Historia y Principios

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DSI – PROF.

BELÉN LUCERO

LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA

La DSI y el problema obrero

Los grandes cambios del siglo XIX como la revolución industrial y el consiguiente crecimiento de
las ciudades habían producido graves desigualdades sociales y económicas. Se debatía y se
luchaba por establecer una justa relación entre trabajo y capital y de ahí el problema conocido
como cuestión obrera. Ante el imparable proceso de industrialización, el constante crecimiento
de las masas obreras y de la conflictividad social, hubo católicos que criticaron la explotación a la
que estaba siendo sometido el proletariado. Surgió de ese modo la denominada “doctrina social
de la Iglesia”, condensada en una serie de documentos, entre los que cabe destacar la encíclica
Rerum novarum (“De las cosas nuevas”), promulgada en 1891 por el Papa León XIII. En ella se
preconizaba un orden social basado en la justicia y la caridad, exhortando al Estado a socorrer a
las clases más desfavorecidas y alentando el asociacionismo de los trabajadores.
La encíclica Rerum novarum (1891) deploraba la opresión y virtual esclavitud de los
numerosísimos pobres por parte de «un puñado de gente muy rica» y preconizaba salarios justos
y el derecho a organizar sindicatos (preferiblemente católicos), aunque rechazaba vigorosamente
el socialismo y mostraba poco entusiasmo por la democracia. Las clases y la desigualdad, afirmaba
León XIII, constituyen rasgos inalterables de la condición humana, como son los derechos de
propiedad. Condenaba el socialismo como ilusorio y sinónimo del odio y el ateísmo.
La doctrina social de la Iglesia, sin embargo, se limitó a consejos encaminados a ilustrar a los fieles
sobre cómo afrontar los retos sociales y económicos del mundo moderno desde los presupuestos

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de la fe cristiana. Negó la existencia de la lucha de clases, tal y como preconizaba el marxismo, y


propuso en su lugar la armonía, la convivencia y el diálogo entre patronos y obreros, exhortando a
los primeros a mitigar la miseria de los segundos. De igual modo protegió la propiedad privada
combatida por marxistas y anarquistas, considerándola como un instrumento al servicio del bien
común.

Historia de la DSI

La misma expresión “doctrina social” fue usada por el primera vez por Pío XI en su
encíclica Quadragesimo anno, quien cita a León XIII, aun cuando reconoce que la preocupación
por los problemas económicos y sociales es anterior a la Rerum novarum.
Cuando en 1931 se cumplen 40 años de la publicación de la Rerum novarum, el Papa Pío XI
publica la Quadragesimo anno donde además de repasar la doctrina anterior y aplicarla a la
situación del momento, afrontó los nuevos problemas ligados al crecimiento de empresas y
grupos cuyo poder pasaba fuera de las fronteras nacionales. Recuerda además la condena
del socialismo así como la insuficiencia del liberalismo.3
Pío XII vivió los años de la posguerra con otro orden internacional al que dedicó sus
intervenciones. Aun cuando no publicó encíclicas sobre temas sociales, no dejó de recordar a
todos a través de sus radiomensajes, la relación que corre entre la moral y el derecho positivo así
como los deberes de las personas en las distintas profesiones.
Juan XXIII deja dos contribuciones: las encíclicas Mater et magistra y Pacem in terris. En la primera
habla de la misión de la Iglesia por construir comunión que permita tutelar y promover la dignidad
del hombre. En la segunda encíclica, además de afrontar el tema de la guerra (en tiempos de
proliferación de armamento nuclear), afronta el tema de los derechos humanos desde un punto
de vista cristiano.
El Concilio Vaticano II trató en la constitución pastoral Gaudium et spes temas de actualidad social
y económica, como los nuevos problemas que afrontaba el matrimonio y la familia (por ejemplo,
desde las sucesivas facilidades al divorcio concedidas desde el liberalismo decimonónico y el
socialismo), la paz y concordia entre los pueblos (en el escenario de la llamada Guerra fría), etc.
Con Pablo VI hace su entrada en los documentos del Magisterio el tema del desarrollo en la
encíclica Populorum progressio haciendo hincapié en la necesidad de que ese desarrollo sea de
toda la persona y de todos los hombres.
Juan Pablo II, fuertemente marcado por su experiencia en Polonia, publicó diversas encíclicas
sobre temas sociales. La Laborem exercens presenta una espiritualidad y una moral propias del

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trabajo que realiza el cristiano. La Sollicitudo rei socialis retoma el tema del progreso y el
desarrollo íntegros de las personas (publicada con motivo de los veinte años de la publicación de
la Populorum progressio). Finalmente la Centesimus annus -con motivo del centenario de la
publicación de la Rerum novarum- se detiene en la noción de solidaridad, que permite encontrar
un hilo conductor a través de toda la enseñanza social de la Iglesia. Aun cuando sus predecesores
habían tratado temas sociales como orientaciones para la ética social o para la filosofía, Juan
Pablo II planteó la Doctrina social de la Iglesia como una rama de la teología moral y dio
orientaciones sobre el modo en que esta disciplina debía ser enseñada en los seminarios.
Benedicto XVI publicó en 2009 la encíclica Caritas in Veritate, en la cual insistía en la relación
entre la caridad y la verdad, a la vez que defendió la necesidad de una "autoridad política
mundial" para dar respuesta adecuada a los problemas más acuciantes de la humanidad.

Naturaleza

Como ya se ha indicado, el mensaje de Cristo y, por tanto, el de la Iglesia atañe al hombre


completo, incluida su dimensión social. En esa misión se inscribe la doctrina social de la Iglesia,
que es anuncio de la verdad del amor de Cristo en la sociedad.
El objetivo de esta doctrina es entender y guiar la vida social a la luz de la Revelación. Para ello,
subraya la necesidad del compromiso cristiano en la sociedad e indica los criterios para aplicar la
verdad del Evangelio a ese ámbito. Nació del encuentro del mensaje evangélico y de sus
exigencias con los problemas que surgen en las relaciones sociales; tiene en cuenta los aspectos
técnicos de los problemas pero siempre para juzgarlos desde el punto de vista moral, a fin de
orientar los cambios exigidos por las diversas situaciones a la luz de principios siempre vigentes, y
así contribuir al verdadero bien de la humanidad. «Evangelizar el ámbito social significa infundir
en el corazón de los hombres la carga de significado y de liberación del Evangelio, para promover
así una sociedad a medida del hombre en cuanto que es a medida de Cristo: es construir una
ciudad del hombre más humana porque es más conforme al Reino de Dios»

Sujeto

El sujeto de la doctrina social cristiana, como de toda la enseñanza salvífica, es la comunidad


cristiana según las diversas vocaciones y funciones: el Magisterio pontificio y episcopal, los
teólogos, los expertos en diferentes ámbitos de la vida social y los fieles laicos que buscan la
santidad a través de su inserción en el mundo. Estas contribuciones deben ser acogidas y

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proclamadas por el Magisterio de la Iglesia siguiendo sus criterios propios, para que puedan ser
calificadas como doctrina social de la Iglesia.

Objeto y finalidad

Por objeto se entiende el ámbito de la realidad del que se ocupa la doctrina social de la Iglesia. Ya
el adjetivo “social” muestra que su campo de interés es la vida comunitaria (objeto material);
pero lo hace desde un punto de vista específico, congruente con la misión propia de la Iglesia:
exponer las bases teóricas y los medios prácticos de orden moral para edificar una sociedad según
el designio divino (objeto formal). Toda la actividad de la Iglesia, incluida su doctrina social, está
orientada a conducir la humanidad, también en sus dimensiones naturales y sociales, hacia la
recapitulación en Cristo.

La doctrina social de la Iglesia tiene como meta la construcción de una sociedad que facilite a las
personas la realización de una vida auténticamente humana; por eso su finalidad es ética y
formativa: se propone educar las conciencias y guiar la conducta personal para promover unas
relaciones sociales que sean humanas y humanizantes. Su meta es de orden religioso y moral.
Para ello, como ya se dijo, la Iglesia desempeña su función pastoral con una doble orientación:
una teórica, que enseña los principios y criterios sociales y la forma de aplicarlos, así como las
cuestiones de actualidad en esta esfera y sus vías de solución; otra práctica, que estimula a
testimoniar, con las obras, el Evangelio en la vida social.

Fuentes

Las fuentes de la doctrina social de la Iglesia son las mismas que las de toda enseñanza cristiana:
la Revelación y la razón humana; las dos proceden, en último término, de Dios que muestra al
hombre su plena verdad, incluso en el ámbito social.
Podríamos decir que principalmente las fuentes son: la Sagrada Escritura, los Padres de la Iglesia,
los teólogos.

● Su fundamento y objeto es la dignidad de la persona


● Su finalidad es servir a la persona y a la sociedad mediante la liberación que trae Jesús
de Nazaret.}

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Raíces de la Doctrina Social de la Iglesia

En los inicios de Israel no existían todavía diferencias sociales excesivas. El problema no surgió
hasta el sedentarismo de Israel, y en especial hasta después del crecimiento económico de la
época de los Reyes. Una vez fueron consolidadas las diferencias sociales, los profetas sobre todo
se pusieron de parte de los pobres y lanzaron apasionadas acusaciones contra los ricos y
poderosos, contra sus desmanes y codicia.”
Concluimos pues, que, apenas aparecen las clases sociales, se ve la necesidad inmediata de
defender al pobre y de promover la justicia social, y es ahí cuando comienza la doctrina que
trabaja precisamente para lograr estos objetivos.

Raíces Bíblicas de la Doctrina Social de la Iglesia


 Proclama que toda santidad es justicia.
 Evoca los derechos del pobre, de la viuda, del -extranjero migrante, del desempleado.
 Afirma el derecho de propiedad (Ex 20,15) y frena el acaparamiento.
 Reclama justicia en el contrato de trabajo y de comercio (Dt 2,14-1 5.19).
 Pide la integridad de los jueces (Am 5,7; 6,12) Justicia en el Rey (Pr 16,13).
 Precisa la dimensión moral y religiosa de la injusticia (ls 5,23; 29,21).
 La tierra es de Yahvé, los hombres están de paso por ella, son huéspedes del Señor (Lv
25,23ss).
La Sagrada Escritura
Acercarse a los documentos bíblicos para hallar las raíces de la Doctrina Social de la Iglesia es
encontrar siempre la misma verdad: están atravesados de principio a fin por grandes enseñanzas
en materia de lo social, unas de orden particular, que responden a las circunstancias y vicisitudes
de cada momento histórico, y otras de naturaleza más bien universal, que son la expresión de los
principios que al efecto se derivan de una muy precisa concepción del hombre, del mundo y de la
vida, a saber, la del judeocristianismo.

El Antiguo Testamento
Sobresale la enseñanza de los profetas. Tanto su mensaje social como religioso gira en torno al
tema de la justicia. El santo es aquel que es justo, es decir, “la conducta religiosa más significativa
de la alianza divina es una conducta social: la justicia”. En el Antiguo Testamento “ser justo
quiere decir obrar conforme al derecho”; más aún, actuar “no según normas abstractas o ideales,
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sino según normas concretas, resultantes de la situación social de cada uno”. Así, resulta
manifiesto que el concepto bíblico de justicia viene determinado por la ley. Lo que destacan los
profetas temiendo Dios y amando al prójimo es el derecho. Pero, ante todo, el derecho del
humilde, del pobre, del huérfano, del extranjero, del asalariado. La justicia para los profetas es el
derecho primordial de los que no tienen, el derecho del miembro de comunidad cuando se
encuentra en necesidad. Estos, desde el principio, aparecen como los protegidos de Dios: Yahvé
se presenta desde el comienzo como el amigo y defensor de los pobres y de los oprimidos.
“No torcerás el derecho del forastero, ni del huérfano, ni tomarás en prenda el vestido de la
viuda. Recuerda que fuiste esclavo en el país de Egipto y que Yahvé tu Dios te rescató de allí. Por
esto te mando hacer esto.” (Dt. 24, 17, 18)
Pero no sólo es la bondad de Dios la que fundamenta la justicia: también la santidad misma del
Señor. En efecto, las exigencias de la justicia están presentes en la Alianza que Dios pactó con su
pueblo, pues éste ha de practicar la justicia y la bondad a imitación de la santidad de Dios: “Sed
santos como Yo soy santo”, repetirá infinidad de veces el Señor en el Antiguo Testamento.(Lv. 11,
44-45)
Toda la enseñanza del Antiguo Testamento es una permanente invitación a la justicia. Pero a una
justicia que va más allá del simple intercambio: es la justicia del don. Esta justicia no humilla
porque reconoce el derecho del que recibe, un derecho que no nace de la propiedad y del
contrato, sino de la mera necesidad. Es decir, en los escritos veterotestamentarios anuncian de
una manera muy singular el gran precepto del Nuevo Testamento: el del amor cristiano.

El Nuevo Testamento.
Como bien ha expresado Juan Pablo II, un examen objetivo del Evangelio nos muestra a Jesucristo
ante todo como maestro de la Verdad y servidor del Amor, y son estas características suyas las
que explican el sentido de toda su actividad y de toda su misión. Y esto hace que la doctrina de
Jesús no sea una doctrina solamente espiritual, descarnada. Antes bien, al enseñar un código de
los principios éticos religiosos, plasmó el alma de una nueva sociedad.
Por esto, el mensaje de Jesús, que se dirigió al hombre de carne y hueso, con su cuerpo, con su
destino social con sus múltiples necesidades, con sus relaciones sociales, ha sido calificado, y con
razón, de intrínsecamente social.
Jesús trabajó en lo profundo del corazón, en el centro orgánico de la vida; Jesucristo trabajó por
formar una sociedad nueva, dándole un espíritu nuevo. Este “nuevo espíritu” no es sino la
herencia del Amor: El Nuevo Testamento retoma y trasciende la justicia de la antigua ley. No
basta con dar lo que exige en justicia el intercambio: es la justicia del don, es decir, del amor. Y
este es el que transformando a cada persona, consigue la transformación de la sociedad entera.
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Es aquí donde cobra su sentido la obra de Jesucristo, quien con sus enseñanzas y su testimonio
asentó los fundamentos de un nuevo orden social. En efecto, Jesucristo funda un nuevo orden
social en cuanto que constituye el amor en la fuerza de transformación social: todos los hombres,
como hijos del mismo Padre, (Mt. 6,9) (Mt. 23, 9) son hermanos,(Mt. 23,8) y como tales deben
amarse los unos a los otros sin medida y sin reserva.(Mt. 13, 34) . En la gran familia humana sólo
hay una ley: el amor. No hay otra ley sobre ésta. (Mc. 12, 29-31). Este es el punto fundamental.

Encíclicas Sociales (Principales Documentos de DSI)


Rerum Novarum
Sobre la cuestión social
Carta Encíclica del Sumo Pontífice León XIII - 15 de mayo de 1891

Quadragesimo Anno
Sobre la restauración del orden social y su perfeccionamiento de conformidad con la ley
evangelizadora
Carta Encíclica de Santidad Pío XI - 15 de mayo de 1931

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Mater et Magistra
Sobre el reciente desarrollo de la cuestión social a la luz de la Doctrina Cristiana
Carta encíclica de Santidad Juan XXIII - 15 de mayo de 1961

Pacem In Terris
Sobre la paz entre todos los pueblos que ha de fundarse en la verdad, la justicia, el amor y la
libertad.
Carta Encíclica de su Santidad Juan XXIII - 11 de abril de 1963

Populorum progressio
Sobre el desarrollo de los pueblos
Carta Encíclica del Sumo Pontífice Pablo VI- 26 de marzo de 1967

Laborem Exercens
Sobre el trabajo Humano
Carta Encíclica del Sumo Pontífice Juan Pablo II en el 90 aniversario de la Rerum Novarum -14 de
septiembre de 1981

Sollicitudo rei socialis


Sobre la preocupación social de la Iglesia
Carta Encíclica del Sumo Pontífice Juan Pablo II- 30 de diciembre de año 1987

Centesimus Annus
Sobre la cuestión social
Carta Encíclica del Sumo Pontífice Juan Pablo II en el Centenario de la Rerum Novarum- 1 de mayo
de 1991

Veritatis Splendor
Sobre el esplendor de la Verdad
Carta Encíclica del Sumo Pontífice Juan Pablo II - 6 de agosto de 1993

Evangelium Vitae
Sobre el valor y el carácter inviolable de la Vida Humana
Carta Encíclica del Sumo Pontífice Juan Pablo II - 25 de marzo de 1995

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PRINCIPIOS DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA

“La Doctrina Social, además de dirigirse de forma primaria y específica a los hijos de la Iglesia,
tiene un destino universal. La luz del Evangelio, que la doctrina social refleja sobre la sociedad,
ilumina a todos los hombres: todas las conciencias e inteligencias son capaces de captar la
profundidad humana de los significados y de los valores expresados en esta doctrina, así como la
carga de humanidad y humanización.

1. Respeto a la dignidad de la persona y fomento de su desarrollo integral. Partimos del hecho


de que todo ser humano es un ser único, irrepetible e inteligente, con voluntad libre, sujeto de
derechos y deberes, con destino trascendente y, por lo tanto, dignidad eminente. Es el origen,
centro y fin de toda la vida social y económica. La realización y plenitud de la persona se da en su
relación y crecimiento junto con sus semejantes; en el avance a la perfección en la comunión
universal humano-divina que es su verdadera felicidad.

2. Bien Común. Es el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las
asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección.
El bien común comprende la existencia de los bienes necesarios para el desarrollo de los
hombres, y la posibilidad real de todos los hombres de acceder a ellos; exige el bienestar social y
el desarrollo del grupo mismo; implica la paz, la estabilidad y la seguridad de un orden justo.

3. Destino Universal de los Bienes. Los bienes están destinados para uso de todos los hombres,
son la herencia común de todos los habitantes pasados, presentes y futuros. Los bienes incluyen
tanto los materiales (propiedades, económicos, etc), como los intelectuales (conocimientos,
tecnologías, propiedad industrial, etc) y espirituales. La propiedad privada es un derecho y una
responsabilidad que por su misma naturaleza tiene una hipoteca social ya su función es contribuir
al sostenimiento y desarrollo del propietario y de sus prójimos. De igual manera, cada persona
tiene la obligación de velar por la sustentabilidad y expansión de los bienes que tiene a su
cuidado.

4. Subsidiaridad. Conforme a este principio, todas las sociedades de orden superior deben
ponerse en una actitud de ayuda (« subsidium ») —por tanto de apoyo, promoción, desarrollo—
respecto a las menores. Las entidades menores, por su parte, deben actuar por sí mismas en lo
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suyo al máximo, aceptar y aprovechar debidamente las ayudas de las entidades mayores y admitir
la suplencia temporal de las mismas aún cuando no puedan o no quieran hacer lo que les
compete y que fuera requerido para el bien común.

5. La Participación. Es la consecuencia característica de la subsidiaridad que se expresa,


esencialmente, en una serie de actividades mediante las cuales el ciudadano, como individuo o
asociado a otros, directamente o por medio de los propios representantes, contribuye a la vida
cultural, económica, política y social de la comunidad civil a la que pertenece. La participación es
un deber que todos han de cumplir conscientemente, en modo responsable y con vistas al bien
común. La nueva organización del trabajo, en la que el saber cuenta más que la sola propiedad de
los medios de producción, confirma de forma concreta que el trabajo, por su carácter subjetivo,
es título de participación.

6. Solidaridad: Entendemos la solidaridad como la vinculación e interdependencia recíproca de las


personas para la realización convergente del bien común.

7. Valores fundamentales. Los principios anteriores presiden la edificación de una sociedad digna
del hombre. Su aplicación está guiada por cuatro valores íntimamente relacionados entre si. Éstos
son inherentes a la dignidad de la persona humana y favorecen su auténtico desarrollo. Son
esencialmente: a) la verdad, buscada continuamente, respetada y atestiguada responsablemente;
b) la libertad, signo de la sublime dignidad de cada persona humana, ejercida responsablemente y
enfocada a la contribución de todos al bien común; c) la justicia, constante y firme voluntad de
dar a cada uno lo que le es debido y abierta al horizonte de la solidaridad y del amor; y d) el amor
fraterno, del cual brotan, se nutren y desarrollan la verdad, la libertad y la justicia..

La doctrina social católica se fundamenta en el amor de Dios para cada uno de sus hijos. Este
amor ha sido revelado por Jesucristo quien con su muerte y resurrección, nos abrió la puerta de la
salvación y de la vida eterna; y que con su vida y ejemplo nos señaló el camino a seguir para llegar
al umbral de esa puerta. Todas las enseñanzas sociales de la Iglesia se fundamentan por lo tanto
en el Evangelio y en una concepción del hombre que lo sitúa en este mundo como un constructor
de la sociedad, pero siempre mirando a su destino final trascendente. Así visto, el hombre, creado
por Dios y que volverá a Él, sólo puede manifestar su amor al Creador, amando a su prójimo y
realizando su particular y único aporte a la construcción de una sociedad más próspera, justa,
solidaria y plenamente humana. Es por esto, que si el ser humano no experimenta primero un
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encuentro personal con Jesucristo, transformando su vida, iluminando su mente y llenando de


amor su corazón, difícilmente podrá perseverar en su propósito de seguir los principios e
imperativos morales contenidos en la Doctrina Social. La Caridad de Cristo nos apremia.( 2Cor
5,14)
La vocación cristiana tiene implicaciones sociales ya que Jesús nos ordenó a continuar su misión de
propagar el Reino de amor, justicia y paz.

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