El Aprendizaje Atascado.
El Aprendizaje Atascado.
El Aprendizaje Atascado.
Tu cita conmigo
El video será nuestra cita. Allí compartiré contigo algunas apreciaciones sobre
el cuento que acabas de leer y te invitaré a seguir un plan de acción concreto
para ayudarte a gestionar saludablemente tu mundo emocional.
Conversaremos acerca de cómo aplicar en tu vida diaria y cotidiana los
conceptos y principios presentados en el cuento.
¿Estás listo? Comencemos .
El Aprendizaje Atascado
Cuando sientes que se te acabaron todas las estrategias de enseñanza .
Este año la seño Maite recibió en tercer grado a Federico, un estudiante nuevo. Es un niño
dulce, tranquilo y un poco distraído.
Tiene unos precioso ojos color café y una sonrisa suave. El grupo de compañeros lo recibió
con mucha amabilidad. Maite de a poco lo va conociendo y descubriendo.
Fede no pronunciaba bien algunas palabras, le costaba reconocer las letras y ni hablar
de poder escribirlas correctamente. . La seño lo invitó a sentarse en el primer banco,
cerquita de su escritorio, para poder ayudarlo durante las clases.
Los meses pasaron, pero no las dificultades de Fede. El aprendizaje lecto— escrito
parecía detenido.
No se veían avances. La seño Maite habló con los padres del niño para sugerirles
que hicieran una consulta con un especialista del aprendizaje. La madre demoró un largo
tiempo hasta conseguir un turno en el hospital zonal. A la primera consulta llevaron muchos
nervios y un informe detallado sobre las dificultades del niño que les había entregado la
seño Maite. El especialista los tranquilizó explicándoles que para realizar un diagnóstico
necesitarían realizar un proceso de evaluación que llevaría varios encuentros. Les remarcó
que, al finalizar la evaluación, se comunicarían con la escuela para acordar una reunión y
así trabajar juntos para ayudar a Federico.
La seño Maite se sentía un poco desilusionada: faltaba un trimestre para el fin de año y no
quería que Federico terminara tercer grado sin diagnóstico ni apoyo profesional.
La última tarde de lluvia del invierno encontró a Maite en su casa preparando materiales
para el niño que aún no podía leer. Recortaba imágenes y escribía con letra imprenta
mayúscula oraciones simples. No había sido un buen día en la escuela. Se sentía impotente
y muy sola frente a las dificultades del niño.
— No sé qué más hacer para ayudar a este niño –le dijo la maestra a su marido, dejando
caer su cabeza sobre la mesa con un gesto de rendición.
— ¿No avanzó nada Fede? –le preguntó el marido, que ya conocía los nombres de todos
los chicos. Maite solía contarle anécdotas detalladas de cada uno.
— No avanzó nada. No lee, ni escribe como todos los demás.
Maite guardó el marcador de trazo grueso en su nueva cartuchera de jean color azul
petróleo. Luego agregó
– Lo que más me preocupa es que esté sufriendo. Fede se da cuenta de que todos leen, y
él no puede hacerlo. Pobrecito, no quiero que su autoestima se venga a pique.
Maite guardaba los materiales que había utilizado en un gran bolso de tela, al que su marido
apodaba “el junta tutti”. Ahí guardaba revistas viejas, retazos de tela, cartulinas, tubos de
papel higiénico, envases de todo tipo, papeles de colores y etiquetas de productos. De
manera repentina, una pata conocida se apoyó en su rodilla.
— Duque, hoy no tengo ganas de jugar — dijo la joven acariciando al perro bóxer, que la
miraba con ojos llenos de amor.
El marido quería ayudar a su mujer. Sabía lo mucho que amaba a sus alumnos y lo feliz
que se sentía cuando los veía aprender. Se sirvió un vaso de agua y pensó en algo que tal
vez pudiera ayudarla.
— Maite, en la empresa trabaja la doctora Dora Shirma. Capacita a los empleados nuevos
para que aprendan las habilidades que necesita la empresa. ¡Y realmente hace maravillas!
Nadie sabe muy bien cómo, pero ella logra que todos aprendan lo que necesitan para el
puesto que los contrataron. Si quieres, podemos invitarla a cenar y tal vez pueda ayudarte
con el tema de Fede – dijo, seguro de que la gurú de recursos humanos de la empresa
podría darle una mano a Maite.
Maite no estaba muy convencida. Pensaba que una mujer de empresa, una coach
profesional no entendería la situación de un niño pequeño.
— Podemos probar. De paso compartiremos un lindo momento. Te va a encantar conocerla.
Dora Shirma llevaba más de veinticinco años de experiencia en la empresa ayudando a
miles de empleados a superar sus limitaciones, a tener más confianza y éxito en las tareas
y proyectos que realizaban. Era una experta en procesos aprendizaje, transformación y
crecimiento profesional.
Mientras tomaban café, Dora acomodó sus grandes lentes sobre su respingada nariz.
— Maite –le dijo a la maestra–, cuéntame sobre el estudiante que tan preocupada te tiene.
Tu marido te adora y me comentó que eres una maestra apasionada y muy comprometida.
El marido terminó de comer y, llamando al perro, se dirigió a la cocina. Quería que su mujer
conversara tranquila con Dora. Maite comenzó a hablar:
— Es un niño dulce y hermoso. Empezó este año en mi escuela. Estamos llegando al último
trimestre y Federico no puede leer ni escribir como lo hacen los estudiantes de tercer grado.
Probé muchas metodologías diferentes, pero ninguna funcionó. Y …
Dora la interrumpió.
— NOO, NO es así. – Corrigió de inmediato la maestra. — Dije que no puede leer y escribir,
pero yo quiero ayudarlo a que pueda hacerlo.
— Verás — dijo Dora con un tono suave pero muy solemne. — Muchas personas ignoran
que las palabras son muy poderosas. Lo que decimos y lo que nos decimos impacta en
nuestros resultados. Hay palabras que abren posibilidades y palabras que las cierran. Albert
Einstein dijo: “Todo se crea dos veces. La primera vez en nuestra mente, y la segunda vez
se materializa en el mundo de las formas”. Si crees que el niño no puede, tus acciones irán
en esa línea. Tus estrategias, por más geniales que sean, no funcionarán porque tú crees
que el niño no puede aprender. Los maestros siempre actúan en forma coherente con sus
expectativas. Cambia tu expectativa si quieres que el aprendizaje suceda.
La maestra empezaba a comprender que ella en su interior creía que Fede no lo lograría.
Recordó una frase de un libro que adoraba: “Cree que todos los niños son brillantes y tus
intervenciones les darán a todos la oportunidad de brillar en algo”. El libro se llamaba Niños
brillantes ¡Todos lo son! Hacía muchos años que lo tenía en su biblioteca en la repisa de
libros preferidos.
El marido de Maite y su perro bóxer se sumaron a la conversación.
— ¿De qué hablan, mujeres? — preguntó el marido, sirviéndose una nueva porción de
tiramisú.
Dora adoraba a los perros, y al bóxer aún más. La mirada de un perro bóxer le despertaba
tanta ternura como ninguna otra cosa del mundo. Mientras acariciaba la gran cabeza de
Duque, respondió:
— Entonces, les aviso que mi viejo amigo, “todavía” no salió a pasear. Es hora de sacarlo
a dar una vuelta. En un rato regresamos. Adiós.
Maite se sentía cómoda en su presencia, y se daba cuenta de que deseaba compartir sus
pensamientos con ella. Volvió a centrarse en su relato y prosiguió:
— La verdad es que no se me ocurren ideas, no sé por dónde abordar sus dificultades. Me
siento estancada, confundida.
— Hace poco terminé de leer un libro muy interesante del Instituto Arbinger, llamado La
caja. Trata de liderazgo y autoengaño. En una parte del libro describe que cuando estamos
frente a una situación muchas veces nos quedamos estancados, como si estuviésemos
atrapados dentro de una caja. Una forma de salir de la caja es cambiar tu vibración
disfrutando de algo que te guste mucho. Como, por ejemplo, una música que te inspire y te
conecte con tu verdadera esencia. A veces hay que dejar lo que estamos haciendo y salir
a caminar, correr, estirar el cuerpo, o respirar. La idea es accionar para salir del
estancamiento. Cuando te sientas bloqueada, busca hacer algo que te guste mucho que te
de paz y alegría.
Maite encendió una vela de cera de soja aromatizada con vainilla. Adoraba contemplar su
luz. Se acomodó en el sillón lista para continuar con su relato.
— . Bueno, como el niño mostraba serias dificultades, hablé con sus padres para sugerirles
que realizaran una interconsulta con especialista. Ellos aceptaron y Fede comenzó un
proceso diagnóstico en el hospital, pero viene muy lento. Por lo pronto, el niño solo me tiene
a mí y ya no sé cómo hacer para que pueda leer.
— Siento impotencia y pena por él porque no puede lograr leer y escribir como sus
compañeros. Todos leen textos y escriben cuentos cortos. Fede no logra nada de eso —
dijo la maestra intentando esbozar una sonrisa para esconder su enorme preocupación.
— Querida, no mires los logros del resto de los niños para compararlos con su desempeño.
Las comparaciones jamás son justas ni ayudan a mejorar. Las comparaciones marchitan el
alma de los niños. Tampoco utilices los logros de otros niños como única vara para medir
su desempeño — Dora hablaba con respeto y muy pausado.
Maite sentía el suave perfume de la mujer de empresas en el ambiente. Una fragancia
delicada envolvía el encuentro.
Dora continuó — Durante muchísimos años la educación se basó en la creencia de que
todos los niños aprendían lo mismo el mismo día y de la misma manera. Pero los niños
como Fede se encargan de mostrarnos que esto no es verdad. Es solo una ridícula ilusión.
Los niños que muestran maneras diferentes de aprender y avanzar son nuestros
“maestros”. Ellos están enseñándonos a flexibilizar, crear y cambiar viejas maneras de
educar. La educación se está transformando para incluir la singularidad de cada niño y sus
ritmos para aprender. Escucha el ritmo de Fede y acompáñalo. No intentes imponerle otro
ritmo. El ritmo del niño es perfecto y correcto para él.
— Recuerda que el maestro aparece cuando el alumno está listo para aprender. No hay
casualidades. La vida nos pone con las personas que necesitamos estar. Son elegidas y
son las personas correctas y perfectas para nuestra evolución.
— Debe ser así. Ahora ambos estamos estancados — interrumpió la joven maestra.
— ¿Nudo en el aprendizaje? — Maite pensó que esa metáfora nunca la había escuchado
antes.
— Sí. Cuando los niños pasan largas temporadas sintiendo que no son competentes,
suelen creer que la causa de su dificultad es que ellos “no son lo suficientemente
inteligentes”. Y eso duele mucho, lastima el alma. De a poco, la dificultad crea un nudo
emocional y mental. Está tan apretada su mente que no puede fluir. Las reservas
cognitivas funcionan en mínimo. Las emociones envueltas en ese nudo acumulan toda su
energía impidiendo su expresión. Y a los docentes les pasa lo mismo con sus nudos de
enseñanza.
— Se sueltan cuando decides ablandarte, ser más amable con el niño y su dificultad.
Cuando decides llevar la cuenta de sus aciertos, en vez de contabilizar sus errores y faltas.
Cuando decides enseñar sin juzgar. Cuando cambias tu interpretación de la situación y ya
no sientes pena por el niño. La pena es una emoción que coarta tu repertorio de
estrategias. Muchas veces, un pequeño cambio en tu manera de mirar, hablar o tocar la
vida de ese niño puede generar una catarata de cambios que traen como resultado un
círculo virtuoso de aprendizajes. El que enseña vuelve a aprender. Todos los nudos se
deshacen cuando eliges aceptar, comprender y acompañar. Entonces acaricias esa parte
profunda de los niños donde se sienten frágiles y vulnerables. Los fortaleces.
La maestra sintió que sus palabras tocaban una fibra sensible en su interior. Tras una
pausa, Dora le preguntó:
— Hasta aquí solo me has contado todo lo que el niño no logra hacer. Ahora dime: ¿qué
logros tiene el pequeño? ¿Qué hace bien naturalmente y con facilidad? ¿Cuál es su juego
predilecto? ¿De qué tema le gusta conversar? ¿Qué disfruta hacer? ¿Qué sabe? ¿Qué
conocimientos tiene? ¿Qué destrezas? ¿En qué es competente?
Maite fue consciente de que hacía mucho tiempo que su mirada estaba posada sobre lo
que el niño no podía hacer, lograr y avanzar como ella deseaba. Con un poco de vergüenza
respondió:
— Me cuesta ver lo positivo en el niño. Su dificultad para aprender a leer y escribir ocupa
toda mi atención. — Se sujetó el largo cabello castaño con un rodete. Era una señal de
querer concentrarse aún más en la conversación. Dora la observaba.
Dora volvió a acomodar sus lentes sobre su pequeña respingada nariz. Al ver que Maite
movía su cabeza expresando corporalmente un “no “continuo:
— Te cuesta porque te falta práctica. Cuando algo te cuesta es porque aún no practicaste
lo suficiente. Cuando comienzas a hacer ejercicio físico luego de unos meses de
sedentarismo y quieres hacer una serie de 20 abdominales, te cuesta esfuerzo, mucho
esfuerzo. Luego de un tiempo de entrenamiento puedes hacer abdominales sin esfuerzo.
¿Por qué? ¡Porque practicaste! Y esto aplica a todas las áreas de tu vida. Cuando sientas
que algo te cuesta, es “falta de práctica”. Solo eso. Todos podemos mejorar, adquirir nuevos
hábitos y habilidades con la práctica.
Dora escribió en el cuaderno de apuntes de Maite: “La maestría en todo es práctica y una
firme determinación de querer hacerlo mejor”.
— ¿Cómo puedo entrenarme para ver las fortalezas, las posibilidades, los logros de los
niños que presentan dificultades?
— Tenemos que ser conscientes de nuestros pensamientos, porque ellos salen al entorno
a través de las palabras que usamos. Si tú le dices al niño “muy bien” pero tú crees que no
es suficiente lo que hizo. Tu “muy bien “carecerá de sentido para él. Federico capta y siente
tus creencias acerca de su capacidad o incapacidad.
— Desatas sus nudos cuando los esperas porque tienes la profunda convicción que van a
llegar a la meta. Entonces los animas porque sabes que el aliento y apoyo de un maestro
tienen una fuerza arrolladora en el esfuerzo de los niños.
— Maite, te dejo mi tarjeta personal con los números de teléfono a los que puedes llamar y
conectarte conmigo. Estaré al pendiente de tus novedades de la escuela.
El lunes en la escuela, Maite invitó a los niños y niñas a compartir el juego “Yo sé…”.
De a uno los alumnos iban contando a la clase que cosas sabían hacer. Vanesa, la niña más
extrovertida del grupo comenzó diciendo: “yo sé patinar”, luego se fueron sumando otros
“yo sé jugar a la play”, “yo sé hacer una medialuna”, “yo sé leer comics”. Federico levantó
la mano para compartir su “yo sé”. Maite estaba ansiosa por escucharlo.
Tímidamente, el niño dijo “yo sé hacer magia”. Todos los niños intrigados le preguntaron
qué truco podía hacer y le pidieron que les mostrara. Fede explicó que necesitaba su juego
de magia para mostrarles.
Maite pensó en la conversación que había tenido con Dora, y lo importante que era exponer
a los niños con dificultades del aprendizaje en un área de fortaleza. En el recreo se acercó
a Fede y le preguntó si le gustaría hacer un show de magia para sus compañeros. El niño
aceptó con una gran sonrisa. A lo largo de la semana, Fede trabajó preparando carteles
para su show. Escribió las palabras “magia”, “mago”, “capa”, “varita” y otras. Cada día se
esforzaba más y más por leer y escribir nuevos carteles. Maite comenzó a sentirse
esperanzada. Aplaudía al niño y celebraba su esfuerzo.
El viernes era el día del show. Fede llegó a la escuela acompañado por su madre y una
gran caja de cartón. Maite se acercó a recibirlos y escuchó lo que la madre le decía:
— Más vale que hagas esto bien. Hasta ahora no hemos sacado nada bueno de ti.
El niño tenía la cabeza gacha y los hombros encorvados.
— Buen día Fede — dijo Maite con una sonrisa dedicada exclusivamente al niño.
La madre se adelantó a saludarla.
— Buen día maestra. Federico trajo la caja de magia que le regalo el tío. Los trucos son
muy fáciles pero mi hijo no los hace bien. Es muy torpe. No entiende que tiene que ser más
rápido con las manos, se lo dijimos mil veces, pero usted sabe que esta cabecita es muy
dura, es un adoquín — dijo la madre tocando la cabeza de su hijo.
— Señora, yo creo que Fede es un gran mago y un niño muy capaz. — Maite tomó al niño
de la mano, lo ayudo a llevar la caja de magia y entraron al aula.
Federico se sentó en el primer banco, como hacía siempre. Los compañeros lo rodearon
para ver su caja. Todos querían saber que tenía dentro. Maite les explicó que en la primera
hora trabajarían con la profesora de artes visuales y luego del recreo Federico daría su
show de Magia.
Los niños formaron en fila para ir al salón de usos múltiples donde los esperaba la profesora
de arte. Maite le pidió a Federico que se quedara en el aula con ella.
La joven maestra le entregó un paquete con un gran moño. El niño la miró con un poco
vergüenza e ilusión mezcladas.
— Es para ti – dijo Maite—
. Lee la etiqueta.
El niño tomo la etiqueta en sus manos y comenzó a leer por sílabas: Pa- ra el ma-go Fe-
de. Luego miró a la maestra:
—Dice: “Para el mago Fede”
— Sí, dice eso. Toda irá bien. Yo creo en ti.
Maite sabía que lo que acaba de leer el niño era un enorme logro. El nudo del aprendizaje
comenzaba a ceder.
Dentro del paquete había una galera y una capa negra con estrellas doradas bordadas y
una gran inscripción: “Yo puedo”.
El niño se puso la galera inmediatamente y la capa sobre los hombros. La maestra le tomó
una foto diciéndole:
—Eres mi mago preferido.
El show de magia fue todo un éxito. Vanesa actuó de secretaria. La maestra había grabado
música de fondo para el show y Rocco controlaba el volumen de la misma. El mago “yo
puedo” hacía desaparecer pañuelos y aparecer pelotas. Unos conejitos de gomaespuma
se evaporaban al colocarlos dentro de su galera. Los niños disfrutaron y aplaudieron con
fervor al pequeño mago. Fede saludó a su público inclinándose y sacándose la galera.
Esa tarde, Maite decidió llamar a Dora para contarle de lo sucedido en la semana.
Una recepcionista descolgó el teléfono y le pasó con la doctora Shirma. Su voz era
agradable y tranquila.
— Hola querida, que gusto escucharte. ¿Cómo anda el niño?
— Hola Dora, tengo mucho para contarte.
Maite le relató todo lo acontecido. También le expresó su preocupación por las palabras tan
negativas que había tenido la madre del niño en la entrada de la escuela.
— Querida, voy a pedirte que me saques fotos del cuaderno del niño y me las envíes a mi
correo. Ahora tengo que atender otro asunto importante. Quedo al pendiente.
El lunes, Maite tomo las fotos del cuaderno del niño y las envió como le había pedido Dora.
No sabía para qué lo hacía. Esa tarde recibió su llamado.
— Tengo un rato libre y quería hablar contigo acerca del cuaderno del niño.
— Sí, adelante soy toda oídos – Maite estaba atenta a sus palabras.
— Sí. Porque falta práctica. — Dijo Maite sintiéndose orgullosa de tener la respuesta.
— Tal vez a la señora le falté practica en ver lo bueno de su hijo. No le han enseñado a
mirar lo que sí hace bien, sino a mirar lo que no hace bien y le falta aprender. La escuela
tradicional es bastante responsable de esto.
— Sí. En mi escolaridad los maestros marcaban en rojo mis errores, o escribían un cartel
bien grande en mis trabajos que decían: “Completar”. Todo lo que estaba bien, los aciertos,
las ideas, no contaban. Solo el error se marcaba. Así es como los padres a través del
cuaderno de clases de sus hijos aprenden a estar atentos a lo que les falta hacer, completar
y corregir. De a poco olvidan que sus hijos también tienen aciertos porque los maestros no
se los señalan.
— Claro, las madres y padres utilizan el cuaderno como un indicador de cuánto aprenden
sus hijos.
— Más bien de cuánto les falta aprender, ya que cuando los niños hacen, completan,
aprenden se considera que eso es esperable, entonces no lo valoran. Lo dan por sentado,
y no se aprecia todo el esfuerzo, tiempo, voluntad y amor que pusieron en ello.
— Yo también les escribo a los niños “completar” cuando la tarea está incompleta.
— Lo sé. A través de las fotos que me enviaste, noté que el cuaderno de Fede tiene
muchísimos “completar en casa “hecho con ayuda de la seño”, “deberías practicar un
poquito más”.
— Y eso es lo que ve la madre todos los días. Ve lo que falta. Sin querer, la has hecho
practicar mucho el llevar su atención a lo que el niño no puede aún hacer.
— Es verdad ¿Cómo lo revierto? — dijo Maite
— ¿Te gustaría escribirle un cuaderno de victorias al niño? Puedes recolectar sus logros.
Si son variados, mucho mejor. Cuando lo tengas bastante completo, invita al niño y a su
madre a mirarlo juntos. Te aseguro que ese momento será inolvidable para el niño. Incluso
puede ser un momento catapulta.
— ¿Momento catapulta? — preguntó Maite. La joven maestra absorbía cada palabra que
escuchaba.
— Sí. “Momento catapulta”. Es un momento especial en nuestra vida. Son bruscos impulsos
hacia arriba. Sentís un empujón fuerte que impulsa tu vida a avanzar. Son momentos de
despertar, de crecimiento interior a partir de un empujón repentino. Todos tenemos
momentos catapulta. Y todos los niños que están dudando de su inteligencia merecen un
momento catapulta. Se produce de repente y te cambia para siempre. Luego del momento
catapulta, aquello que solía asustarlos y retenerlos estancados, no es más que un recuerdo.
Pueden actuar distinto porque “han recordado que son maravillosos y capaces”.
— Es una idea poderosa. Es un registro visual de la fuerza y la capacidad que los niños
tienen dentro. Funciona para niños y grandes. Tener a la vista lo que logramos nos da el
empuje para animarnos a ir más lejos. Nos llena de confianza.
Maite imaginaba los ojos del niño al ver un cuaderno que llevara en la tapa su nombre y
dentro todos sus triunfos, victorias y éxitos.
— Está decidido — dijo Maite—. Fede tendrá su cuaderno de victorias y un rincón de logros
en el aula. Muchas gracias — dijo luego con sinceridad.
— ¿Sabes una cosa? los maestros vienen al mundo con más dones que otras personas.
Esto es así porque tienen una misión importantísima.
— Los docentes son los profesionales más críticos que conozco. Creen que lo que hacen
no es suficiente, o si realizan un proyecto grandioso creen que no vale la pena socializarlo
con otros colegas. Minimizan sus victorias. Muchas veces creen que no tienen las
herramientas para ayudar a un niño en problemas. No son conscientes de lo mucho que
impactan en la vida de un niño. Cambian vidas. Inspiran. Alivian. Salvan.
Un silencio interrumpió el diálogo.
— Adelante.
— Asegúrate de que todos los días reciba las “vitaminas invisibles de la confianza”.
— ¿Cuáles son?
Maite guardó su celular y fue en busca del “junta tutti”. Un cuaderno de victorias necesitaba
que lo decorasen.
Un “momento catapulta” acababa de suceder.
Acerca de la autora:
Mariana de Anquin, es
Profesora de Nivel
Primario, Licenciada en
PsicopedagogÍa (USAL)
con un posgrado en
Psicología cognitiva
Sistémica .Es asesora
educativa,
capacitadora docente,
conferencista
internacional y autora
de artículos y libros
relacionados con la
Educación Emocional y
la Autoestima Infantil.
El cuento "El
Aprendizaje Atascado" es parte de la colección de cuentos incluida
en el último libro de Mariana de Anquin, titulado "Lo que pasa Dentro: Gestión Emocional
para Docentes Apasionados," publicado por Editorial Proyecto Cepa.
Puedes contactar a la autora a través de su correo personal y/o seguirla en sus redes
sociales .
[email protected]
mariandeanquin
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