamos bromear, tratando de adivinar cuándo sería lo
suficientemente alta para que mis pies tocaran el suelo.
Ahora, nunca lo sabremos porque me iré de esta casa para siempre.
—¿Prometes venir a buscarme cuando seas rica?
La miro y sonrío, lo que ayuda a calmar el dolor que siento en el
pecho.
Llevo una semana llorando en secreto, desde que me enteré de que
volveré a vivir en un orfanato. Estoy muy, muy triste.
Mi supuesta tía se puso en contacto con el hombre del gobierno y le
dijo que iba a devolverme al Estado porque el dinero que le daban para que
viviera aquí no era suficiente. También hay otros niños aquí, así que no
entiendo por qué soy la única que van a devolver al orfanato.
—¿Cómo voy a ser rica, Pauline?—le pregunto—Mi hucha solo
tiene dos dólares de cuando ayudé a la señora Nole a recoger las hojas del
jardín.
—¿Recuerdas nuestro trato? Tú eres yo, así que haces cosas por mí.
Bueno, sueño con convertirme en una top model famosa. Guapísima,
desfilando por la pasarela y con todos los hombres del mundo locos por mí.
Pero eso nunca ocurrirá porque no puedo andar.
—¿Qué es una top model?—pregunto, probando la palabra en mi
lengua y encontrándola graciosa.
—Son chicas muy guapas que pasean por una rampa o son
fotografiadas. Consiguen ropa gratis y viajan por todo el mundo.
—Debe de ser muy genial.
—Sí, Zoe. ¡Es el mejor trabajo del mundo! Prométeme que lo harás
por mí y que dondequiera que vayas, en cualquier país, lo recordarás.
—Sé que tu madre me envía lejos, pero ¿significa eso que no
volveré a verte, Pauline?
Me mira extrañada, como si supiera un secreto y no quisiera
decírmelo.
—No estoy segura, Zoe. En cualquier caso, cuando te sientas triste y
sola, mira al cielo y piensa en mí. Yo también pensaré siempre en ti.
Capítulo Uno
Barcelona

Diez años después


Oh, Dios, ¡esto es tan incómodo!
Pauline, te amo de verdad, porque esta idea de viajar por el mundo
está resultando mucho más difícil de lo que imaginaba.
Un crucero por el Mediterráneo podría ser el sueño de cualquier
chica de mi edad, pero ahora mismo daría lo que fuera por quitarme este
uniforme pegajoso y lanzarme a la nieve de Boston. Aunque estuviera en mi
tierra natal, eso no sería posible, ya que allí también es verano.
Intento ver la hora en el reloj del interior de la nave, pero es
complicado desde aquí. Como tenemos prohibido consultar el teléfono
durante las horas de trabajo, lo único que puedo hacer es esperar volver al
aire acondicionado lo más pronto posible.
Aparto esos pensamientos y recuerdo que mi mejor amiga daría
cualquier cosa por estar viviendo esta incómoda experiencia en un húmedo
día de verano, atrapada en un uniforme que haría sentir incómodo a
cualquiera. Me siento como un plátano, cubierto hasta el cuello.
Odio los cuellos de tortuga y me encantaría tener una charla con el
estilista—¿de verdad tienen uno? —que diseñó este atuendo para los
empleados.
—¿Cuándo podré hacerme un selfie con el apuesto capitán, cariño?
— me pregunta una señora muy guapa.
—Buenas noches. Bienvenida al Dream Cruise—le respondo con lo
que he tenido que memorizar—El capitán estará disponible media hora
antes de la cena de gala de hoy y dedicará quince minutos a hacerse fotos
con los pasajeros.
—¿Sólo quince? ¡Necesito al menos una hora junto a ese bombón!
Reprimo una carcajada.
Ella debe tener ochenta años o más, y el capitán, unos cincuenta,
pero, ¿quién dijo que el amor entiende de edades?
La verdad, él no me gusta nada. La única vez que estuvimos juntos
en la misma habitación, llegué a la conclusión de que miraba a las mujeres
como si fuera un regalo para todas ellas. Arrogante.
Conocí a una chica que también fue contratada para trabajar en este
crucero de una semana, pero ella tenía experiencia previa. Me contó que
suele acabar cada viaje con las empleadas peleándose por su atención.
Además, la mayoría de ellas terminan visitando su camarote.
Cuando la señora se despide, aprovecho para comprobar si el equipo
del fotógrafo está listo.
Hace unos meses, vi en Internet que Dolphin Cruises, la mayor
compañía de cruceros del mundo, contrataba a jóvenes sin experiencia para
trabajar en un viaje por el Mediterráneo. Pensé: esto es.
Pasamos dos semanas de formación y, como acababa de terminar la
escuela secundaria, fue el regalo de graduación perfecto para mí. Superé la
formación sin problemas y la compañía me proporcionó el pasaporte.
Mis padres adoptivos, una amable pareja que me sacó del orfanato a
los once años, nunca pudieron ofrecerme algo así. Sin embargo, me
brindaron mucho amor y, aunque no pudieron reparar todos los pedazos
rotos de mi corazón, me hicieron sentir querida tras tantos hogares
temporales.
Hace un año conocí a la prima lejana de mi madre biológica.
Aunque me gustó conocer a parientes consanguíneos, nunca intentaron
acercarse.
Tienen mucho dinero, y cuando me invitaban a fiestas familiares,
me sentía excluida y menospreciada. Solo una chica fue amable conmigo:
Madeline. Es la hija de la prima de mi madre, es terriblemente tímida y
tiene dislexia.
Me esforcé por llevarme bien con ellas, pero llegué a mi límite
cuando su madre me pidió que ayudara a la criada a servir la comida en la
cena, porque una de las empleadas estaba ausente. Acepté, pero no entendí
en ese momento qué significaba. Cuando mis padres adoptivos recibían
visitas, todos ayudaban a poner la mesa o a lavar los platos después, así que
no me pareció gran cosa.
No me di cuenta hasta que me dio el uniforme que llevaban sus
empleados.
Le inventé una excusa sobre que mi madre me necesitaba y nunca
volví a ponerme en contacto con ella.
Me di cuenta demasiado tarde de que la tía Adley me veía como un
inconveniente, alguien que quería disfrutar de los privilegios de su riqueza.
No podía estar más lejos de la verdad; solo quería formar parte de una gran
familia, ya que mis padres adoptivos no tienen otros parientes.
Veo cómo la gente comienza a pasear por el barco con sus ropas
elegantes. Las mujeres llevan vestidos largos y brillantes, y los hombres,
esmoquin, como los de las películas.
A veces sueño despierta, deseando vivir esta vida al menos una
noche, como Cenicienta en el baile con el príncipe.
Pero es prácticamente imposible que ese deseo se haga realidad, así
que tengo que mantener la concentración y reponer la botella de agua que el
fotógrafo me recordó desde el primer día que no debía olvidar.
Lo bueno es que, después de terminar mi turno, estoy libre el resto
de la tarde. Suelo quedarme en el barco, pero mañana por la mañana es mi
día libre, así que he decidido dar un paseo por Barcelona. No planeo nada
espectacular; solo quiero recorrer las calles y visitar La Sagrada Familia, la
iglesia más famosa de España. Mi mamá nunca tuvo la oportunidad de salir
de Estados Unidos, pero me recomendó no perdérmela, ya que es uno de los
edificios más célebres del mundo.
Cojo una caja de servilletas de papel y la coloco cerca del agua. El
fotógrafo suda como un cerdo, así que siempre dejo cerca pañuelos o
servilletas. Mi madre solía decir que una dama nunca debe parecer sudorosa
en público. Creo que eso también vale para los caballeros.
Es curioso que esta sea una de las pocas cosas que aún recuerdo de
ella. Hoy me siento triste al pensar en mi madre; la mayoría de las veces no
es mi madre biológica, sino la Sra. Macy, mi madre adoptiva. Han pasado
años desde que fallecieron mis padres biológicos, y casi he olvidado todos
los recuerdos que compartimos. Sin embargo, los momentos en el orfanato
y el dolor que sufrí allí siguen siendo vívidos en mi mente.
De todas las peticiones que Pauline me hizo la última vez que nos
vimos, esta es la primera que he intentado cumplir.
Aunque mi cuerpo es perfecto para el modelaje—mido 1.77 m—,
mi timidez me hace querer esconderme del mundo. Soy extrovertida en mi
cabeza; hablo mucho conmigo misma y soy muy sarcástica, pero cuando
llega el momento de expresarme públicamente, todo cambia.
—Zoe, ¿estás dispuesta a ganar una plata extra?—me pregunta
Tamara, una compañera contratada junto conmigo, que también es de
Boston. Compartimos cabina en el área del personal.
—Siempre.—respondo sonriendo—Quiero comprar algunos
recuerdos para mis padres, así que cualquier plata extra será bienvenido.
—Necesitan una camarera para la cena de gala en el camarote del
capitán. Habrá pocos invitados, pero gente muy poderosa.
—Mira, es toda una oportunidad, pero no creo que sea una buena
idea. Las posibilidades de que derrame algo sobre la ropa de los invitados
elegantes son muy altas. Soy bastante torpe.
—No seas tonta, las propinas son increíbles. He trabajado varias
veces en eventos como este.
—Pero, ¿por qué yo?
—Di tu nombre; deberían llamarte. Conozco tu situación.
No me ofende lo que dice, porque es verdad.
—¿Estás segura de eso? ¿Y si hago alguna tontería y pongo en
peligro tu puesto?
—Tranquilízate. Relájate y confía un poco más en ti misma. Todo
irá bien.
Capítulo Dos
Barcelona

Más temprano, ese mismo día


—¿Qué tienes para mí?—pregunto, loco por que me dé una excusa
para levantarme y salir.
—No estás siendo razonable, Christos.
—Nunca me han acusado de eso. Tienes cinco minutos más.
—Pensé que nuestra negociación estaba avanzando.
—Yo también lo pensé, hasta que descubrí que habías alterado tus
ganancias de este año. ¿Tienes idea de lo que sucederá si esto llega a oídos
de los accionistas?
Él comienza a caminar de un lado a otro, y una vez más, lamento
tener que tratar con alguien como él. Si mis analistas no hubieran estimado
que las ganancias serían bastante decentes si compramos su empresa, ya le
habría dicho que se fuera al infierno.
Frank Morrison es todo lo que desprecio en un hombre: tiene una
personalidad débil y maleable y hace lo que se espera de él. Si quieres ser
un imbécil, actúa como tal. Acepta esa personalidad y no pretendas tener
miedo de nada ni de nadie. Pero si cambias tu carácter según la situación,
entonces no eres nada para mí.
—¿Qué quieres que haga?
—Si, con énfasis en ‘si’, vamos a negociar, la empresa tendrá que
hacer una auditoría de los últimos diez años. A mis analistas les bastó una
hora para encontrar inconsistencias en los números que me enviaste.
En realidad, ya he completado el proceso de auditoría y recibido los
resultados por correo electrónico. Sin embargo, quiero jugar un poco con él
y hacer que sienta presión. Además, tengo curiosidad por descubrir si hay
secretos ocultos o información confidencial que mis empleados no pudieron
desenterrar, aunque lo dudo mucho. Frank está lejos de ser un experto
financiero; es solo un ladrón de poca monta que intentó engañar a su propia
empresa y fracasó miserablemente.
Él asiente, pero puedo ver que ha palidecido.
—¿Qué más?
—Si hay alguna indicación de fraude, el trato se cancela.
—No hay, fue la primera vez…
—Te has salvado porque el año fiscal aún no ha terminado. Según
mis abogados, aún hay tiempo para corregirlo—cruzo las piernas y lo miro
fijamente. Parece que va a desmayarse—¿Realmente pensaste que me
engañarías? ¿Creías que invertiría en un negocio de casi mil millones de
dólares sin asegurarme de dónde estoy parado?
—No… quiero decir, no entiendes. Estaba… estoy desesperado.
—No, eres tú el que no entiende, Frank. Si me mientes de nuevo, no
tendrás otra oportunidad. Dejaré que los bancos liquiden todos tus
patrimonio. Incluso ese costoso reloj que llevas tendrá que entregarse como
pago.
—No va a suceder, Christos. Tienes mi palabra.
Me levanto sin responder, porque su palabra ya no significa nada
para mí. Una vez mentiroso, siempre mentiroso.
Desprecio a los criminales de cuello blanco. Juegan con las vidas de
miles de familias.
—¿Qué sigue?—pregunta, sonando aprehensivo.
—Quiero ver uno de los barcos. Me dijiste que hay uno anclado aquí
en Barcelona. Vamos. Llévame allí.
—No podré evacuar un barco con más de dos mil pasajeros.
—No te pedí eso, pero quiero hablar con algunos de los empleados.
No con los temporales, sino con los de tiempo completo.
—¿Por qué?
—Nunca entraría a un negocio así sin estudiarlo primero. Hay cosas
que solo estas personas podrán decirme, que ningún experto puede
atestiguar, solo aquellos que están allí todos los días con la tripulación y los
pasajeros.
—¿Puedo pedirte un ejemplo?
—No.

Más tarde
Mientras cruzo la nave, rodeado de mis guardias de seguridad, la
gente gira la cabeza hacia mí. No hay nada que odie más que eso. Sin
embargo, hace un mes sufrí un intento de robo y, desde entonces, mi
guardaespaldas se ha vuelto un poco paranoico.
Es el precio que hay que pagar por ser rico, pero no es algo que me
haga arrepentirme del camino que he recorrido para llegar hasta aquí.
La historia de mi padre desde que emigramos a Estados Unidos me
ha marcado para siempre. Mi abuela, su madre, murió en Grecia porque no
tenía dinero para pagar la sanidad. Esa pérdida lo impulsó a abandonar su
país natal en busca de una vida mejor.
Aún era un niño, pero recuerdo lo tarde que llegaba papá a casa,
cómo nunca tenía un día libre y siempre estaba lleno de ideas y planes.
Aprendió a ser sastre y, en poco tiempo, su trabajo tuvo mucha
demanda. El negocio creció tanto que necesitó contratar empleados y abrir
sucursales.
En pocas palabras, cuando cumplí dieciocho años, ya éramos ricos.
El lema de mi padre es crece y multiplícate, y eso no tiene nada que ver con
los nietos—aunque estoy seguro de que los quiere—sino con nuestra cuenta
bancaria.
Hoy poseo las diez principales marcas de alta costura y accesorios
del mundo, con segmentos tanto masculino como femenino, y soy fiel al
lema de mi padre. He ampliado mi negocio y he invertido en varios campos.
Precisamente por eso asisto hoy a esta cena.
Mi madre está desesperada con la idea de que compre una flota de
barcos turísticos. Cualquiera que la viera podría pensar que no tengo ya un
yate gigantesco. El problema es que Danae Lykaios sigue habiendo una
chica humilde de una pequeña isla de Grecia.
Independientemente de la cantidad de joyas y abrigos de piel que
posea, sigue siendo una mujer sin un ápice de arrogancia, a la que le
encanta hablar con la gente, con cualquiera. Así que estar en un crucero—o
en varios, porque si la conozco bien, se embarcará en todos los que pueda si
este acuerdo se concreta—suena como su idea del paraíso.
—Cenaremos con el capitán en una habitación del último piso, pero
después puedes visitar el barco si quieres.—dice Frank.
Asiento con la cabeza.
—¿No es esta noche la gala? Por lo que sé, el capitán debe asistir a
este evento.
Él me mira, sorprendido.
—Sí, pero no cenará con los invitados. Rara vez lo hace. En
nuestros barcos, solo la primera clase es admitida a la gala. Además, el
capitán sufre mucho acoso, sobre todo por parte de las mujeres. Para evitar
problemas, come solo o… en compañía especial.
—No tardaré mucho.
De hecho, ni siquiera pienso quedarme a cenar. Me espera una actriz
en una suite presidencial de la Oviedo Tower. Es una cita ocasional cuando
estoy en Barcelona, y esta será la segunda vez que nos veamos.
A pesar de tener un apartamento en la ciudad, no llevo novias allí.
Podría dar una impresión equivocada de compromiso. Como todo griego, la
familia es importante para mí y, por supuesto, pienso casarme algún día y
tener hijos, pero nunca he conocido a nadie que me haga pensar en algo más
que un par de noches de buen sexo.
—De acuerdo. Como quieras.

Después de media hora de conversación, estoy listo para irme.


A mis treinta y cinco años, no necesito más que unos minutos con
alguien para leerlo, y el capitán Bentley Williams no es más que un
gilipollas vanidoso. Lo que realmente quiero es pasear y hablar con algunos
miembros del personal al azar.
Estoy a punto de levantarme cuando me fijo en un delicioso par de
piernas en minifalda a la entrada de la sala.
Sí, un par de piernas, porque lleva una bandeja que es el doble de su
tamaño. Al no poder ver su cara, la sigo con la mirada. Es alta, sus pies son
delicados y usa unos tacones terribles, pero le quedan muy sexy. Sus
caderas son delgadas pero hipnotizantes, balanceándose sensualmente
mientras camina.
Por un momento, olvido quién me rodea, demasiado ansioso por ver
más de ella.
Capítulo Tres
Soy vagamente consciente de que alguien me habla, pero estoy
demasiado absorto en averiguar todo sobre la diosa frente a mí como para
prestarle atención.
Las piernas largas y el cabello rubio son mis debilidades, y eso es
todo lo que puedo ver en este momento; anhelo descubrir a quién
pertenecen. Su pelo fino, a la altura de los hombros, casi platino, y esas
piernas interminables. Solo fue necesario eso para que me quedara
completamente hechizado.
La bandeja que sostiene parece desmesuradamente pesada para un
cuerpo tan delicado, y mis sospechas se confirman cuando veo que las
copas se balancean peligrosamente sobre ella.
En ese momento, aparece otra camarera para ayudarla, y finalmente
puedo admirar la imagen completa de su espalda. Como en un juego de
escondite, se da la vuelta justo antes de que logre ver su rostro.
Sin embargo, lo poco que alcanzo a ver acelera mi pulso.
No soy del tipo poético, pero juro que siento que estoy mirando a un
ángel.
Mi actividad principal es la moda, así que tengo buen ojo para los
cuerpos, y la chica, cuyo nombre desconozco, sería una modelo de pasarela
excepcional. Con una figura así, podría aparecer vestida con bolsas de
basura y seguiría siendo la única que vería el público.
Tu pelo, que imaginé que sería más corto, se derrama por la espalda
en un corte redondeado, como una delicada y ondulada cascada que cae
sobre los hombros delicados.
Supongo que, sin los tacones altos, mide unos quince centímetros
menos que mi metro noventa y tres, pero su figura es indudablemente
femenina.
Estoy completamente concentrado en ella, lo cual no es habitual en
mí. Me gustan el sexo y las mujeres, pero nada me ha distraído de lo que
ocurre a mi alrededor como lo hace ella.
Incluso antes de que se dé la vuelta, saco mi móvil y envío un
mensaje cancelando mi cita. No acostumbro a acostarme con más de una
mujer a la vez, y no hay manera de que pase la noche con esa actriz cuando
la rubia misteriosa tiene mi cuerpo en estado de alerta.
Escribo rápidamente:
“Diviértete en la suite. Pide lo que quieras. Ha surgido un
imprevisto. Se te compensará por ello”.
Hago una nota mental para pedirle a mi asistente que le envíe una
joya.
Apago el teléfono de inmediato; no llevo bien las quejas ni las
exigencias, y por mi vasta experiencia con las mujeres, sé que eso es lo que
se avecina.
—Christos, ¿quieres que te enseñe la nave?—pregunta Frank a mi
lado.
—¿Qué?
Por fin me doy cuenta de que hay otras personas conmigo, pero
justo en ese instante, la rubia se gira, casi en cámara lenta.
Su belleza me deja aturdido.
Es impresionante.
Su nariz delicada, su boca de labios carnosos y esos ojos azules con
un toque de ascendencia asiática contrastan de forma exótica con el
conjunto.
Veo belleza todos los días, y, para ser sincero, con el tiempo se
vuelve cansino, incluso aburrido.
Pero la mujer que tengo delante es perfecta y única. Nunca había
visto un rostro con rasgos tan cautivadores. Su piel es translúcida y sus ojos,
propios de una mujer japonesa.
Sus pechos son pequeños—por lo que puedo ver, ya que la parte
delantera de su uniforme feo los oculta—pero su sensualidad es innegable,
como si su cuerpo hubiera sido diseñado para el placer.
El depredador en mí se despierta, la necesidad de hacerla mía
resuena con fuerza.
Mírame, le ordeno en silencio, como si mis pensamientos tuvieran el
poder de hacer que me obedeciera.
—¿Christos?
—Sí, quiero pasear por la nave.—respondo, solo para que deje de
hablar.
¿Cuál es su problema? Incluso cuando habla con el otro empleado,
no levanta la vista del suelo ni establece contacto visual con nadie, y
necesito que me vea.
La camarera que la ayudó empieza a servirnos. Frustrado, observo
cómo el objeto de mi interés se aleja.
Me entretuve todo lo que pude durante la cena, esperando que
volviera, pero no sucedió nada. Minutos después, le anuncio que estoy listo
para ver el barco.
No siento el menor deseo de pasar más tiempo con estas personas,
cada una despreciable a su manera. Pero no falto a mi palabra, aunque me
muero de ganas de marcharme. Apenas escucho las explicaciones de Frank
o del capitán, ni siquiera cuando me detengo de vez en cuando a charlar con
algún miembro de la tripulación.
Estoy a punto de dar por terminada la noche, frustrado como el coño
por saber que tendré que recurrir a otros medios para averiguar quién es la
rubia, cuando advierto que una nube platinada sale por una puerta y se
dirige a la cubierta.
Hago saber a los hombres que deben esperar un momento, y mi tono
deja claro que no quiero intrusos.
Como un acosador loco, salgo en busca de la persona que imagino
es la mujer que despertó mi libido. Creo firmemente que las oportunidades
no deben desperdiciarse, y si es ella a quien busco, no la perderé de vista.
Camino despacio para no asustarla.
Parece estar haciéndose un selfie con el barco de fondo.
La temperatura ha bajado y me doy cuenta de que tiene frío, aun
vestida con el uniforme de camarera. Sin embargo, no ceja en su empeño de
conseguir el ángulo perfecto.
También murmura para sí misma de vez en cuando, moviendo la
cabeza como si estuviera discutiendo, y es en ese momento cuando
descubro que hay un voyeur dentro de mí.
No estoy acostumbrado a esperar a que sucedan cosas. Esta vez, sin
embargo, me mantengo en la sombra, solo observándola, con las manos en
los bolsillos de mis pantalones.
A estas horas, la cubierta está desierta porque abajo hay una fiesta.
De hecho, por lo que dice Frank, ni siquiera debería estar aquí; solo los
empleados autorizados pueden utilizar esta planta.
Como si sintiera que no está sola, mira hacia atrás y, sobresaltada al
verme, deja caer su teléfono al suelo. Se agacha para recogerlo y parece a
punto de salir corriendo.
—No. Quédate.—le ordeno.
Capítulo Cuatro
Minutos antes
Subo tambaleándome las escaleras hasta el piso superior. Sé que no
debería estar aquí. Venir a este lugar infringe las normas que acepté al ser
contratada, pero la vista desde el último piso es impresionante. Debo tomar
algunas fotos, tal como le prometí a Pauline.
Sostengo la muñequita que siempre llevo conmigo, un pequeño
símbolo que nos representa a ambas en la foto. Sin embargo, encontrar el
ángulo perfecto es complicado.
La verdad es que el latido frenético de mi corazón no ayuda. Si me
descubren aquí, me despedirán.
Inclino un poco el brazo y, por fin, parece que ambas saldremos bien
en la imagen. Estoy a punto de apretar el botón cuando, a través de la
cámara, noto que hay alguien —un hombre— detrás de mí.
Me giro rápidamente, pero la sorpresa me juega una mala pasada y
se me cae el teléfono.
¡Dios mío!
Me agacho velozmente, lista para salir corriendo. No estoy
pensando con claridad; debería disculparme por estar en un lugar no
autorizado e intentar escapar antes de que sea demasiado tarde.
—No. Quédate.—me ordena el hombre, y me quedo inmóvil, como
si me hubieran entrenado para esto.
Miro al suelo, avergonzada, pero algo en su tono me impulsa a
obedecer.
—No tienes por qué tenerme miedo.—dice, y le creo, aunque no
tengo idea de quién es.
—Lo siento mucho. No debería estar aquí.—me esfuerzo por decir,
sin atreverme a mirarle a los ojos.
—¿Cómo te llamas?
Le miro a través de las pestañas, mi maldita timidez me impide
mirarlo directamente, a pesar de que ahora siento una pequeña chispa de
curiosidad. Su voz es hermosa, aunque suene áspera; no hay duda de que
pertenece a alguien acostumbrado a dar órdenes.
Lo primero que me llama la atención son sus hombros anchos y casi
rectos. Cuando digo anchos, me refiero a que son impresionantes. Su traje
parece hecho a medida, sin una sola arruga a la vista.
La curiosidad finalmente gana a mi timidez, y levanto la barbilla
para mirarle a los ojos. Quizá no sea muy educado, pero lo hago sin dudar.
Su piel es suave y bronceada, parece estar llena de energía, como si
nunca pudiera quedarse quieto.
No podría tener menos de treinta años.
Su pelo rubio oscuro, corto y perfectamente peinado, contrasta con
el mío, que es tan fino que siempre está volando. Su nariz recta y su
mandíbula cuadrada, que necesita un afeitado, completan su imagen. De
alguna manera, esa imperfección humana le añade un toque de autenticidad
a su aura de perfección.
Una voz en mi cabeza me susurra: “Acércate más a mí”.
Por su apariencia, podría ser de la realeza; su postura es la de un
verdadero caballero.
Nunca antes me había sentido tan afectada por la presencia de un
hombre, y no puedo apartar la vista de él.
Sus profundos ojos azules se encuentran con los míos, y me miran
de una manera que me permite examinarlo.
Su silencio me mantiene inmóvil.
—Nombre.—repite, esta vez con un tono cortante que me eriza la
piel.
—Zoe Turner.—respondo, temblando ligeramente.
Se acerca un paso, pero en lugar de sentir miedo, una ansiedad
deliciosa me invade. Sin embargo, antes de que ninguno de los dos pueda
volver a hablar, veo que la puerta detrás de él se abre, y echo a correr,
aterrorizada de que el personal superior esté viniendo a atraparme.

Barcelona – España

En la próxima mañana
No puedo creer que esté aquí. Es como estar en una película. Por
fin, puedo ver un espectáculo que busqué tantas veces en páginas turísticas
de Internet.
De Boston al mundo, Pauline.
Cuando me contrataron para trabajar en el crucero, hice una lista
con mi mamá sobre los lugares donde atracaríamos para explorar las
mejores atracciones turísticas de cada ciudad.
No teníamos dinero para comprar entradas por adelantado para
todos los museos que quería visitar, pero, según mi investigación, al menos
necesitaría la de La Sagrada Familia, porque las entradas son limitadas y se
agotan rápidamente.
Al llegar, había una cola enorme de turistas esperando para entrar, y
di gracias a Dios por haberme preparado.
Leí el folleto que tenía en la mano:
“La Sagrada Familia es una gran basílica inacabada en Barcelona,
España. Diseñada por el arquitecto español Antoni Gaudí, forma parte del
Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO. La construcción de la
Sagrada Familia comenzó el 19 de marzo de 1882, bajo la supervisión del
arquitecto Francisco de Paula del Villar. En 1883, cuando Villar dimitió,
Gaudí asumió el cargo como arquitecto jefe, transformando el proyecto con
su estilo arquitectónico y de ingeniería, que combina el gótico y el Art
Nouveau curvilíneo. Gaudí dedicó el resto de su vida al proyecto y está
enterrado en la cripta. En el momento de su muerte, en 1926, se había
completado menos de una cuarta parte del proyecto.
Al depender únicamente de donaciones privadas, la construcción de
la Sagrada Familia avanzó lentamente y se vio interrumpida por la Guerra
Civil Española.
En julio de 1936, los revolucionarios incendiaron la cripta y
asaltaron el taller, destruyendo parte de los planos, dibujos y modelos de
yeso originales de Gaudí. Hicieron falta 16 años para recomponer los
fragmentos del modelo maestro. La construcción se reanudó con avances
intermitentes en la década de 1950.
Los avances tecnológicos permitieron un progreso más rápido, y la
construcción superó el punto medio en 2010. Sin embargo, algunos de los
mayores retos del proyecto siguen pendientes, como la construcción de más
de diez torres, cada una de las cuales simboliza una importante figura
bíblica del Nuevo Testamento...”
Mientras camino por la nave de la iglesia, veo a la gente
fotografiando las paredes. Prefiero mirar primero y comprar después un
libro con historial del lugar que visité, porque si me detengo a hacer fotos,
me perderé la verdadera emoción de estar aquí. Sin embargo, cuando salga,
planeo hacerme una foto con Pauline. Está en mi mochila. Hasta ahora en el
viaje, hemos tomado casi treinta fotos juntas, y vamos a actualizar nuestro
álbum.
Antes del crucero, solo tenía fotos de ella en Boston: en el Museo de
Ciencias, en el Mercado de Quincy —mi lugar favorito, aunque no tenga
dinero para comprar nada— y en el Puerto de Boston, que es mi sitio
favorito cuando no es verano. En esa época, los turistas llenan las calles y
apenas se puede llegar al puerto.
—¿Hoy no hay selfies?
Mi corazón se acelera al escuchar la pregunta, porque sé
exactamente de quién proviene la voz detrás de mí. Es el hermoso hombre
del que huí ayer.
Capítulo Cinco
Me giro hacia él, con la mano en el pecho, no por haberme
sobresaltado, sino en un intento de calmar los rápidos latidos de mi corazón.
¿Qué tiene este hombre que me hace sentir así? No tengo
experiencia en estas cosas, aunque he llevado una vida normal. Tuve un
novio en el instituto, pero nunca llegamos a ser íntimos.
No es que viva en una isla aislada; he visto hombres guapos,
especialmente desde que empecé a trabajar en el crucero. Los huéspedes y
el personal son encantadores e interesantes, pero hay algo en este hombre
que me hace flaquear las piernas.
Anoche, después de huir de él y de que el miedo a que mis
superiores me pillaran haciendo algo prohibido se disipara, no pude dormir.
Me quedé mirando el techo del camarote mal ventilado que comparto con
Tamara.
Su rostro no abandonó mi mente, ni tampoco el hormigueo que
recorría mi cuerpo.
Estoy bastante segura de que no trabaja con nosotros; no parece
estar al servicio de nadie más que de sí mismo. Tampoco es uno de los
huéspedes habituales; conozco a todos los VIP a bordo, y no hay tantos
miembros de primera clase como pasajeros de clase turista.
Dudo que el hombre que tengo delante necesite ahorrar para nada.
Desprende una sensación de poder que resulta intimidante, aunque no es
difícil hacerme sentir tímida.
—No eres muy habladora, ¿verdad?—su voz suena irritada, lo que
despierta también mi ira.
—No con desconocidos.—respondo, levantando la barbilla—¿Qué
hace usted aquí?
—He ordenado a alguien que te siga.
Abro y cierro la boca, desconcertada por su confesión, incapaz de
emitir sonido alguno.
—¿No tienes nada que decir?
—No sé qué decir.
—Encantado de conocerte sería un buen comienzo, Zoe Turner.
—Yo... eh... Ni siquiera sé cómo te llamas.
—Xander Megalos.—dice, extendiendo la mano en señal de saludo.
Le miro fijamente. Es enorme, y de repente deseo tocar su piel.
Dudo un momento antes de ofrecerle la mano, pero en cuanto lo hago, él la
toma y la aprieta con fuerza.
Una deliciosa sacudida recorre mi cuerpo y me hace jadear.
Su pulgar acaricia el dorso de mi mano, y de repente, mi pulso se
acelera. Solo dura unos segundos, porque me obligo a volver a la realidad y
lo suelto antes de dar un paso atrás.
Este hombre es un desconocido, y suelo ser bastante asustadiza en
situaciones como esta; quiero decir, no exactamente como esta, porque
nunca había tenido a nadie tan guapo siguiéndome. Pero he vivido algunos
episodios embarazosos cuando la gente confundía mi amabilidad con otra
cosa.
—¿Por qué me ha seguido, señor Megalos?
—¿Por qué un hombre sigue a una mujer?
—En Estados Unidos hay un nombre para ese comportamiento.—
digo, en lugar de responder directamente a su pregunta. No estoy segura de
él y temo un poco exponerme.
Intento parecer más segura de mí misma de lo que realmente soy,
porque, si te soy sincera, me halaga que alguien como él se moleste en
perseguirme.
—¿Me estoy imponiendo a ti, Zoe?
Le miro a los ojos, tentada de decir que sí, pero no soy mentirosa.
—No, pero me gustaría entender por qué les ordenaste que me
siguieran.
—Porque quiero conocerte mejor.
En ese momento, mi corazón late con fuerza en mi pecho.
—No lo comprendo. ¿Cómo puedes querer conocerme mejor? No
nos conocemos de nada, salvo que subí las escaleras y me encontraste.
—Te vi sirviendo la cena al capitán, pero como no levantaste la vista
del suelo, no debiste darte cuenta de que te estaba observando.
Dios mío, ¡qué hombre tan directo!
¿Por qué me siento como si tuviera una revolución de mariposas en
el estómago en vez de asustarme por lo que dice?
—Ser tímida no tiene nada de malo.—argumento y arriesgo una
mirada.
Una comisura de sus labios se levanta con la sombra de una sonrisa.
—No he dicho que lo tenga, Zoe.
Siento que se me calientan las mejillas. Llevo desde ayer
comportándome de forma descortés. Mi madre me echaría una buena
bronca si se enterara. Comencé por ir al piso de arriba sin autorización y me
salté varias normas.
—No suelo huir de la gente, y siento haberme ido así ayer. Fui
grosera, pero tenía miedo. No debía estar allí.—le digo antes de que pueda
detenerme—Pero no podía desaprovechar la oportunidad de tomarme una
foto en aquel lugar.
—¿Sueles aprovechar las oportunidades, Zoe?
¿Es una locura que me encante cómo dice mi nombre? Suena como
caramelo saliendo de su boca. Alarga las sílabas como si saboreara cada
letra.
—Nunca he tenido muchas que aprovechar. ¿Es usted un invitado?
Estoy bastante segura de que no, pero quiero aclararlo porque, si lo eres, no
deberíamos estar hablando.—miro sus manos y no veo ninguna alianza,
pero cuando vuelvo a centrarme en su cara, sé que me han pillado con las
manos en la masa.
—No a las dos preguntas.
El calor aumenta en mi cara.
—No lo entiendo.—digo, intentando disimular mi vergüenza.
—No soy un invitado. Estaba en el barco porque pensaba comprar la
flota. Y no estoy casado.
Ni siquiera intento salvar mi dignidad porque, de todos modos, no
creo que él caiga en la trampa.
—No puedo hablar con los invitados, solo les sirvo.—le explico.
—No estamos en el barco.
—No es solo eso. La mayoría de los hombres que hay allí están
casados, y no estaría bien hablar contigo, señor.
—No soy ningún señor.—advierte.
—De acuerdo. No estaría bien hablar contigo si fuera así.
—Pero no lo soy. Y tampoco soy un invitado, así que podemos
saltarnos esa parte.
—No lo entiendo.
—Almuerza conmigo.
—Aún es por la mañana. He venido a visitar la iglesia. No sé
cuándo tendré otra oportunidad como esta,—le explico—pero si quieres,
puedes hacerme compañía.
No puedo creer que haya dicho eso, pero la verdad es que me siento
muy atraída por él.
Capítulo Seis

Apenas no puedo creer lo que acabo de oír.


¿Quiere mi compañía mientras recorre la iglesia?
Definitivamente, Zoe Turner no pertenece a mi mundo. Ni de lejos.
No suelo molestarme en acercarme a las mujeres que me interesan; basta
una mirada para conseguirlo. Y ahora, mientras camino con ella por el
interior de La Sagrada Familia, me pregunto qué demonios estoy haciendo
aquí.
A la luz del día, Zoe parece aún más joven de lo que pensé al
principio, y por un momento considero darme la vuelta, porque es obvio
que no tiene experiencia. Sin embargo, no puedo sacarla de mi mente desde
que salió corriendo ayer.
No, tuvo toda mi atención en cuanto vi sus perfectas y largas piernas
equilibrándose sobre un par de zapatos horribles.
—¿Es tu primera vez en España?—le pregunto.
—Mi primera vez fuera de Boston—responde, volviéndose para
mirarme.
Y en ese segundo, comprendo por qué no hay forma de que me eche
atrás. Es muy guapa.
—¿El nombre Xander Megalos es griego? No te rías si digo
tonterías, pero suena griego.
—Sí, lo es.—respondo, sin dar más explicaciones.
Cuando me presenté, usé mi segundo nombre y el apellido de mi
madre, porque soy muy conocido en todo el mundo. No estaba seguro de
que esto pudiera convertirse en algo más, así que opté por permanecer en el
anonimato.
Pero después de cinco minutos, me doy cuenta de que fue una
jugada tonta. Probablemente, Zoe no sabe nada de la alta sociedad, lo que
solo la hace más atractiva para mí.
—¿Me he pasado de la raya por preguntar eso?
—¿Qué?
—No soy muy sociable, así que no sé muy bien cómo empezar una
conversación.
—¿Es eso lo que estamos haciendo? ¿Ser sociables?
Ella se encoge de hombros.
—Estabas dispuesto a visitar la iglesia conmigo, así que pensé...
—Ya he visitado esta iglesia. Estoy aquí porque te deseo. Es la
misma razón por la que envié a alguien para saber si hoy ibas a bajar del
barco.
Veo cómo su garganta se mueve al tragar con fuerza.
—Eso da un poco de miedo.
—Probablemente.
—Pero también es halagador. Gracias.
¿Me está dando las gracias por quererla? ¿Zoe no tiene un espejo en
casa?
—Vamos a tener un brunch. Hoy es domingo, el día en que lo hacen
ustedes los americanos.
De nuevo, ella elude mi pregunta.
—¿Cómo conseguiste una entrada para entrar aquí? Yo compré la
mía hace tiempo; no es tan fácil conseguir una.
—Todo tiene un precio. Dinero, contactos... se trata de saber lo que
quiere el otro, y puedes conseguir cualquier cosa.
—Eso suena un poco frío.
—Directo, diría yo. Siempre prefiero la sinceridad. Las cartas sobre
la mesa.
Ya casi estamos en la salida, y tengo la sensación de que no hemos
avanzado nada.
—¿A qué hora tienes que volver al trabajo?
—El barco no sale hasta las cinco, así que debo estar allí a las tres.
Pero tengo que irme; tengo que comprar unos recuerdos para mi madre.
—Ven conmigo a mi yate.
—Gracias por la invitación, pero no te conozco. Por otra parte, me
encantaría que te unieras a mí para tomar un café expreso.
La miro para ver si está jugando conmigo, pero su expresión
inocente me dice que va en serio.
—Tengo una contrapropuesta.
—¿Esto es una negociación?—pregunta con las mejillas sonrojadas.
Por fin veo que está tan interesada como yo, pero quizá no sabe cómo
demostrarlo.
—Todo en mi vida es una negociación, Zoe.
—¿Cuál sería tu propuesta?
—Café para empezar. Almuerzo para dentro de un rato. Quiero
conocerte mejor.
—Pero hoy me voy.
Quizá no quieras irte.
Pero, en lugar de asustarla con mi arrogancia habitual, eludo sus
dudas.
—Una cosa a la vez, Zoe. Café, y luego decidimos el resto.
Salimos de la iglesia y, tras zigzaguear entre la multitud con mis
guardaespaldas, veo mi coche a pocos pasos de nosotros.
Pero Zoe se detiene.
—Creía que íbamos a ir caminando.
—No hasta donde te voy a llevar.
—Yo...
—¿Eres adulta, Zoe?
—Sí.
—Entonces tendrás que tomar una decisión. Quiero conocerte
mejor, pero no te obligaré. Te invito a tomar un café, pero no en un lugar
donde tengamos que gritarnos para hablar. Depende de ti venir conmigo o
no.
—No sé nada de ti.
—Sabes cómo me llamo.—hago un gesto hacia su mano, pidiéndole
el teléfono que sostiene como si fuera un tesoro—Desbloquéalo.
Duda, pero finalmente accede.
Abro sus contactos y guardo mi nombre y mi número de teléfono.
Luego me llamo a mí mismo.
—Y ahora también tienes mi número de teléfono. Compártelo con
quien quieras si eso significa que te vienes conmigo.
—No soy una niña.—dice frunciendo el ceño, y ni siquiera eso
interfiere en su belleza.—También podría ir a tomar un café—subraya la
palabra como para dejarme claro que no será más que eso—sin necesitar el
permiso de nadie.
—¿Muy rebelde?
—Ni de lejos, pero no me gusta que me desafíen, señor Megalos.
Estoy seguro de que solo me llama así para burlarse de mí, pero eso
solo me excita más.
No me gustan las discusiones sin sentido, así que le pongo la mano
en la parte baja de la espalda y la dirijo al coche.
No recuerdo la última vez que me sentí tan excitado por una mujer.
Cuando llevas en el juego de la seducción tanto tiempo como yo,
llega un momento en que todo se vuelve aburrido y predecible. Con Zoe,
sin embargo, no sé qué pasará. A pesar de su naturaleza tímida, deja claro
que tiene una personalidad fuerte, y eso me hace hervir la sangre.
El conductor nos espera con la puerta del coche abierta. Zoe se da la
vuelta y me dice:
—Necesito volver aquí antes de ir al barco. No he comprado el
souvenir de mi madre.
—Puedo solucionarlo.
Mientras ella se acomoda en el asiento trasero, me dirijo a uno de
los guardaespaldas.
—Ve a uno de esos sitios de souvenirs y compra uno de cada cosa
que encuentres etiquetado como Barcelona y La Sagrada Familia.
—Sí, señor.
Subo al coche y veo que se abrocha el cinturón de seguridad.
—Voy a tomar un café.—me dice—Nada más.
—No recuerdo haber pedido nada distinto, Zoe.—digo, ocultando
una sonrisa.
Capítulo Siete
Media hora después
—Me haces hablar, pero tú no has dicho mucho sobre ti.
En efecto, él me observa como si intentara desvelar los secretos más
profundos de mi alma. Si no me sintiera tan atraída por él, podría
asustarme, pero ser el objeto de su atención me resulta deliciosamente
embriagador.
Estamos en la terraza de un restaurante, con solo un camarero y sin
otros clientes a la vista. Me ha invitado a comer después del café, pero aquí
estamos, en un lugar idóneo para una comida, y aún no me ha preguntado si
quiero comer algo. Supongo que tiene planes para mí.
Claro que, tan nerviosa como estoy ahora, no podría comer de todos
modos.
—Quizás yo sea mejor como oyente.
—¿Lo eres?
—Normalmente no, pero me gusta tu voz. De hecho, me gusta todo
lo que he visto de ti hasta ahora.
Mantengo la mirada fija en la taza de café expreso que tengo
delante.
—Eres bastante directo.
—La vida es corta, Zoe. No pierdo el tiempo; no soy ese tipo de
hombre. Cuando quiero algo, voy a por ello.
—Y yo soy lo que quieres.
—Sí.—responde, y una sensación de inquietud se apodera de mí. No
es solo su franqueza, sino la forma despreocupada en que lo dice.
No hace falta ser un genio para darse cuenta de que no es la primera
vez que persigue a una mujer que desea.
Con ese pensamiento, mi burbuja de ilusión estalla. Mi sueño de ser
Cenicienta y sentirme especial para él se desvanece, y la realidad detrás del
cuadro que he creado no es nada agradable.
Xander quiere sexo.
De algún modo, por alguna razón, le parezco atractiva y ha decidido
venir a por mí.
Para ocultar lo mucho que me siento como una idiota, miro la hora
en mi teléfono. Cuando vuelvo a mirarle, sé que se da cuenta
inmediatamente de que nuestra cita ha terminado.
—Supongo que un largo almuerzo en mi yate está descartado.
Asiento con la cabeza.
—Tengo que irme.—digo, mientras agarro mi bolso—Debo volver a
buscar los souvenirs de mi madre. Además, no es solo el almuerzo lo que
tienes en mente.
Él no lo niega, y como la tonta necesitada que soy, siento que mi
corazón se hunde.
Antes de irme, él se coloca detrás de mi silla y me ayuda a
levantarme. No solo es guapo y huele bien, también es educado.
No se aparta, y el calor de su cuerpo contra mi espalda me hace
estremecer. No me muevo, pero miro hacia atrás.
Dios mío, es una tentación irresistible. Si no estuviera tan
ilusionada, esperando encontrar algún día a mi príncipe azul, ¿habría
aceptado con gusto su invitación... para ser su amante? Sí, creo que eso es
lo que buscan los hombres como él.
Le miro a los ojos, despidiéndome mentalmente del hombre más
sexy que he conocido.
El problema es que puede que no sepa nada de la vida, pero me
conozco a mí misma. Cuando todo esto acabe—y me refiero a esta tarde,
porque debo regresar a la nave—volveré a sentirme sola y rechazada.
Todo el amor que recibí de mi madre biológica se aleja cada vez
más en mi mente. Y por mucho que mis padres adoptivos, mis ángeles
encarnados, me hayan ayudado a sanar muchas heridas, los años de ser
adoptada y devuelta una y otra vez me dejaron un miedo legítimo al
abandono. Tendría que estar muy loca o ser estúpida para aceptar algo así
sin más.
Él baja la cabeza y me susurra al oído:
—Mi instinto me dice que sería delicioso, Zoe.
Tiene la boca tan cerca que la tentación de besarlo es difícil de
resistir.
Le miro fijamente, sintiéndome más segura porque ya he decidido
marcharme.
—El mío también. Pero créeme, a pesar de todo, ninguno de los dos
es lo que el otro está buscando ahora mismo.
Cuando regresamos al coche, hay al menos tres bolsas llenas de
recuerdos en el asiento trasero. Me da mucha vergüenza cuando me dice
que ha enviado a su empleado a comprárselos para mi madre.
Le digo que no puedo aceptarlos, pero él no responde, así que la
única salida es decir «gracias», subirme al vehículo y disfrutar del viaje de
regreso al muelle.
Para mi decepción, no viaja conmigo; solo le indica al conductor
dónde dejarme.
Con la puerta aún abierta, me mira tan intensamente que quiero
arriesgarme y hacer algo que nunca pensé que haría. Me desabrocho el
cinturón de seguridad y salgo del coche; mi cuerpo casi se aprieta contra el
suyo, que sigue de pie junto a la puerta.
No se mueve, observándome como un depredador.
Me siento hermosa y deseada, y sigo con mi plan. Me siento audaz,
le rodeo el cuello con los brazos y presiono mis labios contra los suyos.
Ni siquiera sé cómo besar a un hombre como él, pero no pienso en
eso. Lo único que se me pasa por la cabeza es que esta es mi última
oportunidad de saber a qué sabe su boca.
Iba a ser un beso ligero, pero en cuanto nuestros labios se tocan, me
rodea la cintura con la mano y me atrae contra su cuerpo. Sus dedos se
enredan en mi pelo con la fuerza justa para inclinar mi cabeza hacia atrás
sin hacerme daño.
—No hago nada suave, Zoe. ¿Quieres besarme? Hagamos que sea
delicioso.
Y entonces, todas esas descripciones cinematográficas de cielos
estrellados, campanas sonando y mariposas en el estómago suceden al
mismo tiempo que él toma el control del beso.
Cumpliendo su promesa, sus labios me devoran, chupando,
mordiendo, su lengua pidiendo paso, la intensidad de su agarre en mi pelo
aumentando.
Me derrito contra su cuerpo; mi piel arde. Mis pechos duelen,
tiernos contra su pecho macizo. Mis manos cobran vida perdiéndose en su
pelo, las uñas arañan ligeramente su cuello.
Estoy tan absorta que olvido todo lo que me rodea. Parece que él no,
porque se aparta sin dejar de agarrarme por la cintura, como si intuyera que
no soy capaz de mantenerme en pie por mí misma.
Me da un segundo y retrocede un paso.
—¿Has cambiado de opinión?
—No puedo. Lo deseo de verdad, pero ya he tenido mi ración de
rechazo en la vida.
Vuelvo al coche rápidamente antes de perder los nervios, porque sé
que es muy probable que me arrepienta de haber perdido esta oportunidad
de hacer realidad este sueño.
Apoyo la cabeza en el asiento, con los ojos cerrados, antes de oír el
portazo.
Esta tarde quedará grabada para siempre en mi mente.
No se puede conocer a un hombre como él y olvidarlo después.
Todo el mundo se arruinará si se compara con su belleza y su
masculinidad. Siempre me han atraído los hombres mayores, pero nunca
alguien con tanta aura de poder como Xander.
Ahora, pensando en ello, recuerdo lo que dijo sobre su interés en
comprar la flota de cruceros. Es otra pequeña muestra de la gran diferencia
que existe entre nosotros.
No solo la edad o la experiencia nos separan, sino también la
riqueza.
El coche rueda por las calles de Barcelona, y eso normalmente me
entusiasmaría: la gente sonriendo y charlando libremente, un escenario
diferente de mi aburrida vida en Boston. Pero en este momento, solo pienso
en nuestro beso y en su mirada sobre mí.
Capítulo Ocho
Camino por la rampa, sintiendo que dejo atrás un sueño. Sé que
parece una locura y que esta sensación podría ser solo el reflejo de mi
necesidad, pero, ¿y si es algo más? ¿Y si, por miedo, me he negado a vivir
algo increíble?
Al entrar en la nave, el equipo me saluda. Quedan unas tres horas
para que zarpe el barco, así que, en lugar de ir directamente al minúsculo
camarote a dejar mis maletas llenas de recuerdos, decido dirigirme a la
cubierta para contemplar el mar.
Algunas personas me hablan y reconozco a un par de invitados aquí
y allá, pero evito el contacto visual, pues no estoy acostumbrada a iniciar
conversaciones. Solo quiero estar sola y pensar en el día de hoy.
Me apoyo en la barandilla, observando el horizonte.
Ya soy adulta, pero aún no he experimentado nada. ¿Sería estúpido
entablar algo puramente físico con ese griego tan guapo?
Dios, su beso me estremeció. La fuerza de sus labios contra los
míos, la urgencia y la manera en que su cuerpo, sin forzar ni decir nada, me
hizo rendirme al deseo.
¿Cómo sería tener a alguien así como novio?
El problema es que él no quiere una relación. Por lo que pude
deducir, busca una tarde de sexo, y eso no encaja en mi vida.
—¿Vas a ir a la fiesta de la tripulación esta noche?
Me giro y veo que es uno de los camareros de primera clase a quien
nunca antes había saludado. De hecho, solo lo he visto un par de veces.
—Hola. ¿Una fiesta?
—Sí, es el último puerto antes de volver a casa. Tú también eres
estadounidense, ¿verdad?
—Sí, lo soy.
—Este es mi décimo viaje, y antes de llegar al último puerto
siempre hay una fiesta divertida solo para la tripulación.
No tardo en darme cuenta de dos cosas: no me gusta cómo lo dice y
mucho menos cómo me mira, como si fuera un trozo de carne. De hecho,
creo que no me gusta nada en absoluto.
—No sabía nada de fiestas.—digo, desviando la mirada, en parte
porque es verdad y en parte porque no quiero estar en el mismo lugar que
este tipo.
—Será mucho más divertido si vas tú, Zoe. Allí habrá algunas
sustancias recreativas para hacer todo más colorido.
¿Estoy loca o acaba de insinuar que hay drogas en la nave?
—Eh... vale. Lo pensaré.—miento—Ahora, si me disculpas…—
empiezo a alejarme, pero él me agarra del brazo.
—No hay nada que pensar, chica. No seas tonta. Nuestras fiestas son
incomparables.
Me libero de un tirón y retrocedo dos pasos.
—Ya has dicho lo que querías, y lo entiendo. No vuelvas a tocarme
o te denunciaré al capitán.
Para mi sorpresa, la amenaza lo hace reír.
—Buena suerte con eso.—dice, críptico.
Me alejo de aquel hombre insufrible, furiosa por haber arruinado el
resto de la tarde.
Voy directamente al camarote, pensando en ducharme y descansar
un poco. Al llegar, lo primero que veo es que el lugar está hecho un
desastre. La ropa de Tamara está esparcida por todas partes.
Dejo las maletas sobre la cama y me dirijo al minúsculo cuarto de
baño, teléfono en mano. Diez minutos después, oigo voces provenientes del
dormitorio.
¿Tamara ha traído a alguien a nuestro camarote? Sé que ha salido
con algunos chicos de la tripulación, y no la juzgo, pero acordamos que no
haría eso donde dormimos.
Agradezco haber traído el vestido y las bragas que me voy a poner.
Suelo hacerlo porque es un poco imprudente. Una vez llegó cuando me
estaba vistiendo y dejó la puerta abierta durante unos minutos, lo que
permitió que alguien que pasaba por allí me viera casi desnuda. Desde
entonces, no me cambio de ropa en el dormitorio.
Me visto rápidamente, pero cuando estoy lista para salir, oigo lo que
parecen gemidos.
Dudo, incapaz de creer que esto esté ocurriendo. Es imposible que
estén teniendo sexo en nuestro dormitorio, pero los sonidos no dejan mucho
a la imaginación.
Dios, ¿qué hago ahora?
No soy una niña, pero tampoco quiero presenciar una escena
pornográfica en vivo.
Respiro hondo e intento pensar en un plan de escape. Entonces abro
la puerta y empiezo a salir lo más rápido que puedo.
Pero cuando lo hago, me enfermo por lo que veo. Mi bolso está
sobre la cama, así que es imposible que no supieran que estaba allí. ¿Lo han
hecho a propósito?
Tamara está arrodillada, practicando sexo oral al capitán, que, por lo
que veo, apenas ha bajado la cremallera de los pantalones. No parece un
acto entre dos personas enamoradas, sino algo vil y repugnante para mi
estómago.
Sin volver a mirarlos, me dirijo hacia la salida, olvidando mi bolso y
pensando en desaparecer lo más rápidamente posible. Sin embargo, cuando
giro el pomo, la puerta no se abre.
Giro el pestillo y consigo desbloquearla, pero me doy cuenta de que
hay alguien fuera impidiéndome salir.
Me sudan las manos del miedo y, cuando miro hacia atrás, ambos
me observan, sonriendo.
—Hora de la fiesta.—dice el asqueroso—Deshazte de esa mirada
casta, muchacha. Sé que estuviste en la cubierta superior del barco sin
autorización, así que, ¿adivina qué? Un collar de diamantes de uno de los
invitados desapareció esa misma noche. Tienes dos opciones: arrodillarte y
satisfacerme con esa hermosa boca o ser acusada de robar en un país
extranjero.
Estoy aterrorizada, pero prefiero que me detengan a obedecerle.
Antes tendrían que matarme.
Corro al baño y cierro la puerta, pensando en la única persona que
podría ayudarme.
Xander Megalos.
Busco su nombre en mi lista de contactos, sintiendo que el corazón
me late con fuerza en la oreja. Casi me desmayo cuando contesta al
segundo timbrazo.
—¿Xander?
—¿Quién es?
—Soy yo, Zoe.
—¿Zoe?
—Sí. Necesito ayuda. Estoy encerrada en el baño de mi camarote...
El capitán y mi compañera de habitación... no me dejan salir.
Capítulo Nueve
Desde que Zoe me llamó, aproximadamente una hora después de
separarnos, hasta que subo al barco, no pasan más de veinticinco minutos.
De camino, me comunico con Frank para que autorice mi entrada,
así no tendré que pasar por el proceso de facturación, ya que no soy
pasajero. Desesperado por cerrar el trato, no me pregunta por qué quiero ir
y simplemente me informa que un empleado me estará esperando.
El tipo se sorprende cuando le pido que me lleve al camarote
asignado a Zoe. Intenta explicarme que es el ala de la tripulación.
La paciencia no es mi fuerte, y mucho menos dar explicaciones;
pero en este momento, su seguridad está en juego.
No entiendo muy bien qué demonios está pasando, porque su
historia suena tan absurda que es difícil de creer.
¿Cómo pudo quedarse encerrada en el baño? Si es por la razón que
estoy pensando, mi encuentro con el capitán no será nada bonito. Si le ha
hecho algo, puede despedirse de su carrera.
Mientras hablamos por teléfono, trato de que me explique lo
sucedido, pero suena demasiado nerviosa y no tiene sentido. Menciona algo
sobre un collar desaparecido y un chantaje.
Sin embargo, todo empieza a cobrar sentido cuando llego con mis
guardias de seguridad frente al camarote de Zoe de acuerdo a las
indicaciones del tripulante. Allí veo a un joven apoyado en la puerta, con
los brazos cruzados, como si vigilara el pasillo.
—Fuera.—mi voz resuena como un trueno.
—Si eres huésped, déjeme decirle que esta es el ala del personal.
Le agarro del cuello de la camisa.
—Apártate de mi camino.
Esta vez parece entender y, con cara de asustado, se aleja.
—Abre la puerta.—le ordeno al empleado que me ha hecho pasar.
—No sé si puedo hacerlo.
Cojo el teléfono y hago una llamada rápida.
—Frank, quiero entrar en uno de los camarotes del personal. Esto
influirá en mi decisión de cerrar el trato. ¿Supondrá un problema?
—No lo entiendo, Christos...
—Solo «sí» o «no», Frank.
—Sí, por supuesto.
—Dejaré que lo autorices con tu empleado.
Pero antes de que puedan hablar, se abre la puerta y sale el maldito
capitán, metiéndose la camisa en los pantalones.
Me invade la furia, y se me pasan por la cabeza varios escenarios
posibles.
No importa cuánto dinero tenga ahora; sigo siendo el niño de una
isla griega, educado para enfrentarme físicamente a la confrontación y
defender mis creencias a puñetazos.
—¿Dónde está ella?—exijo, presionándole contra la pared, con los
dedos arañándole la garganta.
—¿Estás loco? ¡Suéltame! ¿De quién estás hablando?—el hombre
se pone morado y la sonrisa cínica que tenía al abrir la puerta desaparece.
—Zoe Turner.
El reconocimiento en su rostro me confirma que ella decía la verdad
por teléfono.
—No dejen que se mueva.—advierto a mis guardaespaldas mientras
entro en el dormitorio.
—No pueden mantenerme encerrado. Soy la máxima autoridad de
esta nave.
—Y a partir de ahora, soy tu nuevo empleador.—le digo, tomando
una decisión—Pero también puedes llamarme Dios.
Entro en el camarote y veo cómo mis hombres se colocan para
impedir que el capitán escape.
En la habitación, hay una mujer semidesnuda tumbada en la cama,
pero no hay rastro de Zoe. Cuando me ve, intenta cubrirse.
—Zoe, soy yo.—digo, acercándome a la puerta del baño.
—¿Xander?
Tal vez sea el momento de corregir el malentendido y decirle que
todo el mundo me conoce como Christos, y que nadie me llama por mi
segundo nombre, pero de algún modo decido omitirlo. A pesar de la locura
de la situación, me gusta la idea de que ella aún no sepa quién soy.
—Sí, soy yo. Abre la puerta. Ahora estás a salvo.
Segundos después, escucho el clic del pestillo, pero no sé qué pasará
a continuación.
Zoe, con la cara hinchada de llorar, se lanza a mis brazos como si yo
fuera su refugio seguro, y una sensación desconocida se extiende por mí.
Ajena a todo lo que nos rodea, la abrazo, acariciando su suave pelo.
—Vámonos de aquí.
—La nave zarpará pronto.
—No, no lo hará porque llamaré a la policía. No importa. El viaje
continuará. Si quieres volver a casa, bien. Pero ven conmigo primero. De
ninguna manera te dejaré aquí desprotegida.
Ella se aparta un poco para mirarme, y espero su decisión.
Segundos después llega la respuesta que tanto deseaba:
—De acuerdo.

Barcelona – España

Dos horas después

Ella ahora está descansando en la suite de mi apartamento. Después


de hacer que viniera un médico a examinarla y de asegurarme de que mi
ama de llaves se ocupaba de todo lo que necesitara, me puse en contacto
con mis abogados para iniciar los trámites legales.
He decidido conservar la flota, que era lo que quería desde el
principio, pero reescribiré todas las normas sobre las relaciones entre los
miembros de la tripulación. Según me explicaron los abogados, este tipo de
acoso por parte de oficiales superiores no es inaudito.
Quería estar presente cuando interrogaran a Tamara, y por lo que
ella me dijo, tenía una relación consentida con el capitán. Eso no era mi
problema, pero lo que reveló después sí lo era.
Dijo que Bentley Williams había estado planeando seducir a Zoe
desde la cena de ayer, cuando la vi por primera vez. La habían llamado para
que le ayudara como camarera en su camarote, pero cuando aparecí y pedí
ver el barco, el muy cabrón ya no tenía ninguna posibilidad de retenerla allí.
Tamara y él optaron por practicar sexo en el dormitorio, sabiendo
que Zoe ya estaba allí. Tenían la intención de engatusarla para la fiesta,
pero cuando abrió la puerta y los encontró, Zoe se quedó tan sorprendida
que se encerró en el baño.
Tamara también reveló que el capitán intentó chantajear a Zoe con
un supuesto collar robado, lo cual era mentira: no faltaba ninguna joya.
Contaba con la inexperiencia de Zoe y con que estaba en un país extranjero,
y pensó que, si se sentía amenazada, acabaría cediendo.
Cuando eso no funcionó, consideró abrir la puerta del baño por la
fuerza, pero en un breve momento de conciencia, Tamara le convenció de lo
contrario, prometiéndole que la recompensaría por la ausencia de su amiga.
¿Amiga? ¡Menuda amiga de mierda! Los amigos no conspiran ni
traicionan.
Según su declaración, no era la primera vez que el hombre utilizaba
métodos más agresivos para convencer a alguien de la tripulación de que se
acostara con él. Cuando las amenazas verbales no bastaban, recurría a la
vergüenza física o, al menos en una ocasión, drogaba a sus víctimas.
Los abogados dijeron que eran acusaciones graves, pero como no
teníamos pruebas antes de lo ocurrido hoy, no eran más que habladurías.
Me costó contenerme para no matar a ese hijo de puta. No quiero
pensar en lo que podría haber pasado si la situación hubiera sido diferente y
solo él y Zoe hubieran estado en la habitación.
Pedí a mis abogados que indagaran en la vida del excapitán y que lo
castigaran lo mejor que pudieran. También me aseguraré de que no vuelva a
encontrar trabajo como capitán, ni en ningún otro puesto.
Finalmente llego a mi apartamento después de casi cuatro horas en
comisaría. Tras cerrar la puerta, me doy la vuelta y miro a la mujer. De ser
alguien por quien me sentía locamente atraído, Zoe se ha convertido en
alguien a quien debo proteger.
Nunca he recorrido ese camino, así que en lugar de planificar, como
hago con todo en mi universo, decido dejar que la vida me muestre el
siguiente paso.
Capítulo Diez
Por primera vez en mi vida, me encuentro perdido, sin saber qué
hacer.
Al principio, me quedé hipnotizado por su belleza: su cuerpo
perfecto y su rostro angelical me hicieron olvidar por completo nuestra
diferencia de edad. Sin embargo, ahora que la veo vestida con una bata
demasiado grande para su delicado cuerpo, con el pelo mojado tras la ducha
y sin una pizca de maquillaje, me doy cuenta de que Zoe es una mujer muy
joven.
No obstante, no tengo tiempo para reflexionar demasiado. De
repente, al igual que lo hizo en el barco, se acerca a mí sin vacilar.
Sin ningún atisbo de indecisión, ella me rodea el cuello con los
brazos, uniendo nuestros cuerpos con fuerza.
Esta mujer tiene la capacidad de despertar en mí un instinto
protector que nunca había experimentado con nadie más.
—Gracias.—murmura.
No deseo hablar. No aún. Prefiero simplemente disfrutar del aroma
de su piel recién bañada, sentir cómo su forma femenina se amolda a la mía
y notar cómo sus dedos recorren mi nuca.
El deseo me tensa, pues ella evoca en mí un impulso salvaje. Sin
embargo, sé que eso no es lo que necesita en este momento.
—¿Has dormido?—le pregunto.
Da un paso atrás, como si finalmente se diera cuenta de lo que ha
hecho.
—Sí, y lamento haberme abalanzado sobre ti. No estoy
acostumbrada, pero….
Coloco mis dedos sobre sus labios.
—Ha sido un día infernal, y soy la única cara conocida que tienes.
—No es eso, pero si empiezo a darte explicaciones, pensarás que
soy una inmadura.
A pesar de todo lo que hemos pasado hoy, sonrío.
—Inténtalo.
—Me gustan los abrazos. Cuando te vi, actué por impulso.
—¿Abrazarme?
—Sí.—responde, con la mirada fija en el suelo.
Hay una sumisión en ella que me excita enormemente, y sé que es
parte de su temperamento. Al mismo tiempo, es capaz de defenderse cuando
es necesario, como demostró hoy.
—¿Tienes hambre?—pregunto, esforzándome por centrarme en algo
neutral.
—Sí.
—¿Quieres que salgamos a cenar?
—Primero, cuéntame lo que pasó en la comisaría.
Le explico rápidamente, sin omitir los peores detalles, incluido el
informe de Tamara sobre cómo el capitán llegó a drogar a un miembro de la
tripulación.
Al terminar, su palidez es tal que temo que se desmayará.
—Siéntate.
Ella mira a su alrededor, visiblemente perdida.
La tomo en brazos y la acomodo en el sofá. Al mirarla, me doy
cuenta de que su bata está ligeramente abierta, dejando al descubierto parte
de su muslo. Me aparto para evitar caer en la tentación de tocarla. No soy
un adolescente. Si todo sale como espero, tendré tiempo de sobra para
conocer cada centímetro de su delicioso cuerpo.
—No puedo creer que hayan planeado algo así para mí. ¿Cómo
pudo Tamara traicionarme de esa manera?
Dios, ella es demasiado inocente para este mundo.
—¿Fui ingenua?—pregunta, como si pudiera leer mis
pensamientos.
—No. Creo que cualquiera en tu lugar se escandalizaría. Soy un tipo
experimentado y jamás imaginé que una situación así pudiera ocurrir.
—Tengo que decírselo a mi madre. ¿Puedo usar tu teléfono? ¡Dios!
¿Y mi maleta?
—Ya pedí que la trajeran aquí. Probablemente estabas dormida
cuando llegaron.
—No sé ni qué hacer. Necesito comprar un billete de avión para
regresar a casa, pero aún no he recibido mi paga de la semana. Tengo que
averiguar cómo conseguirlo.
Sus mejillas están tan rojas como el fuego, y enseguida comprendo
que no tiene forma de volver a Estados Unidos a menos que le paguen.
—Eso no será un problema.
—¿Cómo así? Jesús, necesito hablar con mi madre.
—Puedes usar el teléfono si lo deseas. También puedo organizar tu
regreso a Estados Unidos. Pero primero, tengo una proposición para ti.
—¿Una proposición?—pregunta, con un aire de alerta repentina.
Sé que probablemente pasaré unos buenos años en el infierno por lo
que estoy a punto de decir, pero ella es irresistible.
—Sí. Pasa un tiempo conmigo en Europa. No volveré a Estados
Unidos hasta finales del verano, así que tenemos la oportunidad de
conocernos mejor.
Nunca había llegado tan lejos con una mujer. Lo que le propongo a
Zoe es que estemos atados el uno al otro por más de un mes.
Ella abre la boca y luego la cierra, como si estuviera decidiendo.
Finalmente, dice:
—No sabemos nada el uno del otro.
—Ya tendremos tiempo para eso. Por ahora, ni promesas ni
exigencias.
—¿Es eso lo que he hecho hoy? ¿He exigido algo?
—No. En realidad, discutiste conmigo, y te respeto por ello.
—Lo que realmente querías de mí cuando me invitaste a comer esta
mañana no era conocerme mejor—ella afirma.
—No. Te deseaba a ti, y eso era todo.
De nuevo, su hermosa boca se abre en una expresión de asombro.
—Eres brutalmente sincero.
—Sí. ¿Eso te asusta?
—No estoy segura, pero creo que prefiero la sinceridad. ¿Qué
implica que te diga que me quedaré contigo?
—Lo que ambos queramos.
Puede que Zoe sea joven, pero no es tan ingenua; entiende
perfectamente lo que no digo.
Ella se queda mirando al suelo.
—Si digo que sí, tendré que avisar a mi madre y darle también tu
dirección.
—Eso no será un problema, pero tengo la intención de abandonar la
ciudad en mi barco. No quiero quedarme aquí.
—¿Por qué no?—preguntó.
—Mucha gente me conoce. Quiero intimidad contigo.
—Primero aceptaré tu invitación a cenar. Luego decidiré sobre tu
propuesta. Necesito pensar, pero, de todos modos,—dice, levantándose y
acercándose al sillón donde estoy sentado, tendiéndome la mano—quiero
darte las gracias otra vez.
Separé los muslos y la traje hacia ellos.
Ella seguía agarrada a mi mano, mientras yo jugueteaba con el lazo
de su bata con la otra. Noté cómo seguía el movimiento, exhalando con
fuerza, pero no se apartó.
—Te deseo. Quiero saborear cada parte de ti, Zoe. Pero la decisión
de quedarte conmigo está en tus manos. Si deseas volver a casa, solo tienes
que decírmelo.
—Nunca he hecho algo así.
—Me lo imaginaba.
—¿Y todavía me quieres?
Me levanté y le tomé el rostro entre mis manos, mis pulgares
acariciando sus mejillas. Me incliné para susurrarle al oído, dejando que
mis labios rozaran su lóbulo.
—No suelo repetirme, pero tal vez necesites una muestra.
Mordisqueé suavemente, dejando que mi lengua recorriera la suave
piel de su cuello. Ella se estremeció contra mí, pero no fui demasiado lejos.
Necesitaba valor para decidirse, así que me obligué a dar un paso atrás.
—Ve a cambiarte. Saldremos dentro de media hora.
Capítulo Once
—¿Alguna vez has comido rodeado de otras personas?—pregunto,
mientras nos encontramos nuevamente en el ala privada de un restaurante.
Al entrar, noté que varias miradas se volvían hacia nosotros.
Sé que no es por mí, así que solo puede ser por él. ¿Quién es este
hombre con el que estoy? Conozco su nombre y sé que es muy rico, pero
empiezo a pensar que también es famoso.
Puede parecer una locura, pero me siento segura con Xander,
incluso sin conocer mucho de él, más allá de su nombre. Irradia honestidad
y un carácter fuerte, además de confianza en sí mismo y un toque de
arrogancia.
Pero, sobre todo, hay algo esencial para mí: me hace sentir
querida… o mejor dicho, deseada, me corrijo.
Antes de salir a cenar, llamé a mi madre. No le conté en detalle lo
que sucedió en el crucero, solo que no podía seguir porque no me sentía
bien. También le mencioné que me quedaría en Europa una semana más,
aunque aún no había tomado una decisión sobre la proposición de Xander.
Me llevó unos quince minutos convencerla de que no se preocupara, aunque
no le dije que estaba con un hombre.
¿Cómo podría hacerlo si aún no sé exactamente lo que somos?
—En lugares públicos, si puedo evitarlo, no.—responde finalmente.
—¿Por qué…?
—No me gusta el ruido ni tener que mantener una conversación a
gritos.
—Y más conmigo, ¿verdad? Todo el mundo dice que mi voz es solo
un susurro.
Él se recuesta en la silla del restaurante, como si necesitara más
espacio para observarme.
—¿Por timidez?—pregunta, sin negar lo que dije.
—Creo que sí. O tal vez porque, al igual que tú, tampoco disfruto de
los gritos. He tenido suficientes en mi vida.
Veo cómo frunce el ceño, confundido, y me arrepiento de haber
compartido demasiado. Hablar de mi pasado no es, desde luego, la mejor
manera de iniciar nuestra conversación.
—¿Por qué había gritos en tu pasado?
—No es una conversación agradable para tener durante la cena.
—La vida no siempre es agradable, Zoe, pero puedo manejarlo.
—Soy adoptada. Perdí a mis padres cuando era pequeña. Fui
acogida y rechazada… varias veces. La mayoría de los hogares no eran de
personas que realmente deseaban un hijo, sino de quienes disfrutaban de la
idea de ser padres. Los niños son un trabajo duro, y creo que, al final,
decidieron que yo no valía la pena.
No puedo mirarlo a los ojos cuando digo esto.
—¿Cuántas veces regresaste?
Jugueteo con la servilleta de lino.
—Después de un tiempo, perdí la cuenta, pero eso es cosa del
pasado.—miento, aunque solo Dios sabe cuánto me dolió cada vez;
recuerdo la lástima en el rostro de la trabajadora social cuando me llevaron
de vuelta—Me adoptaron de verdad cuando tenía once años, y tuve padres
maravillosos.
Al volver a mirarlo, veo su rostro serio y la mandíbula tensa.
—¿Qué pasó con tus padres biológicos?
—Ambos murieron con pocos años de diferencia. Para ser sincera,
ya ni siquiera recuerdo a mi padre. A mi madre, sí, pero cada vez me cuesta
más recordar nuestro tiempo juntos.
—¿Cuántos años tienes?
Por primera vez desde que comenzó la conversación, respiro
aliviada.
—Dieciocho y medio. ¿Demasiado joven?
Uno de sus dedos juega con su labio inferior, y me hipnotiza un
poco.
—Sí. Creía que tenías al menos veinte.
—¿Y tú?
—Treinta y cinco. ¿Demasiado mayor?—dice, jugando con mi
pregunta.
—No. Lo que me hiciste sentir cuando me besaste es mucho más
importante que nuestra diferencia de edad.
Después de eso, su expresión cambia. No sé mucho de hombres,
pero creo que es deseo. Su mirada me estremece.
Hasta ahora, solo parecía estudiarme, sin darme pistas sobre lo que
pensaba de mí, pero en este momento, siento en cada fibra de mi ser que me
desea.
Sí, ya sé que me lo ha dicho antes, pero el hecho es que no creo en
las palabras ni en las promesas. He oído muchas antes, y todas se han roto.
Sin embargo, ahora lo siento, y eso me hace ansiar saber más de lo
que tiene que enseñarme.
—¿Has terminado?
—Sí. ¿Vamos a casa?
—Todavía no. He pensado en hacer algo diferente. ¿Te gusta bailar?
—Me encanta. ¿Por qué?
—Conozco la discoteca de un amigo que se encuentra a pocos
minutos de aquí.
—Creía que no te gustaban las multitudes.
—Esta tiene una pista exclusiva. Tendremos intimidad.
—¿Haces esto por mí?
—Sí. Después de lo que ha pasado hoy, te mereces algo de
diversión.

Discoteca Hazard

Barcelona
—No bromeabas cuando dijiste que te gustaba bailar. — me dice,
susurrándome al oído mientras se acerca a mí.
Estamos en un salón que parece el ala VIP de una discoteca. Esta es
solo mi segunda vez en una, la primera fue con amigos del instituto.
No podría comparar esta experiencia con la anterior, aunque
quisiera. Todo es muy lujoso; incluso los espejos y los sillones parecen
sacados de un sueño.
No hay nadie alrededor, y me doy cuenta de que, incluso aquí, los
guardaespaldas de Xander están al acecho, impidiendo que la gente se
acerque demasiado.
—Suelo bailar sola en casa. La música me lleva a todas partes.
Él me coloca las manos en las caderas y mi pulso se acelera. No solo
es increíblemente atractivo, sino que también tiene un aire muy sexy. La
forma en que me mira me hace desear abrazarlo y ser atrevida, pero, ¿me lo
permitiría mi timidez?
Como si percibiera mi deseo, me atrae hacia él.
—¿Y qué más te lleva, bella Zoe?
Levanto la mirada hacia la suya.
—Aún no lo sé, pero quiero aprender. ¿Puedes enseñarme?
Antes de que pueda respirar, nuestras bocas se encuentran en un
beso que comienza como una exploración mutua. Labios que se tocan,
lenguas que se entrelazan, dientes que se rozan.
Sin embargo, pronto siento la dureza de su cuerpo musculoso
apoderarse de mí por completo, y me hace desear estar desnuda,
derritiéndome en sus brazos.
Deseosa de más, muevo las caderas, balanceándome contra su
cuerpo, invitándolo.
—Quiero enseñártelo todo, pero no aquí. ¿Nos vamos?
Sé que no se refiere solo a irnos a casa, y si tuviera un poco de
sentido común, probablemente diría «no», pero no estoy segura de cuánto
tiempo pasaremos juntos. A pesar de mi miedo a sufrir, le deseo demasiado
como para resistirme.
—Sí. Estoy lista.
Capítulo Doce
Eso no era lo que había planeado; mi intención era una conquista
lenta.
Aunque siempre he creído que no hay que perder el tiempo, Zoe es
especial. Es muy joven, lo que, por primera vez, me llevó a considerar un
enfoque diferente, a evitar el sexo de inmediato.
Quería tenerla conmigo un tiempo, conocernos mejor. Su sola
presencia hace que la desee más que a nadie, incluso antes de que hayamos
tenido relaciones, algo que nunca me había ocurrido.
Mis planes e intenciones eran buenos, pero la ardiente química entre
nosotros parece tener sus propias reglas.
Aún dentro del coche, mientras recorremos las calles de Barcelona,
nuestras bocas no se separan. Nuestras manos se extienden, deseosas de
tocarse, llenas de electricidad, desbordantes de una pasión violenta e
incontrolable.
La curiosidad de Zoe y su deseo sincero desbaratan mis planes. Me
siento como un adolescente, ansioso por robarle un beso a mi primera novia
en el asiento trasero, aunque en realidad soy un hombre con experiencia y
un pasado sexual que roza el libertinaje.
Apenas soy consciente de que hemos llegado a casa, y al salir del
ascensor privado, ya la tengo en mis brazos. Como un neandertal, entro en
el dormitorio sin pensar en bajar el ritmo.
El número de mujeres que han adornado mi cama haría sonrojar a
un hombre común. Me gusta el sexo, y aunque hoy no he conocido a nadie
que me haya excitado tan intensamente, estoy más que acostumbrado a la
atracción carnal.
Sin embargo, hay algo en Zoe que trasciende la necesidad física. Un
deseo primario de tenerla desnuda bajo mí, una urgencia que bordea la
locura.
La dejo en el suelo cuando llegamos al dormitorio y abro la puerta
del porche del ático. Ella respira entrecortadamente mientras me observa en
la penumbra.
No la toco; pongo distancia entre nosotros, pero mi corazón late con
fuerza, el deseo es imposible de contener. Estoy hambriento, deseoso de
perderme en su hermoso cuerpo.
Me acerco un paso más.
—Yo nunca…
—Lo sé, hermosa Zoe.—paso el dedo por el tirante de su vestido,
jugando con él.
—Cada vez que me tocas, siento un hormigueo en todo el cuerpo.
—Es solo atracción física.—digo, intentando convencernos a
ambos.
Ella no responde, solo me mira fijamente con esos ojos que brillan
como piedras preciosas.
Enciendo el sistema de sonido de mi teléfono y comienza a sonar
una canción lenta.
—¿Bailamos?—ella sonríe, llena de timidez.
—¿Por qué no?—le ofrezco la mano y ella se acerca.
Antes de cargarla en mis brazos, me quito la americana y la dejo
sobre una silla.
Cuando finalmente la tengo a mi lado, parece impaciente y me
abraza.
—¿Es normal sentirme tan segura e íntima con alguien a quien
apenas conozco?—pregunta.
—Explícamelo. Quiero oírlo. Dime lo que piensas en este momento.
—le susurro al oído.
—Estar cerca de ti me provoca escalofríos y temblores. No sé el
guion en una situación así, pero lo quiero todo.
Le muerdo ligeramente la oreja y ella gime. Alargo la mano hacia la
cremallera de su vestido, desabrochándolo con cuidado.
—No me siento tan tímida a tu lado, y eso es raro.—admite.
—Quizá nuestros cuerpos se reconozcan.—sugiero.
—¿Crees en eso? ¿En el destino?
Ahora solo lleva lencería y tacones. Me aparto para mirarla.
Ella intenta cubrirse los pechos y la parte delantera de las bragas,
pareciendo muy avergonzada.
—No, quiero verlo todo.
Se separa las manos y me mira. La inocencia en su rostro despierta
algo profundo dentro de mí.
—Eres preciosa, Zoe Turner. Y para responder a tu pregunta, no sé
si creo en el destino, pero sí creo que el universo se alinea para que las
cosas sucedan. Un minuto más o menos, y nunca nos habríamos conocido,
pero aquí estamos.
Todo en mí late, palpita y arde por ella como un fuego imposible de
apagar.
El deseo por Zoe es una tormenta furiosa en plena efervescencia.
Me repito que no hay razón para precipitarme; ella está aquí ahora,
es mía, pero la lujuria febril apodera de mi cuerpo y mente.
Ella parece percibir mi necesidad, y sus dedos juegan con los
botones de mi camisa.
—Ábrelos.—le ordeno.
Uno a uno, libera los botones, concentrada en la tarea. Cuando
termina, suelto los puños de la camisa y ella me la quita de los hombros.
Sus acciones demuestran que está atrapada en la misma red de deseo que
yo, porque no parece de las que dan el primer paso.
Ella me mira el pecho desnudo y se lame los labios, avergonzada
pero también ávida.
La combinación de timidez y audacia me enciende, convirtiendo mi
sangre en lava.
—Vas a mirarme todo el tiempo, Zoe. Nunca he deseado a una
mujer como te deseo a ti, pero no haré nada sin asegurarme de que estás
conmigo hasta el final.
—¿Adónde vamos?
—Vamos a estar uno dentro del otro.
Ahora me mira abiertamente, la lujuria superando su temperamento
dócil.
Muevo la mano entre nosotros y le toco el pecho cubierto de
lencería. Zoe se estremece, y su reacción confirma lo que ya sabía: es
sensible, y cuando tengamos sexo, será delicioso.
Cualquier barrera entre nosotros es inaceptable, así que me acerco a
su espalda y le desabrocho el sujetador.
La siento antes de verla; los pezones duros me tocan. Ella se mueve,
quizá inconscientemente, y gime cuando sus pezones rozan mi pecho.
Beso su boca y su cuello en un recorrido descendente hasta su
pecho. Levanto la cabeza para mirarla mientras mi lengua juega con su
pezón duro. Ella jadea y se le doblan las piernas.
La levanto porque la seducción a la luz de la luna podría ser más de
lo que una virgen puede soportar.
En el dormitorio, intento tumbarla en la cama, pero ella se sienta.
—¿Tú también vas a estar desnudo?
Sorprendentemente, ya no parece tímida, solo curiosa.
—¿Es eso lo que quieres?—pregunto, con la mano en la hebilla de
mi cinturón.
Ella asiente con la cabeza.
Capítulo Trece
Me quito los pantalones, pero dejo los bóxers. Me acerco a ella y
agarro ambos muslos, palpándolos con los dedos. Instintivamente, los
ensancha, echándose hacia atrás en la cama y apoyándose en los codos.
Sustituyo mi mano por mis labios, y Zoe aúlla suavemente.
Joder, qué buena está.
—Te dejaré desnuda para mí.
Le bajo las bragas, y ella sigue mis movimientos con atención. Al
ver por primera vez su coño rubio, se me hace la boca agua.
Juego con sus pezones, acariciándolos con el pulgar y
pellizcándolos con los dedos índice y corazón.
Ella gime, sentándose en la cama.
—Aprende a tocarte. ¿Lo has hecho ya?
—No.
Le cojo la mano y le chupo las yemas de los dedos, luego se la
pongo sobre el pecho derecho.
—Muévelo y descubre lo que te gusta.
Cuando ella sigue mis instrucciones, gruño, loco de deseo, y le
agarro el pecho izquierdo, chupándolo con fuerza. Hambriento, envuelvo
ambos montículos con las manos, chupando ambos al mismo tiempo.
Ella me agarra del pelo, acercándome. Zoe se derrite de placer en mi
boca y apenas he comenzado.
Mis dedos siguen el rastro hasta el vértice de sus muslos.
Mordisqueo su pezón en el momento exacto en que mi pulgar roza
su clítoris, y ella casi se levanta de la cama.
La fuerza de mi deseo me hace querer tomarla de una vez, fuerte y
profundamente, pero, aunque no entiendo mucho de vírgenes, sé que esta
primera vez será importante para ella.
Alterno entre chupar y morder sus pechos, guardando sus gemidos
en mi cerebro.
Ella me mira, con los ojos nublados de pasión, pero también de
vulnerabilidad, y ese combo agita mis emociones.
Zoe es una mezcla única de belleza devastadora, sexualidad casi
indecente y una inocencia que me desconcierta.
Le separo los muslos y dejo que mi mano acaricie su coño,
explorando su suave calor.
Ella se contonea sobre mis dedos, persiguiendo intuitivamente su
placer.
Cuando gime y cierra los ojos, una sensación aterradora me invade,
junto con una voz que resuena: la mía.
Hago callar esa voz, apartándola, obligándome a atenerme solo al
placer sexual.
Observo el contorno de su boca, hinchada por mis besos, su piel
caliente por la excitación y su respiración agitada.
Me observa atentamente, pero cuando separo los labios de su coño y
le chupo el clítoris, ella enloquece.
Le lamo su coño, saboreando su esencia por primera vez. Disfruto
de su cuerpo, sin perderme ninguna curva, prohibiéndome parar hasta
probar cada parte de ella. Cuando se corre, llenándome la boca, me lo bebo
todo, chupando y tragando, y no es suficiente.
Nos hemos entregado por completo al deseo más puro. Atrapados el
uno en el otro, ajenos al mundo exterior.
Ahora mismo, solo quiero estar dentro de ella. No necesito nada
más.
Aquí, conmigo, Zoe es aire y comida.
Me levanto y ella parece confusa. Sin dejar de mirarla, me quito los
calzoncillos.
Sus ojos se abren de par en par. Mi polla está dura, gruesa, pesada, y
me masturbo lentamente, esparciendo un poco de líquido preseminal en mi
cabeza.
Me acerco y le pongo el pulgar delante de los labios.
—Chupa. Pruébame.
Ella abre un poco la boca y le froto el líquido en el labio inferior. Su
lengua se pasea, y ella cierra los ojos, saboreando.
—Te enseñaré a meterme entero en tu boca, pero no ahora.
Cuando me devuelve la mirada, no hay miedo, solo necesidad.
Me coloco sobre su cuerpo, y nuestras bocas se unen en una colisión
casi violenta. El beso no es suave, sino tan duro e impetuoso como mi
deseo.
Acaricio su pecho izquierdo, mordiéndolo ligeramente, y ella grita,
gimoteando que quiere más.
Dejo que un dedo la penetre hasta la mitad, masajeando su interior,
preparándola para mí.
Observo fascinado cómo la chica tímida se transforma en una gata
salvaje y exigente.
No puedo esperar más.
Me levanto para alcanzar un preservativo y me lo pongo en un
tiempo récord.
Vuelvo a colocarme sobre su cuerpo y establezco un contacto ligero,
probando, moviéndome solo unos centímetros.
—¿Me dolerá?
—Un poco, supongo, pero no pienses en eso, solo en el placer que te
daré después.
Ella se muerde el labio.
—No debería, pero confío en ti.
Empujo dentro de ella lo suficiente para que sienta mi polla, y ella
rechina como si supiera lo que necesito. Joder, es sensual por naturaleza,
aunque no sepa nada de sexo.
Muevo las caderas, empujando un poco más dentro de ella. Le lamo
el pezón y ella me agarra los hombros con fuerza. La intensidad de su deseo
hace añicos cualquier resistencia que pudiera quedarle, y empujo dentro de
ella.
—Ahhhh...
—Solo un poco, preciosa. No te muevas.—le beso la boca,
entrelazando nuestras lenguas, y giro las caderas, para que me sienta, pero
también para que esté más relajada para mí—Estás muy apretada, Zoe. Tu
coño es delicioso.
Ella gime y me muerde el pecho.
—Me gusta cuando dices cosas traviesas. Sigue haciéndolo.
Ella intenta moverse, y yo empiezo un suave vaivén, preparándola
para lo que está por venir.
—¡Oh, Dios!
Ella palpita alrededor de mi erección, y la restricción de no follarla
con fuerza me está matando. Cuando una de sus piernas se levanta y me
rodea la cintura, me vuelvo loco.
Empujo un par de veces más sin cambiar de posición, y cuando ella
empieza a gemir fuerte, arañándome, alterno, hundiéndome con más fuerza
en largas caricias.
Sus caderas se levantan, impacientes por recibir más.
—¿Todavía te duele?
—Sigue doliendo, pero te necesito toda dentro de mí.
¡Porra!, Zoe me vuelve loco!
Me apoyo sobre los codos en la cama, empujando con un ritmo
constante antes de bajar una mano hasta su clítoris. Froto el botón del
placer hasta que su respiración me dice que va a correrse. No me detengo
hasta que cesa su último espasmo, y solo entonces me arrodillo en la cama,
acercando sus dos muslos a mis hombros.
Sus ojos brillan, vidriosos de deseo.
Salgo casi del todo y vuelvo a penetrarla lentamente para que se
acostumbre. Así me sentirá muy profundamente.
—Enséñamelo todo.—ella me lo pide—Te deseo.
La penetro por completo, nuestros vellos púbicos rozándose. Ella se
cierra con un fuerte agarre a mi alrededor , y sus paredes internas se
convulsionan.
Zoe es delgada, y mi polla es demasiado gruesa. No quiero hacerle
daño, pero cuando se mueve, gimiendo, le doy lo que me pide.
Está casi doblada por la mitad, con las rodillas tocándole el pecho, y
esa posición me lleva al borde del precipicio, muy cerca de correrme.
Nuestras bocas se devoran mientras acelero, cubriendo nuestros
cuerpos de sudor.
Es como recibir una descarga eléctrica; cada entrada y salida de su
cuerpo me lleva al nirvana.
Sigo embistiendo sin parar. Ella pide más y me avisa que está a
punto de correrse.
La profundidad de mis embestidas resuena en su interior, y sé que
yo también estoy cerca de alcanzar mi propio clímax.
Le muerdo los pezones, pero cuando toco su clítoris para que se
corra conmigo, se desata otro orgasmo, un gemido interminable que hace
que su espalda se arqueé y su cuerpo me apriete aún más.
Acallo sus gritos de pasión, llenándola por completo. Mi polla en su
coño, mi lengua en su boca.
Durante un largo rato, la danza de nuestros cuerpos domina la
quietud del amanecer; el sonido de nuestro encuentro llena el aire como una
melodía erótica.
Le chupo los pechos, decidido a hacerla correr de nuevo, y cuando
sus caderas comienzan a moverse en círculos, buscando su propio clímax, le
pellizco el clítoris.
—Ahora, Zoe.
Es como accionar un interruptor. Ella se vuelve aún más salvaje,
cerrando las piernas a mi alrededor, y alcanzamos el cielo casi al mismo
tiempo.
Con los ojos cerrados, inmersa en la lujuria de nuestro acto, no
puedo dejar de mirarla.
Hermosa, desnuda, entregada. Mujer.
En ese momento tomo una decisión.
Zoe será mía indefinidamente.
Capítulo Catorce
Me despierto, pero no quiero abrir los ojos.
Antes solía soñar, pero la realidad de hoy es mucho mejor.
El calor y el aroma de su cuerpo todavía están en mí, impregnando
mi piel y mis sentidos, y me encanta esa sensación.
Él está despierto, pero no en la cama.
Me muevo mucho durante la noche y estoy extendida en la cama. Es
imposible que esté aquí sin que yo lo sienta.
Dios, no puedo creer que haya hecho esto. He perdido la virginidad
con un desconocido, un hombre cuyo nombre es lo único que sé.
No, me corrijo rápidamente. Sé mucho más de él que su nombre.
Xander me salvó y me ayudó cuando más lo necesitaba. A pesar de lo que
ha hecho, mi decisión de quedarme con él —y sí, ya he decidido quedarme
hasta el final del verano— no tiene nada que ver con que ayer fuera mi
héroe. Es simplemente porque me hace sentir completa.
¿No es una locura? Aunque no nos conocemos bien, con él me
siento más completa que nunca en mi vida.
A pesar de la atracción que despertó en mí, no sabía qué esperar. Por
otro lado, lo que ocurrió en toda la madrugada fue sorprendente. La verdad
es que tenía medo de hacer sexo. No el acto en sí, sino desnudarme frente a
alguien o permitir que tocaran íntimamente mi cuerpo. Sin embargo, desde
aquel beso junto a la puerta de su coche, cuando creía que nunca
volveríamos a vernos, sentí como si lo hubiéramos estado haciendo desde
siempre.
Suspirando, me rindo ante la realidad de que debo levantarme y
buscar el móvil para ver la hora.
Me resulta extraño no encontrar mi ropa en el suelo, pero entonces
veo que está sobre un sillón, doblada. Él debe de ser una persona ordenada,
lo cual es justo lo contrario a mí.
Al ir al baño, encuentro una nota sobre mi vestido:
“Duerme todo lo que quieras. Mi ama de llaves te servirá el
desayuno en cuanto despiertes. Tenía que irme.”
Las palabras me caen como una ducha fría y me revuelven el
estómago.
Son desenfadadas, secas y directas.
Sin llamarme por mi nombre ni escribiendo el suyo.
En su mundo, lo que pasó entre nosotros es normal, pero no en el
mío. Por supuesto, no esperaba una proposición de matrimonio, pero al
menos debería haber estado aquí cuando desperté.
Dios, ¿en qué me he metido? ¿Cómo debo actuar? ¿Es esta nota una
señal que indica que, ahora que ha conseguido lo que quería de mí, debo
irme? ¿Qué le hizo cambiar de opinión?
Sacudo la cabeza. Necesito una ducha y una taza de café. Aún no
puedo pensar con claridad.
Media hora después, tras ducharme, me siento más perdida que
nunca, y mi situación no mejora cuando, al entrar en la cocina, una mujer
me observa de arriba abajo como si no debiera estar allí.
Normalmente, gran parte de esta sensación proviene de mi
inseguridad natural, pero la gente suele sonreír al conocer a alguien por
primera vez, aunque sea por cortesía. En cambio, esta mujer solo me pide
que me siente para servirme el desayuno.
Casi no como, nerviosa y ansiosa por escapar, porque así soy yo.
Tras unos sorbos de café, mi confianza se desmorona rápidamente.
Estoy de pie, pensando en salir de allí rápidamente, cuando ella se interpone
en mi camino y me entrega un sobre.
La letra es la misma que la de la nota, así que supongo que debe ser
de Xander, pero solo para confirmarlo, le pregunto.
—El señor Christos, querrás decir.
—No. Xander Megalos, tu jefe, ¿verdad?
—Nadie le llama así, solo por su nombre completo: Christos Xander
Megalos Lykaios. El mundo entero lo conoce como Christos Lykaios.—
dice, frunciendo el ceño y mirándome con aún más desprecio,
probablemente porque ni siquiera sé el nombre del hombre con el que me
acosté.
Pero ya no me preocupa lo que ella piense de mí; me inquieta lo que
he descubierto.
—Christos Lykaios. Christos Lykaios. Christos Lykaios...—repito
una y otra vez mientras salgo de la cocina.
¡No puede ser! ¡Dios mío! La vida no sería tan cruel.
Entro en el dormitorio, demasiado horrorizada para creer que esto
sea cierto. Para distraerme de mi desesperación, abro el sobre. Dentro hay
dinero y otra nota.
“Pensé que lo necesitarías”.
Empiezo a temblar. ¿Me está pagando por nuestra noche de sexo?
Esto solo confirma que lo que descubrí es verdad. Me acosté con el
mismo ser humano despreciable que destruyó la vida de Pauline.
Atónita, busco su nombre en Google. Sí, es él: Christos Lykaios,
licenciado en la Universidad de Massachusetts, el mismo lugar donde
ocurrió el accidente. Es quien arruinó el futuro de mi mejor amiga.
Un hombre lo suficientemente cruel como para ofrecerme un pago
por una noche de sexo, aun sabiendo que yo era virgen antes de acostarnos.
Meto mis cosas en la maleta y salgo del apartamento sin ni siquiera
molestarme en despedirme de la asistenta Soraia. En lugar de eso, dejo una
nota sobre la cama, no porque crea que se lo merece, sino para asegurarme
de no volver a verle nunca más.
Pocas palabras, pero claras.
“No me busques. Lo que pasó entre nosotros fue un error del que me
arrepentiré el resto de mis días”.
Al igual que él, no me despido. No se lo merece. No se merece
nada.
Una hora y media después
Estoy en la cola esperando para abordar el avión cuando veo a una
mujer mirándome intensamente.
Aunque soy tímida, tengo un carácter amable, y si la gente intenta
hablar conmigo, les respondo educadamente. Hoy, sin embargo, solo quiero
estar sola.
Aún no he llorado, pero tengo el corazón roto. La culpa me carcome
como ácido.
Así que, cuando ella se acerca unos pasos, me planteo esquivarla,
pero no quiero ser grosera.
—Hola, ¿qué tal?—saluda, y lo primero que pienso es que debe
confundirme con alguien.
—Hola.—le respondo, obligándome a ser educada.
—¿Eres modelo?
—¿Qué?
De todas las cosas que esperaba que dijera, esto no estaba en mi
lista.
—Te pregunto si has trabajado alguna vez como modelo.— dice
sonriendo, pero luego niega con la cabeza—Perdona, estoy siendo grosera.
Me llamo Bia Ramos; soy scout en una agencia y, por costumbre, siempre
estoy buscando caras nuevas. Eres perfecta.
—Perdona mi brusquedad, pero esto parece una locura.
—Sé que no te he abordado de la mejor manera, pero me he dado
cuenta de que estás a punto de embarcar y no quería perder la oportunidad.
¿Cómo te llamas?
—Zoe Turner.
Me tiende la mano, y dudo, pero al final la cojo.
—Encantada de conocerte, Zoe. Te dejaré mi tarjeta y podrás
buscarme en Google para asegurarte de que no soy una asesina en serie.—
sonríe cuando dice eso y me relajo un poco.
Cojo la tarjeta que me ofrece.
—¿Qué esperas de mí?
—Que participes en una audición, aunque no tengo ninguna duda de
que te contrataré.
—Mira, me halaga lo que dices, pero estoy teniendo el peor día de
mi vida. Créeme si te digo que es para tanto, porque he pasado por muchos
de ellos. Así que cogeré tu tarjeta y hablaremos más tarde, pero hoy... Solo
quiero estar sola.
—No pasa nada, Zoe. Prométeme que me llamarás.
—Tienes mi palabra.
Capítulo Quince
Lo último que deseaba era salir de casa antes de que ella despertara,
pero mis planes se descarrilaron en cuanto mi teléfono vibró en plena
madrugada con un mensaje de mis abogados.
Debíamos decidir qué declaración pública emitir sobre el asunto de
la nave. Si todo salía a la luz, la adquisición de la flota sería un error y las
acciones caerían en picado.
Ordené que se llevara a cabo una investigación rigurosa para
descubrir a los culpables. En este caso, creo que la transparencia es la mejor
solución, aunque no me entusiasma involucrar el nombre de Zoe en un
escándalo. Además de ser muy joven, si lo que pretendo hacer se convierte
en realidad—quedarme con ella indefinidamente—la prensa no la dejará en
paz.
Mi intención era desayunar juntos y aclarar la confusión sobre mi
nombre. Después de lo de ayer, no hay razón para no abrirnos el uno al otro.
Pienso en la diosa rubia enredada en mis sábanas mientras me
levanto. Ella estaba desmayada, exhausta, y me pregunto si no fui
demasiado brusco en nuestra primera noche juntos. Pero luego recuerdo que
en la segunda y tercera vez fue ella quien acudió a mí, mientras yo intentaba
mantenerme bajo control, temiendo hacerle daño.
Zoe, incluso sin experiencia, es un huracán sexual. No pasará mucho
tiempo antes de que conozca bien su cuerpo. Quiero ser yo quien le enseñe
a descubrirse a sí misma.
Nunca he hecho planes más allá de un fin de semana con mis
anteriores novias, pero me pregunto si habría espacio para ella en mi vida
cuando regresemos a Estados Unidos, mi residencia principal. En nuestra
conversación en el restaurante, me contó que vive en Boston, pero sueña
con una vida en el campo, lo cual no parece encajar con la mujer
despampanante que es.
El estilo de vida que anhela no podría estar más lejos del mío. No
tengo ninguna relación con el campo; soy un hombre de mundo, no tanto
por elección como por mis negocios.
Sin embargo, me gustaría explorar más a fondo esta intensa
atracción sexual. Apenas han pasado tres horas desde que la dejé y ya deseo
volver al apartamento y perderme en su cuerpo sexy.
Antes de irme, le dejé una nota haciéndole saber que mi asistenta
estaría a su disposición para el desayuno. Tímida como es, no dudo de que
se quedaría con hambre hasta que yo regresara, y no tengo idea de a qué
hora volveré.
También le dejé a mi criada un sobre con más del doble de la
cantidad que normalmente recibiría del barco. No quiero que se sienta
económicamente dependiente de mí, aunque la suma que representa su
salario, para mí, equivale al valor de una visita a la cafetería.
—¿Estás seguro de que quieres cerrar el trato? —pregunta mi
analista, refiriéndose a los barcos.
—Sí, no me retracto de mi palabra. ¿Cuánto durará esta reunión?
—Media hora.
Me paso una mano por el cabello, irritado, con mis pensamientos
centrados en la hermosa mujer que me espera.
Dormí a su lado, algo nuevo para mí, porque nunca paso toda la
noche con una novia. Compartir la cama puede crear expectativas poco
realistas, y mi vida siempre es en blanco y negro; cualquier otro color queda
excluido. Pero cuando Zoe se tumbó sobre mí y sentí el calor de su cuerpo,
su suave respiración y sus manos en mi cabello, desapareció cualquier idea
de levantarme y dejarla.
La necesidad de ella es una especie de adicción, una compulsión que
solo aumenta cuanto más tiempo paso a su lado.
Y, además, está el hecho de que ayer pasó por tantas cosas.
Normalmente no soy un tipo sensible, pero Zoe está en un país extranjero y
soy la única persona que conoce.
—Ni un minuto más.—advierto a los hombres sentados frente a mí
—El tiempo se está acabando. Hagan que merezca la pena.

No sabría decir cuándo fue la última vez que me sentí tan ansioso
por volver a ver a una mujer. Nunca podría haberlo imaginado.
Sin embargo, mientras subo en el ascensor hacia mi ático, la
electricidad se extiende por todo mi cuerpo.
Tengo pensado llevarla al yate más tarde, pero en este momento lo
único que deseo es volver a estar dentro de ella.
Introduzco el código para desbloquear la puerta, y antes de que
pueda abrirla, alguien dentro lo hace; no es Zoe, sino mi ama de llaves
Soraia.
Qué raro. Ya debería haberse marchado.
—Señor Lykaios, he esperado a que llegara para avisarle
personalmente.
Sus palabras desencadenan de inmediato mi preocupación. Podría
haberle pasado algo a Zoe. Joder, no debería haberla dejado sola.
Entro en el apartamento sin mirar a mi empleada, caminando
directamente hacia el dormitorio.
—Señor Lykaios.—llama la mujer, por lo que me detengo en lo alto
de la escalera.
—Ahora no. Tengo que hablar con mi... huésped.
—Pero eso es exactamente lo que intento decirte. Se ha ido. Hace
unas tres horas se marchó sin despedirse.
—¿Cómo que se fue?
—Desayunó muy poco, así que le entregué el sobre como me habías
ordenado. Unos quince minutos después, oí un portazo. Cuando comprobé
la cámara de seguridad, ya estaba en el conserje.
—¿Estás seguro de que se fue con la maleta? —quizá necesitaba
comprar algo.
—Sí, con la maleta—dice. Creo que puede parecer una locura, pero
cuando lo dijo, pareció satisfecha.
Soraia es una empleada que envían a mis residencias en Europa
siempre que paso una temporada larga en algún lugar, aunque su lugar fijo
es mi apartamento de Londres. Sin embargo, no duerme en ninguna de mis
propiedades mientras estoy en ellas. Es una empleada excelente, pero a
veces tengo la sensación de que se entromete más allá de sus obligaciones.
—Ya puedes irte.
—¿Necesita algo más, doctor Lykaios?
—Ya te lo he dicho. Puedes irte.
Me da la espalda.
—Sólo una cosa más. ¿Por qué no me llamaste para avisarme de que
Zoe se había ido?
—No creí que fuera importante.
—Aclaremos algo: yo soy quien juzga lo que es importante en mi
vida. Tu trabajo consiste en informar de cualquier cosa inusual que ocurra
en mi propiedad. ¿Queda claro?
—Sí, señor.
Le doy la espalda y me dirijo al dormitorio, aún creyendo que todo
podría ser un malentendido.
Por supuesto, apenas la conozco, pero por lo que ha mostrado, Zoe
no parece el tipo de chica frívola que huiría sin decir nada.
Cuando llego, lo primero que veo es una hoja de papel encima de la
cama.
No dudo en nada, pero me doy cuenta de que voy más despacio
antes de alcanzarla.
Molesto conmigo mismo por actuar así, cojo el trozo de papel.
“No me busques. Lo que pasó entre nosotros fue un error del que
me arrepentiré el resto de mis días”.
Lo leo tres veces antes de estar seguro de que mis ojos no me
engañan.
¿Un error?
¿Llamó error a lo de anoche? ¿Quién eres realmente, Zoe Turner?
No eres la misma chica guapa que me fascinaba. No serías tan fría en una
despedida.
Reproduzco todo lo que ha pasado entre nosotros desde el momento
en que la vi por primera vez.
Sí, no fui muy sutil en mi acercamiento, pero no la forcé. Nunca he
tenido que imponerme a una mujer, e incluso ayer le pregunté si eso era lo
que estaba haciendo.
Las ganas de coger el teléfono y aclararlo todo son abrumadoras,
pero prefiero estar muerto antes de dejar que alguien aplaste mi orgullo.
Soy griego y no inclino la cabeza ante ningún hombre ni mujer.
A partir de ese segundo, Zoe Turner forma parte del pasado.
Capítulo Dieciséis
Boston

Una semana después


El cementerio está vacío, casi tan vacío como mi corazón.
Nada salió como esperaba cuando regresé a casa. La culpa me
consume, pero compite con lo mucho que le echo de menos, y me odio por
ello.
¿Cómo pude ser tan estúpida?
Además de ser quien es, me trató como a una prostituta al permitir
que aquella mujer me diera dinero de la manera en que lo hizo.
Dios, ¡qué vergüenza!
¿Está acostumbrada a esto? ¿A despedir a sus citas?
Aparto esos pensamientos. No tienen importancia. No son asunto
mío.
—Hola, mejor amiga. No me fue muy bien en nuestro primer viaje.
El barco fue divertido, aunque no conocí a mucha gente. Sigo siendo la
misma: tímida y antisocial.
Me siento en el suelo junto a la lápida y recojo algunas hojas secas.
—De todos modos, me hice un montón de fotos contigo, y tienen un
aspecto increíble, pero aún no me he animado a revelarlas. Últimamente no
tengo ganas de hacer nada; creo que estoy deprimida. No le conté a mamá
Macy lo que pasó en mi primer trabajo ni después en Barcelona. Su salud
no es muy buena y papá teme que el cáncer haya vuelto, pero estoy muy
triste, Pauline.
Me limpio una lágrima que corre por mi mejilla.
—Hace ya una semana que he vuelto y debería haber venido a
visitarte, pero estaba... todavía me muero de vergüenza. He hecho algo muy
malo y, ante todo, necesito tu perdón. He leído en alguna parte que los
amigos se perdonan pase lo que pase. ¿Serías capaz de hacerlo por mí?
Alguien pasa llevando a una niña de la mano y me distraigo un
momento.
¿La niña, como yo a su edad, ha perdido a un familiar?
Un pájaro canta a lo lejos, como si me obligara a centrarme en lo
que he venido a hacer aquí.
—Sé que estás conmigo todo el tiempo, siguiendo mis pasos desde
el cielo, Pauline, pero, aun así, me siento obligada a pedirte perdón
personalmente, aunque ya lo haya hecho en mis oraciones. Se presentó
como Xander Megalos, y no tengo ni idea de por qué. No fue hasta más
tarde...— respiro hondo, sintiendo que me ahogo—Después de acostarnos
juntos, descubrí que era el mismo hombre que te hirió en aquel accidente.
Estaba muy enfadada conmigo misma en Barcelona, pero los pensamientos
son una locura. Cuando aterricé en Boston, deseé que todo fuera un error,
mejor amiga, porque me enamoré de él. La noche que... no, no necesitas oír
eso. Me estoy perdiendo en lo que realmente necesito decir. Solo quiero que
me perdones.
Casi puedo oír su voz, como si siguiera viva, diciendo que sí, que
me perdona, porque Pauline era la mejor persona que jamás ha existido. No
volví a verla hasta poco antes de que falleciera. Cuando mamá Macy me
adoptó, fue mi primera petición: que me llevara a visitar a mi amiga. Pero
para entonces, ya era demasiado tarde.
—Anteayer busqué a tu madre. No podía comer ni dormir bien
porque necesitaba confirmación. Ojalá no fuera cierto, pero me enseñó una
fotografía y, aunque ocurrió hace muchos años, el rostro de Xander...
Christos es inconfundible.
Saco pañuelos de papel del bolso para secarme los ojos.
—Ojalá pudiera decirte que le odio, Pauline, pero no puedo. Puedo
asegurarte que me odio a mí misma por no ser capaz de odiarle. Te haré una
confesión y una promesa: de niña me pediste que me convirtiera en modelo
y viajara por el mundo como si fuera tú; solo accedí porque quería verte
feliz. Me encantaba ver tu sonrisa, pero nunca quise eso para mí. Ser
modelo delante de la gente y viajar por todas partes... no es mi sueño.
Quiero una casa en el campo. Alguien que me quiera y de quien yo esté
enamorada...—y incluso ahora, ante la tumba de mi amiga, es su cara la que
me viene a la mente cuando digo eso—...y muchos hijos. Un hogar del que
nadie pueda echarme.
Aparto algunos pétalos de flores que insisten en quedarse en su
lápida.
—Pero accederé a una cosa: primero haré realidad tus sueños y
luego los míos. Conocí a una mujer, como ya sabrás, cuando volvía de
Barcelona. Es una especie de cazatalentos de modelos, Pauline, y me invitó
a una audición. La llamé ayer, y me va a enviar un billete para que pueda ir
a Nueva York a hacer esta prueba ante la cámara. No puedo garantizarte que
funcione ni que me contraten, pero al menos estoy intentando hacer realidad
tu sueño.
Me levanto, dispuesta a despedirme. Ya está anocheciendo.
—Te quiero, Pauline. No hemos hablado mucho desde que crecí,
pero tú, tus planes y el deseo de llevarlos a cabo para hacerte feliz son lo
que impidió que me rindiera cada vez que me rechazaban mis padres
adoptivos. No podía rendirme porque hicimos un pacto. Y te digo que, por
muy triste que me sienta ahora, no voy a tirar la toalla porque redoblo mi
promesa. Haré lo que pueda para ser famosa y viajar por el mundo contigo.

Hospital General de Boston

Un año y dos meses después


—¿Estás segura de que realmente quieres quedarte aquí, Zoe?
Puedo reservar un hotel cerca del hospital. No quiero ser insensible, pero
dentro de unos días hay un desfile de moda y no puedes permitirte aparecer
con ojeras.
Respiro hondo, intentando calmarme. Sé que no lo ha dicho con
mala intención; es solo su trabajo.
Después de la prueba que hice en Nueva York y de que me
aceptaran, Bia Ramos, de quien más tarde descubrí que es brasileña, se
convirtió en una buena amiga. No importa en qué parte del mundo esté; si
necesito hablar, ella siempre responde con palabras reconfortantes.
Como ahora, después de que mi madre sufriera una grave recaída,
vino desde Oceanía para darme su apoyo.
—Estaré bien. Solo quiero estar cerca de ella un poco más. En
cuanto se duerma, buscaré un hotel. No puedo dejar a mi padre solo.
—Vale, cariño, pero ¿me llamarás si lo necesitas?
—Sí. También ha venido a visitarla un hijo de una amiga de la
infancia de mi madre, profesor de la Universidad de Massachusetts, y papá
me ha pedido que me reúna con él.
—Eres increíble, Zoe Turner.—dice, pasándome el dorso de la mano
por la mejilla—Actualmente, una de las caras más reconocibles del mundo,
la que cualquier hombre se cortaría un brazo por llevarse a cenar, es
también la dulce chica que saluda a un amigo de la familia en el hospital
como cualquier persona corriente.
Miro al suelo.
—Soy sencilla, Bia. No te engañes. Todo el glamour que me rodea o
la ropa con la que me visten no tienen nada que ver con la verdadera Zoe.
—¿Y por qué todo esto?
—Porque hice una promesa a alguien muy especial. Ahora doy
gracias a Dios por entrar en este mundo, porque es lo que me permite pagar
los gastos del hospital de mi madre.
—Y si de mí depende, ganarás mucho más.
—¿Qué quieres decir?
Bia y Miguel, su mano derecha, se convirtieron en mis agentes. Ella
no presta este servicio a ninguna otra modelo, pero en cuanto entré, un
agente deshonesto me estafó, embolsándose mucho más de lo que debía en
mis pagos.
—Ahora no es el momento de hablar de esto, pero tenemos un
contrato de siete cifras en camino. Quieren la exclusividad.
—¿No modelaré para ninguna otra marca?
—No, ni siquiera fotografía, pero créeme, no te hará falta. Por
ahora, disfruta de tu tiempo con la encantadora Macy y con tu papá. Luego
hablaremos. Si quieren comprar tu bonita cara, intentaré exprimirles hasta
el último céntimo. Ahora tengo que irme.

Media hora después


Estoy sentada en el pasillo del hospital, consultando mis mensajes
de trabajo, cuando una sombra cae sobre mí.
Levanto la vista y veo a un hombre muy guapo que me observa.
No quiero parecer engreída, pero no es raro; mi cara es muy
conocida últimamente.
—Buenas noches, tú debes de ser Zoe.
Giro la cabeza hacia un lado, preguntándome cómo sabe mi nombre,
pero entonces recuerdo la visita que esperaba papá.
—Sí, soy yo. ¿Y tú eres el señor. Mike Howard?
—Solo Mike, por favor. Ya es bastante malo que mis alumnos me
llamen así.
—No pretendía ofenderte, le digo.
—No me he ofendido, Zoe. Es que no quiero parecer tan viejo.
No lo eres.—digo sinceramente—Por Dios, creo que lo estoy
empeorando. Se me da muy mal socializar.
—No te disculpes. Conmigo siempre puedes actuar como tú misma.
Sonrío, creyéndomelo.
Yo también creí muchas de las mentiras que me dijeron hasta que
fue demasiado tarde.
Capítulo Diecisiete
Nueva York

Siete meses después


—Preciosa, ¿verdad? —pregunta Yuri, mi asistente desde hace casi
una década, desde detrás de mi silla en la oficina.
No soy un hombre que suele revelar lo que piensa, pero la visión de
ella me abruma tanto que no puedo disimularlo. La expresión en mi rostro
debe dejar claro que la perfección femenina que veo en las fotos de un
portafolio que tengo delante me resulta ineludible.
—Mucho.—respondo, como si no la conociera, como si no llevara
casi dos años tatuada en cada célula de mi ser, como si no hubiera luchado
con disciplina militar contra el deseo que siento por ella.
He seguido su carrera y, por supuesto, su ascenso. Desde la primera
vez que la vi, supe sin dudar que Zoe Turner sería perfecta para las
pasarelas y las cámaras.
Varias veces he estado tentado de forzar una cita, solo para mirarla a
los ojos y comprender qué demonios salió mal aquella noche, pero nunca
me he humillado ante nadie, y no pienso hacerlo ahora. Así que, en lugar de
eso, me quedé entre bastidores, observándola desde lejos, deseándola en
silencio.
Pasé mucho tiempo decidiendo qué hacer, convencido de que
ninguno de los dos conseguiría pasar la página. Planeé la ruta lógica:
encerrarla en un contrato con una de mis marcas y mantenerla cerca hasta
que se me pasara la obsesión.
Ya había hecho la oferta cuando se casó hace seis meses,
sorprendiendo al mundo entero.
Era un acosador encubierto, pero lo suficientemente atento como
para saber que no estaba saliendo con nadie. Así que, cuando vi en las
noticias que había celebrado un matrimonio secreto, me quedé de piedra.
Recuerdo la sensación de tener una bola de hierro alojada en el
estómago al darme cuenta de que ahora estaba comprometida con otro
hombre. Esa palabra ha martilleado sin parar en mi cerebro desde aquella
noche en Barcelona.
Mía.
Mike Howard, así se llama el imbécil, un profesor veinte años
mayor que ella.
—No puedo creer que finalmente hayamos conseguido ficharla. Zoe
Turner ha sido perseguida por varias marcas, y que sea exclusiva de nuestro
grupo nos llevará aún más alto. Es un trato excelente para ambas partes.
Sé de lo que habla. Yuri tiene tanto conocimiento del mundo de la
moda como yo. En poco tiempo, Zoe se convirtió en un fenómeno. Ahora es
una de las modelos mejor pagadas del mundo porque ha firmado un
contrato millonario conmigo.
No, ella no tiene idea de que mis compañías están detrás, porque
hice aparecer como parte contratante a una de mis marcas más pequeñas,
que la mayoría no sabe que me pertenece. Me guardé la sorpresa—y el
shock, diría yo—de volver a verla hasta ahora que ya ha firmado.
Incluso hay una reunión programada para dentro de unos días.
—¿Y sabes qué es lo más increíble?—pregunta Yuri, sin tener ni
idea de por dónde van mis pensamientos—A pesar de su éxito, es tan dulce
como un tarro de miel. Amable, educada, tímida. Increíblemente, no se ha
dejado manchar por la arrogancia que suele acompañar a su belleza.
Pienso en lo que dice y no puedo estar en desacuerdo. A pesar de la
forma en que me dejó sin una conversación cara a cara, Zoe tiene rasgos
que la hicieron admirada en el mundo de la moda: no tiene arrebatos de
estrellato y, según dicen, es muy fácil trabajar con ella.
Lo único que nadie sospecha es que hay un bloque de hielo donde se
supone que está su corazón.
—¿Puedo preguntarte algo?—dice Yuri.
—No, pero sé que lo harás de todos modos.
—¿Por qué le ofreciste tanto? No digo que no se lo merezca, pero...
—La quería. Nunca apuesto a perder.
Sé que no estoy siendo racional; me dejo llevar completamente por
el deseo—ya sea por ella o por venganza—, pero el hecho es que la quiero a
mi alcance.
Guarda silencio y, a regañadientes, aparto la vista de las fotografías
para mirarle. No soy el hombre más paciente del mundo.
—¿Eh? No sé cómo expresar lo que pienso sin ofender.
—Para empezar, nunca se te conoció por ser discreto.
—Cuando dices que la quieres... ¿es en sentido figurado, como su
empleador, o literalmente?
—Como empleador.—digo rápidamente, sin dejarle más espacio
para preguntas, pero luego cometo un error al dejar escapar las palabras—
Lo que importa es que, a partir de ahora, es mía.
—Tuya.—repite, pero no ahonda más, aunque supongo que entiende
lo que no he dicho.
Creo que es el resultado de años de trabajo juntos. Me conoce bien.
Nunca interfiero cuando contrato a una modelo, pero con Zoe seguí el
proceso paso a paso, incluso ofreciendo más cuando su agente me lo pidió y
aceptando la cláusula de no desnudez, que habría omitido de todos modos.
La verdad es que, por mucho que intentara luchar contra ello, sabía
que mi historia con Zoe estaba a punto de suceder. Lo que ocurrió en
España fue un aperitivo. No tuvimos un cierre, y yo no dejo cabos sueltos
en mi vida. Pero desde el momento en que supe que estaba casada, cambié
de planes.
No voy detrás de la mujer de otro hombre, así que seguí
observándola. Y he de confesar que me produce una mezquina satisfacción
ver que Zoe no es feliz.
La diosa apenas sonríe, lo que deja bastante claro que no está
viviendo su cuento de hadas.
Estuvimos a punto de vernos en eventos dos veces, pero las evité.
No sabía si podría controlar mi deseo.
También busqué al marido y no me gustó lo que encontré. Es un
hombrecillo presumido y engreído que se considera la quintaesencia de la
sabiduría. Conocí a muchos profesores como él cuando estudié en la misma
universidad donde trabaja como profesor adjunto, individuos que necesitan
rebajar a los jóvenes para sentirse mejor.
Además, hay rumores sobre sus relaciones con estudiantes—
actuales y anteriores—, incluso después de casarse.
¿Qué clase de hijo de puta engañaría a su mujer solo unos meses
después de casarse?
Eso no es asunto tuyo, advierte mi mente, pero eso nunca se aplica a
ella.
—Por tu interés en ella, supongo que asistirás a la reunión de la
semana que viene.
—Sí. ¿Por qué?
—No es gran cosa, solo pensaba en unos rumores que he oído.
—No me gustan los cotilleos.
—No son cotilleos, pero tal vez sea algo que despierte tu interés.
—Habla, Yuri.
—Circula la historia de que su matrimonio ha terminado.
—¿Qué?
—Sí, parece que solo seis meses después de casarse, se acabó el
sueño. Pronto, Zoe Turner estará libre.
Después de soltarme eso, se va. Me levanto y voy hacia la ventana,
intentando fingir que la información me es irrelevante.
Pero la única conclusión a la que llego es que, desde que Zoe Turner
entró en mi vida, me he convertido en un experto en mentirme a mí mismo.
Capítulo Dieciocho
Boston

Días después
Miro a la gente sentada a la mesa, esforzándome por ocultar mis
emociones, pero solo puedo pensar en salir corriendo de aquí. El deseo de
escapar es tan intenso que me provoca náuseas.
Un sudor frío recorre mi frente y empapa mis palmas; en un
momento llegué a pensar que había contraído la gripe que se ha extendido
por el mundo a un ritmo alarmante. Varios han muerto, pero nadie sabe con
certeza cómo se contagia.
Intento inhalar, pero el aire se me escapa.
No es la primera vez que me siento así; este malestar me acompaña
desde que me casé con Mike hace seis meses.
Sí, fui lo suficientemente ingenua y necesitada como para creer que
alguien como él—guapo, amable, mayor, y conocido por mi familia—me
haría olvidar a Christos Xander. Sin embargo, siempre supe que, para mí,
nunca habría otro hombre. Pensé que tal vez podría comenzar de nuevo, ya
que mi vida amorosa había estado en pausa desde que dejé Barcelona.
Soñar con alguien que, aunque me quisiera, no podría estar conmigo
era un viaje hacia la locura.
En los primeros meses, estuve tan mal que mi madre buscó a un
psiquiatra gratuito, quien me diagnosticó depresión.
Hablar con él me ayudó a recuperarme y a perdonarme a mí misma.
Siguiendo su consejo, investigué más sobre el accidente de Christos y
Pauline, pero encontré poco más que informes vagos. Ni siquiera
explicaban quién era el responsable.
La madre de Pauline me contó que la familia Lykaios era muy rica y
exigió un acuerdo cerrado y confidencial. Sin otra opción, ella lo aceptó. El
dinero, sin embargo, no era suficiente para asegurarle una vida digna a
Pauline, pero pelear contra la poderosa familia griega en los tribunales
durante años era un riesgo que no se podía permitir.
Solo una vez investigué más a fondo su nombre: un multimillonario
griego que emigró a Estados Unidos de niño, siempre rodeado de mujeres
hermosas y que, según lo que he leído, nunca ha tenido una relación
duradera.
Para mi sorpresa, descubrí que su principal negocio se centra en la
moda, y me asombró ver que su grupo posee las marcas más famosas del
mundo.
Sin embargo, en todos los desfiles y eventos a los que asistí, nunca
nos encontramos. Supongo que debe tener a varias personas gestionando su
patrimonio; recuerdo bien cuando dijo que compraría la flota de cruceros en
la que trabajaba entonces.
Dios, ¡parece que eso ocurrió en otra vida!
He cambiado mucho desde entonces. Si la situación hubiera sido la
misma hoy, nunca me habría encerrado en el baño del barco por miedo al
capitán y a la traidora de Tamara; habría hecho tanto escándalo que hasta en
primera clase me habrían oído. Aunque sigo siendo tímida, no permito que
nadie me pisotee. Ahora juego según las reglas del ojo por ojo.
La gente en la mesa sigue hablando y riendo.
Me duele la cabeza por el agotamiento. Solo quiero regresar a casa y
resolver mi historia con Mike de una vez por todas.
Pasado mañana tengo que ir a Nueva York para presentarme a mi
nuevo empleador.
Hace unos meses, Bia vino a verme con una propuesta de contrato
multimillonario; una oferta tan increíble que era imposible rechazar. Firmé
sin pensarlo dos veces, porque los gastos médicos de mamá son
abrumadores. No tenía seguro médico antes de enfermar, y cuando intenté
conseguirle uno, alegaron una enfermedad preexistente—y tenían razón. A
pesar de mis esfuerzos, mi cuenta bancaria siempre está prácticamente
vacía. Lo único que me queda de mis ahorros son unas cuantas acciones en
las que invertí por consejo de Bia y Miguel.
Así que no puedo permitirme decir “no” a una cantidad tan
significativa.
Voy a Nueva York para ultimar los detalles, pero todo ya está
acordado legalmente. Esa es una de las principales razones por las que
quiero solicitar el divorcio hoy. Empezar un nuevo ciclo sin sentirme en
guerra constante dentro de mi propia casa será un alivio. Rara vez paso
mucho tiempo en Boston, pero cuando lo hago, quiero paz, y desde que me
casé, esa palabra ha sido un concepto desconocido para mí.
Estoy muy nerviosa por la reunión con mi nuevo empleador—sí,
empleador, porque han pagado para que mi cara y mi cuerpo aparezcan en
sus campañas durante los próximos cinco años.
Ya no soy tan frágil como antes; se lo debo a la terapia, pero
tampoco he pasado de ser un lobo solitario a convertirme en la persona más
valiente del mundo. Los estrenos y las interacciones con desconocidos me
asustan, y en Nueva York habrá un poco de cada cosa.
Oigo reír a Mike y la irritación crece dentro de mí.
Dios, todo fue un error desde el principio.
La forma en que cedí a lo que ahora veo como un encanto barato y
bien ensayado. Intenté hacer feliz a mi madre, quien adoraba la idea de que
tuviera una relación, pero sobre todo creí que un príncipe podría rescatarme
de la soledad.
Solo logré sumar más decepciones a las que ya había enfrentado en
el pasado.
La única vez que cenamos en casa de mis padres, durante uno de los
buenos días de mi madre, Mike se mostró arrogante y menospreció a mi
familia. Llevábamos un mes casados, pero desde nuestra noche de bodas he
pensado en dejarlo.
Cuando le conté a mi padre mis intenciones, me pidió que esperara
un poco más.
“El matrimonio y la convivencia que conlleva pueden ser muy
difíciles”, me dijo.
¿Cómo de difíciles? Tengo veinte años y me siento más madura que
Mike, que tiene cuarenta y se comporta como si el mundo debiera rendirle
pleitesía, como hacen sus alumnos.
—¿Has leído el libro del que hablamos, Zoe?—pregunta una
morena muy guapa. Sé que es una de las alumnas de mi marido.
Casi nunca estoy en Estados Unidos por mis viajes de negocios,
pero he cenado un par de veces con los amigos de Mike. Todos ellos me
miran como si, por ser modelo, tuviera un guisante en lugar de un cerebro.
Solo un día más, Zoe, me prometo.
He esperado y lo he intentado tal como me pidió mi padre, pero no
soporto ni escuchar la voz de mi marido. Me vuelvo a sentir mal porque me
hace sentir que debo agradecerle de rodillas que se casara conmigo, cuando,
en realidad, es un ser humano tóxico e inmoral.
—¿Zoe?—oigo su voz, pero no me giro para mirarlo; estoy centrada
en la morena.
—No creo que sea la idea de diversión de mi joven esposa leer algo
tan complejo.— dice antes de que pueda abrir la boca. Siento que la cara
me arde mientras todos comienzan a reírse.
Mi psicólogo me dijo el otro día que Mike me desencadena
ansiedad, pero ahora mismo se ha convertido en un desencadenante de odio.
Miro a sus amigos, gente que me desprecia desde la primera vez que
nos conocimos. Profesores con cónyuges de la mitad de su edad, como
Mike y yo, pero con la diferencia de que sus mujeres son respetadas,
mientras que yo siempre soy el blanco de las burlas.
Tras enfrentarme a ellos uno por uno, me vuelvo hacia mi marido,
intentando despojarlo de los colores que pinté en mi mente antes de
casarnos para que encajara en mis sueños.
Esta noche, lo único que veo es a un hombre pequeño y mezquino
que necesita humillar a su mujer para sentirse mejor.
Me levanto de la mesa y agarro mi bolso.
—Tienes razón. Mi atrofiado cerebro de modelo no puede
confraternizar con mentes tan brillantes. Así que te dejaré con tu sueldo de
ciudadano medio mientras me voy a casa a revisar el contrato de siete cifras
que acabo de firmar.
Capítulo Diecinueve
Al salir del restaurante, me tiemblan las piernas. No quiero volver a
nuestro apartamento, pero mis maletas están allí y no veo otra alternativa.
Dios, nunca me he enfrentado abiertamente a una sola persona en
toda mi vida, y hoy lo he hecho con seis a la vez.
No soy maleducada; de hecho, suelo ser bastante paciente. Sin
embargo, mi paciencia se agotó al ver esa sonrisa cínica en su rostro.
¿Quién se cree que es para juzgarme? Leo mucho, pero eso no me
convierte en estúpida. Como dice mi madre, no todos los genios tienen
diplomas.
Pido un taxi al aparcacoches y, justo cuando me subo, veo a Mike
saliendo del restaurante. Me llama, pero lo ignoro; por muy enfadada que
esté, no quiero montar una escena, y sé que alguien podría fotografiarla y
publicarla en los periódicos.
Quiero poner fin a mi matrimonio exactamente como empezó:
discretamente.
No dudo de que me seguirá, porque, aunque nunca hemos llegado
tan lejos como ahora, nuestras vidas han sido un infierno desde nuestra
noche de bodas y las peleas recurrentes.
Era como si, al ponerme un anillo en el dedo, pensara que tenía vía
libre para hacer conmigo lo que quisiera.
Pero ya no es así.
Estoy terminando de hacer la maleta cuando oigo el sonido de la
alarma del apartamento.
—¿Qué demonios te pasa hoy?—me pregunta en cuanto entra en la
habitación.
No me giro para mirarle, y sé que se calla al verme cerrar la maleta.
Acabo de volver de viaje y, en teoría, debería quedarme en Boston
hasta pasado mañana antes de dirigirme a Nueva York para la reunión con
mi nuevo empleador. Pero hoy no saldré de la ciudad, y de ninguna manera
me quedaré con él ni un minuto más.
—Zoe, te he hecho una pregunta.
Me vuelvo hacia él.
—Ya no tiene sentido responderla. No importa, Mike. Sabes
perfectamente lo que hago: marcharme.—digo, manteniendo la voz firme y
agradeciendo en silencio a la terapia, que me ha enseñado a quererme y
respetarme.
Fui rechazada en mis años de orfanato, pero no tengo por qué seguir
permitiendo que la gente me trate así de adulta.
Por la mirada en sus ojos, creo que entiende que no hablo solo del
próximo viaje; me refiero a siempre.
Aun así, finge que estamos teniendo otra de las muchas peleas que
hemos tenido en nuestro corto matrimonio.
—Fuiste muy grosera con mis amigos.
—¿Más de lo que ellos lo fueron conmigo?—empiezo, pero me
arrepiento. No tiene sentido prolongar esta discusión cuando, en mi mente,
la decisión ya está tomada. —Se acabó, Mike. Los dos lo sabemos.
Su rostro se transforma en pura ira. No es la primera vez, pero aún
así me asusta. Todo el barniz de buen hombre, de intelectual, desaparece.
—Porque no hiciste nada por mejorarlo. Nunca hiciste nada por
nuestro matrimonio, Zoe.
—Si por hacer algo por nuestro matrimonio te refieres a sumergirte
en tus perversiones, entonces sí, no hice nada. Pensé que me unía a alguien
normal, no a un hombre que necesita... ni siquiera tengo valor para
expresarlo con palabras... alguien con tus preferencias para excitarse.
Se acerca tan deprisa que apenas veo venir la fuerte bofetada antes
de que me golpee en la cara, haciéndome caer y golpeándome la cabeza
contra la mesilla de noche.
Aún mareada y aterrorizada por esa violenta acción, busco mi
teléfono sobre la cama y corro al baño. Parece una repetición de aquel día
en el barco, pero esta vez voy a llamar al único hombre en quien confío en
el mundo.
—¿Zoe?
—Papá, necesito que vengas a buscarme. Mike acaba de pegarme.
Quiero irme, pero está fuera de la habitación.
—¡Zoe, Dios mío! ¿Quieres que llame a la policía?
—No, por favor. Eso provocaría un escándalo. Cuando esté en tu
casa, pensaré con calma qué hacer, pero por ahora solo quiero salir de aquí.
—Ya voy, cariño.

—Zoe, soy papá. Ya puedes salir.


Me miro en el espejo antes de abrir la puerta. No había tenido valor
para hacerlo hasta ahora. Me duele toda la cara, así que sé que debo de estar
fea. La zona donde me golpeó está adolorida, y temo que al ver la prueba de
su última falta de respeto, la perderé.
Ahora, sin embargo, veo que mi imaginación se ha desviado de la
realidad.
Todo el lado izquierdo está hinchado, y mi ojo, que ya tiene una
inclinación natural, está aún más pequeño.
Dios mío, no hay forma de que salga de aquí sin llamar la atención
sobre mi cara. Lo último que quiero es que el fin de mi matrimonio
aparezca en los titulares de las revistas de famosos.
—¿Zoe?
—Enseguida voy.—desbloqueo la puerta y, en cuanto me mira, su
cara se sonroja como un pimiento rojo.
En lugar de abrazarme, se dirige hacia la habitación, y yo le sigo
porque ya me imagino lo que va a pasar.
Tal como pensaba, mi padre tiene a Mike contra la pared, y su cara
ya se está poniendo un poco morada.
—Papá, no hagas esto; solo quiero salir de aquí.
—No vuelvas a tocar a mi hija, cabrón, o te mato.
Suelta a Mike, abre la puerta del apartamento y espera a que salga,
pero Mike sigue intentando acercarse a mí. Mi padre se interpone.
—Zoe, perdóname. He perdido la cabeza.
Le miro, pensando que debería haberme alejado en nuestra noche de
bodas, cuando esperó a que estuviéramos casados para decirme lo que
quería de mí.
—No. Se acabó. Mis abogados vendrán a verte con los papeles del
divorcio. Lo único que quiero ahora es que me dejes en paz.
Intenta acercarse una vez más, pero mi padre se lo impide.
—No bromeaba, gilipollas. Vuelve a tocar a mi hija y te mato.
Esta vez, papá no espera a que se decida; lo empuja fuera de la
vivienda y cierra la puerta. Luego me abre los brazos.
—Perdóname.— me dice.
—No ha sido culpa tuya.
—Sí que lo fue. Al principio, cuando viniste a decirme que el
matrimonio no iba bien, debería haberte escuchado, pero me quedé atascado
en el hecho de que eras muy joven y quizás no estabas acostumbrada a una
vida compartida. No tenía idea de que fuera un maltratador.
—Fue la primera vez que me agredió físicamente, si te refieres a
eso. Pero hay otras formas de maltrato además del físico. Me secaba, papá,
me chupaba la energía. Nuestro matrimonio fue un error.
—¿Qué quieres decir con eso?
Pienso en lo que pasó en nuestra noche de bodas, cuando por fin se
reveló. No pasé la mañana descansando en los brazos del hombre con el que
esperaba tener una familia, sino llorando sola en la habitación de al lado.
—Nada. Ya no importa—digo, porque no tengo valor para
contárselo a mi padre. Mi terapeuta y Bia son las únicas personas que lo
saben.
—Vale, pero al menos dime qué le ha llevado a agredirte hoy.
—¿Qué lleva a un hombre a agredir a una mujer? ¿Por cobardía,
sabiendo que es alguien con menos fuerza física? ¿Porque la ve como un
objeto que puede tratar a su antojo? Creo que es una combinación de todo
eso, pero sobre todo la falta de respeto, papá. No hemos estado bien desde
el primer día de casados. Jugó a ser un personaje hasta que estuvo seguro de
que nos ateníamos a la ley.
—Y ahora, ¿qué vas a hacer?
—Voy a pedirle a Bia mañana, ni un segundo más tarde, que se
ponga en contacto con un abogado especializado en divorcios.
—También puedes ir a una comisaría. Debería pagar por lo que te
hizo.
—Lo sé, pero no podemos permitirnos que mi nombre aparezca en
los titulares. Con ese contrato del que te hablé, podré pagar íntegramente la
hipoteca de tu casa y también dar más comodidades a mamá. Pero si mi
nombre sale en un escándalo, podrían rescindirlo.
—¿Y también viajarás un poco menos? Parece que siempre vas de
aquí para allá, cariño.
—No lo sé. En este nuevo contrato, tendrán la exclusividad sobre
mí.
—De acuerdo, cariño. Lo último que necesitas hoy es presión. Solo
quiero que sepas que te quiero, Zoe. Los dos te queremos mucho, y traerte a
nuestra familia ha sido lo mejor que hemos hecho.
Él está llorando, y eso hace que por fin me derrumbe.
—Yo también, papá. No se me dan bien las palabras y menos aún
demostrar los sentimientos, pero os quiero mucho.
—Tenemos que ponerte hielo en la cara. ¿Cómo ha tenido valor ese
cabrón?
—Se acabó, papá. Eso es lo que importa. Ya estaba decidida a
acabar con él, e incluso había algunos rumores al respecto en la prensa. Por
eso no quiero ir a la comisaría. Voy a pedirle a Bia que contrate a un
abogado. Cuando se entere de lo que hizo Mike, estoy segura de que podrá
alejarlo de mí.
—Eres muy fuerte, Zoe. Cualquiera que te vea desde fuera como
hermosa y delicada se equivoca. Estás hecha de acero, niña.
—Todavía no, pero estoy aprendiendo.
Capítulo Veinte
Dos días después
—¿De qué demonios estás hablando, Yuri?
—Para serte sincero, no lo he entendido bien, Christos. Solo sé que
su agente, Bia Ramos, pidió que hubiera el menor número posible de
personas en la reunión y que se celebre en un lugar discreto.
—Esa parte ya la he oído; lo que pregunto es “¿por qué?”
—Parece que… eh… Zoe tuvo un accidente.
—¿Qué? ¿Cuándo? Y si fue así, ¿por qué no lo reportado?
—No creo que haya sido ese tipo de accidente, sino más bien uno
doméstico.
—¿Una caída?
—La verdad es que no tengo ni idea. Su agente la protege del
mundo como lo haría una madre, pero pronto lo sabremos. He tomado la
libertad de organizar nuestra reunión en la decimotercera planta, ya que está
vacía. ¿Te parece bien?
—Por supuesto. Solo quiero averiguar qué tipo de accidente ha
tenido. Ten en cuenta que, desde el momento en que Zoe firmó el contrato,
me pertenece; toda su vida. Quiero estar informado de todo, aunque no haya
tenido una buena mañana.
Él me mira con extrañeza, pero me importa un bledo. La maniaca
del control que llevo dentro quiere saber qué está pasando y no parará hasta
averiguarlo.
Imaginé nuestro reencuentro muchas veces en mi cabeza porque
sabía que, tarde o temprano, ocurriría.
Casi dos años sin verla en persona.
Hubo un tiempo en que intenté convencerme de que Zoe Turner no
era tanto como mi memoria me hacía creer. Que su piel no era tan suave o
que sus gemidos y gritos de placer cada vez que la penetraba eran como los
de cualquier otra mujer con la que hubiera estado. Pero ahora, a solo unos
minutos de volver a encontrarnos, apenas puedo contener mi deseo.
¿Conoces el dicho de que hay que tener cuidado con lo que deseas
porque podrías conseguirlo? Eso es muy cierto; solo ahora me doy cuenta
de que relacionarme, aunque sea profesionalmente, con Zoe será…
complicado.
De todos modos, mientras esté casada, está fuera de mis límites.
Casada, repito como advertencia a mi cerebro.
No soy un mentiroso; la deseo, pero nunca jugaría el papel de ser
una tercera rueda en una relación. La traición es una palabra que no existe
en mi vocabulario.
Impermisible. Imperdonable.
No invadas el territorio de otro hombre, ni siquiera de uno tan
patético como Mike Howard.
Hago girar el bolígrafo en mi mano como una especie de ejercicio
para frenarme.
La secretaria que asignamos a esta planta acaba de anunciar que Zoe
y su agente van a subir, e intento convencerme de que lo que hace que mi
sangre bombee con tanta fuerza dentro de mi cuerpo no es la ansiedad por
volver a verla, sino la amargura por la forma en que se marchó. Lo que
vivimos fue la mejor noche de mi vida en lo que a sexo se refiere.
Estoy de pie desde el momento en que llego porque siento tanta
energía dentro de mi cuerpo que podría correr una maratón.
Cuando se abre la puerta y entra una mujer menuda, me tenso de
anticipación.
Y entonces ella aparece. Por fin estamos cara a cara.
Aprecio cada centímetro de ella, comenzando por sus pies, como la
primera vez, pero ahora calzados con zapatos de tacón de lujo, no los
baratos del crucero. Lleva unos vaqueros ajustados a su cuerpo perfecto que
no dejan mucho a la imaginación. Una camisa blanca sin mangas completa
el conjunto: sencillo pero elegante.
Es como conducir por una carretera que llevas mucho tiempo
deseando tomar, pero en mi caso, ya he memorizado cada curva.
Y entonces llego, por fin, a su hermoso rostro.
Un segundo.
Es el tiempo exacto que tardo en darme cuenta de lo que ha pasado.
Estuve en muchas peleas callejeras cuando era niño en Grecia.
Zoe fue agredida. Por eso pidió un lugar discreto.
Ni siquiera pienso. Ninguna de mis neuronas funciona en este
momento. Estoy delante de ella antes de darme cuenta de que mis pies se
mueven.
—¿Quién ha hecho esto?—pregunto, quedándome inmóvil.
Aún no me había mirado, distraída saludando a Yuri, quien formaba
una especie de barrera entre nosotros. Pero ahora su hermoso rostro se alza,
parcialmente protegido por unas enormes gafas de sol. La boca que besé y
le enseñé a tomarme está abierta en una expresión de sorpresa.
—¿Tú?
—Todos ustedes, fuera.—ordeno, porque es con ella con quien
quiero hablar.
En mi visión periférica, veo a alguien que creo que es su agente
protestando. Yuri le dice algo, pero, aun así, le pregunta a Zoe si quiere
estar a solas conmigo.
—No pasa nada, Bia—dice, mirándome fijamente.
Es el primer cambio que noto. Antes habría mirado al suelo,
avergonzada.
No me muevo, ni siquiera cuando oigo el portazo.
—Debo suponer, señor Lykaios, que usted es mi nuevo empleador.
—la voz sigue siendo suave, pero llena de seguridad—Si le preocupa
cuánto dinero va a perder por los daños en mi cara, no se preocupe. He ido
al cirujano y no me he roto nada. Solo mi piel está...
—¿Quién te ha hecho esto, Zoe?—doy un paso adelante, pero antes
de hacer una locura, me meto las manos en los bolsillos. Es una mujer
casada.
¿Qué demonios me está pasando?
—No creo que sea una cláusula contractual divulgar todos los
detalles de mi vida.
Incapaz de controlarme, me acerco hasta el punto en que casi puedo
sentir el calor de su aliento. Pero ahora no es el deseo lo que me domina,
sino la rabia de verla herida.
Enfadado conmigo mismo y con ella porque nada de lo que había
planeado ha salido como esperaba, ataco.
—¿De verdad crees eso? Entonces deberías mirar más de cerca el
contrato porque, durante los próximos cinco años, me perteneces, Zoe
Turner.
Capítulo Veintiuno
Espero estar actuando bien, me digo mientras trato de ocultar el
estremecimiento que recorre mi cuerpo ante su cercanía. Mi corazón late
con tanta fuerza que duele.
No es solo la lista de razones que nos separan, ni siquiera lo que
ocurrió aquella vez cuando me dejó, dejando que una mujer me entregara
un sobre con dinero. Es todo lo que vivimos en nuestra única noche juntos.
Recuerdo sus besos, cómo su cuerpo se movía sobre el mío, sus
muslos gruesos buscando un lugar entre los míos, y la firmeza de sus
músculos contra mi suavidad.
Sus ojos azul oscuro me buscaban en la penumbra de aquella noche
compartida.
—No me vendí a ti cuando firmé el contrato.—me obligo a decir,
notando su concentración en mis labios—Si hubiera sabido que estabas
detrás, no lo habría aceptado.
—Lo dudo. Nadie renunciaría a una suma tan grande sin más.
Maldito sea, sabe que estoy mintiendo. Aunque hubiera conocido su
identidad, no podría haberlo dejado. La casa de mis padres está hipotecada
dos veces, y el dinero que gasto en la habitación del hospital y en las
enfermeras es obsceno.
No me quejo; ningún sacrificio es demasiado grande para ella y para
papá. Pero desde el inicio de esta negociación, he tenido que aceptar casi
todos los trabajos que se me presentaron, viajando sin parar.
Él me mira fijamente, y aunque no me echo atrás, su belleza me
hace consciente de mi propia vulnerabilidad. Como si leyera mis
pensamientos, me pregunta:
—¿Qué te ha pasado en la cara, Zoe?
—Accidente doméstico.—respondo. No pienso contarle que fue
consecuencia de la ruptura de mi matrimonio. Nadie tiene por qué conocer
el nivel de falta de respeto al que llegó mi exmarido.
Ayer vi a un especialista en divorcios. Después de escuchar toda la
historia de mi corta relación, me aconsejó que intentara una solución
amistosa si quería evitar el escándalo, a pesar de lo ocurrido dos días antes.
Esto significa que aún tengo que reunirme con Mike para concretar detalles.
Me quedaré en Boston unos días más, así que con papá y Bia
presentes —además del abogado— espero tener nuestra última
conversación antes de firmar los papeles. Mi abogado, Robin, intentó
concertar una reunión en su despacho, pero Mike alegó que no podía asistir
por motivos laborales.
Mamá también está en casa, recibiendo asistencia domiciliaria por
un mes. Siempre que su salud mejora, el médico le permite irse
temporalmente para que pueda vivir lo más normal posible.
—¿Tu accidente doméstico tiene nombre?—pregunta él, notando
que sus labios se tensan, como si contuviera su ira.
—¿Es mi vida personal de su incumbencia, señor. Lykaios? ¿O
debería llamarte Xander Megalos?—respondo, disfrutando de la sorpresa
que provoca en él.
Parece desconcertado por un momento.
—Son mis segundos nombres.
—Ahora lo sé. Teniendo en cuenta esa rápida despedida al día
siguiente, tiene sentido que no quisieras darme tu nombre completo.
Me arrepiento de inmediato de lo que he dicho. Maldita sea, lo
último que necesito es mostrarme vulnerable ante él. Porque, para ser
sincera, en cuanto supe su verdadera identidad aquel día, me habría
marchado de todos modos.
—No importa; está en el pasado. Creo que deberíamos dejar entrar a
nuestra gente.
—Quítate las gafas, Zoe.
Debería mandarlo al infierno con su sentido de autoridad, pero me
encuentro obedeciendo. Las quito y lo miro a los ojos. Lo que sucedió no
fue culpa mía, y no me avergonzaré de haberme casado con un cobarde
como Mike.
Sé que no me veo tan mal como el primer día, pero el moratón que
me dejó aún muestra sus huellas moradas y amarillas, que ningún
maquillaje puede ocultar. La bofetada fue tan fuerte que el cirujano me dijo
que era un milagro que no me rompiera un hueso.
—¿Te ha hecho esto tu marido?—pregunta, con una expresión que
me hace querer ocultarme.
Podría negarlo, pero estoy cansada de este juego. Solo quiero saber
el resultado de esta reunión para poder volver a Boston.
—Exmarido. He iniciado el proceso de divorcio—no sé por qué le
he dicho eso, ni siquiera lo que está pensando.
Su expresión se vuelve neutra por un momento.
—Respóndeme. ¿Te atacó?
Asiento con la cabeza, pero esta vez no lo miro.
—Pero, como he dicho antes, el cirujano me aseguró...
Se acerca a mí y siento cómo se acelera mi pulso. El aire parece
escasear en mis pulmones.
—¿Libre?—me pregunta.
Tengo la espalda casi pegada a la puerta, y sé que debería detenerlo,
pero no puedo. No quiero hacerlo.
—Sí.
La fuerza y la intensidad de Christos son algo primitivo y crudo, que
satisface todas mis necesidades femeninas.
¿Cómo pude pensar que podría reemplazar a este hombre?
Independientemente de lo que haya hecho y de que nunca podamos estar
juntos, soy suya.
—¿Te consideras libre ahora mismo, Zoe?—su voz suena ronca.
Muevo la cabeza lentamente en afirmación, y mis pensamientos
prohibidos, aquellos que me niego a tener al despertar, se vuelven reales.
Su mano toca mi cintura como si me pusiera a prueba, como si yo
fuera algo precioso. Instintivamente, apoyo la mía en su pecho. Su agarre se
estrecha, y no hay distancia entre nosotros cuando su boca toma la mía sin
previo aviso, al contrario de cómo empezaron sus manos.
Su lengua es exigente y entra en mi boca sin darme la oportunidad
de retroceder. Respondo con la misma necesidad, tomándolo todo de él.
Pierdo la noción del tiempo y del lugar. Solo sé que quiero más.
—¿Por qué te fuiste cuando, con un solo roce, te derrites en mis
brazos, Zoe? ¿Por qué lo hiciste si tu cuerpo sigue reconociéndome y
respondiéndome incluso después de tanto tiempo?
Gimo contra su boca, hambrienta y encantada, apretándome contra
él, pero de repente se aparta, dejándome perdida y vacía. La forma en que
me mira es fría y me devuelve a la realidad.
Dios, ¿qué he hecho? ¿Cómo he podido olvidar quién es él?
—Eso ya no importa. Tuviste una elección en el pasado y tomaste
una decisión. Vayamos al grano. Para eso estás aquí, Zoe.
Capítulo Veintidós
El resto de la reunión me resulta borroso.
No debería ser así, pero estoy concentrada en él todo el tiempo,
hasta el punto de que Bia tiene que llamarme por mi nombre dos o tres
veces para captar mi atención.
El tiempo transcurrido me lleva a imaginar un hombre cruel y sin
escrúpulos que, aun sabiendo que ha destruido la vida de una chica por su
propia negligencia, huye de su deber y se limita a ofrecer una mísera suma
para sanar su conciencia.
Cuando descubrí en Barcelona quién era, no sabía nada de Christos
Lykaios, aparte del loco deseo que despertó en mí. Pero ahora, al intentar
analizarlo desde la distancia, lo que me contó Ernestine, la madre de
Pauline, no tiene sentido.
Por supuesto, la gente cambia. No soy la misma chica ingenua y
temerosa que conoció en el barco, pero no me refiero a eso.
El carácter es algo que no se puede cambiar, y Christos no muestra,
ahora me doy cuenta, nada que se asemeje a alguien que huiría de una
obligación.
Miro su rostro duro, en el que ya crece la sombra de una barba. No
parece darse cuenta de mi presencia. Mientras yo soy incapaz de hacer que
mis neuronas funcionen correctamente, Christos permanece impasible, sin
mirar siquiera en mi dirección.
Oigo la conversación, pero soy totalmente ajena a ella. Sé que se
añaden algunas cláusulas nuevas, y cuando Bia me pregunta si estoy de
acuerdo, asiento con la cabeza. Pero, por lo que sé, podría estar
comerciando con mi riñón en el mercado ilegal. No puedo decir qué
contiene la cláusula, ni siquiera para salvar mi propia vida.
—Así que el primer rodaje será en Grecia, en la isla privada del Sr.
Lykaios.
Espera. ¿Qué?
Miro a Bia, confundida, pero ella parece absolutamente tranquila,
así que decido reprimirme para perder los papeles más tarde.
Eso no puede significar mucho. Siempre hay mucha gente alrededor
para sesiones de fotos o para rodar anuncios. No es que vayamos a estar
solos, ni siquiera significa que él vaya a estar allí.
—Con eso, creo que hemos terminado.—dice el otro hombre, que sé
que se llama Yuri, y solo entonces los ojos del que fue mi primer todo se
vuelven de nuevo hacia mí.
Dura unos segundos.
Pronto se levanta.
—Buenas tardes, señoras. Nuestra reunión ha terminado.—dice. Se
da la vuelta y sale de la habitación, dejándome confundida y perdida.
Parecía enfadado conmigo.
¿Por qué te fuiste cuando, con un solo roce, te derrites en mis
brazos, Zoe? ¿Por qué lo hiciste si tu cuerpo sigue reconociéndome y
respondiéndome incluso después de tanto tiempo?
¿Cómo pudo preguntarme algo así después de tratarme como a un
don nadie? Las piezas no encajan, y no solo para nosotros dos. El honor que
muestra Christos va en contra de todo lo que Ernestine me había contado de
él.
Me froto las sienes, sintiendo que se acerca un dolor de cabeza, pero
decidida a investigar de nuevo esa historia.

Minutos después

—¿Qué ha pasado ahí dentro, Zoe?


—¿Qué quieres decir?
—Podría empezar diciendo que parecías totalmente ajena a la
realidad durante toda la reunión, pero ni siquiera me refiero a eso. Antes de
eso, era evidente para todos que ya os conocíais. La tensión sexual entre
ustedes podría iluminar un país.
Bia es mi mejor amiga y confidente. Lo sabe todo sobre mi boda,
incluso los detalles más sórdidos de la noche de bodas. Odia a Mike con
toda su alma, y fue gracias a sus consejos, mucho más que a la terapia, que
decidí seguir adelante con el divorcio.
Independientemente de lo que pasara después de que aquella morena
del restaurante intentara humillarme y Mike se riera de mí, yo ya tenía la
intención de terminar con él.
Pero lo que dice Bia ahora no tiene nada que ver con mi exmarido.
Nunca le he contado mi historia con Christos; creo que ha llegado el
momento.
—Sí, tenemos una historia. Y creo que necesito que me ayudes a
entenderla.
El asistente de Christos vuelve por el pasillo y dice que el avión
privado del griego nos llevará de vuelta a Boston. Asiento automáticamente,
aún abrumada por nuestro encuentro.
Una hora y media más tarde, dentro del avión, Bia me mira
conmocionada.
—No sé ni por dónde empezar, pero intentaré organizar mis
pensamientos. Lo primero que debo decir es que ahora estoy segura de que
tu contratación no fue un accidente. Sigue queriéndote.
Yo también he llegado a esa conclusión. No es que me desee, porque
a pesar de su deseo, hay mucha rabia contenida, pero mi contratación no fue
obra del destino.
—¿Huiste de él por tu amiga? Mira, lo siento, Zoe, pero Christos
Lykaios es una figura muy conocida no solo en el mundo de la moda, sino
como filántropo multimillonario. Llevo mucho tiempo tratando con gente
rica, y nunca he visto su nombre en medio de rumores de prácticas ilegales.
Me refiero sobre todo a las drogas. Mírale. ¿Te suena a alguien que toma
drogas para evadirse de la realidad, se sube a un coche, provoca un
accidente y elude la responsabilidad?
—No. No lo parece.
—Más bien al contrario, el hombre es un dominante. Parece que
quiere tener el control del mundo en la palma de su mano.
—Lo sé, e incluso cuando era joven investigué para comprobar esa
historia. Pero, como dijo Ernestine, el trato que hicieron fue a puerta
cerrada. Estoy muy confundida.
—Eras demasiado joven. Lo que viviste fue surrealista, pero te
prometo que investigaré más a fondo. ¿Dónde dijiste que ocurrió el
accidente?
—En Boston. Según Ernestine, era un estudiante universitario y
Pauline era muy joven.
—Tengo un exnovio que es detective de la policía y tiene contactos
en la fiscalía. Te prometo que averiguaré la verdad. Ahora, vayamos al
dinero del sobre. Vale, no fue agradable que te despertaras y él no estuviera
allí, pero vuelvo a culpar a tu juventud de gran parte de lo que sentiste.
Sinceramente, voy a hacer de abogado del diablo, pero Lykaios no tiene que
ofender a una mujer para deshacerse de ella.
—¿Ni siquiera pagarle?
—¿Con esas pintas? Cariño, apuesto a que aunque fuera un
mendigo, tendría admiradoras tras él. Con todos mis respetos, la belleza de
ese hombre podría dar la vuelta al mundo.
—No tienes que disculparte conmigo; él no es mío.
—Si tú lo dices... El hecho es que tengo mucha más experiencia que
tú, Zoe, y puedo decir, sin miedo, que ese hombre te desea. Y a juzgar por el
estado en que te encontrabas, es recíproco.
—Aún queda el asunto de Pauline.
—Sí, lo sé, y prometí que lo investigaría. Pero, ¿y si todo fuera una
mentira de esa mujer? Por el amor de Dios, ella te devolvió al orfanato
cuando eras pequeña.
—Ella y varias familias más. Es más habitual de lo que crees, Bia. Y
te juro que no intento defenderla; lo digo porque es un hecho. En su caso,
nunca hubo intención de adoptarme; simplemente, no esperaba que me
devolvieran tan pronto porque quería a Pauline. Todavía la quiero.
—La amistad más pura del mundo: entre dos niños. Corazones
inocentes.
—Era preciosa y tan feliz. Pauline es mi mejor recuerdo de la
infancia. Incluso después de que se fuera, seguía hablando con ella en mis
pensamientos, celebrando cada logro con ella. Por eso me horroricé tanto
cuando descubrí quién era Christos.
—Lo investigaré, Zoe, pero, aunque no disponga de información
sólida, puedo asegurarte que lo que ocurrió no fue lo que te contó esa mujer,
Ernestine.
Capítulo Veintitrés
Una hora después
Lo planifico todo.
A excepción de Zoe, la forma en que nos conocimos y mi
espontánea invitación para que pasara el verano conmigo, no soy un
hombre impulsivo. Mi vida es como un archivo, con cada carpeta etiquetada
y en su lugar correspondiente.
Ataca al enemigo en su punto débil. No dejo que nadie esté
preparado ni que anticipe mis movimientos, para que el castigo sea lo más
doloroso posible: así soy yo. Sin embargo, ahora mismo quiero ir tras Mike
Howard y retorcerle el cuello por haberla golpeado. Deseo sentir el placer
de oírle crujir entre mis manos.
Cojo el teléfono y llamo a la única persona que no me juzgará.
—¿Qué pasa, amigo?—contesta—Sé que cuando me buscas es
porque no ves otra salida. Tú eres el héroe; yo, el villano.
—No hay nada heroico en mí, y ambos lo sabemos.
—Pero tampoco eres la manzana podrida, como yo.
—Necesito que averigües todo lo que puedas sobre Mike Howard.
Es profesor en la Universidad de Massachusetts.
—Su marido.—dice, porque él parece saberlo todo.
Nunca he hablado de Zoe con él, pero no dudo de que conoce todos
los detalles de nuestra historia e incluso de mi obsesión por ella.
Sí, porque ¿de qué otra forma puedo llamar a mis sentimientos hacia
Zoe? Incluso después de que me dejara una nota, calificando de error lo que
ocurrió entre nosotros hace dos años, hoy ha sido la prueba de que nada ha
cambiado. Sigo deseándola con cada fibra de mi ser.
—Exmarido. La agredió.—digo.
—¿Qué ha pasado?—su tono relajado cambia a uno más tenso, y sé
por qué. Las mujeres maltratadas son su talón de Aquiles. Habiendo
presenciado cómo su padre adoptivo hacía lo mismo con su madre en su
infancia, Beau no tolera este tipo de cobardía.
—No me ha contado los detalles, pero tiene la cara amoratada.
—Hijo de puta. ¿Qué necesitas?
—Lo que puedas averiguar. Ya he investigado un poco por métodos
normales, pero quiero profundizar más.
—Dame dos horas y hasta te diré cuándo se le cayó el primer diente
de leche.

Miro el informe que tengo delante. No sé cómo se las arregló, pero


poco más de dos horas después de llamarle, llegó mi secretaria diciendo que
había un transportista con una carpeta que solo podía entregarme a mí. No
tenía dudas de que procedía de Beau.
Sin embargo, antes de que pudiera abrirla, mi teléfono se iluminó
con un mensaje.
Zoe.
Sí, su número sigue entre mis contactos. Al parecer, también
conservó el mío, considerando que ninguna de las cláusulas de nuestro
contrato menciona el contacto personal.
Zoe: Me gustaría hacerte una pregunta.
¿Qué poder tiene esta mujer sobre mí para que la lectura de un
simple mensaje bastase para hacerme hervir la sangre?
Pulso el botón de llamada.
—¿Y por qué debería contestar?
—Olvídalo, Christos.
¡Mierda! Esa sería mi señal para terminar la llamada y mantener
todo entre nosotros en un plano profesional, pero ¿cómo voy a hacerlo
cuando aún puedo saborear su lengua en mi boca?
—¿Qué quieres saber?
—¿El dinero que me dejaste en el sobre en Barcelona era un
despido? ¿Un mensaje codificado para que abandonara tu apartamento?
—¿De qué demonios estás hablando?
—Pensé que podría ser algún tipo de pago por…
—No termines esa frase, Zoe. No nos ofendas así a los dos.
—De acuerdo. Solo era eso. Gracias.
—De ninguna manera vas a colgar así. Aún no hemos terminado.
—¿Qué quieres?
A ti, desnuda, debajo de mí. Tus muslos sedosos sobre mis hombros
mientras te como. Oírte gritar, pidiéndome que profundice más en tu
apretado cuerpo.
—Cena conmigo.
—¿El contrato no prohíbe eso?
—A la mierda el contrato, Zoe. Fuiste tú quien vino a mí, y ahora no
voy a parar. Voy a ir a Boston.
—Pero yo… nosotros… hoy es imposible. Además, no es buena idea
que nos vean juntos.
—Me dijiste que ya estabas tramitando el divorcio.
—Sí, lo estoy, pero aún no he dicho nada a la prensa. Sería una
locura encontrarnos. Los dos somos muy conocidos.
—Entonces haré que alguien te recoja mañana para comer.
—No te he mandado un mensaje por eso. No planeaba una cita.
—Me conociste hace dos años, Zoe Turner, y sabes perfectamente
que ser sutil no es mi fuerte. Si vamos a aclarar las cosas del pasado, no
será mediante mensajes de texto ni siquiera en una puta llamada telefónica.
Prepárate para el mediodía.
—¿Tienes intención de venir a Boston hoy?
—Ahora mismo, me dirijo al ascensor. Nos vemos al mediodía. No
llegues tarde.
Tras colgar, envío un mensaje a Yuri para verificar si mi avión está
listo para llevarme a Boston. Debe haber regresado de allí hace apenas unas
horas.
También traigo la carpeta que me envió Beau y pienso leer el
informe sobre Mike Howard durante el vuelo.

Beau tiene contactos capaces de descubrir hasta los secretos mejor


guardados, pero, aunque mi opinión sobre su exmarido es de lo peor, esto
me sorprende.
No se trata solo de las traiciones, sino de las orgías con estudiantes,
sin importar su sexo. Parece que él y un grupo de profesores participaban en
estas fiestas en las que las parejas se intercambiaban o todos lo hacían al
mismo tiempo.
No puedo creer que se haya involucrado en algo así. La única
conclusión que saco es que la engañó descaradamente, poniendo en peligro
su salud.
¡Hijo de puta!
He hecho locuras en cuanto a satisfacción sexual, pero siempre con
una pareja a la vez. Y si hay algo por lo que apostaría mi fortuna es que Zoe
no encajaba en su estilo de vida.
Aparto esos pensamientos, porque solo pensar en otro hombre
tocándola me produce sentimientos homicidas, sin mencionar la idea de
imaginarla pasando de uno a otro.
Paso la página a un párrafo sobre agresiones recurrentes a exnovias.
¿Cómo es posible que se haya librado de semejantes acusaciones?
Al menos media docena de mujeres afirman haber sido golpeadas por ese
bastardo.
A medida que sigo leyendo, mi odio crece. Por si no fuera suficiente
con hacerle daño, también la ha robado.
Zoe aún no lo sabe, pero todas sus inversiones han desaparecido.
Al parecer, él lleva meses robándole, pero ayer en particular se
produjo una gran transferencia de lo que le quedaba, además de la venta de
sus acciones.
Ahora mismo, su cuenta corriente es insuficiente incluso para pagar
las medicinas de su madre. Ahora más que nunca, necesitará que nuestro
contrato funcione.
Tomo el teléfono para resolver la primera cuestión: destruir el
mundo tal y como Mike Howard lo conoce. Pero eso no es ni de lejos lo que
tengo planeado para él. Su vida será agonizante hasta que yo acabe con su
existencia.
Diez minutos y una llamada telefónica. Eso es todo lo que necesito
para que su universo se desmorone. Mañana será despedido de su puesto de
profesor adjunto porque yo lo he exigido.
Como antiguo alumno y uno de los mecenas más generosos de la
universidad, solo tuve que jugar la carta de que mi contribución podría
suspenderse si no se accedía a mi petición, y el muy cabrón quedó fuera.
Bienvenido al primer día de tus últimos días en este puto planeta,
Mike.
Estoy deseando conocerte en persona.
—Dos llamadas en el mismo día. Eso significa que tú has leído el
informe.
—Sí, y quiero que designes a alguien para que la cuide. Vigílala
desde lejos por si él intenta acercarse. Quiero hombres que aseguren la casa
de sus padres mientras Zoe esté en la ciudad.
—Está bien. Puedo organizarlo para mañana por la mañana. Pero,
¿y él? ¿Pondrás fin al asunto?
—Ya me conoces. ¿Qué te parece?
—¿Algo discreto?
Sé que él se refiere a la muerte del capitán Bentley Williams, que
muchos creen que fue un suicidio, pero ambos sabemos que no fue así.
—Sí.—respondo, sin dar más detalles.
—¿Te has decidido, entonces? ¿Es tuya a partir de ahora?
Siempre fue mía.
—No se ha establecido nada.
—Pero de todas formas quieres protegerla.—dice.
—Zoe acaba de firmar un contrato conmigo. Me interesa velar por
su seguridad.
No dice nada, y lo comprendo porque, incluso a mis oídos, eso
suena a una excusa de mierda.
—Sabes cómo actúan mis hombres en caso de peligro, Christos.
—Lo sé, y por eso te lo pregunto. A la menor señal de riesgo, no se
puede dudar.
—No te preocupes, se hará. A partir de mañana, Zoe tendrá a
alguien vigilándola las veinticuatro horas del día. ¿Tu... empleada?
¿Prefieres ese término? Estará protegida.
Capítulo Veinticuatro
Boston

Esa noche
—¿Cómo te encuentras, mamá?
Hoy parece animada, y mi corazón se ilumina cada vez que la veo
sonreír. No hay nada bonito en ver a un ser querido perder lentamente sus
fuerzas; el cáncer es la peor enfermedad que existe.
Hay momentos de esperanza para los tres, pero también esos días
que rozan la desesperación.
He rezado mucho para que mejore, pero, sobre todo, para que no
sufra. Si no es así, prefiero que se cumpla la voluntad de Dios. Es como una
gota de esperanza en un océano de certezas.
Los médicos no tienen las respuestas que necesito. Ella mejora y
empeora, y por eso, cada vez más a menudo, la permiten volver a casa.
Gracias a Dios, puedo pagar para que tenga una habitación preparada como
en un hospital, con una enfermera a su lado. No me importa cuánto tiempo
le quede; quiero que disfrute de todas las comodidades que pueda darle.
—Estoy bien, cariño, pero también muy triste.
Me miro las manos. No necesito preguntar por qué. Sé que es por
los abusos de Mike.
—No pienses en eso, mamá. Esta semana se arreglará todo.
—Tu padre me dijo que le pediste ayuda días después de la boda.
Me da mucha vergüenza que te dijera que aguantaras un poco más.
—Y me arrepiento de haberle hecho caso. Pensé que era yo la que
tenía un problema, mamá. Siempre pienso que algo me pasa porque no
tengo mucha gente que me quiera.
—Ellos se lo pierden. No te pasa nada. Eres una chica preciosa, por
dentro y por fuera.
—¿Cuándo sabemos que queremos a alguien, mamá?
—¿Estás hablando de Mike?
—No. Ni siquiera antes de lo que hizo, podría haberle amado. Si te
soy sincera, ni siquiera me gustaba. Creo que lo que ocurrió fue que tenía
demasiado miedo de perderte. Tú y mi padre sois lo único estable en mi
vida. Apareció y parecía un hombro en el que podía llorar: mayor, cariñoso
y comprensivo. Me mezclé en todo eso. No digo que le diera la razón ni que
me disculpara por su comportamiento, porque hay mucho más que no estoy
dispuesta a compartir en este momento. Solo digo que yo también me
equivoqué al casarme con alguien a quien solo conocía desde hacía un mes.
—Si no era Mike a quien te referías cuando me preguntaste por el
amor, ¿entonces quién es?
—Alguien del pasado.
—¿El hombre de Barcelona?
—¿Por qué me preguntas eso?
—Zoe, volviste de allí medio muerta. No quería entrometerme, y tú
no parecías dispuesta a hablar, pero sabía que había ocurrido algo grave.
Luego vino la depresión, y me centré en que te mejoraras. Nada más
importaba.
—Es ese hombre, sí. Le he vuelto a encontrar. Y creo que le quiero.
Que siempre le he querido, pero...
—¿Pero qué?
—Puede que haya hecho algo muy malo en el pasado.
—¿Hablaste con él de ello?
—No. Solo he vuelto a verle hoy, por primera vez desde Barcelona.
Mañana comeremos juntos.
—¿No te estás dando prisa? Apenas has salido de tu última relación.
—¿Y si pierdo esta oportunidad? ¿Y si lo pierdo para siempre?
—Pero, ¿y lo que dijiste de que había hecho algo malo?
—No estoy segura, mamá. En mi inmadurez, le juzgué y le condené
sin darle siquiera la oportunidad de defenderse.
—Sigue tu intuición. Eres una chica sensata y nunca me has dado
problemas. En cuanto a esta comida de negocios, preferiría que no fueras a
un restaurante. Los médicos hablan en la tele del aumento de casos de esta
nueva gripe. Prevén algo mundial. Tu padre incluso compró mascarillas
hace unas dos semanas. Parece que en las tiendas también se ha agotado el
desinfectante de manos.
Permanezco en silencio, mirándola con tristeza.
—¿Qué pasa, cariño?
—No puedo dejar de trabajar. Si esto de la nueva gripe es grave, voy
a tener que hablar contigo solo por videollamada. El riesgo de contagiarme
en algún aeropuerto es enorme, y no me perdonaría si te hiciera algún daño.
Me coge la mano, y mi corazón se hunde al darme cuenta de lo
delgada que está. Llevo sus dedos a mis labios y los beso.
—No suframos por adelantado. De momento, cuídate. Me gustaría
que te pusieras una mascarilla si tienes que salir.
—Sería estupendo. Sobre todo con este aspecto.
—¿Cómo puedes bromear con algo así?
—No puedo, mamá, pero veo que te culpas por lo que hizo Mike, y
eso no es justo. Nadie puede ser considerado responsable de esa cobardía
salvo él mismo.
—Ni tu padre ni yo teníamos ni idea de que era así, o nunca
habríamos permitido que se acercara a ti. Mike era un buen tipo cuando era
más joven; no sé qué pasó.
Poco después, empieza a dormitar.
Me acerco a la ventana, pero no presto atención a la noche; estoy
atrapada en los recuerdos de mi boda.
Un sueño que se convirtió en pesadilla.
Siendo la niña tonta que soñaba con un amor para toda la vida, me
uní a un hombre depravado que supo ocultar su verdadera cara hasta que
fue demasiado tarde.
Pienso en lo que dijo mi madre sobre que Mike era un buen tipo. Lo
dudo. Probablemente ocultaba su verdadero yo a todo el mundo, como hizo
conmigo. Nadie se va a la cama siendo un buen tipo y se despierta siendo
un mentiroso pervertido. Creo que hacen falta años de práctica para
aprender a fingir tan bien.
Dios, si ella supiera por lo que he pasado. Lo único que me hizo
seguir adelante durante tanto tiempo fue que apenas nos veíamos. Con mis
viajes por todo el mundo, apenas hemos vivido juntos treinta días en total
en seis meses, probablemente menos. Y cuando estábamos juntos,
normalmente todo acababa en pelea, como la noche en que me agredió.
¿Qué dirían mis padres y amigos si les contara que aquel hombre de
oro, profesor adjunto de una de las universidades más importantes del país,
me dijo a bocajarro la noche de mi boda que solo se sentía satisfecho con el
sexo en grupo? ¿Que nunca podría estar excitado en una relación normal?
¿Que esperaba que me acostara con sus amigos para poder mirar porque no
podía excitarse de ninguna otra forma con una mujer?
Las chicas suelen hablar de sus noches de bodas con asombro. En la
mía, no hubo sexo, ni afecto, ni nada. Me quedé encerrada en la suite
contigua a la suya, vomitando nerviosamente y llorando.
De todas formas, no nos íbamos de luna de miel porque yo tenía
compromisos laborales, así que a la mañana siguiente corrí a pedirle ayuda
a mi padre. Fue entonces cuando me dijo que la convivencia en el
matrimonio era difícil.
Aunque no tenía experiencia, sabía que no tenía nada que ver con la
convivencia; era un defecto interno de Mike que no se podía corregir.
Pasé el primer mes fuera, y cuando volví, era de nuevo el hombre
amable que conocía, pero nunca intentó tocarme. Creo que creía que
sentiría curiosidad por el sexo y que acabaría cediendo, lo que demuestra
que no sabía nada de mí. Empecé a sentir asco.
Nuestra relación nunca se basó en la atracción física por mi parte,
sino en la amistad. Así que el hecho de que no diera ninguna indicación de
que quería acostarse conmigo, no me avergüenza admitirlo, fue un alivio.
Los tres días que estuve en Boston, hablamos como solíamos
hacerlo, aunque él durmiera en la habitación de al lado. Para ser sincera, me
acostumbré a la dinámica, porque hasta después de casarnos no me di
cuenta de que yo no quería que otro hombre me tocara.
La calma duró hasta que volví a casa un mes y medio después.
De nuevo, tras una desastrosa cena con sus amigos, me culpó de que
nuestro matrimonio no funcionara y volvió a sacar el tema del sexo en
grupo.
Decidí irme de casa y quedarme con mis padres, decidida a
contárselo todo a Bia al día siguiente y pedirle que me ayudara con el
proceso de divorcio.
Esa misma noche, mamá empeoró y pensamos que íbamos a
perderla. El médico sugirió una quimioterapia alternativa y muy cara, un
método nuevo. Tuve que centrarme en conseguir el dinero para pagar las
facturas del hospital, porque nunca me perdonaría que muriera por no poder
costear los gastos de su tratamiento.
La vida se convirtió en un carrusel de emociones negativas durante
ese tiempo. Viajaba con el temor constante de recibir una llamada de mi
padre informándome que ella se había muerto. Yo siempre estaba tensa,
dormía muy poco y mi alimentación era un desastre.
Asfixiada por la situación, decidí contarle todo a Bia. Ella me
prometió que me apoyaría al cien por cien para intentar conseguir el
divorcio de manera discreta. Con esa idea en mente, regresé a casa aquella
semana. Independientemente de lo que hubiera ocurrido, estaba decidida a
poner fin a nuestra unión. Que me pegara era la última piedra que faltaba en
la tumba de nuestra relación.
¿Qué relación, Señor? No hubo tal cosa, solo un error. Ni siquiera
éramos amigos. Ahora lo veo con claridad.
Recuerdo la llamada de Christos.
¿Me equivoqué al enviar aquel mensaje? ¿Debí haber esperado a
que Bia aclarara todo con su exnovio antes de hablar con él?
No me arrepiento de haber tomado la iniciativa por primera vez,
aceptando que todo podría haber sido un terrible malentendido.
Dios, ¡incluso hoy él quería verme! Debe significar algo que
estuviera dispuesto a dejarlo todo para venir a buscarme, especialmente
después de cómo terminaron las cosas entre nosotros.
Yo sabía que no lo había olvidado y que nunca lo haría, pero no
esperaba sentirlo con tanta intensidad en mi corazón después de tanto
tiempo.
Era como si me hubiera tocado ayer mismo, como si aún fuera
aquella chica insegura que se entregó a su oscuro héroe aquella noche en
Barcelona.
Necesito escuchar su versión de la historia, aunque solo sea para
poder seguir adelante.
Sin embargo, en este momento, sin saber nada del accidente de
Pauline, sé que, sea cual sea el resultado, nunca habrá otro hombre para mí.
Capitulo Veinticinco
Una hora después
—¿Adónde vas?—pregunta Bia, casi dándome un susto de muerte
mientras camino por el pasillo.
—Iba a pedirte prestado el coche. El mío se ha quedado sin gasolina
y quiero comprar helado.
—¿Estás muy ansiosa?
Asiento con la cabeza.
—Puedes llevártelo, pero primero escucha lo que tengo que decirte.
Acabo de hablar con mi amigo detective y…
—Creía que habías dicho que era un exnovio.
—Si te cuento cómo le llamo realmente, no te va a gustar. Temo que
te desmayes.
A pesar de toda la locura de estos últimos días, empiezo a reírme,
porque Bia tiene la boca tan sucia como un marinero, aunque parezca una
dama de la época victoriana.
—Habla. Creo que ya he demostrado que soy una chica mayor.
Puedo aguantar un insulto o dos.
—Follamigo.
—¡Oh, Jesús!
—Te lo advertí.
—¿Y eso cómo sería?
—La relación es lo suficientemente fuerte como para considerarlo
un amigo, pero no tanto como para quererlo como novio. Es un buen tipo.
Me gustan los hombres que rompen las reglas.
—¡Muy peligrosa!—bromeo—¿Sueñas con un forajido?
—¿Quién sabe? Nunca he probado uno. Pero no voy a mentir y
fingir que no me excita tener sexo más salvaje.
—Demasiada información, señorita.—digo tapándome los oídos—
Ahora cuéntame lo que te ha dicho tu amigo.
Aún no le he contado nada sobre mi encuentro de mañana con
Christos. Voy a necesitar un poco de valor antes de hacer cualquier
confesión.
—Me ha dicho que mañana podrá acceder a lo que necesitamos, y
que es habitual que las personas muy adineradas lleguen a un acuerdo
confidencial sobre el importe de la indemnización cuando se ven envueltas
en pleitos civiles. Pero no tiene mucho sentido exigir esa cláusula si el
importe es insignificante, como te ha dicho Ernestine. Además, hizo una
búsqueda superficial y no encontró cargos penales contra Lykaios.
Normalmente, en estos casos, ambas cosas van juntas.
—No sé si lo entiendo.
—¿Qué parte?
—La relativa a la cantidad que pagó.
—Me explicó que, normalmente, cuando se exige confidencialidad
en un acuerdo legal, la cantidad es astronómica.
—No es posible, Bia. Yo era una niña, pero era muy consciente de
que en aquella casa faltaban cosas esenciales. Cuando mi madre biológica
aún vivía, ni siquiera éramos ricos, pero había fruta y galletas para mí. En
casa de Ernestine, rozábamos la pobreza. Ella controlaba cada cucharada de
arroz que comíamos.
—¿Y si se hubiera gastado el dinero?
—Pero dijiste que habría sido una cantidad astronómica.
—Sí, pero incluso las cantidades elevadas, si se administran mal,
pueden desaparecer. Hay muchos casos de gente que gana la lotería y luego
acaba en la pobreza.
—Eso es cierto. Una vez vi un documental sobre los ex ricos.
—Bueno, por ahora todo son especulaciones, pero lo averiguaremos,
Zoe. Te lo prometo.
Me acerco y la abrazo.
—Eres la mejor amiga que podría desear.
—Soy más como una madre, ¿no? Por mi edad.
—Bueno, voy a rezar para estar tan guapa como tú a los cuarenta y
cinco.
Ella sonríe torpemente. Al igual que yo, no sabe manejar muy bien
los cumplidos.
—¿Has hablado de ir a tomar un helado?—ella cambia de tema de
repente.
—Sí, me permitiré ese lujo. Después de todo lo que ha pasado hoy,
puedo dejar la dieta.
Me mato de hambre, literalmente, para mantenerme dentro de las
medidas de los contratos que firmo, pero de vez en cuando me permito
hacer trampas, aunque sé que mañana probablemente tendré que correr diez
kilómetros para compensarlo.
—¿Crees que podrás seguir en esta vida durante mucho tiempo?
Quiero decir que, actualmente, tu carrera de modelo es muy prometedora, y
puedes modelar y fotografiar hasta que tengas casi mi edad. La industria de
la moda ha comprendido por fin que la mujer moderna tiene dinero para
pagarse sus propias facturas a los treinta años, no a los doce.
—No creo que pueda. Nunca fue lo que quería para mí. Mi
intención era quedarme un par de años, solo para cumplir la promesa que le
hice a Pauline.
—Y lo hiciste bien porque, con el contrato que acabas de firmar con
Lykaios, acabas de convertirte en la quinta top model mejor pagada. No es
por menospreciarte, pero no tenía por qué ofrecerte tanto. Deberías tardar al
menos otros tres años en alcanzar ese estatus. Este hombre siente algo por
ti, Zoe.
—Tengo tantas ganas de equivocarme con Pauline, Bia. Cuando la
vi hoy, fue como si nunca nos hubiéramos separado.
—Yo también quiero que lo estés, pero, por favor, tómatelo con
calma. Siempre estaré alentando tu felicidad, pero esta vez podrías ir un
poco más despacio. Tu encuentro en el pasado, por lo que me contaste, fue
explosivo.
La miro, sin saber qué responder. Por supuesto, creo que tiene razón,
pero ir más despacio es un sueño de tontos si tenemos en cuenta lo que
ocurre cuando Christos y yo estamos cerca.
—Aclararemos la historia del accidente de tu amigo. Tengo fe en
Dios, pero ahora dime, ¿qué sabor de helado vas a comprar?
—¿No quieres venir conmigo?
—Perdóname, pero no. Estoy cansada, pero me apetece un helado.
—dice ella, guiñando un ojo.
—Qué pereza. Por suerte para ti, me gustas lo suficiente como para
compartir mis golosinas.

Tardo más de lo previsto en el supermercado, porque, al parecer,


todo el mundo ha decidido ir a comprar a las once de la noche.
Si fuera en otro barrio, no saldría sola de casa a estas horas, pero
aquí es bastante tranquilo. Además, vestida de chico, como llama Bia a mis
pantalones de chándal tres tallas más grandes, el abrigo holgado y el pelo
oculto por la capucha y las zapatillas, nadie creería que soy yo.
Ah, y siguiendo la recomendación de mi madre, decidí venir con
una máscara. Me sentí ridícula cuando salí de casa. Pero, para mi sorpresa,
cuando llegué al supermercado, el dependiente no solo llevaba una, sino
que me explicó que el gobernador la haría obligatoria a partir del próximo
sábado. Luego, al recorrer los pasillos, vi que varias personas también iban
enmascaradas.
¡Qué locura! Tengo que leer más detenidamente sobre este virus. Mi
vida es tan ajetreada que suelo estar agotada cuando tengo tiempo libre. La
gente cree que ser modelo es superfácil, pero nadie tiene ni idea de lo que
es estar diez o doce horas de pie para rodar un anuncio en pleno frío
llevando un bikini diminuto.
Paso por delante de una nevera y sonrío al ver mi reflejo en ella.
En mi profesión, nunca puedo descuidar mi aspecto porque los
paparazzi pueden aparecer en cualquier momento. Pero Bia me dijo que
hacía bien en ir de incógnito porque me ayudaría a ocultar mi rostro
magullado.
Así que, mientras rebusco en los frigoríficos el sabor que quiero -
fresa con pepitas de chocolate-, me siento como una agente secreta.
Por supuesto, solo hay un envase de mi sabor favorito, y la tapa está
medio abierta.
Qué asco.
Maldita sea, tendré que elegir otro. Dios sabe si algún loco le hizo
algo al helado y lo dejó asqueroso. De ninguna manera tengo las agallas de
comer algo sin que esté precintado.
—¿Puedo ayudarle? —pregunta un empleado.
No lo miro, por miedo a que me reconozca, pero entonces empiezo a
reír detrás de la máscara. ¿Cómo podría él?
—Quería el de fresa con pepitas de chocolate, pero la única tarrina
que hay aquí está abierta.
—¡Oh, los niños de por aquí! Últimamente vienen aquí a hacer eso.
Pero si no tienes prisa, puedo entrar y comprobar si encuentro más.
—¿Harías eso por mí?
—Por supuesto. Fresa con trocitos de chocolate es el mejor sabor.
—¿A que sí? Y hace más de un mes que quiero comerlo.
—Espera un momento, encanto; voy a ver si encuentro.
Capítulo Veintiséis
Minutos después
Por fin se ha ido esa entrometida de Bia Ramos. Ya estaba perdiendo
la esperanza, pensando que ella iba a pasar la noche en casa del viejo
cabrón. Pero ahora que su coche se ha marchado, puedo poner en marcha
mi plan.
Antes de salir de la furgoneta, miro a un lado y a otro para
asegurarme de que no hay nadie. Cuando confirmo que las calles están
vacías, recojo mi equipo. Según lo que he investigado en Internet, solo
necesito diez minutos antes de que todo acabe.
Y acabado es una buena palabra, porque, cuando termine, no
quedará nada en pie.
De todos modos, no tenía intención de volver con ella. Después de
siete meses juntos, seis de los cuales pasamos casados, fui paciente y
cariñoso, pero me di cuenta de que la princesa de hielo nunca cedería y se
adaptaría a mi estilo de vida.
Convertir a Zoe en mi esposa no fue un accidente.
Una mañana, mi madre me mostró en los periódicos una foto de la
hija adoptiva de un amigo, y tuve que admitir que era preciosa. Sin
embargo, lo que realmente me llamó la atención fue lo que me contó sobre
la chica.
Era una modelo veinteañera en ascenso, con los bolsillos llenos de
dinero que, por desgracia, se malgastaba en la vieja Macy, que no tenía la
amabilidad de morirse de una vez y dejar de molestar a su hija.
Durante mucho tiempo, busqué una pareja estable que coincidiera
con mis preferencias sexuales. ¿Y qué mejor persona para prepararla que
una huérfana que en su día fue una niña necesitada, rechazada por varias
familias?
Sí, logré que mi madre me hablara de ella. Ser adoptada por Macy y
su marido era más o menos la última opción de Zoe. Ya era demasiado
mayor para que otras familias la quisieran, así que tuvo mucha suerte de
que la eligieran ellos. Quizá por eso está tan agradecida y sigue gastando
dinero en sus dos inútiles padres.
Era un objetivo tan fácil que no tuve que esforzarme mucho. Un
hombro amigo para una mujer necesitada es irresistible.
No me preocupé demasiado cuando ella no mostró ganas de sexo,
porque acostarme con una sola mujer no me excita. Incluso he probado las
famosas pastillitas azules, pero con ellas, me siento como si hubiera comido
un plato insípido. Por eso, mi relación secreta con una chica mexicana no
funcionó. Hace unos años, me fui de vacaciones a México y tomé la
estúpida decisión de comprometerme con ella ante un juez. Duró un mes.
La abandoné sin avisar, volví a Estados Unidos y nunca volví a pensar en
ello. Como el matrimonio nunca se registró aquí, nadie tiene idea del error
que cometí.
Pienso en mi actual esposa, la rubia gélida —¿o sería más preciso
decir mi «segunda esposa»?
La idea de estar casado con dos mujeres, una sin saber de la otra, me
excita demasiado. Me siento como un sultán.
Utilicé todo mi encanto para que, tras nuestra boda, ella entendiera
cómo funcionaban las cosas. Pero fue entonces cuando la estirada santita
me sorprendió con una mirada horrorizada.
Por el amor de Dios, ¿en qué siglo vive? ¿No comprende la suerte
que tuvo de que la eligiera? ¿Acaso un aclamado profesor que podía
follarse a cualquier alumna con un chasquido de dedos se rebajaría a su
nivel, el de una marginada?
Lloró y se encerró en su habitación la noche de nuestra boda. Luego
se fue a casa de sus padres, y solo entonces me di cuenta de que me había
precipitado. Sí, soñaba con Zoe desnuda, pasando de mí a mis otros
compañeros sexuales, pero también quería los miles de dólares de su cuenta
bancaria. Tarde o temprano, la vieja moriría para que yo pudiera disfrutar de
lo que era mío por derecho.
Admito que sus frivolidades ya me ponían de los nervios, así que,
como castigo por no ceder, empecé a jugar con mis amigos cuando salíamos
a cenar, normalmente inventando temas que ella desconocía, para
demostrarle lo estúpida e inferior que era y que debería sentirse feliz y
honrada de que la vieran conmigo en público.
Nunca dijo nada hasta aquel último día en el restaurante, cuando
parecía poseída y fue grosera con mis amigos al humillarme delante de
todos.
Por supuesto, sabía que acababa de cerrar un trato millonario y no
podía dejarla marchar. Fui a buscarla a casa, pero no soy muy bueno
haciendo las paces. Acabe golpeando a esa zorra con fuerza, todo por su
culpa.
Eso fue todo. Eso fue todo lo que necesitó la princesa para llamar a
papá y desatar una guerra.
Esta semana debíamos reunirnos para discutir el acuerdo de nuestro
divorcio, pero, lamentablemente para ella y afortunadamente para mí,
probablemente asistiré al funeral de mi encantadora esposa.
He contratado un seguro de vida por tres millones de dólares para
ella. Con esa suma, tendré tranquilidad para siempre y podré trabajar solo
por diversión. El dinero de las acciones que vendí y lo que saqué de nuestra
cuenta conjunta solo me sirvieron para pagar mis deudas.
Pero ahora se acabó. Me despido de esa vida de sacrificios y de un
trabajo remunerado de clase media, como el que me echó en cara aquel día,
esa zorrita.
Mike Howard está a punto de convertirse en millonario.
Capítulo Veintisiete
La felicidad existe y tiene nombre y apellidos: helado de fresa.
El amable caballero no compró solo una tarrina, sino dos. Ahora
estoy completamente decidida a comerme una por mi cuenta. A Bia le
encanta compartir tanto el helado como la culpa por ceder a la tentación,
pero hoy me voy a volver loca y me la comeré entera.
Me quedé un rato más allí, comprando algunas cosas para el
desayuno porque, pobrecito, papá no tiene tiempo para nada más estos días.
Ha estado tan cansado que temo que acabe enfermando también.
Tomo una curva para llegar a casa de mis padres y, en ese preciso
momento, un pequeño animal que creo que es una mofeta decide cruzar la
carretera, casi provocándome un infarto. Piso el freno y lo observo hasta
asegurarme de que el cabrón llega al otro lado, tomándose su tiempo como
si no tuviera ninguna preocupación en la vida, mientras mi alma apenas
tiene tiempo para regresar a mi cuerpo.
Vuelvo a conducir y escucho en la radio que hablan sobre la gripe.
Dios, empiezo a asustarme. No puedo pensar solo en mí, sino también en
los ancianos.
Con la cantidad de viajes que hago, estoy segura de que acabaré
contagiándome. Y si eso sucede, ni siquiera podré ver a mamá. Su sistema
inmunitario es muy frágil debido a su tratamiento contra el cáncer, así que
no puede ni pensar en exponerse a algo así.
Bia llegó a decir que cree que, si la situación empeora, pronto
ordenarán un bloqueo en todo el país e incluso cerrarán las fronteras.
Parece sacado de un cuento de ciencia ficción, y espero que todo sea
puro alarmismo. No puedo permitirme dejar de trabajar; la salud de mi
madre, y toda mi familia, depende de mí.
Sólo faltan dos minutos para que llegue a casa. La noche es oscura;
no hay ni una sola estrella en el cielo, así que cuando veo un destello, me
parece extraño.
Primero pienso que son fuegos artificiales, pero no tiene sentido;
estamos lejos del 4 de julio.
Cuanto más me acerco, más fuerte es el malestar que me invade.
Cuando por fin llego, grito de horror: la casa de mis padres está ardiendo.
Dejo todo en el coche y, mientras corro, llamo al 911.
—La casa de mis padres está ardiendo. Mi madre tiene cáncer; ¡por
favor, envíen a alguien!
—Señora, ¿cómo se llama?
—Zoe Turner. ¿Has oído lo que he dicho? ¡La casa de mis padres
está ardiendo!
—Por favor, cálmese.
—¡Y una mierda me voy a calmar! La dirección es 1014 Peanut
Drive.
Dejo caer el teléfono al suelo y corro hacia la puerta justo cuando se
abre y sale mi padre con mamá en brazos. La enfermera viene gritando
justo detrás de él.
¡Gracias a Dios!
Pero entonces me acuerdo de Bia.
—¿Dónde está Bia, papá?
—No sé si ha conseguido salir, cariño.
—¡Dios mío, no!
Corro hacia el interior, pero no puedo acercarme demasiado a la
habitación en la que está Bia. El calor es insoportable y empiezo a sentir
que me falta el aire.
—¡Bia!
—¿Zoe?
—¡Ven, estoy aquí!
—¡No lo conseguiré, Zoe!
—Por el amor de Dios, no digas eso. ¡Claro que lo harás!
—Sal de casa, Zoe. ¡Ponte a cubierto!
—No. No me iré sin ti. De ninguna manera me iré sin ti.
—Le encerré dentro, Zoe. Conseguí encerrarlo en la habitación.
—¿Quién? ¿De quién estás hablando?
—De Mike. Fue él quien prendió fuego a la casa. Pensó que yo era
tú.
Oigo las sirenas de los bomberos a lo lejos, pero no sé si llegarán a
tiempo. Tengo que salvar a mi amiga.
Cojo una manta de la única silla que aún no está ardiendo y, como vi
una vez en una película, cruzo hasta donde está ella.
—¡Estás loca, Zoe! ¡Vete de aquí! ¡Moriremos los dos! ¡Sálvate!
—No sin ti.
Siento el calor del fuego en las piernas, pero me obligo a seguir
hasta que su mano agarra la mía. Ambas lloramos.
—¡Estás loca, Zoe! ¿Por qué haces esto?
—Nunca te dejaría.
Empezamos a dirigirnos hacia la salida, y aunque estoy mareada,
dolorida y sin aliento, ya puedo ver a la gente fuera y a los bomberos
entrando. Pero entonces, como en una pesadilla, una pesada viga cae
delante de nosotros, y todo se vuelve rojo. El mundo es una bola de fuego.

Gritos, llantos y sirenas confirman que sigo viva. Mis párpados


aletean mientras intento abrir los ojos, pero es como si estuvieran pegados.
Me arden las piernas.
Las voces van y vienen. De algún modo, sé que estoy fuera.
Nunca me han gustado los espacios abiertos. No es agorafobia, pero
prefiero los lugares donde me siento protegida.
Me trasladan y me ponen una máscara de oxígeno en la cara. Intento
recordar lo que ha pasado, pero todo es confuso.
—¡Está respondiendo!—anuncia una voz a mi lado.
—¡Estupendo! Es demasiado guapa para morir joven.
—Estás de broma, ¿verdad? ¿Guapa? ¡La mujer es preciosa! Es Zoe
Turner, la top model.
Siento una mano en la cara, echándome el pelo hacia atrás.
—¡Dios mío, es ella de verdad! No la había reconocido por culpa
del humo. Tiene mucha suerte de que su rostro no haya recibido daños.
Habría sido un crimen si no hubiera conseguido escapar del incendio.
Ante la mención de la palabra incendio, mi memoria empieza a
volver.
El incendio, mis padres. Bia diciéndome que Mike lo hizo.
¿Dónde está mi familia? ¿Dónde está la enfermera Ann? ¿Dónde
está mi amiga?
Recuerdo haber entrado en la casa con la intención de salvarla,
cuando una viga cayó justo frente a nosotros. Luego, antes de que mi visión
se tornara en oscuridad, vi la mirada aterrorizada de la mujer que se ha
convertido en una de mis piedras angulares.
Si todos me abandonan, será por mi culpa. Y como castigo, estaré
sola para siempre.
Capítulo Veintiocho
Boston

Esa misma noche


Crecí escuchando a mi madre decir que las llamadas telefónicas en
mitad de la noche nunca son buenas noticias.
Para mí, el concepto de noche es relativo. Siempre he dormido lo
justo; solo necesito unas horas de sueño para sentirme con energía. Por lo
tanto, no me molesta que suene el teléfono casi a la una de la madrugada,
sino quién llama.
Beau.
Cuando él llama, sin importar la hora, siempre trae consigo una
ominosa vibración que presagia que algo malo está a punto de ocurrir. Es un
hombre de pocas palabras, y nunca participa en interacciones sociales sin
un propósito. Esto es especialmente cierto hoy, ya que hemos hablado dos
veces, lo que supone un récord para ambos.
—¿Qué ha pasado?
—Tu chica, Zoe. Ha habido un incendio. Está viva, pero la han
hospitalizado.
Tardo menos de un segundo en ponerme en pie, con el corazón
martilleándome en el pecho.
—Envíame toda la información, qué hospital y cualquier otra cosa
que puedas averiguar. Voy a cambiarme de ropa y me pongo en camino.
Mientras me visto, no permito que ningún otro pensamiento entre en
mi mente, aparte del hecho de que está viva.
Estoy acostumbrado a reprimir las emociones. Esta disciplina
autoimpuesta fue lo que me impidió ir tras ella cuando me dejó en
Barcelona. Pero ahora mismo, ninguna de mis reglas se aplica; nada es más
fuerte en mí que el puro terror.
Minutos después, salgo de la habitación del hotel en Boston
mientras le envío un mensaje de texto a Yuri sobre lo ocurrido y el nombre
del hospital que Beau acaba de enviarme.
No soy miembro de la familia, así que para llegar hasta ella tendré
que utilizar mi influencia. Según lo que me ha dicho Beau, los padres de
Zoe también estaban en la casa, lo que significa que no hay nadie más
responsable de ella. Por lo que sé, son todo lo que tiene en cuanto a familia.
Por primera vez en años, no sigo ningún protocolo ni plan de
seguridad; solo quiero encontrarla.
Cuando llego al ascensor, mi teléfono vuelve a sonar.
—Tengo un chófer delante de tu hotel.—dice Beau, y ni siquiera le
pregunto cómo sabe dónde me alojo.
No soy de los que suelen depender de alguien, pero en este
momento me siento aliviado de que haya intervenido y se haya ocupado de
todo.
—Cuéntame qué ha pasado.
—La casa se incendió; sospechan que fue provocado. Si es así, ya
sé quién es el responsable.
—Le mataré.
—Desapareció; ya envié a gente para que le diera caza. Pero eso
no importa ahora. Lo que importa es que sepas que todos los de la casa
sobrevivieron.
—¿Todos? ¿Cuántos eran?
—Los padres y la agente, Bia Ramos.
—¿Cómo te enteraste del incendio?
—Porque confío en mi instinto. Como habíamos acordado, iba a
enviar protección a su casa a partir de mañana… bueno, hoy. Pero algo me
decía que debía llegar antes. Sin embargo, cuando llegaron mis hombres,
los bomberos ya estaban allí. No podían hacer mucho más, así que hicieron
lo que mejor se les daba: investigar. Encontraron una furgoneta aparcada
delante de la casa y, antes de que llegara la policía, buscaron huellas
dactilares. Pertenece a —o al menos la conducía— Mike Howard.
—¿Crees que se enteró de que investigamos sus antecedentes y por
eso buscó venganza?
—No. Aún no le han informado de que la universidad le ha
despedido. De todos modos, creo que intentaría algo. Lo más probable es
que intentara matarla porque no quería el divorcio. Pero por ahora, todo
son especulaciones, y yo trabajo con hechos.
—¿Cómo sabes que no murió él también? Dijiste que la furgoneta
estaba aparcada junto a la casa de sus padres.
—Porque uno de mis hombres ya ha consultado con alguien del
cuerpo de bomberos. Parece que Zoe dijo repetidamente el nombre de su
marido mientras la rescataban. Los paramédicos pensaron que le estaba
llamando. Pero si quieres mi opinión, creo que ella intentaba informarnos
de que él había provocado el incendio. De todos modos, una vez controlado
el incendio, registraron el lugar y no había cadáveres. Aunque estuviera
allí, se escapó.
—Lo quiero, Beau. Encuéntralo, pero no hagas nada. Acabaré
personalmente con este asunto.
—En cuanto a Zoe, no puedes saber su estado real hasta que hables
con alguien en persona. Por lo que sabemos hasta ahora, no sufrió
quemaduras graves; todas eran de segundo grado.
Cierro los ojos un momento. Imaginarla herida es como tener una
navaja abriéndome el pecho, la sensación exacta de algo desgarrándome por
dentro.
—No importa. Ella está viva. Todo lo demás es secundario. Lo
único que no podría devolverle es su vida. En cuanto a la atención médica
que necesita, la tendrá, aunque tenga que comprar un hospital para ello.
Cuelgo el teléfono y subo al coche, que, como él había dicho, ya me
estaba esperando.
Apenas consigo cerrar la puerta cuando suena mi teléfono.
—Christos, soy yo.—dice mi asistente—Tu permiso para entrar en
el hospital ya está autorizado. Di que eres su novio. Pero hay algo que
debes saber. Es muy grave. Tengo información de dentro del gobierno. Esta
nueva gripe se ha extendido por todo el mundo, y en el mismo hospital
donde está Zoe, con sus padres y su agente, han ingresado personas con
síntomas.
—Y el nivel de contaminación de este virus es muy alto.—digo,
porque he estado leyendo y siguiendo las noticias. Creo que el mundo no
estaba prestando atención a la gravedad del problema hasta ahora. Pero
siempre voy dos pasos por delante, y, basándome en lo que decían los
expertos, ya predije que no sería una gripe cualquiera.
—Sí, muy alta. Mortal, de hecho, sobre todo para personas de la
edad de sus padres. Lo que quiero decir es que el gobierno va a decretar el
cierre de las tiendas y todos los comercios que no sean esenciales. Los
padres de Zoe serán dados de alta hoy mismo; no sufrieron nada grave.
Fueron los primeros en abandonar la casa. Pero, como ya sabrás, su madre
está enferma de cáncer. Es probable que tenga que volver pronto para
recibir atención médica. He pensado en montar una clínica con todo lo que
ella necesita, pero fuera del entorno de un hospital. Si se impone el
aislamiento y la hospitalizan, no dejarán que su marido se acerque.
Pienso en mis padres, que llevan juntos más de cuarenta años. Si lo
que dice Yuri es cierto y tuvieran que separarse, no creo que sobrevivieran.
—Haz lo que haga falta. Contrata médicos y enfermeras
exclusivamente para ella.
—¿Y Zoe?
—Estoy llegando al hospital ahora.
—Su estado no es grave, aunque la han sedado, pero Bia Ramos
está en coma. Aunque consigamos que trasladen a Zoe a un lugar seguro,
es probable que su agente tenga que permanecer en el hospital. Ningún
médico le dará el alta ahora.
—Una cosa a la vez, Yuri. Prepáralo todo para sus padres. Yo me
ocuparé del resto.
Capítulo Veintinueve
Al amanecer el día
Entrar en el hospital y obtener información sobre su estado es
relativamente fácil. No hay casi nada que el dinero o las influencias no
puedan comprar, y a mí me sobran ambos.
Los padres de Zoe, junto con la enfermera, serán redirigidos a una
clínica creada especialmente para el cuidado de su madre.
Cuando llego, me informan de que aún no puedo ver a Zoe porque
está recibiendo tratamiento, así que me dirijo a sus padres y me presento
como el nuevo empleador de su hija.
¿Qué más puedo decir? ¿Que soy el hombre obsesionado con su
chica?
Macy y Scott son personas humildes y amables. Su madre me
recuerda a la mía, alguien capaz de sonreír incluso ante la mayor
adversidad. A pesar de su apariencia frágil, su personalidad es fuerte.
Lúcida, me hace preguntas sobre los detalles del incendio. No tengo todas
las respuestas, pero pretendo averiguarlo todo.
Además de intentar matar a Zoe, ese bastardo prendió fuego a la
casa con dos ancianos dentro. Espero que lo que descubrió Beau sea cierto
y que Mike siga vivo, porque quiero librar al planeta de ese gusano.
Los padres de Zoe y la enfermera no pueden decirme qué ha pasado,
solo que se despertaron con los gritos de Bia diciéndoles que salieran
corriendo de la casa. No mencionan a Mike Howard, así que supongo que
no tienen ni idea de que está involucrado.
Curiosamente, cuando le explico la necesidad de trasladarlos a una
clínica privada, el padre de Zoe no parece sorprendido; solo dice que sería
la mejor opción. Al igual que yo, cree en la letalidad del nuevo virus más
que la mayoría de los ciudadanos.
El personal del hospital ya lleva mascarillas, lo que demuestra que
muchos sabían que este virus era más contagioso de lo que se informó
inicialmente. No se puede actuar con tanta rapidez a menos que ya se haya
orquestado un protocolo de seguridad masivo tras bambalinas.
Pido permiso por escrito para cuidar de Zoe, y entonces su madre
me hace una pregunta que me desconcierta.
—¿Eres el hombre de Barcelona?—pregunta.
Su padre nos mira confuso, así que supongo que solo le ha hablado a
su madre de nosotros.
—Sí—respondo, aunque no tengo ni idea de si eso es bueno.
Antes de despedirme de ellos, ellos piden hablar con el médico que
está tratando a su hija. Decido quedarme.
El médico nos explica, como ya me había dicho Beau, que la agente,
que al parecer también era amiga y estaba alojada en casa de los padres de
Zoe, está en coma, mientras que Zoe solo ha sido sedada para aliviarle el
dolor.
Ninguna de las dos sufrió quemaduras incontrolables; eran de
segundo grado, pero no profundas, aunque dolorosas. El tiempo de
recuperación podría ser de una a tres semanas. Aun así, pueden dejar
cicatrices.
Tendré que hablar con el médico a solas más tarde. Si la situación de
Zoe no es tan grave, la sacaré del hospital lo antes posible, así como a sus
padres. No me arriesgaré a que contraiga el virus.
No se puede hacer nada por la agente. No creo que me autoricen a
trasladar a alguien en su estado. Según tengo entendido, la principal
preocupación del personal médico es que ambas inhalaron humo. Además,
Bia Ramos recibió un fuerte golpe en la cabeza, y esa es la razón por la que
está en coma.
Archivo mentalmente la información, comprometido a hacer los
trámites necesarios para que Bia reciba los mejores cuidados posibles, pero
todos mis pensamientos están puestos en Zoe.
Pocas veces me he sentido tan perdido.
Es como si la vida me obligara a quitarme la venda del orgullo,
como si recibiera una llamada de arriba, un despertar.
Llevo dos años dando vueltas en círculos, manteniendo las
distancias, atrapado en un verdadero abismo, cuando sabía desde el
principio que no había ninguna posibilidad de enterrar lo que ocurrió entre
nosotros en el pasado.
Decido que el juego ha terminado.
Podría haberla perdido hoy. Ella es la única mujer que ha
desordenado mi mundo en poco tiempo y me ha hecho sentir y desear más.
No sé qué pasará a partir de ahora, pero no mantendré más las
distancias.
—Christos, me gustaría hablar contigo a solas.—dice su madre
después de que el médico y el padre de Zoe se dirigieran al pasillo.
—Por supuesto.
Me señala el sillón junto a su cama. En cuanto llegué, dispuse que
las trasladaran a una habitación privada.
—Siéntate, por favor. Quiero hablar de Zoe.
—¿Sobre que soy el hombre de Barcelona?—repito sus palabras.
—También de eso. Pero primero, déjame que te hable de mi chica.
Ten en cuenta que soy muy vieja, pero estoy lúcida. Ayer hablé con mi hija,
y ahora que estás aquí, acabo de sumar dos más dos.
—No sé si lo entiendo.
—Creo que quieres ver a Zoe ahora mismo. Yo también. Pero, por lo
que ha dicho el médico, sigue sedada; tenemos tiempo. Comenzaré por el
principio: siempre he querido tener hijos, pero quién sabe por qué Dios
determinó que no tendría ninguno propio, al menos no biológicos. Cuando
mi marido y yo decidimos adoptar, pensamos y evaluamos mucho de
antemano. Nunca fuimos ricos, sino más bien de clase trabajadora, ambos
con trabajos de lunes a viernes y sueldos modestos. Sin embargo, creíamos
que marcábamos todas las casillas correctas para ser llamados padre y
madre: mucho amor para dar.
—Cuando nos conocimos en Barcelona, Zoe me confesó que la
habían rechazado de varios hogares.—le digo. No sé si he olvidado los
detalles, pero es probable que los haya relegado a un rincón de mi mente
como un instinto defensivo contra aquella mujer que, ahora tengo el valor
de admitirlo, no solo hirió mi orgullo, sino también mis sentimientos.
—Sí, la acogimos durante su preadolescencia, y juro por todos los
santos que nunca he visto una mirada más triste en una niña. Siempre fue
hermosa, pero no fue eso lo que me convenció de quererla para mí; fue la
desesperanza reflejada en su rostro. No voy a retroceder en el tiempo para
relatar cada detalle, porque no me siento emocionalmente preparada para
hacerlo. Fue una etapa difícil para los tres, hasta que conseguimos
convencerla de que nunca renunciaríamos a ella.
Presto toda mi atención a la conversación. Escuchar a Macy es
como ver una película de adolescentes protagonizada por Zoe. Me cuenta
cómo la chica temía expresar sus deseos, siempre preocupada por no
complacer a los demás y acabar de nuevo al cuidado del Estado.
—¿Por qué la rechazaba la gente?—pregunto.
—¿Quién sabe? Probablemente porque no se daban cuenta de que
criar a alguien es un trabajo de 24 horas al día, 7 días a la semana. No
puedes desconectar a un niño cuando te cansas de jugar con él. Debes
prestarle atención y ofrecerle amor. Requiere dedicación. Pero te cuento
esto para llegar al momento en que ustedes se conocieron en Barcelona. No
sé qué ocurrió allí. Ella nunca me dijo lo que pasó en el barco ni que había
conocido a alguien. Pero cuando volvió, estaba profundamente deprimida.
Ni siquiera la perspectiva de una nueva carrera, que comenzó poco después
de su regreso, mejoró su estado. Viajaba mucho, pero se encerraba en su
habitación y apenas hablaba cuando estaba en casa.
—¿Crees que soy la causa?—pregunto, muy confundido—Zoe solo
me dejó una nota.
Compartir detalles de nuestra corta relación me resulta incómodo.
No soy de confiar en nadie, pero, dado que las cartas están sobre la mesa,
que así sea.
Recuerdo que me preguntó si el dinero del sobre era algún tipo de
pago.
¿Era ese el motivo de su marcha? ¿Creía que le había pagado por la
noche que pasamos juntos?
No, tenía que haber algo más. Puede que estuviera decidido a
conquistarla a toda costa, pero nunca la traté como a una dama de
compañía.
—Ten en cuenta que solo tenía dieciocho años. Siempre fue madura
para su edad, pero seguía siendo muy joven.—no hay reproche en su tono—
Si estás aquí después de todo este tiempo, es porque lo que pasó entre
ustedes aún no ha terminado.
—Para mí no.—respondo.
Ella asiente.
—No puedo asegurar que la depresión estuviera relacionada con lo
que vivió en España, y ni siquiera quiero entrometerme en su relación. Pero
cuento toda esta historia para rogarte, Sr. Lykaios... Si lo que quieres con mi
hija es solo una aventura, por favor, vete ahora mismo.
Abro la boca, pero ella levanta una mano, deteniéndome.
—Zoe es mucho más fuerte ahora que hace unos años, pero ya ha
sufrido demasiadas pérdidas. Eres un hombre rico y generoso. Te agradezco
de todo corazón lo que haces por mí, pero no hagas daño a mi hija, o te
maldeciré todos los días que me queden en la Tierra.
Capítulo Treinta
Horas después
Son las tres de la tarde y los padres de Zoe ya han sido trasladados a
la clínica destinada exclusivamente para ellos. También le pedí a Yuri que
les ayudara a encontrar una propiedad donde instalarse si decidían volver a
un hogar, y que les asistiera con la obtención de nueva documentación.
Transferí una suma considerable de dinero a la cuenta de Scott; lo
perdieron todo en el incendio, incluyendo sus datos bancarios y tarjetas de
crédito.
He consultado con el equipo médico, y no hay cambios en el estado
de Bia Ramos. Además, como temía, trasladarla a una clínica privada está
descartado.
Ahora me dirijo a la habitación de Zoe. Por fin me permiten verla,
aunque sigue sedada.
Tras la reveladora conversación con Macy, mi mente está abrumada
de información y no logro llegar a una conclusión.
Sí, era... es muy joven, pero no puede ser solo la confusión por el
dinero lo que la hizo huir de mí.
¿Entonces, qué?
La verdad es que ya no importa. Todo lo demás es insignificante en
comparación con lo que ha ocurrido; la posibilidad de que, en este
momento, pueda estar muerta.
Sé que, al cruzar el umbral, ya no habrá más máscaras.
Alargo la mano hacia el pomo de la puerta, pero antes de que pueda
entrar, se acerca el médico responsable del equipo que cuida de Zoe y Bia.
—Señor Lykaios, necesitamos hablar urgentemente.
—¿Ahora?
—Sí. Tres pacientes que fallecieron ayer dieron positivo en el nuevo
virus. Si tiene los medios, le aconsejo que se lleve a la señorita Turner de
aquí lo antes posible.
—Pero aún no se ha despertado.
—Lo sé. Pero, así como usted organizó una clínica privada para sus
padres, creo que también puede hacerlo para la señorita Turner. Las
quemaduras que sufrió no amenazan su vida—aunque podría necesitar una
operación correctiva en la mano en un futuro cercano—pero nada de eso es
tan importante como sacarla de aquí. Puede recuperarse en casa. Estoy
seguro de que podrá organizar la atención domiciliaria en un tiempo récord.
—¿Seguirá sedada?
—Solo uno o dos días más, pero debería sacarla de aquí hoy mismo.
Le veo alejarse, pensando que, una vez más, todos mis planes con
Zoe se han desmoronado. Sin embargo, lo que importa ahora es asegurarme
de que esté a salvo.
Tres horas después
Me marcho para organizar su traslado a una casa que ha alquilado
Yuri.
Ya hay un equipo preparado, y el médico me ha aconsejado que me
marche cuanto antes.
De nuevo, estoy frente a la habitación de Zoe. En cualquier
momento llegará el personal que la asistirá en su traslado, así que
aprovecho unos minutos para examinarla sin testigos.
Abro la puerta y la observo desde lejos antes de acercarme. Saber
que ha sobrevivido al incendio y verla con mis propios ojos son dos cosas
completamente distintas. El ardor en mi pecho se vuelve insoportable,
haciéndome sentir que me asfixio.
El miedo. Tenía miedo de perderla.
Algunos podrían cuestionar ese sentimiento porque, hasta hace unos
días, Zoe seguía casada con otro. ¿Pero qué importa un trozo de papel frente
a la certeza de que siempre me perteneció? ¿Que siempre me pertenecerá?
Podría haber muerto—repito en mi mente—y entonces solo
quedarían los recuerdos de aquella noche.
Sigue dormida, así que tengo tiempo de examinarla a mi antojo.
La cama está elevada en un ángulo de treinta grados, como me
informaron los médicos, el procedimiento habitual en casos de inhalación
de humo, aunque ya le han despejado las fosas nasales. Su rostro no tiene ni
un rasguño; su mano derecha, apoyada en la sábana de lino, está vendada, al
igual que sus piernas. Sin embargo, nada puede empañar su perfección a
mis ojos.
Cuando la conocí, pensé que era su belleza lo que me atraía. Ahora
me doy cuenta de que no hay forma de definir lo que ella despierta en mí.
Es como si nuestras almas se conectaran, como ella misma señaló la noche
que dormimos juntos. Todo entre nosotros debería ser así. Sin
explicaciones, sin reglas. Simplemente, debemos ser.
La cama parece demasiado grande para su delicado cuerpo. Zoe no
debería estar en una cama de hospital, herida e indefensa.
Un deseo loco de despertarla, de demostrarme que está bien, se
apodera de mí.
Una vez más, me juro que me vengaré de Howard. No habrá piedad.
Beau lleva a cabo una investigación paralela a la de la policía. Estoy
seguro de que será mucho más profunda y eficaz, y que acabaremos
atrapándolo. Con el aumento de muertes en todo el mundo y de casos en
nuestro país, la nueva enfermedad ya se trata como una pandemia. Los
periódicos y las webs no hablan de otra cosa. Esto hace que lo ocurrido en
casa de los padres de Zoe pase a un segundo plano.
Por supuesto, utilicé mi influencia para silenciar el incidente todo lo
posible, pero si el incendio hubiera ocurrido en cualquier otro momento, se
habría hablado de él en los periódicos durante meses. Aunque no conocen el
paradero del exmarido de Zoe, la policía ya sospecha de su implicación.
Ellos interrogaron a sus padres, quienes informaron que su hija
estaba en trámites de divorcio. Además, la policía no ha logrado localizar a
Howard en ninguna parte, lo que ha solidificado sus sospechas.
Lo que los investigadores aún no saben es que nunca pondrán sus
manos sobre el bastardo. No hay forma de juzgar y condenar a una persona
muerta. Porque eso es lo que ya es Mike Howard.
Zoe tose y su rostro se torna de un color rojo brillante, pero luego
vuelve a respirar con normalidad. Aun después de su partida, cuando me
negué a aceptar mi deseo por ella, no hubo un solo día en que, aunque fuera
por un breve instante, la diosa rubia no ocupara mi mente.
Acaricio su rostro con el dorso de la mano, y siento como si
recibiera oxígeno fresco en los pulmones. Durante los últimos dos años, he
estado negando lo mucho que la deseo. Preferí considerar ese sentimiento
como rencor. No estoy acostumbrado a perder nada, y la abrupta partida de
Zoe de Barcelona me sorprendió.
Todas las teorías que había construido sobre ella se desmoronaron
cuando nos conocimos en mi oficina de Nueva York. No era frívola, ni se
marchó simplemente porque hubiera cambiado de opinión.
Lo que ocurrió entre nosotros no fue producto de mi imaginación ni
una atracción unilateral. Cada beso y cada gemido que compartimos aquella
noche eran reales y estaban llenos de deseo.
Y ahora, después de casi perderla, he decidido que ya no estoy
dispuesto a negarme nada respecto a ella.
Lo quiero todo, y será con ella.
Como si mis deseos fueran escuchados, sus ojos se abren y me
miran fijamente.
—Christos, ¿qué ha pasado?
Entonces, al caer en la cuenta, grita de puro terror.
Capítulo Treinta y Uno
Unos pocos días después
Volvieron a sedarme. Lo sé porque, a través de la neblina del sueño,
oí a un hombre hablando con Christos. No estuve completamente
inconsciente durante los últimos días, aunque no podía distinguir lo que
decían.
Me aterroricé al verlo en el hospital. Mi mente confusa creía que
nadie más que yo había sobrevivido al incendio, pero ahora recuerdo haber
visto salir a mis padres y a la enfermera Ann.
¿Y Bia? ¿Dónde está mi amiga?
Abro los ojos y lucho por incorporarme. Intento equilibrarme
apoyando la mano en la cama y grito de dolor. Mi piel está tirante y arde. Ya
no está vendada, y cuando por fin miro el dorso de mi mano, empiezo a
sentirme mareada.
Retiro las sábanas y miro mis piernas. También están desnudas de
vendas, sólo algunas cicatrices de la quemadura, más pequeñas que la de mi
mano e indoloras.
De repente, una idea se me cruza por la mente. Levanto la mano
para tocarme la cara, pero me detengo y me levanto de la cama, intentando
verme en el espejo.
Dios, por favor, no me digas que me he quemado la cara. Necesito
mi imagen para poder pagar las facturas médicas de mi madre.
¡Dios mío!
Sin embargo, al ponerme de pie, mis piernas flaquean y se me
doblan.
Una enfermera aparece y, al verme en el suelo, se apresura a
ayudarme a levantarme. Enseguida me doy cuenta de que, aunque va
vestida de blanco, no estamos en un hospital, sino en una especie de casa.
—Cariño, sólo me fui un momento. Lo siento mucho.
—No ha sido culpa tuya. No debería haber intentado levantarme.—
me esfuerzo por hablar, pero mi voz suena como arena en la garganta y
toso.
La mujer es muy fuerte y me levanta con facilidad. Después de
ayudarme a volver a la cama, me pregunta cómo me encuentro.
No sé qué contestar. En lugar de eso, le pregunto dónde estoy.
—Estamos en casa del señor Lykaios. No sé si le pertenece, pero
nos trajo aquí hace cuatro días.
—¿Cuatro días? ¿Y él... um... ¿El señor Lykaios también se quedó
aquí?
—Sí. De hecho, durante las últimas cuarenta y ocho horas, nadie ha
podido salir. Se decretó oficialmente que el mundo atraviesa una pandemia,
y el gobernador, además de establecer un toque de queda a partir de las
cinco de la tarde, pidió a la gente que no saliera de sus casas, excepto los
que trabajan en servicios esenciales.
—¿Qué? ¿Toque de queda? ¿No podemos salir de casa? ¿Dónde
están mis padres?—vuelvo a sentirme inquieta.
—A salvo, en una clínica. Incluso antes de que se decretara la
cuarentena, había rumores sobre un aumento alarmante de casos. Parece
que el señor Lykaios vio lo que se avecinaba. Por eso también está aquí.
Fue por consejo del personal que te atendió. Nadie debe acudir al hospital
salvo en caso de urgencia grave, pues el riesgo de contaminación es muy
alto. Ahora, por favor, intenta calmarte. ¿Te duele algo?
—No.—digo, volviendo a mirar mi mano—¿Me he hecho daño en
la cara?
—No, mi amor. No sé exactamente qué te ha pasado. Lo que he oído
es que tu casa estaba ardiendo. Tuviste mucha suerte. Sólo te quedó esta
pequeña cicatriz en la mano, que un buen cirujano podrá arreglar.
—No se trata de vanidad ni nada parecido. Necesito mi cara para
ganarme la vida. Mi familia depende de mí.
—¡Oh!—parece sobresaltada—Sé quién eres, por supuesto, pero no
sabía que trabajabas para ayudar a tu familia. De todos modos, mantén la
calma. No ha pasado nada peor.
Me armo de valor para preguntar lo que necesito, pero el miedo a la
respuesta me provoca náuseas.
—Cuando me desmayé durante el incendio, había una mujer
conmigo. Es mi agente y mi mejor amiga; se llama Bia Ramos. ¿Sabes
dónde está?
—No conozco los detalles. Sólo que sigue hospitalizada.
—¿Puedes ayudarme a cambiarme de ropa? Necesito encontrar un
teléfono y averiguar dónde está mi amiga.
—No sé si debería. Mejor habla primero con el médico.
—Christos… ¿está aquí el señor Lykaios?
—Sí, creo que está en su despacho del primer piso.
—Tengo que hablar con él, pero antes necesito una ducha.
—Te daremos un baño, lo mejor que podamos, para proteger tus
heridas. Créeme cuando te digo que la sensación del agua sobre ellas será
muy dolorosa.

Es muy duro, pero con la ayuda de la enfermera, me ducho con las


piernas colgando fuera de la bañera.
Ella me lava el pelo a causa de la quemadura; al menos por ahora,
tengo la mano inutilizada.
Es el único dolor físico que siento. En realidad, es más bien una
sensación de quemazón. Pero nada se compara con lo que me oprime el
pecho.
¿Bia está sola en el hospital? ¿Por qué no la ha traído aquí también?
—¿Quieres ayuda para bajar?
—Sí, por favor. Llévame con el Sr. Lykaios.
Mis pasos son inseguros porque me siento débil. También tengo
miedo de apoyarme con la mano en la barandilla y hacerme aún más daño.
Las escaleras parecen interminables, y tardamos unos cinco minutos en
bajarlas todas.
Cuando por fin llegamos abajo, un Christos con cara de enfado me
mira fijamente.
—Zoe, ¿qué demonios crees que estás haciendo?
Debido a mi timidez natural y a que estoy acostumbrada a huir
cuando me enfrentan, retrocedo un paso, lo que me hace perder el
equilibrio. Para evitar la caída, uso la mano herida para agarrarme a la
barandilla y grito de angustia. El dolor es tan intenso que se me llenan los
ojos de lágrimas.
Segundos después, unos brazos me levantan. Sin mediar palabra, me
lleva a una habitación y cierra la puerta.
—Bájame.—le suplico, intentando salvar algo de dignidad.
—No.
—No quiero luchar.
—No estoy luchando, sólo evito que mueras.
¡Maldito hombre controlador!
Sabiendo que no hay ninguna posibilidad de que gane esta batalla,
me dejo llevar en silencio hasta que me brinda espacio en un cómodo sofá.
Pero no se aleja. Se sienta en el borde, una tarea casi imposible, ya que es
enorme, y me examina la mano herida.
Me estremezco al tacto.
Él se da cuenta, pero no me suelta.
—No vuelvas a hacer eso.—me dice—Podrías haberte caído por las
escaleras.
—Necesitaba venir a hablar contigo.—no levanto la vista hacia él
porque, incluso con dolor, su cercanía hace que se me caliente el cuerpo—
La enfermera Beth no pudo decirme qué le había pasado a Bia. Sé que mis
padres están bien y te agradezco mucho lo que hiciste por ellos, pero ahora
quiero que me cuentes todo lo demás.
—Cálmate.
—No puedo. Necesito saber dónde está Bia, Christos. Por favor,
dime la verdad.
—Bia está en coma.
Capítulo Treinta y Dos
¡Mierda! No pensaba decírselo de esta manera, pero no soy de
endulzar las cosas.
—Cuéntamelo todo.
Esperaba que las lágrimas se me saltaran, así que me sorprende la
serenidad en el rostro de Zoe. Definitivamente, ya no es la mujer que conocí
en España, pero sigue siendo fascinante.
En nuestro encuentro y más tarde en el hospital, supuse que
necesitaría que la cuidaran, tal vez por lo que había ocurrido en el pasado.
Ahora, en solo dos segundos, me doy cuenta de que no. Zoe es sensible y,
aunque ha pasado por más dificultades en su corta vida que la mayoría, no
es una florecilla frágil.
Me levanto y me siento en la silla frente a ella; las ganas de tocarla
son abrumadoras, pero el momento no es el adecuado.
—Te contaré todo, pero primero, dime cómo te sientes.
—No tengo dolor, solo la herida de la mano que me molesta un
poco.
—Por lo que me han dicho los médicos, ambas se desmayaron
dentro, donde el fuego ardía. Una viga cayó y golpeó a tu agente en la
cabeza.
—¿Es grave?
—Creo que cualquier golpe en la cabeza requiere cuidados.
De nuevo, no hay lágrimas, pero su mano sana se cierra en un puño.
—Fue Mike... mi exmarido.
Intento no mostrar sorpresa ante su confirmación. Zoe no tiene ni
idea, pero yo ya sé todo sobre él.
—¿Estás segura?
—Bia me lo dijo. Salí a comprar algo. Llevaba el pelo escondido y
ropa holgada, además de una máscara, porque mi madre me lo pidió.
—¿Máscara?
—Sí. La enfermera me dijo que estamos encerrados aquí a causa del
virus. Mamá me contó que mi padre lo predijo hace meses. Es Virgo con
ascendente en Capricornio,—dice, como si eso tuviera sentido para mí—así
que siempre está preparado para lo peor.
—No deberías haber salido sola tan tarde.
—No suelo hacerlo, pero tenía un antojo.—dice, sonrojándose—
Quizá no debería decir esto, porque eres mi nuevo jefe, pero la verdad es
que yo quería comerme un helado.
—¿Por la reunión? ¿Te ponía ansiosa?
—Eso también, pero sobre todo por lo que había pasado esa última
semana. Como te dije, solicité el divorcio. Ya había iniciado el proceso con
un abogado.
—Quiero saber sobre eso luego.
Ella no responde, y yo no insisto.
—Cuéntame más sobre la noche del incendio. Tendrás que declarar
ante la policía, pero he hablado con mis abogados y organizarán todo
mediante videollamada.
—¿Tan grave es la propagación de este virus?.
—Fue peor de lo que nadie podía imaginar. Muchas personas
infectadas no se dieron cuenta de que tenían el virus, así que se propagó
rápidamente. Los centros de investigación en todo el mundo están en una
carrera contrarreloj para fabricar una vacuna. Volvamos a la noche del
incendio.
—Salí durante media hora. Tardé más de lo previsto porque no
encontraba el sabor que quería... Dios, eso parece tan estúpido ahora,
comparado con lo que ha pasado.
—Continúa.
—Me quedé allí más tiempo del que pretendía. Cuando volví, el
resplandor en el cielo me dijo enseguida que algo iba mal. Llamé al 911 y
corrí a casa de mis padres. Ya estaban saliendo al porche, y papá intentaba
llevar a mi madre en brazos. Ann, la enfermera, le seguía de cerca, pero no
había rastro de Bia.
Intento tragarme la tensión y el odio que llevo días conteniendo,
porque no quiero que sepa que tengo planes para ese cabrón de Mike.
—Entré en la casa. Hacía mucho calor y había fuego por todas
partes. Bia gritaba que era Mike y que lo había atrapado en el dormitorio.
Según tengo entendido, nos confundió a las dos porque salí de la casa en el
coche de mi amiga, con ropa demasiado grande. Ahora ella está en coma
por mi culpa.
—No, Zoe, no podías haberlo previsto. ¿Cómo podrías? A menos
que... espera. ¿Te había amenazado antes?
—No. No me había amenazado.—dice, con una expresión
incómoda.
—Entonces nadie podía sospechar que llegaría a ese extremo.
Descubrí que él había estado husmeando.
—¿Husmeando?
—Sí. Había una furgoneta cerca de la casa de tus padres. Si no
hubiera atacado entonces, lo habría hecho cuando todos estaban dormidos.
Siento que se me aprieta la mandíbula ante esa posibilidad. La ira
que me embarga es inmensa.
—¡Dios mío!—se cubre la cara con las manos, y la visión de la
herida me enfurece.
Con o sin encierro, iré tras ese bastardo.
—No deberías haber entrado en la casa, Zoe.
—Bia no podía alcanzar la salida desde el pasillo. ¿Cómo pude
dejarla allí, sola? Hice lo que vi en una película: me envolví en una manta y
atravesé el fuego. Nos protegí a los dos y estábamos a punto de salir cuando
cayó la viga, creo. Pero no me di cuenta de que le había dado en la cabeza.
—Dijiste que tu exmarido no había proferido amenazas antes.—
repito, intentando comprender qué llevó a ese imbécil a llegar tan lejos.
Pero la palabra exmarido me araña la garganta como un ácido.
—Sí. Lo que viste en mi cara, la paliza que me dio, fue la primera
vez que ocurrió. Fue la noche en que le dije que nuestro matrimonio había
terminado.
Oírla decir eso provoca en mí un torbellino de emociones confusas.
Está soltera, o al menos ya no se considera casada.
Pero estaba casada.
De algún modo, lo que ocurrió entre nosotros no fue lo
suficientemente fuerte, porque ella me sustituyó mientras yo estaba
atrapado en el tiempo.
Me levanto y me dirijo a la ventana, dándole la espalda.
—No fue culpa tuya. Ni la agresión ni el incendio. No era algo que
se pudiera haber previsto.
—Pero después de agredirme, debería haberme quedado en un hotel.
Acabé poniendo en peligro a mi familia.
—Rememorar el pasado no cambia nada.—digo, volviéndome hacia
ella. Eso se aplica a los dos, por supuesto. Y no me refiero solo al pasado
reciente.
Creo que lo entiende porque abre la boca, pero antes de que diga
algo, continúo.
—En cuanto a tu amiga, su vida no corre peligro, pero, por
desgracia, no puede ser trasladada del hospital. La mayor preocupación
ahora es el virus. Pero en cuanto los médicos le den el alta, organizaré un
encuentro entre ustedes.
—¿Quieres decir traerla aquí?
—O puedo organizar una residencia para las dos. No creo que sea
buena idea que te quedes con tus padres debido a la salud de Macy, pero la
decisión final es tuya.
—Creía que nadie podía irse... Es decir, pensaba que nos
quedaríamos aquí.
—No puedo detener mi vida. No son prisioneros, pero tampoco
tienen un plazo para marcharse. Solo te pido que, si vas a irte de nuevo, esta
vez me lo hagas saber cara a cara.
Capítulo Treinta y Tres
—¿Mamá?
—Zoe, mi dulce bebé, ¡no puedo creer que estés despierta! Te he
estado llamando todos los días.
—Dile a papá que se conecte a la videollamada. Quiero verte.
—Estoy despeinada. Te vas a asustar.
Contra todo pronóstico, comienzo a reír. Macy siempre ha sido muy
vanidosa. Aunque el cáncer le ha hecho perder casi la mitad de su peso, se
esfuerza por mantener el pelo en orden y nunca se olvida del pintalabios.
Después de que Christos me dejara, la enfermera vino a verme con
un teléfono en una caja. Mi línea anterior fue transferida al nuevo aparato.
Aquel hombre pensaba en todo.
Volver a estar con él es como subirse a una montaña rusa:
emocionante y un poco aterrador. Sus cambios de humor me confunden.
Cuando lo vi, me dio un sermón, pero luego pareció querer quedarse a mi
lado. Unos minutos después, me dijo que podía mudarme si quería.
La Zoe que conocía habría huido sin pensárselo dos veces, pero ya
no afronto mis problemas de esa manera.
Necesitamos hablar, pero no es el mejor momento. Sin embargo, no
tengo intención de irme a ninguna parte. Cuando Bia salga del hospital, que
espero sea pronto, le pediré que la traiga aquí. En cuanto a mí, no me
moveré hasta que aclaremos todo lo relacionado con el pasado.
Estoy harta de tener miedo a vivir.
Dejé Barcelona porque pensaba que estaba implicada en el incidente
con Pauline. Pero, si te soy sincera, probablemente habría huido de todos
modos cuando recibí el dinero en el sobre.
Ya no. Casi muero y perdí a mi familia y a mis amigos por culpa de
ese enfermo con el que me casé. Ha llegado el momento de afrontar la
adversidad como una adulta.
Papá aparece detrás de mamá en la cámara, saludando.
—Los quiero a los dos. No puedo expresar cuánto. Perdónenme por
lo ocurrido.
Son tan viejos. Tan frágiles.
—Sólo nos enteramos de que pudo ser Mike quien prendió fuego a
nuestra casa cuando el policía vino a interrogarnos al hospital. Tú no
tienes la culpa de nada, cariño. Si Bia no hubiera sido tan lista, podría
haber ocurrido lo peor.
—Te prometo que trabajaré duro para darte otra casa, mamá.
Se supone que el seguro cubrirá los daños causados por el incendio,
pero como la casa ya se ha hipotecado dos veces, a mis padres les dará
igual. Mi objetivo es saldar sus deudas y comprarles una casa nueva.
—No importa, Zoe. Las casas se pueden reemplazar, pero las vidas
no. Me gustaría tener noticias de Bia. Me preocupa dejarla sola en ese
hospital.
—A mí también, mamá, sobre todo porque no tiene más familia que
nosotros. Pienso llamar a Miguel más tarde para confirmarlo, porque si no
es así, tenemos que avisar a quienquiera que sean.
—¿Cómo están las quemaduras?
—Eran superficiales. La de la mano puede dejar una marca, pero
puedo corregirla con cirugía. ¿Y ustedes?
—Nosotros y Ann no tuvimos más que un poco de inhalación de
humo. Nuestra única preocupación ahora es tu salud y la de Bia.
—¿Y tus... um... otros dolores? —odio la palabra cáncer.
—Creo que he pasado por tantas cosas emocionalmente estos
últimos días que Dios me ha ahorrado todo lo demás. Apenas he necesitado
la medicación.
—¡Eso es estupendo! ¿Y papá?
—Yo también estoy bien, bomboncito.—dice, mostrando de nuevo
su cara—Ahora, cuídate, ¿vale? Y avísanos sobre Bia en cuanto sepas algo.
Termino la llamada y busco en Google el número del hospital donde
Beth dice que está mi amiga.
Tardan mucho en contestar y, cuando lo hacen, pasan unos diez
minutos antes de que me digan que su estado no ha cambiado.
Tengo que llamar a Miguel más tarde. Probablemente esté en otra
parte del mundo, pero querrá saber de nuestra amiga.

Tres días después


Ya no veo a Christos. Ayer cené sola en mi habitación porque la
enfermera me dijo que el señor Lykaios estaba encerrado en su despacho y
no quería que le molestaran.
Entendí eso como mantener las distancias y, como buena chica,
obedecí.
Pero hoy he decidido que no me quedaré más en la suite. Si mi
presencia le molesta, ¿por qué me ha traído aquí? Quizá él no quiera hablar,
pero yo sí.
Esta mañana me encuentro mejor y ya no me duele la mano
quemada. El problema es si me golpeo el dorso por accidente. Entonces sí,
arde como el demonio.
Junto con la enfermera, hay un médico en el primer piso de la casa.
Pero ayer dijo que, como no necesito más vigilancia estrecha, con Beth me
basta. Por lo visto, los hospitales necesitan toda la ayuda profesional
posible, ya que el virus sigue propagándose.
Esta mañana volví a llamar a mi madre y le pregunté por la
desaparición de Mike.
Ella tampoco sabía nada. Cuando intentó ponerse en contacto con su
madre, su antigua amiga, nadie contestó. O mejor dicho, contestó, pero dijo
que no quería hablar con nadie de nuestra familia.
La policía debió de buscarla, claro. Es la única razón por la que
podría estar enfadada, ya que sólo la he visto una vez. Ni siquiera asistió a
mi boda en el registro civil.
Sólo hoy sale a la luz el recuerdo de lo que ocurrió aquella noche
del incendio.
Probablemente Mike se volvió loco. ¿Me odia tanto que está
dispuesto a destruir su propia vida solo para vengarse de que lo dejé?
Nunca me he considerado una persona violenta, pero él no debería
sentirse seguro si aparece y yo tengo una pistola en la mano.
Camino hacia la puerta del dormitorio, contenta de que mis piernas
estén más firmes ahora. Me propongo dar una vuelta por el enorme jardín
de la casa. Me he puesto uno de los vestidos que hay en el armario y me
sorprende que sea exactamente de mi talla.
Dios, él pensó en todo.
¿Por qué cuidar de mí si ahora que estamos juntos parece querer
mantenerse lo más alejado posible?
Sacudo la cabeza, confundida. No tengo ni idea de lo que significan
esos mensajes contradictorios que me envía.
Apenas había salido del dormitorio cuando suena mi teléfono. Lo
dejé en la mesilla de noche, así que regreso a recogerlo.
—¿Diga?
—¿Zoe Turner?
—Sí. ¿Quién habla?
—Me llamo Nick Irving. Soy detective de la policía y amigo de Bia
Ramos.
Capítulo Treinta y Cuatro
Oh, ¡el follamigo!, pienso.
Siento cómo me arden las mejillas.
—Sí, ahora sé quién eres. Si llamas para saber algo de Bia…
—No, ya he conseguido verla. Soy de la policía de Miami, pero
cuando me enteré de lo ocurrido, volé a Boston.
—¿Y te dejaron entrar?
—Utilicé métodos persuasivos—responde de manera críptica.
—Estoy muy preocupada por ella, señor Irving.
—Lo peor ya ha pasado, señorita…
—Puedes llamarme Zoe.
—Vale. Puedes llamarme Nick. Los médicos me han dicho que
ahora está en coma inducido, Zoe.—me siento en la cama, dando gracias a
Dios en mis pensamientos—No había ningún traumatismo grave. Su
cerebro ya ni siquiera está inflamado.
—¡Oh, Dios! —gimo, pero me arrepiento dos segundos después—
Lo siento, es que soy muy susceptible con las hospitalizaciones, sobre todo
cuando implican a seres queridos. Bia es mi mejor amiga.
—Ella también habla muy bien de ti.
—Muchas gracias por llamarme, Nick. Estaba agonizando al no
tener noticias de ella.
—Me alegra saber que te sientes más tranquila, pero no te he
llamado por eso.
—¿No?
—No. Bia me pidió que investigara un acuerdo económico por un
accidente. Al parecer, la parte indemnizada alegaba que no había recibido
suficiente para el tratamiento de la víctima, en este caso, una niña llamada
Pauline Lambert. ¿Te suena?
—Sí.
—El acuerdo era por un millón de dólares.
—¿Qué? Eso no es posible. Siempre fueron muy pobres.
Ernestine… la madre de Pauline aún vive de manera precaria.
—Sí, lo sé. Soy detective, Zoe, casi como un perro rastreador. En
cuanto siento que algo no va bien, no paro hasta saberlo todo. Sé cómo
vivían ella y su hija, y hay una razón para ello. La madre de tu amiga
entregó todo el dinero que consiguió a un novio para que lo invirtiera, pero
el tipo desapareció, dejándolas sin nada.
—¡Por Dios! ¿Por qué ella haría algo así?
—Si quieres mi sincera opinión, nunca tuvo intención de utilizar ese
dinero para el tratamiento de su hija. Pensó que la indemnización era una
especie de billete de lotería. Y hay más: la familia Lykaios ni siquiera
estaba obligada a dar dinero. El accidente no fue culpa suya. Fue el novio
de Ernestine quien iba drogado y conducía el vehículo en el que iba tu
amiga. Ésa fue la causa del accidente. Murió en el acto. Incluso la persona
que Bia me pidió que investigara, Christos, también resultó herida. Se
rompió una pierna y lo hospitalizaron cuando pensaron que tenía una
conmoción cerebral.
Siento que se me revuelve el estómago. Después de volver a verle,
ya sospechaba que Christos no era la clase de persona que Ernestine me
había pintado. La historia no ocurrió como ella había dicho, pero no me
imaginaba que fuera algo tan sórdido.
—Ni siquiera sé qué decir. Si su novio murió, ¿quién se quedó con
el dinero, entonces?
—Otro. Por lo visto, la mujer tiene mal gusto para los hombres. No
sé lo que este hombre, Christos, significa para ti, querida, pero si tienes
alguna duda sobre su carácter, puedes irte y vivir tu felicidad en paz. Hizo
por tu amiga mucho más de lo necesario. Algunos dicen que no tenía
ninguna obligación.
—Si él no tenía la culpa, ¿por qué ofreció el trato?
—Supongo que, en primer lugar, porque tanto él como sus padres
son personas honorables y tienen suficiente dinero ahorrado para mantener
a varias generaciones. Además, aunque no tuvieran la culpa, no sería
bueno para los Lykaios que su nombre se relacionara con un accidente. En
cualquier caso, hicieron mucho más de lo que debían. Si tu amiga pasó la
vida después del accidente con carencias, la única culpable de ello fue su
madre.
—Gracias de nuevo, Nick. No sabes cuánto me has ayudado.
—Puedes devolverme el favor manteniéndome informado del estado
de Bia. No es frecuente que pueda desplazarme y dejarlo todo aquí en
Florida, así que no sé cuándo podré volver a verla.
—No te preocupes por eso. En cuanto sepa algo, te llamaré. ¿Es este
tu número?
—Sí. Bueno, tengo que irme. Cuídate, Zoe.
—Tú también.
—Sólo una cosa más. Cuando la poli encuentre a tu… a tu
exmarido, ¿no?
—Sí.
—Cuando la poli lo encuentre, pienso vigilarlo de cerca y
asegurarme de que no vuelva a ver la luz del sol.
Tras haber colgado el teléfono, no puedo levantarme de la cama.
Hay tanta información que procesar, sobre todo en relación con el
sufrimiento de Pauline.
¡Un millón de dólares!
Dinero más que suficiente para que mi amiga disfrutara
cómodamente de su vida.
Sin embargo, hay algo mucho más grave que debo corregir.
Christos.
Le juzgué y le condené sin darle siquiera la oportunidad de
defenderse.
Cuando le pregunté si el dinero que me dejó en Barcelona era un
pago por nuestra noche juntos, me dijo que no lo ofendiera diciendo algo
así. Y ahora, con la llamada de Nick, me doy cuenta de que desperdicié dos
años de nuestras vidas, triste y culpándole de algo que no hizo.
No hay garantías de que ahora siguiéramos juntos, por supuesto,
pero al menos habríamos disfrutado de aquel verano.
Salgo del dormitorio, decidida a aclarar nuestra historia de una vez
por todas.
Quiero una segunda oportunidad para los dos, y haré todo lo posible
por conseguirla.
La puerta del despacho está cerrada, como de costumbre, pero oigo
música dentro.
Un saxofón.
Él mencionó una vez, en nuestra única cita en España, que tocaba el
instrumento, normalmente cuando estaba estresado.
La suave melodía se apodera de la casa, calmando el latido ansioso
de mi corazón. En una especie de trance, camino hacia el sonido. Es casi
como una llamada.
La música se hace más fuerte a medida que me acerco. No sé si
quiere verme, pero hemos pasado demasiado tiempo separados. Siento
hambre de él después de lo que he descubierto hoy, libre de culpas.
Me miro los pies, armándome de valor para tocar el pomo de la
puerta. Respiro hondo y abro lentamente la puerta.
Levanto la cabeza y está tocando de espaldas a mí, aparentemente
perdido en su propio mundo. Me siento como una intrusa y me doy la vuelta
para marcharme.
—No te vayas.
En mi cabeza, es como una repetición de cuando nos conocimos,
como si la vida nos permitiera empezar de nuevo.
—Siento haberte interrumpido.—le digo, viéndole colocar el
saxofón encima de un sillón—No, es mentira. No me arrepiento de haber
venido. He estado alejada durante mucho tiempo, Christos. Te deseo.
Capítulo Treinta y Cinco
He esperado este momento durante mucho tiempo.
El instante en que volvería a hacerla mía.
Sé que, a pesar de lo que ha dicho, está nerviosa, pero también
excitada. Sus ojos brillan y sus mejillas adquieren un vivo tono rosado.
Me acerco, abrumado por su belleza.
—Eres perfecta.
Zoe niega con la cabeza y levanta su mano quemada.
—Ya no.
—Siempre serás perfecta para mí.
—No suelo creer en los cumplidos. La gente parece decir lo que
queremos oír, pero me siento hermosa a tu lado.
Estamos tan cerca que casi nos tocamos.
—Has dicho que me deseas. Pruébame.
—No sé cómo seducir a nadie.
—Sólo respira, Zoe. Un solo aliento tuyo me vuelve loco.
Ella acerca nuestros cuerpos y cierra los ojos durante unos
segundos.
—Como la última vez.
—¿Qué?
—El mismo cosquilleo. Los escalofríos. Estar cerca de ti es como
poder tocar el sol, Christos.
No puedo resistir mover mis labios por la suave y femenina piel de
su rostro. Su fragancia me embriaga.
Ella coloca su mano sobre mi pecho y, al igual que yo, respira mi
aroma. En ese momento, somos dos animales, macho y hembra,
reconociendo a su pareja.
Una mano sana se acerca a mi cara.
—Lo recuerdo todo de aquella noche. Quería olvidarlo, pero no
pude.—ella me dice.
—No dejaré que lo olvides. Esta vez, voy a marcarte tan
profundamente que no podrás marcharte.
Tomo su boca en un beso necesitado, aún más urgente que el que
compartimos en mi despacho.
Lamo y chupo.
Es un contacto erótico, licencioso, inmoral.
Pronto, los besos ya no son suficientes; quiero sentir su piel.
Deseo ver y tocar sus senos, su coño, su culo. Quiero saborearla con
mi lengua y mis dientes. Quiero oír sus gemidos y sus gritos pidiendo más.
La levanto en brazos y subo a la habitación donde me alojo.
Después de acostarla, doy un paso atrás, mis ojos devoran su cuerpo
sexy, cubierto por un vestido ligero.
No parece dispuesta a esperar, así que se acerca a mí. Me muerde la
barbilla y pasa un dedo por el cuello de mi camisa. Abre un botón, besa la
piel que hay allí y vuelve a morderme.
Tengo la polla dura como el acero y me cuesta dejarla explorar.
—Te he echado mucho de menos.—me dice.
Desinhibida, abre el resto de los botones. Pero como lo hace con una
sola mano, tarda, así que aprovecho para mirarla.
—Mírame, Zoe.
—Soñaba con tocarte.—dice.
Finalmente, se deshace de la camiseta.
—Hoy no puedo permitírmelo. No puedo tomarme las cosas con
calma ni esperar. Me muero por sentir ese coño apretado cobijándome.
Paso un dedo por el escote de su vestido y recorro con la lengua el
valle de sus pechos.
—Oh...
—Demasiada tela.—tiro de la prenda por encima de su cabeza, y
ella levanta los brazos para ayudarme.
Está solo en ropa interior, y sus pezones puntiagudos suplican mi
lengua. Me inclino y cojo uno entre los labios.
—Ahhhhhhhhhh...
Chupo más fuerte, dejando que mis dientes la rocen, y ella se inclina
contra mí.
—Cama. No quiero hacerte daño.—la siento en el borde, con las
piernas abiertas. Le quito las bragas y respiro su olor a mujer.
Ella grita al contacto de mi barba incipiente sobre su sensible
clítoris, que emerge entre sus labios carnosos y excitados.
—Quiero que esta miel me corra por la barbilla.
Separo sus muslos y lamo su coño.
Chupo su clítoris y la preparo para mí, mientras mi dedo corazón
juega en su húmedo calor.
Ella intenta retroceder, inquieta y ansiosa. Sé que está a punto de
correrse. Es deliciosa y sensible.
Un poco más tarde, me hace saber que se está corriendo, pero
incluso cuando su placer llena mi boca, no me detengo.
No es una elección. No puedo parar. Su sabor es el mejor manjar del
mundo.
Tengo que obligarme a levantarme y quitarme el resto de la ropa.
Zoe sigue rendida a su propio clímax, un poco desconectada del mundo.
Como la primera vez que hicimos el amor, un deseo visceral me
impulsa a poseerla una y otra vez.
Abre los ojos y su mirada sobre mi cuerpo desnudo no me facilita
contenerme.
—No quiero usar preservativo. Estoy limpio.
—Yo también, pero no tomo la píldora. No había motivo para
hacerlo.
—Tendré cuidado, pero quiero sentir tu carne húmeda alrededor de
mi polla. Quiero que sientas cada vena abriéndose.
—Me vas a matar si sigues diciendo estas cosas.
Me muevo entre sus piernas, abriéndolas de par en par. Le lamo el
clítoris una vez más porque no puedo resistirme, pero tampoco puedo
esperar para estar dentro de ella.
—Me muero por sentirte dentro de mí.
Rozo con mi polla su punto de placer y ella gime.
—Por favor.
Le meto solo la cabeza y, al ver cómo mi erección separa su carne
rosada, me hundo completamente en ella.
Ambos gritamos. Mi cuerpo está tenso mientras avanzo lentamente
para volver a entrar en sus estrechas paredes.
Empujo con fuerza y ella levanta las caderas, toda hembra, caliente,
necesitada.
Zoe arde debajo de mí, febril, suplicante, chupándome los pezones,
ordenándome que vaya más fuerte.
Me retiene dentro de ella, no solo físicamente.
Fue así desde el principio. Yo estaba dentro de ella; siempre he
estado dentro de ella.
Me concentro en nuestros cuerpos, ya que no puedo nombrar lo que
somos ni lo que sentimos.
Empujo con más fuerza y siento cómo se estira para acomodarse a
mí. Está tan caliente, y sus músculos palpitando a mi alrededor me están
robando la cordura.
—Estoy loco por ti, Zoe.—digo, empujando con más fuerza—No he
estado con nadie más desde que te fuiste porque nadie más me satisfaría.
Solo quiero ese coño, tus gemidos excitantes y esa cara preciosa.
Mis palabras parecen provocarle algo. Se vuelve loca y me rodea la
cintura con las piernas, tirando de mí para que la follemos más fuerte.
Acelero mis embestidas y ella me pide más.
La sensación de nuestros cuerpos uniéndose es increíblemente
erótica y me lleva a un estado de locura aún mayor.
La follo profunda y rápidamente, y ella aúlla, corriéndose en
constantes espasmos.
Ella aprieta y suelta mi polla dentro de su cuerpo, provocándome
alucinaciones y haciéndome entrar en un estado fuera de control, lamiendo
dondequiera que mi lengua alcanza, necesitando cada pedazo de ella.
Bombeo dentro de ella unas cuantas veces más sin freno. Quería
prolongar esta deliciosa tortura hasta el infinito, pero cuando mi polla se
hace aún más gruesa y pesada, deseando derramarse dentro de ella, sé que
he llegado a mi límite.
Masajeo su clítoris, deseando arrastrarla conmigo.
—Ven.—susurro, mordisqueándole el lóbulo de la oreja, y ella lo
hace, gritando mi nombre.
Salgo de ella y me arrodillo entre sus piernas. Bombeo mi mano
alrededor de mi polla y entonces mi orgasmo golpea con la fuerza de un
galope salvaje.
Miro mi semen, salpicado sobre sus pechos y su vientre.
Bajo sobre su cuerpo, apoyándome en los codos. Ella separa más los
muslos para darme cabida.
—Eres mía, Zoe.
—Nunca lo he dudado, Christos. Desde aquella primera noche,
siempre has sido tú. Te amo.
Capítulo Treinta y Seis
Al día siguiente, por la mañana
—Háblame de ti. Esto que hay entre nosotros es una locura. Siento
como si te conociera profundamente, pero al mismo tiempo, tengo la
impresión de que no sé nada. En España, no me diste mucha información
sobre ti.
—¿Por qué te fuiste? Sé que lo que pasó entre nosotros fue igual de
intenso para ti.
—¿Cómo no iba a serlo? Tú fuiste el primero.—ella aparta la mirada
—Mi único.
—¿Qué?
—No quiero entrar en detalles ahora, pero Mike y yo... Nunca
hemos... Por favor, no lo estropeemos todo metiéndolo a él en esto. Basta
con decir que mi matrimonio nunca se consumó.
Quiero que me cuente más, pero decido dejarlo pasar. Sin embargo,
no sería yo si no investigara lo que necesito saber.
—Hablaré de mí, pero si vamos a empezar de nuevo, necesito
entender por qué te fuiste, Zoe. Así es como funciona mi mente:
organizando una habitación antes de entrar en otra.
—Necesito vestirme. Es un tema serio, y no quiero hablar de ello
desnuda.
Extiendo la mano y enciendo la lámpara.
Ella sostiene la sábana contra su cuerpo mientras se levanta, y la
miro fijamente. Ambos sabemos que, después de esta noche, conozco cada
rincón de su cuerpo, cada curva, porque he estudiado a mi diosa.
Con una mezcla de vergüenza y desafío en sus ojos, deja caer la tela,
permitiéndome admirarla.
Mi polla reacciona.
—¿Estás provocándome?
—No.—responde, pero sé que miente, porque sus pezones están
duros.
—¿Quieres hablar o prefieres follar?
—Dijiste que querías aclarar...
—El pasado puede esperar un poco más.—me levanto, y su garganta
se mueve al notar mi excitación.
Muevo la mano sobre mí polla, y ella sigue atentamente cada
movimiento.
—Arrodíllate, Zoe. Quiero follar tu boca.
Obediente, hace lo que le digo. Pero me sorprende cuando, tras
lamer la cabeza de mi miembro, se lo introduce hasta el fondo.
La calidez de su lengua, su boca suave y hambrienta, me hace temer
no poder soportarlo.
Nunca dejo que otros lleven las riendas del sexo, pero verla tan
valiente, tomando la iniciativa, me vuelve loco.
Empujo mis caderas hacia adelante, y ella jadea, pero pronto le toma
el ritmo.
—Así, sin más. Cógeme entero, Zoe. Chúpame muy bien.
Le acaricio la cara, observando cómo mi mujer desnuda se traga mi
polla. Le pellizco un pezón, y ella aumenta la intensidad de su succión.
Estoy al borde.
—Voy a correrme. Relaja la garganta. Quiero ver cómo me bebes,
amor. Trágatelo todo.
Sujeto su rostro y profundizo más. Una, dos, tres veces, antes de
derramarme en el calor de su boca.
Cierro los ojos un instante; la intensidad del orgasmo me deja fuera
de órbita.
Me agacho y la levanto, colocándola en mi regazo.
—Ya no irás a ninguna parte, mi Zoe. Nunca debiste irte.

Dos días después


El día ya ha amanecido, y me doy cuenta de que fuimos bastante
optimistas al pensar que podríamos mantener una conversación seria en
nuestras primeras cuarenta y ocho horas juntos.
No hemos salido de la habitación más que para comer. Aproveché
para despedir a la enfermera, pues el médico ya se había marchado.
Zoe salió de nuestra habitación para despedirse de ella, y la timidez
al pensar en lo que podría pensar Beth me hizo ver lo joven que sigue
siendo.
Ahora, con la casa solo para nosotros, preparo un poco de pasta
mientras ella me observa desde un taburete junto a la isla de la cocina.
—Dime por qué te fuiste. El tema serio del que dijiste que
hablaríamos.
—No fue por el dinero que dejaste en el sobre, aunque se me pasó
por la cabeza... De todas formas...
—Nunca ofendería así a una mujer.
—Ahora lo sé, pero hacía muy poco tiempo que te conocía. Para ser
sincera, aún no te conozco.—se aparta un mechón de pelo de la cara—Lo
que intento decir es que, sí, me sentí ofendida por el dinero, pero me habría
marchado de todos modos después de lo que descubrí.
—Aclarémoslo. Iba a comprar esa flota de todos modos, lo que me
convertía, en cierto modo, en tu empleador. No cobraste por el tiempo que
trabajaste allí. Estabas en un país extranjero, después de toda la mierda que
habías pasado, y sin dinero. No quería que te quedaras conmigo porque
tuvieras que hacerlo, sino porque así lo decidiste. Ese dinero, a pesar de ser
más de lo establecido en tu contrato, era una seguridad para ti.
—Acabé utilizándolo de todos modos.—dice ella, con las mejillas
enrojecidas—No habría podido irme si no lo hubiera hecho. Pero no estoy
segura de haber entendido lo que dijiste.
—Dijiste que no me conocías bien, Zoe. Lo contrario también es
cierto. Me imaginaba que todo lo que pasaba entre nosotros era mutuo, pero
podía llegar un momento en que quisieras irte, y eras demasiado tímida para
hablar conmigo.
—Ya que aclaras algunos puntos, permíteme que lo haga yo
también, Christos. Yo era muy joven...
—Aún lo eres.
—Sí, pero sabía lo que quería cuando acepté estar contigo. Nunca
dejaría que un hombre me tocara contra mi voluntad. Nunca se me pasó por
la cabeza que el dinero fuera una seguridad para mí. Nunca he tenido un
novio serio. Y como he dicho antes, eso no fue lo que me hizo marcharme,
sino un error de juicio.
Dejo caer el cuchillo que utilizaba para cortar los tomates y me
acerco a ella. No me sorprendo fácilmente.
—¿Me juzgaste mal?
—Te presentaste como Xander Megalos. Aquella mañana, cuando te
llamé Xander ante tu criada, ella me corrigió, diciendo que te hacías llamar
Christos Lykaios. Había oído tu nombre muchas veces en una de las casas
de acogida en las que viví. Pasé por varias, como te dije, pero en una en
concreto había una niña. Era tetrapléjica tras un grave accidente de coche.
Se llamaba Pauline Lambert.
El hielo se extiende por mi pecho. Sé de quién está hablando.
¿Cómo podría olvidarla?
Las lágrimas corren por sus mejillas, y quiero consolarla, pero no sé
si eso es lo que desea.
—Su madre, Ernestine, te pintó como el mismísimo diablo. El
responsable del accidente estaba drogado....
—¿Qué?
—Déjame terminar, por favor. Ella repetía todos los días que, por tu
culpa, mi mejor amiga, mi única amiga en aquella época, no podía andar ni
sentarse, entre otras cosas horribles que no quiero recordar. Por aquel
entonces, hacía poco que había perdido a mi madre. Ya era el tercer hogar
temporal en el que me quedaba, y Pauline y yo creamos un vínculo muy
fuerte. Corría en círculos sin querer, me quedaba un rato bajo la lluvia y
saltaba sobre un pie solo porque ella no podía hacer nada de eso. Por ella
me hice modelo. Ese era su sueño, la última petición que me hizo cuando
salí de su casa. ¿Recuerdas el día que nos conocimos?
—Estabas tomando fotos.
—Sí, con una muñequita en la mano que la simbolizaba. La amaba
con todo mi corazón. A cambio, te odiaba a ti, el hombre que le hizo daño a
mi amiga. Pero incluso cuando me enteré de tu verdadero nombre, no quise
creerlo, así que fui a casa de Ernestine. Ella me repitió toda la historia que
me había contado cuando Pauline murió.
—¿Murió?
—Sí, muy joven. Justo después de que Macy me adoptara.
Me paso las manos por la cara.
Madre mía. Nunca habría imaginado algo así.
Me dirijo a la estufa para apagarla.
—Si estás aquí conmigo, supongo que ya sabes toda la verdad.
—Lo sé, y por eso tomé una decisión, Christos. Cuando nos
juntamos por primera vez y descubrí quién eras, pensé que el destino se
burlaba de mí. Ahora pienso de otro modo. Creo que nos conocimos porque
así debía ser. No te pido nada porque aún no soy completamente libre, pero
esta vez no me iré. Si esto entre nosotros se acaba, serás tú quien tenga que
despedirse de mí.
Capítulo Treinta y Siete
Horas Después
Sus palabras siguen martilleándome la cabeza.
Si esto entre nosotros termina, serás tú quien tenga que despedirse
de mí.
Destino. Elecciones.
¿Dejar todo en manos del destino?
No, eso ya lo hemos superado.
Decisiones. Ése es el punto central ahora.
Caminamos por senderos separados, luego por el mundo, hasta que,
al final, nos encontramos donde estábamos hace dos años. Esta vez,
esperemos, con un resultado diferente.
—Soy griego, como ya sabes.—empiezo a ofrecerle lo que me ha
pedido.
Zoe tiene razón; cuando nos conocimos, en mi arrogancia, no
compartí nada sobre mí porque pensé que tendríamos tiempo para eso más
tarde. Así que continúo:
—Soy hijo único. Mis padres llevan casados más de cuarenta años y
se trasladaron a Estados Unidos cuando yo sólo tenía tres. He trabajado
buena parte de mi vida entre Londres, Nueva York y California.
—Me encanta California.
—Creía que tu sueño era ser granjera.
Ella levanta la cabeza de mi pecho.
—¿Lo recuerdas?
—Sí que me acuerdo.
Parece avergonzada y cambia de tema.
—¿En qué parte de California?
—¿Te refieres a mi casa?
—Sí.
—La principal está en Sausalito, cerca de San Francisco, pero
también tengo otros lugares en el país: Nueva York, Chicago... Mi trabajo
exige viajar mucho, y no me gustan los hoteles.
Eso es algo que Beau y yo tenemos en común; ambos poseemos
propiedades por todo el país, así que no tenemos que alojarnos en hoteles.
—Lo comprendo. Ellos son muy impersonales.—sonríe—Siempre
echo de menos mi almohada.
—¿Tu almohada? —solo ahora me doy cuenta de que tengo sed de
saber cada pequeña cosa sobre ella. Ningún periódico ni ninguna
investigación podrían haberme dado lo que forma parte de su mundo
secreto.
Sonríe de nuevo y asiente.
—Sí. Tengo una con forma de bumerán y no puedo dormir bien sin
ella. ¿En qué otros campos trabajas además de la moda?
—Tendría que buscar mi cuaderno. A veces incluso me pierdo.
Tengo varias empresas, pero la mayoría están relacionadas con la moda.
—¿Añadiste la cláusula de exclusividad porque querías que
volviera?—pregunta a quemarropa.
—No sé perdonar a la gente, Zoe. Para ser franco, me dije a mí
mismo que te quería cerca, pero no me di una verdadera razón.
—¿Para vengarte?
—Tal vez.
—Cuando nos conocimos, hace dos años, no sabía lo que querías de
mí. Te deseaba, pero pensaba que era imposible que un hombre como tú
estuviera con una chica inexperta y poco sofisticada como yo. Me
encandilaste, Christos, y me deprimí mucho cuando pensé que habías sido
tú quien había hecho daño a mi amiga.
—Yo no tuve la culpa del accidente, Zoe, pero tampoco soy un
santo.
—¿Qué significa eso?
—Que iré al infierno, pero encontraré a Mike Howard. Y entonces le
castigaré por lo que te hizo.
—¿Castigarle de qué manera?
—No quieres saberlo, baby. Solo recuerda una cosa: nunca olvido ni
perdono.
—Me perdonaste.
—No tenía nada que perdonar. Lo que ocurrió fue un malentendido.
Hiciste mal en marcharte sin preguntarme antes mi versión de los hechos,
pero, como dijo tu madre cuando hablamos, eras demasiado joven. Yo no
tengo esa excusa. Culpo a mi orgullo griego de no haber ido nunca a por ti.
—Mi matrimonio fue un error.
—¿Porque no le querías?
—Eso también, pero sobre todo porque nunca me olvidé de ti. Y me
odié por ello. Aunque pensaba que eras el culpable del accidente de Pauline,
te quería.
—¿Entonces por qué te casaste? Quiero decir, salir, lo entiendo,
pero el matrimonio es un paso muy definitivo.
—También podría culpar de ello a mi juventud, pero ocurrió hace
menos de un año, así que no es una buena excusa. La verdad es que era
vulnerable.—mueve la cabeza de un lado a otro—Si fuera al revés, me
rompería el corazón.
—¿Qué?
—Verte casado con otra mujer.
—¿Por qué?
—Porque sabía que yo me casé por las razones equivocadas, pero tú
no. Eso no forma parte de lo que eres, Christos. El día que te cases con una
mujer, creo que será tuya para siempre.
—Sí, es verdad.—al igual que mis padres, sé que cuando me decida
por una mujer, será la única para mí.
—Mike y yo... nunca hemos intimado.
—¿Porque era promiscuo?
—¿Cómo lo sabes?
—Ya te lo he dicho, Zoe. No soy un santo. Le investigué un poco
cuando me enteré de que te habías casado con él, pero cuando vi tu cara
aquel día, la forma en que el cabrón te había hecho daño, pedí una
investigación más profunda.
—Él no solo era promiscuo; era mucho peor. Nuestra relación nunca
se basó en la atracción física. No intercambiamos más de media docena de
besos en el mes anterior a la boda, que era también todo el tiempo que
llevábamos conociéndonos. De todos modos, apenas había firmado mi
nombre en el registro civil cuando supe que había cometido un error, pero
solo comprendí la magnitud de ese error cuando, en nuestra noche de bodas,
me dijo que solo se contentaría con la práctica de sexo grupal. Me
avergüenza contarte el resto. Es tan pervertido.
—No es necesario. Lo sé todo.
—Fui muy estúpida al involucrarme con él, y mi familia casi paga el
precio por ello. Bia podría haber muerto.
—Ingenua, precipitada, sí. No tonta. Era amigo de tu familia.
—Sí, es verdad.
—Hay algo que tengo que decirte. Te dije que investigué a Howard,
pero lo que no te mencioné es que acabé con su carrera en la universidad. El
mismo día que te fuiste de Nueva York, justo después de descubrir que te
había agredido, destruí su vida profesional.
Parece sorprendida, pero no escandalizada.
—¿A eso te referías con castigarle?
—No, eso es lo que hice porque se atrevió a hacerte daño. Por
intentar matarte, no hay perdón.
—Si dijera que esta faceta tuya no me asusta, estaría mintiendo.
—Pero es quien soy, Zoe. Para bien o para mal.
—Y, aun así, por implacable que fueras, me querías de vuelta.
—No es algo que pueda controlar.
—¿Y lo harías si pudieras?
—No lo sé. Esto que hay entre nosotros nunca lo había
experimentado antes. Nunca he sentido celos de una mujer, nunca he
considerado a nadie como mío. Pero me puse furioso cuando me enteré de
tu boda. No te habría contratado si hubiera sabido que estabas casada.
—¿Soy una persona horrible si digo que me alegro de que no te
enteraras hasta que cerramos el trato? De lo contrario, no creo que
hubiéramos vuelto a intimar.
—No me lo creo. La vida siempre encuentra la manera de alinear las
piezas en el tablero. Nuestra partida no había terminado. Apenas
empezamos, y pronto abandonaste la partida.
—¿Y cuánto más crees que tardaremos en llegar al final? Incluso
esta sensación, esta locura que se apodera de mi cuerpo cuando me tocas,
que me hace olvidar mi propio nombre... ¿acabará?
—Quizá nunca.
Espero que nunca.
Pero ella aún no está preparada para oírlo.
Capítulo Treinta y Ocho
Una semana después
—Mamá, no puedes salir de casa.
Dios mío, hago todo lo posible por no perder los nervios, pero juro
por Dios que me saca de quicio con su actitud despreocupada. He perdido la
cuenta de cuántas veces me ha repetido en los últimos días que no va a
renunciar a los pocos años que le quedan —lo cual me parece una
exageración, considerando que las mujeres de su familia han vivido más de
cien años— encerrada en casa.
Cualquiera diría que están en un pequeño estudio, no en una
mansión de nueve habitaciones.
—Christos, no estoy diciendo que vaya a dar un paseo por la
ciudad, pero no sabemos cuánto durará esta situación. Tenemos que
encontrar la forma de vernos.
—La forma más segura de hacerlo es si conduzco hasta allí para
verte.
—Son siete horas de viaje.
—Mamá, aunque yo tengo un avión privado, hay auxiliares de vuelo
que están en contacto con otras personas. No me arriesgaré a contaminarte.
Me paso una mano por el pelo, frustrado. Estoy muy unido a mis
padres. Aunque el trabajo no nos permite reunirnos con regularidad, los
visitamos siempre que podemos, incluso en mi isla de Grecia.
—Quiero verte. Nunca me hablaste de tus novias anteriores, pero
has mencionado a Zoe cinco veces en los últimos minutos.
¿Ah, sí? Ni siquiera me había dado cuenta.
—Hablaré con ella, pero podría presentártela a través de una
videollamada.
—Nada es tan reconfortante como un abrazo. Te conozco, hijo. Has
estado cambiando de pareja durante más tiempo del que me gustaría, y si
ahora dices que esta chica es tuya, es porque hay más en juego que solo
cuidar de una modelo que acaba de firmar un contrato con una de tus
empresas y que por desgracia tuvo un accidente grave.
No le he contado que conocí a Zoe hace años, porque no estoy en
posición de compartir esta historia. Sin embargo, mi madre no es ingenua.
Sabe que el hecho de que Zoe se quede conmigo durante esta cuarentena
hace de ella una persona importante para mí.
—Tienes razón. Ese no es el motivo por el que le pedí que se
quedara conmigo; es porque lo que tenemos es especial.—simplifico y
cambio de tema—Nos mantendremos en contacto y seguiremos las noticias.
Creo que la mejor solución sería que yo condujera hasta allí.
—Será todo un acontecimiento. Con la cantidad de guardaespaldas
que te siguen, el viaje parecerá una caravana.
Charlamos unos minutos más hasta que dice que mi padre la está
esperando para dar un paseo por la propiedad. Ellos intentan mantenerse en
forma, incluso durante la cuarentena, y esas caminatas han sido el único
ejercicio que han estado haciendo.
Gracias a Dios, la casa en la que estoy tiene gimnasio. Tengo
demasiada energía reprimida en mi cuerpo. Incluso con los maratones de
sexo de los últimos días, sigo sintiéndome agitado gran parte del tiempo.
Reflexiono sobre lo que dijo mi madre respecto a que nunca había
tenido a una mujer tan cerca de mí. No es que tuviera en mente la idea de
una relación perfecta; es que nunca había conocido a nadie especial antes de
Zoe, y eso me hacía desear algo más permanente.
La relación de mis padres se basa en la compatibilidad, ese tipo de
amor que el mundo sabe que es para siempre. Un amor que nunca pensé que
tendría. Pero ahora que Zoe y yo hemos dejado por fin de resistirnos el uno
al otro, me pregunto si no lo encontré hace dos años.
Soy escéptico por naturaleza. Creo en la lujuria, en la atracción
física, y de algún modo, siempre la he separado del amor. A simple vista,
mis padres parecían más amigos que amantes, pero quizás yo solo estaba
abordando la cuestión de forma equivocada.
Cuando imaginaba mi futuro, pensaba que acabaría mis días con
alguien que, más o menos, siguiera el modelo familiar que presencié
mientras crecía. Ahora, sin embargo, empiezo a comprender que el amor no
tiene un molde en el que deba encajar una relación, sino que la historia de
cada pareja es lo que da forma al amor, haciéndolo único para ellos.
Como si adivinara que está en mis pensamientos, Zoe llama a la
puerta y, sin esperar respuesta, entra.
Zoe ha cambiado. Está más segura de lo que quiere y, aunque la
timidez es una parte importante de su naturaleza, ya no agacha la cabeza
ante la vida.
—No sé si estás trabajando, y no quería interrumpir, pero acabo de
recibir una llamada del hospital. Bia está despierta.
—Estupendas noticias.—digo, tendiéndole la mano. He montado un
despacho muy parecido a los que tengo en otros países.
Ella se acerca a la mesa, vacilante. No creo que sea tímida. No
puede serlo, no después de lo que hemos hecho en la última semana. Puedo
decir con certeza que nunca he conocido el cuerpo de una mujer como
conozco el suyo ahora.
Zoe es salvaje en la cama. Cada vez me muestra más lo que le gusta,
y yo me empeño en averiguar todas sus necesidades, en aprender lo que la
hace gemir pidiendo más o gritar de lujuria.
Mi cuerpo reacciona a los recuerdos de lo que hemos hecho en los
últimos días, y ella lo nota cuando la tiro suavemente para que se siente en
mi regazo.
Me mira y sé que también está excitada. No podemos estar vestidos
el uno cerca del otro mucho tiempo, pero por mucho que quiera sentarla a
mi mesa y desayunarla, no quiero que piense que lo único que quiero de ella
es sexo.
Ya la lie parda en nuestro primer encuentro en Barcelona. Esta vez,
pienso cambiar el guion.
—¿Han dicho cuándo le darán el alta?—pregunto, apartándole el
pelo del cuello y besando el punto exacto donde palpita una vena.
—No puedo concentrarme contigo haciendo eso.—confiesa,
retorciéndose en mi regazo—Es muy agradable.
—Lo siento.—le digo, sin sentirlo en absoluto.
Se gira y se sienta a horcajadas sobre mí.
—Para ser un CEO, es usted un mentiroso terrible, señor Lykaios.
—Eso ya lo sabías. Una vez me acusaste de ser brutalmente honesto.
—Lo prefiero así. Odio a los mentirosos.
Sé que está hablando de su exmarido, pero no quiero seguir por ese
camino ahora mismo. Lo que tenía que decirle sobre ese cabrón ya se lo he
dicho. Ahora, el problema es entre Mike Howard y yo.
—Quiero hablar con Bia por teléfono. ¿Crees que me dejarán?
—Si ha despertado del coma, la habrán trasladado a una habitación
privada, como ordené. Allí seguro que hay un teléfono.
—Me muero por oír su voz, pero también quiero contarle lo que ha
pasado porque debe de estar muy confundida. Tengo que hacerle saber que
nos has proporcionado documentación a todos.
Me reclino un poco en la silla para observarla.
—¿No te molesta que yo siempre lleve la iniciativa en todo?
—Me ayudas, no intentas dominarme. Si fuera así, ya te habría
pedido que te hicieras a un lado.
Joder, ¿por qué todo lo que sale de la boca de mi hechicera tiene que
ser tan excitante?
Me aclaro la garganta, porque he tardado menos de tres minutos en
olvidar que debo contenerme para no tumbarla sobre mi escritorio y tomarla
por detrás. Zoe me pone hambriento y deseoso solo con estar cerca de mí.
No importa cuántas veces practiquemos sexo, mi deseo no se desvanece.
—Mi madre quiere conocerte.
Me mira fijamente.
—¿Qué?
—¿Quieres que la conozca?
No necesito pensarlo.
—Sí, quiero.
—No le mentiré.
—¿Sobre qué?
—Sobre que estoy en trámites de divorcio. Creo que no le gustará
oírlo.
—Mi madre no es así, Zoe. Es griega y puede ser bastante
conservadora, pero sobre todo cree en la felicidad.
—Bueno, creo que tenemos los ingredientes adecuados, entonces,
señor Lykaios. ¿O debería llamarle doctor, como hacen los asistentes?
Le doy una palmada en el culo.
—Descarada.
—Solo contigo.—sonríe.
—¿Por qué tenemos los ingredientes adecuados, Zoe?
—¿Eh?
—Cuando dije que mi madre cree en la felicidad, tú dijiste que
nuestra relación tiene los ingredientes adecuados.
—Solo puedo hablar por mí. Tú me haces feliz, Christos. Si eso es
lo importante, empezamos bien.
Capítulo Treinta y Nueve
Cinco días después
—Zoe, ¿de verdad estamos vivas? Estaba muerta de miedo de que
te hubiera pasado algo. Me desperté aterrorizada. Agradece al señor
Lykaios por designar una enfermera exclusiva para mí; cuando desperté,
me dio toda la información que necesitaba para calmar mi corazón.
No puedo creerlo al escuchar su voz.
—No sabía que había hecho eso.
Christos es increíble. Me dijo que no es un santo, pero yo no creo en
los santos ni en la gente que siempre es buena.
Todos tienen un lado oscuro.
Después de los años que pasé en el orfanato, sé que la vida no es un
camino de rosas. Sin embargo, lo que importa es que él es bueno donde más
se necesita.
Él se dedica a aquellos a los que... ¿ama? ¿Es amor lo que siente por
mí? No me lo dijo cuando se lo confesé el otro día, pero sigue demostrando
que se preocupa por mí con cada acción.
Me siento más unida a él tras nuestro breve tiempo juntos que
durante mi matrimonio con Mike.
Quizá porque, en el fondo, Christos nunca salió de mi cabeza.
Siempre estuvo en mi corazón, a pesar de que luchara contra ello.
La noche que volví a entregarme a él, me confesó que, desde que
nos separamos, no se había acostado con otra mujer. Si fuera otra persona,
no me lo tomaría en serio, pero le creo. Christos no es de los que endulzan
las cosas solo para complacer a quien recibe el mensaje.
Dos años sin tocar a otra mujer porque yo era la única que él quería
tiene que significar algo. Así que he decidido que no necesito que me diga
las palabras exactas. Decir "te quiero" no es tan importante como las
acciones. Creo que, a veces, las acciones significan más que las
declaraciones de amor.
Mike me dijo que me quería antes de casarnos y, como era una tonta
necesitada, le creí. Si puedo sacar algo bueno de nuestra relación tóxica, es
que me ayudó a crecer.
—No sabes cuánto me alivia tener noticias tuyas. He rezado día y
noche. ¿Cómo te encuentras?
—Como si me hubiera atropellado un camión. Me duele todo el
cuerpo, pero el médico cree que es por el tiempo que llevo aquí tumbada.
Un bono maligno por tener más de cuarenta años. Para cuando esté lo
bastante bien como para volver a hacer ejercicio, habré perdido todos los
músculos.
A Bia, a diferencia de mí, que creo que correr es la única actividad
física tolerable, le encanta hacer ejercicio y tiene una impresionante figura
de reloj de arena.
—¿Te duele la cabeza?
—No. Y según los médicos, todo está bien ahí dentro. Lo que me da
miedo ahora mismo es este virus. Quiero salir de aquí lo antes posible, pero
el equipo médico me ha dicho que, además de esperar unos días más en
observación hasta que confirmen que estoy bien para que me den el alta,
tendré que hacerme pruebas para ver si me he infectado.
—¿Te han dado una fecha?
—Me darán el alta oficialmente dentro de tres días, pero no podré
salir del hospital hasta que me den los resultados de las pruebas.
—Cuando los tengas, le pediré a Christos que envíe a alguien a por
ti. Ya he hablado con él. Puedes quedarte aquí con nosotros.
—¿Con nosotros, eh? Me alegra saber que has solucionado las
cosas. Te mereces ser feliz, Zoe.
—Fui una estúpida por no ir antes tras la verdad.
—No, fuiste crédula, lo cual es un defecto en el mundo actual. Pero
ahora ya está todo arreglado, ¿no? Nick me ha llamado y me ha dicho que
han hablado.
—Sí, es muy buena persona. Creo que debería cambiar su estado a
'en una relación seria' en las redes sociales. “Follamigo” no es muy
halagador.
—¿Has dicho una mala palabra, princesa?—se burla ella.
—Puede que las malas costumbres de Christos se me estén pegando.
El hombre tiene una boca tan sucia que te hace parecer una monja. Pero no
cambies de tema. Ahora en serio. ¿Por qué nunca estuvieron juntos de
verdad?
—Porque no nos gustamos de esa manera. Tenemos buen sexo, pero
no soñamos despiertos el uno con el otro fuera de la cama, ¿sabes? Quiero
más, Zoe. No me conformaré con nada que no sea el paquete completo. Ni
siquiera hablo de casarme con velo y todo eso, sino de tener a alguien
que...
—¿Que te haga estremecer?
—Así es. Creo que estoy esperando a que aparezca mi chico malo.
—Ya estás otra vez con ese cuento. Ten cuidado. Creo firmemente
en el dicho: “Cuando deseas algo, todo el universo conspira para que lo
consigas”. Un mafioso se cruzará en tu camino.
—No digas eso. Solo de pensarlo se me acelera el corazón.
Me rio.
—Sí, ahora sé que estás bien de verdad. Sigues siendo la misma loca
de siempre.
—Sí, la misma. Cambiando de tema, tengo que decirte algo. Esa
Ernestine se merece una bofetada. No solo fue una mentirosa que se
interpuso en tu historia de amor, sino que hizo que su hija viviera en la
pobreza dándole todo el dinero a un hombre cualquiera. ¿Cómo pudo ser
tan estúpida? Primero se lio con un hombre que conducía bajo los efectos
del drogas con una niña en el asiento trasero, sin ponerse el cinturón de
seguridad, y luego entregó la indemnización por accidente a un ladrón.
—Cuando todo esto acabe, voy a buscarla. Puede que no sirva de
nada, porque creo que una persona que hace lo que le hizo a su propia hija
no tiene ni pizca de conciencia. Pero al menos le diré todo lo que tengo que
decirle a la cara.
—Estamos hablando sobre todo, y no te he preguntado lo más
importante: ¿Te hiciste daño durante el incendio?
—Tengo la mano llena de cicatrices. Quizá me opere, no porque me
moleste, sino porque podría ser un problema para nuevos trabajos en el
futuro. Ahora, más que nunca, necesito el contrato con Christos. Mis padres
lo perdieron todo, Bia. Ni siquiera queda una fotografía del día de su boda,
nada. La única razón por la que no perdí fotos de mi madre biológica fue
porque, hace poco más de un año, las escaneé. De lo contrario, tendría que
fiarme solo de mis recuerdos.
—Si alguna vez encuentro a Howard, lo mataré con mis propias
manos. Nick me ha dicho que está huyendo.
—Sí, lo está. Y en cuanto a matarle, tendrás que ponerte a la cola.
Lo odio.
—¿Él mostró algún signo de locura antes de esto? No bromeo, Zoe.
Ese hombre no es normal. Lo que hizo, intentar matarnos a todos, destruyó
su carrera.
—Habría ocurrido de todos modos.
—¿Cómo es eso?
—Christos ya había tomado medidas al respecto después de ver mi
cara magullada.
—Te diré una cosa. Antes ya os animaba a los dos, pero ahora
puedo decir, sin ninguna duda, que soy una gran admiradora de tu griego.
—No es mío... todavía.
—Uy. Así se habla, chica. Estoy disfrutando viendo este cambio.
—Estar al borde de la muerte me abrió los ojos, Bia. El hilo de la
vida es muy frágil. Aquel día, cuando salí a comprar helado, pensé que mi
mundo estaba relativamente bajo control. Había firmado un contrato
millonario, me estaba separando de Mike y había vuelto a encontrar a
Christos. Y entonces, menos de media hora después, mi universo había
desaparecido. La casa de mis padres había desaparecido y mi mejor amigo
estaba en coma.
—Entiendo lo que dices. Al menos salió algo bueno de una
situación jodida. Ahora cuéntame tus planes.
—Sus padres quieren conocerme.
—Vaya, entonces va en serio.
—No lo sé. Voy a visitarlos la semana que viene. Antes nos haremos
las pruebas para confirmar que no estamos contaminados. Me encantaría
ver a mi madre, pero su médico no lo permite porque incluso la prueba
puede dar un falso negativo.
—Toda esta situación es una mierda.
—Te despertaste del coma con una lista de palabrotas de la A a la Z,
¿verdad?
—Estoy practicando para volver a la normalidad.
—No me has contestado lo de venir aquí cuando por fin te den el
alta.
—Te lo agradezco de todo corazón, Zoe, pero necesito estar sola
durante un tiempo. En cuanto se abran las fronteras, quiero irme de
vacaciones al Caribe. Pero de momento, voy a quedarme tranquila en mi
apartamento.
—No te presionaré, Bia, pero si cambias de opinión en algún
momento, házmelo saber.
—Por supuesto que lo haré. ¿Alguna novedad sobre la pasarela?
—Yuri, el ayudante de Christos, está planeando hacer un desfile
virtual. Presentaríamos la nueva colección, pero se emitiría en los canales
de sus marcas. Nada in situ.
—Me encanta la idea. Avísame si me necesitas.
—Te quiero, Bia. Cuídate. Espero que podamos vernos pronto.
—Estoy segura de que en cuanto la vacuna esté lista, nuestras vidas
volverán a la normalidad.
Capítulo Cuarenta
El mismo día
Cuelgo la videollamada con Yuri. Hemos pasado más de una hora
discutiendo estrategias para mis marcas durante esta crisis mundial.
La única cuestión pendiente es cancelar los desfiles de moda in situ.
Hemos decidido retransmitirlos en directo, pero hasta que no tengamos
claro cómo se desarrollará la situación de la seguridad sanitaria global, no
quiero multitudes ni contaminación masiva.
La cuarentena no ha afectado en absoluto a mis beneficios. La gente
sigue comprando, aunque si esto continúa, el sector de la moda seguramente
sentirá el impacto. ¿Para qué comprar ropa si no tienes que salir de casa?
Incluso yo, que hace años no me ponía vaqueros entre semana, los he
convertido en una especie de uniforme doméstico, junto con camisas negras
de manga larga.
Eso sí, siempre con los pies descalzos, sin calcetines ni zapatos.
Tengo que admitir que, después de pasar la mayor parte de mi vida
adulta con trajes o americanas, es un alivio poder llevar ropa más informal.
Ni siquiera me di cuenta de cuánto lo echaba de menos hasta que me vi
obligado a quedarme en casa.
Ir más despacio no es mi estilo; al fin y al cabo, soy hijo de mi
padre. El trabajo siempre es lo primero. Pero tener a Zoe conmigo y a una
sola asistenta, que vive como ama de llaves en la propiedad y viene dos
veces por semana, me ha hecho replantear mi filosofía en varios aspectos de
mi vida.
En lugar de cenar en restaurantes lujosos, a veces comemos
bocadillos o compartimos cubos de palomitas mientras vemos películas.
Bañarnos en la bañera de hidromasaje, nadar desnudos en la piscina
al amanecer, hacer el amor a plena luz del día, charlar.
Cosas que, incluso con todo el lujo que pude permitirme en mi vida
adulta, nunca disfruté o, si lo hice, siempre fue con un límite de tiempo
porque siempre iba detrás de mi siguiente millón.
Más contratos, más dinero, y en mi interior, un vacío.
Sin embargo, no tengo ninguna duda de que esta paz que siento se
debe a que estoy con ella. No me imagino aislado con nadie más sin que eso
me asuste, ni siquiera con mis padres. Pero con Zoe, disfruto cada minuto.
Fue una atracción física lo que nos unió, pero una vez que nos
reencontramos, había mucho más en juego. La quiero, no por el pasado ni
porque quiera una segunda oportunidad. La quiero para hoy.
Para eso, sin embargo, necesito eliminar una mala hierba: Mike
Howard.
Beau aún no ha podido averiguar nada sobre su paradero, lo cual no
es poco, dado que mi amigo tiene múltiples contactos que la sociedad llama
forajidos.
Así que sólo me queda una última carta: alguien a quien no quería
involucrar.
Mi primo, que es como un hermano menor: Odin Lykaios.
El ajuste de cuentas con Howard será poco convencional, así que no
quería involucrar a la familia. Al fin y al cabo, Odin tiene sus propios
demonios contra los que luchar, pero no veo otra opción. Tan cierto como
que saldrá el sol, el bastardo que intentó matar a Zoe no se saldrá con la
suya.
¿Y quién más podría localizarlo aparte del hombre que posee la
mayor empresa tecnológica del país? Estamos en el siglo XXI; hay cámaras
por todas partes y ningún lugar donde esconderse, a menos que estés muerto
o te hayan hecho prisionero en algún sótano. De lo contrario, dejarás un
rastro.
Odin y yo nos conocimos siendo adultos. Un amigo común señaló
que nuestros apellidos eran iguales, lo que despertó mi interés, ya que ni
siquiera es un nombre muy común en Grecia.
¿Qué posibilidades hay de que haya dos CEO con Lykaios como
apellido? Pequeñas, diría yo.
En pocas palabras, descubrimos que somos primos lejanos.
Papá estaba encantado de reencontrarse con un pariente. Cuando
llegó a Estados Unidos, hace más de treinta años, perdió el contacto con el
resto de la familia griega.
Sin embargo, la amistad entre nosotros no fue fácil al principio.
Ambos somos hombres desconfiados y distantes. No me cabe duda de que
Odin me investigó igual que yo a él.
Encuentro su información de contacto en mi lista y toco la pantalla
con el dedo.
—Christos, ¿ha pasado algo?—pregunta nada más responder.
Ambos tenemos en común ser personas directas, sin rodeos.
—¿Además del aparentemente condenado fin del mundo?
—La vacuna llegará pronto. La tendremos en un tiempo récord.
Pero estoy seguro de que no me has llamado para hablar del futuro del
planeta.
—No. Necesito que encuentres a alguien para mí.
—¿El hombre que quemó la casa de tu novia?
—Ni siquiera sé por qué te llamo a ti o a Beau. Podríamos ahorrar
tiempo y hablar telepáticamente.
—¿Beau?
—Olvídalo; he dicho demasiado.
—Sabes que no lo haré. Nunca olvido nada.
—En serio, Odin. No es alguien a quien debas conocer.
—Hablas como un hermano mayor. Ya soy mayor.
—Por cierto, ¿cómo va la negociación para comprar esa isla griega?
—Técnicamente, ya es mía, pero voy a tener que retrasar un poco
mis planes hasta que acabe esta situación.
—Has hablado de la vacuna. ¿Alguna idea de cuándo estará lista?
—Dentro de unos meses.—dice con tranquilizadora confianza. No
me cabe duda de que él tiene acceso a información privilegiada—Cuando
tenga noticias sobre el hijo de puta, te lo haré saber.
—¿No necesitas más información sobre él?
Odin suelta una de sus raras carcajadas.
—Soy yo quien presenta al mundo la información, primo. No el que
la busca.
Una hora después
—Entonces, ¿tendremos que hacernos las pruebas antes de ir a
visitar a tus padres?
—Sí, y ellos también. No sé si es necesario porque ninguno de
nosotros va a salir de casa, pero los médicos dijeron que es un protocolo de
seguridad. ¿Te parece bien?
—Por supuesto. No tengo miedo. Solo me gustaría poder ver
también a mi familia.
—Mi primo me ha dicho hoy que la vacuna no tardará mucho.
—Espero que no. Hoy llamé a la compañía de seguros para
preguntar qué se va a hacer con la casa de mis padres. No con las hipotecas,
claro. No hay nada que hacer al respecto. Ellos no nos deben nada, pero el
banco sí: la casa se la quedó la institución. Dos veces.
—¿Por qué necesitaron hipotecarse una segunda vez?
—Mamá volvió a enfermar antes de que yo empezara a ganar dinero
con el modelaje. Aunque mi carrera despegó muy rápido, no fue suficiente.
—Puedo ocuparme yo.
—No. Ya estás haciendo demasiado. Te pagaré con...—se detiene y
sus ojos se abren de par en par—¿Sigue en pie el contrato? Te lo pregunto
porque no vamos a hacer pronto ese rodaje que querías en Grecia.
—Sí. Encontraremos la forma de fotografiarte.—me mira extrañado.
—¿Qué?
—No sé de qué me estás hablando.
—Parecía que ibas a decir algo y luego te detuviste.
—Una vez me acusaste de ser demasiado directo, así que aquí
tienes: Grecia era una excusa. Quería pasar tiempo a solas contigo.
Aislados, donde no pudieras huir.
—¿Aunque siguiera casada?
—Mi ayudante me dijo que había rumores de que ustedes se estaban
separando.
Ella asiente, pero tiene la comisura de los labios levantada,
ocultando una sonrisa.
—¿Por qué tengo la sensación de que sonríes por mí y no para mí?
Ella se sienta en mi regazo.
—Digamos que es por las dos cosas.
—¿Puedo saber por qué?
—No es nada. Solo estaba pensando. Un CEO, rey del mundo,
poniendo excusas para llevarme a una isla desierta...
—No está desierta; tenemos más de cien empleados allí.
—No me arruines el sueño. Como decía, un CEO poderoso...
Pongo los ojos en blanco.
—Sacas conclusiones precipitadas, mujer. Mi ego no necesita que lo
masajeen.
—Quizá no estés preparado para lo que voy a decirte, Lykaios.
—Soy duro. Dilo.
—Estabas loco por mí. Solo que no lo admitías.
Tiro de ella por el trasero, acomodándola sobre mi polla.
—Acertaste al cincuenta por ciento.
—¿En qué me he equivocado?
—En el tiempo del verbo. Todavía sigo loco por ti, Zoe.
Capítulo Cuarenta y Uno
Día del viaje a Washington D.C
Seguridad está guardando el equipaje de Zoe en el coche cuando mi
teléfono vibra con un mensaje entrante.
Beau: Tengo noticias. Llámame. Es urgente.
La llamada ni siquiera tiene tiempo de conectarse antes de que otra
llamada entre en la línea.
Odin.
¿Qué demonios? Que las dos lleguen al mismo tiempo solo puede
significar una cosa: han localizado a Mike Howard.
—Le he encontrado.—dice mi primo en cuanto contesto.
—¿En serio? ¿Dónde está ese hijo de puta?
—Muerto. Accidente de coche. Justicia poética o no, el coche se
incendió.
—¿Estás seguro de eso?
—No soy forense, Christos, pero si los forenses lo dicen, ¿por qué
dudarlo?
—¿Dónde ocurrió?
—En México. Cruzó la frontera. Probablemente intentaba huir.
Parece que fue un accidente de tráfico. Perdió el control y cayó por un
precipicio. Punto final.
—Demasiado rápido para lo que se merecía.
—Sí, lo sé.
Estoy seguro de que el crimen de Howard, quemar la casa de los
padres de Zoe, es un tema delicado para mi primo, quien perdió a toda su
familia en un incendio: padres y hermanita.
—Puedo seguir investigando. Intentaré averiguar por otros medios
si realmente fue él.
—¿Qué otros medios?—me resulta extraña su sugerencia.
—Otra vez con lo de hacerte el hermano mayor.
—No puedo evitarlo. No te metas en líos por mi culpa. Puedo
comprobar si era Howard sin que te expongas al peligro.
—Sabes que nunca me expondría. Borrar rastros es mi
especialidad, pero no quiero interferir. Si de verdad quieres resolverlo tú
solo...
—Ya has hecho mucho trayéndome esto.
—No pasa nada. Cuídate, Christos.
Cuelga y, cuando intento contestar la llamada a Beau, que ahora
estoy seguro de que es de Mike de quien quiere hablar, aparece Zoe. Creo
que nota algo en mi expresión, porque una arruga entre sus cejas sustituye a
su sonrisa.
—¿Qué ha pasado? ¿Son mis padres?—parece aterrorizada.
—No. Están bien, pero tenemos que hablar. Tu exmarido ha muerto.
—¿Qué?
—Un accidente de coche en México. El coche se incendió.
—¿Estás segura de que fue él?
No, no lo estoy, pero no se lo diré. Si Howard sigue en este planeta,
no será por mucho tiempo, de todos modos.
Antes de que responda, ella continúa:
—No lo siento. Espero que haya sufrido.—dice, sorprendiéndome—
Por lo que hizo, las vidas de mis padres quedaron destruidas. Su historia,
sus recuerdos. Hirió a Bia pensando que era yo.
—Casi te mata a ti también.—gruño, sintiendo por ese bastardo el
mismo odio que cuando la vi en aquella habitación de hospital.
Suena mi teléfono; sé que es Beau. Tal vez quiera darme la misma
noticia que Odin.
—Tengo que contestar.—digo y me alejo, porque no tengo ni idea
de cómo irá la conversación.
—¿Qué parte de ‘urgente’ no entiendes?
—Estaba hablando con mi primo, luego con Zoe. Me ha dicho que
Mike Howard ha muerto.
—¿Qué?
—Espera, ¿no era eso lo que ibas a decirme?
—No, pero parece que tus noticias son mejores que las mías. ¿Ha
sido él?
—No lo sé. ¿Tú qué crees?
—Pues que no me lo creo, quizá porque, como tú, soy escéptico por
naturaleza. Pero mañana por la mañana lo sabré. Ahora, vayamos al
grano. Esté vivo o muerto, tu chica se librará de ese cabrón antes de lo que
crees.
—No lo entiendo.
—Cuando se casó con tu Zoe, el profesor ya llevaba casado con
alguien más de diez años. Es bígamo, Christos, lo que significa que su
segundo matrimonio, que resulta ser con tu chica, no es válido.
—Creía que nada de lo que descubriéramos sobre él me
sorprendería, pero el muy cabrón ha conseguido superarse a sí mismo.
—Salimos ganando. Cualquier buen abogado podrá resolver la
anulación… Ni siquiera sé si ese es el término correcto, porque ¿cómo se
puede anular lo que nunca existió? En cualquier caso, cualquier buen
abogado podrá resolverlo rápidamente.
—Me pondré en contacto con mis abogados hoy mismo.
—Te daré un consejo gratis. Has dicho que no estás seguro de si
murió de verdad. Deja que tu Zoe piense así. Si Howard sigue caminando
por este valle de lágrimas, no será por mucho tiempo.
—Ya lo había considerado. No quiero involucrarla en mis planes.
—Exacto. Cuando le encontremos muerto calcinado en un coche,
parecerá el paraíso.

Una hora después


—Vuelves a tener esa mirada, como si quisieras decir algo, pero te
contuvieras. ¿Te arrepientes del viaje?
—¿De qué? No.
—Mira, si has cambiado de opinión sobre que conozca a tu familia...
—Ya deberías saber que nadie me obliga a hacer lo que no quiero,
Zoe.
—Vale, ¿qué pasa, Christos? Este juego de adivinanzas me pone
ansiosa. Ya estoy nerviosa por conocer a tus padres, y tu expresión no
ayuda.
Cojo su mano, que estaba apoyada en su muslo, y le doy un ligero
beso en los labios.
—No tiene nada que ver con el viaje. Sigo queriendo que conozcas a
mi familia.
—Entonces, ¿cuál es el problema?
—Estoy pensando en cómo decirte algo.
—¿Es sobre Mike? Si te preocupa cómo me siento por su muerte, no
te preocupes. No perderé ni cinco minutos de sueño por esto. No estoy
segura de lo que ha pasado, Christos, pero ya he decidido que voy a guardar
mis lágrimas para quien se las merece. Vivo o muerto, nunca le perdonaré
lo que le hizo a mi familia. ¿Cómo pudo tener el descaro, sabiendo que mi
madre tiene cáncer y lo mucho que ha luchado por sobrevivir, de quemar la
casa con los dos dentro? Es decir, entiendo que, en su loca cabeza, quisiera
vengarse. ¿Pero mis padres? No, no me verás llorar su muerte.
—No tiene nada que ver con la muerte del imbécil.—tomo un
desvío en la carretera. Por el retrovisor, veo que los dos vehículos con
nuestros guardaespaldas hacen lo mismo. Apago el motor y la miro—Tu
matrimonio con Mike no era válido.
—¿Qué?
Nunca ganaré un premio a la diplomacia, así que lo suelto todo de
golpe.
—No está en mí quedarme de brazos cruzados esperando a que la
policía descubra su paradero. Le pedí a un amigo que fuera tras él.
—¿No fue él quien dio la noticia de la muerte de Mike?
—No, fue mi primo. De todos modos, mi amigo descubrió que Mike
ya tenía esposa, lo que invalida tu matrimonio. Y hay más,—continúo,
porque no tiene ningún sentido guardarme el resto de la información—sé
que no se te habría ocurrido comprobar tu cuenta bancaria con toda esta
mierda que está pasando últimamente, pero déjame decirte que él la vació,
así como las acciones que tenías invertidas.
Capítulo Cuarenta y Dos
Ella se desabrocha el cinturón y abre la puerta del coche. La veo
alejarse, con las dos manos en la cabeza.
Voy tras ella. Sabía que se enfadaría al descubrir que Howard le
había robado, pero no esperaba una reacción tan desesperada.
—¡Dios mío!
—Zoe.
—Es demasiada información, Christos. ¿Qué he hecho con mi vida?
Me alivia saber que nuestro matrimonio era una farsa. No solo la relación
en sí, sino también jurídicamente. ¿Qué otra cosa podía esperar de un
mentiroso que esperó a ponerme un anillo en el dedo para hablarme de su
estilo de vida? ¿Sus desviaciones sexuales? No es eso lo que me pone
nerviosa ahora, sino el hecho de que vendiera las acciones. Eran mi única
inversión. La enfermedad de mi madre... El tratamiento requiere mucho
dinero.
—Puedo permitírmelo.
—Sé que puedes, pero no es responsabilidad tuya. No estoy contigo
por eso. Siempre pago yo las facturas.
—Zoe, firmamos un acuerdo millonario, que sigue en pie. Podrás
poner en orden tus finanzas.
—No me parece bien recibir el dinero. Ni siquiera sabemos cuándo
podré volver a trabajar...
—Pero lo harás. No te preocupes por eso. Ahora, volvamos al coche,
o mi madre nos tirará de las orejas cuando lleguemos. No le gusta llegar
tarde a cenar.
Se acerca y me abraza.
—No estoy siendo dramática. Me he acostumbrado a estar sola y a
pagar las facturas de mi familia. No comparto esas preocupaciones.
—A mí tampoco se me da bien compartir, pero soy el mejor
afrontando los problemas.—bromeo, porque ella sigue pareciendo tensa.
Levanta la cabeza de mi pecho.
—Tu confianza en ti mismo siempre me ha excitado. Eres muy
arrogante, pero de un modo sexy.
—Todo en ti me excita.
Se pone de puntillas y me rodea el cuello con los brazos para
besarme. No suelo hacer demostraciones de afecto en público, sobre todo
porque sé que es probable que mis guardaespaldas nos estén observando,
pero con Zoe nada se ajusta a las reglas. Ya he hecho las paces con el hecho
de que es la única en mi vida.
No tardamos mucho en quedarnos sin aliento, con la piel hirviendo
de deseo. Ella toma la iniciativa de alejarse, quizá consciente por fin de que
no estamos solos. Aun así, no puede ocultar su excitación. Tiene la boca
hinchada por el beso y la piel de porcelana enrojecida. Guapísima.
—¿Cómo corto los lazos con él, Christos? No quiero nada más de
ese hombre.
—Facilita mucho las cosas que no te cambiaras el nombre cuando te
casaste.
Aunque ahora sé que es un matrimonio falso, sigo sintiendo la
palabra correr como un ácido por mi garganta. Imaginarla atada a alguien
para el resto de su vida me vuelve loco de celos.
Imaginarla unida el resto de su vida a alguien que no seas tú te
vuelve loco de celos. Una voz dentro de mi cabeza dice lo que hasta ahora
no había tenido el valor de admitir.
La miro y me doy cuenta de que me está devolviendo la mirada. Es
como si ambos intentáramos desentrañar lo que el otro representa en su
mundo.
Sí, ha dicho que me quiere, pero no creo que Zoe pueda entender lo
que tenemos más que yo. Las probabilidades estaban en nuestra contra, y
todavía hay muchas cosas que podrían salir mal. Sin embargo, la vida nos
ha vuelto a unir. No estoy dispuesto a desperdiciar esta segunda
oportunidad.
Le cojo de la mano y, tras abrirle la puerta del coche para que suba,
me pongo al volante.
—Llamaré a mis abogados en cuanto lleguemos a D.C. Será rápido,
y pronto serás libre.
—Ni siquiera me sentía como una persona casada.
—¿Te atrae la idea?
—¿Qué?—ella finge ignorancia.
—El matrimonio. Formar una familia.
Su rostro adquiere un tono rojo más oscuro.
—He estado abandonada durante más tiempo del que he tenido un
hogar. En terapia aprendí que vivir buscando lo que no tengo siempre será
una de mis debilidades. Así que sí, casarme y tener mi propia familia es un
objetivo que tengo.
Aún no he arrancado el motor; mi mente está sobrecargada de una
certeza que acaba de desvelarse. Quiero a Zoe para mí, no durante un
tiempo hasta que exploremos lo que sentimos o lo que somos. Quiero que
Zoe sea mía para siempre.
—Y la granja.—digo.
—¿Qué?
—Tú también quieres una granja y, supongo, muchos hijos.
—Sí, tantos como Dios quiera darme.—dice, mirando por la
ventanilla del coche.
Sé que es incómodo, pero necesito saber más.
—¿Y tu carrera?
—Como has dicho, he cerrado un contrato millonario con un griego
que está obsesionado conmigo.—dice, intentando ser jovial, pero sin
conseguirlo—No podré terminar pronto con este compromiso.
Sé que es un punto delicado para ella. A Zoe le incomoda que
nuestra relación tenga que ver con el dinero.
—Esto no tiene nada que ver con nosotros dos. Sí, te elegí
principalmente porque quería que volvieras, pero eres preciosa, y será una
gran victoria para mis marcas. Representarás a Vanity.
—¿Qué? Pero el contrato era para una marca más pequeña. Vanity es
sinónimo de lujo en todo el mundo. Esperé más de un año y luego hice una
cola enorme solo para comprar el bolso de mis sueños.
—Eres el rostro que quiero que personifique Vanity: bella,
sofisticada y joven. Llevo mucho tiempo queriendo reavivar esta marca y
demostrar que todas las edades pueden identificarse con ella.
—No sé qué decir. O mejor dicho, sí sé. Gracias. Desfilar para una
marca que es sinónimo de lujo es el sueño de cualquier modelo.
No tardo en comprender lo que no me revela.
—Pero no el tuyo.
—No quiero parecer desagradecida, pero como ya te he dicho antes,
empecé mi carrera gracias a Pauline, y continué por necesidad. Hacer dieta
el resto de mi vida no es mi idea de diversión.
Nunca había analizado el estilo de vida de las modelos desde esa
perspectiva. Para mí, era simplemente cómo se ganaban la vida.
—¿Y cuál es tu idea de la diversión, guapa?
Se mira las manos.
—Cumpliré todos mis sueños, Christos. Me equivoqué la primera
vez, pero cuando vuelva a casarme, será con alguien que me valore. Alguien
que quiera devolver al mundo en lugar de solo recibir. Alguien con quien no
me avergüence ser yo misma. No siempre fuerte o valiente, no siempre
ordenada o maquillada, sino la verdadera Zoe.
—Eres guapa te pongas lo que te pongas.
Vuelve a mirar por la ventana.
—¿Eso es todo lo que ves en mí? ¿Belleza?
—No.—digo sin dudar ni un segundo—Cuando te vi por primera
vez, quizá, pero ahora hay algo más.
—¿Qué, entonces?
—Veo a la mujer que quiero.
No me mira como yo esperaba.
—Ya me tienes a mí. Pero creo que esta relación solo funciona
porque estamos atrapados en casa. Pronto tu vida volverá a la normalidad.
—¿Y cuál es mi normalidad, Zoe?
—Viajes, fiestas, glamour. Y nada de esto forma parte de mi mundo,
Christos, salvo las obligaciones laborales. He estado pensando mucho estos
últimos días. Con el dinero del contrato que firmamos, voy a pagar todas las
deudas de mis padres y a comprarles otra casa. Luego iré a por lo que
quiero para mí, por mi verdadero sueño. No volveré a firmar contratos con
ninguna otra marca. Su contrato será mi último.
En más sentidos de los que puedes imaginar, Zoe. Serás mía para
siempre.
Capítulo Cuarenta y Tres
Washington — D.C
—No puedo creer que te esté abrazando, mi niño.—dice la madre de
Christos, y yo sonrío. La mujer no se contiene cuando se trata de mostrar
afecto.
Observo la reacción de Christos. Pensé que se sentiría avergonzado
por las exageradas maneras de su madre, incluso cuando le pellizca la
mejilla como si aún fuera un niño pequeño. Pero no. Él la abraza, y el beso
que le da a cambio es largo.
Siento que se me llenan los ojos de lágrimas al pensar en mis dos
madres, la biológica y la adoptiva. A mí también me encantaría recibir un
abrazo así.
—Mamá, ella es Zoe.
En cuanto Christos aparcó frente a la mansión, ella salió corriendo a
saludarnos. Es menuda, un poco regordeta y tiene el pelo canoso cortado
hasta los hombros. No es guapa. Sí, tengo ese defecto. Al trabajar tanto
entre modelos que rozan la perfección física, acabo analizando el aspecto de
todos, pero ella está tan llena de vida que es impresionante. Casi puedes
tocar su fuerza vital.
Finalmente, suelta a su hijo y se acerca a mí.
—Querida, es un placer conocerte. Siento mucho la tragedia por la
que has pasado. ¿Cómo están tus padres?
A diferencia de lo que suele suceder cuando me enfrento a personas
muy directas, no me siento incómoda. No parece que quiera ser
entrometida, sino que realmente se preocupa por mi familia.
—Encantada de conocerla, señora Danae.
—Sólo Danae. No soy tan vieja.
—Claro—sonrío—Encantada de conocerte, Danae. Están lo mejor
que pueden estar.
—No puedo imaginar la pesadilla por la que has pasado, Zoe, pero
lo importante es que todos están vivos. Ahora vamos dentro; Alekos ya se
está quejando de que tiene hambre.—dice, refiriéndose a su marido.
Como si supiera que estamos hablando de él, aparece el padre de
Christos. Es como ver una versión más vieja de mi novio; también debió ser
guapísimo de joven. ¿Danae sabe disparar? Si tuviera que estar con su hijo
el resto de mi vida, me apuntaría a un curso de tiro.
La idea me provoca una sensación agradable en el pecho, pero la
alejo. Me gustaría tener más tiempo con él, y no tengo intención de
alejarme de su vida, pero tampoco quiero engañarme pensando que
estaremos juntos para siempre.
—Alekos, ven a conocer a la novia de tu hijo.
Él se acerca, pero antes se detiene para darle un beso en la frente a
su mujer. En ese momento, me doy cuenta de que, independientemente de la
belleza del hombre, está enamorado de ella. No hay diferencia física que lo
supere.
Miro a Christos y lo sorprendo mirándome mientras su padre me
abraza y me da un beso en la mejilla. Sonrío torpemente, pero estoy muy
contenta con el cálido saludo. Mike solo tenía a su madre, y la mujer me
miró con extrañeza la única vez que nos vimos.
Tengo serios problemas con el rechazo y quizás nunca pueda
superarlos del todo. El saludo de los padres de Christos hace que mi
corazón se calme, pues ahora tengo el valor de admitir que estaba muerta de
miedo de que me trataran con frialdad.

Comemos como caballos y aprendo lo que es un verdadero


almuerzo al estilo griego. Pruebo moussaka, dolmadakia y, de postre,
portokalopita, un pastel de naranja con canela. Es tierno y muy sabroso.
Al final, me siento a punto de explotar, pero los tres griegos hablan
como si fuera una comida habitual para ellos.
Christos es un camaleón. He estado con él en público, tanto en
Barcelona como en su despacho de Nueva York, y sé lo poderoso e
imponente que es en su vida cotidiana. Pero aquí, con sus padres, parece
completamente relajado. Creo que es porque está entre aquellos que
considera verdaderamente suyos.
Cuando ella me llamó, mamá pidió hablar con él y hablaron durante
unos cinco minutos. Al final, mi novio también quiso hablar con mi padre, y
eso me llegó al corazón.
Mike nunca se esforzó por ser amable con mis padres. Incluso antes
de la boda, nunca le había visto dedicarles tiempo.
—Zoe, tenemos que planear un viaje a Grecia cuando todo esto
acabe. La isla de mi hijo es preciosa.
—Ella va a hacer una sesión de fotos allí, así que será antes de lo
que crees.
—Excelente. Vayamos todos juntos.—dice Alekos, invitándose, y
me entran ganas de reír—Dios sabe que necesitamos un pequeño descanso
de este caos en que se ha convertido el mundo. Podemos ir en tu avión, hijo.
—Me encantaría, pero primero quiero ver a mis padres. Hablo con
mi madre todos los días por teléfono, pero quiero verla. No sé si tiene
sentido.
—Claro que lo tiene, cariño.—dice Danae, cogiéndome la mano—
Nada sustituye a estar cara a cara.
—Iba a darte una sorpresa, pero no quiero ponerte ansiosa.—dice
Christos.
—¿Sorprenderme?
—Sí. Cuando volvamos a Boston, pasaremos a ver a tus padres. Ya
lo he arreglado todo con Macy. No podrán darse un abrazo porque el
médico sigue firme en el aislamiento, pero tu padre colocará unas sillas en
el jardín y podremos hablar.
—Creía que seguían en la clínica. Es decir, lo estaban hasta ayer.
—Sí, pero cuando organicé lo de la clínica, también le pedí a Yuri
que alquilara una casa por si querían alejarse un poco del ambiente del
hospital si tu madre se encontraba lo bastante bien para ello.
Abro y cierro la boca, asombrada.
—¿Hay algo que no hayas organizado?
Por primera vez desde que nos conocemos, tengo la impresión de
que se ruboriza.
—No fue gran cosa. Yo...
Antes de que termine, me levanto y me dirijo hacia él y, sin
pensarlo, le doy un beso en la mejilla.
—Gracias.
Me dispongo a volver a mi asiento, pero él aparta la silla, me sube a
su regazo y me besa en la boca delante de sus padres.
—Eso sí que lo considero un agradecimiento.
Oigo reír a Alekos y me doy la vuelta, roja como un tomate.
Evito observar a cualquiera de ellos, pero siento en todo momento
los ojos de la familia Lykaios clavados en mí.

Una hora después


Cogiéndome totalmente por sorpresa, Alekos y su hijo dicen que van
a limpiar la mesa del almuerzo. Como nosotros en Boston, los padres de
Christos solo tienen una asistenta que limpia dos veces por semana para
evitar que la gente circule por la casa, lo que disminuye el riesgo de
contagio.
Christos ha fregado platos en nuestra casa, y eso siempre me ha
admirado, pues tiene que ver con cómo lo educaron. No soporto que la
gente se quede sentada esperando a que le sirvan, pero mi novio es un
hombre de acción en cualquier ámbito de su vida.
Sin embargo, no me imaginaba que sería así en casa de sus padres,
ni que el mayor de los Lykaios tomaría la iniciativa de mandarnos a pasear
mientras ellos se ocupaban de todo.
—¿Te sientes mejor ahora que sabes que vas a ver a tu madre?—
pregunta Danae.
—Sí, me siento mejor. La vida es muy extraña, ¿verdad? Me he
pasado los últimos años preocupándome por su cáncer, y luego llega este
maldito virus y nos pone la zancadilla. Lo que más me preocupa ahora es
que mamá empeore y tenga que ingresar en un hospital de verdad si la
clínica que le ha proporcionado Christos no es suficiente.
—Tengamos fe, hija. Sé que todos tenemos dudas sobre el futuro,
pero debemos ser positivos. Enfermarse mentalmente puede ser igual de
peligroso para el cuerpo.
—Lo sé, pero cuando hablo de ansiedad, no es algo que la gente
suela tener, sino algo que me paraliza. Por eso sigo haciendo terapia dos
veces por semana, por Internet.
La miro mientras hablo. No voy a fingir ser alguien que no soy para
ganármela. Tuve depresión cuando volví de Barcelona, y pensé que era algo
puntual por todo lo que había pasado, pero mi terapeuta me dijo que podía
volver a ocurrir.
—No hay nada malo en buscar ayuda. No lo sé todo sobre tu vida,
Zoe, pero estoy segura de que eres una chica especial.
Me lleva a su invernadero de flores y, mientras paseamos, decido
que quiero uno así para mí en el futuro. Nunca he prestado atención a las
flores, pero la madre de Christos me cuenta que considera que cuidar de sus
orquídeas es una especie de terapia.
—¿Por qué?—pregunto, refiriéndome a que me llama especial.
—Difícilmente encontrarás a alguien más indiferente a las
relaciones que Christos, y sin embargo aquí estás.
—No es que tu hijo tenga muchas opciones, ¿verdad? Me estoy
quedando en su casa.
—Eres una chica lista, así que respóndeme: ¿por qué está mi
Christos en Boston y no en Nueva York, donde está su residencia principal?
Permanezco en silencio, comprendiendo lo que quiere decir. Con su
fortuna, Christos podría ir a cualquier parte del mundo durante esta crisis, y
sin embargo ha elegido quedarse conmigo.
Una punzada de esperanza empieza a crecer en mi corazón.
—Nuestra historia es complicada.
—Tengo tiempo, y me considero una buena oyente.
Su propiedad es enorme. Caminamos, ahora al sol, y le explico todo,
desde el momento en que me sorprendió en Barcelona haciéndome una foto
en un piso prohibido del barco hasta mi regreso a Estados Unidos sin
despedirme y mi reencuentro con él.
—El accidente del que hablas, además de herirle físicamente, le
trastocó mucho la cabeza a mi hijo. Aunque no tuviera motivos para ello, se
culpó a sí mismo por lo de la niña. El hombre que conducía el coche estaba
drogado. No solo un poco, sino a punto de haber sufrido una sobredosis.
Podría haberlos matado a todos.
—Solo creí la historia de Ernestine porque no conocía bien a
Christos. Cualquiera que pase diez minutos con él sabe que no es de los que
rehúyen las responsabilidades.
—Estás enamorada de él, Zoe.
—Creo que siempre lo he estado. No tuve elección. Desde nuestro
primer encuentro, me encantó.
Ella me mira como si supiera un secreto, así que continúo.
—Pero tengo miedo de que me haga daño. Mi falso matrimonio no
pudo hacerme daño porque nunca amé a Mike, pero Christos podría
destruirme.
—No soy portavoz de los sentimientos de los demás, cariño. Cada
pareja tiene su propio ritmo y su propia historia, pero mi chico siente lo
mismo por ti. Aunque él no lo ha expresado con palabras, le he llevado en
mi vientre durante nueve meses, y conozco a Christos. Como su padre, solo
ama una vez, y tú, mi hermosa niña, eres la elegida.
Capítulo Cuarenta y Cuatro
De vuelta a Boston

Tres días después


—¿Cómo te encuentras?—le pregunto. Ya casi estamos en la casa
que he alquilado para sus padres.
—Emocionada. Sé que es una tontería, porque hablo con ellos por
teléfono, pero mi madre y mi padre son todo lo que tengo en el mundo. Mi
verdadera familia—lo que queda de la biológica en Boston—aparte de la
prima de la que te hablé, Madeline, me importa un bledo.
Ella dijo que estaba emparentada con los Turner de Boston. Tuve la
desgracia de conocer a la tía que mencionó, Adley, en una cena de gala
benéfica hace unos años. Es insufrible y arrogante, y actúa como si el
universo debiera agradecerle que respire el mismo aire que el resto de la
humanidad.
—Están bien.—digo, refiriéndome a sus padres.
—Lo sé, y estoy muy agradecida por ello.
—¿No comprendes que, después de todo lo que hemos pasado, no
hay nada que no haría para hacerte feliz, Zoe?
No bromeo, y creo que ella se da cuenta, pero tras una rápida mirada
hacia mí, cambia de tema.
—Las calles parecen las de un programa de televisión. El
apocalipsis, como si fuéramos los únicos supervivientes.
—Cualquiera que tenga el privilegio de trabajar desde casa está
siendo concienzudo.
Damos vueltas en el coche, y mi atención, que estaba totalmente
puesta en ella, pasa a comprobar lo que ha dicho. Rara vez se nos cruza un
coche.
—Muchos han perdido su trabajo.—dice.
Miremos donde miremos, las pocas personas que hay en las calles
llevan mascarillas.
La noticia de que la primera vacuna empezará a fabricarse dentro de
un mes sorprendió incluso a mi madre, optimista por naturaleza. Odin, una
vez más, tenía razón.
Sin embargo, aunque la gente empiece a vacunarse, el mundo nunca
volverá a ser el mismo.
Creo que tardarán mucho tiempo en sentirse seguros. Tal vez nunca
vuelva a ocurrir. Solo a partir de la próxima generación. Mis hijos
probablemente solo hablarán de ello como de una mala época de la historia,
pero es una nueva realidad para nosotros.
¿Niños? ¿De dónde ha salido eso?
A pesar de ser algo que deseo tener en el futuro, nunca me he
encontrado pensando en mis descendientes como ahora.
—¿Te has dado cuenta de que, aunque guarden las distancias, la
gente sigue parándose a saludarse?—pregunta mientras entramos en el
barrio familiar donde viven sus padres.
—Creo que la mayoría de la gente echa de menos hablar con otras
personas, sobre todo los que viven solos. No todo el mundo tiene la suerte
de estar en cuarentena con una supermodelo.—la miro, ocultando una
sonrisa justo a tiempo para verla poner los ojos en blanco.
—Y yo, con un CEO griego. Por suerte para mí; las otras se lo
pierden.
—¿Qué otras?
Me mira rápidamente, pero vuelve a apartar la mirada.
—No es asunto mío. He hablado sin pensar.
—No me he acostado con nadie más desde que nos conocimos en
Barcelona. No me guío por mi polla. Cuando deseo a una mujer, solo la
deseo a ella, pero no suele durar.
—No quiero oír hablar de eso.—dice, sonando enfadada conmigo.
—Pero lo haces porque sé que te sientes insegura. Estoy contigo,
Zoe, no porque tengamos que estar encerrados en casa, sino porque quiero.
Si solo buscara sexo, una llamada de teléfono resolvería mi problema.
Quiero más.
—¿Puedes parar el coche un momento? Me pone nerviosa pelearme
mientras conduces.
—¿Nos estamos peleando?
Ella no responde, pero en cuanto encuentro un lugar donde aparcar,
se quita el cinturón de seguridad y se sube a mi regazo.
—Nunca se me ha dado bien interpretar el subtexto.
—¿Qué?
—¿Estamos juntos de verdad? ¿Como lanzándonos de cabeza a la
posibilidad de un futuro?
Sus manos me acarician la cara para que no aparte la mirada.
No hace falta. No quiero dejar de mirarla cuando responda.
—Sí, estamos juntos de verdad. ¿Estás preparada para esto?.
El corazón me late casi dolorosamente en el pecho. Aunque me ha
dicho que me quiere, un pensamiento se apodera de mí.
¿Y si es lo opuesto y ella solo está conmigo porque no tiene otro
sitio adónde ir?
—¿Lista para qué? Sé más concreto, Christos. Dime literalmente lo
que quieres de mí. De los dos.
—Lo quiero todo. Un futuro. No más huidas, ni físicas ni mentales,
Zoe. Lo quiero todo.
Ella me mira como si quisiera saber lo que pienso. Su expresión
cambia a una más desafiante y luego me besa, haciéndome olvidar dónde
estamos y deseando estar más cerca de ella.
—Por mucho que me guste la idea de volver a ver a tus padres, me
muero por volver a casa.
La comisura de sus labios se levanta.
—¿Tiene que trabajar, señor Lykaios?
—Mucho. Dentro de ti, metiéndome hasta el fondo. Estás
completamente curada de los moratones de los pies y las manos, así que
podemos follar con menos cuidado.
Ella se pone roja. Me he dado cuenta de que siempre que actúo
como realmente soy, sin utilizar palabras bonitas para decir lo que quiero,
se ruboriza, pero también se excita.
—¿Significa eso que, hasta ahora, lo que hemos hecho ha sido con
cuidado?—ella parece perder el aliento.
—Lo descubrirás más tarde.

—Si hay algo bueno en medio de tanta muerte y miedo, es que la


gente vuelve a prestar atención a sus seres queridos.—dice su madre.
Llevamos casi dos horas hablando fuera de casa y, a diferencia de la
mayoría de la gente con la que vivo, no tengo ganas de irme.
Socializar para mí suele ser antinatural. Lo hago con moderación.
Zoe y yo tenemos eso en común, pero en mi caso no se debe a que sea
tímido, sino a la falta de ganas de hablar. Sus padres, sin embargo, son muy
interesantes, y Scott planteó un debate que yo ya había considerado: aunque
se empiece a fabricar la vacuna, no erradicará la enfermedad debido a las
mutaciones del virus. Es más probable que la tomemos el resto de nuestra
vida, como la vacuna de la gripe.
—Yo también estaba así.—digo, un poco avergonzado—Apenas
tenía tiempo para comer. Rara vez almorzaba y siempre estaba metido en
mil compromisos.
—¿Y qué ha cambiado?—pregunta Zoe.
—Antes te miraba de lejos; ahora estoy obsesionado con hacerlo de
cerca.—digo, mucho más en serio que en broma.
No sé cuánto ella les habrá contado a sus padres sobre nosotros dos,
pero ambos se echan a reír mientras Zoe se sonroja.
—Mi acosador privado.—se recupera y me mira.
—Puedes apostar por ello.—le beso la mano—Pero ahora veo las
cosas de otra manera.
—¿Cómo qué?—pregunta Scott.
—Quiero ayudar a la gente. Siempre he donado generosamente a
diversas causas, pero quiero algo más eficaz, como construir buenos
hospitales que sean más accesibles para quienes no pueden permitirse un
buen seguro.
—Sí, por desgracia, esa es una de las enfermedades de nuestro país,
hijo. El acceso a la sanidad para todos los ciudadanos, incluidos los menos
privilegiados, sigue siendo un sueño. Incluso antes de esta situación que
estamos viviendo, algunas personas enfermaban y se negaban a buscar
atención médica por miedo a endeudarse enormemente.
—Tengo algunas ideas.—dice Zoe.
—¿Sobre ayudar a la gente?
—Sí. Siempre me ha preocupado el futuro de la humanidad, pero mi
atención se centra principalmente en los niños y los ancianos.
—Ambos extremos del espectro.—digo.
—Exactamente. Los ancianos merecen un final de vida digno y a
menudo no tienen ningún familiar cerca. He estado investigando en mi
tiempo libre durante las últimas semanas y he imaginado centros
recreativos. Una especie de club gratuito donde puedan reunirse para jugar,
charlar, comer si tienen hambre.—se detiene un momento para respirar. Es
guapa en todo momento, pero verla defender sus ideas con tanta pasión me
pone cachondo—Pensé que, cuando todo volviera a la normalidad,
podríamos buscar voluntarios dispuestos a dedicar una hora de su día a
escucharlos en este centro. A veces, todo lo que una persona necesita es un
oído amigo. La soledad puede ser tan letal como una enfermedad física.
Le ofrezco la mano, invitándola a mi regazo.
—Cada vez que pienso que ya no puedes fascinarme más, me
demuestras lo contrario.
Ella sonríe, avergonzada, quizá porque estamos delante de sus
padres, aunque no tenga motivos para estarlo. Scott y Macy recibieron con
alivio la noticia de que su matrimonio es inválido, y mis abogados ya se
están asegurando de que Zoe no vuelva a relacionarse con ese imbécil.
—Me alegra saber que tienes planes para ayudar a la humanidad,
Christos. Espero que otros empresarios como tú estén al tanto. Quizá el
mundo necesitaba ese respiro
Estoy de acuerdo en silencio.
Vivíamos tan deprisa, convencidos de que éramos inmortales —o al
menos de que nos quedaba mucho tiempo— y, de repente, Dios intervino,
demostrando que nuestro tiempo en este planeta es más corto de lo que
pensábamos.
—¿Cuándo piensan ir a Grecia para la sesión de fotos de Zoe?—
preguntó Scott.
—Tenemos que organizarlo todo para que requiera el menor número
de personas posible, pero creo que dentro de un mes, como mucho, iremos
allí.
—Disfrútenlo por mí.—dice Macy.
—Pronto podrás venir con nosotros.
Zoe se vuelve para mirarme, y en su rostro veo mil preguntas. Es tan
transparente.
—Sí, con nosotros.—reitero.
Capítulo Cuarenta y Cinco
Grecia

Mes y medio después


—Con todos mis respetos, ella es perfecta.—dice Yuri a mi lado
mientras observamos a mi mujer posando para las últimas fotos de la
sesión. Después, estaremos oficialmente de vacaciones.
No siento celos al ver que otros hombres la miran. ¿Cómo podría?
Su profesión es llamar la atención. Mientras no se acerquen, todo está bien.
Además, sé que Yuri no tiene malas intenciones. Él, al igual que yo,
está acostumbrado a la belleza de las mujeres. Algunas son encantadoras en
las fotografías, después de horas de edición, pero yo he visto a Zoe de todas
las formas posibles: con el pelo mojado, sudorosa, en sudadera y ahora,
impecablemente arreglada. Puedo afirmar, sin dudar, que para mí no hay
mujer más bella en el mundo.
Lo que me fascina no es solo su aspecto físico, sino ella en su
totalidad. Es tímida, pero también traviesa en la intimidad. No pregunta ni
dice mucho, pero se deja llevar por mí, permitiéndose experimentar todo.
Siento cómo me crece la polla al recordar nuestra noche de pasión
en la playa.
Zoe cabalgándome a la luz de la luna es un recuerdo que llevaré
siempre conmigo.
Y luego está su otro lado, algo que nunca he encontrado en otra
mujer, quizás porque tampoco lo buscaba. La mezcla de dulzura y
determinación. La valentía de interrumpirme cuando cree que estoy
trabajando demasiado y necesito un descanso. Sin ningún pudor, se acerca a
mí y me besa, sin preocuparse de si estoy cerrando un trato.
Por si fuera poco, están las pequeñas cosas, como llamar a mi madre
todos los días, tal como ella hace con la suya, para ver si necesitan algo o si
están bien.
Mis padres llegan mañana por la mañana, pero llevamos aquí una
semana. No tenía sentido traerlos antes, cuando no podíamos prestarles
atención.
Nunca antes había presenciado una sesión de fotos para un catálogo,
sobre todo porque no me interesaba, pero sabía cuánto trabajo suponía. Ella
debía de estar agotada de estar todo el día de pie con tacones altos y un
bikini que, por cierto, me está volviendo loco.
—Eh, jefe, no era mi intención.—Yuri me llama la atención,
malinterpretando mi silencio.
—¿Qué?—le devuelvo la mirada y lo encuentro sonriendo de
manera apenas disimulada.
—No importa, Christos. Ya lo he entendido. No es que sientes celos
por mis comentarios, sino que estás hipnotizado por tu mujer.
Media hora después, Zoe finalmente se acerca a nosotros.
Veo el cansancio en los ojos del equipo y de las otras dos modelos
que participaron en la sesión; llegaron hace tres días.
Las ignoro a todas.
Yuri lo definió bien: estoy completamente hipnotizado por mi
sirena.
—¿Quieres nadar? Me muero de calor.—me dice abrazándome.
—Sí, pero no en la playa. Vámonos a casa.
—Hoy se irán todos, ¿no?
—Sí. Y la isla será nuestra.
—Durante veinticuatro horas, hasta que lleguen tus padres. Ah, y no
nos olvidemos de la docena de empleados.
—Les dije que no tenían que venir a ocuparse de la casa, pero no me
hicieron caso.
—Ah, pobre pequeño magnate griego. Aquí no eres el todopoderoso
CEO, solo un niño.
Le doy una palmada en el trasero, como castigo por burlarse de mí.
Le conté que nací en esta isla, donde siempre vivió toda mi familia.
Mis padres eran empleados, y cuando murió mi abuela, esa fue la señal para
marcharnos. Regresé en cuanto gané suficiente dinero y la compré, porque
sabía que mi padre tenía un vínculo emocional con el lugar. Lo que no
contaba era que también volvería a enamorarme de mi patria.
—Todavía me ven como a un niño. No hay forma de convencerles
de que ahora soy Dios.—bromeo, aunque solo a medias.
Ella se ríe, disfrutando de la ironía.
—Deberías masajearme el ego diciéndome algo cliché como «eres
mi dios griego, Christos. »
—No hace falta masajear el ego, señor. Estoy segura de que ha
habido un gran contingente de mujeres haciendo eso antes que yo. Además,
tengo planes que implican masajes, pero no del ego, y te garantizo que los
preferirás a eso.
Su sonrisa traviesa me hace sospechar que esos planes incluyen que
ambos estemos desnudos.
Me agacho y le quito los tacones. Luego la levanto y empiezo a
caminar hacia casa, sin mirar atrás.
—Creo que no volveré a verte.—dice Yuri cuando pasamos.
—Adiós, Yuri. No muestres tu fea cara durante las próximas dos
semanas.
—Él no es feo.
—Cuidado, mujer, podría castigarte por coquetear con mi asistente.
—¿Yo, coquetear con tu asistente? ¿Cómo podría, si tengo a mi
propio dios griego para darme todo el placer que quiera?—responde ella,
guiñándome un ojo—¿Suficiente cliché, mi rey?
—Oh, Zoe, voy a disfrutar poniéndote a cuatro patas y follándote
duro.
Ella traga con fuerza.
—Eso espero.—dice, con una mirada enigmática.
Voy directo a la habitación. Para entonces, los empleados ya se han
ido, así que solo estamos nosotros dos en la casa.
—Bájame y desnúdate.
Levanto una ceja, sorprendido.
—No me hagas repetirlo, Lykaios. Te prometo que valdrá la pena,
pero no tengo valor para darte una segunda orden. Quítate la ropa y túmbate
boca abajo en la cama.
—¿Por qué?
Sus mejillas se sonrojan.
—Quiero probar algo sobre lo que he leído.
—¿Tú también vas a estar desnuda?
Ella asiente con la cabeza.
—Quítate el bikini para mí, Zoe.
Ella no duda. Se lleva la mano a la espalda y se quita el top. Tiene
los pezones duros, y yo también estoy a punto de explotar de deseo.
Me paso la lengua por el labio inferior.
—Las bragas. Ahora.
La baja por sus delgados muslos.
—Jesús, Zoe, no hay una maldita vez que te vea desnuda que no me
vuelva loco.
Amago con dar un paso adelante, pero ella me detiene levantando
una mano.
—De ninguna manera vas a estropear mis planes. Desnudo, ahora,
Lykaios.
Capítulo Cuarenta y Seis
Sin apartar la mirada de ella, me quito la camiseta blanca y bajo los
vaqueros junto con los calzoncillos. Mi polla rebota, dura y gruesa,
apuntando hacia arriba mientras ella jadea.
—Te pedí que te tumbases de frente, pero tendré que adaptarme.
No puedo evitar sonreír.
—¿Tienes idea de lo loco que me vuelves con esta mezcla de
inocencia y atrevimiento?
—Súbete a la cama o me olvidaré de todo el guion, Christos.
Obedezco, curioso por lo que acaba de decir.
Ella se dirige al baño de la suite y, al regresar, lleva en la mano un
frasco que parece de perfume.
—Aceite perfumado.—dice, como si pudiera leerme la mente.
—Estás muy comprometida con la idea del masaje.—comento,
intentando mantener un tono neutro, aunque en realidad estoy loco de
lujuria, imaginando esas manos diminutas sobre mí.
—Todo lo hago con compromiso, griego, y mi objetivo de hoy es…
volverte loco.—se sube a la cama y se arrodilla junto a mis tobillos—Voy a
probar un masaje tántrico—dice, sin tocarme aún.
—¿De verdad?
Apenas puedo concentrarme en lo que dices. Zoe me tiene
descontrolado solo con respirar, y verla tan cerca y desnuda me roba toda
concentración.
—Sí. ¿Sabes para qué sirve?
—No estoy seguro.
—He leído que es una buena forma de conectar con tu pareja.—su
mano toca por fin mi pie y siento como una descarga de lujuria. El aceite
está caliente.
Ahora utiliza ambas manos, empapadas en aceite. Cuando empieza a
deslizarme las manos por las piernas, mi corazón se acelera.
—Haz lo que quieras, Zoe, pero luego yo te lo haré también.
Gritarás mi nombre cada vez que te penetre en ese coñito apretado.
Se muerde el labio y estoy seguro de que si la toco ahora, estará
empapada.
Pero Zoe no bromeaba cuando dijo que estaba comprometida con el
masaje, porque aprieta con fuerza contra mi piel. Me toca los muslos, muy
cerca de la polla, y juro que siento dolor físico de deseo.
Para mi sorpresa, ella vuelve a abrir el frasco y se unta aceite en los
pechos. Se tira de los pezones duros, tirando de ellos, y yo gruño, incapaz
de contenerme.
—¡Joder!
Ella sonríe, con la cabeza gacha, y se inclina hacia adelante.
Casi pierdo la razón mientras se agarra los dos pechos, envuelve mi
polla entre ellos y comienza a masturbarme. La detengo y salto de la cama.
—No te muevas o empezaré una huelga de sexo por hoy.
Vuelvo a tumbarme, y realmente merece la pena, porque su suave
boca se abre y empieza a combinar la succión de la cabeza de mi polla con
la masturbación.
Me aferro a las sábanas del lado de la cama, obligándome a
quedarme quieto. Ella me chupa con avidez, su lengua deslizándose a lo
largo de mi polla, y tengo que pensar en todo lo que más odio para retrasar
mi eyaculación.
Creo que también está jugando a algo, porque cuando se da cuenta
de que estoy al límite, se detiene.
De nuevo se arrodilla en la cama y se frota el cuerpo con sus manos
aceitadas: abdomen, muslos y nalgas. Se tumba encima de mí y empieza a
restregarse y deslizarse. La levanto un poco para acercar sus tetas a mi
boca.
Parece que va a protestar, pero no la dejo; le muerdo el pezón y
chupo con fuerza.
Grita y comienza a frotar su clítoris contra mi cuerpo.
—Qué traviesa. Este coño caliente se muere por correrse, ¿verdad?
—Sí, pero como te he dicho, Lykaios, tengo planes.—se gira en mis
brazos, tumbándose de espaldas contra mi cuerpo. Luego mira hacia atrás—
¿Por qué no me das un masaje a mí también?
—Solo si es a mi manera.
Antes de que se dé cuenta, separo sus muslos con los pies. Le meto
un dedo en el coño, con el pulgar atacando el punto de placer mientras mi
dedo corazón entra por completo, y ella gime y se retuerce. Mi pene encaja
entre sus nalgas y mi respiración se acelera.
—Juega con tus tetas.—ordeno.
Le aprieto el vientre, sin dejar de masturbarme con su culo, mientras
otro dedo sigue al primero, dilatando su coño.
Moviéndose también, ella se levanta, haciendo que mi cabeza encaje
perfectamente en su prístina abertura. Ella empuja contra mí y mi polla se
engrosa aún más.
¿Lo he entendido bien?
Pruebo, retirando los dedos de su interior y deslizándolos entre sus
piernas hasta alcanzarla por detrás. Aprieto uno, y ella se contonea.
¡Joder!
Mis dedos están mojados por su coño.
—Mírame. Si quieres esto, mírame, Zoe.
Estoy loco de lujuria.
La doy la vuelta y ahora estamos cara a cara.
—Abre bien las piernas.
Su respiración se acelera. Cuando vuelvo a presionarla por detrás,
me muerde y me lame.
—¿Quieres que te folle aquí?
Le introduzco la punta del dedo y ella se retuerce ansiosa.
—No quiero hacerte daño.
—Sueño con ello. Pertenecerte por completo.
Mierda. Esta mujer será mi muerte.
Aparto su cuerpo del mío, dejándola sobre la cama boca abajo.
Pongo una almohada debajo de ella.
—Abre ese bonito culo para mí. Quiero verte.
Ella duda, pero obedece.
Guapísima, cachonda, ofreciéndose.
Me agacho y la chupo, mi lengua toca donde nunca la han tocado.
La lubrico con eso, pero no creo que sea suficiente, así que abro la botella
de aceite y me unto un dedo.
Juego con su abertura, presionando un poco más antes de empujar.
Dejo que se acostumbre mientras muerdo la dura carne de sus nalgas y
muslos.
Ella gime, y puedo ver los fluidos que rezuman de su coño sediento.
Me inclino hacia adelante y encajo mi polla en su coño. No soy delicado.
Me meto hasta el fondo, hasta la base.
Gritamos de excitación.
Aparto el pelo de su cuello y muerdo con fuerza. Quiero marcarla
para que recuerde que es mía.
—Más.
—¿Más qué?
—Más fuerte. No te contengas; demuéstrame que soy tu mujer.
Me pongo de rodillas y la levanto, follándomela a cuatro patas.
Golpeo contra ella sin piedad, los empujones de mis caderas la empujan
boca abajo sobre la cama.
Ella comienza a apretarme la polla. Sus músculos internos me
vuelven loco.
Le toco el clítoris, pellizcándolo ligeramente, de la forma que sé que
la hace correrse, y como esperaba, no pasa ni medio minuto antes de que
esté gimiendo, corriéndose hasta el fondo y llegando a mis bolas.
Caigo en la cama exhausto, pero no he terminado ni mucho menos.
Me retiro de ella y, con la cabeza de mi polla empapada de sus
líquidos, juego en su lugar virgen.
—Pídeme que pare.—ordeno, completamente loco. Alucinando con
el deseo de saber que vamos a derribar la última barrera que nos separa.
—No. Te quiero dentro de mí. Quiero que me poseas en todos los
sentidos. Soy tu mujer.
Ella sigue embadurnada de aceite y yo, rezumando su eyaculación.
Me encajo en ella, inclinándome hacia delante, pero sin soltar mi peso.
Cuando siente que la toco, se contonea.
—Shhh... no empujes todavía. No quiero que sientas dolor.
Se queda quieta y espera. Creía que ya había experimentado todas
las formas de deseos locos con Zoe, pero esta nueva experiencia me está
sacando de órbita.
Empujo un poco; sentir cómo se estira me hace apretar los dientes.
Está caliente y apretadísima.
Muevo la mano hacia su coño, masajeando su clítoris, y lentamente,
pero con determinación, me abro paso en su cuerpo.
Ella gime de dolor y placer, pero no se aparta. En lugar de eso,
levanta el culo y yo la empujo más adentro.
—Qué bueno, Zoe.—le rodeo el cuello y el hombro con el brazo y
doy un empujón que me lleva hasta la mitad de su interior.
Me muerde.
—Te voy a follar muy bien. Te llenaré de mi semen. Haré que corra
por tus muslos y tu coño.
—¡Oh!
Deslicé dos dedos en su coño.
—¿Te gusta? ¿Ser tomada por mí en todos los sentidos al mismo
tiempo?
—Soy tuya, y tú eres mío. Me encanta todo lo que hacemos.
Con esas palabras, ella eliminó lo último de mi consciencia, y la
penetré de golpe.
Gritó. Lloró. Mordió. Se puso rígida bajo mí.
—Mía. Eres mía.
Creo que necesitaba escuchar eso, porque un momento después, sin
que se lo pidiera, comenzó a moverse.
Me arrodillé y empecé un lento vaivén, perdido entre el placer de
sentir sus músculos apretándome y ver cómo gemía, pidiéndome que la
follara más fuerte.
Mis manos se convirtieron en garras sobre sus caderas,
manteniéndola quieta, sumida en la sensación de su calor.
La penetraba a un ritmo constante, pero perdí el poco control que
me quedaba cuando su mano comenzó a buscar su propio placer.
—¿Quieres correrte, nena?
—Por favor.
—Métete dos dedos en el coño.
La toqué en el clítoris justo cuando obedecía. Poco después, ella
empujó hacia atrás.
Renuncié a cualquier intento de tomármelo con calma y la cogí con
fuerza.
Los aullidos, gritos, órdenes y súplicas que intercambiamos
probablemente se oían en toda la isla.
No había vergüenza. Solo un encuentro delicioso entre una pareja
que se vuelve loca el uno por el otro.
—Voy a correrme.—me advirtió, y agarré un puñado de su pelo
rubio.
—Lo quiero bien fuerte. ¿Puedes soportarlo?
—Sí.—respondió entre gemidos.
—¿Te gusta? Sé que te encanta. Me estás empapando la mano.
—Ahhhhh...
Nos perdimos durante largos minutos, ansiosos por el premio, por
esa pequeña muerte. El camino fue tan delicioso como lo que sabíamos que
vendría al final.
Ella se encabritó una última vez y se corrió sobre mí, haciéndome
prisionero.
Era mi fin.
Entré y salí. Cuando volví, la llené con mi semen.
Como había prometido, corrió por sus muslos, rezumando.
El Neanderthal que llevo dentro quería golpearse el pecho.
Mi mujer.
—Te amo, Zoe. Desde siempre y para siempre.
Capítulo Cuarenta y Siete
—¿Lo has dicho en el calor del momento?—pregunto.
—No. Realmente te amo.
Abro los ojos y, por fin, despierto. Aún no me he recuperado de todo
lo ocurrido. Un pequeño malestar en mi cuerpo no es nada comparado con
la sensación de estar poseída por el hombre que amo. Me estremezco al
recordar sus palabras y sus acciones mientras me abrazaba.
—Estoy loco por ti. El amor es un concepto demasiado simple para
explicarlo, pero lo tomaré prestado hasta que se les ocurra uno mejor.
Levanto la cabeza de su hombro y miro hacia atrás.
Christos me ha preparado un baño y lleva casi una hora
sosteniéndome en el agua tibia. No hablamos, porque no hay palabras que
puedan explicar lo que ha sucedido.
Ríndete, deseo. Soy suya.
Siempre fui suya. ¿Cómo podía pensar que podría haber otra?
—Estoy bien con el amor.—digo, dándome la vuelta y sentándome a
horcajadas sobre él, quedándome sobre sus muslos para no provocarle.
—Es más, Zoe. Luché contra ello porque mi orgullo me exigía no
buscarte, pero lo sabía.
—¿Sabías qué?
—Que, por mucho que pasara el tiempo, debíamos estar juntos.
—Si no volvíamos a vernos, acabarías encontrando a alguien.
Él mueve la cabeza, negando.
—Nunca amé a nadie antes de ti, y nunca amaré a nadie después de
ti.—dice, pasándome un mechón de pelo detrás de la oreja—Creo que soy
como mi padre. No me lo imagino casándose otra vez si le pasa algo a
mamá. Sabía que nadie te sustituiría desde que nos conocimos.

—Voy a despedirme de Yuri.—le digo, subiéndome los calzoncillos


pero sin ponerme la camiseta. Él entra en el armario y, por la forma en que
me mira, pareciera que no acabamos de hacer el amor otra vez después de
nuestro baño.
—Yuri ya se habrá ido.—responde frunciendo el ceño.
Los dos sabemos que es mentira. El yate sigue amarrado en el
puerto deportivo.
Vuelvo la cara hacia un lado, intentando comprender por qué parece
tan enfadado de repente.
—¿Estás celoso de tu ayudante?
—Claro que no.
Disimulo una sonrisa.
—No seas tonto.—me acerco, aún sin camiseta ni sujetador—Soy
tuya, griego.
Me coge del pecho y me masajea el pezón con el pulgar.
Gimo.
—Y sí. Ahora todo mío.
Me aferro a él, mis piernas tiemblan. Es increíble el poder que tiene
sobre mi cuerpo.
—¿Estás segura de que quieres irte?
La confianza en su tono me hace, incluso contra mi voluntad,
apartarlo.
—Engreído.
Él se encoge de hombros, pero no lo niega.
Me pongo una camiseta.
—Solo quiero agradecerle lo que hizo por mis padres. Con todo el
jaleo del rodaje de anuncios y las sesiones de fotos, no tenía tiempo. Es un
buen amigo y valoro a la gente como él.
—Lo es. Pero no lo digas demasiado.
—¡Dios mío!—me río a carcajadas, sacudiendo la cabeza.
Acabo de vestirme y me desenredo el pelo con los dedos. Ni
siquiera llevo sandalias.
Bajo corriendo las escaleras y me dirijo directamente al puerto
deportivo.
—¡Yuri!
Él está entrando en el yate de Christos, que llevará al equipo,
incluidos los fotógrafos, cámaras, maquilladores y las dos modelos, de
vuelta a la orilla. Se vuelve cuando le llamo.
—Zoe, ¿ha pasado algo?
—No.—le digo, sin aliento—Solo quería darte las gracias. Fuiste
muy bueno con mis padres, organizando tanto la clínica para mamá como la
casa para que vivieran durante el encierro. Tengo contigo una eterna deuda
de gratitud.
—No fue para tanto. Solo hice mi trabajo.—dice, pareciendo
incómodo.
—Ése es mi trabajo. Cuidar de ellos, quiero decir. Pero estuviste
maravilloso. Gracias.
Me despido con la mano y le doy la espalda para volver a la
mansión, pero antes oigo gritar al capitán que falta alguien a bordo y que
tienen que marcharse antes de que llegue la tormenta.
Entro de dos en dos y, tras limpiarme los pies en la alfombrilla, subo
al segundo piso, donde oigo la voz de Christos.
—Vístete.—su tono es duro e implacable.
Sin tener ni idea de lo que está pasando, me dirijo hacia donde creo
que está: la cocina.
—No sabes lo que te pierdes.—reconozco que la persona con la que
discute es una de las modelos que participaron en la sesión. Me hierve la
sangre.
¿Vístete?
¿Qué demonios está pasando?
Antes de que llegue hasta ellos, ella habla.
—Si lo que quieres es irte de vacaciones con una mujer, ¿por qué no
conmigo? Soy más joven y más guapa.
—Lárgate.
—Ella está lisiada. Esas cicatrices de los pies, sobre todo la de la
mano, son repugnantes.
Por un momento, me estremezco. Me miro los pies. Sí, aún tengo
cicatrices de quemaduras porque mi piel es demasiado fina, pero el
maquillador consiguió disimularlas. La de la mano está un poco peor, pero
no es asquerosa.
—¡Fuera, joder! ¿No has entendido lo que acabo de decir? ¡Estás
despedida!—grita Christos.
Voy a la cocina y, al mismo tiempo, la chica se pone el top que se
había quitado, mostrando los pechos a mi hombre.
—¿Qué crees que estás haciendo?—le pregunto.
Veo que le tiembla el labio inferior.
—¡Fuera! —vuelve a ordenar mi novio.
—Espera un momento. Deja que me responda. ¿Qué crees que estás
haciendo, Hanna? Has dicho que eres más joven que yo, pero debes de tener
al menos dieciocho años, o no estarías aquí. Pronto cumpliré veintiuno,
pero esa no es la cuestión. He vivido toda una vida más que tú.
—Zoe, yo...—empieza, pero la interrumpo.
—¿Crees que ofrecerte a tener sexo, desnudarte delante de un
hombre, hará que te aprecie? Dentro de diez años, si no antes, tu culo y tus
tetas empezarán a caerse. La gravedad, amor. Nadie escapa a eso. A este
paso, serás conocida no por ser fotogénica, sino por acostarte con tus jefes.
Un polvo fácil, como se dice en nuestro país.
—Lo siento.—dice la farsante.
—No he terminado.—me acerco dos pasos a ella—La que te acaba
de hablar era la antigua Zoe. Todavía hay un poco de ella en mí. Es amable
y compasiva. También perdona con facilidad. Pero, por desgracia, esa tonta
se quedó atrás. La que manda ahora es la Zoe enfadada. Tú eres repugnante,
alguien que utiliza el hecho de que tengo cicatrices para intentar
empequeñecerme.
—Estás celosa porque sabes que tengo razón. Se hartará de ti.—
gruñe ella, con el rostro transfigurado por el odio.
—No me malinterpretes, estoy enfadada, sí, porque es mío, pero
Christos es un chico grande y sabe cómo espantar a mujeres como tú.
Yuri entra, sin aliento.
—Hanna, ¿qué demonios haces aquí?
—Ofreciéndose a mi novio, pero fracasó. Adiós, Yuri—me doy la
vuelta y subo corriendo las escaleras. Estoy muy enfadada, quizás más
conmigo misma que con ella, por dejar que me hiciera perder el control.
Apenas llego a la habitación, sin embargo, cuando Christos me
agarra del brazo.
—Zoe.
—No estoy enfadada contigo. Llevo casi dos años ejerciendo de
modelo. Sé cómo van las cosas en la industria. No es la primera vez que veo
a una chica enseñar las tetas a un tío como una especie de tarjeta de
presentación, pero sí es la primera vez que veo a una hacerlo por mi
hombre. Quería partirle la cara.
Él se acerca, como cuando alguien lo hace a un animal salvaje; no
creo que sepa cuál será mi reacción.
—¿Estás celosa?
—No. Los celos no llegan a definirlo. Quiero matarla.
—No era lo que parecía.—dice, rodeándome por la cintura—Me
preocupé cuando habló de tu mano. Me da igual. Yo…
Coloco mis dedos sobre sus labios.
—Ya lo sé. Y yo tampoco. Podría haber perdido a mis padres y a mi
mejor amiga, Christos. Estas cicatrices no son nada. No fue mi autoestima
lo que hirió. Fueron los celos en su máxima expresión, pero no quise ceder.
Él se ríe, y eso me relaja a pesar de la tensión que nos rodeaba hace
un momento. Sin embargo, segundos después, su expresión se vuelve seria
y presiona nuestras frentes.
—Tengo un regalo. Iba a esperar hasta tu vigésimo primer
cumpleaños, pero no quiero dejar nada en suspenso cuando se trata de
nosotros.—me da un ligero beso en los labios y se aleja. —No te vayas.
—Sí, señor.
Lo oigo bajar las escaleras. Un minuto después, vuelve con un papel
en las manos.
—¿Qué es eso?
—Ábrelo.
Leo, y se me hace la boca agua.
—¿Una granja?
—Sí, en Carolina del Norte. Tu sueño de ser granjera ahora se hará
realidad.
—Era un plan lejano. No sé qué hacer con una granja.
—Tendremos muchos empleados, pero también podremos aprender
juntos.
Lo miro incrédula, y creo que ve la pregunta en mi rostro porque
asiente con la cabeza.
—Sí, así es. Te pido que seas mía.
—Creía que ya habíamos superado esa parte. Soy tuya.
—Déjame intentar hacerlo mejor, entonces.
Se dirige a la mesilla de noche y saca un joyero.
Luego se arrodilla a mis pies, y mi corazón se acelera.
—Había planeado hacer esto con nuestros padres presentes, pero
nada entre nosotros sigue un guion, Zoe.—abre la caja de Tiffany, revelando
un anillo de diamantes en forma de princesa—Tenía que encontrarte y luego
perderte para estar seguro de que eres la persona que he estado esperando
toda mi vida. Fui tu perseguidor silencioso. Te amé, incluso cuando aún no
sabía que era amor y…
No espero a que termine de hablar; tiro de su mano y él se levanta.
—Te amo,—le digo— y quiero vivir a tu lado todo el tiempo que me
quede en este mundo.
—Sigues sin responder.
—Sí. Sí. Sí. No hay nada que desee más que ser tu esposa.
Capítulo Cuarenta y Ocho
En el día siguiente
—Felicidades, cariño. ¿Sonaría demasiado engreído si dijera que
sabía que esto iba a ocurrir?
—¿Cómo?—le pregunto a mi madre, sonriendo.
—Soy vieja y quizá esté un poco fuera de forma, pero sé reconocer
a una pareja enamorada cuando la veo.
—Es verdad.—interviene Danae—También me di cuenta cuando
estuvieron en nuestra casa. Creo que conocemos bastante bien a nuestros
hijos, ¿verdad, Macy?
Sonrío al escucharla referirse a su hijo como un niño. Cuando lo
miro, él también niega con la cabeza, probablemente por la misma razón.
Estamos todos reunidos en la casa principal de la isla,
comunicándoles a mis padres por videollamada que nos vamos a casar.
Danae y Alekos han llegado hoy temprano, y mi suegra —sí, supongo que
ahora puedo llamarla así— se ha puesto muy contenta al enterarse de la
noticia.
Todavía no me lo creo. Me siento muy feliz, pero temo que todo ha
sido un sueño.
Esta mañana, Christos se reunió con su equipo jurídico. Dijeron que
el asunto del falso matrimonio se resolvería en dos meses. A mi prometido
no le gustó y exigió un mes como plazo. Luego me dijo que quería que nos
casáramos tan pronto como un juez dictaminara que mi relación con Mike
no era válida.
—Entonces, ¿dónde piensan casarse?—pregunta mi madre.
—En nuestra granja.—respondo rápidamente, mirando a Christos.
—Ya tienes tu respuesta, querida suegra. Si Zoe decide, yo digo que
sí.
Pongo los ojos en blanco.
—Como si tal cosa siempre ocurriera.
—Dicho así, ¡hasta un extraño le creería!—dice su madre, riendo—
Tú y tu padre son iguales. Si le dejara, Alekos elegiría hasta el color de mi
ropa interior.
—Demasiada información, señora Danae.—dice Christos.
Mi madre se ríe.
El ambiente es distendido, y deseo un futuro con una casa llena de
niños, Navidades en familia y mucho amor.
Los dos últimos ya están garantizados. Me siento querida y acogida
tanto por Christos como por sus padres. Eso, en mi opinión, se califica de
premio gordo.
—Voy a hablar con Yuri para ver si puede ayudarme con los
preparativos de la boda, y seguro que Bia también querrá participar.
—Hablando de ella, ¿cómo está?—pregunta mamá.
—Bueno, después de lo ocurrido, ha dicho que quiere hacer cambios
en su vida. Ya no quiere ser agente. Dejará todo en manos de Miguel y se
tomará un año sabático. Ya está recuperada al cien por cien de... nuestro
accidente.
Miro a Christos y veo que aprieta la mandíbula.
—Me alegro de que se hiciera justicia divina.—dice su madre—Ese
hombre cruel recibió su merecido.—termina, refiriéndose a Mike.
—Bueno, ahora tenemos que irnos, cariño. Nos ha encantado la
noticia. Espero estar lo bastante bien para asistir a tu boda.
—Lo estarás, mamá. Estoy segura.
Pasamos un par de minutos más hablando en el salón, pero luego me
excuso y me voy. Tengo algo que hacer.
Subo a mi habitación y, con el teléfono y la pequeña Pauline en la
mano, salgo de casa y me dirijo a la playa.
Media hora y muchas fotos después, me siento en la arena, mirando
al mar.
—Hola, amiga, espero que puedas ver desde el cielo lo feliz que soy.
Me voy a casar con mi griego, quiero decir, con mi dios griego, según su
ego.—bromeo—No he venido a hablar contigo antes porque, justo después
del incendio, tenía la cabeza hecha un lío. No sé cómo afrontar las noticias
difíciles, y las recibí en bloque. La casa de mis padres estaba destruida, Bia
estaba en coma y, en medio de todo, me fui a vivir con Christos.
Sonrío pensando en lo que dijo el otro día, que la vida dio un giro y
acabamos en el mismo lugar, en los brazos del otro.
—Ni que decir tiene que estoy más que aliviada de que mi
matrimonio con Mike, que nunca funcionó realmente, ni siquiera a los ojos
de la ley, fuera una mentira. Es tan mala persona que ni siquiera puedo
enumerar qué partes odiaba más. No, eso no es cierto. Con todo lo que me
hizo, lo único que nunca le perdonaré fue que intentara matar a mi familia.
Puede que algún día Dios piense que merece una segunda oportunidad y lo
saque del infierno, que es donde estoy segura de que está, pero por ahora
me reservo el derecho a odiarlo. En fin, solo quería saludarte y asegurarte
que no me he olvidado de nuestro proyecto. Las sesiones fotográficas
continuarán, pero la carrera de modelo no durará mucho más, espero.
Siempre te llevaré en mi corazón allá donde vaya, pero ha llegado el
momento de vivir mi vida un poco también, Pauline.
—¿Quieres compañía?
Miro hacia atrás y veo a Christos que viene hacia mí. Palmeo la
arena a mi lado.
—¿La tuya? Siempre.
—¿Tomándote fotos con tu amiga?—se coloca detrás de mí,
abrazándome con los brazos y las piernas. Me siento rodeada por una pared,
y la sensación es deliciosa.
—Sí. Hace tiempo que no lo hago porque me gusta enviar buenas
vibraciones cuando hablo con Pauline, y al principio, justo después del
incendio, estaba muy cabreada.
—Jodidamente cabreada.
—¿Qué?
—No tienes que moderar tus sentimientos, Zoe. Eres humana y
tienes derecho a volverte loca a veces. No estabas enfadada; estabas
jodidamente cabreada porque ese cabrón casi había destruido todo tu
mundo. Mintió sobre casarse contigo cuando ya estaba casado. Luego te
robó y, al final, intentó matarte. Tienes derecho a expresar cómo te sientes
realmente. Grita, permítete maldecir y sentir rabia.
—Yo interiorizo mis sentimientos.
—La mayor parte del tiempo, yo también. No se me dan bien las
palabras. Pero no creo que sea sano que te contengas cuando estás
enfadada.
—¿Incluso si es contigo?
—Sobre todo conmigo. Estamos juntos para siempre. No quiero una
relación de anuncio de televisión, sino una de verdad. Soy griego y tengo un
temperamento infernal. Soy controlador y arrogante, y no dudo de que nos
pelearemos muchas veces.
—Puedes apostar por ello. Al fin y al cabo, me encanta
reconciliarme contigo después.
Siento su pecho agitarse detrás de mí, y sé que se está riendo.
—¿Voy a tener que llevarte a terapia de adicción al sexo, futura
dama Lykaios?
—No, gracias. Estoy bien con mi adicción. De hecho,—digo,
levantándome, quitándome los pantalones cortos y la camiseta, dejándome
solo el bikini puesto—quiero más.

Nueva York

Un mes después
—¿Me estás diciendo que ahora estoy libre?—le pregunto al
abogado que está hablando con Christos y conmigo por videollamada.
—Sí. De hecho, Srta. Turner, siempre lo ha estado. Solo hacía falta
que las autoridades lo registraran.
Ignorando que en realidad no estamos solos, salto al regazo de
Christos y le abrazo.
Estaba trabajando en un cuadro cuando él envió a la criada para
avisarme de que quería verme. Me he apuntado a un curso de pintura online
para desestresarme. No soy Picasso, pero me gustan mis creaciones. El
curso me ha ayudado a controlar mi ansiedad.
Llegamos a Nueva York hace tres días. Volvimos a Boston desde
Grecia porque yo quería ver a mis padres, pero Christos tuvo que venir para
ocuparse de unos asuntos de negocios.
—¿Lo has oído? Vamos a casarnos—le digo a mi prometido, feliz
como una tonta.
—Gracias, Steve.—dice Christos, terminando la llamada con el
abogado—¿Mañana? —me pregunta con una de sus raras sonrisas.
—No tan pronto. Aún tengo que dar mi aprobación final al vestido.
Y hay que resolver algunos detalles de la fiesta.
—Déjalo en manos de Yuri. Seguro que lo solucionará rápidamente.
—Además, Bia. Ya me ha dicho que quiere ser ella quien organice la
recepción.
—De acuerdo, señorita Turner. Siempre que eso signifique que no
esperaré mucho hasta verte caminar hacia mí con un vestido blanco.
—Y yo estoy deseando tenerte desnudo en nuestra noche de bodas.
—Chica atrevida.
—Tu chica atrevida.

Una semana después

Estoy terminando las últimas pinceladas de un cuadro que quiero


regalar a mi madre cuando suena mi teléfono. No contesto enseguida
porque no reconozco el número, pero la persona que llama es insistente y,
resoplando, renuncio a intentar ignorarla.
—¿Diga?—contesto, de mal humor.
—¿Zoe?
—¿Quién es?
—Nelly Howard. ¿Es un mal momento?
¿La madre de Mike? ¿Qué demonios quiere?
—Eh... no. Lo siento, no reconocí el número.—Ni tu voz porque
nunca quisiste interactuar conmigo. Pero me guardo esa segunda parte para
mí.
—No lo habrías hecho. Solo nos hemos visto una vez.
Algo en su tono me cabrea, así que decido que no voy a prolongar el
sufrimiento.
—No quiero ser grosera, pero ¿hay alguna razón en particular por la
que me llamas? Cuando mis padres lo perdieron todo, tengo entendido que
dijiste que no querías hablar con ninguno de nosotros.
—Sí, estaba muy enfadada.
—¿Conmigo? Perdona mi brusquedad, pero fue tu hijo quien intentó
matarme a mí y a mi familia. Así que si alguien debería estar enfadado,
sería yo.
—Sí, lo sé. Estaba deprimida. La policía me notificó poco después
del incendio de la casa de tus padres que mi Mike había muerto en un
accidente de coche.
—Si esperas que me disculpe por no haberte llamado para darte el
pésame, eso no va a ocurrir. Tengo algunos defectos, pero la falsedad no es
uno de ellos.
—No esperaba oír que lo sentías, y no llamé para provocar una
pelea, solo para tener una charla sincera. Volví a la iglesia, y el cura me
aconsejó que intentara enmendar el pasado. Arreglar mis errores.
—No lo entiendo.
—Cuando Mike se casó contigo, yo sabía que ya estaba casado. Por
eso no me presenté aquel día en el registro civil. No quería formar parte de
aquella estafa.
—¿Qué? ¿Me estás diciendo que sabías que tu hijo estaba
cometiendo un delito, sabías que me estaba engañando a mí y a mi familia,
y te callaste?
—Sí. Sé que lo que hice no estuvo bien.
—¿No estuvo bien? Dejaste que tu hijo me arrastrara a una relación
ilegal.
—No te pido que entiendas mis razones. Solo quería pedirte
disculpas. Cuando seas madre, verás que no hay límites a lo que harías por
tu hijo.
—Nunca me convertiré en esa clase de madre. Amar a un hijo
significa criarlo con buenos principios, y eso incluye enseñarle lo que está
bien y lo que está mal. Cuando no me dijiste la verdad, señora Howard,
diste tu bendición a Mike. Te deseo suerte pidiéndole perdón a Dios, pero
yo no te lo daré. Que pases una buena tarde.
Cuelgo el teléfono, sintiendo que se me aligera el pecho. Quizá a
eso se refería Christos con lo de exteriorizar cuando estoy enfadada. Podría
haberle ofrecido mi perdón, pero no habría sido sincero. No pretendo
albergar resentimiento, pero no quiero tener nada que ver con Mike, y eso
incluye a su madre.
Capítulo Cuarenta y Nueve
Nueva York

Dos semanas después


—Tengo un regalo para ti. Creo que incluso te lo daré por
adelantado como regalo de bodas.
—¿Díe de limpieza, Beau? —pregunto, apresuradamente. Sé que me
está diciendo que ha encontrado a Howard.
Nunca dudé de que lo haría. No me creí ni por un segundo la
historia del accidente de coche; sonaba demasiado conveniente que muriera
de esa manera cuando la policía estaba tras el maldito bastardo.
—Sí. Ya sabes lo bueno que soy creando trampas para roedores... y,
de hecho, también exterminando.
—Eso no es lo que acordamos.
—¿Pactamos algo, entonces? La empresa de limpieza es mía,
amigo. No necesito un socio. Además, en la situación actual, sería
imposible hacerlo de otro modo. La limpieza no se hizo en Estados Unidos,
sino en Nicaragua.
—¿Qué?
—Disfruta de tu vida, Christos. Tienes una hermosa mujer en casa.
Tu negocio es ganar dinero, no ocuparte de roedores. Deja que gente como
yo se encargue del lado feo de la vida. Siempre estaré vigilante.
No estoy de acuerdo con lo que dice. Puedo matar sin
remordimientos por los que quiero; Zoe es mi mundo.
Ojalá hubiera hecho sufrir a Howard. Lo que me tranquiliza es saber
que, tanto si su muerte fue a manos de Beau como de sus hombres, habría
durado horas y habría sido dolorosa.
Justo entonces suena el teléfono, mostrando el número de Odin.
—Por fin tu mujer ha cerrado el libro de su pasado. ¿Listo para
empezar a escribir una nueva historia?
—¿Te sientes poético, primo?
Supongo que se refiere a la falsa anulación del matrimonio, porque
no creo que tuviera forma de saber que Beau cazó y exterminó a Mike. ¿O
no?
—Emocionado, diría yo. Vacunarme me permitirá seguir con mis
planes.
Hoy hemos sabido que la vacunación empezará pronto. Odin no da
más detalles sobre sus planes. Nunca hemos hablado de ello, pero sé que
está a punto de comenzar. Sin embargo, no intento disuadirlo, porque si yo
estuviera en su lugar, haría lo mismo.
—Entonces, en cuanto te pongan la inyección, ¿te vas a Grecia?
—Sí. A mi isla.
—¿Es tuya ahora?
—Lo es, y todos los que la ocupan. Principalmente Leandros
Argyros.
—¿Y el resto de su familia?
—No me vengo de las mujeres.
—¿Es venganza lo que buscas?
—¿Para qué nombrarla? Pero yo lo llamaría ajuste de cuentas.
¿Quién soy yo para juzgarlo si ahora mismo estoy satisfecho con la
muerte de Mike Howard?
—¿Cómo sabías que el libro del pasado de Zoe ya estaba cerrado?
—Que me pidieras que no interviniera no significa que dejara de
investigar. Eres mi primo. Tu vida también es la mía. Cualquiera que te
amenace es mi enemigo.
Me siento conmovido por lo que dice. Odin ha conseguido ser aún
más asustadizo que yo y está básicamente solo en el mundo. Sé lo mucho
que nuestra amistad significa para él.
—Eso va en ambos sentidos, así que ten en cuenta que estaré atento
cuando viajes a Grecia.
—No lo dudaba, pero no te preocupes, lo tengo bajo control.
—¿Vendrás a nuestra boda?
—No me la perdería por nada.

Nueva York

Tres semanas después


—¿Qué más falta?
—Ha surgido un imprevisto, pero aparte de eso, está la degustación
de repostería. Con el distanciamiento social, programar las citas ha sido
caótico.
—Podría haber sido peor. No me imaginaba que la vacuna estaría
lista este año. Nuestros padres serán los primeros en tomarla. En cuanto a
nosotros, creo que solo estamos en el grupo cuatro.
—Puede que no.—ella dice enigmáticamente.
—¿Por qué creo que guardas un secreto?
—Porque, por desgracia, soy una mentirosa terrible.
Estaba trabajando en la biblioteca de mi apartamento cuando ella
entró misteriosamente. Pensé que estaba relacionado con la ceremonia, pero
ahora me doy cuenta de que hay algo más en esa sonrisa astuta y hermosa.
—No puedo estar en desacuerdo.—digo, reclinándome en la silla y
dándome una palmada en el muslo.
Ella se sienta a horcajadas sobre mi regazo, de cara a mí.
—¿Que soy una mentirosa terrible?
—Sí. La peor del mundo. Te morirías de hambre si tu medio de vida
fuera jugar al póquer.
—Eso no es bueno para mi autoestima.
—Ser mentiroso no es una buena cualidad, así que no intento
destruir tu ego; ten en cuenta que tus ojos te delatan. Brillan como piedras
preciosas cuando estás feliz.
—En ese caso, unas gafas de sol resolverían mi problema.
Se está saliendo del tema, y siento más curiosidad que nunca.
—Has dicho que, además de la cata de pasteles, ha habido un
imprevisto. ¿Qué ha ocurrido?
—Dios, no se te escapa nada.
—No. ¿Y qué?
—Hay un problema con el vestido.
—Creía que ya te habías decidido por uno. ¿No prometió el estilista
de Vanity diseñarlo?
—Sí, y lo hizo. Es precioso, pero no se ajusta a mi cuerpo.
—¿Qué?
Sonríe.
—Vamos a tener que ajustarlo. Alargarlo un poco.
Al principio la miro sin comprender, pero luego noto la felicidad
apenas disimulada.
—¿Has engordado?—pregunto para asegurarme, pero mi corazón ya
late con fuerza contra mi caja torácica.
—Sí. He engordado casi dos kilos, y estoy segura de que pronto
engordaré aún más.
—Palabras, Zoe. Quiero oírlo. Necesito oírlo.—suplico, sosteniendo
su cara.
Me tiembla un poco la mano. No es fácil emocionarme, pero ella
parece saber cómo hacerlo.
—Estoy embarazada—dice, y una lágrima cae por su mejilla—
Vamos a tener un bebé. Sé que no era lo que habíamos acordado, pero...
La beso porque no hay nada que pueda decir que transmita lo que
siento. Hemos creado una vida. Mi amor por ella se va a materializar ahora
en un trocito de nosotros dos.
Cuando dejamos de besarnos, veo que ella está sonriendo.
—Tenía miedo de decírtelo porque aún no habíamos hablado de
ello, ¡pero soy muy feliz! Me siento como si hubiera estado levitando desde
el momento en que me enteré hoy temprano.
—¿Pensabas que no me alegraría?
—Sé que me quieres. Lo siento en cada célula de mi cuerpo, pero un
hijo es una responsabilidad interminable.
—Lidio bien con las responsabilidades, pero esto—le digo,
poniendo la mano sobre su vientre—no es una responsabilidad; es nuestro
amor y nuestro futuro. Todo mi mundo.
Ella se acurruca en mis brazos y apoya la cabeza en mi pecho. La
abrazo con fuerza.
Creo que todo ocurre por alguna razón. No fue casualidad, sino que
intervino el destino cuando Beau encontró y eliminó a Mike Howard hace
unas semanas. Sucedió en el momento justo, como si las piezas del tablero
de la vida encajaran por fin en su sitio.
Capítulo Cincuenta
Dos meses después
—Puede que le duela un poco el brazo, señorita.—me dice la
enfermera que acaba de administrarme la primera dosis de la vacuna.
Contrariamente a lo que pensábamos al principio, ya hay suficientes
vacunas para todos, aunque se prioriza a las personas mayores. Decidí
ponerme la mía antes de la boda, porque, a pesar de que podría sentirme
más gordita en el día de la fiesta, sabía que estaría más tranquila sabiendo
que todos están vacunados.
Bia me acompaña. Es la primera vez que nos vemos después de toda
la tragedia, aunque hemos hablado por teléfono casi todos los días,
especialmente en relación con la boda.
—No me gusta sentir dolor.—le dice a la enfermera mientras se
sube la manga para recibir su dosis.
—La otra opción es mucho peor.—le señalo.
—No me digas eso. Gracias a Dios, por fin la vida volverá a la
normalidad. Cuando te cases, finalmente me iré de vacaciones al Caribe,
empezando mi ansiado año sabático.
—¿Un crucero?—pregunto mientras caminamos de regreso al
coche.
—No. Mi amiga se casó con un millonario.—se detiene y sonríe—
Otra amiga mía, además de ti,—se corrige—se casó con un millonario.
Aunque, en el caso de Christos, sería más acertado decir que es un
multimillonario.
—¿Y te prestarán una isla? si ella quiere viajar, podría ir a la isla de
Christos, en Grecia.
—¿Estás celosa?
—Sí, lo estoy.
—Quizá durante mis andanzas del año que viene pase por la tuya.
—Avísame si realmente quieres ir.
—Hablando de Grecia, el anuncio y el catálogo que hiciste en la isla
de Christos están repartidos por todo el mundo. ¿Tienes idea de cuántas
llamadas y correos electrónicos ha recibido Miguel cada día de marcas que
quieren que las representes?
—Vamos a hacernos ricos.—bromeo.
—Ya eres rica. El contrato que cerraste con Christos te llevó a un
nivel tal que eres envidiada entre la élite de la pasarela. Pero, según Miguel,
has recibido una propuesta del rival de Vanity. Están dispuestos a doblar la
oferta de Christos por un contrato exclusivo y seguir pagando su multa si
decides cambiar de barco.
—¿Sabe esta empresa que mi griego no solo es mi patrón, sino
también mi futuro marido?
—Probablemente, aunque aún no haya anunciado su matrimonio en
público.
—Porque Christos decidió hacerlo cuando vayamos a la ópera, en
una presentación exclusiva para la alta sociedad, dentro de poco más de un
mes. Mi barriga ya será visible, y los sitios web de cotilleos presentes
tendrán dos temas de los que hablar a la vez. Será bueno, incluso, porque
cuando se enteren de que estoy embarazada, renunciarán rápidamente a
ofrecerme una fortuna como modelo.
—No sé. Este nuevo anuncio de Vanity es tan popular ahora que
creo que estarían dispuestos a esperar a que tuvieras el bebé.
—Dudo mucho que no sepan que Christos y yo estamos juntos. Los
cotilleos corren como la pólvora en nuestro sector. ¿De verdad creen que
rompería un contrato con mi futuro marido a cambio de más dinero?
—Amor, no sabes de lo que son capaces algunas personas por unos
dólares más en su cuenta.
—Algunas personas sí, pero yo no. Aunque no estuviera enamorada
de Christos, ninguna cantidad de dinero me haría romper un contrato.
Permaneceré exclusivamente con Vanity durante los cinco años acordados;
después, dejaré de modelar por completo.

Noche de ópera

Mes y medio después


—Estoy un poco nerviosa.—le digo a Bia antes de que abra la
puerta de la limusina—No, permíteme que lo diga de otro modo: estoy muy
nerviosa.
—Lo sé. Ya te conozco, Zoe. Emanas electricidad.
—Me comerán viva cuando salga del coche. Sobre todo por el
vestido que elegí.
Me mira la barriga redondeada. Como soy delgada, si llevara un
vestido holgado, aún podría disimularlo, pero con este vestido ajustado y
sin tirantes, no hay duda.
—¿Lo has hecho a propósito?
—Sí. No me avergüenzo de nuestros hijos.
Nos enteramos de que vamos a tener gemelos. Fue una sorpresa y
también una alegría. Dos bebés al mismo tiempo son una bendición. No
entendía cómo era posible hasta que hablé por teléfono con Madeline, mi
prima y, creo, la única pariente de sangre a la que le gusto. Me contó que
una vez su madre tuvo un aborto espontáneo de gemelos. Luego me habló
de casos de gemelos en la familia, diciendo que probablemente por eso yo
había sido bendecida.
Ella es un encanto y estará aquí esta noche. Por desgracia, su madre
también, pero la vida no es perfecta, ¿verdad?
—A la mierda los cotilleos, Zoe. Lo que importa somos nosotros
dos. O, mejor dicho, nosotros cuatro. Nadie hará que nos avergoncemos de
nuestra familia.
—Jamás. Creo que los nervios se deben más a que no me gusta
llamar la atención.
—No llamar la atención en tu caso es imposible. Eres preciosa.
Entra con la cabeza bien alta. Estaré a tu lado en todo momento.
Se abre la puerta del coche y veo que los guardaespaldas ya están en
sus puestos. Christos se baja y me ofrece la mano, y cuando salgo, me
ciegan unos destellos. Da miedo, porque incluso con la barrera humana de
los guardias de seguridad, parecen moscas en la miel.
Es como si, ahora que están todos vacunados, se hubieran dado el
derecho de olvidarse de los buenos modales. Estoy acostumbrada al acoso,
sobre todo al final de un desfile de moda, pero lo que está ocurriendo hoy es
surrealista.
Solo puede ser por Vanity, o posiblemente por ir del brazo de
Christos, o tal vez por ambas cosas juntas.
Mantengo una sonrisa congelada e impersonal, y mi rostro está
rígido por la tensión. Lo único que me tranquiliza un poco es el brazo de
Christos alrededor de mi cintura mientras su otra mano me acaricia el
abdomen.
Ignoro las preguntas que parecen venir de todas partes,
concentrándome en no tropezar.
El corazón me late demasiado rápido y tengo las manos frías. Es
más difícil de lo que imaginaba, y solo puedo exhalar un suspiro de alivio
cuando, por fin, entramos en el teatro.
—¿Va todo bien?—pregunta Christos.
—Sí.—miento y luego me corrijo—Estoy ansiosa.
Él me besa los labios.
—Yo tampoco quiero estar aquí, pero necesitamos esta aparición
pública. Si no, el mundo se volvería patas arriba cuando se enteraran del
matrimonio y del embarazo. Será mejor así. Mañana, Yuri hará una
declaración oficial en los periódicos.
Asiento con la cabeza, rezando para que la noche pase rápido.
—¿Zoe?—me llama una voz vacilante, y me giro para ver de quién
se trata.
Es mi prima, Madeline Turner.
—No puedo creer que por fin volvamos a vernos.—ella dice.
No nos besamos ni nos damos la mano. Es horrible, pero la gente ha
evitado hacerlo incluso después de recibir la inyección. Creo que esta será
otra cicatriz en la memoria colectiva: el miedo a abrazar y besar.
—Madeline, me alegro mucho de verte. Estás preciosa.
—Gracias.—dice tímidamente.
Ella es realmente guapa: piel clara, enormes ojos azules y delicada
como un hada. Lleva un vestido largo, rojo y llamativo que no va en
absoluto con su personalidad. Seguro que no fue ella quien lo eligió.
—Madeline, este es mi prometido, Christos. Christos, esta es la
prima de la que te hablé, Madeline.
Intercambian cumplidos y un hombre se acerca, llamando la
atención de mi prometido. Me giro para hablar con Madeline, pero me
quedo paralizada al oír que alguien dice:
—Zoe, ¡qué alegría volver a verte, cariño!
Dios mío. La hipocresía tiene nombre y apellidos: Adley Turner, mi
tía. O, mejor dicho, la madre de Madeline, ya que nunca fue tía mía.
¿Y «cariño»? ¡Me ofreció un uniforme de sirvienta la última vez que
nos vimos!
Me vuelvo hacia la voz a regañadientes.
La mujer tiene una sonrisa tan amplia —y falsa— que parece que
lleva un tatuaje en la cara.
—No volviste a visitarme, pero no soy rencorosa, así que haré caso
omiso de tu ingratitud.
No puedo contener una mirada de asombro.
—Estoy muy contenta con el éxito de la campaña.—dice, mirando
mi barriga de embarazada, claramente marcada por el vestido.
Quizá sea demasiado sensible, pero me parece que está insinuando
que conseguí el trabajo por la barriga, ya que Vanity es de Christos.
—Gracias.—respondo secamente.
—Pero veo que no podrás rodar durante mucho tiempo.
Ella da un paso hacia adelante con la mano extendida, como si
quisiera acariciarme la barriga.
Retrocedo, pero antes de que pueda avanzar más, retumba la voz de
Christos.
—No.
Es un «no» innegable, de esos que no dejan lugar a dudas y están
llenos de subtexto:
No te acerques más.
No molestes a mi mujer.
No toques a mis hijos.
Ella se detiene y su sonrisa se desvanece un poco.
—Christos Lykaios. He oído decir que mi sobrina estaba…—hace
una pausa dramática y me dan ganas de pegarle— trabajando contigo.
Oigo un suspiro de disgusto de Madeline y lo siento por ella. Seguro
que se avergüenza del comportamiento de su madre.
Mi prometido me rodea con el brazo.
—Ella no solo está trabajando.—dice a un volumen que cualquiera
dentro del VIP puede oír—Es mía en todos los sentidos. Zoe será mi esposa
y la madre de mis hijos.
Se oye un «ohhhhh», y luego reina el silencio durante casi medio
minuto.
Adley es la primera en recuperarse.
—¡Oh, qué alegría!—cambia completamente de tono—
Felicitaciones, Zoe. Me alegra mucho la noticia. ¿Cuándo es la boda?
He alcanzado mi límite de masoquismo por hoy.
Ignorando la pregunta de la víbora, me vuelvo hacia Madeline.
—¿Puedes acompañarme al baño?
—Por supuesto.
Cojo la mano de Christos y le doy un beso.
—Ahora vuelvo.
Él me mira como si quisiera decir algo, pero se contiene. Mientras
nos alejamos, veo que nos sigue un guardaespaldas.
Capítulo Cincuenta y Uno
—Lo siento por todo, Zoe.
—No es culpa tuya, Maddie.—le respondo, llamándola por su apodo
—Nadie elige a la madre que tiene.
Ella suelta una carcajada.
—Lo sé mejor que nadie.
—Vas a venir a mi boda, ¿verdad?
—Sí, voy. Nunca he estado en Carolina del Norte. Estoy muy
emocionada, pero quería pedirte un favor.
Detengo mis pasos.
—Por supuesto.
—Por favor, ayúdame a elegir un vestido. Mi madre siempre critica
toda mi ropa, y cuando me ayuda, me queda así.—dice, señalando su
atuendo actual.
—Es precioso, pero no te sienta bien.
—Ya lo sé. No soy tan elegante; no me gusta enseñar demasiado.
Con todos mis respetos.—añade, echando un vistazo a mi vestido, que tiene
una gran abertura que deja al descubierto mi muslo izquierdo.
—Estoy acostumbrada a vestirme y desvestirme. Ya no me
avergüenza mostrar mi cuerpo. Pero al principio de mi carrera, era mucho
más tímida. La terapia me ayudó en el proceso.
—Y hablando de no avergonzarse, estoy pensando en hacer una
locura.—dice.
—¿Qué tipo de locura?
—Me escaparé a Londres. Conseguiré un trabajo. Viviré la vida.
—¿Qué?
—¿Crees que no soy capaz?
—Si me preguntas por la fuerza mental, creo que cualquiera puede
hacer cualquier cosa. Solo que no entiendo el motivo de este cambio
repentino.
—Llevo mucho tiempo planeando esto. Quiero salir de la tutela de
mi madre e irme a Europa. Ya no soporto la presión que ejerce sobre mí
para que me case. He terminado la universidad, pero no puedo trabajar
porque 'avergonzaría el buen nombre de los Turner’—dice, imitando a su
madre.
Me río porque suena igual que ella.
—¿Qué necesitas para llevar a cabo este plan?
—Apoyo moral, sobre todo.
—Bueno, eso ya lo tienes. Cuenta conmigo para lo que necesites.
De hecho, acabo de tener una idea. Hay un amigo de Christos, Kamal. Es
jeque y hombre de negocios, CEO, en realidad. Mi prometido me dijo que
buscaba un asistente en Londres.
—¡Madre mía! ¿Crees que yo podría hacerlo?
—Bueno, tienes algunas cualificaciones. Según tengo entendido,
quiere a alguien que viaje con él y le enseñe cultura occidental y etiqueta
social.
—¿Consejos de etiqueta social? ¿Es maleducado?
—No tengo ni idea. Pero si quieres, puedo hablarlo con Christos.
—¡Por supuesto! ¿Crees que este hombre me tendría en cuenta para
el trabajo?
Decido ser sincera.
—No lo sé. Nunca he conocido a un jeque en mi vida. Por
desgracia, no vendrá a mi boda porque tiene un compromiso para esa
misma semana; de lo contrario, Christos podría presentarlos. Pero te
prometo que hablaré de ello con mi prometido.
El baño está vacío y, después de usar los retretes, nos retocamos el
maquillaje y hablamos de una nueva marca de pintalabios que acaba de salir
al mercado y no hace pruebas con animales.
De repente, se abre la puerta y, en el espejo, veo a la última persona
que me hubiera imaginado ver esa noche.
Ernestine Lambert, la madre de Pauline.
Sigue siendo una mujer hermosa, aunque es una sombra de su
antigua belleza. Lleva un largo vestido negro, luciendo completamente
cómoda como una dama de la alta sociedad.
Parece sorprendida de verme. Creo que ambas estamos en estado de
shock, pero yo me recupero primero.
—Hola, mentirosa. ¿Qué haces aquí?—le pregunto.
Sí, creo que las hormonas del embarazo están afectando mi
temperamento. Estoy en una fase en la que, si alguien me cabrea, me dan
ganas de arrancarle la cabeza.
—Zoe, ¡es un placer volver a verte! Respecto a tu pregunta, no
fuiste la única que consiguió un multimillonario, cariño.
—No puedo decir lo mismo. No me produce ningún placer volver a
verte.—me vuelvo hacia mi prima—Madeline, ¿puedes salir y asegurarte de
que no entra nadie?
Ella se marcha sin discutir.
—No tenemos nada de qué hablar, Zoe. ¿O quieres disculparte por
ser la amante de ese asesino?
—Si vuelves a abrir la boca para hablar de mi prometido, te pegaré.
De hecho, no dirás nada. Lo haré yo. ¿Cómo puedes mirarte al espejo
después de lo que has hecho? Estás podrida, Ernestine. Era tu niña. Tu niña
a la que querías y protegías. Sabías quién la había puesto en ese estado y
aun así nos mentiste a todos. Te aprovechaste de que Pauline era demasiado
joven para recordar al verdadero culpable. ¿Para qué? ¿Para ganarte la
compasión de la gente? ¿Para que nadie supiera lo irresponsable que eres?
No satisfecha, ¡entregaste la indemnización a otro novio mientras tu hija
estaba necesitada!
—Tú no sabes nada.
—Quizá no, pero lo que sé me pone enferma. Nunca pensé que diría
algo así, pero Pauline tuvo suerte de ir al cielo. Dios se la llevó porque tú no
la merecías. Mentirosa, cazafortunas. Eres un desecho de ser humano, tan
podrido y vil como esa rata que causó el accidente. Espero que cuando
mueras, los dos se encuentren en el infierno. Vive una vida miserable,
pensando en lo que tu hija ha sufrido por tu culpa. O al menos en las
consecuencias de tus actos.
Me voy antes de hacer algo estúpido, como darle un golpe. No me
malinterpreten; no es el hecho de estar en una fiesta elegante lo que me
frena; es la preocupación por mis bebés. No quiero hacerles daño, así que,
aunque me siento enfadada, decido marcharme.
Cuando llego al pasillo, Maddie sigue en su posición, como un
soldado.
Christos está hablando con un guardaespaldas y, a unos pasos de él,
hay un anciano de pelo blanco.
Mi intuición me dice que este hombre está con Ernestine, y cuando
la veo salir del baño en mi visión periférica y caminar hacia él, la sigo.
—Encantada de conocerle. Soy Zoe Turner. No sé cuál es su
relación con Ernestine, pero si quiere un consejo, corra mientras pueda.
¿Qué puede hacerle a un desconocido alguien que no tiene ni una pizca de
amor en su interior para proteger a su propia hija? Si desea buscarme, le
contaré toda la historia.
Saco una tarjeta de presentación del bolso y se la doy. Luego les doy
la espalda y me acerco a mi hombre.
Él me pasa el brazo por los hombros y comienza a acompañarme de
vuelta al vestíbulo. Nos siguen Maddie y el guardaespaldas.
—¿Qué acaba de pasar?—pregunta, sin entender nada.
—¿Sabes quién es ella?
—No estoy segura de conocerla. La cara me resulta familiar, pero...
—Es la mentirosa responsable de nuestra ruptura. La madre de
Pauline.
Su rostro se enfada y deja de caminar. Intenta volver atrás, pero le
agarro del brazo.
—No, amor. Se acabó. Por fin se acabó.
Capítulo Cincuenta y Dos

En algún lugar de América Central

El día antes de la boda de Christos

—¿Por qué no me matas de una puta vez? —grita.


Ya no queda dignidad en lo que queda de él. No hay ni un solo
vestigio del profesor arrogante y golpeador de esposas que fue.
—Qué grosero, doctor. Tus antiguos alumnos se escandalizarían con
ese lenguaje. Aunque, claro, no todos. Los que te follaste probablemente
estén acostumbrados.
—¿Qué coño te he hecho?
—¿A mí? Nada. Pero la última vez te equivocaste de víctima, Mike.
Por desgracia para ti, te metiste con la chica de un buen amigo mío.
—¿Quién? ¿Por qué no me dices al menos de qué se me acusa?
—Porque no sería tan divertido.—respondo con indiferencia.
Howard aún no lo sabe, pero hoy es su último día en este planeta.
He dejado que mis hombres se ocupen de él durante meses, pero he venido
personalmente a terminar el trabajo.
—¡Ahhhhhhhhh... ahhhhhhhhh!—grita desesperado, mientras yo me
cruzo de brazos, apoyándome contra la pared.
—¿Qué? No es muy bueno cuando tú eres la víctima y no una pareja
de ancianos indefensos, ¿verdad? O tu exmujer... ups, espera. Nunca fue tu
mujer. Acabo de recordarlo. Ni sobre el papel ni bíblicamente.
—¿Estoy aquí por esa zorra? Nunca la quise; solo me interesaba su
dinero.—miente, porque dudo que ningún hombre vivo pueda ser
indiferente a la belleza de la novia de Lykaios.
—No te creo. Sin embargo, eso ya no importa, amigo mío. Ella está
bien. Sus padres también. Macy se ha recuperado del cáncer. Scott está sano
como un toro, y tú, tú estás aquí, atrapado en un sótano en medio de la
nada, siendo torturado durante meses. ¿Mereció la pena?
Un atisbo de esperanza aparece en sus ojos.
—No. Lo siento.
Cojo el cuchillo con el que me gusta trabajar y, de un solo golpe,
acabo con su vida.
—Era una pregunta retórica, Mike. Cuando te interpusiste en el
camino de mi amigo, ya estabas muerto. Solo que aún no lo sabías.
Capítulo Cincuenta y Tres
Carolina del Norte

El día de la boda de Christos y Zoe


Viene a por mí.
Hermosa y sonriente.
Mía.
Hemos pasado toda una vida para llegar hasta aquí, y a partir de hoy,
solo la muerte podrá separarnos. Tal vez ni siquiera la muerte.
Zoe ha florecido. Aun así, su apariencia sigue atrapada entre la niña
y la mujer.
Últimamente, se ríe y bromea mucho; creo que la recuperación de
Macy ha sido un factor importante en esa ecuación.
Ah, y nuestros hijos, por supuesto. Le encanta estar embarazada y se
alegra al ver crecer su barriga.
Ahora es más segura de sí misma, lo suficientemente atrevida como
para disgustar de vez en cuando a alguna que otra persona.
Mi madre, mi suegra, Zoe y Bia planearon toda la boda, utilizando a
Yuri como último recurso. Sospecho que él estuvo muy agradecido, porque
cuando las cuatro comenzaron a hablar al mismo tiempo, solo un traductor
podía entenderlas.
Cuando le pregunté por qué ella no había contratado a un
organizador de bodas profesional, me respondió que sería su única y
verdadera boda, así que quería hacer todo lo que siempre había soñado.
Hace unos días, convertimos la granja de Carolina del Norte en
nuestro hogar permanente. La mudanza se discutió con toda la familia, y
cuando mis padres dijeron que se trasladarían a Chapel Hill para estar más
cerca de nosotros, ella lloró.
Sin embargo, sabía que su felicidad nunca sería completa sin Scott y
Macy cerca. Así que, tras hablar con mis suegros, les compré una casa al
lado de la de mis padres. Así, los cuatro podrán participar en la vida de sus
nietos, no solo de los gemelos que vendrán, sino también de muchos otros,
pues pensamos contribuir generosamente a la población del planeta.
Zoe camina del brazo de su padre, y Scott parece muy orgulloso de
su pequeña. Le susurra algo y ella sonríe.
Dios, qué guapa es esta mujer. Estoy completamente enamorado de
ella, de todo lo que tiene que ver con ella.
Tenemos nuestras desavenencias como cualquier pareja,
generalmente por mi sobreprotección y el miedo a que le pase algo, pero las
peleas no duran. Zoe tiene el poder de calmar mi naturaleza reactiva.
Ella sigue en terapia y su trastorno de ansiedad ha disminuido,
aunque a veces asoma la cabeza. El otro día se despertó en mitad de la
noche y me preguntó qué sería de los bebés si muriéramos.
Sé que es su mente la que le juega malas pasadas. No es algo que se
pueda evitar; he leído sobre ello. El trastorno de ansiedad no es un drama,
como cree la mayoría de la gente; es un diagnóstico real.
Incluso hice un curso en línea para aprender a ayudarla a afrontarlo.
Aprendí que un ataque de ansiedad puede desencadenarse por cualquier
cosa. Hemos hablado de ello y hemos intentado crear estrategias para
evitarlos, pero no siempre es posible.
De todos modos, ahora casi no hay momentos tristes, y cada día que
pasamos con ella es una novedad.
La amabilidad de Zoe está a la altura de su belleza.
Por fin se pone delante de mí, y Scott la abraza antes de pellizcarle
la mejilla. Papá baja del púlpito, rompiendo el protocolo, para besarla en la
frente.
Creo que mi mujer lo necesitaba: la sensación de ser acogida en una
familia que la quiere. Junto con Macy y Scott, formamos un paquete
completo, y nuestros hijos vendrán a sumarse a él.
Optamos por una ceremonia pequeña, con solo cincuenta invitados,
la mayoría familiares como Odin.
Beau se disculpó, diciendo que las bodas no son lo suyo. No me lo
tomé a mal; ya ha demostrado que es mi amigo leal. Cada uno se las arregla
como puede.
Mi asistente me convenció para permitir la entrada a unos pocos
periodistas y fotógrafos elegidos a dedo. Aunque no me hacía mucha gracia,
Yuri argumentó que si no les permitíamos venir, la prensa especularía y
convertiría el comienzo de nuestro matrimonio en un infierno, tratando de
encontrar noticias.
Después de que Macy y mamá también la abracen, por fin me
encuentro cara a cara con la mujer de mi vida.
Yo la beso, saciando parte del hambre eterna que siento por ella, en
lugar de limitarme a aceptar su mano para dirigirnos al altar. Ignoro lo que
dice el celebrante de nuestra fe, la iglesia ortodoxa. Para mí, la ceremonia
es solo un protocolo para la sociedad, como la hoja de papel que
firmaremos.
Zoe es mía y yo soy suyo. No hay nada ni nadie que pueda cambiar
ese hecho.
Su pequeña mano aprieta la mía, abrazándome con fuerza, y puedo
sentir lo emocionada que está.
Se vuelve hacia mí y sé que ha llegado el momento de los votos.
Sonríe y me besa la mano antes de hablar.
—Estaba muy ansiosa...—hace una pausa—No, todavía estoy muy
ansiosa, pero lo estuve un poco más porque, además de no haber hablado
nunca ante un público,—se vuelve hacia los invitados, sonriendo—quería
que todo fuera perfecto. Al mismo tiempo, no quería algo ensayado, porque
mi historia con mi amor nunca ha seguido un guion.
Sacudiendo la cabeza, se señala la cara, que está roja. Sé lo duro que
debe ser el centro de atención.
—Te amo.—le digo.
—Yo también.—ella me da un ligero beso—Cuando conocí a mi
griego, al que ustedes llaman Christos Lykaios, supe desde el principio que
era mi príncipe azul. Uno reacio, distante, pero mi corazón ya lo sabía antes
de que ambos nos diéramos cuenta de que sería mío para siempre. A
diferencia de los cuentos de hadas, el príncipe y la princesa se separaron
durante un tiempo. Ella estaba perdida y asustada, pero el príncipe no era un
hombre que se rindiera fácilmente. Me encontró una vez y me volvió a
encontrar. Me amó y me protegió. Gracias por acompañarnos en este día tan
especial. Dentro de poco, serás testigo del verdadero comienzo de nuestra
historia y dirás: y vivieron felices para siempre.
Zoe se lanza a mis brazos para darme un largo beso. Cuando por fin
nos separamos, me dispongo a declararle mi devoción en público.
—Pensaba recitar un poema, pero acabo de decidirme por algo más
real que no se haga eco de lo que quizá miles de parejas han repetido en
todo el mundo. No hay palabras para expresar lo que eres para mí, Zoe.
Eres mi esposa, mi amante, la madre de mis hijos, mi hogar y mi alma. Eres
mi única, la primera, la eterna. Mi amor.
Primer Epílogo
Noche de bodas
Pensaba que, después de tanto tiempo juntos, la emoción de hacer el
amor con Christos disminuiría, pero aún me siento tan abrumada como la
primera vez.
Me gusta todo de él, especialmente la forma en que me mira. Su
mirada es profunda y está llena de palabras no dichas; irradia tanto amor y
deseo que me marea.
Estoy a solo unos pasos. Me siento hermosa, a pesar de haber
engordado varios kilos.
—¿Tienes idea de lo loco que me vuelve verte exponiéndote ante mí
con esa barriga redonda que sostiene a nuestros bebés?
Niego con la cabeza, pero eso es una mentira. Se me levanta una
comisura de los labios y él sabe que estoy jugueteando con él.
Nos desnudamos el uno al otro, pero mientras mi marido está
completamente desnudo, guapísimo, con una atractiva erección que
promete una noche deliciosa, yo me dejo las bragas puestas.
Paso los dedos por mis pezones sensibles y oigo un sonido ronco
que sale de su garganta.
—¿Me vas a dejar jugar con tu cuerpo?—le pregunto.
—Soy tuyo, mujer.
Me acerco.
—Quítate las bragas.—pero en cuanto lo dice, se arrodilla delante
de mí—No, lo haré yo.
Me baja la prenda lentamente, y sentir sus dedos sobre mi piel
caliente me hace estremecer de placer.
Ahora estoy desnuda, pero él no me abre las piernas, solo los labios
inferiores. Chupa mi punto más sensible, y tengo que inclinarme hacia atrás
para no caerme.
—Me dijiste que eras mío.—gimo, desesperada. Mi plan para
seducirle va cuesta abajo.
—Sí, lo soy, pero nunca prometí quedarme quieto.—cuelga uno de
mis muslos sobre su hombro y me saborea con la boca abierta,
devorándome hambriento.
Al poco rato, temblorosa, me derrito en sus labios. Me lleva a la
cama y se mete conmigo.
—Juegas sucio, Lykaios.
—No puedo resistirme, Zoe. Eres deliciosa.—dice mientras se pasa
la lengua por el labio inferior.
Está tumbado boca arriba y yo a horcajadas sobre sus muslos, pero
nuestros sexos aún no se tocan.
Cierro los ojos; la fuerza de mi amor por él hace que se me salten las
lágrimas.
—Mírame.—me ordena mientras sujeta mis caderas, encajándonos.
Me invade lentamente, como saboreando, y gimo con fuerza.
Cuando me tiene completamente, no se mueve; solo me siente, abierta a él:
alma, cuerpo y corazón. Una mano acaricia mi pezón rígido mientras la otra
descansa sobre mi vientre.
—Móntame.—él me ordena.
Me sujeta por las nalgas, levantándome. Libero mi cuerpo,
tomándolo lentamente. El ajuste entre nosotros es difícil; mi apretado coño
se estira para acomodar cada centímetro de él, haciéndonos gemir mientras
viaja centímetro a centímetro dentro de mis paredes.
—Te amo.—repite cada vez que desciendo sobre su gruesa dureza.
Mis manos se apoyan en sus hombros. Estoy loca de placer, pero
también inundada por un amor tan intenso que me priva de la capacidad de
hablar.
Tal vez sintiéndolo, él toma el control, llevándonos a un viaje que es
también una conexión inquebrantable. Me agarra profundamente; solo
puedo pensar en lo perfectamente que estamos juntos.
—Más.—le suplico.
Me toca el clítoris y se sienta en la cama, me chupa los pezones, sus
caricias se aceleran salvajemente.
—Estás muy caliente.—dice, y cuando mueve las caderas,
consiguiendo el ángulo perfecto, grito su nombre y me corro.
Aprieto contra él, decidida a arrastrarlo conmigo, y me siento
victoriosa cuando veo su cara tensa, como un aviso de que su propia
eyaculación está cerca.
—Voy a correrme.
—Dámelo todo. Lléname.
—Zoe…—él aúlla.
Nuestros cuerpos crean su propia cadencia, buscándose sin cesar en
constantes caricias durante varios minutos.
Su polla se vuelve gruesa dentro de mi cuerpo, y cuando los
primeros chorros de su orgasmo me llenan, me siento completa.
Él se tumba, me quita de encima y me coloca boca arriba. Pasan los
minutos y sigo sintiendo los latidos de su corazón, los latidos de nuestros
corazones.
—¿Cómo es posible que siempre vaya a mejor?—le pregunto.
—Porque no se trata solo de lo físico, mi Zoe. No todo gira en torno
a nuestras posiciones sexuales para buscar el placer. Es un encuentro de
pieles, olores, bocas, lenguas y, sobre todo, de nuestras almas.

—¿Quién es ella en la vida de Odin?


Vamos de camino a Nueva York. Christos tiene una reunión allí.
Quiero ir de compras para los bebés y cortarme el pelo con una peluquera
brasileña que me recomendó Bia. Estoy harta de mi estilo actual.
Cuando se enteró de que veníamos, Odin nos invitó a cenar a su
casa. Según Christos, allí estará una mujer: Elina Argyros.
—Si pudiera adivinar, diría que es su novia. ¿Qué otro nombre se le
puede dar a una pareja que vive junta?
—¿Compañeros de piso?
Él sonríe.
—¿Odin con compañera de piso? Mi primo es el ser humano más
independiente que jamás ha existido.
—Tú también lo eras, señor Lykaios, y sin embargo aquí estamos.
Parece serio por un momento, luego me desabrocha el cinturón de
seguridad y me lleva de la mano al dormitorio de su – nuestro - avión. Se
tumba en la cama y me atrae hacia él.
—Porque te echaba de menos en mi vida, Zoe. Incluso antes de
conocerte, sabía que aún no había encontrado a la persona adecuada.
—¿Cómo podías saberlo?
—Las almas reconocen a su otra mitad, aunque los cerebros no lo
hagan.
—¿Incluso cuando nos peleamos?
—Compartir la vida con alguien no es sencillo, pero todo en la vida
merece la pena, incluso tu desorden.
—No soy desordenada. Eres un maniaco del orden.
—No lo niego, pero no me importa recoger tus bragas esparcidas
por el suelo del armario. Huelen deliciosas.
Me río tan fuerte que pierdo el aliento.
—Ni siquiera tengo palabras para expresar lo pervertido que ha
sonado eso, marido.
—Creía que ese punto ya estaba establecido. Soy un pervertido,
pero solo cuando se trata de ti, mujer.
—Bien dicho, Christos, solo tuve un ataque de celos. Puedes
conservar tu vida.
—Estoy loco por ti, Zoe Lykaios. ¿Cómo puedes sentirte insegura?
—Porque a veces sigo sin creérmelo.
—¿Creer qué?
—Que hemos convertido un cuento de hadas en la vida real.
Segundo Epílogo
Nacimiento de los gemelos Lykaios

Es como si todas las emociones que he reprimido a lo largo de mi vida se


hubieran acumulado en una tarjeta de kilometraje, esperando a ser liberadas en
este momento con Zoe.
La miro en la cama del hospital, sosteniendo a un bebé en cada brazo,
mientras la enfermera captura la escena, tal como ella le ha pedido. Estoy
paralizado, incapaz de moverme, abrumado por un torrente de amor al verlos a los
tres reunidos.
Adonis y Demetrio han llegado al mundo con la fuerza de auténticos
Lykaios, gritando a pleno pulmón para anunciar su llegada y dejar claro que una
nueva generación de griegos arrogantes ya está aquí.
Zoe sonríe al mirar de uno a otro; la felicidad irradia de ella como una luz
brillante.
Mi mujer brilla, completa, hermosa y maternal.
Mi corazón late con fuerza en el pecho y ofrezco una oración silenciosa,
agradeciendo a Dios por mi familia.
La enfermera nos pide que posemos para una foto. Lo hago de forma
automática; mi mente no funciona normalmente porque, en este momento, soy
puro corazón.
Después de la fotografía, la enfermera se aleja, dándonos privacidad. Beso
a mi mujer y a cada uno de los bebés, rodeándolos con mi protección.
—Está muy callado, Sr. Lykaios.—dice Zoe mientras las enfermeras se
llevan a nuestros hijos de vuelta a la guardería.
—Porque no encuentro las palabras adecuadas.
—¿Para qué?
—Para mostrarte lo que siento. Prefiero contenerme y agradecer al
universo, a Dios, al destino, a lo que sea que nos haya unido. Te amo, mi Zoe.
Diez años después

Tumbados sobre una toalla, observamos a nuestros hijos sentados en la


mesa de picnic con sus abuelos.
Somos un equipo de cinco, pero aún no estamos satisfechos, así que
esperamos otra niña para las próximas Navidades.
Tenemos cuatro hijos biológicos —dos pares de gemelos varones— y un
hijo del corazón, Elijah, el más pequeño.
Nuestros padres son unos apasionados de los niños, y aunque la salud de la
madre de Zoe sigue requiriendo cuidados, se ha recuperado del cáncer. Aunque la
amenaza siempre está presente, como dice Macy, ¿por qué vivir sufriendo por
anticipado?
El segundo par de gemelos nos dio un susto. Sé que es una suerte, pero
cuatro bebés en poco tiempo requieren casi una operación de guerra: un ejército de
ayuda y mucho amor de los abuelos, ya que Zoe y yo seguimos con nuestras
carreras. He ajustado mi vida para estar más cerca de los niños, porque los echo de
menos cuando estoy fuera.
Zoe lleva más de cinco años alejada de las pasarelas desde que terminó
nuestro contrato; insistió en cumplirlo íntegramente. Ahora dirige dos
organizaciones sin ánimo de lucro enfocadas en ayudar a niños y ancianos
necesitados.
El embarazo actual de nuestra Athina fue una sorpresa, pero siempre
deseamos tener una niña. Me pregunto cómo se las arreglará con nuestros cinco
hijos. Para bien o para mal, todos tienen mi carácter. Incluso Elijah, de solo dos
años, ya se comporta como sus hermanos; Ellos siempre intentan marcar su
territorio y son algo controladores.
—Athina quiere unirse a la diversión con sus hermanos.—dice Zoe,
probablemente porque nuestra pequeña se mueve en su vientre.
—¿De verdad?—la acurruco más entre mis brazos.
Ella asiente.
—Creo que esta vez nos va a dar una sorpresa.
—Dios, no digas eso. Esperaba que naciera con tu carácter.
Se ríe.
—Tus genes son más fuertes, pero me parece bien. Disfruto poniendo a
raya a todos los Lykaios.
—Me da igual. Puedes seguir intentándolo.
Ella se vuelve hacia mí, perdida entre la indignación y la risa.
—Eres tan arrogante,—dice, tirando de mí para darme un beso—pero de
una forma que me vuelve loca.
—Soy todo tuyo, mujer. Utilízame a tu antojo.
—Eso es exactamente lo que pretendo, griego. Nuestros padres se
quedarán hoy con los niños. Prepárate para pasar una noche en vela.
—¿Se suponía que eso era una amenaza? Porque a mí me parece el
paraíso. Toma de mí todo lo que quieras, Zoe. Soy tuyo.
Odin Lykaios
Grecia
Él se está muriendo.
La única persona que sabe en qué me he convertido está muriendo.
No sé si lo amo.
Creo que ya no puedo amar a nadie de verdad, pero él me salvó. No
solo cuidó de mí hasta que me recuperé, sino que también me ayudó a
renacer.
Mi salvador pagó mis estudios y me enseñó cuatro idiomas más,
además de los que ya conocía gracias a mis padres. Junto al noruego y el
griego, ahora hablo con fluidez inglés, alemán, francés e italiano.
Me sometí a dos operaciones de cirugía plástica regenerativa, pero,
increíblemente, el fuego no me desfiguró la cara. La zona más afectada fue
la espalda, donde aún conservo algunas marcas.
Las cubrí con un tatuaje antes de mudarme a la isla de ese bastardo.
No me importa estar marcado; las cicatrices de mi piel no son nada
comparadas con lo que llevo grabado en la memoria. Solo me hice el tatuaje
para no levantar sospechas.
A todos los efectos, soy solo Odin Lykaios. Nadie sabe que mi
segundo nombre es Hagebak, salvo mi salvador y Aristeu, el primo de mi
padre, con quien me mudé hace aproximadamente un año, después de
recuperarme por completo.
Vivir en la isla de Leandros Argyros fue una decisión que tomamos
mi salvador y yo. Necesitaba estudiar de cerca al enemigo, y el primo de mi
padre es su jardinero jefe.
Aunque su cercanía me envenena la sangre cada día, he aprendido
mucho desde que llegué.
—¿Cómo va todo?
Miro al hombre que es más hueso que piel y sé que no le queda
mucho tiempo. Sin embargo, en su lecho de muerte, parece tan concentrado
como siempre en ayudarme a conseguir mi venganza.
—Me voy dentro de dos semanas.
He conseguido una beca para estudiar en una universidad de Estados
Unidos, lo que también formaba parte de nuestro plan. Al pie de la letra,
debo seguir el guion para destruir a Leandros.
Terminé el bachillerato en Atenas y solo me mudé con Aristeu
cuando estaba en el último año.
No sé cómo se las arregló, pero mi salvador no solo obtuvo todos
mis documentos, sino que me adoptó legalmente.
No es griego. Cuando le pregunté de dónde provenía su apellido,
solo me respondió que de algún lugar de Escandinavia.
¿Era eso lo que le motivaba a ayudarme? ¿El hecho de que yo
naciera de una madre noruega le hizo pensar que había un vínculo entre
nosotros? No lo sé con certeza, pero tampoco me importa. No hay nada que
me importe realmente, aparte de hacer pagar a Leandros Argyros.
Nuestro plan comenzó cuando me mudé a Atenas. Allí empecé a
jugar al baloncesto y, dada mi altura, no fue difícil destacar.
Mis notas siempre fueron excelentes. No tenía nada más que hacer
que estudiar, jugar al baloncesto y odiar.
Sin embargo, volvía a la isla todos los fines de semana, siempre
vigilante, con los dos ojos puestos en ese maldito bastardo.
—Todo lo que tengo será tuyo.
No le agradezco ni le digo que no lo necesito. Siempre supe que
sería su heredero. No es la primera vez que hablamos de ello. Como él me
dijo, no tiene parientes vivos y recibir este patrocinio inicial facilitará mis
planes.
—Pero debes prometerme que nunca te echarás atrás. No sientas
pena por nadie, Odin. Ellos no sintieron lástima por ti.
Miro fijamente al hombre de piel demacrada.
—¿Por qué eres así?
No hay acusación en mi pregunta; solo curiosidad. Sé por qué estoy
vacío y por qué hay tanto odio en mi interior, pero ahora veo que él también
tiene una historia detrás de su deseo de ayudarme.
—No importa. No me queda mucho tiempo. Solo prométeme que no
te rendirás.
—No podría rendirme, aunque quisiera. Quiero poder volver a
dormir, y eso solo ocurrirá cuando todo haya terminado.
—Debes ser despiadado.
—En mi interior no hay lugar para la piedad.
—Genial, ahora puedo morir en paz.
—Pero quiero respuestas. Hasta ahora, he seguido tu ejemplo, pero
hay una razón por la que tú también le odias. ¿Por qué?
—¿Cómo sabes que le odio?
No me molesto en contestar. Le miro fijamente y, al cabo de un rato,
acaba cediendo.
—En el momento adecuado, lo sabrás todo. Junto con el testamento,
hay una carta. Dame tu palabra de que no la leerás hasta que tu venganza
esté completa.
—¿Por qué?
—Has confiado en mí hasta ahora. Te pido que tengas un poco más
de fe. No intentes averiguar de antemano mis motivos. Cuando todo haya
terminado, te prometo que tendrás las respuestas.
—Tienes mi palabra.

Una semana después


No suelo pasear por la isla.
No puedo llamar la atención, aunque estoy seguro de que él no sabe
quién soy.
Por suerte para mí, a pesar de ser medio escandinavo, parezco
griego. No hay nada que delate mi ascendencia nórdica, excepto el nombre.
Aun así, no confío en poder evitar matarle de inmediato, así que
trato de permanecer entre bastidores.
La muerte no es suficiente para él; debe haber una humillación
pública, la pérdida de todo lo que ha construido, de su honor y, al final, de
su vida.
Hoy, sin embargo, tenía que caminar.
Es el aniversario de mi renacimiento.
La fecha en que perdí a mi familia y fui rescatado para vengarla.
Mi salvador murió la misma noche que fui a visitarle, pero no antes
de que repasáramos todo nuestro plan. Pronto dejaré Grecia y estaré lejos
durante mucho tiempo, así que decidí dar un paseo para despedirme de mi
tierra.
Estoy sentado en la playa cuando veo un caballo árabe pura sangre
trotando por la arena, junto a la línea de flotación.
Me encanta montar; fue una de las muchas cosas que me enseñó mi
salvador, pero no puedo exponerme por mi secreto.
Observo con fascinación la elegancia de la amazona sobre el
caballo. Lo monta sin silla, e, incluso antes de que esté lo bastante cerca,
puedo reconocer quién es.
Elina.
La hija mayor de mi enemigo. Su belleza rubia siempre me
hipnotiza.
La chica no parece griega.
Cada vez que tengo ocasión, la observo desde lejos.
Estimo que no puede tener más de trece años, así que nuestra
diferencia de edad es de cinco años. Se parece a su madre, pero su piel tiene
matices de mestizaje.
Como yo, Elina no es griega al cien por cien; Cinthya, su madre, es
inglesa. A diferencia de sus hermanas, ella es alta.
No hablo con ninguno de los Argyros, ni siquiera con Theodoro, el
mejor amigo de mi primo Orien, pero los he estudiado a ellos y a sus
padres.
Las hermanas de Elina tienen personalidades matriarcales con
posturas sumisas. Sin embargo, la rubia es diferente. Demuestra
independencia, un deseo de libertad que brilla incluso mientras cabalga.
La sigo con la mirada, sabiendo que, en el momento en que pase
junto a mí, girará la cabeza para mirarme.
Siempre lo hace.
En cuanto a mí, aunque realmente quiero seguir admirándola, finjo
no prestarle atención. Solo habría una razón por la que me acercaría a una
Argyros: para destruir a su padre.
No tengo cabida para otros sentimientos que no sean el odio, al
menos hasta que se lleve a cabo mi venganza.
No tengo intención de involucrar a los hijos del bastardo en mis
planes a menos que sea absolutamente necesario. No es culpa suya que
hayan nacido de ese monstruo. Yo también tendré hijos algún día, y no
quiero que sean responsables de mis pecados.
A pesar de planear una familia, creo que nunca podré amar a una
mujer como mi padre amó a mi madre.
Cuando todo acabe, encontraré una esposa que lleve mi apellido. No
será un acuerdo que implique sentimientos, sino un trato del que ambos nos
beneficiemos.
Tan pronto como pienso que ella ya no puede verme, empiezo a
seguir la dirección en la que se ha ido. Sin embargo, para mi sorpresa, me
doy cuenta de que ha bajado de su caballo y camina hacia mí.
Estoy tan conmocionado que no puedo moverme, pero sé que debo
actuar al verla sonreír.
Me levanto y empiezo a caminar en dirección contraria, pero ella no
parece dispuesta a rendirse.
—¿Te llamas Odin?—ella pregunta.
Dejo de caminar y espero.
Es curioso cómo habla muy despacio, como si estuviera probando
cada palabra. Nunca había oído a nadie hablar así.
—Theo me dijo que viniste a vivir aquí hace solo un año. ¿De dónde
eres?
Me doy la vuelta y, por primera vez, puedo ver su cara con claridad.
Está en esa etapa intermedia entre ser adolescente y mujer, pero ya se nota
que será despampanante.
Tiene el pelo rubio en un tono casi dorado, la piel impecable y los
ojos verdes más bonitos que he visto nunca.
Ella está sonriendo y tiene una expresión encantadora.
Casi me encuentro devolviéndole la sonrisa.
La chica es encantadora.
Entonces aparece en mi mente la voz de mi salvador y recuerdo
quién es ella.
Quiénes somos.
—¿Por qué iba a ser de tu incumbencia?—respondo.
Su rostro enrojece al instante, pero no se inmuta, lo cual me
asombra.
—¿Por qué me hablas así? No pretendía ofenderte. Intentaba hacer
amigos.
Me quedo mirando un momento, en silencio, a la chica inocente. Por
primera vez estoy confundido sobre qué hacer, pero al final sé qué camino
tomar.
—¿Y quién dice que yo quiera ser tu amigo? Búscate un niño de tu
edad con el que jugar. No me interesan las niñitas estúpidas.
Ella retrocede dos pasos como si la hubieran agredido físicamente, y
me avergüenzo de mí mismo, pero no quiero tener ningún vínculo con los
Argyros.
—Lo siento.—ella dice, bajando la cabeza, pero luego vuelve a
levantarla y, cuando lo hace, toda su postura cambia—No soy estúpida.
Intentaba ser amable, pero no debería esperar nada distinto de un empleado.
Tu clase social no tiene ni idea de cómo debe comportarse la gente en
sociedad.
No me ofende lo que dice; no espero nada distinto de un Argyros.
Pero me sorprende que, a su corta edad, ya tenga un comportamiento
defensivo.
Cualquier otra chica de su edad que hubiera oído lo que dije se
habría echado a llorar. Así que, aunque no quiero acercarme a ella por haber
nacido bajo el apellido Argyros, una pequeña parte de mí la admira.
—Algún día te haré tragar cada una de esas palabras.—le prometo.
Su barbilla se eleva aún más.
—Te estaré esperando.
Día de salida hacia Estados Unidos

—¿Estás seguro de esto, hijo? No me siento bien sabiendo que


estarás al otro lado del mundo.
Me enfrento al hombre sencillo que, junto a mis dos primos, es la
única familia que me queda en Grecia.
Por lo que sé, a la parte de mi familia materna que vive en
Escandinavia le importa un bledo si estoy vivo o muerto.
—No puedo quedarme. Tengo que estudiar.
—¿Y esa es la única razón por la que te vas, Odin?
Él nunca me había preguntado directamente por mis planes de
futuro, pero sospecho que lo sabe.
Cuando vine a vivir aquí hace un año, Aristeu me confesó que me
había buscado durante mucho tiempo tras enterarse del incendio que mató a
mi familia, y que ya había perdido la esperanza de que yo hubiera
sobrevivido. Vivíamos en otra isla, y, aunque mis padres y Aristeu nunca
estuvieron unidos, él siempre estuvo al tanto de nuestras vidas. Que yo
sepa, mamá y papá solo lo visitaron una vez, y yo no estaba con ellos.
Mi salvador me contó que Leandros ni siquiera sabe que existo. No
me vio el día del incendio, así que no tenía ni idea de que había un
superviviente.
Mantenerme aislado mientras me recuperaba era una de sus
principales preocupaciones; no podíamos arriesgarnos a que alguien
sospechara.
Cuando llegué aquí, le pedí a Aristeu que dijera que era un sobrino
lejano, explicándole a mi tío que no sabíamos si quien mató a mis padres
vendría a por mí.
Se suponía que yo debía pasar desapercibido hasta que estuviera
listo para trabajar en mi venganza.
No sé si Aristeu se lo creía, pero quizá sí. Es un hombre de corazón
generoso y, como todas las buenas personas, crédulo.
—Dime la verdad: ¿vas a buscar a quien incendió tu casa? ¿Sabes
quién es? ¿Vive esa persona en Estados Unidos?
Nunca me había hecho tantas preguntas directamente, y aunque una
parte de mí se siente culpable por dejarle a oscuras, mantenerle ignorante
sobre los hechos que rodean la muerte de mis familiares es también una
forma de protegerle.
—No quiero mentirte. No me preguntes algo que no pueda
responder ahora mismo.
—La venganza no lleva a ninguna parte, hijo.
—No me importa cómo lo llames, pero hice una promesa y nada me
hará cambiar de opinión.
—¿Promesa? ¿A quién?
No respondo.
—Allí no conoces a nadie. La idea de vivir en Estados Unidos es
una locura. Solo eres un niño.—insiste.
—Sobreviviré. No tienes que preocuparte por mí.
—¿Cómo puedes estar seguro de que encontrarás lo que buscas?
Antes de poder controlarme—porque hasta ahora nunca había
mostrado ningún sentimiento delante de nadie que no fuera mi salvador—
digo:
—Porque el odio me mueve. Cada día que me levanto de la cama,
cada vez que camino por esta tierra, no me permito olvidar.
Parece realmente asustado, pero se recupera rápidamente.
—Eso no es sano, Odin. Cultivar el dolor, alimentar la ira. Este
sentimiento solo te está envenenando, hijo.
—Aristeu, no hay cura para mí. Cuida de Orien y Milena. Yo estaré
bien. Cuando por fin consiga lo que quiero, sacaré a ti y a los chicos de
aquí.
—No me iré a ninguna parte. Aquí está enterrado el amor de mi
vida. No puedo irme lejos.
—No discutiré contigo. Cuídate y cuida de mis primos. Sobre todo,
de Milena. No dejes que se acerque a los Argyros. Si quieres mi consejo,
mándala lejos. Una vez mencionaste que su madre tiene familia en la isla de
Kea. Envíala allí hasta que termine sus estudios. Aquí no está segura.
—¿Qué quieres decir con que no está segura? Nació aquí. Además,
Milena no quiere estudiar. Lo único que quiere es encontrar un buen marido
que la cuide.—él me mira—Descubriste algo sobre la muerte de tus padres,
¿verdad? Sé que no me lo contaste todo. ¿Quién es el responsable, Odin?
—No necesitas saberlo.
—No puedo impedir que te vayas, pero quiero que te vayas con la
certeza de que eres como un hijo para mí, y te echaré de menos.
—Volveré. Ahora mismo no puedo dar un plazo, pero algún día
volveré a Grecia.
Mueve la cabeza de un lado a otro, pero finalmente parece
resignado.
—Que Dios te bendiga, hijo.
—Sería una novedad.
—No digas tal cosa.
—¿Por qué? Es la verdad. Sería inaudito que empezara a
bendecirme ahora.
—Rezaré por ti. Pediré que entre un poco de luz en tu corazón. Sé
que lo que pasaste fue horrible, pero quizá los responsables ya estén
muertos.
De nuevo, guardo silencio, porque no me corresponde a mí
destrozar sus ilusiones. Me abraza y yo se lo permito. Sin embargo, no
tengo ganas de devolverle el abrazo. Tras mirarle por última vez, le doy la
espalda sin despedirme.
A partir de ahora, estoy solo. Este es el día que tanto he esperado.
De los planes a la acción. En este preciso instante, la vida de Leandros
Argyros comienza su cuenta regresiva.
Madeline Turner
Londres

Tres meses después de la boda de Zoe y Christos


Mientras subo en el ascensor, juro no mirar mi reflejo por quinta
vez, pero mi determinación se desmorona.
¿Y si tengo pintalabios en los dientes?
Estoy aquí de verdad. No podía creer cuando Zoe me dijo que ese
hombre, el jeque Kamal, iba a entrevistarme en persona. A menos que tenga
expectativas poco realistas, supongo que el hecho de que quiera verme es
algo bueno, ¿no?
Vuelvo a mirarme en el espejo.
Dios mío, es como una compulsión. Pero es que me siento muy
guapa.
Soy la viva imagen de una ejecutiva, con una falda gris oscura que
llega hasta la rodilla y la camisa de seda blanca que Zoe eligió para mí.
Elegante y profesional. Ligeramente sexy, me dijo.
Me aparto un mechón de pelo de los ojos. Este corte de pelo estilo
Chanel que mamá siempre insistía en que llevara me está frustrando, así que
decido que lo dejaré crecer.
El ascensor llega a su destino, pero no me muevo. Mi inseguridad
vuelve con toda su fuerza.
La puerta se abre y una mujer, que creo que es una de las secretarias,
espera a que yo salga. Como sigo paralizada, me observa como si estuviera
loca.
—Buenos días, señorita Turner.
—Buenos días.—respondo con cuidado. He sido sincera sobre mi
leve dislexia, pero hablar despacio es un hábito que adquirí para escapar de
las críticas de mi madre—Vengo a la entrevista con el señor Kamal.
—Jeque Kamal.—me corrige.
¡Ay!
Ella me mira de arriba abajo y, de inmediato, la mujer me cae mal.
Entonces recuerdo lo que me dijo Zoe.
No dejes que te intimiden.
Vale, vamos, mundo, me digo. Estoy preparada.
Nerviosa, salgo del ascensor sin prestar atención a lo que hago y, al
parecer, giro en la dirección equivocada, porque me tropiezo con alguien.
Suelto un chillido agudo, que no tiene nada que ver con el susto,
sino con el café caliente que me salpica la parte delantera de la camisa.
Con la piel ardiendo, no pienso y me arranco la camisa. Me duelen
los pechos por el líquido hirviendo, y solo cuando escucho risas me doy
cuenta de que todos se han detenido para prestar atención a mi involuntario
striptease.
Sin embargo, hay alguien que me mira enfadado.
Sé quién es.
Kamal Hafeez. Mi jefe. O ex empleador, sería mejor decir.
La Obsesión del Magnate Griego (Libro 1 de La Familia Lykaios)
Sobre el Amor y la Venganza (Libro 2 de La Familia Lykaios) -
próximamente
D.A. Lemoyne inició su viaje como escritora en agosto de 2019 con
su primera novela, Seduzida. Desde entonces, ha escrito más de 80 libros y
ha creado varias series superventas, cautivando a lectores de todo el mundo.
A los ocho años, su abuela, una apasionada profesora de literatura,
la introdujo en el mágico universo de los libros. En un rincón del
apartamento familiar, su abuela tenía una “biblioteca” personal que
Lemoyne exploraba con asombro. Al ver el entusiasmo de su nieta, decidió
regalarle toda su colección, marcando el comienzo de su amor por la
lectura.
Hoy, Lemoyne vive en Carolina del Norte, donde disfruta escribir,
cocinar y mantener animadas conversaciones con sus amigos. Sus romances
son reconocidos por su intensa narrativa, que mantiene a los lectores al
borde del asiento. La pasión inquebrantable de sus héroes y la sorprendente
fortaleza de sus heroínas cautivan a quienes se sumergen en sus historias.
Firmemente convencida del poder del amor, Lemoyne encuentra en
la lectura y la escritura su mayor inspiración, explorando las profundidades
de las emociones humanas y creando relatos que resuenan en el corazón de
sus lectores.

Contacto: [email protected]

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