Bartolomé - Inteligencia Estratégica en América Del Sur 2016

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Inteligencia Estrategica

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Universidad de las Fuerzas Armadas ESPE

Inteligencia Estratégica Contemporánea

Mariano Bartolomé, Carolina Sancho Hirane, Carlos Maldonado Prieto, Javier


Pérez Rodríguez, Galo Cruz, César Pérez, Eduardo Balbi, Maritza Velastegui,
Fredy Rivera Vélez, Arturo Cabrera Hidalgo, María Dolores Ordóñez.

ISBN: 978-9978-301-90-6
Todos los derechos reservados

Revisión de pares académicos:

Aprobado por la Comisión Editorial de la Universidad de las Fuerzas Armadas ESPE

Coronel Ramiro Pazmiño. Presidente

Edición: David Andrade Aguirre

[email protected]

Diseño: Oscar Murillo

El contenido, uso de fotografías, gráficos, cuadros, tablas y referencias es de exclusiva


responsabilidad del autor.

Universidad de las Fuerzas Armadas ESPE

www.espe.edu.ec

Sangolquí, Ecuador.

Primera edición, diciembre de 2016

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Inteligencia Estrategica

La dinámica de la Seguridad Internacional


contemporánea y el rol de la Inteligencia
Estratégica en América del Sur

Mariano Bartolomé

Graduado y doctor en Relaciones Internacionales (Universidad del Salvador,


USAL). Master en Sociología (IVVVVE, Academia de Ciencias de la República
Checa). Profesor en la USAL, la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), la
Universidad Nacional de Lanús (UNLa) y la Escuela Superior de Guerra (ESG) del
Ejército. Coordinador de la Diplomatura en Seguridad Internacional y Defensa,
de la Universidad de Belgrano (UB).

“Piensa globalmente, actúa localmente”


(Think globally, act locally)

“El mundo. Y qué hacer con él”


(The world. And what to do with it)

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Introducción

La Inteligencia Estratégica está considerada como la máxima instancia


evolutiva de la actividad de inteligencia. Y las dos frases que preceden el
presente trabajo fueron elegidas por un mismo motivo, que es el de reflejar con
bastante exactitud su esencia, de manera involuntaria y desde ámbitos ajenos al
propio recorte disciplinar. En efecto, la primera frase es un lema compartido por
militantes y grupos ambientalistas de todo el mundo, concebido hace casi cuatro
décadas por el científico René Dubos; la segunda, por su parte, es el eslogan
del influyente periódico International Herald Tribune, editado en París1. Ambas
citas, en tanto, explicitan la conveniencia de tomar decisiones a partir de una
previa comprensión del funcionamiento de los entornos y contextos que puedan
influirlas, y que trascienden lo inmediato tanto temporal como espacialmente.
Promediando la segunda década del siglo, el marco contextual de las
decisiones trascendentes del Estado moderno es, cada vez más, el mundo en toda
su complejidad, como resultado de la intensificación del proceso de globalización,
y la consecuente profundización de las interdependencias. Y esto es así aun para
naciones de segundo o tercer orden desde el punto de vista de la distribución
de poder, como sería el caso de las latinoamericanas, incluyendo las ubicadas
en América del Sur, que son las que interesan a los efectos del presente trabajo.
Específicamente en el plano o subsistema atinente a la seguridad, la referida
complejidad del sistema internacional se traduce en una agenda en constante
mutación, con numerosas y heterogéneas amenazas y fuentes de riesgo, dando
como resultado un tablero signado por la volatilidad e incertidumbre. Y como
sostiene acertadamente una colega (Anguita Olmedo & Campos Zabala, 2008), la
incertidumbre en la toma de decisiones genera inseguridad, que puede reducirse a
través de una adecuada inteligencia, correctamente interpretada por los decisores.
Lo hasta aquí planteado confirma el rol central que debe desempeñar la
Inteligencia Estratégica en América del Sur. A partir de esa certeza, a continuación
efectuaremos una breve referencia al panorama de la Seguridad Internacional
contemporánea para luego enfocarnos en la Inteligencia Estratégica en la región
e identificar qué características debería cumplir a la hora de ser aplicada por las
naciones comprendidas en ese espacio geográfico, culminando con la formulación
de unas breves conclusiones.
1 Devenido en los últimos tiempos en International New York Times
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Sólo resta recordar que, aplicando un abordaje de tipo deductivo desde el


punto de vista metodológico, no puede hablarse de Inteligencia Estratégica sin
efectuar una previa referencia al concepto inteligencia, sus límites y contenidos.
Por eso, en una primera aproximación a la cuestión acordaremos que “inteligencia”
es una suerte de paraguas que incluye cinco significaciones diferentes, aunque
concatenadas e íntimamente vinculadas entre sí: (i) un conocimiento particular;
(ii) la organización que lo produce; (iii) la actividad de esa organización; (iv) el
proceso que guía esa actividad; y (v) el producto de ese proceso y esas actividades
(Schreier, 2009). Concebida como un proceso, lo entendemos como “aquel que
brinda información procesada, útil y oportuna, sobre alguna situación específica y que
contribuye a optimizar el proceso de toma de decisiones”. Es decir, no sólo le proporciona
información al usuario, sino también de un insight específico que le permite reducir
los niveles de incertidumbre, facilitando el proceso decisorio (Bartolomé, 2015).

Un breve comentario sobre el escenario de la Seguridad Internacional


Hace poco más de un cuarto de siglo, en épocas del fin de la Guerra Fría,
algunos analistas aventuraban el advenimiento de un escenario internacional
exento de violencia, donde la democracia capitalista se expandiría por todos los
rincones del planeta y los conflictos armados disminuirían de manera sostenida,
hasta convertirse casi en una rareza. Los ropajes que adquirían esos planteos de
claro sesgo kantiano eran diversos, aunque probablemente la tesis del Fin de la
Historia sea la que mayor difusión tuvo.
Resulta ocioso reseñar que esa lectura rápidamente quedó desacreditada por la
proliferación de violentos conflictos en diferentes puntos del globo. Era cierto que con
la finalización de la compulsa bipolar había disminuido el riesgo de un holocausto
nuclear pero, como oportunamente recordamos (Bartolomé, 2010), le asistía la razón a
James Woolsey, otrora máxima autoridad de la Agencia Central de Inteligencia (CIA)
estadounidense, cuando indicaba que la “jungla internacional” se había librado de
un gran dragón (en alusión a la Unión Soviética) pero continuaba infectada de una
gran cantidad de serpientes venenosas que la tornaban extremadamente peligrosa.
Este tipo de lecturas se encuentran absolutamente vigentes, y así es que se advierte
la existencia de un déficit global de seguridad (Spence, 2014) y el inicio de una Era
del Desorden (Haass, 2014) en la cual los actores estatales, incluso aquellos con rango
de superpotencia como Estados Unidos, atravesarían crecientes “inseguridades
nacionales” (Rothkopf, 2014).

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Una descripción de la agenda de la Seguridad Internacional contemporánea


excede tanto los objetivos del presente trabajo, como su extensión posible. No
obstante, no puede dejar de señalarse que una de las notas salientes de este
complicado panorama, está constituida por la jerarquización de fuentes de daño de
naturaleza transnacional protagonizadas por actores no estatales, que despliegan
sus actividades de acuerdo a una lógica espacial diferente a la que propone la
cartografía política tradicional, de raíz westfaliana. A este estado de cosas se refiere
el español Aznar (2012: 165) con su idea de “amenazas sin fronteras y fronteras
sin amenazas”, destacándose a juicio de quien suscribe por su importancia la
criminalidad organizada, el terrorismo y la proliferación y difusión de armas de
destrucción masiva y tecnologías sensitivas. El ya mencionado fenómeno de la
globalización, proceso dinámico caracterizado por el rápido crecimiento de flujos
transfronterizos diversos (bienes, servicios, dinero, personas, tecnología, ideas,
cultura, valores, etc.) agrava la peligrosidad de las citadas amenazas, potenciándolas.
En tanto, las formas de conflicto armado prevalecientes en la actualidad se
alejan de los tradicionales moldes interestatales y simétricos, conformando un
panorama extremadamente heterogéneo donde tienden a prevalecer los formatos
híbridos. El caso del autodenominado Estado Islámico sería paradigmático en este
sentido. Así se entiende que el famoso politólogo Giovanni Sartori se refiera al
impacto en suelo europeo del extremismo fundamentalista islámico sentenciando
que el Viejo Continente se hallaba inmerso en una guerra de nuevo tipo. En
sus propias palabras: “vivimos una guerra terrorista, global, tecnológica y religiosa”
(Gómez Fuentes, 2016).
Lo antedicho no debe ser interpretado como la superación de las pujas
interestatales. Por el contrario, éstas mantienen absoluta vigencia y, a caballo de
consideraciones geopolíticas (donde el acceso y control de recursos naturales
estratégicos ocupa un lugar central) y tradicionales políticas de poder de cuño
realista, pueden ser el detonante de graves crisis cuya escalada podría desembocar
en episodios bélicos. Por lo pronto, desde esta lógica se explica en buena medida
el sostenido aumento del gasto militar global anual.
Todo este desorden, este déficit global de seguridad, podría verse reforzado
por una difusión cada vez mayor de poder en el escenario global, que recibe
influencias de decenas de protagonistas estatales y no estatales autónomos,
complicándose así la adopción de decisiones colectivas. Como resultado de tal

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difusión, ningún país ni bloque de países tiene la capacidad para manejar la agenda
internacional, siendo una consecuencia de esta imposibilidad el incremento de la
conflictividad internacional, en diversas formas. Esta novedosa situación ha sido
rotulada como “no polaridad” por Haass (2008), mientras Bremmer ironiza con
un mundo cuya gobernanza descansa en un “Grupo de los Cero” (G-0), indicando
que ningún actor puede asumir esa función (Bremmer & Roubini, 2011).

La Inteligencia Estratégica y su aplicación en América del Sur


Históricamente, en América del Sur la cuestión de la inteligencia no sólo
no ocupó espacios relevantes dentro de la producción científica local, sino que
cuantitativamente su presencia en ese ámbito fluctuó entre la escasez y la nulidad.
Desde un punto de vista cualitativo la situación no fue menos preocupante, pues el
persistente desconocimiento de la ciudadanía sobre lo que significa esa actividad
ha facilitado que en el imaginario colectivo de numerosas sociedades de la región
se instalen negativas percepciones. Percepciones que refieren a organismos que
emplean de manera irrestricta los recursos (humanos, materiales, financieros)
públicos con metas asociadas más a objetivos puntuales del gobierno de turno
que a intereses nacionales; que vulneran periódicamente los derechos civiles y
las libertades individuales de los ciudadanos; y que suelen estar exentos de las
prácticas de control y accountability características de una democracia sana.
Afortunadamente, esas imágenes no suelen contar con respaldo empírico,
pues los procesos de democratización que se iniciaron en la región en los años 80
y su progresiva consolidación desde ese momento hasta el presente, facilitaron
el control civil sobre los organismos de inteligencia, incluyendo la formación de
especialistas en la materia y el diseño de una carrera profesional para aquellos
que se desempeñarán como funcionarios estatales. Sin embargo, ha habido
excepciones que empañaron los logros obtenidos en este campo, siendo el último
de estos episodios que salió a la luz el acontecido en Argentina a comienzos del año
2015, cuando la súbita muerte de un fiscal federal en condiciones extremadamente
sospechosas y controvertidas, derivó en un escándalo que gozó de una amplia
cobertura mediática, en cuyo contexto la oposición política acusó al Poder
Ejecutivo de emplear en su propio beneficio a la Secretaría de Inteligencia (SI), a la
sazón la principal institución de la nación en ese rubro. Simultáneamente aunque
en sentido inverso, desde la Casa Rosada se insistía en que ese organismo se había
vuelto inmanejable y había elaborado su propia agenda de trabajo, incluyendo la
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ejecución de operaciones de espionaje interno, sin subordinarse a las autoridades


democráticas. En un cambio que fue mucho más cosmético que estructural, la SI
fue reemplazada por una Agencia Federal de Inteligencia (AFI), pero la crisis aún
dista de resolverse (ADC, 2015).
En los últimos años, la producción académica sobre inteligencia en
América del Sur se ha incrementado, novedad que contribuye a paliar –al
menos parcialmente- la inconveniente situación descrita, y ha comenzado a
incursionarse en el ámbito de la Inteligencia Estratégica. Al menos tres trabajos
colectivos publicados en Argentina, Ecuador y Estados Unidos, en este último
caso con mayoría de colaboradores sudamericanos, dan cuenta de esta innovación
(Swenson & Lemozy, 2009; Rivera Vélez, 2010; Paz, 2015). Además, se han
conformado cátedras y líneas de investigación sobre la cuestión en Brasil y Chile,
mientras carreras de posgrado con títulos oficiales se consolidan en Argentina. Lo
notable de las obras mencionadas, empero, es que de las mismas no se desprende
una concepción consensuada sobre lo que es la Inteligencia Estratégica; incluso,
algunos de sus autores continúan remitiéndose a los trabajos pioneros de Sherman
Kent y Washington Platt, pese a que datan de 1949 y 1957 respectivamente,
mientras otros especialistas resuelven fácilmente la cuestión dando por sentado
que el lector ya conoce en profundidad este concepto, no resultando necesaria
ninguna explicación adicional.
Desde el punto de vista de quien suscribe, siguiendo el enfoque adoptado en
trabajos anteriores (Bartolomé, 2015), consideramos que la actividad de inteligencia
suele adjetivarse como “estratégica” de acuerdo a tres criterios diferentes, que
no sólo no son mutuamente excluyentes, sino que suelen presentarse de manera
combinada: en primer término, cuando su producto se basa en insumos, por lo
general análisis, proporcionados por otros organismos o agencias (por ejemplo,
órganos de las Fuerzas Armadas); son estos organismos, y no el que produce la
Inteligencia Estratégica, los que efectúan tanto las tareas de recolección (o reunión)
como el primer procesamiento de la información reunida. Un segundo rasgo
distintivo de la Inteligencia Estratégica es que su producto pretende apuntar al
mediano y largo plazos; y en tercer lugar, cuando el producto es particularmente
importante o relevante. En consecuencia, en el presente trabajo se entiende que
la Inteligencia Estratégica es el producto de inteligencia para empleo del máximo
poder decisorio, que trasciende a la inmediatez y la coyuntura para identificar

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en relación al Estado, con un horizonte temporal mayor, tanto amenazas reales o


potenciales, como oportunidades.
Para los países de América del Sur, como para todas las unidades políticas de
este tipo en rigor de verdad, la Inteligencia Estratégica constituye una herramienta
fundamental en el marco de sus esfuerzos para prevenir, combatir y neutralizar
las amenazas y riesgos que se ciernen sobre su sociedad y los ciudadanos que la
integran, en el complejo entorno de seguridad contemporáneo. En este sentido, más
allá de las particularidades de cada nación en esta actividad, hemos identificado
cinco condiciones básicas que debe cumplir la Inteligencia Estratégica en nuestra
región, para cumplir su cometido con eficacia y eficiencia, en un marco de plena
vigencia del Estado de Derecho.
En primer lugar, en lo relativo a la etapa de recolección en la base de la pirámide
informacional, se torna necesaria una optimización de fuentes. Transitamos una
época en la cual los grandes avances tecnológicos en los campos de la electrónica,
la óptica y las telecomunicaciones tienden a colocar en el centro de la escena a
la inteligencia basada en señales (SIGINT) e imágenes (IMINT). Sin embargo,
existen restricciones y condicionantes para la captación de señales u obtención
de imágenes por medios tecnológicos, incluso de índole económica, un dato no
menor a la luz de las limitadas capacidades de las naciones sudamericanas; por
otra parte las imágenes y señales obtenidas por medios tecnológicos, más allá
de su valor, pueden resultan insuficientes a la hora de efectuar evaluaciones
políticas, puesto que no tienen en cuenta el factor humano, la principal variable
independiente en todo análisis. En consecuencia, frente a esta tendencia, es
necesaria una revalorización de las fuentes humanas (HUMINT), que confirman
su importancia crucial, incluso en esta época de avances tecnológicos.
Segundo, urge optimizar las capacidades de análisis. Los desafíos que
presenta el tablero internacional contemporáneo exigen contar con avezados
especialistas en cuestiones específicas, con alta capacidad interpretativa y
profundos conocimientos culturales, incluso idiosincráticos, sobre la cuestión
tratada. Especialistas aptos para el trabajo en equipo, para poder integrar
cuerpos constituidos con finalidades analíticas concretas. Y con alto grado de
adaptabilidad al cambio, siendo que en materia de inteligencia “el paradigma del
enemigo conocido, las fronteras definidas y los objetos unívocos ha desaparecido en gran
manera” (Sepúlveda, 2007: 80).

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En épocas de Internet, publicaciones on line, redes sociales y enormes bases


de datos, un incremento de las capacidades de análisis demanda la revalorización
de los productos basados en fuentes abiertas (OSINT); en este sentido, la clave es
incorporar al proceso de análisis un mayor caudal de información pública con
alta especialización temática, con distintos formatos y diferentes procedencias.
Dentro de la OSINT deben incluirse los llamados “outsiders”, personalidades con
profundos conocimientos sobre una temática específica, que están en capacidad
de proveer nuevos y valiosos puntos de vista a la estructura de inteligencia
(además de contribuir a la limitación de las mencionadas distorsiones del proceso
de análisis).
En tercer término, reafirmamos con categoría de condición imprescindible
una cuestión que ha merecido un tratamiento prioritario en los análisis sobre esta
disciplina en los últimos tiempos: la cooperación en materia de inteligencia, tanto
en el plano interinstitucional, como en el intergubernamental. En el primero de
estos planos, el interagencial, prácticas cooperativas limitadas al mero intercambio
informativo son de por sí positivas, desde el momento en que contribuyen a
superar la “falta de sinergia” que genera la compartimentación de la información.
No obstante, lo ideal sería ir más allá de este estadio para lograr interacciones
horizontales donde los analistas de diferentes organismos intercambien puntos
de vista, siendo que la misma complejidad de las situaciones que analizan esas
instituciones, y sobre las cuales se debe elaborar Inteligencia Estratégica, exige
la articulación de respuestas interdisciplinares (Tortosa Garrigós, 2009). Por otro
lado, el debate e intercambio de apreciaciones y perspectivas contribuye a limitar
las distorsiones que se pueden generar en un proceso de análisis, tales como el
apego a las visiones tradicionales o la adopción de posturas corporativas (Zane
George, 2010). Estos desafíos demandan un cambio conductual y la experiencia
indica que ese logro es una tarea ardua que insumirá tiempo y esfuerzos, pues los
organismos de inteligencia tienden a sentirse más vulnerables en la medida en
que incrementan su interdependencia con actores semejantes, razón por la cual
son renuentes a hacerlo (Anguita Olmedo & Campos Zabala, 2008).
Respecto al plano intergubernamental, frente a un escenario caracterizado por
amenazas complejas que operan transnacionalmente, muchas veces empleando
en su propio beneficio las fronteras y las soberanías (en tanto obstáculos y barreras
para la acción de los gobiernos), y se organizan en red, la cooperación se ha vuelto

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imperativa. Prescindir de esta opción no debe ser interpretado como un lujo o una
señal de fortaleza, sino como un gesto de miopía e irresponsabilidad, profesional
o política (según el nivel de responsabilidad del que se trate). Incluso se ha
postulado como un ideal de difícil realización por el momento, la constitución de
una amplia red de organismos de inteligencia para trabajar de cara a amenazas
comunes y riesgos compartidos, lo que su mentor ha llamado “un Bretton Woods
de la Inteligencia” (Sepúlveda, 2007).
Una cuarta condición básica que debe cumplir la Inteligencia Estratégica en
los tiempos actuales, tanto en América del Sur como en cualquier otra región
del orbe, consiste en el desarrollo de una adecuada capacidad para identificar
tendencias y diseñar escenarios de mediano y largo plazos sobre sus temas de
interés, que trasciendan la coyuntura y el corto plazo2. Evaluaciones de este tipo,
basadas en enfoques metodológicos predictivos o prospectivos, son elaboradas
desde hace décadas por múltiples actores no estatales que han fluctuado entre
informes reservados sobre cuestiones puntuales, y apreciaciones de nivel
estratégico y carácter público.
Lejos de constituir un patrimonio reservado a académicos o empresarios,
los estudios de mediano y largo plazos constituyen cada vez más un área de
interés para la Inteligencia Estratégica, con el objeto de disminuir los márgenes
de imprevisibilidad e incertidumbre que enfrentan los decisores. Aunque aquí,
como en el –ya referido- caso de la cooperación, también es necesario un cambio
conductual. En esta ocasión, en el usuario del producto: mientras el objetivo de
los análisis a largo plazo es ayudar a los decisores a “pensar estratégicamente” y
eventualmente ampliar el rango de sus futuros posibles, en base a planteos que
no tienen sustento empírico, es habitual que el dirigente político se encuentre
enfocado en el presente y base sus acciones en hechos y datos fácticos (Treverton
& Ghez, 2012), normalmente con impacto en el electorado.
La quinta condición básica que debe cumplir la Inteligencia Estratégica
sudamericana, aunque aparece enlistada en último lugar, constituye la más
importante a juicio de quien suscribe el presente trabajo, pues atraviesa a las otras
cuatro, justificándolas y orientándolas. En concreto, consiste en proporcionar a sus
usuarios un producto de alta calidad, a tono con la complejidad de los tiempos
2 Aquí entendemos a los escenarios en la forma en que los conceptúa el Saint Gall Center for Futures
Research: “imágenes del futuro, que representan un proceso, están basados en una metodología, incor-
poran el conocimiento de expertos y facilitan el aprendizaje organizacional”.
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que corren, cuyo empleo sea útil en los procesos de toma de decisiones. Aquí,
la idea genérica de calidad incluye la relevancia y exactitud del contenido; su
amplitud; la oportunidad de su diseminación; y su “pureza”, en referencia a su
objetividad. El mencionado uso, por otra parte, debe trascender el análisis del
objeto de estudio y su evolución probable, para contribuir claramente al diseño
de opciones alternativas realistas disponibles para el decisor (Kugler, 2006).
Decíamos al comienzo de este trabajo que la incertidumbre en la toma de
decisiones genera inseguridad, y que ésta se reduce a través de una adecuada
inteligencia correctamente interpretada por los decisores. De esto se deduce que
el mejor y más acabado producto de Inteligencia Estratégica se tornará irrelevante
en el mejor de los casos, o contraproducente en el peor, si el usuario no lo interpreta
correctamente. De ahí que resulte imprescindible, para acotar la ocurrencia de esa
posibilidad, aceitar los canales y optimizar los protocolos de comunicación entre
los decisores y el/los organismo/s involucrado/s en la producción de Inteligencia
Estratégica, en los dos extremos del proceso de inteligencia ya mencionado: en su
primera etapa, cuando se establece la necesidad de conocimiento del decisor, y en
la última, cuando éste se manifiesta sobre el producto recibido (Schreier, 2012).

Conclusiones Finales
Las naciones de América del Sur despliegan sus capacidades, en prosecución
de los objetivos que derivan de sus intereses, en un contexto internacional
particularmente delicado, en materia de seguridad. El rasgo distintivo de ese
contexto, dinámico y volátil, es la existencia en forma simultánea de numerosas
y heterogéneas amenazas y fuentes de riesgo, que mutan y evolucionan en forma
permanente. Frente a este panorama, resulta imperativo que las naciones de
América del Sur desarrollen una adecuada Inteligencia Estratégica, entendida
como un producto de inteligencia para empleo del máximo poder decisorio, que
trasciende a la inmediatez y la coyuntura para identificar en relación al Estado,
con un horizonte temporal mayor, tanto amenazas reales o potenciales, como
oportunidades.
Se torna extremadamente difícil la propuesta de un modelo concreto de
Inteligencia Estratégica a adoptar por los países sudamericanos, debido al alto
grado de heterogeneidad que se observa en la región en materia de inteligencia.
Sí puede señalarse, no obstante, que resulta impensable especular con este tipo
de producción sin haberse consolidado previamente una inteligencia (en sus

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cinco acepciones) adecuadamente subordinada a los gobiernos democráticos,


sujeta al control de los poderes de la República y respetuosa de los derechos y
libertades individuales. A partir del cumplimiento de este requisito, la Inteligencia
Estratégica cumpla con cinco condiciones básicas, siendo la primera una adecuada
optimización de las fuentes, incluyendo la revalorización de las fuentes humanas
(HUMINT), que no se vea afectada por el auge de otras formas de inteligencia más
vinculadas con el avance tecnológico, y un empleo intensivo de fuentes abiertas
(OSINT); segundo, un incremento de las capacidades de análisis, incorporando
y/o formando especialistas en cuestiones específicas, con aptitud para el trabajo
en equipo y capacitación permanente, y la consulta con “outsiders”; en tercer lugar,
fluidos niveles de cooperación interagencial e intergubernamental, en este caso
respecto a cuestiones o áreas geográficas de interés común; y en cuarto término,
la capacidad para identificar tendencias y diseñar escenarios de mediano y largo
plazos, mediante el uso de metodologías predictivas o prospectivas.
Finalmente, y como corolario de las condiciones anteriores, la Inteligencia
Estratégica debe cumplir el desafío de generar un producto de alta calidad, apto
para ser empleado en procesos de toma de decisiones. Aunque aquí también
aparece la necesidad de una correcta interpretación por parte del usuario.
Previsiblemente, el logro de estas cinco condiciones demande a los organismos
de inteligencia la aplicación de profundos cambios de paradigmas organizacionales,
doctrina, formación y capacitación del personal, y relacionamiento con otros
sectores de la sociedad, en especial el ámbito académico. Estos son los desafíos
de los próximos tiempos, que los gobiernos de América del Sur podrán cumplir
en la medida en que conciban a la inteligencia como una política de Estado; la
diseñen en concurso con otras fuerzas políticas, e incluso con participación de
entidades específicas de la sociedad civil; la planifiquen más allá de la duración
de sus mandatos; y, por último, acompañen sus declaraciones e intenciones con
recursos adecuados.-

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