Camino de Cuaresma

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CAMINO DE CUARESMA –«SILENCIO

Breve silencio para ponernos en presencia de Dios, rogando a


María Santísima sea nuestra compañera y guía en este camino
hacia el encuentro con su Hijo Jesucristo.

ORACIÓN INICIAL
Señor, concédenos la disposición de desapegarnos de todo
aquello que nos aleja de ti. Regálanos tu Santo Espíritu para que,
con docilidad e infinita confianza en tu bondad y misericordia,
podamos imitar a María Santísima. Que ella nos alcance la
gracia de encontrar a Jesús en el silencio de nuestro corazón.

CITA
La oración me tiene que llevar a un acto de abandono. Es la
actitud de la infancia y sencillez espiritual. Lanzarse al vacío
porque mi Padre siempre me acoge, me protege y me cuida. Este
silencio me llevará a descubrir la ternura de Dios, quien con
infinitos gestos me grita al oído: estoy locamente enamorado de
ti. (Sal de tu Cielo. P. Guillermo Serra, L.C.)

REFLEXIÓN
En nuestra vida, es común que nos demos cuenta que al guardar
cierta distancia de un problema, al alejarnos y separar nuestras
emociones, podemos ser más objetivos y certeros en encontrar
una solución.

Lo mismo sucede en el desierto. El desierto es un lugar a donde


entramos para salir. No es un sitio en el que se pretenda que
permanezcamos. Dios nos conduce al desierto para retirarnos de
nuestras distracciones, pasiones o egoísmo, para que
purifiquemos nuestro corazón y salgamos de él renovados,
convertidos y animados a seguir caminando.
En el silencio de este periodo, la voluntad de Dios en nuestras
vidas poco a poco se irá aclarando. Nuestra debilidad e
incapacidad quedará manifiesta, de forma que sólo podremos
continuar si confiamos en Dios, en su fuerza y en su promesa.
Nuestras palabras vacías, excusas y pretextos quedarán atrás,
abriendo paso a la Palabra y su amor, que debo proclamar a todo
aquel que me encuentre.

No tengamos miedo al silencio y la soledad del desierto, en


realidad éste representa una oportunidad, una gracia de Dios,
para nuestro crecimiento espiritual a través del aumento en la
confianza, la renovación de nuestra fidelidad y la práctica del
abandono.
PROPÓSITO
meditaré en el silencio de Jesús frente a Pilato. Cómo se
abandonó al plan de su Padre y cómo su silencio habló más que
sus palabras.
EL DESIERTO DE LA HUMILDAD

Parte de la humildad implica que aprendamos a recibir ese amor


gratuito, infinito y eterno que Dios nos tiene, que valoremos el
sacrificio de Jesús en la cruz por nuestra redención, que seamos
agradecidos por habernos regalado en María a una madre y que
nos hagamos conscientes de lo que significa que seamos templos
del Espíritu Santo.

Si somos humildes y confiamos mucho en Dios, lograremos ver


en el desierto una oportunidad para acercarnos más a Él, para
crecer en su amistad, para recibir su misericordia y todas las
gracias que Él está dispuesto a darnos.

¡Qué diferencia es entrar al desierto sabiendo que saldremos


fortalecidos y bendecidos!
Dentro del clima de arrepentimiento y deseo de conversión, no
perdamos la alegría de saber que vamos de la mano de Jesús,
encaminándonos hacia la Pascua, hacia su victoria definitiva.

Autor: Padre Guillermo Serra, L.C.


REFLEXIÓN

El hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios, Él quiso


darle de manera gratuita una abundante riqueza, pero al
desconfiar de la bondad y del amor de su Creador, el hombre
quedó hundido en la más grande pobreza que le despojó del
cielo, la de su pecado.

¿Quién es el pobre de espíritu? Aquel que reconoce que solo


nada puede y lo espera todo de Dios. El que se desprende del
tesoro de las realidades terrenas y fija sus ojos en las eternas.
Aquel cuya libertad radica en reconocer en Dios el único,
supremo y verdadero bien.

La pobreza espiritual es un don de Dios, que abre la puerta a


las riquezas que tenemos que atesorar para el Reino de los
cielos. Sin vaciarnos de nosotros mismos y vivir esta pobreza,
¡qué difícil se convierte el camino hacia el cielo!

El mejor ejemplo de pobreza espiritual nos lo dio Jesús, que “se


despojó de sí mismo y tomó la condición de esclavo” (Flp 2,7).

El humilde, el que sabe llevar su condición humana con santa


alegría, quien no considera nada como propio y tiene como
modelo de perfección a María; ese es el pobre de espíritu. Su
único tesoro es Cristo, adherirse a Él y desearlo solo a Él. De
esta manera, renunciar a los bienes materiales ya no será una
carga, sino una dicha; vivirá feliz y libre.
ORACIÓN

Concédeme,
dulcísimo y amadísimo Jesús,
que descanse en Ti
sobre todas las cosas creadas;
sobre la salud y la belleza,
sobre la gloria y los honores,
sobre todo poder y dignidad,
sobre toda ciencia y sutileza,
sobre todas las riquezas y las artes,
sobre la buena fama y los elogios,
sobre las dulzuras y las consolaciones…
Porque Tú, Señor Dios mío,
eres lo Mejor sobre todo:
Tú el Altísimo, Tú el Omnipotente,
Tú la fuente de todo consuelo y deleite…
En Ti estuvieron y estarán siempre unidas
todas las virtudes perfectamente.
Por eso es para mí poco, insuficiente,
cualquier cosa que Tú me regales
fuera de Ti mismo,
mi corazón no puede estar
plenamente alegre y sereno si,
por encima de todo don y de toda creatura,
no reposa en Ti.

Del libro Imitación de Cristo. Tomás de Kempis

PROPÓSITO

Con un corazón sincero, haré un examen de conciencia para ver


de qué puedo desprenderme para ser más pobre de espíritu y así
poder llenarme más de Cristo.
DESIERTODELA LIBERTAD

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén


Breve silencio para ponernos en presencia de Dios, rogando a
María Santísima sea nuestra compañera y guía en este camino
hacia el encuentro con su Hijo Jesucristo.

ORACIÓN INICIAL Jesús, gracias por invitarme al desierto de


la libertad. Es un desierto que me va a costar porque no hay
nada más mío que mi libertad. ¡Cuánto me cuesta entregarla!
Ilumíname para que pueda entender cómo usarla para mi
santificación; cómo entregarla para aprender a amar más y cómo
purificarla para que me acerque más a ti. Yo quiero entregarte
mi inteligencia y mi voluntad para cumplir siempre fielmente el
plan que tú has dispuesto sobre mi vida.

CITA

Yo les daré un corazón nuevo, infundiré en ustedes un espíritu


nuevo, quitaré de su carne el corazón de piedra y les daré un
corazón de carne. Infundiré mi espíritu en ustedes y haré que se
conduzcan según mis preceptos y observen y practiquen mis
normas. Habitarán la tierra que yo di a sus padres. Ustedes serán
mi pueblo y yo seré su Dios. Ezequiel 36, 26-28

REFLEXIÓN

Al llegar a la oración muchas veces buscamos presentarnos ante


Dios con un corazón perfecto, sin heridas ni remiendos.
Pensamos que primero tenemos que arreglarlo para luego poder
amarle y olvidamos que la perfección está en el amor, no en la
“perfección del corazón” y que nuestra relación con el Señor no
parte de nuestra fidelidad sino de la suya. Así hay que aprender
a quitar muchos muros de piedra alrededor de nuestro corazón.
Esta es la verdadera libertad espiritual, la madurez profunda del
alma que vive para Dios. Desde su debilidad, experimenta la
más alta expresión del amor de Dios: su misericordia. Al caer
los muros, nuestras defensas, exponemos ese corazón de carne.
Sin esta experiencia vivencial de la misericordia, estaríamos
incompletos en nuestro amor a Dios porque no lograríamos
comprender que lo que Él desea es que le entreguemos ese
corazón de carne, que late, está vivo, busca, llora, ríe y ama. Ese
corazón humano limitado, no un corazón espiritualizado,
idealista, casi perfecto, ese que quisiéramos tener algún día, para
entonces sí, amar a Dios. Recordemos la parábola de la oveja
pérdida. Dios sale en su búsqueda, quiere su corazón herido,
lastimado, imperfecto, ese que teme, que quisiera querer pero no
se atreve. El que a veces se esconde en los placeres del mundo,
en la búsqueda de un Dios que no existe en la vanidad, en la
soberbia ni en la sensualidad. Es ese el corazón que quiere
rescatar Dios. No se lo ocultes, tus heridas son las puertas por
donde Él va a entrar. Ámalo con un corazón de carne, herido y
déjale que entre y te sane. No quieras el regalo perfecto, no
existe el corazón sin heridas. Ni siquiera el de Cristo estuvo
libre de heridas, pues fue traspasado.

ORACIÓN PEREGRINO VOY POR ESTE MUNDO

Dejé mi tierra hace tiempo, voy buscando una meta lugar de mi


sentido y mi descanso Como peregrino, pasos doy, confiando en
el camino Mas sé que el camino, es la huella del que me llama
Me canso, sí, de tanto andar y no encontrar sentido Muchas
veces pienso en el regreso a mi lugar de origen Vivir sin salir de
sí es más fácil y menos peligroso Sentirse seguro en el yo
enorgullecido Necesito un signo que venza mis dudas Una señal,
que me haga volar sin preguntar que marque mi camino para no
dar marcha atrás Compartir contigo un poco de pan y una
amistad Sal de tu cielo, si es que vives allá a lo lejos Mi soledad
me pesa y me enloquece cada día Adelante quiero ir, pero ya no
sé ser peregrino Busco al que me llama y me deja siempre
herido Tengo sed de ti y de tu destino Háblame Tú, que me
llamas peregrino Pon tu tienda divina junto a la mía Necesito un
hermano para contar estrellas y soportar el peso del camino Del
libro: “Jesús a mi alma” © P. Guillermo Serra, L.C. Amazon
libros P. Guillermo Serra Jesús a mi alma: Sal de tu Cielo:

PROPÓSITO

Entregar en la oración a Jesús una herida con la seguridad de


que por esa puerta entrará Él para enseñarme a amar. Autor:
Padre Guillermo Serra, L.C.

DESIERTO DE LA FE

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén


Breve silencio para ponernos en presencia de Dios, rogando a
María Santísima sea nuestra compañera y guía en este camino
hacia el encuentro con su Hijo Jesucristo.

ORACIÓN INICIAL

Estoy caminando en el desierto de la fe, Jesús. Un desierto que


se convirtió en maestro de la fe para tu pueblo Israel. Ayúdame
a entrar en él, avanzar y progresar con la mirada puesta siempre
en ti. Sé que pasaré por pruebas, que mi inteligencia y voluntad
serán purificadas, que mi sensibilidad también sentirá el calor y
el frío del desierto. No tengo miedo porque sé que tú estás
conmigo, yo quiero seguir tus huellas y salir victorioso con una
fe sólida e inquebrantable. Déjame sentir tu presencia y líbrame
de lo que me impida reconocerte en cada circunstancia de mi
vida. CITA El Señor dijo a Elías: Sal y quédate de pie ante mí
en la montaña. ¡El Señor va a pasar! Pasó primero un viento
fuerte e impetuoso que hacía temblar las montañas y quebraba
las peñas, pero el Señor no estaba en el viento. Al viento siguió
un terremoto pero el Señor no estaba en el terremoto. Al
terremoto, siguió un fuego, pero el Señor no estaba en el fuego.
Al fuego siguió una suave brisa. Elías, al oírla, se cubrió e rostro
con su manto y saliendo afuera, se quedó de pie a la entrada de
la gruta. 1 Reyes 19, 11-13

REFLEXIÓN

¿En qué basamos nuestra fe? Queremos ver milagros, signos


portentosos de la acción de Dios en nuestra vida. Estamos
acostumbrados a vivir en la cultura del ruido. El silencio es
evitado a toda costa, nos incomoda, no sabemos qué hacer con
él, nos da miedo porque nos abre a un mundo desconocido. Pero
en el fondo, sabemos que lo necesitamos. Y en este contexto de
la falta de silencio, la oración se dificulta mucho. Nos cuesta
tener un diálogo con Dios, encontrarnos con Él en medio de una
ausencia de palabras o de manifestaciones evidentes de su
presencia. Y nos olvidamos que el silencio es presencia,
posibilidad de encuentro e incluso el lenguaje preferido por
Dios. En este silencio descubrimos su presencia, no en el ruido.
El silencio nos ayuda a entrar en nosotros mismos, vernos como
Dios nos ve y también nos abre más a Dios, a su presencia
misteriosa. El mundo nos quita este regalo tan precioso que es el
silencio. Recupéralo en tu vida. La fe se alimenta con el silencio
de la oración. La oración abraza la fe con el regalo de la
presencia de Dios. Prepárate para el encuentro de cada día
silenciando primero el ruido exterior pero también el ruido
interior, que es mucho más difícil de acallar. Aprende a lavarte
con silencio: lavar tus recuerdos, tus pasiones, tus miedos, tus
inquietudes, tus ansiedades. Es el silencio de la fe, una fe que
hace que la semilla que Dios ha depositado en tu corazón, vaya
creciendo, imperceptiblemente pero muy eficazmente. Descubre
cada día este desierto de la fe recorriéndolo de la mano del
silencio. Cúbrete el rostro como Elías y sal cuando escuches el
silencio porque Dios está por llegar.

ORACIÓN SILENCIO
El silencio parece ser tu lenguaje hacia el hombre El silencio
fue testigo del acto de la creación El silencio de la noche te
acogió entre los hombres El silencio te envolvió hasta el
bautismo El silencio comunica profundas emociones El silencio
provoca reacciones El silencio me muestra mil razones El
silencio me recuerda mil canciones El silencio es medicina y
alimento para mi camino El silencio es música y compañía para
mí, peregrino El silencio es plenitud cuando se tiene corazón de
niño El silencio es amor que me lleva a mi destino Jesús a mi
alma Sí, el silencio es mi lenguaje porque soy Palabra La
Palabra que habló el Padre y así, en silencio Ha de ser escuchada
por tu alma Silencia tu razón y entendimiento tus pasiones, tu
corazón y sentimientos tus emociones, sueños y temores Deja
que te hable a los cuatro vientos Confía ¡oh alma mía! pues soy
presencia y no ausencia Doy la vida a través de mi corazón
traspasado Mi silencio es amor que te da toda su esencia Soy
Amor y como enamorado, mi silencio te he dejado Abrázalo,
vívelo, escúchalo, pues será para ti alimento Palabra viva que te
librará de cualquier tormento Paz para tu alma atribulada en este
momento Vida eterna que te salva y te da mi testamento
CUARESMA DEL AMOR
Por Sebastián García
El ser humano está creado por y para el amor. ¿Y qué
mayor amor, que el de Cristo por nosotros y para nosotros, que
entregó su vida por toda la humanidad hasta su muerte y
resurrección?...
La cuaresma es en sí un tiempo de reflexión y de
arrepentimiento, según la liturgia, pero para mí es, sobre todo,
tiempo de Amor, manifestado en el perdón, en el compromiso,
en la gratitud y correspondencia a Dios.
Todos los días son buenos para pararse a pensar en el
sentido de la vida, en cómo se vive y cómo se gasta. Pero hay
momentos puntuales, como la cuaresma, en los que podemos
percatarnos mejor del gran Amor de Dios por nosotros y por
todas sus criaturas.
Cuando me paro a pensar detenidamente en lo que Jesús
vivió, sufrió y experimentó por mí el Jueves, Viernes y Sábado
Santo, un azote recorre mi cuerpo y mi alma. Nadie en esta vida
lo ha dado todo, y tanto, por mí como lo hizo Jesús. Es el Amor
supremo que se me pueden ofrecer. Es la entrega total del
Hombre-Dios, en la cruz, por mí. Jesús no escatima ningún
esfuerzo, y lucha titánicamente. Bebe hasta el fondo la copa del
sufrimiento y del abandono por mí, y con ello logra que cada día
pueda yo llamar a Dios: padre. Sí, Padre mío, y Padre nuestro.
Es el Amor con toda su grandeza y pureza. Es el Amor de la
donación total, sin esperar nada. Jesús sólo quiso ganar para los
hombres un sitio al lado del Dios Mayor, de Dios Padre.
Muchas veces los hombres buscamos el amor en la tierra,
y no siempre encontramos quien nos corresponda. Hay fallos y
debilidades en el amor humano y, sin embargo, nos afanamos y
luchamos por él. Y, pudiendo disfrutar gratis del amor, con
mayúsculas, ¿cómo no lo valoramos y apreciamos
debidamente?...
El Amor de Dios no falla nunca y nos espera siempre;
nos disculpa, nos comprende y nos ama en todo momento. Es el
Amor Absoluto. Por eso, a la hora de su despedida, el Jueves
Santo, nos deja en la Eucaristía su Cuerpo y su Sangre, como
máxima expresión de su deseo de estar junto a nosotros.
Además, nos infunde su propio Espíritu para poder sentir, pensar
y obrar como Él.
Pero ese Jesús-Amor, al final, se quedará solo y
abandonado, incomprendido y burlado por los hombres. Por
mucho que yo haga, por mucho que los hombres le
correspondan, nunca nos acercaremos lo suficiente al Amor que
Jesús nos profesa. Muchas veces fallamos; muchas veces
pecamos contra Él y contra sus hijos, nuestros hermanos. Mis
caídas y mis egoísmos me arrastran. Y me siento mal, porque
soy egoísta e injusta, no correspondiendo al Amor con que Dios
me ama y ama a mis hermanos, a mis prójimos. Muchos días
recorro el camino de la vida pensando sólo en poseer, en
mandar, en sobresalir, en disfrutar más y más, y no me acuerdo
de los marginados, ni de los pobres, ni de los débiles, ni de los
oprimidos y de los que no tienen a nadie que les prodigue un
poco de compañía o una sencilla ayuda. En suma, me olvido del
Amor de Dios, de su mensaje y del mandamiento que nos dejó
como distintivo de sus seguidores: "Amaos unos a otros, como
yo os he amado".
Desde el prisma del amor se entiende mejor que la
cuaresma ha de ser un tiempo especial de reconciliación y de
perdón. De reconciliación con Dios, movidos por el amor, y no
por el miedo; y de reconciliación con los hombres porque,
gracias al amor, entendemos mejor que todos nos ofendemos
unos a otros continuamente, y que todos tenemos nuestros fallos
y debilidades, por los que necesitamos de comprensión y de
perdón unos a otros.
Mas el perdón que Dios me otorga, acto supremo de
Amor, ha de ser correspondido. Si, cuando un amigo nos hace
un gran favor, no sabemos cómo corresponderle, y todo nos
parece poco, ¿cuánta mayor correspondencia hemos de
expresarle a Jesús, nuestro Amigo número uno?... La vida, si no
es vivida y gastada por Amor y para el Amor, que Dios nos tiene
y que debemos a nuestros hermanos, no tiene sentido. La vida
sin donación y sin compromiso es vacía y no nos produce
felicidad. La felicidad y la paz sólo llegan a nuestro cuando
hacemos el bien a los demás, cuando amamos, cuando nos
comprometemos, cuando nos damos a Dios y a los demás. Sólo
así seremos capaces de reconocer a Dios en la tierra a través de
nuestros prójimos, a través de lo que hagamos por ellos.
Tenemos que luchar por la justicia, por la igualdad entre todos.
Hemos de trabajar por instaurar en este mundo una humanidad
fraterna. Y para ello hemos de morir todos un poco cada día a
nuestros egoísmos y amor propio.
Por eso la cuaresma es un tiempo singular en el que Dios
manifiesta su Amor supremo por mí, y en el que yo debo
reorientar toda mi vida por el Amor y para el Amor. La
austeridad, la penitencia y demás ejercicios cuaresmales no
tienen otro sentido: ayudarme a vivir mejor el amor.

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