En la piel del desamor
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Presionada por el despecho, los decretos familiares «quédate con quien te quiera, no con quien tú quieras» y el miedo a quedarse sola; decide romper con su país, empleo, familia y, sobre todo, del hombre que no la ama para buscar en Marsella una segunda oportunidad. ¿Lilián corresponderá al hombre que la ama? ¿Se resignará a la consigna fatal de su familia?
Alejandra Calixto Sánchez
Alejandra Calixto Sánchez (Ciudad de México, 1972). Psicóloga Social, apasionada de las letras e investigación. Ha publicado poemas en la página web: www.poemas-del-alma.com, y en la revista digital Vómito de Letras. Colaboró en la investigación Análisis del acoso escolar en la Ciudad de México y en el contenido de la Guía para la Detección, Prevención y Atención del Acoso Escolar. Es en el 2011, cuando al escuchar de manera fortuita la convocatoria para el concurso Historias de Mujeres, su alma de escritora aflora y decide participar quedando como finalista. A partir de entonces, ha asistido a diversos talleres de cuento, autobiografía novelada y para perderle miedo a la escritura; asimismo, a eventos de lectura en voz alta. En la piel del desamor, es su primera novela, basada en hechos reales que le dejarían una huella profunda.
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En la piel del desamor - Alejandra Calixto Sánchez
Alejandra Calixto Sánchez
En la piel del desamor
En la piel del desamor
Alejandra Calixto Sánchez
Esta obra ha sido publicada por su autor a través del servicio de autopublicación de EDITORIAL PLANETA, S.A.U. para su distribución y puesta a disposición del público bajo la marca editorial Universo de Letras por lo que el autor asume toda la responsabilidad por los contenidos incluidos en la misma.
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© Alejandra Calixto Sánchez, 2017
Diseño de la cubierta: Equipo de diseño de Universo de Letras
Imagen de cubierta: ©Shutterstock.com
universodeletras.com
Primera edición: noviembre, 2017
ISBN: 9788417139001
"Al que ingrato me deja, busco amante;
al que amante me sigue, dejo ingrata;
constante adoro a quien mi amor maltrata;
maltrato a quien mi amor busca constante."
Sor Juana Inés de la Cruz.
Prólogo
Una sentencia que celebran los contadores de cuentos dice que en el mundo hay más historias que atómos. También he escuchado una variante, no menos embustera ni menos encantadora: hay más historias que gotas de agua en el mar. Por supuesto, ambas son falsas, pero nos recuerdan que las historias por escribir y contar son, innumerables. Es una suerte que las historias no tengan fin porque nos encantan desde niños y nunca dejan de gustarnos. Cuando tomamos un libro de cuentos o una novela, cuando nos sentamos a ver una película esperamos que nos guste mucho la historia que vamos a leer o a escuchar o a ver. Nuestra necesidad de conocer historias no tiene fin.
Algunas historias son imaginadas de principio a fin, aunque todas tengan, aunque sea distorsionado, frágil y oculto, un vínculo secreto con el mundo real. Otras historias parten de sucesos que tuvieron lugar para adentrarse luego en la imaginación o la fantasía. Otras historias quieren ser fieles a la historia, a los sucesos que tuvieron lugar. Esta clasificación tan simple no quiere decir que unas sean mejores unas que otras. En realidad, las buenas historias son las historias bien contadas. A veces, una historia inventada, puede decirnos más sobre el mundo y sobre nosotros mismos que una historia real. Sin embargo, estoy convencido de que hay historias que no pueden ser imaginadas, que cuentan de tal manera las circunstancias y los detalles de las desventuras de un personaje que sólo pueden venir de las reflexiones de una experiencia profunda, una de esas que marcan para siempre.
En la piel del desamor, de Alejandra Calixto, es una de esas historias que han dejado una huella muy honda, y que cumplen su función al hacer sentir al lector una situación que difícilmente alguien hubiera imaginado. Lilián, la protagonista y narradora de esta novela, vive y sufre la recurrente paradoja del amor: ama sin ser correspondida, y luego no puede corresponder al que la ama. La novedad está en los otros elementos de la trama, en la limpieza del relato, en la clara visión que adquiere sobre sí misma, y la honestidad con la que mira y cuenta su empeño por encontrar un hombre con el que compartir su vida. Enamorarse del hombre equivocado es un hecho del que pueden dar testimonio muchas mujeres en primera persona, pero huir en busca de una segunda oportunidad, romper con su familia, carrera, empleo y aún con su país para ir a buscar a Marsella su lugar en el mundo ya es una experiencia única. Buscar al amor en quien no puede darlo es tal vez un error, pero otro más grave es resignarse a esa consigna fatal que las madres dicen a sus hijas y las abuelas repiten a sus nietas: «Debes de quedarte con quien te quiera y no con quien tú quieras.» Lilián creyó que ese era su destino, y en el camino comprobó que no se puede amar por decreto, y que nadie manda sobre el propio corazón. Nos enamoramos sin saber a ciencia cierta cómo ni por qué, y ese enamoramiento no lo aceptamos como una fatalidad sino como un don o un regalo de los dioses. Y quien finja engañarse con el amor sufriría y fracasará estrepitosamente. El amor no puede ocultarse, y tampoco fingirse por mucho tiempo.
En la piel del desamor es una novela y un ejercicio de reflexión sobre la búsqueda y el fracaso amoroso, y de la extensión justa para mostrarnos sin digresiones las razones y etapas de una búsqueda. El fracaso no es estéril si se persigue un sueño con honestidad. La historia fluye, todo está en su lugar, personajes y tiempos, hechos y silencios. Todo está ahí, sólo faltó el amor. El desamor aparece desde el título, y su falta será una constante, de la primera a la última página.
Enrique Alfaro Llarena
Capítulo I
¿Quién era yo?
«¿Por qué regresaste? ¡Estás loca! ¡Perdiste la oportunidad de tu vida! ¡No vas a encontrar algo mejor a tu edad!» Esta fue la letanía que reventó mis oídos cuando regresé a México del viaje que trastocó mi vida, con la autoestima hecha trizas y los sueños pulverizados. Pero esto a casi nadie le importó, mucho menos a mi familia en su afán de obtener respuestas que no quise dar. ¡Váyanse todos al diablo!
, pensé, sin atreverme a abrir la boca y escupirles mis verdaderos pensamientos, pero me los tragué dejándolos con la duda. Decidí callar... callar como lo hacen los cobardes que no se atreven a expresar lo que los mata por dentro: Que cada quien especule, que cada quien se cuente su historia, que cada quien crea lo que le venga en gana
, me dije apretando la mandíbula. Si un día se dan el tiempo de leer lo que narro en estas páginas, encontrarán las respuestas, conocerán los motivos que tuve para regresar al lugar del cual huí; sabrán que fueron alguna de las razones de esa huida, y también, paradójicamente, de mi amargo regreso. Quizá así dejen de juzgarme y vociferar que perdí la oportunidad de tener un destino mejor.
¿Qué sucedió hace algunos años? ¿Quién era yo? Por el momento, es suficiente decir que mi nombre es Lilián Alcaza; en aquel entonces tenía 37 años, vivía con mis dos hermanas —menores que yo—, ambas madres solteras y con mis dos sobrinos. Yo era la única —y sigo siendo— soltera y sin hijos, por eso veía en ellos, principalmente en el mayor, al hijo que quizá ya no engendré. La relación con mis hermanas no era modelo de unión familiar, y aun empeoró al fallecer nuestra madre. La familia se desgajó en pedazos al morir la temible matriarca, el pilar e incuestionable sostén. ¿Y el papá? Su presencia no fue suficiente para mantenernos unidos, es una figura tan endeble como las estatuas de arena, y alejado, incluso geográficamente, de nuestras vidas... al menos más de la mía.
Vivía con mis hermanas, Mariana y Bianca, bajo el mismo techo, pero cada una en su propio mundo, con sus propios intereses y separadas por un pedazo de concreto; nuestros lazos eran más sanguíneos que fraternales. Solo coincidíamos principalmente en las noches y algunos fines de semana en el comedor o el baño. He de ser honesta aunque hiera susceptibilidades: siempre fui ajena a ellas y ellas fueron ajenas a mí. Un poco menos con Mariana, la más joven de la familia, quizá porque antes de morir mi madre me la encargó con voz agonizante: «Cuida a mi gordita [así le decía de cariño], asegúrate de que estudie y tenga una carrera profesional para que sea alguien en la vida», misión que no pude cumplir.
Ante ese panorama familiar, yo pasaba la mayor parte del tiempo en mi trabajo, ubicado en la Zona Rosa, que tiene un significado particular al ser testigo de hechos que sellaron mi camino.
Entonces, y aún ahora, colaboraba en una asociación civil que brinda atención a víctimas de delitos sexuales. Compartía la oficina con el maestro Daniel Ortiz, a quien considero mi consejero, protector y guía espiritual; era el padre