Leamos Esa Gran Novela

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Leamos esa gran novela

Escribe: HECTOR ROJAS H:ERAZO

Es bueno leer el diccionario. No P or eso r ep ito que al diccionario,


consultarlo sino leerlo. Como se lee si de verdad queremos saborearle
una novela. El diccionario es la la médula, hay que leerlo como una
novela del idioma, el gran cuento novela. Explorarle sus caminos y
de las palabras. - Allí está con su valles . Vadearle sus ríos. Irse de
pas ión, con su color y su sabor caza, con cierta aleatoria curiosi-
propios- la biografía de cada vo- dad, para sorp1·ender el r etozo y la
cablo. P er o el diccionario, como to- bullente promiscuidad de las pala-
do gran libro, es hosco. No se en- bras. Será entonces el idioma co-
trega jamás en un primer encuen- mo un pueblo viviente en una vas-
tro. Y es cazurro y sobr ado de ma- ta y sonora comarca, como un co-
ñas. Se deja r á consultar con cier- losal organismo donde las cosas
ta quisquillosa tolerancia. Un poco más heterogéneas se avecinan y
distraído responderá a lo que le ensamblan en un plan misterioso.
preguntemos. N os informará, por Veremos, por ejemplo, un caballe-
ejemplo, con todos sus matices di- ro gótico galopando frente a u na
dácticos, que metatarso no es, co- galera romana o un emin ente pro-
mo deberia serlo, el nombre de un feso r enciclop edista emergiendo
gigantesco animal antediluviano, tr·es centímetros a rriba de una es-
sino el distintivo nominal de un mi- padaña californ iana. O sorprende-
núsculo fragmento de ·nuestra ana- remos a un unicornio hac iendo ca-
tomía. El diccionario, pues, nos ab- briolas ante una urna con f ragmen-
sorberá, con su tonillo profesora.!, tos de uranio o una cesta de mim-
cualquiera de nuestras múltiples bre a la orilla de una sentencia de
dudas. Pero nada más. Lo otro -el Menandro. El orden alfabético sir-
complejo secr eto que no otorga sino ve, en este caso concreto, para un
a sus más íntimos amigos- se lo imprevisto juego de la fantasía.
guarda. Para quien no ponga su Para que el mundo, el mundo co-
querencia en la consulta, el diccio- mún y corriente que nos 1·odea, que-
nario se meterá entre sus pastas, de trascordado por una magia que
se tornará pesado como diez libras enlaza los seres y cosas más disí-
de plomo y hasta se permitirá el miles. Porque los vocablos, como
lujo de colgar un car telito en que hechura humana, tienen humano
pida no ser molestado. destino: a unos, los menos, en el

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orgullo del buen lina je y el dich oso rá entonces la embriaguez, la lo-
discurrir. A los más en la h am- cura, la fa stuosa alucinación del
bruna del yermo o en el manoseo diccionario. P orque es un mundo
y sobreuso de la verba diaria. Pe- de misterio, de efímeras claridades,
ro t odos, sin distinción ninguna, de inexploradas lejanías. Insonda-
buscando acomodo y perfil, cavan- ble. Porque está hecho de vivencias
do su sitio, metiendo sangre, lo y r ecuerdos, de leyendas y amor-
mejor que pueden, a su tar ea de tajados orgullos, de frondas y de
resistir la pasión, la petulancia, la arenas, de ciencia y brujería, de
estulticia o el sufrimiento del hom- certidumbre y de mito. E stá hecho
bre. Y esa búsqueda, por tanto, nos de todo eso que fuimos, somos y
pone en contacto con vocablos emi- seguiremos siendo: de furia, de es-
nentes --con aquellos de majestad peranza, de esclavitu d y de fu erza.
teologal y exquisita andadura, con Es la tierra. El primero y último
los que ostentan el laurel latino el día de la creación respirando entre
fresco gajo ateniense sobre las sie- su sólida piel. Preñado de anima-
nes- o con las palabrej as de ba- lidad y de gracia, de timbres y ru-
rriada, con las fam élicas criaturas gidos. Todo él como nuestro gran-
parv.amente alimentadas con men- de y único secreto. El secreto de
drugos semánticos. estar siempre condenados al balbu-
ceo, a la indecisión, al pálpito, sa-
P or eso el diccionario es cam- biendo que allí, entre sus livianos
bian te, travieso y sorpresivo como t orreones de papel, puede vivir pri-
una narración --donde hay santos sionera esa palabra salvadora que
en transverberado arrebato y vue- nunca, absolutamente nunca, po-
lan pá jaros de irritado plumaje y dremos conocer ni pronunciar. Tal
flores, ardientes como ideas, exu- vez esa palabra única, esa palabra
dan un rocío fabuloso -escuchada clave de nuestro destino. Y que
en el opio de un sueño. Ante el dic- cuando lo hiciéramos, cuando esa
cionario siempre somos niños.
palabra, al fin pudiera ser pro-
Cuando creemos agotado el asom-
nunciada por nosotros, entonces ya
bro hay un recodo, un sombrío idio-
no haría falta. Tendríamos que de-
mático, donde un vocablo de tintes
jarla como un amigo o un placer
exóticos salta frente a nosotros.
Entonces se nos recrudece el ape- tardíos. Porque entonces y.a ha-
tito. Y .allá nos vamos tras su qui- bríamos penetrado a una región
mera, tras su huella siempre esqui- donde el diccionario carece de ins-
va. Pero ya otra suscitación, otro trumentos para estimular o satis-
dorado señuelo, nos ha atraído. Se- facer nuestro asombro.

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