Los Diez Mandamientos
Los Diez Mandamientos
Los Diez Mandamientos
Los diez mandamientos, o las diez pala-bras, son principios fundamentales para la vida y ética del AT, y
forman la base para la legislación de Israel. Después de la Pas-cua, el decálogo constituye el segundo de
los dos enfoques fundamentales del libro de Éxodo, y se repite en Deuteronomio 5:6–21 con unas pocas
variaciones.
Los Diez Mandamientos tratan dos te-mas: La relación correcta entre el pueblo y Jehovah y la relación
buena entre los miembros de la comunidad.
El primer mandamiento (v. 3) indica que Dios es único y que sólo él debía ser adorado en Israel. Si
entraban en pacto con él, no debían entrar en pacto con dioses falsos. El mundo de Israel estaba lleno de
tales dioses. Recientemente habían salido de Egipto en donde había multiplicidad de dioses, e iban a entrar
en Canaán donde abundaban los cultos corrompidos. Iban a encontrar el culto de Shamash, el dios-sol, así
como el culto de Baal, el dios de la fertilidad, y el de su consorte, Astarte. Era importante que Israel
entendiese el significado de este mandamiento.
El segundo mandamiento (vv. 4–6). Jehovah es diferente de toda su creación. Prohibe el hacer o
adorar cualquier imagen de él. Las imágenes, labradas de madera o cortadas de piedra, no pueden
representarlo, ni tampoco las hechas de metales preciosos (ver v. 23; 34:17; Deut. 27:15; Juan 4:24).
En esa época no creían que una imagen era una deidad, sino que era la manera por la cual una deidad
se manifestaba a los suyos. Los que hacían y adoraban imágenes pensaban que era la manera de controlar a
sus dioses y usarlos para fines personales. Jehovah no se manifestaba por medio de imágenes, sino que lo
hacía por medio de su palabra (ver Deut. 4:11–16; Sal. 115:3–8)) y en la historia.
No hay nada arriba en los cielos, ni tampoco en las aguas debajo de la tierra, es decir en las aguas
subterráneas (ver Gén. 49:25; Sal. 24:2; 136:6), que pueda re-presentarlo. Dios es infinito, ilimitado, y es
espíritu (Juan 4:24). Es celoso (v. 5) de sí mismo y por su obra (ver 34:14; Deut. 4:24; 6:15; Jos. 24:19). El
texto hace énfasis en el celo de Dios por medio de sus acciones y no en el aspecto emocional de
encelamiento: Dios será activo en velar por el cumplimiento del pacto (vv. 5, 6).
El primer mandamiento limitaba la adoración de Israel a sólo un Dios, y el segundo decía que debían
hacerla sin imágenes. No era una prohibición contra una obra artística, sino contra cualquier cosa que
tomara el lugar de Dios.
El tercer mandamiento (v. 7). No to-marás en vano el nombre de Jehovah tu Dios. Hoy en día un
nombre es un medio de identificación. Para los del AT un nombre representaba al individuo mismo con
toda su naturaleza y sus atributos. Pen-saban que conocer el nombre de alguien le daba a uno poder sobre
la persona (ver Gén. 32:29). Muchos pueblos empleaban encantos mágicos contra los adversarios; creían
en un supuesto poder sobre aque-llos cuyos nombres eran maldecidos.
En primer lugar, el tercer mandamiento se debe entender en su contexto original y entonces aplicar el
principio a la época nuestra. Una falta de reverencia o respeto para el nombre de Dios significa un
desprecio para su persona. El mandamiento tiene un mensaje para hoy; posiblemente es la regla más
descuidada y mal entendida del decálogo.
El mandamiento tiene por lo menos cinco implicaciones: (1) No blasfemar; no maldecir utilizando el
nombre divino, (2) no jurar falsamente en nombre de Dios, es decir, en perjurio, (3) no usar el nombre de
Dios para fines propios; no debe usarse el nombre de una manera manipulante, ni en encantamientos,
bruje-ría y magia, (4) el nombre de Dios no debe ser usado en vano; no debe pronunciarse el nombre de
Dios livianamente en chistes ni en cantos: debe ser usado con reverencia; no debe rebajárselo al nivel
humano, y (5) como creyente, no debe llevar el nombre de Dios con doblez; al profesar fi-delidad a Dios y
a su Reino y no vivir de acuerdo con su voluntad revelada es tomar en vano el nombre, la persona, de
Jehovah.
El trabajar es digno, y el descanso físico da dignidad al trabajador y renueva el vigor y ánimo del
espíritu mientras que el recordar da sustento al espíritu humano. El hombre debe recordar las verdades
aprendidas para no olvidarlas y, a la vez, el cuerpo físico del hombre necesita descanso para mantenerse.
Sobre todo, el redimido debe dar gracias a Jehovah por la redención. Con razón Jesús dijo que el sábado
fue hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado (Mar. 2:27; comp. Juan 5:17, 18).
En el v. 11 se explica la razón por trabajar seis días y descansar el séptimo: ... en seis días Jehovah hizo
los cielos, la tierra y el mar... y reposó en el séptimo día (ver Gén. 2:2). También se indica en Exodo 31:17
que Jehovah hizo todo en seis días y en el séptimo día cesó y reposó.
El día de reposo para los cristianos se ha transferido al primer día de la semana en celebración de la
resurrección de Cristo. La razón teológica se basa en Deuteronomio 5:15 que explica otra razón para
guardar (otro leve cambio, comp. Deut. 5:12 con Exo. 20:8) el sábado: Acuérdate de que tú fuiste esclavo
en la tierra de Egipto y que Jehovah tu Dios te sacó de allí con mano poderosa y brazo extendido. Por eso
Jehovah tu Dios te ha mandado que guardes el día del sábado. La razón para el sábado es recordar la
redención hecha por Dios. En Cristo se ve, en su muerte y resurrección, la liberación de la esclavitud del
pecado, y en el NT cada primer día de la semana los fieles recordaron lo que él hizo para salvarles.
El quinto mandamiento,
(1) Da igual valor político a la madre como al padre (ver Lev. 19:3). Esto lo distingue radicalmente de
otras culturas de la época, que negaban los derechos femeninos. (2) El mandamiento estaba dirigido
originalmente a los ma-yores de la comunidad. En una época de descuido de los ancianos, el mandamiento
les daba seguridad (ver Prov. 19:26; 20:20; 28:24; además Exo. 21:15, 17; Deut. 21:18–21). (3) Reconoce
el valor de los padres para la sociedad. (4) Es el único mandamiento que promete una re-compensa
explícita por cumplirlo (ver Ef. 6:2) 6) Jesús condenó a los fariseos por una piedad externa que invalidaba
el espíritu o propósito del mandamiento de cuidar a los padres (Mar. 7:9–13).