Visiones e Imaginarios Urbanos en Cbba
Visiones e Imaginarios Urbanos en Cbba
Visiones e Imaginarios Urbanos en Cbba
Contenido:
• El devenir de la Villa de Oropesa: el difícil encuentro entre modernos-
civilizadores y pre-modernos mitimaes
• Visiones e imaginarios de la ciudad republicana: los giros tolerantes e
intolerantes de pre-modernos vallunos y modernos occidentales.
• Los giros de la modernidad en la primera mitad del siglo XX.
• La marcha sostenida hacia la metropolización
• Bibliografía consultada
forma legal a las usurpaciones de tierras y territorios, crear una infraestructura para
darle forma física al mensaje cristiano, pero además, organizar el gobierno y el
poblamiento hispano del continente americano, de tal forma que las fuente de riqueza
(minas, plantaciones, factorías) dejaran fluir sus preciados frutos con rumbo a la
metrópoli española sin interrupciones ni sobresaltos.
Para que todo esto fuera posible, las ciudades y las vías de comunicación se convirtieron
en herramientas esenciales para la consolidación del Estado Colonial Español en
América. Por ello, la fundación de ciudades acompañó desde muy temprano el avance
del imperio hispano en tierras americanas, cubriendo un abanico de funciones: puertos,
fuertes militares, ciudades mineras y centros administrativos vinculados al control
territorial de regiones consideradas poseedoras de recursos naturales de interés
económico.
El origen de la Villa de Oropesa, se vincula con el proyecto del Virrey Francisco de
Toledo, de hacer viable la explotación del fabuloso Cerro de Potosí, organizando la no
menos fabulosa empresa de hacer rentable la explotación minera y enviar el metal a
puertos españoles. En este orden, no solo se implementa la mita y la implantación de
pueblos reales de indios para facilitar el reclutamiento de aborígenes destinados al
laboreo minero, sino la no menos compleja tarea de crear un sistema de suministro de
alimentos y vituallas a Potosí, un conglomerado urbano espontáneo que crecía
desmesuradamente en medio de un territorio agreste y desprovisto de cualquier
capacidad para ofrecer condiciones mínimas de habitabilidad a su numerosa población.
Desde épocas preincaicas, los valles centrales de Cochabamba cobraron fama en el
mundo andino, como una suerte de despensas de recursos alimenticios, dadas su
excepcionales condiciones climáticas para el cultivo de gramíneas y tubérculos,
especialmente el maíz que se ofrecía espontáneo y abundante en el Valle Central y el
Valle Bajo. Esta excepcional vocación agrícola, no solo atrajo a diversas etnias
provenientes de las tierras altas e incluso desde las costas del Pacífico, sino concitaron
la atención del Imperio Incaico, cuya ocupación permitió convertir el Valle de
Cochabamba en el “Granero del Inca” para avituallar a los ejércitos del Imperio que así
lograron alcanzar territorios tan lejanos como las costas del Pacifico en el Norte de
Chile, doblegar a los Charcas y ocupar el Norte argentino. Tales atributos alcanzaron los
receptivos oídos españoles, quienes ya hacia 1538 iniciaron la paulatina y no siempre
pacifica ocupación de los valles, ocupación que ganó en intensidad, al comprobarse que
dichos valles, no solo producían el abundante maíz, base de la dieta nativa, sino que
permitían la aclimatación del trigo hispano, numerosas frutas y verduras, pero además,
eran tan benignos que permitían la crianza de ganado vacuno, ovino y porcino de la
misma procedencia. Es decir, esta despensa era versátil y ofrecía el “pan llevar” de los
españoles y las laguas y motes indígenas, al punto que se ganó el título de “Granero del
Alto Perú”.
Estas circunstancias, tan propicias para el desarrollo de una economía agro-exportadora,
encontraron finalmente en el auge de la minería potosina, el detonante que hacía falta
para su despegue. El comercio de maíz, trigo y otros suministros hicieron de Potosí un
mercado confiable y en continua expansión, al punto que los valles cochabambinos se
convirtieron rápidamente en los principales proveedores de alimentos para mitayos,
empresarios mineros y la variopinta población que fue atraída por la fiebre de riqueza.
Tales circunstancias fueron perfectamente asimiladas por el Virrey Toledo, quien
dispuso la fundación de la Villa de Oropesa, como un soporte necesario para proteger y
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templos, que no dejaban de ser igualmente modestos, si se los compara con los similares
de Potosí y otras ciudades. Sin embargo, la modestia y precariedad de este sitio, no
restaba su valor simbólico y su carácter multifuncional: aquí se desarrollaban solemnes
procesiones religiosas con abundancia de devotos y arrepentidos; también, de tarde en
tarde, el poder colonial mostraba sus aprestos haciendo desfilar o plantonear a la milicia
real, en tanto el infaltable comercio desplegaba sus colores y su bullicio apropiándose
del perímetro de este espacio a la manera de las ferias populares que más adelante sería
una suerte de emblema identitario de los cochabambinos.
A este espacio central, le seguía, una difusa zona intermedia de casas de bajos, templos
de jerarquía menor y abundantes huertos, habitados por chapetones menos favorecidos
por la fortuna, funcionarios públicos de cargos modestos, pequeños comerciantes y
artesanos. Aquí las calles rectilíneas abandonaban el rigor de las escuadras y se
prolongaban en delgados senderos que anunciaban el ingreso al territorio de la periferia,
donde lo poco urbano que todavía restaba se diluía entre maizales, huertos y acequias.
Transcurridos algo más de dos siglos después de la fundación de la villa, el Gobernador
Intendente Francisco de Viedma, realizó la primera descripción documentada de la
ciudad, resaltando en primer lugar, muy de acuerdo con los principios de “orden” de la
ideología borbónica, la realidad de una ciudad con calles “trazadas a cordel” con un
“ancho de 9 varas”, destacando a continuación los progresos alcanzados por la ahora,
formalmente reconocida Ciudad de Oropesa y más tarde Ciudad de Cochabamba, que
exhibía calles empedradas en su zona central. Registraba el Gobernador que la ciudad:
tiene dos plazas, la principal y otra llamada de San Sebastián, que se halla en uno de los cantos.
En la primera hay una fuente en medio, de regular y abundante agua, costeada por la
magnificencia del Señor D. Carlos III, para lo que hizo gracia a este Cabildo de diez mil pesos
de sus reales cajas, por real orden de 29 de marzo de 1786 (…) Las casas en el medio del pueblo
son de dos altos, bastantes grandes, cómodas y sólidas, aunque hechas de adobe crudo (…)
todas tienen balcones de madera y cubiertas de teja. Las demás son de un solo alto y entre ellas
hay pocas grandes, como que muchas en los extramuros son pequeños ranchos del mismo
material y cubiertas con paja. (Viedma:1969: 34)
Las edificaciones que daban el mayor realce a la ciudad, fuera de la imponente Catedral,
eran ocho conventos y un beaterio: Santo Domingo, San Francisco, San Agustín, La
Merced, San Juan de Dios, Recoletos Franciscanos, Santa Clara y Carmelitas descalzas.
De acuerdo al primer plano conocido de la ciudad, mandado a levantar por Goyeneche
en 1812 para describir su “hazaña bélica” en La Coronilla, muestra el croquis de un
asentamiento aldeano, donde la ciudad hispana reconocible, es decir la “ciudad de los
letrados”, a pesar de exhibir unas 40 manzanas, sin duda se reducía a no más de una
decena de ellas consolidadas bajo ese patrón. Las restantes se debatían entre adquirir
aires urbanos o seguir inmersas en el ámbito rural. Más allá, hacia el Sur, a pesar de que
la mirada de Viedma apenas se detiene en este detalle, emergía la “ciudad mestiza” de
barrios populares y la campiña donde minoritarios fragmentos hispanos –las casas-
quinta- parecían navegar en medio de maizales.
Observemos la vitalidad de la ciudad mestiza, que se movía al ritmo frenético de barrios
como Kjara-Kjota (hoy Caracota), un antiguo caserío indígena absorbido por la
actividad ferial, la Carbonería o el barrio donde se expendía carbón de leña, situado
entre Khasa Pata y el Ticti; el barrio de la Mañacería, es decir la propia Khasa Pata,
situado en la parte Sureste a los pies de la colina de San Sebastián, lugar de faena del
ganado que alimentaba a la villa a cargo de reconocidos indios mañazos o carniceros; la
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Curtiduría o barrio de los zapateros, zona populosa que se situaba en torno a la actual
Plaza Jerónimo de Osorio, donde además existían numerosas curtiembres y peleterías;
San Antonio, lugar de buena chicha y fiestas populares, más adelante asiento ferial, se
vinculaba con Caracota y la Plaza de San Sebastián a través de la famosa Pampa de las
Carreras (hoy Avenida Aroma), donde existían varias factorías de jabones, por lo que el
sitio también era conocido como la Jabonería.
La campiña periférica exhibía sitios notables como Cjala Cjala (hoy Cala Cala) una
comarca pintoresca cubierta de bosques de ceibos, jacarandás, molles, sauces y otras
especies nativas, asiento de huertos y fincas, sitio de recreo de familias hidalga mucho
antes de la emergencia de la República. La Chayma, al Norte de Cala Cala era otra zona
con atributos similares a la anterior y famosa por su kjochas. También era notoria la
presencia de Jaya Huayco (hoy Jayhuayco) poblado indígena en las proximidades de la
Tamborada, lugar de tierras muy fértiles o maycas, fruto de los desbordes anuales del
río Rocha; Lajma, asiento de pequeños talleres de alfarería y cerámica; Sarikyo Pampa
(hoy Sarco) lugar de rancheríos, exuberantes maizales y huertos; Tjupuraya (hoy
Tupuraya) comarca cubierta de bosques; en fin, Alba Rancho, Chavez Rancho y otros,
eran sitios de maizales sin fin, sin olvidar a Mayorazgo, asiento de la mayor hacienda
dentro de la circunscripción de El Cercado y la no menos famosa Recoleta, comarca con
muchos huertos de árboles frutales, al igual que El Rosal, Portales, Aranjuez,
Miraflores, etc. (Solares: (1990).
Tal vez la descripción que sugiere Gustavo Adolfo Otero le hace más justicia a la
realidad descrita:
Sobre la planicie, allá lejos se muestra Cochabamba. Las torres de los templos que recortan con
sus flechas la urgencia del cielo ebrio de luz, polarizan en una ordenada arquitectura, la
cuadrícula de las construcciones urbanas que en un múltiple desdoblamiento se enfilan hacia la
campiña como un fantástico regimiento policromado en un ansia infinita de prolongación. Las
órdenes arquitectónicas de solera española y su urbanismo tienen cierta severidad a pesar de la
policromía dominante de las fachadas de sus casas y de la gracia que envuelve con euritmia la
atmósfera de la ciudad. Las casas chatas y las de dos pisos, de evocaciones castizas, alinean con
los templos trazados sobre los moldes de la época, que recuerdan fervores que llegan hasta el
cielo. Las calles sonoras y amplias, estiradas dentro del cuadrilátero de sus manzanas. La
presencia de los templos, pone una nota de claroscuro a esta visión, transformándola de alegre,
en un pensamiento místico de quietud. Se grava esta emoción con el contraste de la luz, con la
adusta severidad de los atrios, proyectándose la fantasmagoría de un complejo pulso que hace
decir a las gentes de Cochabamba, que es una ciudad monacal. Cochabamba es una de las
ciudades más populares después de Potosí. Es el centro económico y agrario de la Colonia,
llamada la Valencia altoperuana. La actividad de la ciudad de Oropesa está consagrada a la
agricultura y a la ganadería, de ahí que esta zona del territorio de Charcas sea una de las más
ricas. El tesoro inagotable de su tierra fértil, hace de ella el emporio agrícola más importante
del país (Otero, 1979:191-192).
Ciudad monacal que recuerda fervores que llegan hasta el cielo, tal vez, pero en su raíz
íntima persiste la vitalidad del alma popular andina, persistencia que hizo decir a
Viedma, reconociendo la fragilidad del espacio hispano letrado consolidado luego de
dos siglos de vida urbana, que “entre la gente vulgar no se habla otro idioma que el
quichua, y aun entre las mujeres decentes hay muchas que no saben explicarse en
castellano” admitiendo al mismo tiempo, no sin bochorno, “la mucha pasión o vicio por
la chicha” consumo al que se destinaban, para horror del Gobernador Intendente, nada
menos que 200.000 fanegadas de maíz anuales para surtir “este asqueroso brebaje”
(0bra citada: 46-47). Frases certeras que muestran mejor, como la antigua Villa de
Oropesa elevada al rango de ciudad, ostentaba delicadas complejidades y difíciles
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equilibrios, siendo sin duda la cuestión más espinosa, la difícil coexistencia entre la
ciudad de los letrados hispano-criollos protagonistas de fervores religiosos y la aldea
irreverente de los quechuistas y toma chichas, que sin embargo trabajaban duramente
para que los primeros se sintieran y vivieran como gentes civilizadas.
En todo caso, la aspiraciones de los primeros modernistas que deseaban difundir la
civilización judeo-cristiana a diestra y siniestra, se tropieza con los testarudos habitantes
mestizos de la Villa de Oropesa que no se incomodan reclamándose creyentes de la fe
católica y por dar vivas al rey de España, pero todo ello, a condición de no renunciar a
su tutuma de chicha ni privarse de la Pachamama y sus valores ancestrales.
Visiones e imaginarios de la ciudad republicana: los giros tolerantes e intolerantes
de pre-modernos vallunos y modernos occidentales.
Los factores que modelaron el devenir de la ciudad republicana a lo largo del siglo XIX,
se refieren esencialmente a las consecuencias que arrojó sobre la región y su economía,
el declinio paulatino pero irreversible de la minería potosina. Hacia la segunda mitad del
siglo XVIII, las esplendorosas cosechas y los suculentos negocios del maíz y el trigo
eran ya simples recuerdos de tiempos pasados. Los grandes hacendados, pese a los
esfuerzos del Gobernador Intendente Viedma para orientar la agricultura de los valles
hacia mercados alternativos y conectar los llanos de Moxos con la economía local,
optaron por incursionar en negocios más seguros y cómodos, como su concurrencia
asidua a los remates para la recaudación de los diezmos y alcabalas eclesiásticos,
adhiriéndose paulatinamente a la opción del rentismo y la especulación. Rápidamente
cambiaron su residencia en las casas de hacienda por otras más cómodas en la ciudad,
confiando a capataces el manejo de sus heredades rurales.
La frondosa población de yanaconas, útil en los tiempos del auge cerealero, se convirtió
en una pesada carga de bocas inútiles que fueron expulsadas de las haciendas, sin
embargo, se les dejó la opción de alquilar las tierras de los márgenes de estas a cambio
de pagos en moneda, en obligaciones laborales en el resto de la hacienda e incluso
obligaciones de tipo doméstico. Así, surgen los arrenderos, pero también se refuerza el
estrato de indios sin tierra. Sus necesidades monetarias los obligan a incursionar en las
zonas urbanas y hacerse del control paulatino de los mercados urbanos. Las
consecuencias de estos actos fueron profundas, por una parte, las haciendas, desde la
primera mitad del S.XVIII fueron gradualmente perdiendo el control de la producción
agrícola y de su influencia sobre los mercados locales, pero por otra, ello significó a
largo plazo, el desplazamiento de la economía hacendal por la parcelaria y la formación
de un potente mercado interno regional.
Bajo este conjunto de estímulos, particularmente los valles centrales de Cochabamba, se
convirtieron en una suerte de paraísos fiscales por la vía de la fácil evasión de impuestos
y el tránsito expedito de la condición de indio tributario a mestizo reciclado como
comerciante de feria o un amplio abanico de opciones ocupacionales que ofertaba el
floreciente desarrollo artesanal. Estos flamantes mestizos eran incluso capaces de
defender esta condición con las armas en la mano como lo hiciera Alejo Calatayud en
1730. Augusto Guzmán sugiere que este campesino despojado de la tierra pero no
excluido de obligaciones tributarias y otras exacciones, se convierte en el “valluno”, es
decir, el indio forastero o el ex yanacona que al ser expulsado de la hacienda se
introdujo en la feria y que de agricultor de origen adoptó las artes del comerciante o las
habilidades del artesano. Al respecto el autor citado anota:
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vecinas con sus mercancías y producciones departamentales. Hoy que ya no se hace aprecio de
ellas pocos hay que se dediquen al comercio. Pero estos mismos pocos no han reportado tanta
utilidad como creyeron. Sabemos que han quebrado muchos y creemos que en adelante
quebrarán otros tantos, o más (...) Centenares de cochabambinos de ambos sexos están
establecidos en otros lugares. Una tal emigración no prueba que esté abundante su propio país,
sino por el contrario (Obra citada: 74 y 75)
El paisaje económico y social que traza “el Aldeano” no deja dudas sobre el estado de
postración en que encontraba Cochabamba después de sostener el peso principal de una
larga guerra que si bien culminó con la fundación de la República, no por ello despejó la
crisis de su actividad productiva. Pero no solo fue la guerra, sino también la pérdida de
las plazas comerciales a donde acudía, por ejemplo, la floreciente industria de paños,
lencería y barracanes, además de manufacturas en cuero, cerámica, losa, etc., que
cobraron fama a fines de la Colonia, en lugares tan distantes como el puerto de Buenos
Aires y las costas del Pacífico, que desde fines del siglo XVIII e inicios del XIX, se
vieron perjudicadas por los presencia de los textiles de algodón ingleses y los calicoes
azules que desde la India, traía a tierras americanas la poderosa flota británica.
De acuerdo a un notable estudio realizado por Carlos Lavayen y José Gordillo
(“Población y Estructura Urbana de la Ciudad de Cochabamba (1826-1831)”, 1991),
se muestra a la ciudad rodeada de campiñas e incluso tierras de labor en el interior de la
misma. Utilizando como referencia el Censo de 1826 y el Padrón de Predios de 1831, se
evidencia que existían asentamientos indígenas en zonas urbanas como Collpapampa y
Caracota en el Sur de la ciudad. Respecto a la industria artesanal que llamó la atención
de “El Aldeano”, la misma estaba conformada por unidades de explotación familiar, que
por orden de importancia cuantitativa estaba compuesta por tejedores, sastres, zapateros,
plateros y curtidores. Un rubro no menos importante era la actividad comercial seguida
por los servicios personales como el empleo doméstico y el régimen de las “criadas”.
También destacaban las profesiones liberales, concentrada sobre todo en el ramo de los
abogados, los médicos y los arquitectos, no siendo menos importante como ocupación
la desarrollada por las órdenes religiosas, los sacerdotes y los capellanes. Sin embargo
las dos mayores fuentes de ocupación de los habitantes urbanos en 1826 fueron los
ramos de “actividades domésticas” y “tejedores” , siendo notoria la prevalencia de las
ocupaciones en tareas artesanales respecto a otras como las comerciales y las ofertadas
por las profesiones liberales.
Estas apreciaciones permiten afirmar que las elites regionales se habían establecido
dentro de la ciudad, no necesariamente en calidad de administradores de los
emprendimientos productivos, sino en calidad de rentistas acomodados que mantenían
frondosas servidumbres dentro de la mejor usanza de la sociedad tradicional. En
contraposición resaltaba la realidad de unos trabajadores independientes, que pese a
haber tenido que soportar las penurias de la guerra, preservaban la categoría y
consideración de mestizos alcanzada durante la Colonia y como tales se hacían cargo
de hacer marchar la economía de la ciudad. En todo caso, como se verá más adelante,
las barreras de castas impuesto por el régimen colonial derrocado, se habían debilitado a
un grado tal, que los valores, gustos y costumbres del mundo andino aparecieron
momentáneamente como valores universales.
Cochabamba de los primeros años republicanos, era sin duda, una ciudad de mestizos
cuya economía giraba en torno a la producción artesanal orientada tanto a la exportación
(textiles) como para satisfacer a la demanda local (confección de ropa, calzados). Al
respecto se resaltaba la enorme vitalidad de este mundo plebeyo en los siguientes
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términos:
Estos mestizos y cholos que, formaban verdaderas muchedumbres, inundaban los caminos
provinciales, concurrían multitudinariamente a las ferias, alegraban las fiestas populares y
dinamizaban la economía regional, constituyeron el rasgo específico de los valles de
Cochabamba y de los suburbios de la capital departamental. Su capacidad de insertarse
económica y socialmente en la sociedad hacendal, de debilitar y destruir los viejos preconceptos
de castas, fueron en cierta forma responsables, por lo menos en el caso del Cercado de una
temprana expansión de pequeños propietarios o campesinos parcelarios, y del crecimiento de
la producción mercantil simple, y a partir de ello, de la organización de un sistema de
abastecimiento a la ciudad por pequeños productores que llenaban con sus mercancías
agrícolas las ferias de Cochabamba, Quillacollo, Sacaba y el Valle Alto(...) En suma, es el
Cercado donde tempranamente se quiebra el régimen de castas, lo que a su vez provoca la
ruptura con los sistemas de vasallaje a que continuaron sujetos los colonos de las haciendas del
Valle Central y de las alturas. Ello también permite tempranamente, que en el Cercado
aparezca el pequeño productor parcelario, es decir el 'piquero' que con su presencia minará el
sistema de servidumbre vigente en otras zonas (Solare:1990:50).
Es posible inferir que D’Orbigny realiza el registro de una élite diezmada en sus
mejores representantes. Los que quedan, pese a conservar su patrimonio más o menos
intacto, no logran todavía alcanzar la distinción y el nivel cultural que hacen que una
clase social dominante sea reconocida como tal. Sus hábitos de vida, sus valores
culturales y sus despliegues materiales no se diferenciaban sustancialmente de los
similares que ostentan las clases populares. El idioma quechua y el ‘áureo licor’ eran
los valores universales de esta formación social, valores que colocaban en un mismo
rasero a quienes se reclamaban caballeros hidalgos o a quienes se reconocían como
mestizos vallunos e, incluso, indios arrenderos, artesanos y otros estratos subalternos,
que, a la hora de la celebración pública y el rito religioso, compartían los mismos
espacios, los mismos placeres y los mismos hábitos. Esta práctica se extendía a la esfera
de la vida privada y la cotidianeidad, donde la mesa criolla, la mestiza y la del artesano
o el agricultor pobre se adornaba con las ‘machu jarras’, se hacía irresistible con los
sabores que brindan los frutos de la tierra, cobraba sentido con el dulce idioma de los
incas y se llenaba de vida con las tonadas del alma popular (Solares, 2023).
La situación descrita por D’Orbigny respecto a la ciudad y su cuerpo social,
probablemente variará en matices pero no en esencia a lo largo de varias décadas. De
alguna forma, la puesta en escena de los imaginarios modernistas que, sin duda hasta
ese momento se entretejían con los valores populares, se inician, no necesariamente a
partir de una paulatina separación de estos idearios respecto a la pesada tradición, sino
diríamos, más abruptamente, por la vía del desastre.
La aguda sequía que se inicia desde fines de 1877 y que se prolonga a lo largo de 1878,
causando hambruna y mucha mortandad, es rematada por una epidemia, probablemente
de cólera que se abate sobre la ciudad y la campiña con inusitada violencia,
incrementando casi geométricamente las defunciones y el volumen de población
afectada de una u otra manera. Hacia 1880, cuando la ciudad comienza a recuperar su
ritmo normal, se inicia la tradicional búsqueda de culpables. El Cuerpo Médico de
Cochabamba apunta certeramente a las precarias condiciones higiénicas de la ciudad, en
especial a la condición de las vías públicas, la mayoría sin ningún tipo de pavimento y
susceptibles de convertirse en torrentes de agua pluviales en época lluviosa, la ausencia
total de servicios básicos, sobre todo redes de agua potable y alcantarillado; pero
además, la permanencia de focos infecciosos en el interior de la ciudad, como la temible
acequia de aguas servidas conocida como “Serpiente Negra” y las centenares de
chicherías que se emplazan en el interior del radio urbano con su infaltable crianza de
chanchos y la eliminación de residuos fermentados proveniente de la elaboración de la
chicha que se acostumbraba arrojar a la vía pública.
El Municipio presionado por la opinión pública, pero al mismo tiempo imposibilitado
financieramente para encarar obras de magnitud en materia de obras sanitarias (redes de
agua, pluviales y alcantarillado), embovedado de la “Serpiente Negra” o pavimentación
(empedrado) masivo de las calles de la ciudad, no encuentra una salida más cómoda que
identificar y poner en la picota a un chivo expiatorio más viable: las chicherías. A partir
de 1882 se pone en marcha una política municipal de desalojo de las chicherías del
centro de la ciudad y la penalización a la proximidad de las chicherías al radio de
prohibición mediante patentes anuales diferenciadas (las más próximas a la plaza de
armas pagan las patentes más elevadas y las alejadas las patentes más bajas). Sin
proponérselo, el ente municipal, de pronto percibe que el régimen de patentes le reporta
ingresos elevados, que por primera vez desde la creación de esta institución, le permiten
autonomía económica respecto a las siempre desfallecientes arcas nacionales. De esta
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forma, la alcaldía orienta sus excedentes hacia la realización de obras públicas, práctica
que rápidamente se convierte en un sistema eficaz de financiamiento de la modernidad
urbana, que se prolongará, por lo menos, hasta la primera mitad del siglo XX.
Sus calles rectas aunque estrechas, ostentan edificios de hermoso aspecto en su mayor parte de
dos pisos, siendo sus construcciones de adobe de rara consistencia. Su dotación de aguas es
insuficiente y mal aprovechada y el anhelo de aumentarlas, es la aspiraci6n más sentida del
vecindario... La ciudad está dividida en tres parroquias urbanas y dos suburbanas con
residencia en la Recoleta e Itocta, ambas con templos propios. La Parroquia de Santo Domingo
abarca 96 manzanas con 995 casas y 10.673 habitantes, la de la Compañía encierra 39
manzanas con 448 casas y 5.729 habitantes, e1 curato de San José comprende solo 21
rnanzanas con 218 casas y 2.383 habitantes. Tiene la ciudad en conjunto 1.878 casas
distribuidas en 189 manzanas y 1as siguientes plazas públicas: 14 de Septiembre, Colon Santa
Teresa, Matadero, San Sebastián, Caracota y San Antonio, la superficie de la ciudad es de
1.662.000 varas cuadradas. Posee un palacio de bello aspecto en el que funcionan todas 1as
oficinas públicas, sin excluir las del ramo de justicia. Existe un edificio contiguo donde se
despacha la policía de seguridad y la casa municipal, también con su policía. Estas tres
instituciones junto a dos pequeñas propiedades particulares forman la acera principal de la
plaza. Esta se halla adornada de un precioso monumento de piedra conmemorativo de la
primera revolución patriótica. Se han establecido avenidas bordeadas de árboles indígenas, que
con las idénticas y vistosas galerías que encuadran dicha plaza y las elevadas cúpulas y torres
de la Catedral, forman un elegante y atractivo conjunto. Tiene además de la Alameda, el paseo
de la Plaza Colón cubierto de árboles frondosos. y a cuyo costado boreal se alzaba hasta hace
poco, una portada inclinada de arquitectura mixta y de imponentes proporciones con correctas
esculturas de alto y bajo relieve y que ha sido demolida aun antes de estar acabada de
construir. Existe un teatro de muy ventajosas apariencia y comodidad, establecido en la media
naranja de1 antiguo templo de San Agustín, y un bazar instalado en la Iglesia del extinguido
Convento de la Merced. donde también se halla e1 rebosante mercado de abasto y el expendio
de carne. Hay otra plaza cerrada donde se vende combustible, llamada de San Alberto. Al
costado oriental ostenta Cochabamba un suntuoso hospital de varones y mujeres, asistido por
12 Hermanas de la Caridad. con todos los perfeccionamientos apetecibles para la atención de
350 enfermos... Hay otro hospital clausurado que durante 315 años sirvió de asilo al dolor...
Existen tres cementerios públicos, cuyos primeros cuerpos se mandó a levantar con 1os
despojos extraídos de los templos, en que antes se hacían todas las inhumaciones. El hecho
indicado fue una de las evoluciones de mayor significado en la vida civilizada y la higiene
publica de la ciudad. En el costado occidental se halla fundado el Matadero, donde se carnean
8.505 reses, 27.000 corderos y 2.600 cerdos, por término medio anual (Ligero Bosquejo
Geográfico y Estadístico del Departamento de Cochabamba, El Heraldo,
25/06/1889).
Esta detallada descripción de la ciudad, muestra que en lo esencial, el paisaje urbano del
tiempo de Viedma permanecía intacto, solo se había sustituido el antiguo Cabildo por
un “palacio de bello aspecto” que contenía el aparato político, administrativo, jurídico,
municipal y represivo del nuevo Estado. Se habían añadido las galerías perimetrales a
la, ahora denominada, Plaza 14 de Septiembre, se habían incrementado las casas de dos
plantas en la zona central; se habían añadido plazas y paseos, de los cuales los más
representativos eran la Plaza Colon y la Alameda. Algunos edificios religiosos habían
dado paso a equipamientos urbanos, y por lo menos, en el caso del Teatro Acha, la
remodelación y adaptación del antiguo templo de San Agustín, había pretendido mostrar
la magnificencia del gusto republicano, y plasmar un espacio adecuado donde la
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nobleza criolla pudiera desplegar sus galas. La Plaza de Armas también había recibido
un ropaje renovado de gusto neoclásico con un obelisco que simboliza los valores
cívicos y libertarios que la sociedad oligárquica se permitía. No obstante, estas
innovaciones eran superficiales, y en lo esencial, el escenario urbano que organizó la
villa colonial, se mantenía sin mayores variantes.
Sin embargo, una vez más, estos modestos avances de modernidad urbana, no guardan
simetría con las transformaciones el cuerpo social. La ciudad abierta y tolerante que
encontró D’Orbigny hacia 1830 ha cedido paso a una irresistible recomposición de roles
y jerarquías, donde las antiguas normas segregativas coloniales han sido retomadas por
los modernistas fuertemente inmersos en su misión civilizadora. Sitios públicos como la
Plaza de Armas dejan atrás su carácter multifuncional y se convierten el espacios
cívicos, sitios de paseo y distinción. La chicha y su mundillo plebeyo son expulsados
por severas disposicio0nes municipales hacia el Sur de la Pampa de las Carreras
rebautizada como Avenida Aroma y convertida en una suerte de frontera que separa
rígidamente la ciudad criolla de la aldea de artesanos, chicheras y feriantes. Las
meriendas de sabrosos chicharrones, motes, papas llajuas que disfruto/sufrió
D’Orbigny, a estas alturas, no dejarían de ser actos de escándalo y reprensión pública.
La plaza y sus alrededores reciben otro tipo de empresas, más a tono con los novísimos
gustos modernos: filiales de casas importadoras de La Paz, almacenes con escaparates
novedosos, sedes bancarias, casas de importación de efectos de ultramar, casas de moda,
finas zapaterías, en fin negocios propios del capitalismo mercantil dominante, que
convierten el viejo centro del poder colonial en un renovado centro comercial moderno
o por lo menos proclive a recrear aires de modernidad. A tono con estos nuevos
tiempos, los gentleman de la Llajta ostentan otros valores y practican finas
competencias de distinción, como refleja la siguiente nota, extraída de una página
social de El Heraldo:
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Don Ruperto Bienvenido, su cara mitad y sus simpatiquísimas polluelas se preparan a presenta
sus cumplimientos, por estar en descubierto con algunas de sus numerosas amistades…Ya está
en la calle. El papá esta ‘comme il faut’ (correctísimo), levita, sombrero de pelo, corbata
tricolor y guantes color perla. La mamá no deja nada que desear: tiene todos los atavíos que
indica la moda hasta en sus extravagantes nimiedades, pero no puede entenderse con la horrible
incomodidad que le causa su vestido de seda gris y sus zapatitos del Nº 48 de rico cuero
andaluz. En cuanto a las mozas, ¡por la Virgen de Guadalupe!, que están hechiceras, pero ellas
se figuran estarlo más, pues si tropiezan en su camino con algún jovenzuelo, le dirigen una
mirada, nada más que una,, pero de aquéllas de incrustarlo contra la pared, Penetran en la casa
de sus compadres los Barrios con quienes está un poco resentidos por no sé qué calumnias que
les hicieron en tiempos no lejanos. Con paso igual y un tanto grave llegan a la puerta del salón:
un golpecito quedo, luego dos y después tres (la etiqueta no permite más). Sale por fin la señora
dueña de casa, se extienden la mano y solo alcanzan los dedos:
-Pasen Uds., Don Ruperto, Juana, niñitas no se hagan esperar.
-Muchas gracias.
Pasan unos segundos en que doña Juana ofusca con su lujo y le dirige miradas como quién dice:
¡Chúpate esa! Rompe el silencio la visitada y dice:
-Mucho calor ha hecho estos días, ¿no es verdad comadre?
-¡Ututuy! Tiene Ud. razón, que calor ha hecho y hace todavía.
El tema de conversación ya está agotado; entonces Don Ruperto juzga conveniente tomar la
palabra y ahuecando la voz dice:
-Mi compadre Barrios, ¿sigue duchándose comadre?
-Sigue, pero en la ducha de Portales porque los médicos dicen que es la más higiénica…Ha de
sentir mucho no haberlos recibido, lo mismo que las niñas. Salieron a dar una vuelta.
Han pasado cinco minutos, no hay como pasar más tiempo (la etiqueta no lo permite).
16
Ciertamente la vida social ha dado un vuelco definitivo: las tutumas y los excesos
culinarios han sido sustituidos por la visitas de etiqueta, es decir, la antiguas
convivencias han cedido paso a las finas ironías recubiertas de estricta urbanidad. El
lector perspicaz, sin embargo, podrá ver entrelíneas, que en realidad los giros
idiomáticos populares (Ututuy, comadritay, guaguitay, palomitay…) permanecen pero
cuidadosamente enmarcados entre signos de distinción como corresponde a finos
caballeros y damas impregnadas de modernidad. Los compadres y las comadres ya no
disfrutan de las meriendas que contempló D’Orbigny. Ahora con fineza se clavan
miradas que parecen alfileres y se disfruta de la admiración y la envidia que despierta el
despliegue de las últimas modas importadas directamente desde París o Londres. Sin
embargo debajo de tan finas vestimentas todavía los comportamientos muestran
profundas raíces de lo popular-mestizo, todavía los barnices no terminan de proveer la
cultura que desearía ostentar una verdadera elite.
Al concluir el siglo XIX, el nuevo siglo fue recibido con muestras de moderado
entusiasmo. Cochabamba apenas se recuperaba del golpe económico que significó la
pérdida del litoral, porque con ello se cortó el próspero comercio de arrieros que la
región mantenía con los puertos bolivianos del Pacífico y el Sur peruano. En realidad
este era un momento penoso, pues el flujo de mercaderías chilenas, incluyendo harinas
de trigo, manufacturas de cuero y otras hacia La Paz y Oruro, ahogaba la producción
cochabambina imposibilitada de competir con empresas industriales modernas. La
década final del siglo XIX había estado marcada por frecuentes quiebras de haciendas,
remates de tierras agrícolas, desbalances bancarios, deudas en mora e incluso cierres de
empresas comerciales, que agobiaron a la elite local, por tanto, no había o habían muy
pocos motivos para celebrar.
departamental e incluso las capitales provinciales, sin descontar las populosas ferias
campesinas. Estos circuitos que conectaban la economía campesina de piqueros con
elaboradores de harina, muko y chicha y comercializadores/comercializadoras del licor,
se convirtió en el eje del mercado interno regional de consumo del maíz producido
localmente, con capacidad incluso para desarrollar tentáculos que alcanzaban a los
asientos mineros orureños y paceños e incluso a las ciudades de La Paz, Oruro y otros
centros urbanos menores en el Altiplano. Se trataba de una economía pre-capitalista de
cientos, tal vez millares de unidades familiares domésticas, que al desarrollarse en los
márgenes de la economía mercantil capitalista, era inmune a sus crisis.
Con este antecedente que define la realidad de una enrarecida atmósfera, llena de
temores y miedos a un futuro económicamente incierto, las celebraciones del despuntar
del siglo XX no llegan a avizorar el hecho de que finalmente Cochabamba estaba
cruzando el umbral de un nuevo periodo, donde las fiebres modernistas y los sueños de
vivir al ritmo de los nuevos tiempos serían, de alguna manera satisfechos, gracias a las
grandes recaudaciones que arrojaban los patentes que el Municipio cobraba a las
chicherías desde 1882. Siguiendo esta pauta, la Prefectura y el propio Estado, no se
quedarían atrás, gravando con esmero impuestos a la producción de harina de maíz, al
quintal de muko, a la botella de chicha en su afán de cubrir los infaltables huecos en sus
presupuestos regionales o nacionales.
Bajo esta dinámica la ciudad, a lo largo de las primeras cinco décadas del siglo XX,
hará realidad su deseo de ingresar a la era de la sociedad industrial capitalista, aunque
no sea sino accediendo a retazos y fragmentos de ella, pues las elites que la impulsan
nunca estarán dispuestas a deshacerse de sus residuos feudales ni de sus miradas
señoriales.
De todas formas, la Cochabamba que describe Federico Blanco al finalizar el siglo XIX,
a pesar de su minuciosidad y riguroso orden, no se diferencia sustancialmente de la
ciudad que contempla Luís Felipe Guzmán en 1889. Sin embargo, a la sombra de estas
aparentes inmovilidades el cuerpo social de la ciudad se segmenta y la estructura física
de la misma se fragmenta. La irrupción de la modernidad como ideología estatal y
apropiada para sí por las elites, separa los cuerpos y refuncionaliza los espacios: el
centro urbano inclusivo de otros tiempos cede paso al espacio cívico y al centro
comercial, algunos ya se refieren a este ámbito urbano central como “la city” o la
verdadera ciudad; la antigua campiña, un sitio privilegiado de vocación agrícola,
experimenta un proceso de irresistible conversión en espacio de recreo y lugar de
vacaciones veraniegas que anuncian su destrucción posterior por la vía de la
urbanización; el sur, se convierte en una suerte de depósito abigarrado de chicherías,
talleres artesanales y comercio popular, algunos la denominan “campamento ” y otras
expresiones con sentido peyorativo para remarcar su condición de “no-ciudad”. En la
misma forma, los festejos cívicos, las celebraciones religiosas, incluso los carnavales
muestran su lado ritual o simbólico apegado a los nuevos valores de Occidente y su
lado popular, donde lo andino no solo no termina de extirparse, sino continuamente
recrea maneras de resistir y persistir.
Naturalmente los recursos disponibles para encarar las tareas del desarrollo urbano
proveídos por las inagotables recaudaciones que rinden los impuestos al maíz y la
chicha, se orientan exclusivamente a materializar el modelo de ciudad occidental, a
revestir el viejo campanario con los signos y las novedades de la modernidad. De esta
18
Cochabamba ofrece una apariencia de mucho más movimiento cuando llegan las cargas, estos
productos de las granjas y bosques del interior, y no es raro que estas caravanas interrumpan el
tráfico de una calle. Grandes casas importadoras y exportadoras reciben comúnmente los
productos y dirigen su embarque. Las provincias vecinas no solo abastecen el mercado con los
más importantes productos alimenticios y medicinales, sino que de sus colinas se saca el
mármol, la piedra, la arcilla, la al, la arena y otros materiales que se usan en la construcción de
los edificios más modernos de la ciudad (1910:280).
19
Era un sábado y de todas las aldeas de la planicie, dirijíanse los campesinos a la capital para el
mercado del domingo. Caminábamos escoltados por una interminable procesión de bueyes y
carneros. De vez en cuando una banderita indicaba la existencia de la horrible chicha, repulsiva
bebida de maíz masticado y fermentado y, sin la cual los habitantes de las provincias de
Cochabamba no podrían vivir. A la puerta de las tiendas, melancólicos caballos esperaban que
sus dueños acaben sus copiosas libaciones (…) salen estos tambaleando, montan penosamente
los pacientes animales y, envueltos en nubes de polvo, parten a galope, atropellando a quién
encuentren por el camino.
Poco después hacíamos nuestra entrada por la pintoresca calle de Santo Domingo,
desembocamos en la plaza principal brillantemente iluminada (…) una excelente banda militar
tocaba alegre ‘bailecito’ (…) en la calzada circular pululaban jóvenes y señoritas en trajes
domingueros.
Bajo el punto de vista artístico es una de las más curiosas ciudades de Bolivia (…) La catedral,
la Iglesia de los Jesuitas (la Compañía), varios conventos y edificios públicos perpetúan el cuño
particular de la dominación española. Las casas con sus patios elegantes, sus barandas de
madera esculpida, tiene una originalidad que consuela e las vanales construcciones del resto de
Bolivia (…) Los arrabales que ocupan el área de una gran capital, forman como una sola y
linda chacra, un bosque contínuo de naranjales, higueras, perales, entre los cuales apunta
apenas, uno que otro tejado risueño de una casita al estilo español (…) El Municipio goza de la
fama de ser, el de una de las regiones más ricas de la República, que podría alimentar no solo la
provincia, sino al altiplano entero, hasta los más apartados puertos del Pacífico (El Heraldo,
2 de enero de 1908)
Los alrededores de la ciudad son muy amenos por las quintas en las se mantiene una perpetua
primavera. Las campiñas de Las Cuadras, Muyurina, Recoleta, Cala Cala, etc., son tan vistosas
y de ambiente tan puro, que es de asegurar que una vez establecidos los tranvías, serán
preferidos por los habitantes que conservarán en la ciudad solo sus casas de negocios (El
Ferroarril, 14 de Septiembre de 1910).
La ciudad ha sentido un estremecimiento de gozo, algo así como los espasmos lúbricos de una
noche de lupanar; la ciudad de las heroínas, sintió en medio corazón, el aletazo brusco pero
temblador de una semana e orgías sociales y de buen tono; la tierra que diera carne insigne a
Baptista el grande, ha visto sus ‘palacios de barro y escayola’, llenos de belleza antigua y de
consagración patriótica, Cochabamba colonial y austera, ha tenido en sus calles ajedrezadas, el
tumulto abigarrador y bullicioso de un Cochabamba cosmopolita y trasnochador; la Villa de
Oropesa legendaria y antigua tuvo los cosquilleos histéricos y el vértigo dipsománico de la
ciudad-colmena; el modernismo ha violado las puertas de la ciudad y se ha arrastrado
ondulante y sinuoso por nuestras calles cubiertas de piedras, de guijas y de polvo; la
locomotora audaz y vertiginosa, los raudos automóviles, los ceremoniosos coches de librea, los
dog-carts, faetones, berlinas, breaks y mil vehículos, han hecho temblar de miedo las viejas
espadañas de los sombríos conventos y los muros agrietados de vetustos caserones. Los pitos,
campanillas y flautines han aturdido a medrosos habitantes y la fanfarria de las músicas turbó
el ensueño romántico de los ascetas conventuales. ¡Qué de fiestas y qué de alegrías!...¿Qué
despertar tan dulce! (…) El ambiente hedía a un olor fuerte y acre característica de los
tumultos; parecía la ciudad un barrio de Montmartre o la Place de l’Etoile o Hidepark o la
Avenida de Mayo. Nuestra prensa era leída por cien mil ojos y las redacciones de los diarios
eran visitadas como bibliotecas francesas, que ha decir verdad, son las más concurridas del
mundo (…) La población flotante tuvo una elevada cifra, diez mil visitantes hemos cobijado, y
los gatazos uñilargos de los hoteleros, esos piratas del comercio que ocultaron su vergüenza y
dignidad en su caja de ahorros los han esquilmado sin misericordia; cobrar 20 bolivianos
diarios por dos comidas rancias y un camastrón es un exponente de latrocinio (…) Y hemos
tenido hombre de buena cepa y catadura: mandatario, ministros de Estado y judiciales,
generales, senadores, prefectos, periodistas, poetas, todo un conjunto de grandes valimientos; al
lado de estos, juventud divina y risueña; madonas encantadoras, scoots, footbaliers y hasta una
muchachada de azota calles y nocherniegos, que a las primeras horas de la noche, exclamaban
frenéticos ¡a los lupanares, a encender la sangre en los lenocinios, a beber y a tunar –Pero
Cochabamba inocente y virginal, ignorando lo que es lupanar o lenocinio, se ha escandalizado
de tal profanación y ha llevado a esa juventud sibarita a los bares sin mujeres o als chicherías,
para que bailen entre hombres (…) Lo demás de la fiesta se ha quedado en el tintero y en un
repartimiento de la cartera. Basta decir que Cochabamba durante siete días, estuvo borracha de
gentes y de fiestas; que la ciudad de las heroínas ha tenido una fiebre de cuarenta grados (R.
Arano Peredo: “Trazos largos”, El Heraldo, 31 de julio de 1917).
Esta sabrosa descripción que permite establecer la dimensión del revuelo que causó la
llegada del tren a Cochabamba dando rienda suelta a una euforia sin parangón, donde
los deseos reprimidos del autor se mezclan con estallidos de imaginarios modernistas,
que por momentos, tratan de doblegar los aturdidos pero no revocados prejuicios
coloniales de la santurrona sociedad conservadora, que sin duda siente con
estremecimiento como se quebranta la secular paz de los conventos en tanto vuelan
21
El significado del tren adquiere ribetes simbólicos, sus nubes de vapor anuncian la
próxima industrialización y la puesta en marcha de la misión civilizatoria, que amenaza
a quienes la ignoren con no formar parte de la Nación. Sin embargo, el desafío que
representa la llegada del tren para reflotar la dinámica productiva de las haciendas sufre
un tropiezo que se juzga insuperable: la oportunidad para recuperar los antiguos
mercados de granos pasa por la modernización de los latifundios gamonales, es decir, la
conversión de los viejos feudos en empresas agrarias capitalistas, incluida la conversión
de los colonos arrenderos en un proletariado rural y la transformación de los oligarcas
reaccionarios, por lo menos en “feudernos” (feudales y modernos), como sugiere Adrián
Waldmann (2008) al referirse a la oligarquía cruceña, que a pesar de sus prejuicios
coloniales, fue capaz de erigirse como una clase de auténticos empresarios capitalistas.
Solo a Simón I. Patiño se le ocurre la idea extravagante de organizar Pairumani como un
modelo de empresa moderna, los demás prefieren la vía colonial y segura de exprimir a
sus pongos para extraer rentas en moneda y especies.
Pasados los aspavientos, ya nada volvió a ser lo que era: la revolución tecnológica
sustituyó las cabalgaduras por los automotores y los tranvías, la luz eléctrica propuso la
novedad de la vida nocturna, la radio y el cine convirtieron en voces e imágenes los
imaginarios de progreso. Todo ello junto, terminó subvirtiendo la rutina de los ajetreos
peatonales. El ritmo urbano modificó sus diapasones, de pronto y sin mayor prevención
la aldea dejó de ser lo que era: las relaciones entre vivienda-trabajo-recreo-comercio-
abastecimiento, es decir, las antiguas territorialidades urbanas que marcaban los ritos
repetitivos de la vida cotidiana se trastocaron, ya nada “está a la mano”, las relaciones
lineales y simples comienzan a extinguirse. Un viejo cochabambino
rememorando .tiempos idos reclamaba: “la ciudad dejó de pasar por debajo de mi
balcón, ahora todo es difícil y para todo es necesario desplazarse” (Solares, obra
citada, 1990: 142).
22
La población se va. El cauce principal está cubierto hacia las vertientes de la cordillera y por
ahí se desborda la corriente, cada vez mayor, que como una inundación va empujando a los
indígenas hacia el Norte. Son pocas las familias que van hacia las haciendas más o menos
lejanas ‘a pasar el verano’. Lo esencia es salir, la ciudad se hace pesada, las ruedas del
engranaje social funcionan torpemente y parece que está próximo el momento en que todo su
mecanismo se quedará en suspenso. En cambio, allá en la otra margen del Rocha, se encuentra
toda una población que ha sentado sus reales en pleno territorio indígena, y los sufridos y
laboriosos labriegos van dejando la planicie libre a los invasores; ahora como en los años
pasados, con carácter provisional, pero un 50 % de la población indígena ha sido ya
definitivamente expulsada de las campiñas, y allí donde se hacía el cultivo intensivo de
legumbres y cereales, se construyen casuchas y chalets que lentamente van diseñando la nueva
ciudad (…) los indios con inquietud y tristeza ven turbado el reposo de los campos (…) no es un
espectáculo consolador para ellos el trajín cotidiano de automóviles, ciclistas y jinetes (…) el
sport es ahora la pasión dominante. El lawn tenis está en boga y hay verdadero entusiasmo por
los caballos, las raquetas y los fustes (…) es de prever que después de pocos años, Cala Cala,
Queru Queru, Muyurina y todos los ‘lugares de veraneo’ serán la monarquía absoluta del
placer. Y aquéllos que buscan rincones solitarios para adormecer sus pesares, tendrán que ir a
buscarlos un poco más lejos. (Alberto Quiroga: “Crónica”, Revista de Bolivia Nº1,
15 de octubre de 1918).
A las 12 del día cruzaban por la plazuela del Regocijo en Cala Cala, multitud de paseantes en
coches y a caballo. Uno de los grupos tomó la dirección de Tirani y el camino de Taquiña el
otro. El primero lo constituían las familias Rodríguez, Soruco, Chinchilla, Cabrera, Pacieri,
Gumucio, Decker y numerosa juventud del sexo feo. El segundo estaba formado de las familias
Kommer, Rivas, Guzmán Achá, Paz, Antezana y Blanco, acompañadas de más de 20 jóvenes
relacionadas con ellas por los vínculos de la amistad. Horas felices hemos pasado entre estos
risueños paisajes que se extienden al pie de la cordillera (…) Notas apacibles arrancadas de
argentinas gargantas, diálogos con narraciones de ese poéma que cantan todos los corazones,
cielos de oro y azul en los cerebros soñadores: he aquí lo que hemos visto en Taquiña y en
Tirani (El Heraldo, 30 de abril de 1900).
En Queru Queru: Graciosas muchachas vestidas de blanco y adornadas de flores cogidas de las
mejores matas, departían ayer a la caída de la tarde, gozando del fresco de la floresta y del
blando oreo primaveral, al son de la música de nuestra banda, dirigida con tanto acierto por el
señor Romero. Después de la retreta que fue breve, como si el señor Romero hubiera querido
decirnos de lo bueno poco, la concurrencia se decidió a pasar la tarde en varios y entretenidos
23
juegos de salón, sin desperdiciar ni una pizca de su entusiasmo, ni un instante de esas horas
vespertinas que transcurren apacibles, llenas de un secreto encanto, pasando del rojo dorado
del crepúsculo a los tintes azulados y a los tonos suaves que preceden la noche (El Heraldo, 9
de noviembre de 1900).
Escenas bucólicas que nos llegan de la pluma de románticos cronistas. Ya han quedado
muy atrás los abigarrados maizales que causaron la admiración de D’Orbigny, ahora la
bella campiña es telón de fondo de asiduas reuniones sociales, de veladas musicales y
de no pocos requiebros amorosos que terminan en matrimonio. Sin embargo, la idea de
una idílica campiña convertida en paradisíaco lugar de veraneo de la elite local, no
tardaría en desmoronarse luego de unas pocas décadas de transcurrido el siglo XX.
Razones más pragmáticas comenzaron a ver la campiña como una excelente
oportunidad para transformar el vergel en “ciudad jardín”, y de paso, hacerse de un
buen circulante.
La ciudad en los términos descritos transcurrió sin mayores variantes hasta la guerra del
Chaco (1932-1935), que al margen de otros efectos de naturaleza política y social,
transformó en “ciudadanos” a los migrantes campesinos, o dicho de otro modo, amplió
el horizonte cerrado de la hacienda y el sitio rural donde permanecían los colonos y
agricultores, quienes finalizada la contienda, comenzaron a sentirse atraídos por la
ciudad, que la consideraban fuente de nuevas oportunidades para volver a iniciar su
existencia. Un cronista (Miguel Mercado) al reseñar estos hechos afirmaba: “a raíz de la
guerra del Chaco (donde una gran mayoría del campesinado cayó prisionero), pudo
asimilar nuevas costumbres y adquirir en cierto modo un mejor confort en sus
costumbres primitivas, tanto en habitaciones, vestuario y alimentación, como en sus
propias diversiones. El mayor porcentaje de hombres que fueron a la guerra, no
volvieron a empuñar el arado con el mismo interés y decisión que antes” reconociendo
que la escuela rural también aceleró esta transformación de la ideología campesina. (El
Imparcial, 25 de abril de 1944).
Ciertamente que en las trincheras del Chaco, no solo germinaron las ideas que
conducirían al país hacia la Revolución Nacional de 1952, sino también las nuevas
aspiraciones de comenzar una nueva vida en las ciudades. Sin embargo el mismo
cronista nos alerta sobre la incidencia de otros factores, todavía más poderosos:
La inflación de la moneda de post guerra, que creó una intensa actividad inversionista de los
capitalistas que negociaron durante la guerra, que tuvieron dinero depositado en los bancos o
que negociaron en minas. Había que salvar el dinero adquiriendo bienes rústicos y urbanos.
Había que dar consistencia a la fortuna privada amenazada seriamente por la inestabilidad del
billete. Del altiplano y de otras ciudades del interior llegaron refuerzos económicos fuertes
sobre Cochabamba. Y bajo este influjo casi loco, el valor de las propiedades fue subiendo y
subiendo. Mineros, comerciantes, e industriales, empleados de gobierno, etc., empezaron a
adquirir lotes urbanos y fundos rústicos, pagando precios enormísimos, impropios a la calidad y
condición de los terrenos. Así comenzaron también a construir edificios, sin importarles el
costo. El afán constructivo requirió obreros y peones. Hubo que buscarlos en los campos ya que
los elementos propios de la ciudad fueron totalmente ocupados. La escasez de brazos para
edificaciones sobrevino la competencia del salario. Los salarios comenzaron a subir en
crescendo hasta hace poco... Los campos fueron despoblados de sus mejores elementos. La vida
rural perdió a sus elementos jóvenes que se vinieron hacia la ciudad alucinados por mejores
24
condiciones de vida. Así progresó Cochabamba en forma material y demográfica desde 1937
(El Imparcial, número citado).
Hacia fines de la década de 1940, una nueva descripción de la ciudad, nos permite una
idea de esta nueva dinámica y sus resultados:
La ciudad se extiende por los cuatro puntos cardinales, y sin embargo de que, ni la fuerza
eléctrica es suficiente ni el agua potable puede llegar a las regiones urbanizadas y menos
todavía la pavimentación; sin embargo la ciudad crece en forma considerable y el valor de las
propiedades va ubicando en beneficio de los terratenientes que en las afueras disponen de
extensos latifundios, de donde resulta que las clásicas huertas van desapareciendo y en su lugar
se levantan viviendas.(…) Apenas pasan 10 años de cuando el aspecto de nuestra ciudad era
casi provinciano, los propietarios de casas preferían mantener sus balcones señoriales y sus
techumbres semiderruidas, y 1os interiores, casi siempre eran galpones o canchones, donde
podía descansar el ganado que llegaba desde las propiedades: grandes caravanas de acémilas
recorrían las principales arterias de la ciudad, trayendo desde las provincias y las estancias, los
productos de las inconmensurables fincas... hoy en este pequeño lapso todo ha cambiado (...)
Los huertos, los jardines y los patios soleados van desapareciendo, porque hay que dar paso al
comercio y a la industria que requiere cuanto espacio sea posible para dar cabida a los
almacenes y a las pequeñas fábricas. La población está desplazándose hacia los alrededores en
busca de aire puro y de sol, de donde resulta que inclusive empleados de reducido emolumento
van haciendo economías para comprar reducidos terrenos donde lentamente van construyendo
su casa (El Progreso Cochabambino, editorial de El País, nº 3289, 17/05/1949).
Los miles de propietarios de tierras y los cientos de acaparadores de las mismas, que se
hicieron de propiedades grandes, medianas y pequeñas en los años finales de la década
de 1930 y en los años 40, demandaban a la Alcaldía por la fijación de rasantes y la
apertura de calles, en zonas que ni remotamente se pensaron como urbanizables. Los
más impacientes obraron por su cuenta y así comenzaron a surgir nuevas vías públicas,
sin orden ni concierto, en un contexto de auténtico caos urbanístico. El “Plan de la
Ciudad”, la “Planificación de Cochabamba” fueron términos que ganaron la palestra de
la discusión pública. La presión social fue suficientemente poderosa como para obligar
25
Una vez más, a contrapelo de la aparente marcha triunfal del modernismo que encuentra
en las innovaciones tecnológicas y en la planificación de la ciudad, su referente concreto
y palpable; los pre-modernos andinos elucubran la manera de acomodarse a las nuevas
reglas del juego, manteniendo plenamente su identidad, como se verá a continuación.
Las euforias modernistas de la primera mitad del siglo XX, finalmente quedaron
plasmadas en un documento de valor técnico, mensurable y hasta susceptible de ser
sujeto de operaciones financieras. Ahora el modernismo se llamaba “desarrollo urbano”
y sus proyecciones se traducían en “obras de interés público”. A nombre de esa
modernidad revestida de razón técnica, se abrían calles, avenidas, plazas y parques, se
26
fijaban rasantes y se trazaban los lineamientos a los que se deberían regir las nuevas
zonas urbanizables. Se impusieron pesados y detallados códigos de construcción y
urbanización, y por lo menos en términos teóricos, el caos urbano de la década de 1930
y 40, había sido eficientemente superado.
Vista desde un avión Cochabamba presenta el aspecto de una ciudad semitropical con calles
bien trazadas y casas espaciosas de dos pisos construidas junto a patios y jardines
resplandecientes de sol -una ordenanza dispone que no se autoriza la construcción de ningún
27
edificio sin su correspondiente jardín-. Hermosos floreros adornan los pórticos y balcones de
las casas. Ricos y pobres colaboran en el cuidado de los parques y jardines públicos, en el noble
afán de que ellos superen en belleza a los jardines privados(...) La ciudad está rodeada de
pintorescos paseos y lugares de recreo como ‘El Cortijo’ que cuenta con una buena piscina de
natación y un buen restaurant; "Berbeley", "Cala Cala", "Queru Queru", "La Pascana" y
muchos otros que también disponen de piscinas y baños públicos (...) Cochabamba se
enorgullece de tener el aeropuerto más grande de la República. Cuenta además con un
excelente hotel situado en los suburbios de la ciudad, -el gran Hotel Cochabamba- que en nada
desmerece a los mejores del continente (...) Después de La Paz, Cochabamba es la ciudad que
mayores progresos ha alcanzado en el país durante los últimos tiempos en el orden urbanístico e
industrial(...) Actualmente se están realizando dos obras públicas de gran aliento y de vastas
proyecciones para el desarrollo económico de la nación, a saber: la construcción de una
carretera asfaltada de primera clase entre Cochabamba y Santa Cruz(...) y la instalación de la
gran Refinería en Valle Hermoso, punto terminal del oleoducto que transporta el petróleo de
Camiri a Cochabamba (...) Constituyen un aspecto interesante de la vida rural cochabambina
tradicionales ferias que durante diferentes días de la semana en los pintorescos pueblos de
Quillacollo, Cliza, Punata, Totora, Sacaba y Arani. Tanto por la cuantía de las transacciones
como por la diversidad de los productos que son objeto de ellas; estas ferias revelan el relativo
bienestar de las clases campesinas, a la par que el grado de progreso alcanzado por las
industrias manuales, tales como la alfarería, la manufactura de tejidos, etc. (El País, 14 de
septiembre de 1952).
Un Chrysler deteriorado por el tiempo y el trabajo de muchos años nos lleva al amplio puente
de la Avenida Libertador Bolívar (...) Un hormiguero de automóviles y peatones sale del
Stadium Departamental después de una emocionante justa deportiva (...) En medio del estrépito
de las bocinas y del torbellino del tránsito, el auto se desliza por la Avenida Ballivián frente a la
estatua de Bolívar (...) Atravesamos plazas y calles. La Coronilla(...) Más allá el Aeropuerto del
LLoyd Aéreo Boliviano: construcciones, pistas asfaltadas, hangares, cuadrimotores (...)
avalancha de pasajeros de todas partes (...) Pasamos por las dos estaciones de ferrocarriles de
pretensiones interoceánicas (...) contemplamos en el trayecto una muchedumbre abigarrada de
obreros y campesinos de porte marcial y placentera expresión: índice de reivindicación post
revolucionaria y de ostensible elevación socio económica(...) El auto reanuda la velocidad por
el camino carretero a la Refinería de Petróleo cuyas construcciones: oleoductos, tanques,
torres, columnas y chimeneas (...) anuncian la fiebre del trabajo y edifican el futuro (...)
Regresamos por los mercados populares en día de feria: abarrotamiento de negocios,
vendedores ambulantes, transito embotellado por el hacinamiento en demanda de artículos de
consumo (José Anaya: “Reportaje a Cochabamba”, El Pueblo, 14/09/1954).
El imaginario urbano que envuelve esta descripción ya comienza a perfilar una
contradicción que permanecerá hasta el presente: por un lado, el ideario modernista
soportado por la planificación urbana a ultranza, que piensa la ciudad con la visión
occidental de amplias avenidas, paseos, parques, grandes equipamientos, es decir, la
28
urbe desplegando arquitectura moderna por doquier. Por otro lado, la visión pragmática
de ciudad, aquella que organiza el espacio urbano con otra forma de racionalidad,
aquélla que emerge de los recovecos de la informalidad, que sin abandonar sus raíces
andinas concentradas en torno al sentido espacial y multifuncional de “la Cancha”,
adopta un marco más urbano, mediante la creativa disposición de galpones, casetas y
kioscos que sustituyen a la antigua “llantucha” campesina. Raudamente el antiguo
espacio ferial campesino se convierte en espacio diversificado, donde es posible
encontrar todo y más de lo que puede ofertar el “centro comercial” moderno. Sin duda,
ya en los años 50, comienzan a cobrar fisonomía y a competir entre sí, las dos formas de
organizar la ciudad: la alternativa moderna-occidental y la alternativa andina que a su
modo también intenta renovarse. Una nueva descripción refrendaba esta impresión:
Al presente -la ciudad- se ha hecho más extensa, más variada, ya sea en la construcción de sus
edificios como por los parajes verdes que van extendiéndose a lo largo de la ciudad; admiramos
al Norte poblaciones nuevas: Cala Cala, Mayorazgo, Temporal, Tupuraya, Muyurina y la
Recoleta; al Sur, Villa Las Delicias, Villa Santa Cruz; al Este, Barrio Ferroviario, la
Universidad, 9 de Abril; al Oeste, Villa Galindo, Montenegro(...) Su comercio en día de feria es
algo fantástico, el mercado repleto de artículos preciosos, juguetes, artículos de toda índole, de
trópicos, subtrópicos y frígidos: la papa, cereales, hortalizas, legumbres, frutas variadísimas
fragantes, colocadas con bastante arte y gusto en los puestos de venta (...) también nos atrae a
la vista los comedores populares bien presentados, luciendo sus ricos y sabrosos platos (...)
donde también las campesinas de vistosas polleras, morenas y rubias, gozando del ambiente
democrático se sirven los ricos picantes, en medio de multitud de gente, sorbiendo la rica
chicha, bebida típica del valle, saboreando la característica llajua aderezada con fragante
quilquiña que solo la mano cochabambina prepara con tan rico sabor sin rival en el mundo
(Juan José Echalar: “Cochabamba, un hermoso valle de Bolivia”, Prensa Libre,
10 de enero de 1964).
¿La ciudad ha progresado o sigue manteniendo su fisonomía de hace cincuenta años o más? Sin
pecar de optimistas o pesimistas, la perspectiva general nos muestra la ciudad más extendida en
dirección a los cuatro puntos cardinales, con una mayoría de edificios vetustos, calles y
avenidas sin asfalto(...) Son limitadas las zonas donde debido al esfuerzo y a la iniciativa
privada se han erigido confortables y modernos edificios, que si no cambian fundamentalmente,
disimulan la semblanza de una población sumergida en el abandono y que más parece una gran
aldea que una metrópoli moderna (...) ¡Que vivo testimonio de nuestro subdesarrollo! Fuera de
los contados barrios residenciales circunscritos al Norte y en alguna medida al Este y al Oeste,
el atraso y la miseria son patéticos. Profusión de viviendas ruinosas, sin agua, luz eléctrica ni
alcantarillado(...) y pensar que cincuenta años no han sido suficientes para modernizar la
ciudad cuyas principales calles tienen cubierto de asfalto escasamente 10 cuadras, a lo sumo, a
la redonda de la histórica Plaza de Armas. Aún dentro del denominado casco viejo, las calles se
conservan igual o peor que en los años de 1910 a 1920. La zona Sud, cada día más extendida,
mantiene su apariencia invariable de la época en que por primera vez ingresó el ferrocarril de
Oruro. Los pocos parques y zonas verdes de recreo conservadas no con la pulcritud y el esmero
que sería de esperar (...) Últimamente la vigencia de la Reforma Agraria agudizó el problema
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Los "nuevos ricos" no se plantearon nunca modernizar la aldea de donde surgieron, sino
"escalar" posiciones sociales, y una de ellas, la de mayor efecto y prestigio era: "irse a
vivir a la zona Norte", que ya no era vista como la ciudad de los otros, sino como el
novedoso universo hacia donde se proyectaban sus propias aspiraciones. Los barrios
residenciales que debían convertirse en espacios de exclusividad social de las elites
extinguidas, se volvieron mestizos, a tal punto que la arquitectura residencial se vuelve
ecléctica, siguiendo las pautas del cuerpo social que la promovía. Por ello, la imagen
urbana resultante, combinaba con naturalidad el chalet con la popular "media agua" y
las "casitas funcionales" de los primeros planes habitacionales, en una suerte de
democracia sui generis que todavía hoy se puede observar.
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En los años 70, la realidad de una expansión urbana desordenada y fuera del control
municipal, había creado una situación extremadamente compleja, no solo porque el
Plano Regulador de la ciudad a estas alturas era una simple pieza decorativa, sino por el
cariz social que había tomado este proceso. No se trataba solo de la avidez de los
especuladores y loteadores de tierras, sino de la habilidad de éstos para revestir sus
operaciones ilegales con gruesos mantos de “interés social”, incluso movilizando masas
de ciudadanos reclamando “la insensibilidad municipal” por negarse a aprobar y
sancionar flagrantes violaciones a las normas urbanísticas. Arturo Urquidi, uno de los
más insignes rectores de la UMSS, nombrado “Ciudadano meritorio de la Ciudad”,
realizaba la siguiente reflexión:
Certera observación sobre una ciudad que habiendo perdido su base productiva se
convierte en “panteón de elefantes” y produce “tejido adiposo” decantado bajo la forma
de urbanizaciones sin fin, no para albergar laboriosa fuerza de trabajo industrial, sino
innumerable “terciaristas” que solo hacen circular la riqueza, pero no la producen ni
siquiera en mínima proporción. La pronunciada obsolescencia del Plano Regulador, las
frustraciones que sufre el ente municipal en sus intentos de defenderá capa y espada la
visión de ciudad ordenada y funcional que propuso a fines delos años 40 dicho
instrumento técnico, obligan a una entidad cívica, la Junta de la Comunidad de
Cochabamba (JUNCO) a tomar cartas en este problema, intervención que da lugar a
reflexiones importantes:
Las previsiones del Plano Regulador vigente a partir de 1961, han sido rebasadas y
distorsionadas en su concepción por los caóticos asentamientos, muchas veces alentados por los
propios organismos del Gobierno, los que a título de urbanización y vivienda de tipo social, han
fomentado la formación de separados y aislados núcleos de área urbana, ocasionando no solo la
especulación, sino también el desperdicio de tierras aptas para la agricultura, tal es el caso de
las viviendas mineras, gremiales, etc., etc. El alto índice de crecimiento demográfico de la
ciudad de Cochabamba (3,88 %) conlleva la expansión horizontal del área urbana con bajas
densidades (30,55 habitantes/hectárea) localizadas alrededor del casco viejo de la ciudad y
adyacentes. A pesar de esta baja densidad, la concentración de actividades urbanas de la ciudad
en un área educida que no sobrepasa las 50 Ha. circundantes a la plaza principal, ocasiona un
fuerte congestionamiento especialmente en horas de punta. Esta baja densidad con ocupación de
tierras aptas para la agricultura y el desperdicio del suelo urbano por su poco
aprovechamiento, genera altos costos en la dotación de infraestructura (agua, alcantarillado,
pavimentación y transportes), y está en contraposición al congestionamiento de actividades
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Esta cita de tono técnico tiene la virtud de sacar a luz la contradicción esencial que
contenía la estructura urbana, es decir, la permanencia intacta de la vieja estructura
colonial que hacía de la plaza de armas el centro gravitacional del núcleo urbano,
centralidad, que pese a las enormes transformaciones-distorsiones que experimenta la
ciudad mantiene su vigencia. Ello trae consigo simultáneamente la acción de dos
procesos de signo opuesto: por una parte, la acción de fuerzas centrípetas (la
aglomeración y sobreposición de funciones urbanas no residenciales) en un escaso
perímetro (el casco viejo), donde como otrora, encuentran cobijo los poderes del Estado
y la Iglesia, pero también la banca, las empresas privadas diversas, las oficinas
profesionales y un sinfín de medianas y pequeñas actividades de servicios diversos y
comercio al por mayor y menor, todo ello en medio de un aprovechamiento especulativo
de cada metro cuadrado disponible. Ciertamente las viejas casonas solo se demuelen “in
extremis” cuando su vetustez va en desmedro de su capacidad de renta, entonces el
terreno se convierte en estacionamiento en espera de una futura inversión para edificar
una torre de funciones múltiples pero todas ellas calculadas para arrojar rentas máximas.
Por otro lado, la acción de fuerzas centrífugas, que operan bajo un modelo de función
residencial horizontal y disperso. A partir de los años 60, el imaginario de casa propia es
la vivienda aislada en medio de un generoso lote ajardinado, lo que arroja las bajas
densidades que preocupaban a JUNCO; la lógica mercantil de este proceso, es que una
antigua hacienda que se urbaniza valoriza las tierras no urbanizadas que quedan en su
entorno, las mismas que al poco tiempo ingresan a la dinámica de convertirse en lotes
de un tejido urbano insaciable en su afán de devorar las antiguas maicas y las mejores
tierras de cultivo. Lo peor, si bien las nuevas urbanizaciones relativamente cercanas al
casco viejo reciben los beneficios de la infraestructura básica y los servicios urbanos; es
la extensa periferia, sin esperanza de recibir ningún servicio público, la que invade áreas
municipales, escala serranías abruptas, engulle áreas agrícolas, y rápidamente toma la
fisonomía de un gigantesco campamento minero de habitaciones en hilera, hechas de
barro y techos de calamina, largadas de la mano de Dios y condenadas a depender de
aguateros especuladores y autoresolver otras necesidades básicas.
A fines del siglo XX, Cochabamba, exceptuando la persistencia del modelo colonial
concéntrico, con la plaza 14 de Septiembre como una especie de centro gravitario de un
cuerpo adiposo y sin forma definida, ya es irreconocible respecto a cualquier
descripción que se hizo de ella antes de la década de 1970. Es decir, no solo ha saturado
todo el espacio urbano que le concedió el Plano Regulador de 1949 (elevado a rango de
ley en 1961), sino incluso ha consumido gran parte del espacio generoso que le propuso
el Plan Director de 1980. La ciudad literalmente se ha desparramado a lo largo del Valle
Central definiendo ejes de conurbación con Quillacollo-Vinto-Sipe Sipe, Sacaba-
Colomi, Tiquipaya y Valle Hermoso-Santa Vera Cruz, con tendencia a seguir
expandiéndose hacia la Angostura y más.
Pero hagamos un alto que nos permita comparar muy rápidamente cómo reaccionó la
ciudad al impacto de las novedades tecnológicas de la primera mitad del siglo XX, en
comparación con lo que ocurre actualmente. Bajo el impacto de innovaciones tan
profundas o más que las actuales, como las que significaron la irrupción de la energía
eléctrica, los tranvías, el tren, el ferrocarril del valle, los automotores, la radio, el cine,
etc. en medio de una sociedad ultramontana que había hecho suyas, para marcar
distancia con las libertades que contempló asombrado D’Orbigny, la estricta moral
colonial tanto en el seno de la familia como en la vida pública. Empuñando este arsenal,
las elites urbanas, desde la segunda mitad del siglo XIX comenzaron a recuperar el
espacio público como espacio representativo del poder de las elites. Sin embargo, no se
puede hablar de un retorno a los tiempos de Viedma y menos de una ruptura absoluta,
de una segmentación social y cultural secante entre dichas elites urbanas de
comerciantes y gamonales totalmente empapados de los comportamientos y las modas
importadas de la Europa industrial; y los vallunos aferrados a los gustos de la exquisita
comida cochabambina, a las machujarras y al quechuañol, esto último, como la máxima
concesión que se podía hacer al sector moderno hispanoparlante.
Sin embargo, los impactos de la nueva ola modernizante que trae consigo la
globalización, no tanto en su esfera económica, como en su matriz cultural, no guardan
relación con lo anteriormente relatado. Ahora dichos impactos traen consigo situaciones
más explícitas de fragmentación urbana y segmentación social. La combinación del
avance del neoliberalismo, promoviendo la liquidación del Estado benefactor e
imponiendo el retorno a la economía de mercado, con el progreso de las nuevas
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tecnologías penetrando hasta lo más recóndito de las vidas cotidianas de la gente, han
permitido recrear una ideología de modernidad-posmodernidad donde se entreteje el
liberalismo como modo de vida con las modas internacionales que propagan los canales
digitales de información y comunicación, reproduciendo imaginarios culturales, ahora
si, ajenos a las raíces del terruño:
estratos sociales de clase media/alta tienen la suficiente fuerza como para pasar del sentimiento
moderno o posmoderno a la construcción de un referente material urbano que los represente.
Un burbuja cuya fuerza no está en su dimensión real o en el todavía desprolijo paisaje urbano
que recrea, sino en su capacidad de ignorar el resto urbano, de prescindir de él, de anatemizar
el viejo lugar de encuentro y alteridad, esto es la Cancha, de representarlo como el sitio
antagónico y peligroso para los valores de esta nueva identidad (obra citada: 302).
¿Cómo, en concreto, se recrea esta nueva condición urbana? El recorrido histórico que
hemos realizado, nos permite establecer que los momentos de avance de lo popular
como un valor universalmente aceptado, o en el peor de los casos, tolerado por el grueso
de la ciudadanía, por una parte, y por otra, los avances de los imaginarios
aristocratizantes como reacción a los primeros; se corresponden con similares
momentos de desplazamiento del poder estatal y regional en favor de las llamadas
clases populares o con momentos de avance de las reconstituidas elites que tienen el
poder de neutralizar a los primeros e imponer sus propios valores sobre el conjunto
urbano. En este orden podríamos anotar que el desgaste del neoliberalismo y la
bancarrota de su política de librecambio, abren paso en 2005 a un gobierno inédito: un
representante de los pueblos andinos originarios ocupa la silla presidencial, accediendo
en forma democrática un poderoso movimiento popular a la cima del poder:
Sin embargo, no se repiten las escenas de fiesta popular que culminen con la ocupación
simbólica del territorio de la clase social en retirada. Por el contrario, desde un primer
momento quedan demarcados los ámbitos de despliegue de unos y otros y las tensiones
consiguientes se agudizan. Se tolera que el antiguo centro urbano y amplias zonas de la ciudad
sean ganadas por la economía informal, que la plaza principal, e incluso en cierta medida el
Prado, pierdan su carácter de centros y símbolos del poder local y regional; pero no se tolera
que el nuevo centro de la Recoleta y en general la zona Norte (Cala Cala y Queru Queru) sean
importunados por el fortalecido proceso de cambio que anuncia el nuevo gobierno. Se
establecen nuevas fronteras y sin duda, no resulta casual que el 11 de Enero de 2006 se
enfrenten en forma cruenta y salvaje dos facciones irreconciliables, unos defendiendo el
territorio que contiene la materialización de los imaginarios modernistas y otro intentando
acabar con este espacio de exclusión. Por primera vez la ciudad contempla una confrontación
directa entre grupos socialmente antagónicos, expresando este infausto episodio la profundidad
de la segmentación social y cultural existente, ahora acompañada de una agudización de la
fragmentación del espacio urbano (Obra citada: 304).
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Esta ruptura no es solo formal, sino además funcional. Por primera vez en la historia de
la ciudad, un núcleo urbano importante de la misma puede prescindir de la Cancha,
puede reclamarse autónomo respecto al resto de la ciudad en relación a la satisfacción
de sus necesidades de abastecimiento, el acceso a las fuentes de trabajo, a satisfacer sus
necesidades de consumo de todo tipo, incluso a satisfacer sus necesidades
recreacionales dentro de una amplia variedad de opciones. Es posible vivir en las
urbanizaciones cerradas y los barrios articulados al nuevo centro de la Recoleta,
ignorando por completo al desvencijado casco viejo y a la peligrosa zona Sur, algo
inimaginable hace pocas décadas atrás2.
En cierta forma la nueva frontera entre el mundo urbano, todavía apegado a la tradición
y sus viejas prácticas y el mundo urbano emergente de los llamados ciudadanos globales
que se conectan mejor, en términos virtuales e incluso reales con los grandes centros
internacionales de la vida posmoderna, que con los parajes indeseables de la ciudad de
los otros, los pre-modernos andinos; si bien no tiene la explicites que definía en otros
tiempos la mencionada Avenida Aroma, tiene sus hitos simbólicos: uno de ellos sin
duda la Plaza de las Banderas, otro, tal vez el Cine Center.
situaciones imprevistas como la emergencia de una nueva elite que trata de saltar de las
formas feriales de comercialización de mercancías baratas hacia nuevas modalidades
modernas de expansión comercial. Se podría adelantar la hipótesis de que “la
aristocracia” del comerciantado de la zona Sur desea disputarle a las elites del Norte la
capacidad de materializar la nueva estética de la globalización y proponer a su manera
un otro nuevo centro con las mismas ofertas de exclusividad y marca pero más apegado
a la sensibilidad y a las maneras de los usuarios quechua-mestizos. Un indicador
preciso de estas nuevas emergencias, es la proliferación casi epidémica, de edificios de
diseño posmoderno y galerías comerciales lujosas en sitios próximos al comercio ferial
como el final Sur de calle Esteban Arze y aledaños o el Supermall de la Avenida Blanco
Galindo. Realmente estas son singularidades que desafían las finas argumentaciones de
los teóricos del urbanismo en tiempos de globalización.
Para concluir, se puede trazar un esbozo de las nuevas lógicas espaciales que
caracterizan la construcción social de la metrópolis que ejercitan los cochabambinos en
la actualidad: los espacios conurbados han abandonado en gran medida su antigua
fisonomía aldeana y combinan en infinitas alternativas, las maneras formales e
informales de reproducir su economía. La Cancha ya no es el faro que orienta a la gran
masa de consumidores urbanos, ahora estos, aunque todavía en forma incipiente, se
dividen entre consumidores de los gustos globales que se encuentran en los
supermercados y shoppings y los clasemedieros conservadores y otros estratos de
menores recursos, que siguen frecuentando los centros de abasto tradicionales. La plaza
14 de Septiembre y aledaños, tiende a convertirse en recinto de actividades comerciales
de cuño conservador en contraposición con la emergente Recoleta y otros sitios de las
zonas Norte, Este y Oeste donde se concentra la clase empresarial emprendedora y
postmoderna. Todavía en un nuevo contraste con lo anterior, emerge un comerciantado,
hasta hace poco informal, que ha adoptado, a su manera, ropajes posmodernos y erige
un nuevo centro sui generis en la zona Sur, es decir, la feria de estilo persa que trajo
consigo la Revolución Nacional ahora se acomoda a los gustos postmodernos. Esta es la
fascinante dinámica de la metrópolis cochabambina, donde los llajtamasis no dejan de
hacer de las suyas en forma creativa.
Bibliografía consultada
Guzmán, Luis Felipe (1899), “Ligero Bosquejo Geográfico y Estadístico del Departamento de
Cochabamba”, El Heraldo, 25/06/1889, Cochabamba.
Otero, Gustavo Adolfo (1979), “La vida social en el coloniaje”, Editorial Juventud, La Paz.
Solares, Humberto; Rodríguez, Gustavo y Zabala, Lourdes (2009), “Vivir divididos”, PIEB, La Paz.
Waldman, Adrian (2008), “El habitus camba”, Editorial El País, Santa Cruz.
Wright, Maria Robinson (1910), “Bolivia, el camino central de Sur América, una tierra
de ricos recursos y variado interés”, Paris.