Seguridad

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Es innegable que los mexicanos vivimos actualmente una precaria

situación en materia de seguridad. Podemos darnos cuenta de esto con


simplemente encender el televisor y escuchar un momento cualquier
noticiero donde, sin lugar a dudas, escucharemos de robos, secuestros,
extorciones, homicidios dolosos, bulling, peleas, violaciones, y otras
formas de violencia.

En definitiva, este es un ciclo perverso generador de violencias


estructurales que irremediablemente derivan en el aumento de delitos
como el narcotráfico, y de las actividades que se le asocian,
específicamente de fenómenos como la trata de personas. A pesar de la
gravedad de estos problemas, se han ido instaurando como un negocio
muy redituable, lo cual evidencia profundas transgre-siones a los límites
de la justicia. La injusticia vuelve a mostrar con inmensa fuerza su faz
más macabra: indígenas excluidos y criminalizados, mujeres y niñas
explotadas sexualmente a través de la prostitución obligada, la
servidumbre y los matrimonios serviles, varones explotados mediante
trabajos forzados y las continuas desapariciones. Este panorama de
degradación humana es el resultado de la intrincación entre el delito
como actividad económica y los intereses bastardos de un desgobierno
que ter-minan por vincularse con el crimen organizado6. En este punto de
nuestro artículo es indiscutible la exigencia ética de repensar las formas
políticas existentes, con el propósito de identificar las situaciones que
generan violencia7. Solo a partir de este discernimiento es posible
prevenir la reproducción de mo-delos autoritarios que pasan por alto la
ley, multiplican el dolor, la

La violencia, siendo por naturaleza un instrumento, puede considerarse


racional cuando sea efectiva en alcanzar el fin que pueda justificarla.
Tomando en cuenta que cuando actuamos nunca sabremos con certeza
las eventuales consecuencias de lo que estamos haciendo, la violencia
puede ser racional solamente que persiga objetivos a un corto término.
La violencia no promueve causas, ni busca la historia ni la revolución,
pero puede, por cierto, servir para dramatizar agravios y llevarlos a la
atención pública; se requiere de la violencia, en algunas ocasiones, para
que pueda ser escuchada la voz de la moderación.

Y, la violencia, la contrario de lo que sus profetas tratan de decirnos, es


un arma mucho más efectiva para las reformas que lo que pudieran ser
los revolucionarios (las vehementes denuncias que a menudo hacen los
marxistas de la violencia no nacen de motivos humanos, sino de su
conciencia política que siempre han tenido de que las revoluciones no son
el resultado de una acción violenta o una conspiración). México nunca
hubiera tenido las profundas reformas políticas, desde 1917, sin el
movimiento estudiantil de 1968 y el levantamiento de Chiapas en la
época de Carlos Salinas.

No obstante, el peligro de la práctica de la violencia, aún cuando se


oriente conscientemente buscando logros a corto plazo, siempre resultará
que los medios habrán de apabullar el fin que se pretenda. Si los éxitos
no se logran rápidamente, el resultado no sólo será una derrota sino la
introducción de la práctica de la violencia en todo el cuerpo político. La
acción será irreversible y el regreso al estado en que se encontraban las
cosas en caso de una derrota es siempre improbable. La práctica de la
violencia, como en toda acción, cambiará el mundo, pero lo más probable
es que el cambio tenga como resultado un mundo más violento.

Entre más grande sea la burocratización de la vida pública, mayor será la


atracción a la violencia, porque en una burocracia muy desarrollada no
queda nadie con quien se pueda argumentar o ante quien se puedan
presentar los agravios o a quienes las presiones de los poderes puedan
advertir lo que eso significa y tomar de ello consejos. La burocracia es la
forma de gobierno en que a todos se les priva de libertad política, o del
poder para actuar; porque la regla que rige ante nadie es que no hay
reglas, y cuando todos están igualmente sin poderes tenemos una tiranía
sin que exista un tirano. La característica esencial de las rebeliones
estudiantiles es la de que están dirigidas contra la burocracia dominante.
Esto explica lo que a primera vista parece tan perturbador. Las grandes
maquinarias de los partidos han tenido éxito para negar la voz a los
ciudadanos, no obstante que en nuestro país la libertad de expresión y de
asociación están establecidas en la Constitución.

Lo que hace al hombre un ser político es la facultad de actuar. Le permite


unirse con sus iguales para actuar en concierto y lograr los fines y
proyectos que nunca ante habían tenido, para embarcarse en algo nuevo.
Todas las propiedades de la creatividad adscritas a la vida en
manifestaciones de violencia y poder pertenecen a la facultad de acción.
Y, pienso, puede fácilmente demostrarse que ninguna otra habilidad
humana ha sufrido tanto por el progreso de la actualidad.

El progreso —tal como ahora lo entendemos— significa crecimiento, el


proceso continuo de uno más y más de más grande y más grande. Un
país es más grande, es mayor, si crece en población, en objetivos, en
posesiones; esta grandeza, en esos términos, necesitará una
administración y con ella el poder anónimo de los administradores.
Necesitamos una democracia participativa de los ciudadanos, esto podría
ser para México un nuevo ejemplo, si no, vamos a ser una civilización de
primates, de changos.

Este nuevo ejemplo que pedimos difícilmente podría ser puesto en


práctica con la violencia; creo que en gran parte la glorificación que se
hace en México a la democracia se debe a la severa frustración de la
facultad de acción. Es una verdad que los movimientos estudiantiles
como el Yo Soy 133 hacen pensar y sentir a las personas que están
actuando de común acuerdo de una manera en que difícilmente pueden
hacerlo. No sé si estas cosas son el inicio de algo nuevo, del nuevo
ejemplo o los dolores agudos de la facultad de la humanidad que está en
camino de perder. Como están las cosas en este momento en que vemos
a los superpoderes pasmados bajo el monstruoso peso de sus negocios y
empresas multinacionales, pudiera parecer, pensamos, que el nuevo
ejemplo tendría oportunidad de levantarse, si acaso, en un país con
tantas carencias como México, o tal vez en sectores bien definidos en
grupos sociales de los grandes países.

Para los procesos de desintegración, puestos de manifiesto en los años


recientes, vemos como están decayendo en México los servicios públicos,
las escuelas y la policía, el servicio de correos del país y el sistema de
transporte sobresaturado, las muertes del crimen organizado y los
accidentes en las carreteras y los graves problemas de tráfico en las
ciudades, todo lo que concierne a los servicios masivos que trata de
prestar el gobierno a la sociedad. La enormidad está afectada por la
vulnerabilidad, y si no podemos saber con certeza cuándo y dónde
vendrá el punto de quiebre, podemos observar, hasta el punto de
medirlo, cómo la fuerza y capacidad de recuperación se está
destruyendo, goteando si se quiere gota a gota, de nuestras instituciones
políticas que se supone están para servir las necesidades políticas de
nuestra sociedad, hacer posible un gobierno representativo con una
verdadera democracia, sin embargo, realmente no lo hacen porque no
hay lugar para que todos puedan participar, no caben todos.

De nuevo, no podemos saber a dónde llevarán a México estos


acontecimientos, pero podemos ver las roturas en la estructura de poder
que se están abriendo y ampliando. Y sabemos —o debemos saber— que
toda disminución del poder es una invitación abierta a la violencia,
porque sólo aquéllos que tienen el poder y ven que se les va de las
manos siempre encontrarán difícil resistir la tentación de sustituir la
violencia por ese poder.

La violencia,como fenómeno más general, podríamos tomarla como una


relación en la que la voluntad de un sujeto es forzada, con una trasfondo
físico, sobre otro.

Hay tipos de violencia que no consisten en forzar físicamente a un


individuo o grupo a hacer o pensar determinada cosa en contra de su
voluntad, como la violencia simbólica y mediática que nos vemos
obligados a soportar a través de los medios de comunicación, la
educación, etcétera. Y a veces hasta pareciera que ciertas concepciones
opresoras -y por lo tanto, violentas- se han "liberado" de su sustrato físico
para interiorizarse en la manera de actuar de nosotros mismo. Pero aún
estas violencias están sustentadas en organizaciones sociales e históricas
de violencia física, tales como la policía, los ejércitos, las guerras de
intervención, experiencias de represión, etcétera.

Las relaciones de explotación entre los seres humanos embelezadas por


lo general con una retórica que nos hace perder de vista su verdadero
contenido, son en sí violentas, y todas las formas de justificación de la
misma son a su vez una forma de justificación, y a veces hasta de
apología de la violencia.
La explotación indiscriminada del medio ambiente en beneficio de unos
pocos también es una forma de violencia.

En una sociedad dividida en clases, el interés de las élites dominantes es


el hacer aparecer su dominación -su violencia hacia los demás- como algo
natural y hasta transparente. Como el pez, que por estar siempre dentro
del agua, no la puede ver. Entre menos sea percibida como violenta la
situación en la que se encuentra el sometido, más efectivo será el
mecanismo opresor.

En una sociedad en la que los medios de producción son propiedad de


todos, en una sociedad socialista, en el comunismo o en la anarquía, las
relaciones no son de explotación -violencia-, sino de solidaridad,
cooperación y compasión (esta última, entendida en su sentido profundo,
no como limosna).

La sociedad que queremos construir es una sociedad no violenta, una


sociedad solidaria, libre.

Pero este afán choca con los intereses de los grupos violentos que
detentan el poder -violento- de una sociedad en la que predominan las
relaciones de explotación -violentas ellas también-.

A estas élites va a ser muy difícil, por no decir imposible que las vayamos
a convencer de lo equivocado de sus ideas, y aunque algunos piensen
que sí, el récord histórico nos demuestra lo contrario. Estas élites, cuando
se ven amenazadas, responden de la manera más atroz entre más frágil
es su dominación -entre más saben que no tienen razón-. La historia está
plagada de ejemplos de esto: Para limitarnos al capitalismo, baste decir
que desde los orígenes del movimiento obrero, cuando los cimientos de
su poder se vieron amenazados por los trabajadores, la burguesía jamás
vaciló en reprimirlos brutalmente y hasta en aliarse con los elementos
más reaccionarios de la sociedad. Así pasó en Francia en el siglo XIX, en
Alemania, con la ascención del Nazismo, y en Chile en 1973.
Hay que decir también que, por la misma naturaleza del conflicto, no
pueden ser los oprimidos, cuando recurren a la violencia, los primeros en
hacerlo, ya que como dijimos al inicio, la relación de opresión es en sí
violenta. La respuesta violenta de los oprimidos es SIEMPRE una
respuesta a la violencia de los opresores. Por otro lado, si volvemos al
récord histórico, este nos muestra que siempre o casi siempre, los
oprimidos han optado por métodos "no violentos" de lucha, y recién
cuando se han agotado todas las perspectivas de solución pacífica al
problema de la opresión, han optado por la violencia.

En cuanto a los métodos "no-violentos" de lucha, existe una gran


experiencia acumulada desde las más diversas perspectivas, desde las
diversas luchas electorales y/o legales, hasta los diversos tipos de
pacifismo. Las experiencias de transformación social por vías que aceptan
e intentan explotar el marco de la legalidad impuesta por los
explotadores ha implicado la consecusión de reformas, y la difusión de
información y sensibilización del público sobre ciertas causas, pero
raramente la amenaza a las estructuras centrales de opresión de la
sociedad; y cuando lo han logrado, estas experiencias han sido ahogadas
en sangre de los oprimidos a manos de los opresores. Con respecto a las
experiencias de los distintos tipos de pacifismo, ocurre algo similar.

Antes de abordar los métodos violentos de resolución del conflicto entre


explotadores y explotados, cabe una aclaración: El que esta violencia de
los oprimidos sea más o menos efectiva, más o menos constructiva (en el
sentido de la liberación de la relación opresora), o más o menos deseable
es otra cuestión: Hay violencia desplazada, como la que muchos hombres
oprimidos ejercen contra otros, por lo general más indefensos que ellos,
como las mujeres y los niños, y hay violencia débilmente articulada, o no
bien formulada, como la de los obreros blanquistas en el siglo XIX que
querían destruir la relación explotadora destruyendo las máquinas. La
lucha de los blanquistas, a pesar de ser un referente histórico de enorme
importancia, fue fácilmente asimilada por el capitalismo, con el aumento
de la producción de máquinas.

Los métodos "violentos" han sido extensamente utilizados por los


oprimidos en la lucha por su liberación, y existe un sinnúmero de teorías,
métodos y experiencias en este terreno. En cuanto a sus resultados, ha
menudo han logrado amenazar y destruir el poder de los opresores, y
hasta incluso, defender exitosamente su poder. Como con los métodos
"no-violentos", estas luchas han resultado, a menudo, en un baño de
sangre de los oprimidos y (con una excepción) han terminado en la
destrucción total del poder de los oprimidos, o en su cooptación o
asimilación al sistema de dominación imperante.

Sim embargo, la disparidad de los resultados de una u otra forma de


concebir la lucha por la liberación no nos da elementos para propugnar
unilateralmente la utilización de uno u otro método: Los oprimidos luchan
desde sus propias subjetividades, sus propias historias y sus propias
maneras de formular el mundo. El quererles imponer a través de una
infalibilidad normativa moralista y doctrinaria un método de lucha es
también una forma de violencia, contraria a la de la sociedad solidaria y
libre de opresión que se quiere construir. Esto no quiere decir que no se
deba aprender de las experiencias y que no se deba alertar de los
riesgos, y que no se deba criticar, pero una cosa es el tomar una decisión
personal y asumirla en la práctica con todas sus implicaciones, y otra el
abandonar la solidaridad con los compañeros de lucha porque hayan
adoptado un camino que nosotros consideramos a priori como errado, y
sobre todo, entregarlos a la violencia de los opresores.

El debate entre los "violentos" y los "no-violentos", para usar una


denominación caricaturesca, dentro del movimiento, siendo de gran
importancia, cae muchas veces en el maniqueísmo más vulgar y esto,
lejos de fortalecerlo, lo debilita. El sistema, al mismo tiempo que plantea
el militarismo y la violencia como solución a todos los problemas,
condena el uso de la violencia cuando ésta no está dirigida desde el
estado. En las discusiones acerca de los métodos de lucha, el movimiento
debería elaborar sus propias categorías y no plantear la lucha aceptando
de entrada las concepciones del enemigo.

Para el enemigo, "violencia" son aquellos actos que siente amenazadores


para su poder porque no los puede controlar (y estos actos no tienen por
qué ser especialmente 'violentos'). Para el enemigo, "paz" es la aplicación
de su violencia, o la vigencia de su orden violento. Para el enemigo, "no-
violencia" es ausencia de resistencia. Para el enemigo, "terrorismo" es
todo aquello que pueda amenazar sus intereses y favorecer los de los
oprimidos. Para el enemigo, "estabilidad" significa violencia,
sometimiento e inestabilidad en la vida de los oprimidos y del
ecosistema. No es de extrañar, pues, que para el enemigo el movimiento
'antiglobalización' que persigue una solución al conflicto entre opresores
y oprimidos sea fundamentalmente 'violento', 'desestabilizador' y por
último, 'terrorista'.

Evidentemente, hay una serie de implicaciones éticas en la lucha,


cualesquiera que sean las formas de abordarla. Es parte integrante de la
militancia revolucionaria (porque eso es lo que somos: revolucionarios) el
plantearse esas implicaciones. Pero la respuesta a esos problemas irá
saliendo de la misma acción y de nuestra capacidad de evaluar
autocríticamente nuestro accionar y de profundizar la perspectiva
histórica del mismo. Sólo de ese proceso social de lucha sacaremos los
elementos que nos permitan ir construyendo el mundo que deseamos, y
no de una serie de especulaciones abstractas. Sólo ese proceso nos
enseñará nuestra verdadera talla humanista, y no un catálogo de
concepciones a priori.

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