01 - Votos Letales - Rachel RP

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Título: Votos letales

©Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en las leyes, queda rigurosamente
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procedimiento, sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros, así como la distribución
de ejemplares mediante alquiler o préstamo público. La infracción de los derechos mencionados puede
ser constituida de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del código penal).
©RachelRP

Primera edición: 2024

Diseño de cubierta: Luce G. Monzant

Maquetación: RachelRP

Corrección: Nia Rincón

Los personajes, eventos y sucesos presentados en esta obra son ficticios. Cualquier semejanza con
personas vivas o desaparecidas es pura coincidencia.

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Capítulo 1
Seren
Ser mujer en la mafia es complicado, sobre todo si
hablamos de la tradicional, la que no ha cambiado en
décadas, la que todavía cree que los hombres son el centro
del universo y nosotras estamos para sacarles brillo a la
punta de su…
En fin, puede que sea así el mundo en el que me he
criado, pero no lo será en el que lo hagan mis hijos e hijas,
si es que llego a tener. Todavía no tengo claro que la
maternidad sea para mí, y menos si no puedo cambiar las
cosas.
Me levanto con cuidado para no resbalarme con la sangre
del hombre al que acabo de diseccionar. Siempre me ha
llamado la atención el interior de los cuerpos humanos,
todos son iguales a simple vista. Los órganos en el mismo
sitio, los músculos en los lugares adecuados… Lo que los
diferencia es el tono de rojo de su sangre. Sí, a simple vista
parecen todos iguales, pero no lo son, los que no tienen
alma, o es tan negra que no puede ser posible que esté
viva, tienen una de un tono más oscuro. Como si eso dejara
ver lo podridos que estaban.
Como este que tengo aquí delante. Sabino Vilare. Un ser
cruel que no solo maltrataba a su mujer, también lo hacía
con las prostitutas a las que adiestraba para mi padre.
—Seren.
La voz de mi hermana hace que me gire y le sonría. Me
llevo apenas dos años con ella y es mi mejor amiga.
—Ya he acabado —le cuento mientras me hago a un lado
y trato de no mancharme demasiado el mono de la moto.
—¿Aún sigues con tus teorías del alma? —pregunta Ori,
mirando el pequeño corte en mi mano.
Asiento y ella rueda los ojos.
No me juzga, no me trata de loca, aunque probablemente
alguna conexión en mi cerebro falle. Ella solo se preocupa
de que la cosa no vaya a más.
—¿Y cuál es el resultado? —inquiere, curiosa.
Me agacho de nuevo y pongo la mano al lado del pecho
abierto de Sabino. Mi sangre es de un tono rojo brillante
mientras que la de él es más oscuro.
—Bien, sigues teniendo opciones de ir al cielo —se burla
mi hermana, y le saco la lengua.
Sé que le preocupa que me haga estos cortes para
comparar el tono, pero tengo miedo de convertirme en uno
de ellos, uno de estos seres sin alma que han perdido el
corazón.
Puede sonar algo loco teniendo en cuenta que el cuerpo
que tengo a mis pies ha muerto por mis manos, pero
siempre hay una razón por la que hago que mi escalpelo
trabaje con precisión. En este caso, ha sido por el bebé que
nunca nacerá debido a la paliza que le dio a su mujer. Con
suerte, podrá volver a tener un marido y, con mucha más
suerte, podrá decidir quién quiere que sea.
—Nos vamos —murmuro, mirando el reloj. Es medianoche
y los guardias de casa van a cambiar, es nuestro momento
para entrar sin ser vistas.
Me subo a mi moto y Oriana a la suya. Nos ponemos los
cascos antes de salir del almacén abandonado. No hay
cámaras por aquí, aun así, usamos varios vehículos para
llegar a casa, y aprovechamos el trayecto del coche para
cambiarnos por ropa de fiesta. Si nos llegan a pillar diremos
que nos hemos escapado a una discoteca, en la cual hay un
par de chicas muy parecidas a nosotras y con la misma ropa
que llevamos ahora. No hay nada que el dinero no pueda
comprar, incluso a tu propia doble.
Logro meterme en la cama sin ser descubierta, Ori
también. Todas dormimos en la misma planta, la segunda.
Mi padre ocupa toda la tercera. Allí tiene su despacho y sus
habitaciones. Tiene varias porque trae a más de una mujer
haciéndole creer que es la única. Estúpidas ilusas, solo
hacen falta un par de neuronas para ver que, si un hombre
de cincuenta quiere acostarse contigo a escondidas y tienes
la edad de su hija menor, no es para hacerte su esposa
precisamente.
La mañana llega pronto, y cuando suena el despertador
quiero apagarlo y seguir durmiendo. El bajón de adrenalina
me deja muerta. Sin embargo, hoy no puedo holgazanear,
tengo un lugar al que ir antes de comer con mi padre.
Me levanto y reviso el corte de mi mano. Es poco profundo
y pequeño, una tirita bastará. Si alguien pregunta puede
pasar por un accidente de cocina. Sí, estoy aprendiendo a
ser una buena mujer porque dentro de un mes es el
cumpleaños de Fiorella; eso significa que la búsqueda de mi
marido empezará.
Me visto y salgo sin desayunar. Me detengo con mi Mini en
una pastelería que mi madre adoraba y cojo algunos dulces,
además de un batido de fresa para llevar.
Hoy el sol brilla y disfruto de la primavera, que ya
comienza a hacer que el paisaje de Palermo se vuelva verde
y los cielos azules. Al llegar al cementerio de Sant'Orsola,
aparco y cojo la bolsa de dulces. Me dirijo directa a la tumba
de mi madre, aunque no sin antes pasar por la de varias
mujeres de hombres de la mafia que, como ella, fueron
relegadas a este cementerio y no al de Santa Maria di Gesù
ya que murieron jóvenes.
Cuando por fin me siento a un lado de la lápida, respiro
hondo. Los pájaros cantan y la marcha del fresco del
invierno nos ha dejado una brisa más cálida que me gusta
disfrutar. Los días así me gusta estar al aire libre. Todavía no
hace demasiado calor y puedes estar con una camiseta de
manga larga fina sin pasar frío.
—Hola, mamá, sé que ha pasado un tiempo, pero he
estado ocupada —comienzo a decir mientras saco de mi
bolso de diseñador un inhibidor de señales.
No sería la primera vez que la Policía consigue
información debido a micrófonos puestos sin escrúpulos en
lugares santos como este.
—Hemos logrado liberar a otra más. Esta vez me ha
venido bien que un tarado que trae a la Policía de cabeza
asesinara con cuchillo; cuando encuentren el cadáver, todo
apuntará hacia él.
Saco un cannoli y le doy un bocado. Me limpio con la
servilleta marrón que hay dentro de la bolsa y le doy un
sorbo a mi batido.
—Hoy papá quiere hablar conmigo, y sé que me va a decir
que queda un mes para empezar a buscarme marido.
Sabes, me da un poco de rabia que, sabiendo la tradición
que pesa en las mujeres de nuestra familia, decidieras tener
cuatro hijas.
—Es precisamente por eso que lo hizo —escucho tras de
mí, y me sobresalto.
Veo a sor Simonetta aparecer por un lateral y le sonrío. Es
una mujer que debe tener al menos cien años, aunque su
agilidad es de una de sesenta y su espíritu de una de
treinta.
—¿A qué te refieres? —le pregunto, y ella mira la bolsa
que tengo en mi regazo.
Sí, sor Simonetta es igual de golosa que yo. Saco otro
cannoli y se lo entrego. Le da un bocado antes de contestar,
porque supongo que para ella el tiempo ya es relativo a esta
edad mientras que para mi generación es todo ahora y ya.
—Tu familia viene de una larga tradición italiana dentro de
la Cosa Nostra. Los Farnese sois parte de esto desde hace
generaciones.
—Lo sé.
Mi padre incluso renunció a su apellido y se puso el de mi
madre, ella se llamaba Amellia Farnese.
—Es difícil ser mujer en nuestro mundo —continúa—, no
podemos elegir con quién casarnos a menos que sea con
Dios.
Su revelación me sorprende, no sabía que sor Simonetta
era miembro de una familia de la mafia. Suponía que estaba
al tanto de que nosotras lo éramos, pero no que ella misma
provenía de una.
—Es por eso que tu madre hizo lo único que se le ocurrió,
tener tantas hijas como pudiera para daros tiempo de
encontrar un camino en vuestra vida. Tú tienes veintiséis, y
gracias a esto has podido disfrutar de seis años más que la
mayoría de tus amigas antes de casarse.
En eso tiene razón. Nunca lo había visto de esa manera.
Mi madre nos compró tiempo, aunque no sé cómo estaba
tan segura de que seríamos todo niñas. Igual simplemente
el destino jugó una mala pasada a mi padre, que buscaba
un varón como descendiente, el cual nunca tuvo.
—¿No hay manera de librarse del matrimonio? —pregunto
esperanzada.
Toda mi vida he sabido que me casaría con alguien
adecuado al que, con suerte, no odiaría, sin embargo, eso
no lo hace mejor. Podría decidir no seguir las normas, pero
eso significaría que estoy fuera de la familia, por lo tanto, la
muerte está asegurada.
Hace años Ori y yo trazamos un plan. Podríamos matar a
nuestro padre, pero no sería suficiente, es probable que con
eso lo único que consiguiéramos es que el capo nos casara
con patanes que quieren nuestro apellido. Así que nuestra
mejor opción es conseguir que nuestros maridos nos apoyen
para hacer caer a mi padre. Sabemos que no será fácil y
que no nos va a gustar lo que tendremos que hacer para
conseguirlo, pero es el único modo de librarnos de él sin que
haya consecuencias sobre nosotras cuatro.
—Tu madre buscó mil formas y ninguna era lo
suficientemente buena como para tomarla en cuenta.
Aunque sí que logró que su padre, tu abuelo, hiciera algo
por ella antes de morir.
—¿El qué?
—Al ver que no iba a tener hijos varones, tu madre
convenció a tu abuelo de que todos los negocios que
manejaba tu padre fueran dados como dote a vuestros
maridos.
—¿Cómo?
Eso no lo había oído jamás.
—Es algo con lo que supongo que tu padre ya cuenta, y
no dudo de que los hombres a los que quiera para vosotras
le sean leales.
Mierda, eso jode nuestros planes.
—Pero no entiendo a qué te refieres exactamente.
—Para evitar que tu padre tuviera hijos y les pusiera el
apellido Farnese sin tener sangre de la familia, tu abuelo le
obligó a firmar un acuerdo por el cual entregaría uno de los
negocios a cada uno de sus yernos. Él seguiría cobrando
una buena cantidad de cada uno, solo que no estaría al
mando. Y dichos negocios pasarían a vuestros hijos varones.
—Joder —murmuro, y sor Simonetta asiente sonriendo.
Seguimos hablando durante un rato, y para cuando me
quiero dar cuenta voy tarde para comer con mi padre. Me
despido y salgo de allí tan rápido como mis tacones me lo
permiten. Cuando entro al coche, lo llamo para hacerle
saber que llego justa.
—Estaré en diez minutos —le aseguro en cuanto
descuelga.
—No me interesa, te dije una hora y no estás —lo dice en
un tono que hace que me estremezca—. Al menos, dentro
de un mes ya no serás mi problema.
—¿Qué quieres decir?
—Que el día del cumpleaños de tu hermana no solo
celebraremos sus veinte, también haré una subasta para
encontrarte un marido.
Capítulo 2
Nicola
Si hay algo que me jode en esta vida es que me tomen
por idiota. Prefiero que me peguen un tiro. Ahora mismo
estoy en Mónaco, detrás de la pista de un gilipollas que ha
pensado por un momento que podía engañarme y salirse
con la suya.
—Está en la mesa de los dados —me indica mi primo
Roma, a mi lado.
Por supuesto que está ahí, es un juego para tontos. No
hay una estrategia ni una forma de ganar más allá de la
suerte.
—Tiene a sus dos guardaespaldas con él —le señalo a mi
primo, y ambos observamos a los tipos que lo acompañan.
«Gorilas» sería la mejor descripción para esos dos. Si algo
he aprendido a lo largo de mi vida es a juzgar a las
personas. El hombre al que persigo es un niño rico que se
ha escondido detrás de los pantalones de su padre toda su
vida. No ha ganado ni un solo euro de los que se gasta y,
por supuesto, no ha hecho nada de provecho en esta vida.
No trabaja, no estudia. Solo va de fiesta en fiesta
provocando incendios que su padre tiene que apagar. Esta
clase de personas se creen intocables. A veces, por
desgracia, lo son. Aunque no para mí. Y a este hoy se le
acaba la suerte.
—El dueño del casino es amigo mío de la universidad —le
explico a Roma mientras seguimos mirando hacia la mesa
de dados—, le he pedido que sea discreto y me ayude a
sacar de aquí a nuestro «amigo».
—Joder, Nico, tienes compañeros en todos lados.
—Hasta en el jodido infierno.
Vemos como una mujer preciosa vestida con el uniforme
del casino se acerca al idiota y le susurra algo al oído. Él
sonríe como si le fueran a comer la polla ahí mismo y no
duda en deshacerse de la rubia de tetas grandes que ha
estado robándole fichas toda la noche sin que se diera
cuenta. Debe haberle sisado al menos cinco mil euros.
—Lo llevan a una de nuestras salas —comenta tras
nosotros Liberto, el dueño del casino.
—Gracias, no me gusta llamar la atención.
—Lo sé. ¿Lo vas a matar? —pregunta, y por mi cara seria
prosigue—. No me quiero meter en tus asuntos, es solo por
llamar al equipo de limpieza que tengo.
Sonrío. Liberto es así de eficaz y discreto.
—Si lo necesito te lo haré saber.
—Bien, a la primera limpieza invita la casa. Las siguientes
llevan un coste. —Me guiña un ojo y asiento.
También es un hacha de los negocios y seguro que su
coste no será accesible a cualquiera.
Nos indica por dónde tenemos que ir para reunirnos con
mi recién estrenado amigo, el cual ahora está en una sala
insonorizada y con sus dos gorilas inconscientes en el suelo.
—¡Estáis muertos! —grita en cuanto Roma y yo entramos
—. No tenéis ni idea de con quién os habéis metido.
Ambos nos reímos, lo cual hace que la cara de rabia de mi
«amigo» se torne en una mueca de confusión.
—Sé quién eres, quién es tu padre, tu abuelo e incluso tu
bisabuelo —le digo mientras me siento en una mesa
metálica que hay junto a la pared.
Él se queda de pie y da un par de pasos hacia atrás.
—Y tú, ¿sabes quiénes somos? —pregunta mi primo, y la
cara del idiota me dice que no tiene ni idea.
—¿Os manda Giulio? —inquiere, tratando de averiguar por
qué lo estamos reteniendo.
Por lo visto, no somos a los únicos a los que ha cabreado.
—No, me llamo Nicola Baglioni y este es mi primo, Roma
Provenzano. Por la pérdida de color de tu cara creo que
ahora ya sabes quiénes somos.
—Yo… yo… señor Bagli…
—Odio cuando balbucean —murmura Roma—, por favor,
no te vayas a mear encima, es horrible ver a un adulto
hacer eso.
—Siéntate —le ordeno, y como un buen perro lo hace.
Me saco un par de guantes de cuero negro, llevan años
conmigo y su tacto es suave, son cómodos y de gran
calidad, han aguantado decenas de palizas y lucen como el
primer día.
—Mi padre os pagará todo —asegura, y me río.
—He hablado con tu padre, un hombre de negocios
brillante. Está harto de que gastes su dinero y no valgas
para absolutamente nada. Eres un jodido peso muerto.
—Buen juego de palabras —se burla Roma.
—No te va a financiar nada más, así que estás solo en
esto, dime, ¿cómo vas a pagarme los cien mil que me
debes?
Se queda callado y veo que está a punto de ponerse a
llorar. No soporto a los lloricas. Prefiero que me insulten o
que traten de salir de esto mintiendo, al menos eso
demostraría algo de capacidad intelectual.
—Verás lo que va a pasar ahora —comienzo a explicarle—.
Voy a darte una paliza durante cuarenta minutos. Es lo que
he hablado con tu padre. Si lo hago, él me va a dar mi
dinero. Por lo visto, también cree que necesitas aprender
una lección.
—Por suerte para ti, parece quererte porque nos ha
pedido que no te matemos —interviene Roma—, aunque no
ha dicho nada de que no podamos mutilar, ¿no?
—Nop.
Roma y yo sonreímos y el tipo tiembla.
—Puedo pagaros, os lo juro, necesito un poco de tiempo y
os conseguiré el dinero, el doble si queréis.
Miro a mi primo y se encoge de hombros. Lo hemos
investigado y no tiene nada que nos pueda ofrecer que
valga eso. Sus negocios son una mierda mal llevada y todo
lo que posee está a nombre de su padre.
—¿Cómo, exactamente, vas a hacer eso? —pregunto
curioso.
—Me voy a casar, mi futura mujer tiene dinero, es una
Farnese.
Roma y yo nos miramos. Los Farnese son una de las
familias más antiguas de la Cosa Nostra. No los conozco en
persona, pero su reputación les precede, al menos hasta el
actual cabeza de familia, Tullio Farnese. El hombre cambió
su apellido por el de su mujer al casarse, pero eso no te
hace un Farnese de verdad, y lo mal que maneja todo lo
deja claro.
—No veo que estés comprometido en ningún lado —dice
Roma con el móvil en la mano.
Sé que ha revisado la información mientras yo estaba
pensando.
—Todavía no lo estoy, pero lo estaré en un mes, voy a
ganar la subasta.
Las palabras que salen de la boca de este idiota me
confunden hasta un punto que me giro para que no me vea
la cara que debo estar poniendo en este momento.
—Explícate —le exige mi primo.
—En un mes es el cumpleaños de la menor de las cuatro
hermanas, esa misma noche, el señor Farnese va a subastar
la mano de su hija.
—¿En serio? —interrumpo alucinando.
—Solo un grupo selecto está invitado a esa subasta, y yo
soy uno de ellos. Si me das un poco de margen, puedo
ganarla y conseguir tu dinero, incluso podemos ser socios
en un futuro si consigo las armas.
—¿Cómo que si consigues las armas?
Cada vez estoy más confundido con toda esta situación.
Roma, a mi lado, no deja de teclear en su teléfono, no lo
interrumpo, si está así es porque se le ha ocurrido algo.
—Los Farnese dirigen los cuatro grandes negocios: drogas,
armas, prostitución y lavado de dinero —comienza a
explicar, y asiento—. Como no ha tenido hijos varones con
la Farnese de sangre, se decretó que al cumplir la menor de
las hermanas veinte años la mayor debía casarse. Una
mierda patriarcal rara si me preguntas.
—No lo he hecho —gruño.
—La cosa es que no solo es una boda, es una entrega de
poder. Un negocio a cada hombre que se case con una de
las herederas Farnese.
—¿Así que Tullio casa a sus hijas y les da uno de los
negocios a cada uno de sus yernos? —pregunto, tratando de
ver si lo he entendido.
—Sí, él seguirá obteniendo beneficios, pero la siguiente
generación será quien tenga el control. De esta manera se
aseguran de que el negocio se queda en la familia de
sangre.
—Increíble —murmuro mientras asimilo todo lo que acabo
de descubrir.
Uno de los gorilas del suelo parece que comienza a
despertarse y, sin pensarlo, le doy una patada en la cabeza;
golpea la alfombra de nuevo.
—Por eso estoy seguro de que puedo devolverte el dinero
—dice el tipo, esperanzado.
—¿Y cómo estás tan seguro de que vas a ganar la
subasta?
—Porque los otros que están en la lista no tienen tanto
dinero como mi padre, además, Tullio no me conoce y, aun
así, me ha metido en la subasta; está claro que me quiere
en la familia.
—¿En qué piensas, Nico? —pregunta Roma, que me
conoce demasiado bien.
—No sé, quizás deberíamos ir a esa fiesta de cumpleaños.
Mi primo sonríe.
—Suponía que ibas a decir eso y tengo una invitación,
puedo llevarte de acompañante.
—¿Cómo que tienes una invitación?
—Es una de esas mierdas que me mandan por mi apellido,
a pesar de ser la oveja negra, sigo siendo un Provenzano.
Entonces, ¿confirmo que voy con un acompañante?
—No, irás solo, yo tengo mi propia invitación.
—¿Tú?
—Sí, aunque esa noche no seré Nicola Baglioni.
Miro al tipo delante de mí y Roma sonríe, entendiendo
todo.
—Encantado de conocerte, Cesare Almiglio —se burla.
—Oye, ese es mi nombre —se queja el tipo de la silla.
Le doy un puñetazo y comienzan mis cuarenta minutos de
desahogo con él mientras pienso en lo que me voy a poner
para conocer a mi futura mujer.
Capítulo 3
Seren
Me retoco el labial, mi rosa de Esteé Lauder favorito hace
que me sienta poderosa. Miro de arriba abajo la imagen que
me devuelve el espejo y sonrío, hoy es la noche en la que
mi «adorable» padre va a subastarme como si fuera una
vaca, así que tengo que lograr que el ganadero que me
consiga sea un pelele al que pueda manejar.
—Papá va a ganar mucho dinero contigo —suelta Ori
mientras entra en mi habitación seguida de mis otras dos
hermanas.
Nella y Fiore me miran sin entender cómo puedo ser parte
de esto sin quejarme. Ellas no están al tanto de lo que Ori y
yo hemos planeado desde hace años. Mi misión empieza
hoy, buscar un marido al que pueda manipular y esperar a
que Ori haga lo mismo. Después de eso lograremos
hacernos con el control de los negocios, siempre en la
sombra, por supuesto, y acabaremos con nuestro padre
librando así a las pequeñas de tener que atarse a un
hombre que no aman por el resto de sus vidas.
—Estás preciosa —murmura Nella, y le sonrío.
Fiore baja su mirada y sé lo que pasa por su cabeza sin
que tenga que decirlo.
—No es tu culpa, lo sabes, ¿no? —le digo, llegando hasta
ella y haciendo que me mire a los ojos.
—Si yo hubiera hecho algo… quizá hoy…
—No hay nada que puedas hacer, papá simplemente te
habría dejado encerrada, eliminado la parte de celebrar tu
cumpleaños y seguido con la subasta —le aclaro.
Sé que lo sabe, pero también tengo claro que necesita
escucharlo en voz alta.
—Y puede que ocurra un milagro y encuentres al amor de
tu vida, ¿no? —pregunta Fiore, mi romántica literaria
empedernida.
—Puede ser, aunque prefiero que sea él quien se enamore
para poder manejarlo como es debido —me burlo, y Ori me
guiña un ojo.
—Bueno, será mejor que bajemos, ya están todos
esperando a la cumpleañera, y si tienen que venir a
buscarnos…
Nella no termina la frase, pero no es necesario. Si nos
tienen que venir a buscar es probable que la cosa no acabe
bien; para mi padre las apariencias son lo más importante, y
hacerle quedar mal delante de toda la famiglia es
imperdonable.
—Antes que nada, vamos a darte tu regalo —replico
mientras voy a mi armario y saco una caja rosa con un lazo
plateado.
La dejo encima de la cama porque pesa y todas miramos
a Fiore expectantes. Ella se acerca, y cuando abre la tapa
tiene que taparse la boca para no soltar un grito. Es una
edición especial de ACOTAR. No es de las que encuentras en
una librería. Los cinco libros que tiene delante han sido
vueltos a encuadernar con unas tapas mucho más bonitas,
usando las frases favoritas de mi hermana en la
contraportada y con cantos dibujados. Si junta los tres
primeros forman Velaris. No soy fan de la fantasía, sin
embargo, cuando nos habla de ese lugar me encantaría vivir
allí. El cuarto libro tiene símbolos dibujados y en el último
sale su personaje femenino favorito, Nesta.
—¿De dónde habéis sacado esto? —pregunta mi
hermanita pequeña emocionada mientras los mira en
detalle.
—Tengo una amiga que tiene una prima que estudió con
una chica que hace unos vídeos en TikTok de esto —le
explica Nella—, le pedí que nos hiciera algo especial.
—Pues lo ha conseguido —murmura Fiore emocionada.
Abraza los libros contra su pecho y después lo hacemos
todas juntas. Puede que mi madre nos dejara siendo muy
jóvenes y que mi padre sea el mayor cabrón de la historia,
pero si las tengo a ellas, si nos tenemos las cuatro, el
mundo puede arder porque somos invencibles.
Le ayudamos a llevar los ejemplares a su habitación y
bajamos a la fiesta. Todo el mundo nos mira al descender
las escaleras de mármol italiano que tenemos. Somos
cuatro, cada cual más diferente de la anterior.
Yo soy la mayor, llevo un vestido de noche largo, rosa
pastel, con encaje en mi pecho y una abertura en mi pierna.
Mis tacones hacen que mi metro setenta se convierta en
ochenta.
Oriana, sin embargo, luce sus habituales botas militares;
hoy son amarillas, como el patito de goma que cuelga de su
cuello. Quién no la conoce puede pensar que es excéntrica,
las que sí lo hacemos sabemos que el color de sus botas y
sus colgantes de patito dicen mucho de ella. El vestido
negro hasta la rodilla que ha decidido ponerse acentúa sus
curvas y la palidez de su piel en comparación al resto de
nosotras, que tenemos la tez más bien color olivácea.
Brunella ha decidido ponerse sus Converse de Sailor Moon
en honor a la cumpleañera. Sus zapatos siempre están
personalizados y son la envidia de cualquiera con un poco
de buen gusto. Además, sabe cómo combinarlos, como hoy,
que se ha puesto un vestido tipo patinadora blanco con
algunos adornos que le hacen parecer una guerrera Luna.
Y, por último, nuestra pequeña Fiorella. Ella es la más
tímida y, sin embargo, lleva el pelo rosa, como si quisiera
ser el centro de atención. Su vestido es de gasa, no tiene
transparencias, y el azul claro hace que parezca aún más
joven.
Todos nos observan mientras llegamos abajo, somos parte
de la realeza italiana, al menos de la mafia, y eso se nota
incluso en la forma en la que andamos. Aunque hay un
detalle que nos hace algo diferentes al resto de hijas
italianas que hay aquí: nuestros tatuajes.
Decidimos hacernos los que quisiéramos, marcar nuestro
cuerpo, y todas a la vez porque nuestro padre iba a volverse
loco sin duda. Fue una forma de demostrar que éramos
dueñas de nuestro cuerpo. Eso hizo que nuestro progenitor
nos dejara sin comer tres días, encerradas en el sótano,
pero valió la pena cada jodido segundo solo por verle la
cara. Estoy segura de que estuvo a punto de tener un
infarto. Lástima que se quedara a las puertas.
—Serenella —me llama mi padre mientras reviso que no
se ve ninguno de ellos, por respeto y por evitar una paliza a
puerta cerrada; esta noche los hemos maquillado.
Me separo de mis hermanas y voy hacia él. Está con un
grupo de tres hombres que me miran como si fuera parte
del menú de un restaurante.
—Quiero presentarte a…
Desconecto porque sé quiénes son y no me interesan.
Están aquí para la subasta. A pesar de que sé sus nombres,
los miro y en mi cabeza aparecen otros: ojos de pato es el
que se relame mirándome de arriba abajo; luego está
dientes torcidos, que trata de ocultarlos poniendo su mano
delante para hablar; y, por último, viejo verde, que debe
tener la edad de mi padre. Aunque no es solo por el hecho
de que creen que me van a poder ganar como a una vaca
en día de mercado por lo que no estoy atenta. No, ha
entrado un hombre, uno que no he visto jamás y que me
llama la atención. Ojos grises, piel morena, alto como para
sacarme algunos centímetros a pesar de mis tacones y unos
tatuajes que asoman por su cuello que me hacen imaginar
qué es lo que oculta esa camisa hecha a medida que lleva
puesta.
Su mirada y la mía se conectan. No sonríe, sin embargo,
provoca que se me acelere el corazón cuando pone rumbo
hacia donde estamos. Trago al ver que ladea la cabeza, y
por un segundo, cuando su mirada se desvía hacia mi
padre, creo que veo el odio escrito en sus ojos.
—Señor Farnese.
Tiende su mano y me percato de que no va solo, a su lado
hay un tipo de su altura, con ojos azul tormenta, piel clara y
una sonrisa burlona en su cara.
—Creo que no tengo el gusto de conocerle —dice papá.
Me centro en el tipo intenso de mirada gris y veo que el
traje le queda perfecto en su cuerpo. Por un instante
imagino cómo debe verse sin él, y me muerdo la lengua
para volver al mundo real. Joder, necesito echar un polvo
con urgencia.
—Soy Cesare Almiglio —se presenta, y yo alzo una ceja
porque sé que está mintiendo.
He estudiado a todos los hombres que venían hoy, al
menos a los posibles candidatos a ser mi futuro marido para
encontrar al más adecuado para mis planes, y puedo
asegurar que este no es Cesare.
Decido callarme la información porque puede que me
sirva para algo. Y si la gente de seguridad es tan estúpida
como para no haberlo detectado, no es mi problema. Mi
padre le estrecha la mano y le dice que a su padre sí que lo
conoce. El falso Cesare sonríe y no dice nada, como si no
quisiera que la mentira fuera mayor de lo que ya lo es.
El ojos de pato me invita a bailar y mi padre acepta por
mí. No tengo voz ni voto, solo unas ganas tremendas de
sacar un cuchillo y rajarlo de arriba abajo para ver si por
dentro es humano o un pato.
Cuando acabo y vuelvo junto a papá, el viejo verde decide
que es su turno. Este es menos respetuoso y trata de tocar
más de lo que debe.
—Si tu mano baja un milímetro más, voy a cortarte la
polla y metértela por la garganta mientras duermes —le
susurro con dulzura y una sonrisa dedicada a todos los que
están observándonos.
El viejo verde me mira indignado, pero no dice nada. Creo
que es del tipo de hombre que se acobarda en las distancias
cortas, pero capaz de tomar represalias y atacar por la
espalda.
Cuando vuelvo de mi segundo baile, tengo claro que
dientes torcidos va a querer también uno. Respiro hondo
para que la frustración no se me note demasiado. Mi padre
fue específico en cuanto a la música, todo debían ser
canciones lentas; «bailables», dijo él. Ahora entiendo el
motivo.
Miro al tipo que va a soltar lo que yo ya sé cuando noto
una mano en mi espalda baja y un olor a perfume de
hombre que me deja paralizada.
—Si no os importa, voy a bailar esta con la señorita —
suelta el falso Cesare, y veo a mi padre sonreír.
El brillo en sus ojos me dice que este tipo es al que él
quiere de yerno, por lo tanto, se convierte en mi peor
enemigo en estos momentos.
Lo acompaño a la pista de baile y cuando empezamos a
movernos trato de no pensar en la mano que rodea mi
cuerpo y descansa en mi cintura. Estamos cara a cara, él
baja un poco la vista y sonríe con autosuficiencia. Me acerca
un poco más, noto su cuerpo duro, y no hablo solo del
tronco superior.
—Espero que eso sea el móvil —me burlo.
—¿Y si no es el caso? —contesta él divertido.
—Entonces tendría que advertirte que no pienso dejar que
me toques ni con un puntero láser.
El falso Cesare me mira durante un instante y luego baja
su boca hasta mi oído para contestar.
—Tengo intención de tocarte, aunque la punta que use no
será la de un láser precisamente.
Capítulo 4
Nicola
Noto el cuerpo de Seren estremecerse entre mis manos, y
si no fuera porque estamos en medio del salón de su casa
con toda la famiglia mirando, la echaría sobre mi hombro y
me la llevaría al primer sitio con puerta que encontrara
porque esta mujer es de las que se disfrutan y no se
comparten.
—Estás encantado de conocerte, ¿verdad? —contrataca, y
sus ojos color ámbar se tornan brillantes por la rabia que le
recorre.
—Sí, soy jodidamente bueno.
—¿En qué?
—En todo.
Rueda los ojos y nos hago girar mientras escucho como la
canción está a punto de acabarse, lo cual me molesta.
—Quiero que sepas que, si nos casamos, podrás tener
todos los zapatos rosas que quieras —le aseguro—. También
pondremos una persona en cocina que se dedique a hacerte
los batidos de fresa que tú quieras.
Me mira y me evalúa durante un minuto antes de
contestar.
—No eres el único que sabe cosas —suelta de forma
críptica.
—¿Algo que quieras decirme?
—No creas ni por un minuto que vas a conseguir mi mano
en matrimonio.
—Ya veo, ¿también estás encantada de conocerte? —Le
tiro de vuelta la misma pregunta y ella sonríe mientras los
últimos acordes de la canción suenan.
—Por supuesto, soy jodidamente buena.
No me da tiempo a preguntar en qué cuando ella se da la
vuelta y regresa junto a su padre, que ahora está con un
tipo que, según Roma, es uno de los candidatos a llevarse el
premio.
Miro a Seren y he de reconocer que es espectacular.
Aunque cuanto más la observo más me doy cuenta de que
está haciendo un papel. Ahora mismo se comporta como
una mujer dulce, inocente, de las que se ríen por tonterías y
se ruborizan por los halagos que recibe. No la he oído decir
una mala palabra en toda la noche, ni tampoco he visto el
brillo en sus ojos.
—¿En qué piensas? —pregunta Roma a mi lado, bebiendo
algo rosa con una aceituna dentro.
—Creo que esta mujer es más compleja de lo que
pensaba.
Cuando mi primo no dice nada, lo miro y veo que enarca
las cejas con una sonrisa.
—¿Saco el violín y toco canciones de amor?
Le doy un codazo por idiota.
—Aquí nadie habla de amor, esto es una transacción —le
dejo claro.
—Bueno, no hace falta que te enamores, pero reconoce
que, si tienes que casarte, mejor con alguien entretenido y
no con uno de los muchos floreros que hay en esta fiesta. Al
menos tres madres me han acosado cuando han sabido
quién era.
—¿No ha venido nadie de tu familia?
—Nop, supongo que al confirmarles que vendríamos
nosotros no han querido hacer acto de presencia.
Roma es mi primo y mejor amigo, sin embargo, el que yo
sea un bastardo me convierte en mierda en los zapatos para
los elitistas de mis tíos. Ellos trataron de separarnos, pero
mi primo tiene cerebro propio desde casi que nació y
siempre les ha dejado claro que, si le hacen escoger, yo soy
más familia. Lo cual agradezco, aunque me da pena que ni
sus padres ni sus hermanos valoren lo que tienen. Está
jodido de la cabeza, de eso no hay duda, pero es leal hasta
la muerte y para mí es mi hermano.
Para cuando cantan y soplan las velas, todavía no he
logrado acercarme a Farnese para hablar a solas. Quiero
hacerlo antes de la subasta para ver las posibilidades reales
y qué negocio es el que está dando con la mano de su hija.
Dicen que el de armas, pero hasta que no lo diga él no voy a
creerlo. Si no me interesa no voy a casarme, al menos no
con esta, puedo esperar a las siguientes.
—Señor Almiglio —dicen a mi lado, y Roma tiene que
darme un codazo para que me dé cuenta de que es a mí a
quien hablan.
Me giro y veo a Tullio Farnese junto a Seren, él sonríe y
ella está seria, como si la llevasen al matadero.
—Vamos a pasar a la parte de los negocios —continúa el
hombre, señalando una sala en la que veo que entran los
hombres que van a pretender a la hija de Farnese. Ahora
entiendo su cara.
—Gracias por venir a buscarme, he tratado de hablar con
usted toda la noche, pero es un hombre ocupado.
—Sí, estos eventos son un poco estresantes —contesta.
—Quería saber cuáles van a ser los términos en los que se
llevará a cabo este negocio —prosigo mirando a Seren, que
vuelve a tener el brillo asesino en sus ojos.
—Tal y como hablé con tu padre… ¿Te dijo lo que
comentamos?
Me quedo callado y es ahora ella quien interviene.
—No creo que sepa de lo que le hablas, papá, teniendo en
cuenta que no es Cesare Almiglio.
Vaya, vaya, parece que no soy el único que ha hecho los
deberes. Eso, lejos de cabrearme, me divierte.
Tullio Farnese me mira conmocionado por lo que acaba de
decir su hija, y sé que tengo solo unos segundos para
convencerlo de que soy un buen partido. También sé que el
tipo de hombre que es, y eso me lo pone muy fácil.
—Tiene razón su hija, es lo que quería comentarle, no soy
Cesare, mi nombre es Nicola Baglioni.
Por la mirada que me da, sabe perfectamente quién soy,
aunque no nos hayan presentado nunca. Nuestros territorios
están separados, pero mi fama no conoce fronteras.
—¿Qué quieres? —pregunta sin rodeos.
—Convertirme en usted —contesto, pareciendo honesto—.
Desde que me inicié en la famiglia he tenido como objetivo
ser la mitad de bueno de lo que es usted.
—Tutéame —me pide, y sé que voy por buen camino.
—Gracias. Como te iba diciendo, eres un ejemplo a seguir.
Tienes una mente brillante para los negocios y has
conseguido llevar a los Farnese al siguiente nivel.
Veo en la expresión de su cara que está adorando cada
una de mis palabras y, por ello, sigo dorándole la píldora. Le
cuento lo fabuloso que ha sido en algunos trabajos y cómo
de impresionados están todos en mi organización. Mierda
pura, pero se la cree.
—Es por eso que me he atrevido a quitarle el puesto a
Cesare. Es un hombre que debe dinero, no tiene provecho
alguno y su capacidad intelectual equivale a la de un niño
de tres años. Hubiera sido una vergüenza para ti que
siquiera tuviera acceso a ser parte de tu familia.
Tullio me mira y asiente, casi me da las gracias. Echo un
vistazo a Seren, que me observa con cara de que no se
traga nada de lo que le he dicho, y así se lo hace saber a su
padre.
—Está mintiendo, no le vas a creer, ¿verdad?
Sé que este es el momento de dar la estocada final y,
aunque no me gusta cómo voy a hablar ahora mismo, tengo
que hacerlo.
—Si me permites —le digo a Tullio, que asiente expectante
mientras me dirijo a Seren—. Creo que deberías saber
comportarte delante de un hombre, y más uno como tu
padre. Por supuesto que es cierto todo lo que he dicho y
más, y el solo hecho de que siquiera sugieras que no es así
hace que me pique la mano.
Los ojos de Seren se abren, está horrorizada por lo que
acabo de insinuar; si me conociera sabría que jamás le he
puesto ni le pondré una mano encima a una mujer, sin
embargo, sé que Tullio sí es ese tipo de hombre.
—Respeta a tu padre —concluyo, y miro a Tullio—. Espero
que el hombre que gane su mano sepa hacerla entender
que lo único que puede sentir hacia ti es respeto y
admiración, como hago yo.
Tullio se queda en silencio mirando entre su hija y yo, tras
unos segundos sonríe de una forma extraña y asiente
levemente.
—Creo que te has ganado un puesto ahí dentro, vayamos
para ver si también ganas un puesto en mi familia.
No me pasa desapercibida la forma en la que agarra el
brazo de su hija. Lo hace fuerte, y seguro que van a
quedarle marcas. Quiero sacar mi cuchillo y cortarle cada
uno de sus dedos, pero eso arruinaría mis planes. Así que lo
dejo pasar, de momento.
—Respira hondo —susurra mi primo, que me conoce
demasiado bien.
Seguimos a Tullio hasta un salón, donde me encuentro con
otros cinco hombres más. Todos de la Cosa Nostra. Las
puertas se cierran tras nosotros y veo que Tullio sube a su
hija a una especie de mesa baja. Tienen que ayudarla
porque con el vestido que lleva no puede.
—Bien, todos sabemos para lo que hemos venido esta
noche —comienza—. Esta es mi hija, Serenella Farnese. Es
una mujer guapa e inteligente, habla tres idiomas y será
una buena madre, se ha encargado de criar a sus hermanas
desde que mi esposa falleció.
Todos asienten y murmuran. Miro a Seren y espero
encontrarla avergonzada, está siendo tratada por su padre
como si fuera mercancía, como si hablaran de una vaca que
da buena leche y terneros. Lejos de verla humillada, la hallo
observándonos a todos a los ojos, con el desafío en su
mirada de que no va a ser fácil, la barbilla en alto y la pose
de una reina.
—Empezaremos la subasta en doscientos mil euros —dice
Tullio, y comienzan a subir de mil en mil, como si no valiera
la pena por lo que pagan.
Permanezco callado, esperando a que poco a poco entre
ellos vayan eliminándose al subir a cantidades que no
pueden permitirse. Roma, a mi lado, tiene los puños
cerrados, como yo. Ambos estamos haciendo lo posible por
no reventar a todos esos gilipollas que la miran de cerca
casi salivando y haciendo comentarios obscenos sobre lo
que le harán en la noche de bodas.
—Bueno, veo que no todos se están animando —suelta
Tullio, mirando en mi dirección—, será que no tienen claro
aún lo que se llevan.
Se gira hacia su hija, y lo siguiente que dice hace que eche
mi mano a la pistola, que llevo en la cadera.
—No voy a hacerlo —gruñe Seren desde encima de la mesa.
—No te lo estoy preguntando, Serenella, quítate ahora
mismo el vestido y muéstrales qué es lo que se llevarán a
casa.
Capítulo 5
Seren
Necesito respirar muy hondo para no darle un puñetazo a
mi padre ahora mismo, pero sé que eso es firmar mi
sentencia de muerte. Él jamás me perdonaría una afrenta
así delante de estos hombres, y lo peor es que la muerte no
sería rápida; conociéndolo, es probable que dejara a esta
panda de babosos tenerme antes de acabar conmigo.
—Tullio —escucho al falso Cesare interrumpir mi casi
asesinato—. No creo que sea necesario que tu hija se
muestre.
—No lo será para ti, yo quiero verla —dice ojos de pato.
—Y yo —se suma viejo verde.
El resto asiente, como si el hecho de estar de acuerdo
todos en lo mismo lo hiciera un acto menos asqueroso de lo
que es.
—La mayoría ha hablado —contesta mi padre.
—Yo no soy la mayoría —insiste Nicola—. De hecho, si ella
se desnuda voy a salir antes de que lo haga, no me interesa
que todos estos hombres sepan cómo luce mi mujer.
—¿Te vas? —pregunta incrédulo mi padre.
—Te ofrezco un millón por ella, tal y como está, si se quita,
aunque sea, solo una de esas pulseras horribles de bolas
que lleva, retiro mi oferta y me voy.
Quiero matarlo y abrazarlo a partes iguales. Sí, está
pagando por mí, sin embargo, también me está salvando de
tener que quedarme en ropa interior o algo peor. Aunque
decir eso sobre mis pulseras le puede costar un poco de
laxante en el café si me caso con él.
—Aún no sabes el negocio —escucho al hombre que está
a su lado.
Y me doy cuenta de que es verdad. Mi padre no ha
declarado cuál es el negocio que nos dará como regalo de
bodas.
—Roma, no te metas —gruñe Nicola, y ese sonido hace
que me estremezca un poco.
¿Qué mierda me pasa?
—Bien, ¿alguien da más? —inquiere mi padre, girándose
para mirar a los cerdos que me querían ver desnuda.
Todos niegan con la cabeza.
—Creo que acabo de conseguir una prometida. —Sonríe
Nicola triunfal, y ahora soy yo la que gruño.
—Me parece que sí, pasa a mi despacho y podremos
concretar los términos —suelta mi padre, señalando una
puerta y dejándome allí arriba como si fuera un adorno de la
mesa.
Nicola se acerca hasta donde estoy, dejando a mi padre
esperando, y me ayuda a bajar. Trastabillo con una copa que
uno de esos imbéciles ha debido dejar a mis pies y él me
coge antes de que mi culo se estrelle contra el suelo.
—Vaya, sí que eres buena en todo —susurra mientras me
ayuda a ponerme de pie—, incluso cayéndote.
Su burla hace que le gruña y él, lejos de enfadarse porque
una mujer le responda, se ríe. Todos nos observan y me
siento un poco cohibida. Puedo manejar el ego masculino y
el que se crean mejor que yo porque mean de pie. Lo que
nunca me he encontrado es a uno de la Cosa Nostra que me
mire como si no fuésemos diferentes por el hecho de ser
mujer.
—Serenella, por favor, intenta no avergonzarme mientras
cierro el trato con tu futuro marido —suelta mi padre,
rompiendo el momento que acabo de tener.
—Espero que la hayas educado mejor que esto, Tullio,
necesito una esposa que sepa saber estar en público —
responde Nicola.
—Que te jodan —le susurro con una tímida sonrisa de las
que sí me han enseñado.
—Eso espero, ma perle.
Si hay algo que me excita es que me hablen en francés, lo
que no sabía es que un italiano haciéndolo me ponía aún
más.
Salgo de allí y a la primera que encuentro es a Ori, ella
viene casi corriendo hasta donde estoy y me lleva a un
lugar apartado.
—¿Estás bien? —pregunta en cuanto estamos solas.
—Sí, no, no lo sé.
—¿Qué ha pasado ahí dentro?
—Lo que ya sabíamos, pero ha sido horrible, papá ha
querido que me desnudara para que vieran la mercancía y
hacer que pagaran más por mí.
—Hijo de puta. Lo voy a envenenar, no va a tener ni puta
idea de lo que ha pasado —sisea mi hermana, y el verde de
sus ojos parecen oscurecerse un par de tonos.
—Relájate, no he tenido que hacerlo. El falso Cesare me
ha comprado antes de que eso pasara.
—¿El tarado que se ha colado en la fiesta? —pregunta
sorprendida.
Después de bailar con él he podido contarle un par de
cosas a mi hermana y ella ha buscado al tipo en internet. No
había nada salvo fotos en galas benéficas.
—Sí, lo he delatado delante de nuestro padre y ha sido
capaz de convencerlo de participar en la subasta.
Ori me mira con los ojos entrecerrados.
—Parece que te ha impresionado —suelta, y debo
reconocer que lo ha hecho.
Mi padre no es idiota, no es el típico capo al que puedes
engañar y usar a tu antojo. Es por eso que no es tan fácil
deshacerse de él y por lo que sigue vivo. Sin embargo,
Nicola ha sido capaz de ganárselo en segundos.
—Voy a decir que es astuto, pero también que le lame el
culo a nuestro padre de una forma tan obvia que casi es
obscena.
Veo como Nella y Fiore se acercan a donde estamos
acompañadas de la odiosa de nuestra prima Francesca.
—¿Ya tienes hombre? —pregunta mi prima, como si lo que
acaba de pasar fuera algo bueno. Decido ignorarla y hablo
con la homenajeada.
—¿Qué tal está siendo tu cumple?
—Pues aburrido, pero eso ya lo sabíamos. —Se ríe.
Ha sido así desde que nacimos. La celebración oficial con
la familia suele ser un asco, todo es protocolo y saber estar.
Esta noche tendremos nuestra fiesta de pijamas particular y
el finde iremos a celebrarlo como es debido.
—Espero que tu futuro marido sepa en lo que se está
metiendo —murmura mi prima con toda la malicia que le
caracteriza.
—Al menos no me llamarán semáforo como a ti —le
suelto, y ella se queda mirándome con cara de no entender
a qué me refiero—. Por aquello de que de noche nadie te
respeta.
Mis hermanas sueltan una carcajada que hace que
algunos de los mayores se vuelvan y mi prima sale echa
una furia a encontrarse con su madre. La otra bruja de su
casa. No sé cómo mi tío Damaro puede aguantarlas.
—Seguro que está pidiendo que le busquen marido ya —
interviene Fiore.
—Y que sea mejor que el tuyo —prosigue Ori.
—Por cierto, ¿qué tal es? —pregunta Nella.
—Pues un tipo capaz de pagar por tener una esposa, creo
que eso lo resume todo —contesto, molesta por la situación.
He sabido toda mi vida que esto iba a ser así, que para mí
no iba a haber un matrimonio por amor, pero saberlo no lo
hace más fácil.
—Por ahí viene nuestro próximo cuñado —se burla Ori, y
las otras dos murmuran cosas sobre que no les importaría
ayudarme en la noche de bodas, por lo que les doy una
mala mirada.
A ver, somos chicas decentes italianas de buena familia,
lo que no estamos ni muertas ni ciegas.
—Me gustaría hablar contigo, ¿bailamos?
—¿Ya no te quedan mujeres para comprar? —cuestiono, y
la comisura de sus labios se eleva ligeramente.
—Me he quedado sin efectivo y, por lo visto, en estas
fiestas no aceptan tarjeta.
—Ahora vuelvo —les digo a mis hermanas.
—Señoritas, disculpad mi falta de educación, es que
cuando veo a vuestra hermana no tengo ojos para nadie
más.
Fiore suspira.
Nella rueda los ojos.
Ori le saca la lengua.
—Ellas no son como mi padre —le aclaro para que sepa
que por un par de palabras bonitas no las va a comprar.
Acompaño a mi futuro marido a la pista de baile y vuelvo
a dejar que me rodee con su brazo y apoye su mano en mi
cintura. Esta vez tira de mí más cerca, como queriendo
dejar claro a todo el que mira que soy suya.
—¿También me vas a mear encima? —inquiero, y él en
respuesta pasa su nariz por mi mejilla.
—No creo que haga falta, aunque no lo descarto, es
menos engorroso de limpiar que la sangre que derramaría si
uno de esos imbéciles tratara de acercarse a ti.
—No soy una posesión, espero que te quede claro.
—Sí que lo eres, te he comprado, eso te hace mía.
—No, lo que has comprado es una esposa, y déjame
decirte que eso no implica nada más que decir «sí, quiero»
delante de un cura.
—Creo que tenemos puntos de vista diferentes en cuanto
a lo que es un matrimonio.
—Me alegra entonces tener esta conversación antes de
que suceda, odiaría verte decepcionado —digo con
sarcasmo mientras me hace girar sobre mí misma y me
atrapa de nuevo entre sus brazos.
—Va a ser divertido domarte, ma perle. —Sonríe.
—Si crees que soy un animal al que puedes domesticar,
entonces será mejor que empieces a ponerte barro en la
cara.
La confusión de su rostro resulta divertida.
—¿Por qué debería hacer eso? —pregunta curioso con un
brillo juguetón en sus ojos.
—Para que te acostumbres a tener tierra en la cara, ya
que voy a matarte y enterrarte en el jardín de casa.
Capítulo 6
Nicola
Me muerdo el labio para no besarla. No sé qué me pasa
con esta mujer, pero la atracción que siento por ella es algo
que jamás me había pasado.
—¿Así que planeas quedarte viuda? —la provoco.
—Lo suficientemente rápido como para que pueda usar mi
vestido de novia teñido de negro.
Sonrío. Me encanta lo mordaz que es. A cualquier hombre
que me amenazara tan abiertamente le pegaría un tiro en la
frente, sin embargo, sé que por mucho que ladre no es
perro mordedor. Serenella se ha criado como una buena
muchacha italiana, una con espíritu luchador, pero solo eso.
La canción termina y ella parece tener intención de volver
con sus hermanas, no obstante, no la dejo. Cojo su mano y
la arrastro hacia el otro lado de la pista, junto a su padre.
—Creo que es el momento para hacer el anuncio.
Tullio me mira y asiente. Comienza a golpear su copa con
un cubierto, que no tengo ni idea de dónde ha sacado, y
todos los allí presentes empiezan a callarse.
Si vieras a este hombre sin conocerlo, dirías que es un
idiota, uno de esos a los que puedes manejar, sin embargo,
Tullio Farnese es mucho más que eso. De hecho, creo que
me ha dejado entrar en la subasta porque sabía que era la
mejor opción para sus negocios, no solo porque le haya
dicho las palabras correctas.
—Queridos amigos y familia —comienza a decir mi futuro
suegro—, quiero haceros participes de la felicidad que hoy
me trae la noticia de que mi hija mayor se ha prometido.
Todos aplauden como las marionetas que son. Sé que la
subasta era algo bastante conocido en el entorno más
cercano, y tengo claro que nadie va a creer que este
matrimonio es por amor, aun así, siento una extraña
necesidad de dejar claro que Seren no está disponible.
—Nicola Baglioni ha pedido la mano de mi hija, y se la he
concedido —continúa, y todos aplauden de nuevo.
Sigue diciendo una serie de estupideces más sobre el
amor y la juventud que no me apetece escuchar. Cuando
acaba, suelta un brindis igual de insulso y todos alzan sus
copas para celebrar nuestro compromiso. Por supuesto,
tanto mi prometida como yo tenemos una en la mano y
bebemos como si esto fuera la ilusión de nuestra vida, pero
cuando la miro a los ojos puedo ver que no me lo va a poner
fácil, y a pesar de que me gusta mi paz mental, estoy
deseando ver qué clase de diversión puede ofrecerme mi
futura mujer.
—¿Algo que añadir? —pregunta Farnese hacia mí, y
asiento, tengo que seguir con el acto.
—Solo que es un orgullo poder entrar en esta familia, y
espero que podamos colaborar, aunque sea en la distancia.
—¿En la distancia? —inquiere Seren a mi lado, con cara de
no entender nada.
Mientras todos aplauden y beben de nuevo, le explico la
situación a mi prometida. Ya lo he hablado con su padre,
como mi territorio está lejos del suyo, podemos ampliar el
negocio. He conseguido que sea el de armas, así que esto
va a ser un trato muy provechoso para mí.
—Viviremos en Catania, allí tengo mi residencia.
Va a decir algo, pero un aluvión de personas que nos
felicitan le impide hablar. No tengo ni idea de quiénes son la
mayoría. Mi gente de confianza no es ninguna de esta, así
que me escapo lo antes que puedo de toda esa marabunta
de falsos.
Veo a mi primo aparecer con la ropa un poco desarreglada
y ruedo los ojos. Por supuesto que Roma encontraría a
alguien a quien follarse, incluso en este tipo de fiesta.
Espero que, al menos, no haya quitado la virginidad a otra
buena hija italiana porque esta vez no pienso salvar su culo.
—En serio, ¿no podías dejar tu polla dentro de tus
pantalones? —le pregunto cuando llega hasta mí.
—Es que me he puesto todo romántico con tu matrimonio
y necesitaba repartir mi amor, de hecho, ahora está sobre
un abrigo muy caro y muy feo del guardarropa del fondo.
—Eres un cerdo.
—Lo sé. Aunque eso es secundario, han llamado de casa,
hay que volver, es tu madre.
—¿Está bien? —Me preocupo.
—Sí, pero necesitamos regresar. Te cuento en el avión, ya
he pedido que lo preparen.
—Voy a despedirme de Farnese y ahora vuelvo.
Lo encuentro siendo elogiado por el maravilloso enlace
que va a suceder próximamente, y si no fuera porque aún
está la tarta a medio comer en algunos platos, no diría que
esto es una fiesta de cumpleaños.
—Tengo que irme, asuntos de negocios, nos mantenemos
en contacto —le digo de forma escueta, y él asiente—. En
estos días hablaré con Serenella para concretar algunos
detalles.
Prefiero llamarla Seren, pero me he dado cuenta de que
su padre usa su nombre completo y así lo voy a hacer, al
menos delante de él.
Vuelvo junto a mi primo, que ahora no está solo.
—Mira, tengo una novia para ti —se burla mientras Seren
le da una mala mirada.
—¿Podemos hablar? —me pide mi prometida, y niego con
la cabeza—. Solo será un momento, por favor.
La forma en que me lo pide me hace ceder.
—Espérame fuera —le ordeno a mi primo mientras me
quedo a solas en el vestíbulo con ella—. Bien, tú dirás.
—No quiero irme de Palermo.
—Esa no es una opción, vivo en Catania y mi mujer vivirá
conmigo.
—Por favor —me ruega, cogiéndome de la mano—. No me
separes de mis hermanas.
El calor de sus dedos sobre mi piel me hace
estremecerme. El brillo de sus ojos ha desaparecido, aunque
ahora puedo observar algo que no esperaba encontrar en
ellos: ¿tristeza?
—Tengo allí todos mis negocios, ellas pueden venir cuando
quieran y tú podrás visitarlas a menudo, el avión privado
estará a tu disponibilidad.
—No es lo mismo. Te lo suplico.
Verla rogarme de esa manera hace que algo dentro de mí
se remueva. No se amedrentó frente a todos los hombres
que la miraban como a un trofeo, ni siquiera le tembló la
voz al amenazarme de muerte.
—Me estás enseñando tu debilidad, ma perle.
—No lo es, ellas son mi fuerza.
Debo reconocer que me gusta su respuesta. Y que no se
arrastre o me prometa cualquier cosa a cambio de cumplir
sus caprichos. Aunque eso es por un motivo: esto no es algo
nimio para ella.
—Podemos comprar una casa aquí y pasaremos algunas
temporadas, aunque nuestra residencia oficial será en
Catania —cedo, y ella se lanza sobre mí y me abraza.
—Muchas gracias.
La estrecho contra mi cuerpo y aspiro el olor del suyo. La
piel de su nuca se eriza y me cuesta la vida no pasar mi
lengua por su cuello.
Cuando se aleja de mí, cojo su mano y tiro de ella para
volver a pegarla contra mi pecho. Su boca está a milímetros
de la mía y noto el calor de su aliento en mis labios.
—Podemos tener un buen matrimonio —le propongo.
Ella respira hondo y no aparta sus ojos de los míos
mientras contesta.
—No, no podemos, tengo demasiada buena memoria
como para olvidar que me has comprado.
Dicho esto, se separa de mí y se va hacia la fiesta sin
girarse ni una sola vez.
Me quedo en silencio, mirando el pasillo por el que ha
desaparecido, y me siento jodidamente mal porque tiene
razón; yo tampoco podría olvidar que alguien me hiciera
algo así.
—¿Tienes para mucho? —pregunta mi primo, entrando al
vestíbulo de nuevo.
—Tienes suerte de no haber interrumpido nada —le gruño,
y él se ríe.
—Vamos, Romeo —se burla.
Alzo las cejas y le doy un puñetazo en el hombro.
—Me voy a chivar a tu madre, le voy a pedir que te dé
unos buenos azotes en el culo —sigue bromeando, y tiene
suerte de que este no es el lugar adecuado, si no ahora
mismo estaría corriendo detrás de él para darle una buena
paliza y meterle mis calcetines sucios en la boca.
En el coche de vuelta, llamo para asegurarme de que mi
madre está bien. Ha tenido uno de sus episodios y la han
dormido, pero sé que va a necesitar verme cuando
despierte.
Ya en el avión me sirvo un vaso de whisky mientras tomo
asiento, mi primo me lo roba y de nuevo tiene suerte de que
la chica que nos atiende hoy está atenta y me pone otro al
instante.
—Debes tener un ángel de la guarda porque, de lo
contrario, no entiendo cómo es posible que no te haya
matado a estas alturas —le digo, saboreando mi bebida.
—Estarías demasiado aburrido sin mí.
—En eso tienes razón.
—Y también desinformado.
Alzo las cejas y sonríe, dándole un trago a mi whisky.
—¿Algo que deba saber?
—Mientras le enseñaba a la prima de tu mujer el
maravilloso mundo de que te follen el agujero del culo, he
oído una conversación entre las pequeñas Farnese. No
demasiado porque tu suegro se ha puesto a brindar por
vuestro próximo enlace.
—¿De qué hablaban?
—De una fiesta que se va a celebrar el próximo fin de
semana.
—¿Y para qué quiero saber yo que van a ir a una fiesta?
—Esas chicas traman algo, decían cosas que no tenían
sentido, como si quisieran hacer cosas a escondidas.
—¿En serio estás jodiéndome la cabeza con chismes de
vieja del visillo?
—Un poco de paciencia, que ya llego. —Se ríe él solo—.
Eso es lo que le he dicho a la prima de tu mujer.
Ruedo los ojos.
—Eres un imbécil.
—Oh, vaya descubrimiento —contesta divertido—. La cosa
es que la prima tiene una boca que no solo sirve para
chuparte la polla como una aspiradora industrial. Ella parece
saber muchos secretos de la familia, y creo que puede estar
bien tenerla de nuestro lado.
—¿Puedes ir al grano?
—En esa fiesta va a estar Alessandro Domenico, el
hombre del que, según su prima, tu prometida está
enamorada.
Me incorporo y desabrocho el cinturón al ver que ya está
la luz que lo permite encendida.
—¿Qué quieres decir?
—Que, según la prima, las Farnese van a ir para ayudar a
la mayor a reencontrarse con su amor y ayudarles a escapar
—suelta como si esto fuera la trama de una mala telenovela
—. O quizás solo les ayuden a encontrarse para follar, quién
sabe.
Lo último lo dice encogiéndose de hombros, como si eso
no fuera un problema.
—Si la toca es hombre muerto.
—¿No vas a dejar que tenga amantes? —pregunta Roma
extrañado.
Esto es algo que hemos hablado mil veces. Si mi
matrimonio o el suyo fueran de conveniencia, ambos
teníamos claro que nuestras mujeres, con discreción,
podrían buscar ser felices.
Imagino la posibilidad de que Seren tenga un amante y no
me gusta, no entiendo el motivo porque no la conozco y
está claro que me odia. Aun así, el solo pensar en otro
hombre tocándola como yo quiero hacerlo me enfurece.
—No, no va a tener amantes. Y ve anulando la cita con los
albaneses de la semana que viene. Por lo visto, vamos a ir a
una fiesta el fin de semana.
Capítulo 7
Seren
—¿Estás segura de que no quieres que vayamos? —
pregunta Fiore, y asiento.
—Será menos sospechoso si vamos solo Ori y yo.
Celebraremos tu cumple el siguiente finde.
—Nunca nos dejáis ser parte de la diversión —se queja
Nella, arrugando su nariz. Es un gesto que hace desde
pequeña cuando se enfurruña.
—Si fuéramos las cuatro sería raro, solo van a estar mis
amigos. Ori viene porque es la experta en venenos.
El grupo de amigos al que me refiero no es lo que podrías
imaginar. Las mujeres tienden a intentar sabotearte por ser
una Farnese y los hombres tratan de meterse en tus bragas
por el mismo motivo. La cuestión es que todos somos de
edades parecidas, la siguiente generación de la Cosa
Nostra, y por ello seguimos unidos de una forma retorcida.
—¿Has sabido algo de Alessandro desde tu compromiso?
—pregunta Fiore, mi eterna romántica.
Una vez le dije que creía que él era el amor de mi vida,
pero claro, yo tenía como quince años y Alessandro no me
hacía ni caso. Siguió así hasta que me crecieron las tetas,
no me di cuenta de eso hasta que a mí me creció el cerebro.
Lo pillé metiéndole mano a la que en ese momento era una
de mis mejores amigas, me enteré de que no fue la única.
Yo era el premio gordo, tenerme a mí era entrar en la familia
Farnese, pero solo le gustaba eso de mí, mi apellido.
—Me ha llamado un par de veces, pero no se lo he cogido.
No tenemos nada de qué hablar.
—¿Te imaginas que se presenta esta noche con un anillo y
una propuesta de que os escapéis juntos? —fantasea Fiore.
—Sería muy típico de él —me burlo.
—Lo ha hecho ya como tres veces, ¿no? —interviene Ori.
Fiore nos mira con sorpresa, no se lo había contado
porque era muy niña y tampoco había significado nada.
—Sí, cada vez que alguien me ha rondado ha aparecido
con un diamante —contesto aburrida.
—Pues entonces hoy va a llevar carretilla para poder
transportar el pedrusco que te vaya a ofrecer —se burla Ori,
y las cuatro nos reímos.
—Entonces, ¿no hay nada entre Alessandro Domenico y
tú? —insiste Fiore, y niego con la cabeza.
—No, él no es el indicado para mí.
—Pues vaya, pensaba que teníais algo así como un amor
prohibido y que os escondíais para veros.
—Tienes que dejar de leer tanta novela romántica.
—¿Y Nicola sí es el indicado? —interviene Nella, y las tres
se quedan calladas, mirándome.
—¿A qué viene eso?
—Por la forma en la que bailasteis juntos —contesta Fiore.
—Y el hecho de que te va a comprar una casa en Palermo
—agrega Nella.
—Sin olvidarnos de que pagó un millón por ti —finaliza Ori
—. Y tú y yo sabemos que no vales eso.
Me guiña un ojo y yo le tiro un cojín.
Las cuatro nos reímos hasta que otra vez mis hermanas
se quedan mirándome en silencio. Esperan mi respuesta.
—Si estáis pensando en una historia de amor, siento
deciros que aquí no hay una. No voy a negar que me atrae,
pero es algo físico. No podría amar a alguien que cree que
comprar a una persona está bien.
—En eso tienes razón —sentencia Ori.
Tengo que averiguar qué hablaron ella y Roma en la fiesta
de cumpleaños la semana pasada. Fiore me dijo que los vio
discutir, pero ella no me lo ha contado y le estoy dando
margen, aunque tiene que ser algo gordo si no me lo ha
dicho aún.
—Bueno, vamos a centrarnos, ¿tenéis todo lo que
necesitáis? —pregunta Nella, y Ori asiente, enseñando un
frasco con un líquido transparente.
—Esto es digoxina, un veneno eficaz y que apenas se nota
en la comida o la bebida. Si logramos que se beba este
frasco, no llegará al final de la noche.
Mi hermana es una experta en venenos. Puede que a mí
se me den bien los cuchillos, pero lo de Ori es un arte.
—Nos iremos turnando para administrárselo y que no se
dé cuenta —le comento.
Se oyen unos golpes en la puerta y el ama de llaves entra
para avisarnos de que el coche ya está esperándonos. Nos
mira y sonríe. Ori hoy lleva el patito negro a conjunto con
sus botas y un traje chaqueta plateado que la hace lucir
elegante sin dejar de ser ella.
A diferencia del día del cumpleaños, hoy no nos tapamos
los tatuajes. No es algo que hagamos normalmente, nos
costó que papá entendiera que nuestro cuerpo es nuestro,
pero hay ocasiones en las que le damos el gusto y
maquillamos nuestro cuerpo. Una vez le oí decirle a uno de
los capos que estaría encantado de que nuestros maridos
nos ataran a una mesa y nos los quitaran con láser a la
fuerza. Un encanto de hombre.
Aliso mi vestido color violeta y me calzo los tacones rosas.
Me pongo mis pulseras y me miro al espejo.
—¿No te parece raro que mezcles ese estilo de ropa de
marca con esos complementos de bazar? —pregunta Nella,
mirando mi muñeca.
Mis pulseras no son de perlas, ni siquiera son de las que
puedes encontrar en una joyería. Me gusta llevar como siete
u ocho combinadas en color con mi ropa, pero dejando claro
que no soy tan simple, que hay algo de mi yo rebelde que
mi padre no ha apagado.
—Sabes que las joyas me producen sarpullido.
—Debes de ser la única que tiene alergia al oro.
—Al rosa no —contesto, y le guiño un ojo.
Me ajusto una cinta en mi muslo, donde guardo un fino
cuchillo con la hoja como la de un bisturí. No tengo
intención de usarlo, pero es como un osito de peluche para
dormir, me siento más segura si sé que está conmigo.
Ori pone el pequeño frasco en su sujetador y sonríe. Ya
estamos preparadas para irnos. Fiore y Nella nos desean
suerte. Les doy un beso a cada una y salgo de allí con paso
firme. Esta noche vamos a deshacernos de un soldado de mi
padre, uno que lleva años a su servicio y que, además,
abusa de niños.
Cuando llegamos a la fiesta, voy a saludar a mis amigas
con la misma falsedad con la que ellas me saludan a mí. Es
lo mismo con Ori. Todas tienen claro que mi hermana está
aquí porque, como mujer comprometida, sería raro no tener
a alguien de mi familia cerca, ya que mi padre no ha podido
asistir por un problema que Fiore se ha encargado de
generar en uno de sus puertos.
Saludo a varios capos amigos de mi padre. Entre ellos
está nuestro objetivo, que no para de comer gambas
rebozadas como si no hubiera un mañana. Ori lo mira y
después a mí, ambas sabemos por dónde empezar a darle
la digoxina. Dejo que mi hermana se escabulla a la cocina
mientras yo voy al baño. Tiene que venirme la regla y no
paro de mear. Cuando salgo, alguien toma mi mano y me
arrastra al final del pasillo, no es un lugar oscuro, pero no es
donde quiero que me encuentre nadie a solas con
Alessandro.
—¿Qué quieres? —pregunto cruzándome de brazos.
—¿Es cierto que te vas a casar?
—Sí.
—Seri, no puedes, tú y yo…
Respiro hondo para no sacar el cuchillo de mi muslo y
clavárselo en la yugular. Antes me parecía tierno que me
llamara así, ahora quiero arrancarle los ojos cada vez que lo
hace.
—Alessandro, corta la tontería, por favor, esto empieza a
aburrirme.
—No puedes hablarme así, te amo, no sé qué haría sin ti.
—¿Y no tienes curiosidad por averiguarlo?
Una carcajada a mi espalda hace que mire por encima de
mi hombro. No me da tiempo a prepararme antes de que el
brazo de Nicola me rodee la cintura y me pegue contra su
cuerpo mientras me da un beso en la mejilla.
—Hola, ma perle —susurra contra mi piel, y se me
estremece hasta el alma.
—¿De verdad te vas a casar con este oportunista? —se
queja, como si él mismo no fuera uno peor.
—¿Crees que eres mejor que yo? —le pregunta Nico con
una voz serena y a la vez llena de una amenaza mortal.
—Por supuesto. Soy un hombre que se ha hecho a sí
mismo.
Nico se ríe antes de contestar.
—Debiste mirar un tutorial antes de empezar —se burla, y
no puedo ocultar la sonrisa debido a sus palabras.
—Seri, por favor, yo te amo.
—Voy a darte una advertencia solo porque en algún
momento mi futura mujer pensó que valías lo suficiente
como para enamorarse de ti, pero te sugiero que no tientes
la suerte porque mi paciencia es limitada.
—Seri, escapémonos juntos —comienza a decir, pero un
punto rojo en su frente hace que se calle.
No, no es un punto, es un agujero.
—Si es que nunca escuchan —se queja Nico mientras se
guarda el arma.
El cuerpo de Alessandro choca contra el suelo a la vez que
Roma, el primo de mi futuro marido, aparece detrás nuestro
con una cesta de la lavandería de esas que van en un
carrito y unos guantes de fregar los platos, ¿de dónde
demonios ha sacado eso?
—Si ya sabía yo que esto iba a acabar así —murmura
mientras comienza a recoger las piernas de Alessandro.
Nico lo ayuda y yo no puedo hacer absolutamente nada
más que mirar. Cuando Roma desaparece por donde ha
venido, veo que Nico me mira serio.
—¿Triste? —pregunta.
—No, aunque no sé qué vamos a hacer.
Él sonríe y vuelve a besar mi mejilla mientras coloca mi
mano en su brazo.
—¿Ahora? —inquiere, y asiento—. Ahora vamos a disfrutar
de la fiesta.
Capítulo 8
Nicola
Entrar en el salón del brazo de Seren me produce un
sentimiento que no logro identificar. Ver como todos nos
observan mientras ella los mira como la reina que es, envía
una pulsación directa a mi entrepierna.
—¿Estás bien? —le pregunto al ver que no deja de mirar a
todos lados, como si quisiera cerciorarse de que nadie ha
visto lo que acaba de pasar.
Soy una persona bastante tranquila, sin embargo, acabo
de descubrir que mi futura esposa es un detonante para mí.
Roma me lo dijo de camino a esta fiesta y me reí, ahora voy
a tener que aguantar su mierda cuando le dé la razón.
—Estoy buscando a Ori —contesta, y me relajo.
Por algún extraño motivo no parece perturbada por verme
matar a alguien en su cara, eso es raro, al menos entre el
tipo de mujeres que veo aquí, pero por lo mismo mi perla es
diferente.
—Allí está, con el tipo que no deja pasar una bandeja de
gambas sin probarlas.
Miro con desagrado al hombre, debe tener más o menos
mi edad, no creo que pase de los treinta y cinco, aunque
algo en él me desagrada. Y no hablo de las manchas que
veo en su camisa por la forma tan asquerosa que tiene de
comer.
Seren se dirige hacia ellos y yo la sigo. Cuando Ori me ve,
mira a su hermana, esta le hace un leve gesto que no me
pasa desapercibido y después sonríe.
—No sabía que vendrías, cuñado —me saluda Ori, y el
señor gambas traga con rapidez mientras se limpia las
manos.
—Creo que no nos han presentado, soy Libio —dice el
tipo, extendiendo su zarpa hacia mí.
Ni de puta coña voy a tocarlo.
—Lo siento —contesto, rodeando a Seren con mis brazos
—, si mi prometida mancha su Valentino por mi culpa voy a
tener que dormir una temporada en el sofá.
El idiota se ríe.
—No es un Valentino —susurra Seren para que solo yo la
oiga.
—Lo sé, pero él no.
Sonríe y, joder, me encanta.
Veo a Roma aparecer y me hace un gesto para que vaya.
No quiero dejarlas solas, pero no me queda opción, supongo
que ellas sabrán lidiar mejor con este tipo de gente que yo.
—Ahora vengo —le murmuro a mi prometida en su oído, y
no puedo dejar de disfrutar por la forma en la que su cuerpo
se estremece al sentir mi aliento sobre su piel.
Llego hasta Roma y me aparta ligeramente del resto de
los invitados.
—Tengo un problema —dice, dando la espalda a todos.
Se abre un poco la chaqueta y veo una mancha de sangre
en su camisa. Mierda.
—¿Te has deshecho de él?
—Sí, está en el maletero, le he pagado a unas chicas de la
calle para que llamaran aquí y le dijeran al del hotel que
Alessandro se había tenido que ir por una urgencia, ahora
deben de estar comunicándoselo al que ha organizado esta
fiesta.
Veo a un trabajador del hotel acercarse a un grupo de
hombres y susurrarle algo. Supongo que es lo que me acaba
de contar. Se vuelve hacia mí y levanta una copa sonriendo.
Le devuelvo el gesto sin entender muy bien qué está
pasando.
—Por cierto —prosigue Roma—, resulta que todo esto lo
iba a pagar Alessandro así que le he dicho al del hotel que
tú te harías cargo.
—¿Y eso no nos hará parecer sospechosos?
—No, se lo he dicho cuando Alessandro todavía estaba
vivo —se burla mi primo, él tenía claro que ese tipo no iba a
salir con vida de aquí.
—Odio cuando me conoces tanto —le gruño.
Veo a una camarera con una copa de vino tinto y la cojo
de la bandeja. Le doy un trago, aunque odio su sabor, y
justo después se la tiro por encima a mi primo.
—Oye —se queja.
Miro hacia donde antes estaba la mancha de sangre y
ahora hay una enorme de tinto.
—Problema resuelto.
—Muy maduro por tu parte —refunfuña, y me río.
Busco a Seren y la encuentro de espaldas mientras su
hermana sigue hablando con el tal Libio. Al girarse, lleva
unas cuantas gambas en una copa y se la entrega al
hombre, que babea al verlas. En serio, ¿cuánto más puede
perder la dignidad una persona por comida?
Aunque no es eso lo que me llama la atención, sino el
hecho de que mete algo en su escote. O solo se lo ha
recolocado, no estoy seguro.
—¿También lo has visto? —pregunta Roma, y asiento.
No sé lo que he visto, pero algo he visto.
Paso el resto de la fiesta tratando de relacionarme.
Escucho como algunos se quejan de que Alessandro no
contesta a su móvil; por suerte para mí, parece ser que lo
hace a menudo, algo de que ha recaído en alguna mierda
que se mete por la nariz.
Seren no deja a su hermana en ningún momento y esta
está junto a Libio, como si lo que el hombre habla fuera
interesante. Le ríe los chistes y asiente cuando cuenta una
anécdota. Cualquiera que mire podría pensar que ella está
interesada en él.
Llega un momento en que deja las gambas para dedicarse
al vino, el cual también le proporcionan mi prometida y su
hermana.
—¿Crees que tratan de emborracharlo para robarle algo?
—inquiere Roma a mi lado, él también se ha percatado de
que está pasando algo raro.
—Habrá que estar atentos, no parece que nos lo vayan a
contar.
Como si hubieran conseguido su objetivo, Seren y Ori
dejan al tipo solo y no se vuelven a acercar a él. Pasa una
hora y solo hablan entre ellas y con nosotros.
Sé que algo no cuadra, tendré que averiguar qué puede
tener este hombre que le interese tanto a mi futura familia.
Un grito en el otro lado de la sala me pone en alerta. Saco
mi arma y coloco a Seren tras de mí, Roma hace lo mismo
con Ori.
—Allí —dice mi primo, y miro en la dirección que me
indica.
Libio está en el suelo, parece estar sufriendo un infarto
por cómo se sujeta el corazón. Hay un enorme revuelo de
personas tratando de salvarlo. Le abren la camisa mientras
un camarero saca el desfibrilador portátil que ha traído de la
cocina. Parece que sabe lo que hace porque lo prepara
como un profesional.
Cuando Libio pierde el conocimiento le aplica varias
descargas. Trata de reanimarlo con RCP. Se escucha una
ambulancia, tres paramédicos irrumpen y se tiran al lado
del cuerpo. Siguen tratando de reanimarlo. Veo como las
mujeres sollozan, algunas están en shock. Miro a mi lado y
tanto Seren como Ori tiemblan la una en los brazos de la
otra. Lágrimas gigantes salen de los ojos color ámbar de mi
prometida, y es mi turno de no entender nada. Literalmente
hace como tres horas le he pegado un tiro en la frente a su
ex lo que sea y no se ha inmutado, y ahora, por este tipo
¿llora?
Me quedo observando la escena y cuando dan por muerto
a Libio, de pronto, se abraza a mí. Me deja descolocado este
acto, sin embargo, no pierdo la oportunidad de estrecharla
contra mi cuerpo y meter mi cara en el hueco de su cuello
para oler su piel.
La siguiente media hora es un devenir de gente. Los
hombres están al teléfono, las mujeres se consuelan unas a
otras. La mía… La mía parece estar deshaciéndose de algo
en una planta junto a la esquina. Está apoyada en la pared
con las manos detrás. Su hermana acaba de tirar una copa
en el otro lado de la sala y ahora todos la miran.
—Ves esa planta de ahí —le señalo a Roma, y asiente—.
Quiero que la transporten a mi hotel, con discreción.
—¿Vas a ser como esas mujeres que se llevan los centros
de mesa de las bodas? Sabes que eres rico, ¿no?
—No es eso.
—¿Entonces?
Sonrío, mirando mi prometida.
—Me parece que tiene algo que ver con la muerte del
señor gamba.
—¿Cómo?
—Creo que ha sido mi futura esposa la que se ha cargado
a ese idiota.
Capítulo 9
Seren
Mi teléfono suena y sé que es un mensaje de Nico, le he
puesto un tono adecuado para él: una caja registradora.
Lo abro y veo la imagen que me ha enviado. Se me hiela
la sangre. Es la planta en la que tiré lo que nos sobró del
veneno que usamos con Libio hace un par de días. Justo
debajo de la foto dos palabras: Lo sé.
Marco su número sin pensarlo dos veces, el muy cabrón
tarda al menos ocho tonos en contestar.
—Hola, ma perle.
—Tenemos que hablar.
—Ya lo creo, pero no por teléfono.
—No soy tan estúpida —siseo.
—Ven a mi hotel, te mando ahora el nombre y el número
de la habitación.
Cuelga antes de que pueda replicar. Menudo imbécil.
Sabía que algo había de diferente en él cuando salimos de
la fiesta. Pensaba que era por Alessandro, ahora está claro
que sospechaba.
Joder.
Decido no contarle nada a las demás, tengo que arreglar
mi cagada y evitar que le salpique a alguna de mis
hermanas.
Me visto con uno de mis vestidos favoritos, es rosa con
encaje negro, se ajusta a mi cuerpo, pero me deja moverme
por la elasticidad de su tela. Los tacones que escojo son de
unos doce centímetros para estar casi a la misma altura que
él. Me dejo el pelo suelto para que caiga sobre mi escote en
V de forma natural y me aplico mi labial rosa mate. Por
último, un poco de perfume y ya estoy preparada para
enfrentarme a mi futuro marido.
Puede que la gente piense que cuando me visto así es
para seducir a un hombre, ni de lejos, esta ropa me
proporciona la seguridad que necesito, es como mi chaleco
antibalas.
Llego al hotel en taxi y, cuando me bajo, observo una
moto que se para a mi lado. La he oído durante todo el
trayecto. Cuando se sube la visera, veo que es Roma.
—¿Hoy no viene Oriana contigo? —pregunta curioso.
—¿Me has seguido?
—No, solo me he asegurado de que la mujer de mi jefe
esté a salvo —contesta, encogiéndose de hombros.
—Puedo defenderme, y mi hermana, a la cual no te vas a
acercar, también.
—Primita, has cometido un error.
—¿Cuál?
—Decirme que no haga algo.
No hace falta que me explique que se refiere a Ori.
—Déjame aclararte algo: esto no es una mala peli en la
que tú ahora te encaprichas y la persigues hasta
conseguirla.
—Ah, ¿no?
—No, porque mi hermana es inteligente y sabe
perfectamente la clase de juego que hacéis los tipos como
tú.
—¿Los tipos como yo? —repite divertido.
—Sí, los que se follan a alguien en el guardarropa y se
piensan que pueden saltar a la siguiente de la familia que lo
recibirá con el culo abierto.
Amplía los ojos y entiende que sabemos lo que ha estado
haciendo con Francesca.
—Me gustas, primita, va a ser divertido tenerte en la
familia —suelta antes de colocarse la visera de nuevo y
largarse con la moto de allí.
Tengo que advertirle a Oriana de que este tarado va a ir
por ella, aunque no creo que sea necesario, mi hermana no
le daría ni la hora, y menos desde que ha encontrado a
quien quiere como marido.
Entro al hotel, el más caro de Palermo, y me dirijo hacia la
recepción. No necesito hacer fila, en cuanto una chica me
ve me pide que la acompañe; me estaba esperando. Ella
tiene una llave de acceso al ascensor que te lleva hasta la
suite. Por lo visto, mi futuro marido es de los que se
anticipan. Me gusta.
Cuando se abren las puertas, veo a Nicola mirando por
uno de los grandes ventanales hacia el Mediterráneo.
—Bonitas vistas —le digo a modo de saludo.
Se gira y me sonríe.
Hoy lleva una camisa blanca abierta hasta el tercer botón,
sus mangas están recogidas hasta sus codos y puedo ver el
tatuaje que las recorre. Los míos también están a la vista.
—Así que son de verdad —comenta, mirando mis brazos.
—¿Los tatuajes?
—Sí, en la fiesta pensé que eran algún tipo de dibujo
temporal, creo que eres la primera buena hija italiana que
veo con tantos y tan a la vista.
—Todas llevamos, es solo que, por respeto a mi padre, a
veces los cubrimos. Quizás no sea tan buena hija.
—Eso espero —murmura, y no entiendo a qué se refiere.
—Vengo a hablar sobre la foto que me has enviado.
Soy directa, no quiero perder el tiempo. Todavía estamos
ambos de pie a un par de metros de distancia el uno del
otro. Ni siquiera he dejado mi bolso.
—Bien, me gusta que no des rodeos. Sé que tú y tu
hermana envenenasteis a Libio.
Su sentencia es firme, no hay duda alguna, tiene pruebas
y es probable que las use en nuestra contra.
Camino hasta donde está y trato de jugar la carta de
mujer desvalida llenando mis ojos de lágrimas. Es un arte la
facilidad que tengo para abrir el grifo.
—Ahórratelo —me suelta a mitad de camino—, empiezo a
conocerte y cuando te brillan así los ojos es porque tienes
una misión en tu mente que cumplir.
Me paralizo al darme cuenta de que me ha estado
observando.
—Tu información es medio falsa.
—Ah, ¿sí? —contesta curioso.
—Sí, mi hermana no tuvo nada que ver.
—Puede ser —duda, y es lo que quería, que no relacionen
a Ori con esto.
—Bueno, entonces vamos a dejarnos de juegos, ¿qué vas
a querer a cambio de no vender esa información?
Ahora mismo Libio está enterrado por causas naturales,
pero si él hablara y dijera qué hay que buscar en su cuerpo,
todavía podrían hallar rastro de algo. O quizás ni siquiera
necesitaran eso, soy una mujer, creerían a Nicola antes que
a mí, incluso sin pruebas.
—Respuestas.
—¿A qué?
—¿Por qué debía morir?
Su pregunta es sencilla, pero la contestación es algo
complicada, no por lo que lo matamos, sino porque
entonces podría descubrir que no es al único, que no es el
primero ni será el último. Llevamos algunos años
encargándonos de escoria como él. Solo lo sabemos
nosotras cuatro, es más seguro así.
—Tenía que hacerlo, abusaba de niñas.
Gruñe.
—No digo que no lo mereciera, pero me intriga saber por
qué fuisteis vosotras las que os encargasteis de ello.
—Fui solo yo —insisto—. Nadie más iba a hacer nada.
—¿Es la primera vez que matas a alguien?
—Sí —miento.
Me mira entrecerrando los ojos, como si no terminara de
creer mis palabras. Se acerca hasta mí y, sin previo aviso,
me rodea con su brazo para atraerme contra su cuerpo. El
bolso se cae al suelo mientras nuestras miradas se
enganchan.
—¿Te hizo algo? —susurra—. Si se atrevió siquiera a…
Su preocupación me hace sentir extraña, está muerto,
¿qué más podría hacerle él?
—No —contesto, tratando de normalizar mi respiración,
tenerlo tan cerca me altera.
—¿Cómo lo hiciste?
Me quedo callada y él sonríe. Pasa su nariz por mi mejilla
y mi estúpida yo quiere que me bese. No sé qué me pasa
con él, la atracción que siento es brutal, y eso me asusta.
—Sé que usaste veneno, está en la planta —murmura
mientras prosigue sus caricias con sus labios en mi otra
mejilla—, lo que me causa curiosidad es cómo supiste sobre
ese tipo de sustancia.
—Goo-google —atino a decir.
Soy consciente de la sonrisa que se extiende en su boca
por la forma en la que contesto. También soy consciente de
su mano subiendo por el costado de mi cuerpo sin llegar a
tocar nada, pero dejándome con ganas de que lo toque
todo.
—Ma perle, sé que me estás mintiendo —susurra con sus
labios sobre mi cuello.
Estoy a un segundo de rogarle que me folle cuando siento
la vibración de su móvil en el bolsillo delantero de sus
pantalones.
—Creo que te llaman —le digo, alejándome de él para
tratar de recobrar mi cerebro, que ahora mismo está
ahogándose en mis bragas.
Me deja ir, aunque no suelta mi mano, contesta y veo que
su expresión cambia. Cuelga y suspira.
—¿Pasa algo? —pregunto curiosa.
—Nuestra conversación tendrá que continuar en otro
momento.
—¿Me estás echando?
—Ojalá, pero me temo que ya están en el ascensor.
—¿Quién?
Me asusto por un momento, pensando que se refiere a
algún capo al que va a delatarme por lo del asesinato, pero
su respuesta es mucho peor.
—Madre.
Capítulo 10
Nicola
Sonrío al ver lo nerviosa que se pone mi perla. Me jode la
interrupción, estoy empezando a volverme adicto a tocar su
piel.
—Supongo que en algún momento tenía que conocer a tu
madre —murmura, viendo los números sobre la puerta del
ascensor marcar los pocos segundos que quedan antes de
que eso suceda.
Solo mi círculo cercano sabe por qué la llamo «madre» a
pesar de que no lo es, ella, en realidad, trató de criarme
cuando mi padre se enteró de mi existencia. Mi madre, la de
verdad, perdió la cabeza por ello, no del todo, pero nunca se
recuperó por completo.
Cuando las puertas se abren, veo a Roma salir el primero.
Por supuesto que no va a dejarme solo en esta situación.
Por instinto, me coloco delante de Seren, no me gusta la
idea de que ellos sepan de su existencia, aunque era
inevitable, al igual que esta visita. Tenía claro que, en el
momento en que se enteraran de que iba a formar parte de
los Farnese, aparecerían.
—Hijo, cuánto tiempo —dice mi padre, adelantándose a
madre y a mis hermanos.
—Oh, Dios mío, es preciosa —casi grita madre mirando a
Seren.
Estoy tenso y la mirada que mi prometida me da lo
transmite. Parece que ella sabe leerme bastante bien a
pesar de lo poco que nos conocemos.
—Encantada, soy Serenella Farnese —se presenta con
toda la clase y educación que le gustaría tener a mi familia.
Ellos se presentan como si fuéramos un clan unido. Mi
hermana, la cual me ha gritado miles de veces que mi
madre, la de verdad, solo fue una puta y que su locura es el
castigo por ello, está alabando los zapatos de diseño de
Seren.
Me encantaría matarlos a todos.
—Se lo prometiste, así que respira —murmura Roma a mi
lado.
Sí, según mi madre, la de verdad, mi alma no podría
recuperarse de matar a mi padre y a esta banda de cuervos.
Por lo mucho que la quiero, le hice la promesa de que no me
vería asesinarlos ni mandaría hacerlo. Un juego de palabras
que ella no detectó y gracias al cual, el día que ella muera,
todos estos cadáveres que tengo delante serán enterrados.
—¿Y tienes hermanas? —pregunta Luciano, mi hermano.
—Ninguna para ti —contesta Roma, apoyando su mano en
el arma que lleva en la cintura.
Seren nos mira y sigue hablando con mi hermana y mi
madre, pero sé que no le pasa desapercibido el tono de este
encuentro.
—Mi hijo todavía no nos ha enviado la invitación —suelta
mi padre.
—Aún no tenemos fecha, pero yo misma me encargaré de
escribir las vuestras —le asegura Seren, y le gruño.
—No lo harás —le prohíbo, y ella alza una ceja.
Quiero darme una patada en el culo por hablarle así, no es
su culpa que mi familia sea una mierda.
—Tienes que convencerlo —suplica madre—, sé que no le
gusta ser el centro de atención, pero creo que deberíamos
estar allí en un día tan especial, ¿no crees?
—He dicho que no —repito.
Sé que ahora parezco el peor ser del mundo ante sus ojos.
Seren está conociendo la parte amable y dulce de madre y
de mi hermana, incluso Luciano alaba su gusto por el reloj
que lleva. Para mi futura prometida la situación es como
para el resto del mundo que no me conoce: soy un hijo
malagradecido que no sabe tratar bien a los suyos.
—Querida, convéncelo, ya sabes que, al final, como
mujeres, la boda es el día más importante de nuestra vida y
querrás que tus suegros estén allí, ¿no? —insiste madre.
Seren los mira y me mira. Luego hace algo que no me
espero, se acerca hasta donde estoy y entrelaza sus dedos
con los míos.
—Si Nico ha dicho que no son bienvenidos, entonces no lo
son.
—Esto es increíble, ¿cómo nos van a prohibir la entrada
ese día? —suelta madre altanera.
Seren da un paso hacia ella y ahora parece que es mi
futura esposa la que me protege a mí.
—Si tratas de entrar a mi boda, yo misma haré que te
saquen en una bolsa de basura —contesta Seren con una
dulce sonrisa en sus labios.
Joder, se me acaba de poner muy dura.
—Primita, te superquiero mucho.
—Cállate, Roma —decimos Seren y yo a la vez, y sonrío.
Es algo que no suelo hacer cuando esta gente está
presente.
—Y déjame decirte dos cosas más —prosigue Seren—: el
día de mi boda no será el mejor de mi vida, eso sería muy
triste, mi meta no es ser una mujer casada, tengo cerebro y
sé usarlo.
Roma aplaude y yo estoy a punto de hacerlo también.
—¿Y lo segundo? —pregunta la bocazas de mi hermana.
—Que muchas gracias por la visita, encantada de
conoceros y buen viaje de vuelta a casa.
—¿Nos estás echando? —inquiere mi padre, asombrado.
Si hay alguien que no esté acostumbrado a que una mujer
le hable así es él.
—Si quieres, puedo sacarte unas marionetas y explicártelo
para que te sea más fácil, suegro.
Lo veo dar un paso amenazante hacia ella y tengo el arma
en mi mano antes de que siquiera pueda pensar en lo que
va a pasar.
Seren, lejos de asustarse, aún lo encara más. Roma y yo
ahora estamos justo tras ella.
—No te tengo miedo, Baglioni, y no cometas la estupidez
de subestimarme por ser una mujer. Soy una Farnese, y a
nosotros se nos respeta.
Mi padre y ella mantienen la mirada unos segundos, hasta
que madre interviene.
—Oh, cielos, no, preciosa, eso no es lo que pasa. Por
supuesto que te respetamos, jamás faltaríamos el respeto a
una Farnese. Esto es todo un malentendido. Será mejor que
nos vayamos y en otro momento hablaremos con más
calma.
—Os acompaño —se ofrece Roma sin guardar su arma.
Rodeo con mis brazos desde atrás a Seren, ella apoya su
espalda contra mi pecho y ambos permanecemos en
silencio mirando hacia el ascensor hasta que este cierra sus
puertas y nos quedamos a solas de nuevo.
—Gracias —le digo, soltándola y haciendo que me mire.
Ella da unos pasos hacia el ventanal y suspira.
—Sé lo que se siente al tener una mierda de familia —es
lo único que responde.
—Aprecio tu lealtad, todavía no estamos casados y no
sabes los motivos por los que me comporto así con ellos.
Ella se encoge de hombros y sonríe. Puede que lo que
acaba de hacer no sea nada raro para ella, sin embargo,
para mí es un mundo.
—Deberíamos seguir con la conversación con la que
estábamos.
—Puedes estar tranquila, no voy a delatarte con lo de
Libio.
Seren me mira y me sonríe por primera vez de forma
genuina, y, joder, eso me gusta mucho.
Se dirige al sofá de la suite y se sienta, palmea a su lado y
tomo el lugar que me ofrece. Se gira, subiendo un poco sus
piernas al sofá, y el gesto provoca que el vestido que lleva
se le suba, dejando a la vista parte del muslo. Mi polla ahora
mismo quiere salir a jugar. Esta mujer bloquea todos mis
sentidos con solo respirar.
—No me gusta la forma en la que hemos acabado
comprometidos, que me hayas comprado es una mierda —
comienza a decir—, pero si no hubieras sido tú, hubiera sido
otro.
—En eso tienes razón.
—Y creo que podemos llegar a llevarnos bien, no hace
falta hacer de este matrimonio un infierno, ¿no crees?
Sus palabras hacen que sonría y asienta.
—Sí, estoy de acuerdo.
—Eso sí, voy a dejar claro algo, no me gusta que me
prohíban nada. Entiendo lo que ha pasado antes, pero no
me vuelvas a hablar así delante de nadie. No soy menos
que tú, somos iguales, tengo derecho a tener mis
pensamientos y opiniones.
—Sigo estando de acuerdo.
—Me gusta que me des tanto la razón, cuidado o me
puedo acostumbrar —se burla—. Entonces, creo que
podemos decir que nuestro matrimonio será una bonita
amistad. Lo único que tengo que avisarte es que, cuando
una de mis hermanas me necesite, saldré corriendo hacia
ella sin importar absolutamente nada, ¿de acuerdo?
Asiento y ella vuelve a sonreír. Y me gusta más que la vez
anterior.
—Creo que es mi turno de exponer mis condiciones para
este matrimonio.
—Muy bien, ¿qué es lo que quieres?
—No tendrás amantes.
Frunce el ceño y me cabrea pensar en que ella quiera esa
posibilidad.
—Entonces tú tampoco —sentencia.
—Me parece bien.
—¿Y cuando tengas ganas de…?
—Para eso tendré una esposa.
—Espera, ¿vamos a acostarnos juntos?
—Si quieres un matrimonio feliz, con libertades y en el
cual tus secretos estén a salvo, sí, eso es lo que pido.
Veo el brillo en sus ojos y me encanta. Sé que soy un
gilipollas por decir algo así, no voy a delatarla en lo de Libio,
aunque algo me dice que no ha sido su primer cadáver.
—Muy bien, entonces, ¿lo que quieres es mi cuerpo?
—Sí.
—De acuerdo, aquí lo tienes, tómalo.
La miro confundido por su respuesta, esperaba algún tipo
de negociación o quizás un grito, incluso una bofetada, pero
esto no.
Seren se levanta, se pone delante de mí y baja la
cremallera de su vestido. Lo desliza hasta sus pies y lo
patea lejos. Pone las manos en sus caderas y me mira en
silencio.
Una puta obra de arte es lo que tengo delante.
—Aquí me tienes, si me quieres, fóllame.
Capítulo 11
Seren
No sé qué me ha impulsado a decir eso, pero no me
arrepiento. El solo hecho de que me haya dicho que mi
cuerpo es parte del trato me cabrea y enciende a partes
iguales. Mi cabeza está jodida.
Nico me mira como si fuera un helado por el que quiere
pasar toda su lengua, y eso hace que mis bragas se mojen
de forma instantánea.
Como si me hubiera leído el pensamiento, se tira de
rodillas ante mí, coge una de mis piernas y la coloca sobre
su hombro. Todavía llevo mis tacones, pero el agarre de su
mano en mi culo me hace sentir segura de que no voy a
caer.
Pasa su lengua por mi ropa interior, dejándome con ganas
de más, y me arqueo contra él. Con la mano libre aparta la
tela y hace el mismo movimiento, esta vez un gemido
escapa de mis labios y un gruñido de su garganta.
—Hueles jodidamente bien —murmura contra mis
pliegues antes de comenzar a comerme como si yo fuese
una tarta de chocolate y él hubiera estado a dieta.
Agarro su cabeza y clavo mis uñas en su pelo. Me da igual
si le hago daño, ahora mismo en lo único en lo que puedo
pensar es en que quiero más de él dentro de mí.
Su lengua pasa de arriba abajo mientras con sus dedos
abre mis pliegues para tener mayor acceso. Masajea mi
clítoris, enviando ondas de placer que me hacen temblar las
piernas.
—Nicola —suspiro, y vuelve a pasar su lengua, esta vez
presionando un poco más.
En un instante, hace un giro sin soltar mi culo y me
encuentro siendo tumbada en el sofá, con su boca todavía
sobre mi centro y su mano en mi culo.
—No tienes idea de lo que me haces, ma perle —jadea.
Que me hable en francés en este momento solo provoca
más excitación. Quita su lengua y mete dos dedos de golpe,
luego tres, no lo espero y me arqueo, pero él me retiene en
el sitio, poniendo su mano sobre mi bajo vientre.
—Estoy cerca —casi grito, y él introduce sus dedos aún
más adentro, provocando que levante mi cuerpo a pesar de
su agarre.
—Vente para mí, ma perle —me ordena, y lo hago, como
si mi cuerpo le hiciera caso con tan solo escucharlo.
Sigue metiendo sus dedos de forma salvaje a la vez que
ahora baja su boca y me chupa un pezón, joder, estoy
cabalgando mi orgasmo cuando noto que está
construyéndose otro.
—No pares —le suplico, y no lo hace; cuando muerde mi
pezón, el latigazo de dolor provoca que estalle un orgasmo
tan brutal que me hace casi perder el conocimiento.
Sigue metiendo y sacando sus dedos de mí, solo que
ahora está disminuyendo la velocidad, acompañándome en
la bajada del mayor placer que me han dado en mi vida.
—Ma perle, casi me corro en los putos pantalones solo de
verte —confiesa, y sonrío—. Si hubiera sabido que esto era
el matrimonio, me hubiera comprado una mujer mucho
antes.
Sus palabras penetran en la bruma de mi orgasmo y me
golpean muy duro.
—Ya ves —contesto algo seca, y se da cuenta de su error.
—Mierda, no es eso lo que quería decir —comienza, pero
no le dejo acabar, agarro su polla por encima de los
pantalones y aprieto.
Está dura y mi gesto lo ha pillado desprevenido.
—Mi turno —susurro mientras le desabrocho los botones;
él me ayuda.
Nuestra posición ahora cambia, está sentado y yo entre
sus rodillas.
Cuando veo su polla, me sorprende el piercing de la
punta, creo que se llama príncipe Alberto. Nunca lo he
hecho con alguien que tuviera uno.
Antes de que pueda pensar mucho más, paso mi lengua
desde la base hasta la punta. Su gemido de placer me deja
claro que no ha estado mal. Ahora mismo estoy un poco
nerviosa, esto no lo he hecho nunca. He tenido sexo y hecho
pajas, pero siempre con la mano o mis tetas, mi boca es
virgen, o lo era.
Con mucho cuidado, recoge todo mi pelo en un puñado en
su mano y lo sujeta con firmeza. Abro mis labios y lo meto
hasta el fondo, hasta que noto la arcada, solo que no es
desagradable, al contrario, la pulsación que acabo de sentir
me provoca una excitación que no conocía.
—Joder, ma perle, esto es jodidamente bueno —jadea
mientras mueve su cuerpo a la vez que yo lo meto y saco
de mi boca.
Me está follando despacio, lo cual agradezco, no sé si
podría hacer lo que he visto en alguna peli sin
atragantarme. El ritmo que llevamos es cómodo, y decido
aumentarlo y succionar como si fuera un helado.
Gruñe, y otra pulsación en mi boca me hace saber que lo
estoy haciendo bien. Aprieta su agarre en mi pelo y lo que
podría pensar que me iba a doler me excita, ¿qué cojones
me pasa con él? Nunca he sido de esta manera.
Sigo aumentando mi velocidad y muerdo su punta.
—Dios, sí —suspira.
Le gusta duro. Se lo doy. Sigo chupando y mordiendo.
Sigue gimiendo y yo excitándome al escucharlo.
—No voy a aguantar mucho más.
Sé que me está advirtiendo, es el momento de quitarme,
siempre he pensado que es asqueroso tragarse el semen,
eso no hay amor que lo soporte, sin embargo, en este
momento entiendo que cuando lo haces no es por
sentimiento, no al menos por uno como el amor, es por la
sensación de poder que tienes. Quiero llevarlo hasta el
extremo de tenerlo a mi merced y por eso no me detengo.
Sigo chupando y él me da una advertencia más que muere
a mitad en sus labios cuando con mi mano aprieto sus
huevos.
No tarda ni diez segundos en correrse dentro de mi boca
con un gruñido que bien podrían confundirlo con un animal.
No voy a decir que tener esto en mi boca es agradable,
así que lo escupo en la cara alfombra de la suite.
Me levanto y recojo mi vestido mientras Nico sigue
sentado en el sofá con la cabeza hacia atrás y su polla
asomando. Incluso en modo descanso es grande. El piercing
brilla y me da curiosidad saber qué le llevó a hacérselo y si
le dolió, pero no puedo olvidar lo que ha dicho.
Voy hasta la neverita y saco una botellita de vodka, me
enjuago la boca y lo escupo en una planta que hay al lado
del ventanal.
—Como jardinera serías pésima —se burla, y su sonrisa
perezosa me gusta, demasiado.
—Me llevo un agua.
Ahora su cara se vuelve seria.
—¿Te vas? Todavía no he acabado contigo —casi gruñe.
—Toma esto como un depósito, el pago no será hasta el
día de la boda.
Puede que me haya dado el mejor orgasmo de mi vida,
pero que no se equivoque; que haya dicho que hubiera
comprado una mujer antes es algo que no se me va a
olvidar con facilidad. Si lo que quiere es tomar este
matrimonio como una transacción, que así sea.
—¿Qué demonios dices? —pregunta, levantándose y
guardándose todo en su sitio mientras me sigue hasta el
ascensor.
Lo llamo y agradezco no tener que usar ningún tipo de
tarjeta ni nada de eso.
—Tú mismo lo has dicho, si quiero un matrimonio tranquilo
mi cuerpo es parte del trato, pero entiende que hasta que
no estemos casados no me voy a entregar por completo.
Aunque gracias por lo de antes, sabes manejar muy bien la
lengua.
Veo su cabreo aumentar de cero a mil en segundos, por
suerte, el ascensor llega y yo entro en él.
—Así que esto es lo que quieres, ¿no? —Es una pregunta
retórica, por lo que no me molesto en contestar—. Muy bien,
entonces compra un bonito vestido y reserva el sábado de
dentro de dos semanas.
—¿Por qué?
—Ese día nos vamos a casar.
—No pued…
Voy a protestar, pero Nico entra y pulsa el botón del hall,
sale y me mira con un brillo amenazante en su mirada. Las
puertas comienzan a cerrase y sus últimas palabras me
dejan helada:
—No te olvides de hacer la maleta, una grande, tardarás
en poder volver a recoger lo que te dejes.
Capítulo 12
Nicola
Joderrr.
Cojo un jarrón de medio metro que hay junto a las puertas
del ascensor y lo lanzo contra la pared. A este le sigue una
silla y un cuadro que arranco. Para cuando el ascensor abre
sus puertas de nuevo y mi primo aparece, me queda poco
que destrozar.
—Un consejo, primito, si alguna vez decides dejar tu
actual trabajo, no te dediques a la decoración, te ha
quedado todo horrible, claramente los cristales rotos de ese
espejo no combinan en absoluto con las flores hechas trizas
de su lado.
La mirada que le doy hace que levante las manos en señal
de rendición, aunque la sonrisa burlona de su cara le otorga
el premio de un puñetazo, solo que cuando se lo voy a dar,
me esquiva y corre hasta el sofá, salta sobre el respaldo y
se queda de pie.
—Baja de ahí ahora mismo —le gruño.
Está pisoteando el lugar en el que he estado con Seren, y
eso me jode la cabeza de tal forma que no quiero pararme a
preguntar.
Roma me mira extrañado y luego al mueble bajo sus pies.
—Ay, pillín, tú has follado —suelta, y esta vez cojo el arma
de la mesa y le disparo.
Aunque en el último segundo desvío mi tiro unos
milímetros a la derecha de su cabeza para no darle. Ahora
mismo lo quiero muerto, pero me arrepentiría.
—¿Se puede saber qué ha pasado aquí? —inquiere,
saltando hacia una butaca y sentándose en ella.
Cuando hace estas cosas parece mucho más joven de lo
que es, y me gusta que no haya perdido esa inocencia a
pesar de todo por lo que hemos pasado.
—La he jodido con Seren.
—¿Y eso? ¿Se ha decepcionado por tu minipolla? —
pregunta serio, como si no estuviera bromeando, y estoy
muy a punto de dispararle de nuevo.
—Sigue así y no volveré a fallar —le amenazo.
Se ríe y me tira un cojín a la cara, yo le devuelvo otro
mientras me dejo caer justo donde he tenido a mi perla en
mi boca.
—A ver, cuéntame con detalle.
Ruedo los ojos y niego con la cabeza.
—Solo te voy a decir que estábamos en medio de algo y
he dicho unas palabras desacertadas.
—¿Algo como: sabes igual que tu madre? Eso no les suele
gustar a ninguna.
No puedo evitar reírme. Puede parecer que bromea, pero
yo sé que no es así, y el agujero de bala que le hicieron en
el culo hace un par de años lo confirma.
Le cuento lo que ha pasado y me escucha con atención.
No entro en detalles, no soy de los que hacen eso, pero
tampoco me avergüenzo del sexo ni de practicarlo.
—Así que mientras estás dándole un buen orgasmo, según
tú, le sueltas que te mola comprar mujeres y te da igual
cuál sea mientras se deje follar.
—No le he dicho eso, gilipollas.
—Eso es exactamente lo que has dicho, primito, piénsalo.
Lo hago y me doy con la mano en la frente porque tiene
razón.
—Pero no me refería a eso, quería decir que ella merece la
pena tanto que me hubiera casado antes de haberla
conocido.
—Pues no ha sonado así, ni de lejos. Oye, ¿y después de
soltar eso te ha hecho una mamada?
Asiento. Me guardo para mí que se notaba que era
inexperta, lo cual me ha gustado todavía más, y tampoco le
digo que pensar en ella con mi polla en su boca y su pelo en
mi mano me tiene duro en un segundo.
—Me va a encantar tenerla en la familia —se burla Roma,
y gruño.
Mi teléfono suena y me levanto a cogerlo. Está sobre la
mesa desde que Roma me avisó de que subía con mi familia
en el ascensor.
—Sabes —le digo antes de contestar—, el hecho de que
me haya sido leal delante de mi padre me ha hecho verla de
otra manera.
—Normal, yo casi le hago la ola, tiene los huevos más
gordos que tu hermano.
Me río mientras descuelgo.
—Bagliani —escucho al otro lado, reconozco la voz de mi
futuro suegro al instante y pongo el altavoz—, hemos
encontrado el cuerpo de Alessandro Domenico y algunos de
mis capos creen que has tenido algo que ver.
—¿Y eso por qué sería?
—Porque no hay nadie tan tarado como para matar a
alguien como Domenico y pintarle una polla en la mejilla.
Miro a mi primo, que sonríe.
—Estaré allí en media hora —digo antes de colgar—. ¿Algo
que decir, Roma?
—¿Ups?
Capítulo 13
Seren
Cuando salgo del ascensor veo a Roma apoyado en la
pared, y me sonríe. Es un tipo extraño, aunque me cae bien.
No me detengo a hablar con él, solo paso de largo y él va
hacia el elevador mientras habla con alguien por teléfono.
Creo que me pongo roja, ¿sabrá lo que ha pasado entre
Nicola y yo?
Al salir cojo el primer taxi, y cuando me bajo en casa veo
un coche detenerse, bajar la ventanilla, hacer una foto,
sonreírme y largarse. No sé por qué tengo la sensación de
que es uno de los hombres de Nicola.
Ahora que lo pienso, no he visto a su equipo de seguridad,
mi padre siempre lleva a un montón de sus hombres
rodeándolo, parece una celebridad, sin embargo, Nicola es
diferente.
No, no voy a ponerme a romantizar al hombre que cree
que comprarme a mí o a cualquiera está bien. Entro y voy
directa a mi habitación, me ducho y trato de no pensar en lo
mucho que me ha gustado su lengua y lo que me encantaría
que ahora mismo estuviera aquí conmigo.
—¡No te masturbes que te estamos esperando! —escucho
a Ori gritar desde el otro lado de la puerta.
Ruedo los ojos, puede que cada una tenga una habitación
con baño, pero la privacidad es algo que no conocemos
ninguna.
Salgo y compruebo que mi maquillaje sigue bien, el pelo
lo recojo en una coleta después de quitarme el gorro para
no mojarlo. Cuando entro a mi cuarto de nuevo, veo a mis
tres hermanas sentadas en mi cama, mirándome.
—¿Qué bicho os ha picado ahora? —pregunto mientras me
visto con un conjunto de traje chaqueta de pantalón corto.
Quiero ir a comprar un par de cosas para tratar de
despejarme.
«Y un vestido de novia».
—Sabemos que has ido al hotel a ver a Nicola —suelta
Fiore, y frunzo el ceño.
—¿Cómo os habéis enterado?
—Ori habla con su primo por mensajes —confiesa Nella.
Miro a mi hermana y alzo las cejas.
—No es nada raro, pero me cae bien —trata de excusarse
Ori.
—Eres una adulta y no voy a decirte lo que tienes o no
tienes que hacer, pero que sepas que Roma quiere follarte,
eres como un reto.
Ori sonríe y ruedo los ojos.
—Puede que yo también quiera hacer lo mismo con él, ¿lo
has visto?
La verdad es que, si no fuera porque el solo respirar cerca
de Nicola me pone cachonda, no me importaría probar a
qué sabe Roma.
—Tú verás, ya tienes veinticuatro años —sentencio como
una madre preocupada.
—Aún no nos has contado lo que estabas haciendo allí —
insiste Fiore.
No tengo secretos con ellas, así que les enseño el
mensaje con la foto de la planta y todo lo que ha pasado.
Bueno, todo no, la parte en la que me he corrido dos veces
en la boca de Nicola me la reservo, no creo que sea
relevante para lo que ahora nos atañe.
—Mierda, ¿y crees que nos delatará? —se preocupa Nella.
—No, podría haberlo hecho ya si ese fuera su plan.
—¿Te ha pedido algo a cambio? —curiosea Ori, y niego
con la cabeza, aunque ella me conoce lo suficiente como
para saber que ha pasado algo más.
—No, aunque hemos discutido por un comentario que ha
hecho y parece ser que me caso en dos semanas.
—¡¿Qué?! —gritan mis tres hermanas a la vez, y tengo
que reírme porque ha sido divertido ver cómo de
sincronizadas estamos.
—A ver, ya sabíais que esto iba a ocurrir.
—Pero pensaba que tendríamos meses por delante.
—¿Cómo vamos a seguir haciendo lo nuestro contigo tan
lejos? —refunfuña Fiore.
—Estoy a una hora en avión, no me mudo a Rusia —trato
de suavizar.
Son unas exageradas, aunque en el fondo lo entiendo.
Siempre hemos sido nosotras cuatro y, cuando empezamos
a darnos cuenta de que tendríamos que casarnos, nunca
barajamos la posibilidad de que una encontrara marido lejos
de casa.
—No sé si papá se lo va a permitir, ya sabes que le
encanta organizar estas cosas para ser el centro de
atención.
—Me da la impresión de que mi prometido es de los que
consigue siempre lo que quiere.
—Espero que el mío sea al menos joven como él —
murmura Nella.
Una de sus amigas fue casada el año pasado con un viejo
que dudamos que pueda lograr que se le levante, eso si la
encuentra debajo de su enorme tripa de Santa Claus.
—Tú podrás casarte con quien quieras —le asegura Ori, y
lo hace de una forma tan categórica que provoca que Fiore
la mire y la pille poniendo la cara de «la he cagado» que tan
bien conocemos todas.
—¿Qué nos estáis ocultando? —pregunta mi dulce e
inteligente hermana pequeña.
Ori y yo nos miramos, y sin tener que hablar, solo
asintiendo, sabemos que es momento de contarles nuestro
plan. Ya no son unas niñas y, al fin y al cabo, es de su futuro
del que hablamos.
Pasamos la siguiente media hora explicándoles nuestro
plan de casarnos Ori y yo para obtener ayuda de nuestros
maridos. De cómo íbamos a matar a nuestro padre con su
apoyo y hacernos con el control de los negocios a través de
ellos para que ellas pudieran tener una vida feliz con el
hombre o mujer que escogieran.
Nella y Fiore nos escuchan con atención, no nos
interrumpen, y cuando hemos acabado siguen en silencio.
Miro a Ori y ambas estamos algo desconcertadas, es difícil
mantener a estas dos calladas tanto tiempo.
—¿Pensabais hacer todo eso sin contárnoslo? —pregunta
Nella, y por su tono sé que no está contenta.
—¿Y si os pillaban tratando de matar a papá? ¿Y si
vuestros maridos se ponían de su parte? —continúa Fiore.
—Era un riesgo que podíamos asumir si a cambio…
—Acabo de cumplir veinte —me corta Fiore—, y Nella
tiene veintidós. Creo que somos lo suficientemente mayores
como para haber demostrado que no necesitamos que nos
protejan. Puede que tú —me mira— seas una artista con el
cuchillo, y que tú —ahora mira a Ori— seas un prodigio con
los venenos, pero Nella y yo no lo somos menos en nuestras
especialidades.
—Eso es —interviene Nella—, Fiore es capaz de darle a un
objetivo a un kilómetro de distancia, hay pocos
francotiradores en el mundo capaces de ello. Y yo puedo
provocar una explosión prácticamente con un chicle y sal.
—Vale, estáis cabreadas y en vuestro derecho a ello, pero
entended que sois nuestras hermanas pequeñas. No es que
no sepa que podéis defenderos, es que me aterra que
tengáis que hacerlo, que os pase algo —les confieso, y sus
caras se suavizan.
—Seren, tienes que dejar de ser nuestra madre. Tú nos
has criado y no podemos estar más agradecidas por ello,
pero no es bueno para ti tener esa carga.
—Siempre has sido muy madura para que nosotras
podamos ser niñas, ahora deja que seamos mujeres y tú
nuestra hermana —finaliza Nella.
Nos abrazamos y trato de que no vean que se me escapa
alguna lágrima. Sí, siempre serán mis niñas, pero tengo que
dejarlas crecer, y eso lo van a hacer ayudando a matar a
nuestro padre.
Trato de aligerar el ambiente cambiando de tema.
—¿Sabéis que tienen una pista de la geme?
—¿Sí?
Pasamos un rato con nuestras teorías. Hace unos años
secuestraron a una prima segunda por parte de mi tía. No
viven aquí, creo que en esa época estaban en Génova.
Nadie sabe qué pasó. Las niñas, gemelas, estaban jugando
en una plaza llena de gente de la famiglia y, de pronto, una
faltaba. Llevan años buscando y escuché a mi padre decir
que habían encontrado un indicio de algo, aunque también
dijo que sería algo falso porque tenía claro que esa niña
estaba muerta desde hacía mucho tiempo.
Tocan la puerta y abre nuestra ama de llaves, me dice que
alguien quiere hablar conmigo y me pongo nerviosa
pensando que es Nicola, quizás quiera continuar
discutiendo, o viene a disculparse o…
Mis pensamientos se detienen cuando veo al pie de las
escaleras al hombre de confianza de mi padre.
—¿Qué ocurre, Marcelo? —pregunto extrañada.
—Tú padre quiere que vengas conmigo, tienes que
testificar ante la famiglia.
Veo a mis hermanas asomadas a la puerta y niego
levemente con la cabeza para que no hagan nada.
—Muy bien, ¿y sobre qué?
Voy bajando con calma, como si mi corazón no estuviera a
punto de salirse de mi pecho por el miedo a que nos hayan
descubierto de algún modo.
—Ha aparecido el cadáver de Alessandro Domenico.
Capítulo 14
Nicola
El silencio en la sala es palpable cuando empujo la pesada
puerta de madera, los goznes chirriando como un gemido
de advertencia. Mi primo Roma me sigue de cerca, su
presencia es tan segura y calmada como siempre.
Al entrar, mis ojos recorren la sala, examinando a cada
uno de los presentes. Reconozco sus rostros, hombres duros
y curtidos por años de violencia y lealtad, cada uno con sus
propias historias de poder y traición. Sentados en sillas de
cuero gastado, parecen una fila de jueces sombríos, y
aunque no pronuncian palabra, sus miradas hablan de
sospecha y juicio inminente.
Tullio Farnese se encuentra en el centro, su postura regia
y dominante. Su mirada penetrante me evalúa con la misma
intensidad con la que yo evalúo a los demás. Siento el peso
de su escrutinio, pero mantengo mi expresión relajada, mis
movimientos medidos y controlados. No puedo permitirme
mostrar debilidad. No aquí, no ahora.
Paso junto a Salvatore, su cicatriz cruzándole el rostro
como un recordatorio de su lealtad forjada en batallas
callejeras. A su lado, Vincenzo, con su perpetuo gesto de
desdén, el tipo de hombre que disfruta el dolor ajeno. En la
esquina, Enzo, el contable, cuya inteligencia afilada es tan
peligrosa como cualquier arma. Sus ojos se encuentran con
los míos, brevemente, pero es suficiente para captar su
desconfianza.
Al fin llego a la silla vacía que me han reservado, cerca del
centro de la sala, frente a Tullio. Con una calma fingida, me
dejo caer en el asiento, mi postura es relajada y
despreocupada. Mi primo Roma toma asiento a mi lado, su
expresión igualmente tranquila. Estamos en territorio
enemigo, pero nuestra actitud debe ser impenetrable.
Somos lobos en una guarida de leones, y no podemos
mostrar miedo. Además, tengo a mis hombres apostados en
los edificios adyacentes con rifles apuntando a cada uno de
los aquí presentes, y a otros tantos sobre el tejado, listos
para deslizarse por la pared y entrar por estas enormes
ventanas que rodean toda la sala.
Está claro que ninguno de los que están en la habitación
tiene formación militar, no como mi primo y yo, que
servimos en las fuerzas especiales, o como mis hombres,
todos bajo mi mando desde la época en la que lucía traje
militar.
—¿Y bien? —pregunto al fin, esperando que esto
comience.
—Hemos encontrado el cuerpo de Alessandro Domenico
—comienza Tullio.
—Y alguien le pegó un tiro en la cabeza —prosigue
Vincenzo.
—¿Algo que decir, Baglioni? —finaliza Salvatore.
—Muchas cosas, como que este lugar huele a viejo, y no
me refiero a los muebles.
—¡A eso era! —exclama mi primo al lado—. Llevaba desde
que hemos entrado tratando de averiguar lo que era. Sí,
huele a asilo.
Tengo que contener la sonrisa por la forma en la que
actúa siempre Roma. No es que no esté preocupado de que
puedan matarnos, es que le da igual, y no hay nada más
peligroso que alguien con el cerebro de Roma y nada que
perder en la vida.
—Creo que no entiendes la gravedad de esta situación —
prosigue Tullio.
—Sí que lo entiendo, así que acabemos con esto ya, ¿qué
queréis de mí?
—Que confieses que has matado a Domenico.
—Sí, lo hice —contesto, y me levanto, abrochando el
botón de la americana—. Si eso es todo, tengo cosas que
hacer.
Un tipo saca el arma y me apunta directo a la cabeza, en
los ojos del resto puedo ver el ego aumentar el tamaño de
sus diminutas pollas.
—Seguro que fue por esa perra —murmura en un tono
que no sé si ha oído Tullio.
Miro a Roma, este sonríe, luego levanto mi mano derecha
y chasqueo los dedos. Un segundo después el tipo está en
el suelo con un agujero en el cuello que provoca que se
ahogue con su propia sangre.
Roma aplaude entusiasmado.
—Me encanta cuando haces magia, primito, eres un
auténtico mago.
Tullio me mira enfadado, la ira estalla en sus ojos, y
aunque me encantaría chasquear los dedos de mi mano
izquierda para que cada uno de esta sala muera, no puedo
hacerlo. No es la manera de conseguir el poder. Así que
respiro hondo y trato de ganarme el favor de mi futuro
suegro.
—Sé que no son formas, pero me faltó el respeto y, lo que
es peor, se lo faltó a tu hija, así que no me voy a disculpar
por haberlo matado.
—Baglioni, estás muerto —sisea Salvatore, y Roma
chasquea sus dedos.
Todos se encogen, cobardes, pero esta vez no hay un
disparo atravesando la ventana. Ahora todos tienen un
punto rojo en sus frentes y miran de un lado a otro.
—No estaría yo tan seguro de que mi cadáver fuera el que
encontraran aquí los de la limpieza.
—Hay alguien que puede ser testigo en esta historia, está
de camino —dice Tullio, bajando el móvil—. Esperaremos
hasta entonces para tomar una decisión sobre Nicola.
Les habla a los demás, no a mí, creo que mi truquito le ha
gustado. Puede que su intención fuera impartir justicia
conmigo, pero se ha dado cuenta de cómo de bueno soy y
lo mucho que le gustaría tener a mis hombres bajo su
mando. Poder, eso es lo que mueve a los tipos como él. Lo
que nunca va a entender es que mis soldados no lo son
porque les pague, lo son por lealtad, una que él no ha
sentido jamás por nadie que no sea él mismo.
Con otro gesto, los puntos rojos desaparecen, aunque la
mirada de miedo de muchos de los allí presentes no. Son
todos de la vieja escuela, una generación ya demasiado
mayor, necesitan darle paso a los siguientes, aunque si son
todos como el difunto, entiendo que no quieran dejar el
poder.
—¿Quién crees que es el testigo? —pregunta Roma en un
volumen que solo yo puedo oír.
—Ni idea, imagino que un camarero o quizás alguien vio
algo que se grabó en las cámaras de seguridad.
—No me cuadra. Revisé eso y no había ninguna donde
estábamos, ni cerca. Y camareros no faltaban cuando todo
ocurrió.
—Es probable, entonces, que hayan sobornado a alguien
para que mienta.
—Tiene sentido, ¿crees que Tullio te quiere muerto?
—Puede que hasta hace un momento sí, ahora me parece
que ha cambiado su forma de verme.
—Tú también has notado que se le ha puesto dura al ver
tu espectáculo, ¿eh?
Sonrío y meneo la cabeza.
Alguien entra a recoger el cuerpo del que ha pensado que
podía amenazarme con tanta alegría, pero el cerco de
sangre de la alfombra va a ser difícil de quitar. Se escucha
la puerta casi media hora después, y quien aparece detrás
no me lo espero.
—¿Qué hace aquí mi prometida? —pregunto cabreado.
Ella entra atemorizada mirando a todos. Eso hace que mi
ira aumente. Una cosa es tratar de asustarme a mí, otra
muy diferente es usarla a ella para esto.
—Todavía es mi hija —comenta Tullio, y quiero pegarle un
tiro, pero no es el momento.
Ese parece ser mi mantra últimamente.
—Bastante tuvo con ver a Libio morir como para que
ahora la traigas aquí —le digo, para que ella sepa que esto
no tiene nada que ver con eso.
Ella me mira y veo determinación en sus ojos. Creo que su
entrada ha sido todo un acto. Me confunde y gusta esta
mujer a partes iguales.
—Ven, Serenella, necesitamos hacerte unas preguntas —
le dice Tullio, y todos tomamos asiento mientras ella se
queda de pie delante de todos.
Se ha cambiado de ropa y huele a limpio, a ducha, me
encanta que no use esas mierdas de olor a vainilla que la
mayoría se ponen pensando que es sexy.
—Claro, papá, dime.
—Se ha encontrado el cuerpo de Alessandro Domenico
con un tiro en la cabeza, tu prometido ha confesado que ha
sido él, ¿tienes algo que decir?
Seren me mira y luego baja la vista, como si fuera una
dama atormentada por tener que pensar en la muerte,
como si le afectara en realidad eso. Cuando alza la cara, las
lágrimas que corren por sus mejillas me hacen
estremecerme.
—Desde hace tiempo Alessandro me acosaba, trataba de
que me entregara a él, quería entrar a formar parte de los
Farnese.
Su voz tiembla, al igual que sus manos, pero el brillo en
sus ojos, ese al que estoy volviéndome adicto, me dice que
todo esto no es más que una actuación.
—Toma. —Salvatore le tiene un pañuelo y ella suelta un
«gracias» apenas audible mientras trata de calmarse.
—En la fiesta, él fue más allá, si Nicola no hubiera
aparecido no sé qué hubiera pasado —suelta de pronto.
Roma y yo nos miramos.
—¿Por qué no dijiste nada, hija? Una afrenta así se paga
con la muerte —gruñe Tullio, ofendido.
—Me daba vergüenza, no quería que nuestro apellido se
manchara de alguna manera, y cuando Nicola lo mató, yo…
yo solo me sentí aliviada. He rezado mucho por mi alma
desde ese día.
—¿Fue así? —pregunta Tullio mirándome, y asiento sin
decir nada.
—Le pedí que no dijera nada, no quería que nuestra
familia apareciera relacionada, y él me lo concedió, quería
guardar mi honra por encima de todo.
Tengo que contener una carcajada porque está claro que
no es virgen, y me da igual, aunque tengo unas ganas
tremendas de saber qué se siente cuando mi polla entre en
su interior.
Los siguientes minutos son una serie de preguntas echas
algunas con malicia. Seren las contesta todas sin perder el
aspecto frágil y delicado que ahora mismo tiene. Una vez
que todos quedan satisfechos con sus respuestas, Tullio
pasa a dictar sentencia.
—Creo que te debo estar agradecido por tratar de ayudar
a nuestra familia —sus palabras hacen que me relaje y
pueda dar un descanso a mi cerebro, llevo desde que ha
entrado Seren en la sala pensando cómo protegerla si
necesitaba que entraran mis hombres—. Veo que he elegido
a un buen hombre para mi hija. Lo único que te pido, por
favor, es que, si algo así vuelve a ocurrir, hagas dos cosas.
—¿Cuáles? —pregunto interesado.
—Que me lo comuniques porque soy el jefe de este
territorio.
—Tienes razón, y me disculpo por ello. —Mis palabras
agradan a Tullio, que sonríe—. ¿Y cuál es la otra cosa?
—Que no le pintes pollas en la cara a los cadáveres.
Esta vez no puedo evitar soltar una carcajada y asentir.
—Creo que ya está todo resuelto —suelta Vincenzo, y
todos se levantan.
Aprovecho y me acerco a Tullio.
—He hablado con Serenella sobre nuestra boda y será en
dos semanas, ¿te parece bien?
Le pregunto como si me importara una mierda su opinión.
La verdad es que quiero hacerla mi esposa y largarme de
Palermo ya.
—Por mí no hay problema, pero no creas que será una
fiesta pequeña.
—Por supuesto que no, sois la realeza de Palermo y así se
verá, tengo el dinero necesario como para ello.
Sonríe y asiente mientras se va junto a Seren y el resto.
Roma se acerca a la ventana por donde ha entrado el
disparo, y sin ningún pudor, se da la vuelta y le enseña el
culo a mis hombres, que todavía vigilan.
—Vas a ganarte un tiro y yo no voy a decir nada —le
advierto.
El impacto llega un segundo después de que él se aparte.
Por suerte, ya solo estamos nosotros dos aquí. La butaca de
Vincenzo ahora tiene una bala dentro del cojín.
Seren entra de nuevo y ambos nos quedamos mirando en
silencio.
—¿Me voy? —sugiere Roma, y ambos negamos con la
cabeza.
—No, solo será un momento. Quiero saber si lo que me
dijiste de que ibas a comprar una casa aquí sigue en pie
después de nuestra pelea.
—Sí, no voy a alejarte de tus hermanas.
—Gracias.
Doy un par de pasos hacia ella y bajo mi boca a su oído
para que solo ella escuche.
—También sigue en pie que la noche de bodas voy a
follarte, y créeme, Seren, no vas a poder andar después de
eso en, al menos, una semana.
Capítulo 15
Nicola
Conduzco por Catania para poder despejar mi mente, voy
a ir a ver a mi madre antes de la reunión, necesito contarle
que en una semana me caso y que no va a estar porque no
quiero que le hagan daño.
Llego al estacionamiento de donde pasa la mayor parte
del tiempo y aparco mi deportivo en el reservado que pago
para poder usarlo cuando quiera.
—Buenas, señor Baglioni, su madre está en el jardín ahora
mismo.
Sonrío y le devuelvo el saludo a una de las enfermeras del
lugar mientras me dirijo hacia donde me ha dicho.
Vivo en una casa inmensa donde, por supuesto, mi madre
tiene un lugar especial, pero en uno de sus momentos de
lucidez me dijo que allí se siente sola, que, aunque hay una
persona cuidándola, le gusta más estar aquí. Viajo mucho,
así que lo entiendo, pero cuando regreso a casa siempre le
aviso para que pase unos días conmigo allí.
—Hola, mamá —le digo, acercándome mientras la veo
acariciar las hojas de una flor que tiene entre las manos.
Levanta la vista y sonríe. Mi pecho se contrae, hoy es uno
de esos días en los que vuelve a ser ella.
—Hola, mi amor, sabía que hoy ibas a venir.
—Siempre lo sabes —me burlo, y le doy un beso.
Me siento a su lado y cojo su mano entre las mías.
Siempre me ha gustado mucho el contacto entre nosotros,
no soporto demasiado que alguien me toque, sin embargo,
con ella lo necesito.
—¿Has llegado hoy?
—En realidad, llevo ya unos días por aquí, pero tengo
mucho lío ahora mismo con la posible creación de la Élite.
Con ella hablo sin secretos ni medias verdades. Sé que no
va a decir nada, incluso en sus momentos de menos lucidez
es fiel y leal.
—¿Solo eso? —pregunta, y sonrío porque me conoce
demasiado bien.
—Voy a casarme el sábado que viene.
Amplía los ojos y luego apoya su cabeza en mi hombro.
Nos recostamos en el banco y miramos el jardín que
tenemos delante.
—Supongo que no es por amor si no me la has
presentado.
—Supones bien, es una transacción.
—¿Y ella lo sabe?
—Sí.
—Mejor, no quiero que mi hijo haga infeliz a una
muchacha por muy buen negocio que sea.
—Nunca lo haría, en todo momento ella ha sido
consciente de nuestra situación.
—¿Es guapa?
—Preciosa. Tiene muy buen gusto para la ropa y el brillo
de sus ojos cuando se enfada o trama algo hace que el color
ámbar se vuelva intenso.
Aun más cuando su increíble pelo negro los enmarca.
—Me alegro de que no sea solo un negocio —murmura.
—Mamá, no veas nada más allá de lo que es. Seren solo
es un medio para un fin.
—Siempre has sido el último en ver lo que sientes, hazme
un favor y dile a Roma que, cuando se dé cuenta de lo
mucho que te gusta, te lo haga ver a ti también.
Me río porque mi madre y mi primo son cómplices en
demasiadas cosas. Para ella es como un hijo tanto como
para mí es un hermano.
—No quiero que vayas, pero no es porque me avergüence
de ti —le aclaro.
—Por supuesto que no es por eso, te he criado bien. Si no
me quieres allí tendrás tus motivos, solo espero que el día
que te enamores pueda conocer a la mujer que te haga
perder la razón.
Decido cambiar de tema y le cuento sobre la cagada de
Roma al pintarle una polla en la cara a Alessandro. También
le hablo de cómo Seren le plantó cara a mi padre y cómo
me defendió frente al suyo cuando se me acusó de la
muerte de Domenico.
No sé el rato que llevamos cuando me doy cuenta de que
mi madre bosteza y le cuesta mantenerse despierta. Las
pastillas que toma tienen ese efecto.
—Voy a llevarte ahora dentro para que puedas descansar,
si quieres venir a casa esta semana, estaré encantado de
que me ayudes con el traje de novio.
—Claro que lo haré —dice, apoyando su cabeza en mi
pecho cuando la cojo en brazos—. Si te dejo solo con Roma,
ese chico es capaz de hacerte llegar a la iglesia con un traje
de plátanos.
Me río porque no es algo tan descabellado, si algo le gusta
a mi primo es «destacar en la moda», como él lo llama.
Dejo a mi madre en su cama y le beso la frente, tiene ya
los ojos cerrados.
—Hijo —me llama cuando estoy saliendo por la puerta—,
puede que no haga falta esperar a que Roma te diga nada.
Tras estas palabras, se gira y termina de dormirse.
Me voy de allí tratando de descifrarlo sin conseguirlo.
Llego al lugar de reunión a la hora acordada. Los irlandeses
y los rusos ya están aquí. Roma también.
—Veo que sois más puntuales que yo —digo a modo de
saludo.
Keanan y Keyran sonríen y asienten, no está Cathal, pero
no es algo que me extrañe, no suele salir de Irlanda por su
hija.
—¿Y tú eres? —pregunto, mirando hacia la mujer al lado
del enviado del ruso.
—Teresa.
—No la mires —gruñe Zakrone, y meneo la cabeza.
Él es pakhan y no le caigo bien, a su amigo Lev, también
pakhan de otro territorio, tampoco.
—¿Puedes decirnos ya para qué estamos aquí? —inquiere
Keyran, y tomo asiento.
—¿Ella es de fiar? —le pregunto a los rusos, mirando a la
mujer.
—«Ella» está aquí y «ella» puede patear tu culo italiano
sin despeinarse —contesta la tal Teresa, por el acento creo
que es mexicana.
—Es de mi plena confianza —asegura Zakrone, y su
palabra me basta.
Por cómo la mira, está claro que entre estos dos hay algo.
Aunque, para ser sinceros, prefiero a la chica antes que al
hermano, es un puto tarado.
—Os he reunido porque tengo una propuesta que haceros,
quiero crear un grupo, un círculo de protección, la Élite.
—El nombre se me ocurrió a mí —interviene Roma,
sentado ahora a mi lado.
Lo ignoro y prosigo.
—La idea es que nos juntemos varias facciones de
diferentes sindicatos para coordinarnos y ser una fuerza
imparable.
—¿Quieres que rusos, irlandeses e italianos juguemos
juntos a los jefes del crimen? —pregunta Keanan, y asiento.
—¿Y qué ganamos en todo esto? —inquiere Lev.
—Protección. Si uno de nosotros necesita ayuda podrá
contar con el resto de los miembros de la Élite. Además, al
formar parte te aseguras de que no van a ir a por tus
intereses, y que si se enteran de algo que pueda
perjudicarte la información te llegará de forma directa.
Todos los allí presentes me miran y se quedan pensativos.
—¿A quién más piensas incluir? —pregunta Keyran.
—Vosotros sois los primeros, si aceptáis, la entrada del
resto tendrá que ser votada, por eso somos tres de
momento, para evitar empates en caso de que fuera
necesario tomar una decisión a mano alzada.
—Tenemos que hablar con Cathal, pero puede
interesarnos, aunque voy a ser directo en algo: ¿tienes
pensado en que el Sir forme parte de esto?
Sé que ese tipo es un loco, alguien que se cree que está
por encima de todos y con una crueldad que asusta, si la
mitad de las historias que me han llegado son ciertas,
preferiría no tener que ver a ese hombre jamás en la vida.
—Por mi parte, no me interesa que alguien como él entre
en esto —le aclaro, y él asiente complacido.
—¿Alguna pregunta por vuestra parte? —curioseo,
mirando a los rusos y la mexicana, que ahora juega con un
machete en la mesa.
—No, porque no nos interesa —sentencia Lev.
—¿Puedo saber el motivo?
—Te vas a casar con una Farnese por lo que he oído, odio
a su padre y quiero verlo muerto, así que no creo que
aliarnos sea lo más conveniente.
—Puedo asegurarte que esa unión es una transacción
comercial y que mantener con vida a Tullio no está dentro
de mis prioridades.
—¿Y a tu mujer?
—Ella no se toca —gruño.
Lev y Zakrone se miran y sonríen.
—Lo pensaremos.
Miro a Roma porque no tengo claro si eso es bueno o
malo.
Los rusos se despiden de inmediato, alegando que la
mexicana iba tarde para un encargo; no sé a qué se dedica,
tiene pinta de matona, aunque también de prostituta.
Una vez que nos quedamos a solas con los irlandeses, la
cosa se relaja. Conozco a estos dos desde hace años. No es
que seamos mejores amigos, pero en el pasado hemos
trabajado juntos y no ha habido ningún problema.
—Así que, así estoy, he conocido a un jodido ángel y
ahora no sé cómo hacer para que entre en mi vida —se
queja Keyran.
—No sabéis lo intenso que está con la rubia de Nueva
York, estoy muy a punto de pegarle un tiro —gruñe Keanan.
—Es que no es tan fácil cuando el amor de tu vida es
ajeno a lo que haces, al mundo en el que habitas, eso sin
contar que estamos separados por miles de kilómetros de
distancia.
—Secuéstrala —suelta Roma de pronto.
—¿Cómo dices?
—Que la secuestres, conozco a unos tipos que hacen
portes de este tipo. Odio la trata de personas, pero siempre
es bueno saber quién se encarga de esta mierda por si
llegara a necesitarlo en algún momento.
—¿Son de fiar? —pregunta Keyran, interesado.
—No me jodas, ¿te lo estás pensando? —lo corta Keanan.
—A ver, de fiar no son, obviamente, son una mierda de
personas que trafican con seres humanos, lo que sí tienen
es un precio.
Keyran se recuesta sobre su silla y se queda pensativo.
Keanan rueda los ojos y Roma sonríe.
—Pásame el contacto —dice al final Keyran.
Dos putos locos cerca no es buena idea.
—¿Y tu futura mujer qué tal es? —pregunta Keanan,
ignorando a los dos tarados de nuestro lado.
—Guapa, inteligente y leal.
—Mala combinación para ser solo un negocio —se burla.
Me río, aunque tiene razón.
—¿Y qué tal besa? —curiosea Keyran, y entonces me doy
cuenta, no lo sé.
Joder, ¿cómo es posible que pueda tener su sabor en mi
boca y no saber cómo besa?
—Tengo que hacer una cosa —me despido, levantándome.
Me miran extrañados, pero no hacen preguntas. Cojo el
coche y pongo rumbo a mi objetivo sin dejar de pensar en
que voy a casarme en una semana con una mujer a la que
ni he besado.
Tardo exactamente dos horas en llegar a la residencia
Farnese, como si hubiera estado previsto, a la vez que yo
llega un taxi. De él se bajan las cuatro hermanas. Las
observo un momento. Cada una tiene un estilo diferente,
hermosas sin lugar a dudas, pero la que parece una reina es
Seren, ella destaca como la luna en un cielo sin estrellas.
—Buenas noches, señoritas.
Dan un pequeño grito, las he asustado.
—Entrad dentro —les ordena mi perla.
Ninguna protesta, normal, es una reina.
—¿Qué haces aquí? —pregunta una vez que estamos a
solas.
—Me he dado cuenta de una cosa, no nos hemos besado.
—¿Y?
—Vengo a ponerle remedio.
Sin dejar que lo piense me acerco, la rodeo con mi brazo y
la estrello contra mi pecho a la vez que mis labios se posan
sobre los suyos. Abre la boca y mi lengua se introduce. Sabe
a especias y a algo que me da miedo: hogar.
Capítulo 16
Seren
Miro mi vestido blanco y las dudas me asaltan. Cuando
empiece la marcha nupcial saldré delante de todos, con mis
tatuajes sin tapar, y sé que mi padre se va a cabrear, pero
algo dentro de mí me impedía casarme ocultándolos.
—Serenella, es la hora.
La voz de papá llega del otro lado. Estoy sola, no ha
dejado que mis hermanas se queden; ellas están en el altar
esperándome junto al que será mi marido.
Nicola Baglioni, el hombre que hace una semana me dio el
beso más increíble de mi vida y después se fue. El mismo
que me ha mandado mensajes todos los días para
preguntarme cómo estaba y el mismo que le pegó un tiro a
Alessandro solo porque me molestaba.
«¿Por qué estoy tan nerviosa si esto no es más que un
acuerdo de negocios?».
Salgo y mi padre pone su brazo para que lo coja. Como
manda la tradición, voy a caminar hasta mi prometido y
seré entregada de un hombre a otro.
—Ya hablaremos de esto —gruñe, mirando mis tatuajes;
por suerte para mí, desde hoy no podrá hacer nada.
La marcha nupcial suena y me dispongo a caminar hacia
él. El pasillo es largo. Con el velo apenas reconozco caras.
Voy mirando mi ramo casi todo el trayecto, hasta que la
canción cambia a una que…
—No puede ser —susurro.
—Esto es cosa de Baglioni, dio carta blanca a todo en la
boda salvo a esto, supongo que es alguna tradición rara de
su familia —murmura mi padre.
Escucho las letras del piano y sé que no es nada de eso.
La marcha nupcial ahora es una melodía de mi serie
favorita: Sailor Moon.
¿Cómo lo ha sabido? Supongo que de la misma manera
que supo que amo los batidos de fresa. No es ningún
secreto que Fiore y yo somos muy fans de estos dibujos.
Miro a Nicola y el corazón se me acelera, ¿es posible que
todo vaya bien entre nosotros?
Cuando llego al altar y me paro a su lado, un leve roce de
su mano con la mía me eriza la piel. Nos sentamos y
escucho la ceremonia, aunque no me detengo a oír
realmente las palabras del sacerdote, todos mis sentidos
están puestos en el hombre que tengo a mi lado y que, de
hoy en adelante, se va a convertir en mi marido.
Sé que digo que sí cuando me preguntan, y él también lo
hace, sin embargo, mi mente está atrapada en la forma en
la que roza sus dedos sobre mi mano de una forma
imperceptible para el resto del mundo. Tan solo yo lo sé.
—Os declaro marido y mujer, puedes besar a la novia.
Me pongo en pie y veo a mis hermanas. Están llorando,
puede que los demás crean que es de felicidad, pero no, es
porque nos vamos a separar al final del día y por primera
vez ya no viviremos todas juntas.
Me giro y encaro a Nicola, detrás de él está Roma, que le
dice algo y este le gruñe. Cuando sus ojos y los míos se
conectan a través del velo, una corriente eléctrica pasa por
mi cuerpo. Con suavidad alza la tela que hay sobre mi cara
y me mira con una intensidad que me asusta.
—Ma perle, por fin eres mía de verdad —murmura, y antes
de que pueda decir algo, me toma con su habitual gesto
rodeando mi cintura con su brazo y me atrae hasta él.
Cuando sus labios chocan contra los míos, lo escucho
gruñir y me dejo llevar por la sensación que me invade, al
menos hasta que oigo los aplausos de los invitados y me
doy cuenta de dónde estamos.
Nicola tiene ese efecto en mí, logra que el mundo
desaparezca a nuestro alrededor, y eso me aterra.
Nos giramos y saludamos a todos. Nicola me tiene
agarrada de la mano y la besa. Sus ojos son una promesa
que sé que va a cumplir.
«No vas a poder andar después de eso en, al menos, una
semana».
Sus palabras vuelven a mi mente, y cuando estamos fuera
de la iglesia tira de mí y vuelve a besarme mientras los
invitados aplauden de nuevo. Cualquiera que nos vea
pensaría que somos una pareja de enamorados.
Lo miro y no puedo evitar imaginar su cuerpo debajo de
ese traje. Le queda ajustado, pero no apretado, es elegante
y a la vez capaz de dejar ver sus tatuajes, como los míos,
son parte de nosotros y no lo oculta.
Nicola me mira y sonríe.
—¿Qué? —pregunto.
—Sigue mirándome así y empezaré a cumplir mi promesa
antes del banquete.
Mierda, esto debería asustarme, en lugar de eso, noto
como la humedad cubre mi ropa interior y mi respiración se
agita.
—Decidido, en la limusina voy a lamerte hasta hacerte
gritar, señora Baglioni.
Capítulo 17
Nicola
Ayudo a mi mujer a colocarse bien el vestido cuando la
limusina se detiene en la puerta del hotel donde celebramos
la recepción de nuestra boda.
«Mi mujer», es curioso, pensaba que me sonaría más raro
decirlo, sin embargo, suena como… natural.
Me limpio la boca con el pañuelo de mi traje y ella se
ruboriza. Lo que acabamos de hacer aquí dentro es algo por
lo que acabo de enviar un mensaje a Roma y le he pedido
que compre este coche a la compañía que nos lo ha
alquilado. También le doy las gracias por obligarme a que
fuera insonorizado.
—¿Preparada para enfrentarte a todo el mundo como la
señora Baglioni? —pregunto, queriendo saber si me corrige.
Mi apellido no es tan valioso como el suyo, pero no lo
hace, solo sonríe y asiente.
Entramos de la mano y dejo que nos vean bien, puede
que esto sea un matrimonio de conveniencia, pero no deja
de ser mía.
Saludo a toda la gente que Farnese me va presentando. Si
digo la verdad, no conozco ni a la mitad de las personas
invitadas, son todas de Palermo, por mi parte solo estamos
Roma y yo, además de mis chicos de seguridad, aunque
ellos no se mezclan con los invitados, los vigilan.
Nos sentamos en la mesa presidencial, Farnese junto a
Seren y Roma a mi lado. El resto de la familia está repartido
por varias mesas.
—El lugar ha quedado espectacular —le comento a mi
mujer, sé que organizar todo en dos semanas ha debido de
ser jodido, aunque empiezo a darme cuenta de que lo que
ella quiere, lo consigue.
—Gracias, tu dinero y mi apellido han sido de gran ayuda.
—Sobre eso, deberíamos hablar de qué apellido tendrá mi
nieto —interviene Farnese, y me tenso.
—Papá, seremos mi marido y yo los que decidamos eso —
le contesta y, me deja perplejo, hasta ahora no lo había
enfrentado, y que sea por algo relacionado conmigo me
gusta.
Farnese me mira y yo le hago un gesto como que ella está
loca, lo necesito de mi lado. Él me sonríe y se relaja. Toma
una copa de vino y comienza a comerse los entrantes que
nos han colocado delante.
—Gracias por el whisky —le digo a Roma.
—No he sido yo, tu mujer se encargó de que tuvieras lo
que te gusta sobre la mesa.
La miro y sonrío, pensando en que podría ser un
escándalo tener lo que quiero ahora mismo sobre la mesa.
Cuando la comida termina y se reparte la tarta, nos
indican que podemos abrir el baile cuando queramos. Para
este momento veo a muchos de los hombres de Farnese
demasiado borrachos.
—¿Me concedes el primer baile como mi mujer? —le
pregunto a Seren, y ella sonríe; el brillo de sus ojos, ese que
me obsesiona ver, se instala en su mirada, haciendo que mi
pecho se apriete.
—Te advierto que se me da de pena lo del vals.
—Roma me ha dicho que ha elegido él la canción, así que
es probable que nos ponga Bob Esponja.
Seren se ríe, y me gusta haber provocado yo ese gesto.
Cuando las notas comienzan a sonar, miro a mi primo;
solo a él se le ocurriría poner la intro de nuestra serie
favorita. Meneo la cabeza mientras él sonríe con sus
pulgares levantados.
—Siento la familia en la que has entrado —declaro
mientras nos llevo por la pista de baile.
Estamos rodeados por un centenar de personas, sin
embargo, para mí ahora mismo solo está ella.
—No soy la más indicada para hablar sobre familias —
confiesa—. ¿Puedo hacerte una pregunta?
—Las que quieras.
—¿Por qué no ha venido nadie de la tuya a la boda?
—Sí lo han hecho, están Umberto, Davide y Pietro.
—Esos son tus soldados, me refiero a familia.
—Ellos lo son, la que he elegido. Son leales, conocen mi
mierda y me soportan. Si eso no define a la familia, no sé
qué lo hace.
—Te voy a dar la razón.
—A mi padre y su familia ya la conoces, no quiero a madre
aquí, solo me avergonzaría con su comportamiento. Y mi
madre, bueno, de ella tengo mucho que contarte, pero sabe
lo que estoy haciendo ahora mismo.
—¿Por qué las llamas de esa forma? Entiendo que una es
la biológica y la otra tu madrastra —inquiere curiosa.
Mi mujer es inteligente y se ha dado cuenta de que algo
ocurre.
—Cuando era muy pequeño me separaron de mi madre
biológica, mi padre me llevó con él y su mujer. Creía que
podríamos ser una familia, pero eso solo duró hasta que ella
se quedó embarazada de Luciano, cuando supo que tendría
un hijo varón, yo pasé a un segundo plano.
—Qué arcaico —murmura, frunciendo la nariz.
—Aun así, siempre ha vivido de las apariencias, y quería
que delante de todo el mundo la llamara mamá. No podía,
no cuando en privado me daba con el cinturón si mi
hermano se caía y se hacía daño, incluso si yo ni siquiera
estaba en casa en ese momento. Así que usé la palabra que
más ajena al amor pude encontrar para describirla.
—Debiste ser un niño muy inteligente.
—Y cabezota.
La música termina y no puedo evitar besar a mi mujer
mientras la siguiente comienza, sus labios son más suaves
de lo que podría imaginar, y su lengua juega con la mía,
excitándome como un jodido adolescente.
—¿Puedo bailar ya con mi primita o dejo que folléis en
medio de la pista primero? —nos interrumpe Roma, y gruño
sin dejar de besar a mi mujer.
Me aparto solo porque Seren no puede evitar reírse al ver
a Roma poner caras de idiota. Lo voy a matar.
—¿Y yo con quien bailo? —pregunto ofendido al verme
relegado.
—Tu suegro está solito —suelta Roma, y Seren vuelve a
reírse.
—Cómeme la polla, Roma.
—No voy a quitarle trabajo a tu señora esposa. —Seren le
da un pisotón y ahora es mi turno de sonreír—. Si quieres
entretenerte, ve a ver qué hace Umberto hablando con esa
cara de enamorado con tu cuñada.
Miro hacia donde él me señala y veo a mi soldado con
Nella, se la come con la mirada y yo voy a asesinarlo.
—Yo te cuido la esposa —se ríe Roma mientras pongo
rumbo hacia el fondo de la sala.
Cuando llego, Umberto puede leer en mi cara que no
estoy nada contento y se pone firme.
—¿Algo que deba saber? —pregunto mirando a Nella, y
ella se toca el pelo coqueta mientras echa un vistazo a
Umberto.
—Solo estoy conociendo a los hombres que van a proteger
a mi hermana cuando te la lleves lejos.
—Me parece genial, entonces te digo: Umberto es
demasiado mayor como para que no sea asqueroso que se
le levante la polla por mirarte, también tiene dos hijos,
todavía pequeños, que te pueden llamar mamá si su ex no
te arranca los ojos porque es una puta loca de manual. ¿Me
dejo algo, Umberto?
—Para ser sinceros, lo has resumido bastante bien, jefe.
Prometo que no hacía nada malo, mirar un escaparate no es
lo mismo que entrar a la tienda a comprar.
Gruño.
—Sigue mirando desde fuera, ni se te ocurra intentar
entrar. Y dales la orden al resto. Meter la polla en una
Farnese equivale a perderla, ¿entendido?
—Alto y claro.
Nella me mira y frunce la nariz, ese gesto me recuerda a
su hermana.
—Eres un rollo.
—Y yo creo que vais a darme mucho trabajo.
Mi cuñada se ríe y se va a la pista de baile.
La velada transcurre sin demasiados incidentes. Algún
borracho que otro la lía, pero poco más que eso.
Pietro me informa que mi padre ha intentado acceder con
el resto de su familia y que ha sido la propia Seren la que
los ha echado casi a patadas. Ella no me ha dicho nada, me
da la impresión de que es del tipo de personas que cuando
hacen esta clase de cosas no alardea de ellas, solo lo hace y
sigue con su vida.
Mi mujer me está gustando más de lo que pensé en un
primer momento, su atractivo exterior solo es una gota en
el océano de su belleza interna.
Para cuando ya tengo ganas de largarme, veo a Ori llegar
hasta mí, cogerme de la mano y llevarme sin decir una
palabra hasta unas cortinas que dividen el salón en el que
estamos. Al otro lado se encuentra mi mujer, sus otras dos
hermanas y Roma.
—¿Qué pasa? —pregunto, viendo la reunión familiar.
—Es hora de irse, he oído a Vincenzo que van a pedir la
prueba de la sábana —sisea Fiore.
Frunzo el ceño porque no tengo ni idea de qué cojones va
eso, y cuando Nella lo explica me quedo totalmente
perplejo. ¿Quién pide ver la sábana en la que hay sangre
que demuestra que la novia era pura?
—Tienes claro que no soy virgen, ¿no? —dice Seren, y me
molesta, no el hecho de que no lo sea, eso es mierda
primitiva, sino el pensar que ha habido algún hombre antes
que yo.
«Joder, relájate, solo te falta agarrarla por los pelos y
arrastrarla dentro de la cueva».
—¿Crees que tu padre te obligaría a enseñar eso? —
pregunta Roma, y ella me mira, haciendo que recuerde
cómo quería que se desnudase el día de la subasta.
Gruño y me cabreo sobremanera. Agarro a Seren y paso
un brazo por su cintura para ajustarla a mi lado.
—Es momento de irnos o voy a matar a mi suegro, esa es
la única sangre que podrá ver esta noche.
Capítulo 18
Seren
Cuando Nico me saca de allí, un coche nos está esperando
con dos de sus hombres, otro nos escolta por delante con la
moto y el resto, junto a Roma, van en el todoterreno que
cierra nuestra comitiva.
Apenas he podido despedirme de mis hermanas, lo cual
agradezco porque ahora mismo se me está haciendo un
mundo darme cuenta de que mi vida tal y como la conocía
ha cambiado.
Vamos directos a un aeródromo que mi padre suele usar y
nos subimos a un jet privado; la palabra lujo se quedaría
corto para describirlo.
—Tienes tus maletas en la habitación del fondo, por si
quieres quitarte el vestido y ponerte cómoda —me explica
Nicola cuando el avión ya está estable en el aire.
El vuelo es de apenas una hora y, para ser sincera, estoy
decepcionada de que no sea él quien lo arranque de mi
cuerpo. Bajo la vista y voy hacia donde me ha dicho cuando
escucho a Roma hablar, y la vergüenza me invade.
—Creo que pensaba que serías tú quien le quitara el
vestido, primo.
No me quedo a escuchar la respuesta y cierro tras de mí.
Pongo la bolsa de mano sobre la cama y busco un conjunto
de los que he preparado para ponerme cómoda, aunque no
pensaba que lo utilizaría antes de mañana.
La puerta se abre y, al mirar por encima del hombro, veo
a Nico. Se apoya en la madera tras cerrarla y se queda
quieto, observándome.
—Te voy a reconocer algo, y es que quiero quitarte ese
vestido más de lo que quiero volver a respirar, sin embargo,
ahora eres mi mujer y no voy a dejar que me pagues con tu
cuerpo ninguna mierda de las que hemos hablado.
—Fueron tus condiciones —le recuerdo, encarándolo.
—Y soy un imbécil que no tiene problemas en reconocerlo.
La cuestión es que las cosas han cambiado, Seren.
El tono ronco en su voz al decir mi nombre hace que se
me erice la piel. Nico se acerca y pasa sus dedos por mi
brazo, una caricia que hace que quiera rogarle que me folle.
Sin previo aviso me besa, muerde mis labios y me aprieta
contra su cuerpo, lame mi cuello y clavo mis uñas en su
nuca, haciendo que gruña.
—No voy a dejar que mis hombres escuchen cómo suenas
cuando te corres —se disculpa antes de darme otro beso
rápido y salir de la habitación del avión.
Me quedo aturdida y noto mis labios hinchados, sé que
debo estar hecha un desastre ahora mismo y no me
apetece aguantar las bromas de Roma, así que me tumbo
en la cama y, antes de que pueda darme cuenta, me quedo
dormida.
No sé en qué momento aterrizamos, solo recuerdo cómo
vagamente Nico me ha recogido de la cama y sentado en su
regazo, rodeándome con el cinturón. Después me ha
cargado hasta un coche y, por último…, ya no recuerdo
nada más.
Me despierto con el ruido de la ducha y noto que la cama
está vacía. Me levanto y veo en mi reflejo la cara que llevo.
Mi maquillaje es un desastre, mi pelo también y mi ropa, mi
ropa no está, solo llevo una camiseta grande de los Simpson
que huele a él.
Sonrío.
Nico sale del baño con una toalla alrededor de su cintura y
creo que acabo de tener un orgasmo visual. Esa jodida V
que deberían prohibir tener a los hombres se pierde bajo la
tela estúpida que tapa lo que parece un bulto divertido que
se mueve cuando me mira su dueño.
—Bienvenida a la vida —se burla, y ruedo los ojos.
Sé que cuando duermo soy como un tronco.
—¿Tú me has quitado la ropa?
—Nadie que quiera seguir vivo lo haría, ma perle.
Meneo la cabeza y lo sigo con la mirada mientras se quita
la toalla y deja al descubierto un culo hecho para partir
nueces. Me meto al baño antes de cometer una estupidez.
Quiero que me folle, sí, pero antes de que eso ocurra
necesito saber si esto es algo más que solo sexo porque, por
mi parte, empiezo a pensar que no y eso me está
acojonando de mala manera.
Para cuando salgo tengo la cara limpia, y al abrir el
armario mi ropa está colocada, ¿cuándo demonios ha
pasado esto? Me pongo algo cómodo y salgo a buscarlo. Me
ha dicho que estaría en la cocina y yo le he contestado que
OK, como si supiera dónde demonios está eso.
Bajo las escaleras y un guardia en la puerta me observa,
la indecisión en mi cara debe hacerle gracia porque sonríe
y, con un gesto de su cabeza, me indica la dirección.
Llego hasta lo que debe ser la madre de todas las cocinas.
Al menos cincuenta metros y una mesa para unos veinte.
—Llegas a tiempo para probar la salsa casera de Nona —
me avisa Nico, besando mi mejilla.
Lo hace de una forma casual, relajada, no como el capo
que puede matarte si tiene un mal día, solo como una
persona no sé, ¿normal?
—Me da igual si es tu esposa, nadie se acerca a mi salsa
hasta que lo diga —le regaña una mujer de unos sesenta
que debe ser su abuela.
—Oh, veo que has conocido a Nona —dice Roma,
entrando y viendo a la mujer con la paleta de cocina
amenazándome—, ladra mucho, pero no muerde
demasiado.
—¿Es abuela de ambos? —pregunto, y se echan a reír.
—Oh, preciosa, soy la Nona de todos los que viven en esta
casa y de ninguno a la vez —contesta la mujer, y vuelve su
atención a la salsa, que he de decir que huele a gloria.
—Ella trabaja aquí y nos cuida a todos —me aclara mi
marido, y me indica que me siente en la enorme mesa.
Empiezan a llegar varios de sus hombres, a los que me
presenta. Alguno ya lo había visto en la boda, a otros parece
que les da miedo mirarme. Es curioso, pero desayunan
todos juntos como si no fueran nada más que familia.
Empiezo a entender a lo que se refería Nico en la boda.
—¿Puedes, por favor, llevarte a tu mujer antes de que nos
deje al resto sin nada de chocolate que desayunar? —
pregunta Roma, acusándome, y le saco el dedo del medio.
Los hombres se ríen y Roma hace un mohín que me saca
una carcajada.
—¿Has acabado? —inquiere Nico al verme tirar la
servilleta sobre mi plato y asiento—. Quiero enseñarte la
casa.
Cuando me pongo en pie y me despido, me coge de la
mano y comienza su recorrido.
En la planta de abajo hay una biblioteca, una sala de billar
y dardos, otra de televisión y varios baños. También es aquí
donde duerme Nona, tiene mal una rodilla y no le va bien
subir las escaleras.
Me entero de que tiene servicio de limpieza, pero de los
que no se ven, son discretos porque dice que se siente
incómodo teniendo sirvientes, aunque es peor vivir en la
mierda porque todos los hombres de aquí son vagos en
cuanto a limpieza.
Me enseña varios cuartos vacíos de invitados y el suyo,
ahí me doy cuenta de que no estamos compartiendo
habitación. Creo que lo ha hecho para que diga algo, pero
me callo como la perra que soy y dejo que siga
enseñándome el resto.
Me muestra una fabulosa piscina y la casa de invitados,
que es donde se queda Roma. También me advierte que voy
a ver mucho tráfico de repartidores, está enganchado a las
compras en línea.
Me fijo en que hay un montón de muñequitos tejidos,
amigurumis creo que se llaman, por toda la casa. Son de
muchos tamaños y colores.
—¿Hay niños viviendo en esta casa?
—Sí, mi hijo, luego te lo presento, está deseando llamarte
mamá.
Capítulo 19
Seren
Me quedo totalmente paralizada en el momento en que
suelta eso, y no soy capaz de reaccionar hasta que Nicola
rompe a reír.
—Deberías haberte visto la cara —se burla, y le doy un
puñetazo en el hombro.
—Eres un idiota.
—Eso no es algo nuevo.
Se acerca y me besa. Lo hace con tanta naturalidad que
parece que lleve haciéndolo toda la vida.
—¿Entonces? —insisto, señalando esos muñequitos.
—¿Te gustan?
—Son monos, yo nunca he tenido paciencia para
aprender.
—Mi madre era jodidamente buena, y podía sacar un
muñeco de un dibujo sin necesidad de patrón.
Habla en tiempo pasado y no quiero preguntar si está
muerta, aunque no tiene sentido porque me dijo que había
mucho que contar; si hubiera fallecido habría sonado de
otra manera, ¿no?
—Son de él —declara Roma, entrando en la sala y
señalando a Nico.
—¿Cómo de él?
—Sí, yo los hago, son mi pasatiempo, me entretengo
tejiendo. Hago unos bolsos de crochet monísimos.
Ruedo los ojos porque me está tomando el pelo de nuevo,
y cuando veo que esta vez no se ríe, miro a Roma, que
asiente con la cabeza.
—¿Es en serio?
—Totalmente, primita, tiene toda la jodida casa invadida
de lanas y agujas de esas raras.
—Eso me recuerda que tengo que comprar otro par del
ocho, las últimas se las tuve que clavar a aquel albanés que
nos atacó en el parque —comenta Nico, como si estuviera
hablando de la lista de la compra.
—Siento interrumpir este precioso momento de
descubrimiento personal, pero te necesito, Nico, la
mexicana la ha liado y tengo a los rusos pidiendo algo de
ayuda.
Respira hondo y me mira.
—¿Te importa que vaya? Sé que nos casamos ayer y que
te debo una luna de miel…
—Tranquilo, yo me quedo por aquí familiarizándome con
tus cosas —contesto, observando el muñeco tamaño llavero
de Topo Gigio, y tengo que reconocer que es muy bueno.
Se acerca y me besa como si no fuéramos a vernos en un
año, y por un momento me asusto.
—¿Todo bien? —pregunto con el ceño fruncido.
—Sí, es solo que no me gusta separarme de ti tan pronto.
Roma llega y me planta un beso en la mejilla.
Nico le gruñe y su primo echa a correr, riéndose.
—Voy a matar a Roma y luego a solucionar lo de los rusos,
espero no tardar demasiado, nos vemos antes de la cena.
Dicho esto, me da otro rápido beso y se lanza tras su
primo en una carrera que me hace sonreír por lo idiotas que
son.
Me paseo por la casa para familiarizarme con ella, no voy
a reconocer que me pierdo dos veces ni que me alegro de
que el jardín rodee toda la propiedad para poder salir y
ubicarme cuando sucede.
Vuelvo por la piscina hacia la cocina, las puertas ahora
están abiertas y escucho a Nona cantando. Tiene una voz
horrible, pero suena tan feliz que me contagia su alegría y
canto con ella esta canción que es un clásico italiano de los
años cincuenta.
Cuando terminamos, hablamos un poco de todo. Me pone
al día con lo referente a la casa y la organización, también
me dice que puedo cambiar lo que quiera, pero como es
obvio, no voy a tocar su cocina por respeto y porque no
tengo ni idea de cómo freír un huevo. Ella se horroriza y me
dice que me enseñará, no por mi marido, sino para poder
alimentar a mis hijos el día de mañana.
Hijos…
Mis pensamientos se cortan cuando suena el teléfono de
la cocina. Nona tiene las manos manchadas y me pide que
lo coja y ponga el altavoz; por lo visto, está esperando que
un tal Tonino le confirme si va a poder traerle una confitura
casera de cerezas esta semana o será para la que viene.
—Ayuda, por favor, me están haciendo daño —se escucha
a una mujer llorar, y se cuelga.
Nona se queda blanca.
—¿Quién era? —pregunto, y parece que eso la activa.
—Esa era la señora, la madre de Nicola, tu suegra.
Pulsa un botón en un lado de la pared, que no se ve por
las especias colgadas, y no tengo ni idea de para qué sirve
porque no suena nada.
—¿Dónde está ella? —inquiero, dispuesta a ir a buscarla.
—En una residencia a unos quince minutos de aquí.
Pietro aparece y entiendo que ese botón es algún sistema
de seguridad. Nona le cuenta todo y veo que tratan de
llamar a Nico, pero tanto su teléfono como el de los que van
con él no dan señal.
—Los rusos tienden a hacer estas mierdas de inhibir
señales —gruñe Pietro.
—Puede que sea solo una falsa alarma —trata de decir
Nona, aunque ella y yo sabemos que el terror en la voz de
mi suegra no parecía un teatro.
—Llévame a donde está, entraré a ver qué ocurre —
ordeno—, acompáñame por si necesita ver una cara amiga.
Nona asiente y, cuando voy a salir de la cocina, Pietro se
me planta delante.
—No te puedo dejar ir, no sabemos si es una trampa o un
potencial peligro que ponga en riesgo tu vida.
Pietro me saca una cabeza, así que tengo que coger un
banquito que hay a un lado para subirme y ponerme a su
altura.
—Que te quede claro una cosa, Pietro, a mí no me da
órdenes nadie, ni siquiera Nicola. Así que tienes dos
opciones: apartarte para que pueda ir a coger mi cuchillo de
caza y después acompañarme a ver qué cojones le pasa a
mi suegra, o sacarte el cuchillo que tiene Nona en ese taco
y que te voy a clavar en la pierna mientras voy a ver qué
cojones le pasa a mi suegra.
Nuestras miradas se estrechan y no me amilano, no me
da miedo, me he criado con tipos así y no estoy mintiendo
cuando digo que le clavaré el cuchillo si es necesario.
—Bien, pero no vas sola, y Nicola será informado de todo.
—Claro que lo será, idiota, está pasando algo con su
madre.
Pietro se debe creer que soy del tipo que necesita que le
guarden secretos a su marido, si quisiera que no se enterara
de algo no tendría ni puta idea nadie de lo que escondo, soy
jodidamente buena en eso.
Llego a la habitación corriendo y me recojo el pelo en una
coleta. Rebusco en mi maleta y saco el cuchillo de caza, ato
la cinta de su funda a mi muslo y otra en mi brazo derecho
con una navaja de afeitar. Son muy afiladas y cortan la
carne como mantequilla. Me encantan.
Cuando los hombres de mi marido me ven aparecer, casi
me parece insultante la sorpresa de sus ojos. No soy una
dama al uso y puede que parezca una muñequita italiana,
pero soy mucho más que eso y están a punto de
comprobarlo. Si algo activa mi instinto asesino es que se
metan con mi familia, y la madre de Nicola ahora lo es,
aunque no la conozca.
Nos subimos a los todoterrenos y en el camino Nona me
explica que mi suegra tiene una delicada salud mental, que
puede que todo lo que ella esté viviendo solo sea real en su
cabeza, sin embargo, algo en su voz me dice que no es así,
y el hecho de que hayamos llamado para hablar con ella y
nos hayan dicho que duerme nos lo confirma.
—No vayáis a la puerta principal, entraremos por detrás —
ordeno tras preguntarle a Nona la forma de llegar a mi
suegra más rápida.
Camino a paso rápido por el pasillo, no hay nadie a pesar
de que es de día. Entro en la habitación donde se supone
que duerme y está vacía.
—Tú y tú, id al control a ver dónde está —ordena Pietro a
dos—, yo iré con el resto al jardín. Te aviso cuando la
encuentre, quedaos aquí y, si vuelven, me hablas.
Me entrega un walkie y asiento.
Nos quedamos solas y el silencio es perturbador, ningún
lugar con seres vivos debería tener esta ausencia de
sonidos.
Escucho una puerta abrirse, agua, lloros, luego la puerta
se cierra y vuelve el silencio.
—¿Esto está insonorizado? —pregunto, no entendiendo el
motivo para ello.
Salgo al pasillo y veo a una mujer entrar en una puerta,
no se ha dado cuenta de mi presencia y decido ver qué está
pasando porque tengo un presentimiento. Nona me sigue, le
doy el walkie y saco mi cuchillo.
Camino despacio y atenta por si alguien viene, cuando
llego giro el pomo y siento la humedad del ambiente antes
de entrar. Por los lloros de alguien de allí dentro puedo
confirmar que este sitio está insonorizado. Doy unos pasos
hacia el interior y veo a dos mujeres vestidas de enfermeras
dándole con una manguera a presión a una mujer mayor
que tapa a lo que parece una anciana.
—Así aprenderás a no meterte donde no te llaman —se
burla una de las cuidadoras.
—Señora —murmura Nona tras de mí, y me doy cuenta de
que la mujer que protege a la anciana con su cuerpo es mi
suegra.
Ni siquiera lo pienso, llego hasta la que se ríe, la giro y
clavo mi cuchillo de caza en su estómago, luego tiro hacia
arriba hasta que llego al hueso de las costillas superior,
agarro la manguera que sostiene la otra, que está
petrificada, y se lo meto en el hueco que acabo de hacer
mientras guardo mi cuchillo y veo como ahora la fuente
humana cae de rodillas con sus órganos empezando a
esparcirse por el suelo.
Me giro hacia la otra, que se acaba de mear del miedo, y
sonrío.
—Encantada, soy la señora Baglioni.
Capítulo 20
Nicola
No creo que en la vida haya acelerado tanto un coche. Mi
primo Roma no dice nada, solo se sujeta mientras trato de
llegar a la residencia de mi madre. Pietro ha llamado y nos
ha contado que ha pasado algo, que mi madre está bien,
pero que mi mujer puede que necesite ayuda.
Salgo del coche y no me molesto en cerrarlo, Roma hace
lo mismo y me sigue. Cuando entro, veo a mis hombres
armados merodear mientras algunas enfermeras están
llorando en el suelo.
—¿Dónde está?
—Tu madre se ha ido con Nona a casa, Umberto las ha
llevado. Está bien, pero Nico, tu mujer…
—¿Qué pasa con ella?
—Joder, es mierda de la dura —me dice Stefano, y no
entiendo nada—. Está en esa sala, Pietro no se ha apartado
de ella ni un segundo.
Corro hasta allí, y cuando entro, encuentro una escena de
lo más macabra. Hay un cuerpo de una enfermera en el
suelo con las tripas abiertas y una manguera apagada
conectada a su interior. Salto unos intestinos y llego hasta
Seren, está agachada junto a otro cuerpo, dándome la
espalda. Miro a Pietro y niega con la cabeza. No entiendo
nada.
—Su sangre es más oscura —dice mi mujer, nos ha oído
entrar, pero no se gira—, la de ambas lo es.
Se levanta y, al girarse, veo que tiene un corte en su
brazo, uno que a juzgar por el cuchillo que lleva en su otra
mano se ha hecho ella misma.
—Ma perle —susurro, apartando la hoja y dándosela a
Roma, que nos mira como si mi mujer fuera una bomba a
punto de explotar.
—Estoy bien, bueno, todo lo bien que creo que se puede
estar después de ser capaz de hacer algo así —dice,
señalando el cuerpo mutilado de la mujer a sus pies—. Aquí
tienes mi secreto, no es como lo de tejer.
—No, lo cierto es que esto parece mucho más entretenido
—le contesto, y me mira con el brillo en los ojos que tanto
adoro—. Creo que me va a gustar estar casado contigo.
Ella sonríe y le doy un suave beso para que sepa que
estoy aquí.
—Tengo que pedirte algo —murmura—, creo que estoy a
punto de desmayarme, la mierda de la adrenalina y todo
es…
No acaba la frase cuando sus piernas ceden y la cojo al
vuelo. Roma está a mi lado en un momento para ayudarme
a pasar entre los cuerpos y coloca una tela en el corte del
brazo de Seren.
Pietro nos escolta todo el camino hasta uno de nuestros
todoterrenos, el coche en el que he venido volverá a casa
de alguna manera, ahora mismo no es mi prioridad.
—Cuéntame qué cojones ha pasado —le gruño a Pietro, y
este empieza a hablar.
No me separo de ella ni cuando entro en el coche.
Necesito sentirla cerca, sé que está bien, tiene buen pulso,
es solo el bajón de adrenalina, así que no tarda en
despertar, justo cuando estamos entrando por la puerta de
casa.
—¿Está bien? —pregunta Nona preocupada.
—Sí, ¿y mi madre?
—El médico la está revisando y parece que no hay nada
grave que lamentar. Oh, Nico, allí le han hecho daño, ¿cómo
puede alguien hacer daño a personas que necesitan ayuda?
Nona llora y aprieto a mi mujer contra mi pecho. Susurra
algo, pero no la entiendo.
Doy algunas órdenes para que investiguen el lugar. Todos
los familiares de las personas de allí han sido avisados y voy
a hacerme cargo personalmente de cada una de las
cuidadoras que haya hecho daño a alguien allí dentro.
Una vez que el médico me confirma que está todo bien
con mi madre y que ahora le ha puesto un sedante para
dormir, me llevo a Seren a nuestra habitación. No he sido
capaz de alejarme de ella en ningún momento.
—Voy a meterte en la ducha —le informo, y ella asiente.
No me molesto en quitarnos la ropa, solo dejo el agua
templarse y me meto debajo. Seren se acurruca más contra
mí y yo respiro hondo, sintiendo que esta mujer se ha
convertido en una parte importante de mi alma.
—Gracias por ir a ayudar a mi madre —le digo cuando
detengo el agua, una vez que veo que ya no hay más
sangre que limpiar.
—Es también mi familia —contesta como si fuera lo
natural cuando sé que la mayoría ni siquiera se hubiera
molestado en ir a ver qué pasaba tras esa llamada.
La bajo al suelo y la ayudo a quitarse le ropa, esto no es
nada sexual, aunque no puedo evitar que mi polla salte en
mis pantalones cuando la veo desnuda.
La envuelvo en el albornoz y, cuando me asegura que
puede ir hasta la cama sola, me ocupo de mi ropa mojada.
No pierdo tiempo y me coloco el otro albornoz para volver a
su lado. La encuentro tumbada en la cama, acurrucada.
No le dije de compartir estancia porque quería que saliera
de ella, y al ver mi habitación esta mañana no ha dicho
nada, por lo que he asumido que le parece bien estar
separados. A mí no.
Me subo a su lado, ella se gira y se hace una bolita en mi
costado.
—¿Estás bien? —pregunto preocupado.
—Sí, supongo que ese es el problema, que sí lo estoy.
Me quedo callado y reviso su herida, no ha querido que la
vende.
—¿Cómo sabes que es tan superficial? —inquiero,
dándome cuenta de que ahora parece apenas un rasguño.
—Tengo una teoría, la sangre de las personas malas es
más oscura que la del resto. Llevo años comparando la mía
y he perfeccionado el sistema para que no quedara marcas.
Absorbo la información y no le digo que me acaba de
confesar que lleva matando desde hace años, al menos eso
he entendido; ahora no es el momento de acusaciones y lo
dejo pasar.
—¿Crees que estoy loca?
—No es un término que me guste usar a la ligera —
contesto—. A mi madre se lo han llamado demasiadas veces
como para hacerlo.
Paso la siguiente hora contándole mi pasado y el de mi
madre, cómo cuando mi padre se me llevó ella perdió la
cordura. También que creo que en el fondo sigue ahí, solo
que a veces es mejor no tenerla y elige vivir feliz en sus
delirios.
Esto es algo que no le he contado a nadie, ni siquiera a
Roma, pero con ella todo es diferente, quiero que me
conozca, que sepa que su oscuridad no me asusta.
—Sabes, creo que podría enamorarme de ti —confiesa, y
me asusto.
Y no, no es por miedo al compromiso, es porque me
parece que yo ya lo estoy de ella.
Capítulo 21
Seren
Hace tres días que le confesé a mi marido que podría
enamorarme y todavía no he obtenido un «yo también», así
que ahora me oculto en el jardín tratando de hacer que me
trague la tierra por la vergüenza que me da verlo.
Suena mi teléfono y veo que es Ori, me meto en el
invernadero para hablar mientras observo unas preciosas
flores que parecen delicadas y huelen muy bien.
—Tenemos un objetivo en Catania —suelta en cuanto
descuelgo.
—Hola a ti también, me encuentro de maravilla, gracias
por preguntar…
—Ya sé que estás bien, y que ahora tu marido sabe la
clase de tarada psicópata con la que se casó, así que no te
pongas melodramática que no te pega.
—Pues tienes razón. —Me río y ella conmigo.
Estaba preocupada por el momento en que Nicola se diera
cuenta de que me pasa algo en la cabeza, pero he de
admitir que jamás en la vida pensé que lo vería con sus ojos
en vez de que se lo contaría yo, suavizándolo como si de un
cuento Disney se tratara.
—¿Todo bien allí? —pregunta Ori, preocupada por mi
silencio, por si en realidad no marcha todo como les dije al
día siguiente de mi masacre en la residencia.
—Sí, salvo por el hecho de que Roma no para de meterse
conmigo, no para de dar gritos de peli de los noventa
cuando el jardinero riega las plantas alrededor de la casa
con la manguera.
Escucho la risa de Ori y sé que ella estaría haciendo con
exactitud lo mismo si estuviéramos juntas.
—Te echo de menos —le confieso.
—Yo también.
Por lo visto, cuando el sentimiento es mutuo no es tan
difícil decir esas dos palabras. Me doy una patada en el culo
y vuelvo a la conversación.
—Como te decía, hay un objetivo en Catania, así que nos
viene genial que vivas allí porque no será sospechoso.
Escucho a mi hermana con atención. El tipo por lo visto se
dedica a traer a latinoamericanas con la idea de que aquí
serán modelos y lo que hace es meterlas en burdeles de
mala muerte. Mi padre es parte de una red de trata de
blancas a nivel mundial, lo sabemos desde hace años, pero
no podemos hacer nada… Todavía. El primer objetivo que
tenemos tras su muerte es cerrar esa mierda y acabar con
todos los involucrados.
Una vez que tengo los datos memorizados, porque no
queremos dejar nada escrito, hablamos un poco del tipo que
intenta que sea su marido. Sabemos que en seis meses
nuestro padre la va a subastar como a mí, así que el tiempo
juega en nuestra contra y no podemos dejar cabos sueltos.
Cuando cuelgo, tengo la sensación de que me observan y
miro a mi alrededor hasta que veo un movimiento detrás de
una enorme planta con hojas verdes gigantes que parecen
exóticas. Al asomarme veo a la madre de Nico, que me mira
con cara de que ha escuchado todo.
—Siento haber oído lo que no debía —se disculpa.
Es la primera vez que la veo desde el incidente de la
enfermera y la manguera.
—¿Me vas a delatar? —inquiero.
—No tengo muy claro lo que haces, pero sé que eres
buena persona y que cualquier cosa que decidas no es para
dañar a nadie.
—Me parece que no soy tan buena persona como crees.
No le digo que les pregunte a las enfermeras de su
residencia porque sería de mal gusto.
—Todavía tengo que agradecerte por lo que hiciste el otro
día, hasta ahora mi mente no ha estado muy bien como
para poder hacerlo.
—No es necesario.
—Lo es porque les diste su merecido. Esas dos mujeres
llevaban meses atemorizando a algunos de la residencia.
Tenía mis sospechas, pero a mí no me tocaban por quien es
Nico.
—Que te preocuparas dice mucho de ti.
La mujer palmea un asiento a su lado y yo me siento.
—No sé si mi hijo te ha contado lo que me pasa.
—Algo sé.
—No es físico, al menos no en el estricto sentido de la
palabra, es más mental, soy débil.
—No digas eso.
—Pero es verdad. Pasé por cosas horribles, sin embargo,
no tanto como otras mujeres en su vida, y no pude
soportarlo.
—Eso no es tu culpa, no nos preparan para mierda de la
mala. Lo siento.
Mi suegra se ríe y me coge de la mano.
—No lo hagas, eres la única que no me trata como si me
fuera a romper. Además, verte rajar a esas mujeres fue muy
revelador.
—¿En qué sentido?
—En el que puedo estar tranquila porque mi hijo y mis
futuros nietos estarán protegidos.
Niego con la cabeza sonriendo porque entiendo lo que
dice. En la mafia nos educan para ser buenas mujeres y
madres, sin embargo, dependemos de que el hombre nos
proteja, y si ellos fallan no tenemos nada con lo que
defendernos. No puedo evitar pensar en mis hermanas. Eso
no nos pasará a nosotras ni a nuestras hijas.
—Mamá —escucho a Nico, y me tenso.
No quiero verlo, la vergüenza todavía es demasiado
grande.
—Estamos aquí —le avisa mi suegra, y me aprieta la
mano.
—Vaya, no esperaba encontraros juntas —declara, y no
puedo decir si eso es bueno o malo.
—Nos hemos cruzado por casualidad —le informo para ver
su reacción, pero su expresión no cambia.
—Venía a decirte que tengo que marcharme dos días a
Praga.
Se lo dice a su madre, claro, yo solo soy su esposa.
—Muy bien, ten cuidado.
Aparece la Nona y se alegra de vernos a todos juntos.
Avisa de que ya está la comida y aplaude cuando mi suegra
nos dice que nos va a acompañar a la mesa.
Salimos de allí, dejando paso primero a las dos mujeres, y
cuando vamos a cruzar la puerta del invernadero, Nico tira
de mí, me gira y me besa. Su mano en mi cara me acaricia
mientras muerde mis labios.
—Cuando vuelva del viaje hablaremos, no más
esconderse —murmura contra mi boca, para mi sorpresa, y
me agarra de la mano para salir e ir tras Nona y mi suegra.
No sé qué demonios acaba de pasar, pero tengo
mariposas revoloteando por todo mi cuerpo y una estúpida
sonrisa que no puedo evitar que adorne mi cara.
No vuelvo a ver a Nico después de la comida, así que
aprovecho para recabar toda la información del objetivo y
ver cuándo puedo actuar. Para mi fortuna, mañana estará
en el casino en un torneo de póker que comienza a la hora
de comer. Viendo su forma de juego y la lista de asistentes,
no durará más de una hora. Es ese momento en el que
tengo que hacerlo desaparecer.
—Mañana tengo que ir a hacer unas compras al centro —
le aviso a Donato, uno de los guardias que se han quedado
con nosotras.
—Lo siento, señora Baglioni, pero no puede ser. El señor
nos ha ordenado que no salga ninguna de la casa, estará
solo dos días fuera.
Lo dice como si tuviera que entender que el hecho de que
mi marido se largue debe ser motivo para que yo me
encierre en la seguridad de mi hogar, como si no supiera
defenderme.
—No necesito que nadie me escolte —siseo.
Sé que no es su culpa, pero aun así me jode no poder
moverme con libertad.
—Lo sabemos —contesta, y en sus ojos veo orgullo, lo
cual apacigua mi kraken interior—, pero las órdenes son las
órdenes.
Voy a soltarle por dónde puede meterse mi marido sus
órdenes cuando mi suegra aparece e interviene.
—Querida, mañana te iba a pedir que te quedaras
conmigo en mi habitación, quiero ver una serie de películas
y Nona y yo no nos apañamos con los aparatos modernos
que Nico se ha empeñado en instalar.
Voy a declinar su oferta cuando veo en el gesto de su cara
que no lo haga. Asiento y no digo nada hasta que estamos a
solas.
—Querida, sé que no vas a ir de compras —susurra.
—Por lo visto, a ningún sitio —me quejo.
—Todo depende de la habilidad que tengas para trepar,
junto a mi ventana hay una escala de madera contra la
pared llena de enredaderas que yo creo que aguantarán tu
peso —murmura guiñándome un ojo, y sonrío.
Mi suegra acaba de darme una coartada para poder
escaparme a cumplir mi misión. Creo que, después de todo,
no es tan débil como ella se piensa.
Cuando entro al casino llevo una peluca rubia de pelo
natural para que parezca mía, también flequillo, unas gafas
de pasta enormes y viejas y un traje de limpiadora que,
junto con el pase que llevo en mi cuello, me da acceso a
casi todo el casino.
Mi aspecto es normal, de las personas que ves, pero no
recuerdas de forma específica. Veo a una mujer que nos
está ayudando, es también latina y llegó a Europa buscando
a su sobrina, todavía no la encuentra, pero aun así quiere
colaborar en que esa rata desaparezca.
La mujer es preciosa, ella se encarga de las bebidas y no
para de darle a nuestro objetivo vasos con líquido dorado.
Esta vez no usaremos veneno, no hay tiempo de hacérmelo
llegar, hemos pensado en echarle algo en la bebida para
obligarlo a ir al baño y allí lo estaré esperando.
Cuando veo que empieza a palidecer y tocarse la tripa,
aparco mi carrito de limpieza y me dirijo hacia el baño de
vips. Uno de seguridad me pregunta qué voy a hacer y le
enseño un tampón, no falla, me deja pasar y me dice que
sea rápida. También alaba mis ojos aguamarina, es parte del
plan, que se quede con ese rasgo para que cuando me
describa lo haga de una manera opuesta a lo que soy.
Entro en el de hombres y me meto en un cubículo a
esperarlo mientras me pongo los guantes. No tarda en
aparecer, oigo a otro hombre entrar y mear en los de fuera.
Tengo que estar a solas para acabar y largarme de aquí.
Para cuando se den cuenta estaré fuera y el hombre habrá
muerto de sobredosis mientras cagaba.
Cuando sé que estamos solos, abro con lentitud mi
puerta, el tipo está muy entretenido con lo suyo. Los ruidos
que escucho son asquerosos. Saco la jeringa de mi escote y
despacio giro el pestillo desde fuera para que se quite el
bloqueo. Respiro hondo y abro de golpe. Le clavo en el
cuello la aguja e inyecto el contenido antes de que pueda
gritar. Me separo y no espero a ver si muere, lo va a hacer,
esa cantidad de droga es capaz de matar a un elefante.
Cojo otra jeringuilla con menos cantidad y la medio vacío
antes de tirarla al lado del cuerpo, que se retuerce ahora
con el culo al aire.
Salgo de allí y me dirijo hacia mi carrito. Me despido del
segurata y veo que uno de los acompañantes del objetivo se
dirige hacia la puerta por la que acabo de salir; mierda.
Trato de llegar hasta el otro lado del casino para salir
antes de que descubran el cuerpo, no creo que llegue. Voy
con la cabeza agachada hasta que choco contra un hombre
que lleva un vaso lleno de monedas que caen al suelo. Al
levantar la vista me quedo paralizada.
Nico está ahí, no en Praga, está a unos pasos de mí, y una
pelirroja está besándolo mientras mi corazón se hace
pedazos y el caos estalla a mi alrededor.
Capítulo 22
Nicola
Entro en el casino y no tengo ninguna gana de aguantar a
la panda de ludópatas que aquí se encuentran. Estar un día
entre semana a la hora de comer aquí es una clara llamada
de atención para cualquier adulto, al menos para cualquiera
que sepa reconocer una adicción.
Voy hacia la zona donde están jugando, Vittoria me espera
allí. He vuelto antes de la reunión de Praga y lo único que
quiero es llegar a casa y hablar con mi mujer sobre lo que
está pasando entre nosotros. Sé que lleva días evitándome,
desde que me soltó que se podría enamorar de mí. Soy un
imbécil por no decirle en el momento que sentía lo mismo,
pero me acojoné, y para cuando me quise dar cuenta ella se
había ido de la habitación; la siguiente vez que nos
encontramos hizo como si no hubiera pasado nada.
Como si no hubiera salvado a mi madre, como si no
hubiera abierto en canal a una mujer por hacerle daño,
como si cada una de las jodidas cosas que hace no me
enamoraran más de ella.
—Allí está —señala Roma hacia donde veo la melena roja
de Vittoria balancearse.
En cuanto me ve, sonríe y se dirige hacia nosotros.
Tengo que decirle que ya no podemos seguir
acostándonos, ella ha estado infiltrada para mí y no se ha
enterado, que yo sepa, de que me he casado.
Llega hasta donde estoy, me abraza y le devuelvo el
gesto, somos amigos desde hace años. Antes de que pueda
decir nada, su boca está sobre la mía y mi primo murmura
un «verás como se encuentre con la loca de las mangueras»
que me hace querer darle un puñetazo.
—Vittoria, tenemos que…
—Cierren las puertas, no ha podido salir —escucho al jefe
de seguridad del casino.
Miro a mi alrededor y me sorprendo al ver a mi mujer, de
pie, junto a un hombre. Aunque lo raro es que no parece
ella, lleva peluca, gafas y una ropa…
—Han encontrado muerto a uno en el baño —me informa
Roma, y me doy cuenta.
—Mierda —contesto, señalando hacia donde está Seren.
A Roma no le hace falta más explicación que esa. Suelto a
Vittoria y me encamino hacia donde mi mujer ahora trata de
pasar desapercibida. Se ha quitado la peluca y, cuando
llegamos hasta donde está, la abrazo mientras se deshace
de las gafas y de la ropa. Debajo lleva un vestido y se quita
los zapatos, que no le combinan nada.
Roma toma todo y lo tira en una basura mientras el jefe
de seguridad pasa pasillo a pasillo buscándola. Cuando llega
a nosotros, ella me mira y veo el color de sus ojos.
—Las lentillas —murmuro.
Seren abre los ojos al darse cuenta de su olvido y se
refugia en mis brazos para ocultar que se las está quitando.
—Muestra tu cara —exige en un tono que no me gusta
nada el jefe de seguridad.
—Vuelve a hablar así a mi mujer y no volverás a comer
con tus dientes en tu puta vida —le gruño.
—Disculpe, señor Baglioni, no lo había reconocido. Hemos
tenido un incidente y…
—Y me importa una mierda lo que haya pasado, a mi
esposa la respetas.
Seren se gira en mis brazos y lo mira.
—¿Pasa algo? —pregunta con tanta dulzura e inocencia
que, si no supiera que ha tenido algo que ver, no dudaría en
que no es nada más que una mujer florero.
—Nada, señora, la mujer que buscamos es... diferente.
—Por supuesto que lo será —interviene Roma—, ella es
Serenella Farnese, dudo que haya dos iguales.
El hombre se da cuenta de su error y se deshace en
disculpas hasta que repara en sus pies.
—¿Y sus zapatos?
Nos quedamos callados y Vittoria aparece.
—Eso es culpa mía, le he apostado a que no se atrevería a
venir aquí descalza y, ya ves, acabo de perder mil euros.
El tipo nos mira y nos descarta como sospechosos, somos
mafia y niñas ricas, nada de lo que busca.
Se da la vuelta y emprende su exploración de nuevo. Nos
vamos hacia la salida, llevo a mi mujer de la mano, ella no
me mira en ningún momento y no sé si está enfadada o
asustada.
El coche nos espera fuera, Roma se sube de copiloto y yo
atrás con Vittoria y Seren, cada una a un lado. Cuando
arranca, respiro hondo para no gritarle a la loca de mi mujer
por exponerse de esa manera.
—¿Se puede saber en qué pensabas cuando has hecho lo
que creo que has hecho? —le pregunto, y ella me mira
indignada.
—Podría hacerte la misma pregunta.
Frunzo el ceño porque no entiendo nada.
—Primito, creo que estás en apuros —se burla Roma, y le
doy una patada a su asiento.
—Seren.
—No me hables ni me toques —gruñe, y trato de entender
qué demonios pasa.
—Vaya, sí que es un partidazo esto del matrimonio —
murmura Vittoria a mi lado, y la miro mal mientras se ríe.
—Roma —lo llama Seren—, por favor, en la próxima curva,
abre la puerta del coche que tienes justo detrás —la de
Vittoria—, creo que se ha colado una víbora.
Mi primo suelta una carcajada mientras Seren mira hacia
su ventanilla. Si no fuera porque estoy en medio de esta
mierda también me reiría.
Llegamos a casa, y antes de que pueda decir nada, mi
mujer salta del coche y entra ante la atónita mirada de
Stefano.
—¿Ella no estaba con tu madre viendo películas en su
habitación? —me pregunta como si fuera yo el encargado
de haber sabido qué hacía.
—Si ya sabía yo que mi nueva primita era divertida, y
ahora resulta que mi tía se une a sus juegos.
Me sorprende saber eso de mi madre, ella es una mujer
que no se mete en nada de mi vida, nunca lo ha hecho, es
demasiado tímida y reservada como para hacer amigas, sin
embargo, ¿ha ayudado a Seren a escapar?
—Stefano, ya hablaremos —le gruño, y sabe que está en
problemas—. Vittoria, necesito aclarar algunos temas, por
favor, ve a mi despacho, enseguida me reúno contigo.
—En cuanto salude a Nona voy, dame un respiro, Nico,
acabo de llegar —se queja, y asiento.
Tiene razón, ella es amiga de la familia desde hace años y
entiendo que quiera saludar.
—He destruido los vídeos del casino —me confirma Roma
entrando en casa—, creo que Seren habrá tenido en cuenta
las cámaras, pero por si acaso no lo ha hecho, o por si se
percatan de que no llegó con nosotros y no encuentran
cuándo lo hizo.
—Gracias.
Al menos mi primo me quita preocupaciones, no solo me
las genera.
—¿Ha sido impresión mía o Seren parecía estar enfadada
conmigo? Bueno, y con Vittoria, ¿se conocerían de antes?
—Ohhh, ¿no lo sabes?
—¿El qué?
Roma se ríe y aplaude.
—Te lo digo si puedo estar presente cuando habléis mi
primita y tú.
Le gruño y suelto alguna amenaza mientras no para de
reírse, no tengo ni idea de qué cojones pasa, al menos no
hasta que mi madre aparece por la puerta y me mira mal.
Mi madre me mira mal.
Nunca lo ha hecho, ¿qué demonios les pasa hoy a las
mujeres de mi casa?
—¿Qué he hecho? —pregunto como si tuviera diez años y
no treinta y dos.
—No pensé que fueras como tu padre, hacerle eso a
Seren.
Ahora sí que no entiendo nada de nada. Roma me mira
con diversión en sus ojos y juro que estoy a treinta
segundos de pegarle un tiro.
—Joder, parece que todos sabéis qué ocurre menos yo —
me quejo—, ¿alguien puede iluminarme?
—Típico de los Baglioni, le meten la lengua a otra mujer
delante de su esposa y después fingen no acordarse —me
regaña mi madre, y tardo unos segundos en darme cuenta
de lo que me acaba de decir.
—Ella nos vio —murmuro, y Roma asiente.
Mierda, estoy jodido.
Capítulo 23
Nicola
Voy a la habitación que ha estado ocupando Seren desde
que nos casamos. Me hubiera gustado que fuera la mía,
pero de momento las cosas están así.
Entro sin llamar y tardo dos segundos en ver algo volar
hacia mí, me aparto a tiempo de que no me dé en la cabeza
y se estrella contra la madera, haciéndose añicos en el
suelo. Creo que era uno de los jarrones que compró Nona en
un mercadillo en Viena hace un par de años.
—¿Podemos hablar? —pregunto, viendo que busca algo
más que tirarme.
—Claro, vas a escucharme y no vas a interrumpir.
—Está bi…
—He dicho, no vas a interrumpir —me corta, y ¿es raro
que me la haya puesto dura por sus exigencias?—. Sé que
tenemos un matrimonio arreglado, que pagaste por el
negocio de mi padre y yo venía en el paquete, todo eso está
claro, igual que el hecho de que yo soy tan idiota que lo he
olvidado en algún momento y casi me enamoro de ti. Lo que
no voy a soportar es que me pongas en ridículo en público.
Ese «casi» me cabrea.
Me mira en silencio hasta que me decido a romperlo.
—¿Ya puedo hablar?
—Sí —gruñe.
Me encanta cuando se enfada. El brillo de sus ojos es
cegador.
—Primero, no has hecho el idiota. Y segundo, lo que has
visto con Vittoria ha sido solo un error de comunicación.
Suelta una carcajada irónica y rueda los ojos.
—Ah, vale, entiendo, entonces, si me la encuentro
comiéndote la polla es solo porque se habrá tropezado, ¿no?
—Seren —la llamo para tratar de calmarla—, Vittoria y yo
nos hemos acostado muchas veces, de hecho, una semana
antes de conocernos fue la última vez.
—No necesito detalles.
—No son detalles, solo trato de decirte que desde que
entraste en mi vida no ha habido otra.
—Pues eso cuéntaselo a ella porque parece no haberlo
entendido.
—Es lo que pensaba hacer hoy, ha estado trabajando para
mí infiltrada y tan solo hemos tenido algunos encuentros
clandestinos.
—¿Qué hace aquí ahora?
—Ha terminado ese trabajo y ha vuelto, solo eso, no la he
llamado ni tengo intención de que pase algo entre nosotros.
Ahora en mi vida solo estás tú.
Mi confesión la pilla algo desprevenida, pero puedo ver en
sus ojos, en el brillo que tanto amo, que me cree.
Me acerco a ella y la beso, se resiste un poco al principio,
pero si no lo hiciera no sería ella. Disfruto de sus labios
antes de seguir con esta charla que sé que no va a acabar
bien.
—Entonces, ¿no hay otras personas fuera de este
matrimonio? —pregunta, mirando hacia el suelo.
Cojo su barbilla y la obligo a mirarme.
—Solo si quieres que mueran.
Sonríe y la vuelvo a besar.
Necesito parar esto porque hay un tema que quiero saber
para poder asegurarme de que va a estar a salvo.
—¿Quién era el objetivo? —le pregunto, y ella se piensa la
respuesta, pero finalmente me la da.
Nos sentamos en la cama y estoy tentado a tumbarla y
besar cada parte de ella, pero no puedo, creo que ha jodido
a la persona equivocada.
—Un tipo que traía mujeres de Latinoamérica —comienza.
Me cuenta todo lo que sabe y, por los nombres que me da,
estoy seguro de que Leonardo Urriaga es el que trabaja con
este hombre allí en México.
—Tengo que contarle esto a Roma, creo que podemos
estar en un buen problema si no lo solucionamos.
Ella asiente y lo llamo.
—¿Ya te ha clavado la manguera? —suelta al descolgar, y
le gruño.
Le explico todo y llega a la misma conclusión que yo.
—¿Crees que podemos hacer algo para saber cómo están
las cosas?
—Déjame que llame a los del clan Z, su líder, Zarco, sabrá
decirme qué podemos hacer.
—¿Te fías de ellos? He oído que están jodidos de la cabeza
—le pregunto a mi primo.
No los conozco en persona, pero su fama traspasa
océanos.
—Están jodidos. Hay uno, Charcos o Lagos creo que se
llama, que ese tío parece un informático de Silicon Valley.
—¿Entonces?
—Son de fiar.
Las palabras de mi primo son suficientes para mí, si él
dice que son de fiar entonces no tengo más que hablar.
Cuelgo y veo que Seren me observa, sé que está
preocupada, esta mierda se le ha ido de las manos, si no
hubiera estado allí…
—Tienes que parar con esto de ser una asesina de
incógnito —le digo, tratando de no sonar como una orden.
—No puedo, si alguien es un maldito cabrón que merece
la muerte, es mi deber dársela de la forma menos bonita
que pueda.
—¿Por qué lo haces? Lo tienes todo, no entiendo el motivo
para esta vendetta que puede llevarte a la muerte.
—Cuando Nella era pequeña la secuestraron, se la llevó
un hombre que quería hacer que nuestro padre dimitiera y
abandonara el apellido Farnese.
—¿Qué pasó?
—Mi padre no iba a dejar que eso ocurriera, tenía más
hijas, así que Nella estuvo secuestrada demasiado tiempo y
le hicieron cosas que todavía no ha superado.
—¿Quién le hace algo así a una niña inocente?
—El mismo tipo de personas a las que mato.
—Entonces, ¿es por ella?
—En parte, comenzó queriendo vengarla, me instruí para
poder hacerlo una vez fuera lo bastante mayor. Cambié las
clases de cocina por las de artes marciales y estudié
medicina forense en línea para poder perfeccionar el arte de
matar lentamente.
—¿Lo hiciste?
—Sí, yo tenía poco más de quince cuando di con el
hombre. Lo tuve varios días amarrado a una cama
haciéndole cortes precisos para que sufriera, pero no
muriera.
—¿Tus hermanas lo sabían?
Veo la duda en sus ojos antes de contestar y, al final,
niega con la cabeza. Algo me esconde, no sé si es un
presentimiento o que no puedo dejar de mirarla cuando
estamos cerca y me he aprendido todos sus gestos.
—Solo Nella sabe que está muerto, le dije un día que
alguien había entregado la foto del cadáver para que ella lo
viera. Ella aún la guarda en su mesita de noche, cree que no
lo sé, pero la he visto.
—Tienes que parar, has tenido suerte hasta ahora, pero…
—¿Suerte? ¿Crees que ha sido suerte? No, Nico, me lo
preparo, busco las mejores opciones y después las llevo a
cabo, no es suerte, es que somos… soy jodidamente buena
en esto.
No me pasa desapercibido su desliz.
—Me da igual, lo vas a dejar.
—¿Es una orden? —pregunta claramente cabreada, con el
brillo de sus ojos haciendo que me cueste la vida no sonreír.
—Si eso es lo que necesitas para dejar esta mierda,
entonces sí, es una orden.
Seren se aleja de mí y respira hondo, luego sale de la
habitación cabreada y yo la sigo. En el pasillo está Roma
junto a Vittoria.
—Mi marido —le gruñe Seren, señalándome—, un imbécil
que se piensa que estoy bajo su mando, pero es mío,
¿entiendes?
—No voy a contestar a eso —responde Vittoria retándola,
y sé que esto no va a acabar bien.
Seren la empuja con fuerza y Vittoria cae contra la pared,
antes de que pueda reaccionar, Seren saca un cuchillo de
no sé dónde y lo lanza, haciendo blanco en el aro que lleva
mi amiga como pendiente en su oreja izquierda.
—La próxima no fallaré —gruñe mi mujer, haciendo que se
me ponga muy dura—. Y tú, Nico, ni de puta casualidad te
creas que voy a obedecerte. Soy una Farnese, hago las
reglas, no las cumplo.
Dicho esto, se gira y se larga escaleras abajo mientras
Roma aplaude entusiasmado. En serio, tengo que hacerle ir
a un loquero porque lo de este chico no es normal.
—A mi despacho —le digo a Vittoria antes de que pueda
decir nada.
La vemos entrar y Roma me observa con los brazos
cruzados.
—¿Tengo que decirle a Nona que guarde los cuchillos? —
pregunta Roma divertido.
—Déjate de tonterías, creo que esta mierda de matar no
es algo eventual ni que lo haga sola.
—¿En qué piensas?
—En las cuatro hermanas —le respondo, y Roma asiente;
creo que él también lo ve posible.
—¿Qué sugieres que hagamos?
—Invitemos a mis cuñadas a pasar unos días en casa, a
ver si descubrimos en qué demonios está metida mi mujer.
—Bien, pero una cosa.
—¿Qué?
—La vida es mucho más divertida desde que las Farnese
han entrado en ella.
—Lo dices porque no te has casado con una.
Roma sonríe de una forma que no me gusta.
—Todavía —murmura, y ruedo los ojos porque creo que
vamos a ir a una guerra para la que no sé si estamos
preparados.
Capítulo 24
Seren
—No me puedo creer que tu suegra te haya enseñado el
respiradero de la habitación de invitados desde el que se
oye todo lo que pasa en el despacho de Nico —dice Ori
mientras nos sentamos en las sillas del jardín.
—Sí, y gracias a eso pude escuchar todo lo que le decía a
Vittoria. Sabes, esa tía no me gusta nada.
—Normal, se folla a tu marido.
—No, se follaba al que ahora es mi marido, que es
diferente.
—Uhhh, mucha territorialidad estoy notando por aquí —se
burla, levantando las manos y haciendo círculos alrededor
de mi cara.
Le doy un manotazo y casi le tiro la bebida.
La verdad es que no sé por qué Nico la ha traído, bueno,
en realidad invitó a las tres, pero papá solo la ha dejado
venir a ella. Supongo que es una forma de disculparse por la
charla del martes. Sea por lo que sea me da igual, tener
aquí a Ori hace que mis días sean mejores.
—Buenos días, señoritas, ¿de qué habláis? —pregunta
Roma, acercándose.
—Sobre el hombre con el que me voy a casar —suelta Ori,
y bebo de mi batido de fresa para tapar mi sorpresa.
—¿Ya has podido engañar a alguien? —inquiere Roma,
sentándose a su lado.
—Sí, Fabrizio Lucaretti.
—Suena a viejo, gordo y con problemas para encontrarse
la polla —se burla Roma, y tengo que ocultar de nuevo mi
gesto de sorpresa al darme cuenta de que está celoso.
¿Roma siente algo por Ori? Bueno, es normal, mi hermana
es preciosa e inteligente; aunque por lo que sé, Roma no ha
tenido que ir tras una tía desde la pubertad, y sé que Ori no
le daría ni la hora a un tipo así.
—Tiene veintisiete, va al gimnasio todos los días porque
tiene uno en su mansión y por el bulto que he visto en las
fotos que me ha mandado cuando hace máquinas te puedo
asegurar que no tiene nada que buscar, está todo muy a la
vista.
—Eso o que le gusta entrenar con un calabacín en los
pantalones —agrego divertida.
He visto esas fotos y oh, Dios, mío.
Roma se ríe, pero se nota que no es como siempre. No sé
si me gusta esto de que le interese Ori, es un hombre leal,
el que más, aunque también está jodido de la cabeza.
Pasamos la siguiente media hora debatiendo sobre si los
tíos que mandan ese tipo de fotos lo hacen con una clara
intención de vender un producto fantasma o si en realidad
es algo natural que tienen y se les olvida que les cuelga
cuando se hacen esas tomas.
Cuando Roma nos deja para reunirse con Nico, la alarma
de mi teléfono suena.
—Hora de la pastilla —dice Ori alegre, sabiendo lo que es.
Llevo tomando anticonceptivos desde que me vino la
regla por primera vez. No es solo para regular mi
menstruación, es una forma de prevenir disgustos si alguien
decide intentar algo conmigo y lo consigue.
—¿Habéis hablado de tener hijos? —pregunta Ori de la
nada, y niego con la cabeza.
—La verdad es que no.
—¿Y tú quieres?
Me quedo pensando un instante y niego con la cabeza.
—No, no quiero tener hijos —le digo muy convencida.
—Shhh —me chista mi hermana y señala con la vista a
Vittoria, que está ahora en la cocina, la ventana abierta
hace que pueda oírnos.
—Solo he venido a por café y me voy —nos dice al ver que
la observamos en silencio, bebiendo ambas con nuestras
pajitas.
Parecemos las chicas malas del instituto juzgando en la
distancia silenciosa que nuestro poder nos otorga.
—No cojas el de la caja verde, ese tiene dueña, y ya
sabemos lo que a ti te gusta saborear lo que es de otra —
suelta mi hermana, y la carcajada que se me atasca en la
garganta porque estaba tragando se transforma en batido
de fresa saliendo por mi nariz.
No escucho si Vittoria responde o cuándo se va, solo
puedo reírme por lo que Ori acaba de decirle.
—Vamos a ir al infierno —le aseguro a mi hermana.
—Sí, pero lo haremos juntas.
—Siempre.
Chocamos nuestros batidos después de limpiarme y
bebemos. Nico no mintió cuando dijo que tendría los
mejores, no hay alguien preparándolos, pero ha comprado
una máquina que los hace deliciosos.
—Entonces, ¿nada de sobrinos? —insiste mi hermana, y
miro hacia dentro de la casa.
Cuando me cercioro de que no hay nadie es cuando
contesto.
—No, no de momento, no quiero traer a este mundo a
niños que no van a tener todo el amor de su padre y de su
madre.
—¿De verdad no crees que él te quiere? Porque he visto
cómo te mira, y déjame decirte que no parece que le seas
indiferente.
—Eso es porque todavía no nos hemos acostado juntos.
—¿No?
—No, ni siquiera dormimos en la misma habitación —
agrego.
—¿Y eso? ¿Es gay?
—Claro que no, créeme cuando te digo que me dio un
orgasmo que todavía recuerdo, pero me da miedo.
—¿A qué le temes? Duele la primera vez, el resto si lo
hace es que el tipo es idiota.
—Ya sabes que no soy virgen, así que no, no es por el
dolor.
—¿Entonces?
—Me da miedo enamorarme y que él no lo haga. No
quiero acabar siendo la tonta que lo espera mientras él está
follando por ahí.
—¿Crees que te haría eso?
—Se supone que no, que este matrimonio es exclusivo.
—Pero…
—Pero eso no es algo grabado a fuego, las cosas pueden
cambiar y Nico es de ese tipo de hombres que hacen que te
enamores para toda la vida.
—¿Y eso es malo?
—Solo si él no siente lo mismo.
No agrego que a pesar de que llevamos poco tiempo, ya
no recuerdo mi vida sin él porque me sentiría estúpida…
estúpida y enamorada.
Capítulo 25
Nicola
La puerta se abre con lentitud y Vittoria entra, su figura
esbelta y elegante envuelta en un vestido negro. Sus ojos,
siempre agudos, me miran con una mezcla de deseo y
determinación. Cierra la puerta tras de sí con suavidad y se
dirige hacia mí, cada paso resonando con una firmeza que
admiro profundamente, pero que ya no me causa el mismo
deseo sexual que antes de que Seren entrara en mi vida.
Continúo con las agujas en mi mano, tejiendo un muñeco de
un gato negro con una luna en la frente.
—Nicola —dice con un tono que mezcla el respeto y la
familiaridad que solo se gana con años de lealtad—, lo
tengo todo.
Me inclino hacia adelante, apoyando los codos en el
escritorio.
—Cuéntame, Vittoria. ¿Qué has descubierto?
Ella toma asiento frente a mí, sacando un pequeño
cuaderno de su bolso. Lo abre, revelando páginas llenas de
notas detalladas. Es algo que me gusta de Vittoria, es muy
meticulosa en su trabajo y, además, tiene un sistema que
solo ella entiende para descifrar esas hojas.
—Estuve en Las Vegas el tiempo suficiente para ganarme
su confianza —comienza, su voz firme—. La operación está
bien estructurada y no han cometido errores significativos
que indiquen algún tipo de estafa. El dinero está entrando
como debería y las cuentas cuadran.
Escucho con atención cada palabra, confirmando lo que
necesitaba saber.
—¿Y las personas? —pregunto, con un interés particular—.
¿Puedo confiar en ellos?
Vittoria asiente.
—Sí, he observado a todos los jugadores clave. Luigi,
Marco, incluso a Tizio. Todos están comprometidos con
nuestra causa. No hay signos de traición, y cada uno está
desempeñando su papel de manera impecable.
Me siento un poco más aliviado, pero sé que aún hay más
por escuchar.
—¿Y qué hay de ti, Vittoria? ¿Cómo te trataron?
Sus ojos se suavizan un poco al escuchar mi
preocupación.
—Sabes que puedo manejarme, Nicola. Hubo momentos
de tensión, nada que no pudiera controlar. Me hicieron
algunas preguntas al principio, pero todo dentro de lo
normal. Ahora confían en mí.
Asiento, complacido por su capacidad para infiltrarse tan
hondo sin levantar sospechas. El año pasado comenzamos
un trabajo con los de Las Vegas y tenía mis dudas sobre si
me estaban estafando, hay números que no cuadran y
fueron los últimos en entrar, ahora tendré que revisar a los
de aquí y, con toda probabilidad, matar a alguien que
conozco desde hace años.
—Has hecho un trabajo increíble, Vittoria. Lo sabía, pero
siempre es un alivio escucharlo de ti.
Ella sonríe levemente.
—Gracias, Nicola. Sabía lo importante que era para ti,
para todos nosotros.
Hay un momento de silencio, uno cargado de
entendimiento y respeto mutuo. Entonces, algo en su
expresión cambia, volviéndose más personal.
—Nicola, hay algo más que debes saber —dice con un
tono más bajo.
Levanto una ceja, instándola a continuar.
—¿Qué es?
Dejo lo que estoy tejiendo para prestarle atención.
—Hubo una situación —empieza, eligiendo sus palabras
con cuidado—. Una noche, después de una reunión, Luigi
intentó... insinuarse. Sabes que siempre ha tenido un
interés en las pelirrojas, y esta vez decidió actuar.
Siento un nudo de rabia formarse en mi estómago.
—¿Te hizo daño? —pregunto, mi voz contenida, pero
peligrosa.
Vittoria niega con la cabeza.
—No, lo manejé. Le dejé claro que no debía intentarlo de
nuevo. Pero quería que lo supieras.
Respiro hondo, tratando de calmar la tormenta dentro de
mí.
—Lo tendré en cuenta. Nadie toca a mi gente sin
consecuencias.
Ella asiente, su expresión firme y resuelta.
—Lo sé, Nicola. Por eso te lo digo. No le dejé que tocara lo
que es tuyo.
Sus palabras ahora me ponen en alerta. Sí, tuvimos sexo
durante mucho tiempo, una relación abierta e intermitente,
pero como ya le dije el otro día, eso se acabó, ahora estoy
casado.
—Tú no me perteneces, solo tu bienestar —le aclaro.
—Reconoce que no te ha gustado pensar en otro hombre
queriendo hacerme algo.
—Claro que no me ha gustado porque no iba a ser
consentido, pero, Vittoria, no te equivoques, no tenemos
nada y puedes hacer lo que quieras con tu cuerpo. Igual que
cuando follábamos.
Lo suelto lo más bruto que puedo para que le quede claro.
—¿Tan buena es en la cama? —escupe de golpe, y eso me
cabrea.
—No voy a hablar contigo sobre lo que hago con mi mujer
en nuestra intimidad.
—¿Y sobre que no quiere tener hijos contigo?
Lo suelta de golpe y me pilla de sorpresa. Es un tema que
no hemos hablado, empezando porque ni siquiera nos
hemos acostado.
—¿Y tú cómo sabes eso? —inquiero.
—Por tu cara, veo que no tenías ni idea. Como me he
enterado es lo de menos, pero que lo sepas, si quieres ser
padre no será con ella, aunque puedes serlo conmigo.
—¿Qué? —Creo que no la he oído bien.
—No necesito un anillo ni tu apellido, si quieres un hijo yo
te lo daré.
Mi primo entra sin llamar, sabe que puede hacerlo cuando
quiera, y más con Vittoria porque ya no hay manera de que
nos pille con los pantalones abajo.
—Si te oyera mi primita te rajaría de arriba abajo —le dice
despreocupado, y Vittoria rueda los ojos.
Por supuesto que no se cree que Seren sea capaz de
hacer algo así, yo mismo no lo creería si no lo hubiera visto.
Vittoria se levanta y va hacia la puerta, antes de salir se
gira y repite sus intenciones:
—Si quieres ser padre, aquí me tienes; soy leal, ella no lo
sé, tengo información que me dice que…
—Suficiente —la corto.
Es muy buena como espía, pero no voy a permitir que
suelte mierda de mi mujer.
Se va dando un portazo y Roma se deja caer en la silla
donde estaba ella sentada mientras me mira divertido con
los brazos cruzados.
—Más te vale que Vittoria no esté a tu alrededor
demasiado o la mierda va a golpear el ventilador.
—¿Crees que Seren tiene un amante? —pregunto, inquieto
por la semilla que ha plantado Vittoria en mi cerebro.
—No, y tú tampoco deberías creerlo. Está un poco loca y
es una psicópata, sin duda, pero es leal.
Las palabras de mi primo me tranquilizan.
Comentamos el informe de Vittoria y trazamos un plan
para averiguar quién es el que nos está robando. Roma
tiene algunos nombres y le doy carta blanca para que los
investigue como quiera, para ser sinceros, a efectos
prácticos, él y yo somos uno.
Escucho la risa de mi madre a través de la ventana
abierta y me sorprende tanto que me levanto para ver qué
ocurre.
Roma se coloca a mi lado y ambos observamos la escena
que ocurre una planta más abajo. Mi madre está con Nona
sentada en el jardín, Seren se frota la nariz tanto que se la
está dejando roja y Ori no puede dejar de perseguirla con
una flor amarilla.
—Es venenosa —explica Roma, y al ver mi cara de susto
continúa—, pero en plan ortiga. Solo le dará picor y rojez a
tu mujer, así que relájate.
—Seren ha hecho muy buenas migas con mi madre.
—Y con Nona, y con los chicos. La verdad es que se ha
integrado muy bien.
—Vittoria me ha dicho que no quiere tener hijos —le
suelto.
—Con la vida que ha llevado es normal, aunque, para ser
sinceros, no me fiaría demasiado de lo que tu examante
pueda decir sobre tu mujer.
Puede que mi primo esté clínicamente loco, pero tiene
unos pensamientos muy cuerdos que me ayudan a seguir
adelante.
Lo observo y veo una sonrisa formarse en su cara. Una de
las que solo le da a la familia. Miro en su dirección y veo que
es a Ori a quien tiene en su punto de mira.
—¿Te gusta? —le pregunto sin rodeos.
—Sí, ¿a quién no?
—No es eso a lo que me refiero.
—Lo sé.
—¿Va a ser un problema? No me gustaría tener que
aguantar los gritos de Seren cuando te la folles y la olvides.
Porque así es mi primo, le encanta la caza, pero cuando
las consigue se aburre y pasa a la siguiente, incluso sin
decírselo a ellas.
—Tranquilo, eso no será un problema.
—¿Porque no te interesa acostarte con ella? —pregunto,
sabiendo que él nunca me miente.
—No, porque ya nos hemos acostado y ahora la deseo aún
más.
Lo miro, me mira, sonríe y yo rezo.
Mierda.
Capítulo 26
Seren
Abrazo a Ori y me despido de ella. Han sido tres días
maravillosos con mi hermana que necesitaba, aún tengo
agujetas de las risas en el spa del hotel al que hemos ido.
Se sube a la moto de Roma y se agarra a él de una manera
que me dice que no son desconocidos.
Una vez nos quedamos Nico y yo solos en la entrada,
decido que es un buen momento para hablar.
—Creo que deberíamos aclarar las cosas —suelto sin
preámbulos.
Nico sonríe, se acerca y me besa. Lo había echado de
menos. Sé que esto no arregla nada, pero es un buen paso y
lo disfruto. Cuando me suelta, me da la mano y caminamos
por el jardín.
—He visto lo bien que te llevas con mi madre, gracias —
me dice mientras acaricia mi pulso con su pulgar.
—Es una mujer increíble.
—Sí, y el hecho de que te ayudara a escapar no sé si es
algo que me gusta.
—Acostúmbrate, ahora somos aliadas —me burlo, y él se
detiene, me gira y me besa de nuevo.
—¿Puedo hacerte una pregunta?
Llegamos hasta donde está el banco en el que siempre
me siento con mi suegra y cuando voy a dejarme caer a su
lado, él me agarra y me sienta sobre sus piernas. Esto es
íntimo, más de lo que hemos tenido hasta ahora, y no sé
cómo sentirme.
—Claro, dime.
—¿Quieres tener hijos? —suelta de la nada, y he de decir
que me pilla desprevenida.
—No, bueno sí, quizá algún día —balbuceo—. Supongo
que con el hombre indicado podría.
No le aclaro que él es el único candidato a ello. Que estoy
acojonada por todo lo que me hace sentir cuando apenas
hemos tenido un par de orgasmos y unos cuantos besos,
¿hasta dónde podría caer si me entrego del todo a él?
—Vittoria me dijo…
—Te voy a dar un consejo en lo referente a esa mujer,
cuando hables conmigo, no empieces nunca una frase con
esas palabras.
Me mira y sonríe. No continúa, solo me besa y yo dejo que
lo haga mientras el sol de Catania nos calienta.
De regreso a la casa, todavía de la mano, paseamos
hablando de todo un poco. Me cuenta cómo compró esta
casa para poder vivir todos juntos. Que sus hombres ahora
están aquí, pero algunos, como Umberto, tiene dos hijos y
una ex loca que no le deja verlos demasiado. También sobre
mis hermanas y de lo que las echo de menos. Hablamos a
diario por mensajes, pero no es lo mismo.
—Creo que voy a ducharme antes de la cena —comenta
mientras subimos las escaleras, y yo asiento de acuerdo,
también necesito un agua.
—A mi madre le encantaba ducharse por la mañana, es
algo raro que recuerde eso, pero el olor a limpio que
desprendía cuando me daba un beso antes de sentarse a
desayunar es algo que no puedo borrar de mi mente.
Una sonrisa se extiende por mi cara y casi puedo sentir
que estoy en ese instante en el que ella me besaba la
mejilla y se sentaba a mi lado.
—Debió ser una mujer maravillosa —comenta, llegando a
mi habitación.
—Sí, ojalá la hubieras conocido.
—¿Ibas mucho a su tumba? —pregunta como si supiera
que lo hago.
Por supuesto que lo hace, al igual que sabía mi gusto por
el batido de fresas y de Sailor Moon.
—Ahora ya no tanto, pero quiero ir pronto a verla.
—¿Me dejarás acompañarte la próxima vez? —pregunta
de pronto, y me gusta mucho que lo haya hecho.
—Sí, aunque para eso debes tener tiempo, últimamente
estás un poco ocupado —me quejo sin nombrar a la
pelirroja, que parece no acabar de salir de esta casa.
—Mañana soy todo tuyo, si quieres, podemos coger el
avión y…
No dejo que termine la frase y me lanzo contra su boca. Él
me atrapa sin ninguna duda y me sostiene contra su
cuerpo.
—Ven dentro —le pido mientras muerdo su cuello, y no
necesito respuesta, me coge por debajo del culo y entra
conmigo a mi cuarto.
Cierra la puerta y, antes de que pueda darme cuenta,
estoy sobre la cama tendida.
—¿Estás segura de esto?
«No».
—Sí.
Se quita la camisa y puedo observar los tatuajes que
cubren su cuerpo. Son varios dibujos sin color que decoran
sus pectorales y suben por uno de sus brazos hasta su
cuello. Se deshace de los pantalones y los calzoncillos y su
polla me apunta en toda su gloria.
—¿Dónde compraste este vestido? —me pregunta
mientras se pone a horcajadas sobre mí, con una rodilla a
cada lado de mi cuerpo, y me rasga la tela hasta quedar
totalmente expuesta ante él.
—Era una edición limitada —me quejo hasta que pasa su
lengua por mi estómago hacia mi sujetador.
También lo arranca, al igual que mis bragas.
—Creo que voy a comprarnos una casa para que puedas
caminar desnuda sin que nadie más salvo yo pueda verte y
lamerte, ma perle.
Su voz ronca me tiene totalmente hipnotizada.
Baja su cuerpo sobre el mío, aguantando su peso con el
antebrazo que tiene sobre mi cabeza, y comienza a
besarme.
—No sabes la de veces que he fantaseado con esto —
gruñe contra mi boca.
La forma tan posesiva en que me mira hace que la
humedad en mi centro crezca.
Ahora coge mis piernas y las saca de debajo de él. Estoy
abierta por completo y Nico está sentado sobre sus rodillas
mientras se acaricia la polla y me mira con un deseo que
podría provocar un incendio.
—¿Solo vas a mirar? —le pregunto, juguetona.
Sin avisarme, abre mis pliegues y pasea su punta de
arriba abajo. Resbala con facilidad y ambos gemimos.
—Veo que no soy el único que quiere esto.
Baja su boca hasta mi pezón y me muerde, fuerte, tanto
que casi me corro. Joder, no sabía que el dolor me causaría
tanto placer.
Antes de que pueda decir nada, se empala en mi interior y
el aire sale de mis pulmones a la vez que el deseo corre
entre mis pliegues.
—Te gusta que sea duro, ¿verdad, ma perle? —murmura
contra mi oído, y es lo más sexy que he escuchado en mi
vida.
Asiento sin tener muy claro qué quiero, y él comienza a
bombear dentro de mí con una brutalidad que me lleva a un
orgasmo en cuestión de segundos, pero no se detiene, sigue
como un animal entrando y saliendo de mí mientras jadea,
gruñe y muerde. Yo solo puedo clavarle mis uñas en su culo
y notar como su polla se hincha.
Un segundo orgasmo me golpea, y mientras trato de
recuperar la respiración, me gira, pone mi culo en alto y me
penetra desde atrás, miro por encima de mi hombro a
tiempo para ver como lame su mano y después la mete por
debajo de mí, encuentra mi centro y lo frota con dureza a la
vez que sus estocadas se vuelven cada vez más
demenciales.
Nunca jamás he sentido todo esto en una relación sexual:
dolor, placer, anticipación... Le dejo que haga conmigo lo
que quiera.
—Ríndete a mí —me ordena, y cuando lo hago, estalla en
mi interior y yo vuelvo a correrme tan fuerte que creo que
pierdo el conocimiento unos segundos.
Lo siguiente que sé es que estoy siendo llevada contra su
cuerpo mientras me abraza y pasea su mano por mi
estómago.
—Te quiero en mi cama cada noche —me ruega,
mordisqueando mi oreja—. Quiero poder follarte en
cualquier momento y que te despiertes conmigo entre tus
piernas.
—Así que al final sí quieres mi cuerpo —bromeo, y él se
incorpora sobre mí y hace que lo mire.
—Te he follado porque necesitaba hacerlo de esta manera
y la forma en la que chorreabas me ha dicho que te ha
gustado tanto como a mí. Ahora voy a hacerte el amor
lentamente para que veas lo mucho que me gusta el
matrimonio, pero solo si es contigo.
Cumple su promesa y ni siquiera bajamos a cenar. A las
tres de la mañana tenemos hambre y Nico roba algunas
cosas de la cocina y las trae a la cama, donde reponemos
fuerzas y proseguimos conociendo nuestros cuerpos.
Cuando el sol nos despierta a través de la ventana, me
duele todo el cuerpo en los lugares correctos.
—Voy a ducharme y nos vamos al aeródromo para visitar
la tumba de tu madre después de desayunar —dice,
besando mi espalda—. Recoge tus cosas porque cuando
volvamos te mudas a mi habitación.
Ronroneo porque es el único sonido que mi cerebro me
deja hacer.
Él se ríe y muerdo su culo cuando se queda un segundo
de pie al lado de la cama buscando su ropa.
—Pagarás por esto —me advierte.
Se pone los calzoncillos y sale. Su habitación está solo
tres dormitorios más allá y todos están vacíos así que no
debe importarle si se cruza a alguien.
Me levanto y me ducho, me lavo el pelo y me maquillo,
puede parecer que esto me haría tardar una vida, pero no
es así, apenas cuarenta minutos después estoy ataviada
con un vestido rosa que se pega a mi cuerpo, unos tacones
de diez centímetros a juego y mi cepillo de dientes en la
mano. Es como un acto, quiero que me vea dejarlo junto al
suyo.
Entro sin llamar y me quedo paralizada un segundo.
Vittoria me saluda con una enorme sonrisa, sentada en la
cama de Nicola mientras él se termina de abrochar su
camisa.
—Seren, ha surgido algo y no puedo acompañarte hoy.
—Algo con ella, ¿no?
Pregunto y la miro mientras la perra sonríe todavía. Oh,
Dios, qué ganas tengo de arrastrarla de los pelos. Aunque
no, no voy a hacer eso, soy una dama, y como tal haré que
lo próximo que coma lleve tantos laxantes que no pueda
llegar al baño.
—¿Es tu cepillo? —pregunta Nico, sonriendo al verlo en mi
mano.
Mi corazón se acelera, sí, este momento debería ser
especial y privado. Después de haber pasado la noche
juntos es lo que esperaba, pero no.
—Sí, voy a dejarlo justo donde corresponde —contesto
mirando a la bruja pelirroja, y entro a su baño.
Veo el vaso y siento que no es ahí donde él me coloca, no
estoy a su lado, estoy en el suelo siendo pisoteada, así que
hago lo que creo que es correcto y lo tiro a la basura.
—Me voy a ver a mi madre —le informo mientras voy
hacia la puerta y él entra al baño.
Un segundo después sale y me mira, ha visto el cepillo en
el cubo.
—¿Por qué? —pregunta.
Le doy un vistazo a Vittoria, que no ha dejado de sonreír,
y luego a él antes de contestar.
—Es el lugar que tú me has dado.
Capítulo 27
Seren
Nico no me sigue cuando salgo, y lo agradezco, no quiero
montar una escena delante de ella. Quiero gritar de la rabia
por toda esta situación, pero me contengo.
Vuelvo a mi habitación, cojo mi bolso y bajo, no paso por
la cocina a desayunar, no tengo ánimo ni ganas. Escucho las
risas de Roma tras contar uno de sus chistes malos y eso
hace un poco mejor mi día. Mi nuevo primo parece ser un
tipo divertido.
—Necesito ir al aeródromo —le digo a Pietro cuando salgo,
y él asiente.
Esta vez no me dice que no puedo hacer algo, creo que ha
entendido cómo son las cosas. Va a por el coche y me abre
la puerta cuando se para a mi lado.
—Voy a ser su guardaespaldas personal, señora Baglioni,
la acompañaré durante el día de hoy —me informa una vez
que se pone detrás del volante.
Asiento por el retrovisor y respiro hondo. Quiero coger el
cuchillo que hay atado en el interior de mi muslo y volver
arriba para clavárselo a esa perra.
—Llámame Seren —le pido, y él sonríe.
—¿Puedo decirte algo, Seren? —Asiento—. Este coche está
insonorizado, puedes desahogarte.
Lo miro y sé que no se refiere a que llore, no, parece que
este hombre me conoce un poco mejor de lo que pensaba.
Es mi turno para asentir y un segundo después él se tapa
los oídos y yo grito hasta que me duele la garganta. Una vez
acabo, veo el mundo de otra manera.
—Gracias —murmuro.
Él solo hace un gesto y arranca. Nos alejamos y siento que
mi corazón se está quedando atrás, pero no voy a llorar
hasta que esté junto a mi madre.
Aprovecho para revisar mi teléfono por el camino y
apenas me da tiempo a entender lo que Pietro grita antes
de que un enorme camión se estrelle contra el costado del
coche a la altura del conductor. Mi cabeza se golpea contra
el cristal, aunque no salgo despedida gracias a que siempre
uso el cinturón.
Miro hacia Pietro, pero mis ojos no enfocan, solo veo un
bulto negro detrás del volante. Creo que está muerto.
No me da tiempo a pensar mucho cuando la puerta de mi
lado se abre y unos tipos con pasamontañas cortan mi
cinturón y me sacan de allí con poco cuidado. Me quejo por
el dolor de mi cuerpo, pero les da igual. Me lanzan a la parte
trasera de una furgoneta y trato de resistirme mientras me
atan las manos por delante y me ponen una tela en los ojos
que me deja ciega.
Estoy segura de que me saldrá un chichón dentro de cinco
minutos, puede que incluso tenga una conmoción ya que
me siento mareada. No sé si Pietro ha muerto. Oh, Dios, no,
por favor, es demasiado joven para morir, y menos por mí.
Me cuesta respirar y tengo que calmarme a mí misma
mentalmente para no tener un ataque de ansiedad.
No estamos mucho en la furgoneta. Abren la puerta y me
bajan, en algún momento del accidente he debido perder
los zapatos porque mis pies golpean la tierra cuando la toco
y siento algo clavarse en la planta.
Escucho con atención, aunque no logro descifrar con
exactitud el acento de los hombres que me han
secuestrado; son de Europa del Este, eso seguro. Hay un
tipo que parece italiano. Oigo que hablan de mí y de cómo
mi marido va a pagar una fortuna, también dicen algo de
una tal Irina, no sé quién es, ¿otra mujer secuestrada? ¿La
jefa?
Entramos a un sitio que huele a tabaco y me lanzan
contra una pared. No veo nada y me choco contra ella,
cayendo de rodillas. Me ponen una correa en el cuello y
después me quitan la venda.
Parpadeo varias veces y casi vomito cuando veo una pila
de cuerpos, al menos seis mujeres y alguna niña, a unos
metros de mí.
—Sus familias no pagaron —dice una voz a mi lado, y
cuando me giro hacia ella veo a una cría atada a mi lado.
Su ropa está sucia y rasgada, tiene moratones de colores
que me indican que lleva aquí al menos tres días.
—¿Quiénes son? —pregunto, no queriendo alzar la voz.
Ahora los tres están sentados en una mesa mientras
beben alguna clase de alcohol y bromean sobre cuánto
pueden ganar con nosotras.
—Por lo que me dijo la del pelo negro —comienza, y
señala con la cabeza la pila; una mata oscura asoma, no le
veo la cara, pero supongo que se refiere a ella—, son
secuestradores profesionales. De varios países.
—En cuanto mi marido se dé cuenta de que no he llegado
al avión rastreará el coche, sé que lleva GPS. Y no parará
hasta encontrarme.
—Ellos lanzan un aparato dentro para inhibir la señal, para
cuando la batería se gasta y lo encuentren, solo hallarán el
cuerpo. Tu cuerpo.
—¿Cómo es que nadie los detiene?
—Llegan a una zona y hacen esto durante una semana,
luego se deshacen de los cuerpos y van a otro país.
—¿Y tú?
—Yo soy un mal menor, estaba con la otra niña y sus
padres no pagaron, así que la mataron, a mí me quieren
vender para burdeles.
—¿Por qué no hacen eso con todas?
—Porque a ellas las buscarían, a ti también, a mí…
No termina la frase, pero no hace falta.
—Bueno, no te preocupes, vamos a salir de aquí las dos.
—Espero que paguen por ti.
—No va a hacer falta —le aseguro, notando como la
oscuridad de mi alma se abre paso hasta mi cabeza.
—¿A qué te refieres?
Saco el cuchillo que llevo en mi muslo y ella amplía los
ojos, no me revisaron, no soy un peligro. Un gran error
porque ahora voy a matarlos a todos.
—Tapate los ojos y no mires —le pido.
—¿Por qué?
—Porque no quiero que veas cómo les arranco la piel a
tiras a cada uno de esos cerdos.
Capítulo 28
Nicola
Antes de que pueda darme cuenta, Seren se ha largado
de la habitación y ha dejado claro cómo está el tema tirando
su cepillo de dientes a la basura.
—Me parece que no entiende con quién se ha casado —
suelta Vittoria, y le doy una mala mirada.
—Cállate —le gruño.
Estoy ahora mismo muy cabreado con ella, pero más
conmigo. Le dije a mi mujer que la iba a acompañar a la
tumba de su madre y no he tardado ni una hora en faltar a
mi palabra. Lo primero q voy a hacer ahora cuando baje es
disculparme por ello.
Entro a la cocina y veo a todos desayunando, ella no está
por ningún lado, tampoco veo que falte ningún bollo de
chocolate de los que tanto le gustan.
—Se ha ido ya con Pietro —me confirma mi primo
mientras me preparo un café.
—La he cagado a lo grande —murmuro mientras me dejo
caer en la silla junto a Umberto.
—Entonces duerme con un ojo abierto, la señora Baglioni
no es de las que se quedan llorando —se burla mi jefe de
seguridad, y le tiro un trozo de pan tostado.
—En mi cocina no se tira comida —me regaña Nona—,
pero tiene razón, Seren no es de las que se va a llorar
porque hayas sido un idiota.
Le doy una sonrisa y ella me la devuelve. Hoy mi madre
estaba cansada y ha decidido quedarse en la cama. Tiene
estos días en los que parece que el mundo le pesa
demasiado.
Mañana será otro día.
Media hora después me reúno con Vittoria en el despacho
de abajo para hablar sobre lo que ha hecho que me pierda
el viaje con mi esposa. Cuanto más habla, más me doy
cuenta de que no era necesario quedarme. Joder.
Miro la hora y ya hace un rato que deben estar en el aire,
pero si me doy prisa puedo llevarme una de las motos de
Roma y llegar con una hora de diferencia.
Mientras mi mente vaga en las mil formas que voy a
compensar a Seren, mi primo irrumpe en el despacho. No es
como otras veces, pasa algo.
—Han llamado del aeródromo preguntando si ibais a
tardar mucho en llegar porque otro avión necesita la pista —
suelta, y mi mundo entero se cae a mis pies.
—¿Dónde están?
—Pietro no contesta, ella tampoco, ambos teléfonos
parecen fuera de cobertura y la señal del GPS ha
desaparecido.
—¿Cómo que ha desaparecido?
—Sí, simplemente se han evaporado. Si lo hubieran
tratado de desactivar tiene un sistema que emite una
alerta. No ha saltado, solo ha dejado de aparecer en el
mapa.
—Puede que solo estén en una zona sin cobertura —
comienza a hablar Vittoria, pero la mirada que le doy la
silencia.
Salgo de allí y reúno a mis hombres, saldremos a buscarla
por toda Catania, alguien ha tenido que ver algo. Alguna
cámara ha debido captar el coche pasando. Empezaremos
por ahí y después tiraré cada puta puerta de esta ciudad
hasta encontrarla.
Umberto se lleva la mano a la oreja y sé que le están
hablando por el sistema de comunicación interno.
—Nico, vamos a la entrada, los de la puerta acaban de
avisar de que Seren viene en una furgoneta que no
reconocen.
No termino de escuchar lo que dice. Salgo corriendo hacia
allí, y cuando llego veo cómo mi mujer frena, haciendo
chirriar el vehículo, luego se baja de un salto y va a la parte
de atrás.
—¡Necesito ayuda! —grita, y eso nos pone en marcha a
todos.
Llego hasta la parte posterior y veo en el interior a Pietro
tirado en el suelo, hay mucha sangre y una niña de no más
de doce años está apretando algo de tela sobre el pecho de
mi hombre.
—¿Dónde estás herida? —pregunto al ver la sangre en su
cuerpo, la toco, pero ella me aparta.
—Yo estoy bien —me asegura, y mira a Pietro—. Tuve que
sacarle la barra que se le había cruzado, creo que no ha
tocado el corazón, pero está sangrando mucho.
—Vamos adentro, el médico está en camino —avisa Roma
mientras todos ayudan a sacar a Pietro de la parte de atrás
del furgón.
Lo llevan hasta el interior, y en ese momento todo lo que
puedo hacer es mirar a Seren.
—Estoy bien, de verdad —insiste, pero no puedo dejar de
pensar en que por primera vez he sentido miedo, miedo de
verdad, y ha sido porque podría haberla perdido.
Y es ahora, en este momento, donde entiendo que da
igual todo salvo ella.
Capítulo 29
Seren
Miro a Irina y veo que está acurrucada al fondo de la
furgoneta. Entro y le tiendo la mano. Trato de no pensar en
mis pies manchados con la sangre de Pietro. Respiro hondo
y alejo los momentos en los que pensaba que no iba a poder
sacarlo de allí, del amasijo que era su lado del coche.
Tampoco en que no he podido encontrar el inhibidor de
señal para pedir ayuda, ni en que solo podía pensar en lo
mucho que quería llorar.
—Ella se queda con nosotros de momento —le informo a
mi marido cuando salgo del furgón.
Ayudo a Irina a bajar y ella se agarra a mi brazo usando
mi cuerpo para esconderse.
—El médico ha llegado y ya está atendiendo a Pietro —nos
dice Roma llegando hasta donde estamos, justo el mismo
lugar en el que nos han dejado todos.
Nicola no deja de mirarme de una forma intensa, y no sé
si está enfadado o ¿preocupado? No, no puede ser, tiene
claro que me sé defender.
—Vamos dentro para que revise a Irina —les digo.
—Y a ti —añade Nico sin dejar de mirarme.
—Ya te he dicho que estoy bien.
—No me provoques —sisea—, por favor.
La forma en que me lo pide, no, me ruega, hace que no
discuta.
Pasamos al interior. Nona se lleva una mano a la boca
cuando me ve. Bueno, mi aspecto no debe ser fabuloso
ahora mismo.
—Estoy bien —le aseguro, y miro a Nicola para que se dé
por aludido.
Todavía no me ha tocado, es como si tuviera miedo a
romperme. Roma me mira también, esperando a que en
algún momento me vuelva loca. Quizás todavía no
entienden que algo hace mala conexión en mi cerebro y que
soy capaz de apagar mis sentimientos cuando se trata de
defenderme a mí o a los que quiero.
Vamos hacia una habitación al fondo, junto a la de Nona,
allí atienden a Pietro. Estoy preocupada. Voy por delante y,
como en comitiva, Roma y Nico me siguen. Irina no suelta
mi mano y puedo notar el temblor de su cuerpo pegado al
mío mientras caminamos.
—¿Cómo está? —pregunta Nico cuando el médico sale.
—Bien, lo que sea que lo atravesó no ha tocado nada
importante, solo ha perdido mucha sangre. Por suerte,
Umberto es del mismo tipo y le he podido hacer una buena
transfusión —asegura el doctor, y respiro aliviada.
—Ella es mi mujer, necesito que la examine, dice que está
bien, pero puede que la adrenalina del momento…
—Primero vas a revisar a Irina —le corto, y le aviso con la
mirada que no es momento de llevarme la contraria—.
Tranquila, estaré aquí a tu lado, no me voy a ningún sitio.
La dulzura con la que le hablo me sale sola, como cuando
Fiore se hacía daño y le curaba su raspón; creo que Irina me
recuerda un poco a ella.
Nico nos hace ir a una de las habitaciones junto a la mía.
Nona se queda mientras que él y Roma salen fuera. El
médico se da cuenta de que la niña puede haber sufrido
algún tipo de abuso y la trata con todo el respeto que
puede, pidiéndole permiso para cada cosa que va a hacer,
incluso tomarle la temperatura.
No sé qué le habrá pasado, ni lo que esos tres hombres le
han podido hacer, pero sé que no voy a dejarla sola, puede
contar conmigo de ahora en adelante. Estoy muy orgullosa
de cómo se ha portado. No ha mirado mientras me
encargaba de esos tipos y luego ha ayudado con Pietro
como ha podido. Incluso ha estado apretando la tela contra
él para evitar que perdiera más sangre de la debida. Y ni
una sola vez ha llorado o entrado en pánico, es una jodida
luchadora.
—Parece ser que está bien, creo que lo mejor es que
ahora descanse, después de una ducha —nos dice el
médico.
Habla con Nona sobre lo que debe inyectarle, por lo visto
ella tiene conocimientos básicos de enfermería.
Entro al baño privado de la habitación y, por primera vez,
me veo en el espejo. Tengo algunos golpes en el cuerpo y
un chichón en la cabeza, elque me he hecho al darme
contra el cristal.
—Voy a ayudarte a lavarte, después Nona te va a pinchar
algo para que puedas descansar. ¿Tienes hambre?
—No —murmura.
Por su carita, veo que le hace más falta dormir que comer.
La ayudo con su ropa, huele mal, a pis y a vómito. No le
pregunto, es algo que ella me contará algún día si quiere.
Enciendo el agua, y cuando está a una buena temperatura,
la acompaño dentro. Me mojo un poco, pero no me
preocupa. Lavo su pelo con cuidado y ella se frota el cuerpo.
Veo moraduras y cortes. Quiero volver a matarlos por tocar
a una niña.
No sé el rato que nos pasamos así hasta que está limpia
por completo y sale. Le seco el pelo mientras Nona entra
con una camiseta y un pantalón de pijama. No tengo ni idea
de dónde han sacado algo tan rápido, creo que podría ser
de uno de los hijos de Umberto, ya que tiene coches, pero
no estoy segura.
—¿Te vas a ir? —me pregunta cuando se mete en la
enorme cama.
—Tengo que limpiarme, pero estoy aquí al lado.
—Yo soy Nona —se presenta oficialmente—, puedo
cuidarte mientras ella no está, ¿te parece bien?
Irina me mira y asiento, entonces ella hace lo mismo en la
dirección de Nona y esta se sube a la cama a su lado.
—¿Crees que podrás dormir? —le pregunta la abuela de
esta casa e Irina niega con la cabeza.
—Cuando cierro los ojos los veo.
Y vuelvo a querer matarlos.
—Bueno, entonces voy a inyectarte esto, no va a doler,
pero te ayudará a relajarte y dormir sin soñar, ¿te parece
bien?
Irina asiente, está un poco asustada, pero no dice nada;
es increíble esta niña.
Cuando Nona deja la jeringuilla vacía, se recuesta aún
más y le empieza a cantar una nana italiana que mi madre
me cantaba a mí. Le toca el pelo y veo como Irina poco a
poco se duerme; por primera vez, me doy cuenta de lo
joven que es.
Salgo de la habitación y me encuentro a Roma y Nico
apoyados en la pared del pasillo esperándome.
—¿Puedes contarnos qué ha ocurrido? —pregunta Roma
mientras Nico no deja de mirarme en silencio.
—Voy a quitarme todo esto de encima —le contesto—,
pero tienes que ir al lugar donde he matado a los hombres
que me han secuestrado, hay que hacer limpieza.
—¿Del tipo manguera? —se ilusiona Roma, y sonrío
negando con la cabeza.
—Peor.
Da palmaditas como si le hubiera tocado la lotería. Le
indico cómo llegar y se despide dándome un beso en la
mejilla, no sin antes limpiar la sangre que debo tener en ella
y que no sé de quién es.
Una vez que estamos solos en el pasillo, me quedo en
silencio mirando a Nico tal y como él lo hace conmigo.
—¿No me vas a decir nada? —pregunto sin entender muy
bien qué le ronda por la cabeza.
—Es la primera vez que he estado asustado en mi vida —
confiesa.
—Lo siento —me disculpo, aunque no sé muy bien por
qué.
—No, soy yo el que tiene que pedirte perdón por dejarte
salir de esta casa sin decirte que te amo.
Capítulo 30
Nicola
No sé qué me ha llevado a decirle esto, pero no he podido
frenarlo más. Sí, estoy enamorado como nunca lo he estado,
y eso me gusta y me aterra a partes iguales.
—Nico —murmura, aún sorprendida por lo que acabo de
soltarle.
—No hace falta que digas nada —le aclaro—, esperaré el
tiempo que necesites para llegar ahí. Ahora deja que cuide
de ti como debí haber hecho desde el primer día que
entraste en esta casa.
La llevo a mi dormitorio porque no voy a volver a perderla
de vista. Tengo muchas preguntas, no obstante, todas ellas
tendrán que esperar hasta que pueda ver por mí mismo que
no ha sufrido ningún daño.
Le doy la mano y entramos al baño. Allí, ella se queda
callada mientras abro el grifo de la ducha y le quito la ropa
ensangrentada que lleva. Cuando la tengo desnuda frente a
mí, procedo a hacer lo mismo.
El agua caliente nos recibe y mientras la sangre se
escurre a nuestros pies, la abrazo. Casi espero que ella se
rompa, que llore, sin embargo, mi mujer no es así. Ella es
fuerte, una reina, una joya. Mi perla.
Con el cepillo que tengo le limpio debajo de las uñas y
luego enjabono su cabello, paso mis dedos por sus tatuajes
y dejo que ella haga lo mismo con los míos. Es momento de
conocernos, de dejarla entrar por completo, aunque eso
pueda destruirme.
—Ma perle —susurro, besando el corte en su brazo—.
¿Sigue todo bien?
Asiente.
—¿Por qué no te parece raro? —pregunta, rompiendo su
silencio por primera vez desde que hemos entrado.
—Nada en ti lo es, eres excepcional, esperar que seas
igual al resto es no tener ni idea de la joya que eres, ma
perle.
—¿Por qué me llamas perla?
—Tengo muchos motivos, dime cuántos quieres saber.
Ella sonríe y el brillo de sus ojos, ese del que estoy
enamorado y que sé que fue el que inició todo, me saluda,
haciendo que algo dentro de mí se relaje.
—Tres.
Sonrío y llevo mi boca hacia su cuello, me encanta
morderla allí, lo hago antes de susurrarle la respuesta.
—Perfección Natural: Las perlas son conocidas por su
belleza inherente y su pureza, como tú, ma perle.
—Muy bonito, ¿qué más?
—Distinción y Refinamiento: son símbolos de elegancia y
buen gusto.
—¿Y?
—Durabilidad: Las perlas, a pesar de su delicadeza, son
duraderas. Como espero que sea lo nuestro.
No me doy cuenta de que se ha movido hasta que su
mano agarra mi polla y me tenso. Joder, casi me corro solo
por sentir sus dedos apretándome.
—¿No me dirás otra razón?
—De momento no, tienes que ganártelo —contesto
juguetón, ella sube su pierna para rodear mi cadera y guía
mi punta a su entrada.
—Voy a empezar por aquí.
Le voy a decir que no me refiero a eso, pero Seren no me
deja hablar, me besa a la vez que se empala dentro de mí y
tengo que contar azulejos para no correrme en este mismo
instante.
La levanto para que me rodee con la otra pierna y apoyo
su espalda contra la pared. Presiono el botón que hace que
cambie el modo de ducha a lluvia y comienzo a embestirla
mientras nos besamos, a un ritmo lento, disfrutando de su
cuerpo y el calor que me rodea en estos momentos. Joder, si
antes tenía claro que estoy enamorado, ahora mismo sé que
lo que estoy es perdido.
Pasamos más de media hora así, jadeando, gimiendo y
disfrutando de nuestros cuerpos. Siento el interior de Seren
apretar mi polla y eso me lleva al borde en segundos. Pongo
mis dos manos en su culo, la aprieto y penetro tres veces
tan profundo que grita mientras ambos nos corremos a la
vez.
Me quedo con ella en brazos durante un rato más,
disfrutando del sonido de su corazón y de las caricias en la
espalda que mi mujer me proporciona.
Salimos y nos secamos, la espero en la cama mientras se
encarga de su pelo. Me encanta su melena, y espero que no
le dé por cortársela nunca.
—No mires hacia otro lado que no sea justo aquí. —
Palmeo junto a mí en la cama en cuanto veo que ella sale y
se queda indecisa de qué hacer.
—¿No crees que antes tenemos que hablar?
—Sí, tenemos que hablar, pero lo haremos mientras tú
estás en mis brazos —le aclaro, y ella sonríe, luego se sube
a la cama de un salto y se acurruca contra mi pecho.
Me encanta sentir su cuerpo contra el mío y no puedo
evitar acariciar su brazo, lo cual nos lleva a que ella haga lo
mismo con mi estómago, murmura algo sobre una V y sin
darme cuenta está cabalgándome y yo gruñendo como un
jodido animal cada vez que ella aprieta su interior.
Cuando por fin paramos a descansar, le pido que me
cuente qué ha sucedido y cómo hemos acabado teniendo a
una niña en la habitación de al lado.
Me habla de la forma en la que los tres hombres se la
llevaron. El golpe que tiene en su cabeza, y que me
preocupa por si tiene una conmoción, y la pila de mujeres
muertas. Joder, se me hiela la sangre solo de pensar en que,
si hubieran tratado de negociar con su padre, Tullio, ahora
mismo Seren estaría muerta.
Cuenta como la niña ha pasado por cosas que no debería,
aunque no está segura del todo de algunas porque no
quiere presionarla, y hace bien, es demasiado joven para
esto.
Mi móvil suena en algún lugar de la habitación y miro mi
reloj para ver qué es. Un mensaje de Vittoria.
Seren ve quién lo manda y trata de levantarse, pero no la
dejo, nos giro para quedar sobre ella y obligarla a que me
escuche.
—Ella no significa nada para mí —le aclaro, mirándola a
los ojos.
—Te la follabas.
—Sí, antes de conocerte, tiempo pasado, no ha ocurrido
nada con nadie desde que te cruzaste en mi camino la
noche del cumpleaños de Fiore.
Se lo repito por si la primera vez que se lo dije no le quedó
lo bastante claro.
—Ella te desea, y no me gusta.
—A ti te desean todos los hombres que te miran —gruño.
—No es lo mismo.
—¿No?
—No, porque yo tengo que verla a tu lado a diario. Aunque
quizás pueda contratar a un asistente, sí, tengo algunos
nombres que me vienen a las bragas, quiero decir, a la
mente.
—Seren —trato de cortarla, pero ella continúa.
—Si a ti no te parece mal trabajar con alguien con quien
te has acostado, yo puedo hacer lo mismo. Nico, te lo dije,
este matrimonio es de iguales.
—¿Y qué pretendes? ¿Que me deshaga de ella?
—No, no voy a decirte lo que tienes que hacer, solo te voy
a advertir que no voy a dejar que me humillen ni a
permanecer callada mientras otra trata de ocupar mi lugar.
Si no me das mi sitio, buscaré otro en el que me valoren.
Oírla decir que me dejará me vuelve loco y grito por
frustración. Ella no se inmuta, a pesar de estar debajo de
mí, de que sabe que puedo hacerle daño, no veo ni un
atisbo de miedo en sus ojos, lo que sí veo es el brillo que
tanto adoro.
—Te amo —le susurro contra sus labios tras respirar hondo
y calmarme—, no le he dicho esto a ninguna otra mujer.
—Y yo quiero decirte lo mismo, pero cuando lo haga
tendré que contarte cosas sobre mí que no sabes, que no
me pertenecen en exclusiva, y puede que ya no me mires
de la misma manera.
Su confesión me pilla desprevenido y ella aprovecha para
escabullirse de debajo de mí y salir de la cama.
—Creo que tu «trabajadora» te reclama, así que, vamos,
te acompaño.
Lo dice como si fuera un niño pequeño y me encanta
notar que está celosa. Es algo que tendré que trabajar
porque está claro que no confía en mí como para entender
que Vittoria o cualquier otra se podrían poner desnudas
delante de mí y no les daría ni un vistazo. Ya tengo a mi lado
a la mujer que amo, no necesito mirar hacia delante porque
ella es la que me guía.
Nos vestimos y bajamos a la sala donde está Vittoria con
Roma y Umberto, ambos miran a mi mujer con respeto, se
lo ha ganado.
—¿Qué necesitas? —le pregunto, rodeando a Seren con
mis brazos para que quede claro que no tengo que elegir
porque ya tengo lo que quiero.
—Entre los cuerpos que hemos encontrado donde nos ha
dicho Seren —comienza Vittoria, pero mi mujer la corta.
—Señora Baglioni —la corrige, y Roma va a soltar una de
las suyas, pero lo miro a tiempo y se calla, aunque sonríe.
—Por supuesto —recula Vittoria—, una de las mujeres es
la prima de Lev Kuznetsky. Y por lo que hemos encontrado
entre sus papeles, hay gente de la Cosa Nostra involucrada
en esto.
—Mierda —siseo.
La reunión del otro día con él y Zakrone no ha servido
para nada, en cuanto se entere de esto va a querer que
rueden cabezas. Espero poder convencerlo de que yo
también quiero destripar a quien haya pensado que
secuestrar a mi mujer y seguir vivo era una puta opción.
—Han traído esto para ti, Seren —dice Davide, entrando
en la sala con un enorme ramo de flores.
Parecen margaritas, pero más grandes, con muchos
colores. Supongo que sus hermanas se habrán enterado por
Roma. Lo miro y él está entrecerrando los ojos.
—Son preciosas, voy a ponerlas en agua. —Sonríe y me
besa, como si hubiera sido yo quien se las ha enviado.
Davide me entrega la nota que venía con las flores y
sonrío, mi gente es demasiado eficaz.
—¿De quién son? —pregunta Vittoria, y gruño.
Roma me quita la tarjeta y la lee en voz alta, entre
nosotros no hay secretos, y menos si involucra a la
seguridad de mi mujer.
—Gracias por lo del otro día. L.
—¿Quién es L? —pregunta Umberto, y Roma se encoge de
hombros.
Vittoria se acerca hasta mí para hablarme en un tono que
solo yo puedo oír, ahora mismo la rabia me consume y
quiero destrozar cosas.
—Te lo dije, mis fuentes no me engañan, hay alguien más
en este matrimonio —susurra, y quiero partirle el cuello,
pero ella no tiene la culpa.
—Si estás en lo cierto, voy a quedarme viudo muy pronto.
Capítulo 31
Seren
Veo a Nico venir hacia mí como un toro y miro a la chica
que está limpiando la cocina esperando encontrar una
respuesta al motivo de su actitud.
—¿De quién son las flores? —pregunta, y veo a Roma,
Umberto y Vittoria en la puerta mirándonos.
—Pensaba que tuyas, si no lo son no tengo idea de dónde
han salido. No llevaban tarjeta.
—Sí la tenían, esta —me suelta mientras enseña un
pequeño sobre color hueso y una tarjetita garabateada.
—¿Se puede saber quién te ha dado derecho a abrir un
sobre dirigido a mí? —casi le gruño, y él se sorprende.
Idiota, ¿qué esperaba?
Le arranco el papel de las manos y lo leo, me quedo
pensativa tratando de recordar algo que hiciera hace poco
por alguien que comenzara por L.
—¿Y bien? —insiste Nico, esperando una respuesta.
—Pues no tengo ni idea de quién me las ha mandado,
¿quizás alguien de la residencia de tu madre?
—No creo, claramente trata de ocultar su identidad
poniendo solo la inicial.
Lo miro y, cuando comprendo toda la situación, suelto una
carcajada que lo hace enfadar todavía más.
—¿En serio me estás queriendo decir que tengo un
amante o algo así?
—Tus palabras, no las mías.
—Atento a la siguiente palabra, que va de mí para ti con
todo mi amor: gilipollas.
Me doy la vuelta y salgo de allí, empujando con mi
hombro a todo el que se interpone en mi camino. Subo las
escaleras y voy al cuarto donde descansa Irina. Me
sorprendo al ver a mi suegra hablando animadamente con
ella junto con Nona.
—¿Interrumpo? —pregunto entrando, y las tres niegan con
la cabeza, sonriendo—. ¿Cómo te encuentras?
—Bien, creo no he tenido sueños feos.
—Me alegro.
—Estábamos a punto de jugar a Burro, es un juego que
aprendí es España —me explica mi suegra, y veo la baraja
en las manos de Nona moverse.
—Que sepáis que no voy a dejaros ganar —exclamo,
saltando a la cama junto a Irina, que se ríe como si hace
unas horas no hubiera estado atada como un perro a una
pared.
Pasamos el rato jugando y parece que el mundo fuera de
esa habitación se ha detenido. Solo somos cuatro mujeres
pasando el rato, y no puedo evitar sentir un poco de tristeza
por no estar con mis hermanas.
Cuando se llevan la cena, las cuatro estamos cansadas
queriendo ir a dormir. Irina ha aceptado acompañar a mi
suegra a su nueva residencia para que la evalúen, yo la veo
bien, pero quién sabe lo que hay en la mente de una niña
que ha pasado por tanto.
Me despido de Irina, que se queda con Nona y mi suegra,
las cuales le van a contar cuentos hasta dormirse. Salgo y
veo a Nico sentado en el suelo con la cabeza echada hacia
atrás y los ojos cerrados.
—¿Cuánto llevas aquí?
—Desde que has entrado.
Trato de no sorprenderme porque eso fue hace horas.
—Tengo al avión esperando —dice mientras se levanta y
se estira—, he llamado a tu padre y tenemos que hablar
sobre cómo actuar con todo el tema de tu secuestro. He
pensado que podríamos ir a Palermo y quedarnos en tu
casa, ir a visitar la tumba de tu madre y ver algunos áticos
que están a la venta.
—¿En serio? —pregunto entusiasmándome, y él asiente.
—He sido un idiota, lo siento, esto de estar enamorado es
nuevo para mí —se disculpa, y lo beso.
Me lleva a nuestra habitación, que ahora tiene todas mis
cosas en ella, y me da veinte minutos para coger lo que
necesite. Vamos a estar un par de días allí, así que me
emociono de pensar en volver a casa.
Decidimos no avisar a mis hermanas, vamos a llegar de
madrugada y quiero que sea una sorpresa.
Para cuando el avión aterriza, me cuesta mantener los
ojos abiertos. Así que en cuanto mi cabeza toca la almohada
de la que era mi cama, me quedo dormida.
El amanecer nos sorprende enredados el uno en el otro.
Nico me besa el cuello mientras mete su mano en mi pijama
y hunde sus dedos en mis pliegues. Es rápido, implacable y
me hace jadear con cada movimiento, pero no dejo de ser
consciente de que mis hermanas están cerca y no quiero
que nos pillen así. De todas formas, meto mi mano en sus
pantalones y mientras él me da placer yo lo llevo hasta el
extremo de morder mi hombro para evitar gritar cuando se
corre en mi mano.
—¿Qué planes tienes para hoy? —le pregunto al salir del
baño tras la ducha.
—Tu padre y yo desayunaremos con Vincenzo y
hablaremos de los papeles que hemos descubierto en el
almacén donde te llevaron.
Se me eriza la piel de pensarlo, de recordar a las mujeres
que no pude salvar.
—¡Te voy a matar, Roma! —escucho el grito en la
habitación de al lado y corro hasta allí, Nico me sigue.
Entro al cuarto de Ori y veo a mi nuevo primo campando a
sus anchas en la cama de mi hermana con tan solo un bóxer
puesto.
—Oh, por favor, no quiero ver eso —me quejo—, tápate.
De que Roma es follable no tengo dudas, sin embargo, no
lo veo de esa manera, ha pasado a ser familia y me parece
asqueroso ver su polla en plan tienda de campaña tan
temprano.
—¡Seren! —gritan Nella y Fiore al entrar a la habitación, y
me abrazan.
—Ahora te saludo, en cuanto me duche y me quite el asco
de haber dormido con este en la misma cama —gruñe Ori, y
miro a Roma con las cejas alzadas.
—Le pregunté si podía dormir aquí y no me dijo que no.
—¡La pregunta no cuenta si estoy dormida, idiota! —se
escucha a mi hermana en el baño mientras abre el grifo de
la ducha.
Por suerte para todos, y en especial para Roma, mi padre
esta noche no dormía aquí, por lo visto tiene nueva amante
y debe estar con ella ahora mismo.
—Voy a ducharme, he quedado con Tullio en media hora
para desayunar en un café del centro —murmura Nico
dirigiéndose a nuestra habitación—. Roma, mueve el culo,
vienes conmigo.
—Enseguida, me doy un agua y ya estoy —contesta feliz,
encaminándose hacia el baño.
Nella, Fiore y yo alucinamos con sus intenciones hasta que
Nico aparece, lo coge de la oreja y se lo lleva de allí. Abre el
cuarto de la criada, que es donde se supone que dormía
ahora que la chica está de vacaciones, y lo mete en él,
dándole una patada en el culo antes de cerrar la puerta.
—¿Ha pasado algo entre estos que deba saber? —
pregunto extrañada por toda la situación.
—No es mi tema para hablar de él —responde Nico,
encogiéndose de hombros, y no lo fuerzo porque, al fin y al
cabo, tiene razón.
Paso la mañana disfrutando de un batido de fresa junto
con mis hermanas. Nos ponemos al día y nos reímos de
cómo la prima Francesca no deja de perseguir a Roma,
hasta tal punto que da un poquito de vergüenza ajena.
—Esto es todo culpa de él, no le ha dejado las cosas claras
—gruñe Ori.
—A ver, hasta yo me he dado cuenta de que no quiere
nada con ella, quizás nuestra prima debería quererse un
poco más, ¿no? —interviene Nella.
—Me he enamorado de mi marido —suelto, y las tres me
miran.
—Bueno, al menos te has dado cuenta ya, era evidente
cuando os fui a visitar —murmura Ori, y le tiro una servilleta
usada que hay sobre la mesa.
—Seguro que es romántico a pesar de su lado de malote
—suspira Fiore, y nos reímos.
—Tengo miedo a que, si sabe todo lo que hacemos, se
enfade por habérselo medio ocultado, o a que me mire de
diferente manera si le digo que queremos matar a nuestro
padre, o que me pida que no lo haga porque sus negocios
se joderían.
—Entonces, no se lo cuentes —suelta Nella.
—Así no es como quiero una relación.
—¿Qué vas a hacer? —pregunta Ori, que me conoce y
sabe que esto no ha sido una simple confesión.
—Quería pediros permiso para contarle lo que hacemos,
este secreto es de todas, y si no estáis de acuerdo lo
aceptaré.
—No hay problema por ninguna, ¿verdad? —asegura Fiore,
y cuando miro a las tres me doy cuenta de que es así.
Puede que este secreto sea algo grande, solo de nosotras,
pero si eso hace que mi felicidad se vea empañada están
dispuestas a exponerse. Yo haría lo mismo por ellas. Daría
mi vida por cada una de mis hermanas sin dudarlo.
Pasamos tres días allí en total. Nico me acompaña a la
tumba de mi madre y le presenta sus respetos, le cuento
cómo era y me abraza cuando alguna lágrima se me escapa
entre recuerdos.
También vamos a ver cuatro áticos, cada cual más
extravagante y caro, pero como no quiero dejar pasar la
oportunidad, le pido que compremos el que está más cerca
de casa de mi padre, así no solo lo usaremos nosotras, mis
hermanas tendrán un lugar al que acudir en caso de que
sea necesario.
Para cuando nos montamos en el avión de regreso, estoy
cansada y feliz, ahora quiero encontrar la manera de decirle
a Nico que lo amo.
—¿Te lo has pasado bien? —pregunta mi marido,
ayudándome a bajar del avión mientras Roma flirtea con la
azafata.
Por lo visto, es nueva y no se la ha tirado todavía.
—Mucho, necesitaba volver a estar con ellas así. Gracias
por acompañarme. Ha significado mucho para mí
—No me las des, me cuesta un poco separarme de ti.
Lo miro y veo en sus ojos tristeza mezclada con…
—No es culpa tuya lo que me pasó —le aclaro.
Mis heridas apenas se ven y el chichón ya solo es un
bultito.
—Debería haber ido contigo en ese coche.
—Puede que estuvieras muerto si hubiera sido el caso.
—Nunca hubiera dejado que llegaran a ti.
—No lo hicieron, solo tocaron la superficie, y por eso
recibieron su castigo.
—Puedo jurarlo —interviene Roma, subiéndose al coche—,
lo que encontré en ese almacén fue asqueroso, primita.
—Roma —lo regaña Nico, y sonrío.
—Es verdad. Te admiro porque la forma en la que la piel
estaba separada del músculo era una obra de arte, pero,
por favor, si alguna vez te cabreo, házmelo saber y me
arrastraré ante ti.
Me río mientras el coche arranca y ponemos rumbo a
casa.
Casa.
Curioso como ahora ese sitio lo considero mi hogar,
bueno, si lo hago es porque Nico está allí.
Llegamos, y en cuanto bajo veo que la cara de Davide es
seria, me temo lo peor y pregunto.
—¿Está bien Pietro?
—Sí, ha pedido verte cuando regreses, quería estar aquí
esperando, pero todavía no puede ponerse los pantalones
solo, así que ha tenido que seguir en cama.
—Entonces, ¿a qué viene esa cara seria?
—Ha llegado algo para ti —contesta, y no entiendo nada
—. Está sobre la mesa de la entrada.
Nico, Roma y yo nos miramos sin saber qué puede poner
tan serio a este soldado, y cuando lo veo me doy cuenta. Me
giro para ver a Nico y la ira en sus ojos mientras sisea:
—¿Quién cojones te ha vuelto a mandar otro puto ramo de
flores?
Capítulo 32
Nicola
Miro a Vittoria y sus ojos me dicen que Seren oculta algo
que ella sabe. No, joder, no voy a pensar así de mi mujer.
—Son del tal L —confirma Seren con la nota en la mano—.
No tengo ni idea de quién es.
—¿Seguro? —pregunto cabreado, y ella alza las cejas, me
saca el dedo del medio y se larga, tirando la nota sobre la
mesa de la entrada junto a las flores.
Cojo el ramo y lo lanzo, jarrón incluido, contra la pared.
Seren se da la vuelta y me mira con los brazos en jarra.
—Muy maduro de tu parte.
—Que sepas que voy a investigarlo —le advierto, no sé
por qué lo hago.
Bueno, sí, porque no quiero creer que ella me engañe, no
la primera mujer de la que me enamoro.
—Pues cuando sepas quién es ya me lo contarás, o no, la
verdad es que me da igual. Solo te advierto que no voy a
aguantar mierda celosa solo porque te…
Se calla, mira a Roma y a Vittoria, se gira y se va.
Cabreada. Sé que tiene razón, pero mi cerebro no puede
llegar a entenderlo y necesito llegar al fondo de esto.
—Toma —me tiende Vittoria la tarjeta, y veo el nombre de
la floristería.
—Creo que antes de empezar a obsesionarte con esto
deberías ir a ver a Pietro —comenta Roma, y asiento.
—Tienes razón. Vittoria, nos vemos después para revisar
lo de los irlandeses —la despido, y su cara me dice que no
le hace gracia.
Me guardo la tarjeta y voy hasta donde mi amigo está
convaleciente. Tiene cara de perro cuando entramos y no se
encuentra solo, mi mujer ya está aquí. Por supuesto, ella es
así, se preocupa de la gente y no de gilipolleces como lo de
las flores.
—¿Cómo te encuentras? —le pregunto mientras me doy
cuenta de que Seren me ignora y Roma se ríe al percatarse.
—Cabreado, nadie me quiere ayudar a ponerme los
pantalones —gruñe.
—Dime que no estás desnudo ahí abajo —se queja mi
mujer como si él fuera su hermano pequeño y no alguien
bajo mi mando.
—Si la respuesta es sí vas a recibir otro tiro por hablar con
mi mujer con la polla al aire —le advierto.
—Por lo visto, tampoco me podrías mandar flores —
murmura Seren, y tengo que respirar hondo para no joderla
todavía más.
—Tengo puesto los calzoncillos y un pantalón que no es
adecuado para salir de aquí.
Roma y yo nos miramos, creo que ya sé lo que pasa. Mi
primo coge un extremo de la colcha y yo el otro, tiramos
mientras Pietro intenta agarrarla y se queja porque le duele
la herida, pero no nos detenemos, no hasta que lo dejamos
al descubierto.
—Que sepas que en cuanto pueda cambiarme de ropa te
mando a la mierda y me largo de aquí —refunfuña Pietro
mientras Roma y yo no podemos dejar de reír.
—Vaya, no sabía que eras fan de la Patrulla Canina,
aunque déjame decirte que necesitas alguna talla más —
comenta Seren, y eso hace que soltemos más carcajadas—.
¿Alguien me puede explicar qué me estoy perdiendo?
Cuando termino de secarme las lágrimas, le contesto.
—Mi madre nunca lograba que me quedara en la cama
cuando estaba enfermo, y eso la desquiciaba. La primera
vez que me dejaron con varias costillas rotas tras una pelea
se inventó un método que yo apliqué a mis hombres cuando
estuvimos alistados.
—¿Qué hizo mi suegra? —pregunta divertida, y amo la
forma en la que llama a mi madre como parte de su familia.
—Le puso unos pantalones de pijama de la Barbie —
prosigue Roma, riéndose al recordarlo—, y le dijo que
cuando fuera capaz de quitárselos y ponerse otros podría
levantarse de la cama.
Seren me mira, luego a Pietro y al final rompe a reír.
—No es gracioso —refunfuña Pietro, y eso nos hace
carcajearnos aún más—. Esto es acoso como mínimo.
—Umberto ya te dijo que se vengaría por la última —le
recuerdo.
—¿Qué pasó? —inquiere Seren.
—Casi matan a Umberto, y este le hizo prometer que no le
pondría un pijama ridículo —le explico.
—Y cumplí mi promesa —se queja Pietro—, lo que le puse
fue un camisón de las SuperNenas que le quedaba muy
bien.
—Desde luego, el color le combinaba —interviene Roma, y
todos nos reímos de nuevo.
—Voy a ver a Irina, me siento mal por haberla dejado aquí
sola estos días —comenta Seren, yendo hacia la puerta.
—Nona y mi madre han dicho que está muy bien —trato
de calmarla.
—Prefiero comprobarlo por mí misma, supongo que no
somos tan diferentes, ¿no?
Dicho esto, sale y Roma saca su móvil y lo agita para que
se escuche el sonido de un látigo.
—¿Me he perdido algo? —pregunta Pietro mientras le tiro
a Roma una zapatilla que hay a los pies de la cama.
—Nico cree que Seren podría tener un amante que le
manda flores.
—¿En serio? —inquiere Pietro—. Nico, esa mujer vale oro,
y no, no me mires con cara de querer asesinarme, no la veo
como tú, pero sí que la valoro y te voy a decir una cosa.
—¿Qué?
—Estoy seguro de que hay un montón de tipos esperando
a que tú la cagues para intentar conquistarla.
Medito las palabras de Pietro y sé que tiene razón.
Pasamos un buen rato poniéndolo al día sobre lo que he
hablado con Tullio. Ya ha empezado a cedernos los
contactos y las empresas que usa para el contrabando de
armas, y lo primero que voy a hacer es una auditoria. No me
fío de que las cuentas estén falseadas de alguna manera.
Cuando acabamos, Roma y yo nos dirigimos a la sala
donde tengo mi whisky, necesito un trago y tejer un poco
para calmar mi mente.
—¿Qué haces ahora? —pregunta mi primo, señalando las
agujas que tengo entre mis dedos.
—Un gato negro con una luna en la frente.
—¿Puedes tejer una vagina? —inquiere serio, y le tiro un
cojín porque la mente de Roma va por su cuenta desde que
somos niños.
—¿Crees que tengo que desconfiar de Seren?
—No —contesta categóricamente, entregándome mi vaso
—, es una persona leal, no la veo siéndote infiel.
—Pero…
—Pero te conozco y sé que no vas a parar hasta que
descubras quién le manda esas flores, le metas tu pistola
por el culo y le dispares al menos diez veces.
—No podría haberlo descrito mejor.
—Te gusta de verdad, ¿eh?
—Estoy enamorado —le confirmo, y Roma sonríe.
Creo que él ya lo sabía.
—Entonces no dudes de ella, no la cagues, ya te lo ha
dicho Pietro, debe haber una fila enorme esperando a que la
jodas para entrar en acción.
—Si eso sucede, si ella me deja, mataré a cualquiera que
trate de ocupar mi puesto —le gruño.
Coge mis mofletes y me los zarandea como si fuera una
abuela con su nieto.
—Eres adorable cuando te enfadas —murmura, y le doy
un cabezazo que él esquiva por poco.
—Voy a llamar a la floristería, quizás todo sea un error y
estén mandado a quien no deben esas flores —le cuento
mientras dejo las agujas de tejer a un lado y saco mi
teléfono junto con la tarjeta.
—Es una posibilidad.
Busco la tienda y veo que es una cadena, no me gusta
usar ese tipo de servicios, prefiero el comercio pequeño, el
de toda la vida.
Tras cinco tonos salta el contestador, pero no desisto.
Cuelgo y vuelvo a marcar. Esta vez, al tercer tono alguien
contesta.
—Buenos días, floristería Fiori di Felicità, ¿en qué puedo
ayudarle?
—Verás, tengo un problema con unas flores que he
recibido, resulta que he perdido la tarjeta y ahora no sé
quién me las envía. Por el papel que usáis para envolverlas
he podido descubrir que lo hicisteis vosotros.
—¿Puede darme la dirección en la que se entregaron?
Le contesto y ella me pide que aguarde un minuto.
Escucho cómo teclea hasta que encuentra lo que busca.
—Esas flores son un encargo de nuestra sucursal de
Palermo —me informa—, la receptora es Serenella Farnese
según tengo aquí puesto, ¿es usted?
Mi voz de hombre me delata, pero voy a usar el truco de
mi primo para estos casos.
—Sí, soy yo, ¿por qué duda?
La línea se queda un momento en silencio hasta que la
chica se disculpa.
—Perdona, hay una mala conexión y suena más masculino
y me he despistado.
—No debería juzgar por teléfono —prosigo—, nuestro
género no depende del tono de nuestra voz.
La chica ahora se deshace en perdones mientras Roma se
ríe a mi lado, tapándose la boca para que no lo oigan.
—¿Puede decirme quién las envía?
—No, aquí solo me sale una dirección de Palermo —que
cuando me recita me doy cuenta de que es donde vivía con
su padre y sus hermanas— y que es algo habitual, el cliente
paga por adelantado. Según el registro, lleva meses
enviando flores una vez a la semana a esa dirección.
Le cuelgo sin decirle nada más.
—¿Qué piensas? —pregunta Roma, que ha escuchado
todo.
—No lo sé, ella no me ha dicho nada de unas flores nunca.
—Algo me huele mal, no sé. Deja que llame a Ori.
—¿Qué está pasando entre vosotros? —inquiero sin tener
muy claro si quiero saber la respuesta o no.
—Todo y nada.
Sí, era mejor no preguntar.
Roma pone su teléfono en modo altavoz y mi cuñada
contesta al segundo tono, haciendo que mi primo sonría.
—Tengo a Nico escuchando —le advierte, antes que nada,
lo cual me hace pensar muchas cosas.
—Vale, ¿qué queréis?
—¿Tu hermana tiene algún… llamémosle enamorado?
—No que yo sepa —responde sin dudar—. ¿Esto es por las
flores?
—Joder, eres buena —murmuro, y veo el brillo de orgullo
en los ojos de Roma.
—Sí, Nico no sabe qué pensar al respecto.
—Te voy a dar un consejo no pedido: déjalo antes de que
se dé cuenta.
—¿De qué? —caigo en la trampa.
—De que es demasiado buena para ti y te pida el divorcio.
Capítulo 33
Nicola
Cojo el teléfono de Roma y lo estrello contra la pared.
—Sobre mi puto cadáver se divorciará de mí —gruño.
—Primito, la he visto manejar un cuchillo, creo que eso no
sería un problema.
Salgo de allí como alma que lleva el diablo y me encierro
en mi despacho dando un portazo. Sé que estoy siendo
irracional, todo con ella lo es. No puedo pensar o respirar
ante la idea de que me deje, y eso está haciendo que no
pueda aguantarme ni yo mismo.
Escucho risas en el jardín, y al asomarme veo a mi madre
con Seren jugando con Irina. Me quedo atónito al ver cómo
esa niña está disfrutando, y no solo eso, mi madre, la que
apenas ha hecho nada más que pasear y sentarse en el
banco del jardín, ahora corretea detrás de ella mientras mi
mujer les dispara con una pistola de agua.
Decido bajar a disfrutar de las mujeres de mi vida,
necesito calmarme y disculparme con Seren por dudar de
esta manera tan irracional.
Cuando llego a la puerta del jardín que está en la cocina,
me quedo parado. Quiero ser parte de este momento, pero,
por otro lado, me da miedo que todo acabe cuando llegue.
—Hace años que no veía a tu madre tan feliz —dice Nona
a mi lado.
—No recuerdo cuándo lo fue la última vez.
—Ella lo es a tu lado, solo que su mente no le deja
expresarlo. Sin embargo, Irina es como un rayo de luz, tiene
a todos tus guardias comiendo de su mano. Incluso Davide
le ha dejado que le haga moñitos en el pelo.
La miro estupefacto. Davide ama a su pelo de una forma
poco sana, hasta el punto de que cuando aún estábamos
desplegados con las tropas, un idiota pensó que sería
divertido cambiar su champú por una mezcla de huevo y
jabón para lavar la ropa. Lo siguiente que supe es que al
idiota lo estaban trasladando en helicóptero para tratar de
salvar su vida.
—Me alegra saber que la niña se está adaptando bien.
—Mejor que eso, parece que no haya pasado nada malo,
si alguien hablara con ella no notaría que con diez años ha
vivido horrores que ni con cincuenta debería haber visto.
Parece hija de Seren.
Veo a mi madre sentarse y voy hacia ella. Seren e Irina
desaparecen por la parte trasera de la casa corriendo, y no
puedo evitar sonreír.
—Hasta que por fin vienes a saludarme —se queja mi
madre mientras le doy un beso.
—Estaba ocupado con algunos temas.
—Como dudar de tu mujer.
—¿Lo sabéis todos? —refunfuño.
—No la agobies con eso de las flores, no creo que mienta
cuando dice que no tiene idea de quién se las manda.
—Vittoria me ha dicho que tiene información.
—Mira, aprecio a esa chica porque ha estado a tu lado
mucho tiempo, pero no te olvides de que no es ella a quien
le pusiste un anillo en el dedo.
Asiento, dándole la razón. Escuchamos a Irina reír y veo
cómo aparecen por la otra esquina ambas. Seren lleva el
pelo desordenado y no para de tirarle agua a la niña
mientras esta se esconde por donde puede.
Cuando llega a la altura donde Salvatore está de
vigilancia, este le da dos globos de agua riendo. Irina se gira
y se los lanza a Seren, acertando uno de ellos en su tripa y
el otro en sus pies. Va descalza.
—¡Traidor! —le grita mi mujer a Salvatore, y le da cuatro
tiros de agua sin dejar de reír.
Cuando llegan hasta donde estamos, Irina se queda
parada frente a mí y Seren al llegar la coge por detrás,
haciéndola girar y reírse.
—Te atrapé —se jacta mi esposa.
Ambas caen al césped y la sonrisa en mi cara viéndolas
disfrutar de la vida es una que jamás había tenido hasta
hoy.
—Tregua —jadea Irina, y Seren levanta sus manos.
—Te libras porque quiero un batido, ¿te apetece uno? —le
pregunta, ignorándome, y después pasa a mi madre, que se
ríe al ver que obvia mi presencia.
—¿Él no quiere nada? —inquiere Irina, señalándome.
—Bastante tiene con sacar la cabeza de su culo.
La niña se ríe por la palabra «culo» y le pide a Seren que
le enseñe las fotos que le ha prometido.
—Te dejo mi teléfono para que les eches un ojo, a ver si
eres capaz de averiguar quién es quién, ¿de acuerdo?
Le entrega su móvil desbloqueado y sin ninguna
advertencia, eso no es algo que haría alguien que tiene
secretos.
Se dirige hacia la casa y la sigo. Al entrar a la cocina,
Nona me da una sonrisa cómplice y desaparece. Seren
sigue ignorándome mientras usa la máquina de batidos más
cara de la historia para preparar dos de fresa para ella e
Irina y uno de plátano para mi madre. Saca la nata, el sirope
y busca en los armarios hasta que da con las virutas de
colores.
—¿No vas a hablarme? —pregunto, poniéndome entre el
armario y ella.
—¿Ya sabes quién manda las flores?
—No. En la floristería no pudieron decirme mucho.
—A mí tampoco me contaron nada útil.
—¿Llamaste?
—Claro que lo hice, después del primer ramo, no sé quién
manda eso y no me gusta que lo haga.
Sus palabras son una patada en el culo directa.
Me acerco a ella, la giro en mis brazos y la subo para que
se quede sentada en la encimera, abro sus piernas y me
coloco entre ellas.
—No me gusta que seas indiferente conmigo —confieso, y
pongo mis manos en sus muslos.
Hoy lleva un vestido a media rodilla con falda amplia, por
lo que puedo pasar mis dedos por su piel.
—A mí no me gusta que dudes de mí.
—No lo hago, joder, intento no hacerlo, pero no puedo
soportar la idea de otro hombre tratando de conquistarte.
—Entiendo que es difícil, es como si alguien con quien me
hubiera acostado trabajara conmigo y tuvieras que verlo a
diario.
Sus palabras me hacen sonreír.
—Touché. ¿Me perdonas?
—Puede —contesta juguetona.
—Ma perle, tendré que hacer algo entonces para
conseguir mi redención.
El brillo que tanto amo en sus ojos se enciende mientras
mis manos ascienden por sus muslos y llegan hasta su ropa
interior. La rasgo sin cuidado mientras lamo su boca.
—¿Qué haces? Pueden vernos.
Miro por encima de su hombro y veo en la ventana que
todos siguen donde estaban. Bajo mi boca a su cuello y lo
muerdo. Mi dedo roza su centro y noto que está empapada.
—Tienes que ser silenciosa —murmuro mientras me
desabrocho los pantalones y saco mi polla.
Acerco su culo a la orilla de la encimera y la empalo en un
solo gesto. Ella clava sus uñas en mis hombros y casi me
corro del gusto. Nos tapo con su vestido, puede que entre
alguien, pero no va a ver nada que me pertenezca.
—Joder, ma perle, quiero vivir dentro de ti —le confieso
mientras me muevo a un ritmo lento y voy tomando
velocidad.
—Nico, sí, no pares —gime en mi oído, tratando de no
gritar y volviéndome loco en el proceso.
Rodeo su cuerpo y la atraigo contra mí para hundirme lo
máximo que puedo en ella, quiero sentir su alma latir contra
mi pecho.
No duramos demasiado, ella se corre primero, mordiendo
mi hombro, y eso hace que me vacíe en ella un segundo
después.
Cuando terminamos, apoyo mi frente en la suya, ambos
jadeando, y beso la punta de su nariz.
—Te amo —murmuro, y justo cuando ella va a decir algo,
escucho a dos de mis hombres reír como si estuvieran
acercándose a la cocina.
Seren me empuja y se baja, arreglándose el vestido. Yo
me guardo la polla a tiempo de que mis hombres no la
vean.
—Saca los batidos —me ordena mi mujer, yendo hacia la
puerta que da al interior de la casa.
—¿Dónde vas?
Se acerca y pega sus labios a los míos para contestar.
—A evitar que tu semen se resbale por mis muslos
delante de tu madre.
La imagen que me acaba de dar, sin mi madre en ella,
hace que tenga ganas de llevarla a nuestra habitación y
follarla de nuevo.
Seren ve mis intenciones y sale corriendo y riendo. Joder,
amo cada una de las cosas que hace.
Como un buen sirviente, cojo los batidos y los llevo fuera.
Le doy a mi madre el suyo y veo a Irina observarme como si
no terminara de confiar en que no le voy a hacer daño, no
sé si es por mí o porque soy un hombre.
Siguen pasando fotos y esta vez yo les confirmo quiénes
son Fiore y Nella, mi madre conoce a Ori de cuando estuvo
aquí unos días.
De pronto, Irina tira el teléfono como si quemara.
—¿Qué ocurre? —pregunta mi madre mientras lo levanto
del suelo y veo la foto de la pantalla.
En ella sale Fiore con mi suegro el día de su cumpleaños,
sonrío al recordar que fue la primera vez que vi a mi mujer,
y entiendo que ya en ese momento me tenía a sus pies.
—Él... lo conozco —murmura la niña.
—¿Tullio Farnese? —cuestiono.
—No sé su nombre, pero es él, es uno de los que me ha
hecho «visitas».
La forma en la que lo dice y la vergüenza que parece
sentir al hacerlo me dejan claro que no se refiere a actos de
cortesía.
—Si te ha hecho algo lo va a pagar, Irina —le prometo.
—¿Quién va a pagar por algo? —pregunta mi mujer,
llegando hasta donde estamos.
—Tu padre, le hacía visitas a Irina —contesto, intentado no
decir las palabras que en realidad lo describen.
—¿Estás segura? —pregunta mi esposa, y por un
momento siento pena de que se haya enterado de que su
padre hace estas cosas.
—Sí.
—Ese cabrón lo va a pagar —gruño.
Miro a Seren y veo el brillo en sus ojos irradiar odio puro.
—Sí, lo hará, pagará con su vida lo que ha hecho.
—¿A qué te refieres? —inquiero, tratando de discernir si es
una amenaza vacía.
—A que lo voy a matar, llevo años planeándolo y esto es
solo otra piedra más en su tumba.
Capítulo 34
Seren
Han pasado dos días desde que Irina reconoció a mi padre
en las fotos del teléfono. No puedo quitarme de la cabeza la
imagen de esa pobre niña haciendo lo que viejos verdes le
ordenaban. No la he dejado sola en ningún momento. He
dormido con ella en su habitación mientras he escuchado
todo lo que me ha contado.
Por lo visto, la niña con la que iba Irina cuando la
secuestraron era hija de uno de los hombres que llevan la
trata de blancas. Él la había comprado para que jugara con
ella de día mientras que de noche la obligaba a pasearse
por la casa desnuda.
Gracias a Dios que no la tocaron, aunque tuvo que ver
cómo ellos se masturbaban mirándola. Parece ser que una
niña virgen es demasiado dinero, y esta aún era joven para
los compradores habituales. Así que, de alguna extraña
manera, tuvo suerte de no ser violada.
Se me revuelve el estómago solo de pensarlo.
Hoy mi suegra e Irina parten de viaje, se ha ofrecido a
llevarla a la playa en España, a una casa que tiene allí mi
marido. Irina nunca ha visto el mar y está emocionada, creo
que le vendrá bien cambiar de aires. Y según Nico es más
seguro que visitar cualquier costa italiana.
—Os voy a echar de menos —les digo a mi suegra y a la
niña, abrazándolas.
—Y nosotras a ti.
—¿Vendrás a vernos? —pregunta Irina, y yo asiento.
—Claro que sí, también quiero jugar en la arena.
Después de besos y abrazos, las veo subirse al
todoterreno negro, escoltados por otros dos llenos de
hombres de mi marido, y desaparecer por la puerta de
entrada.
Nico y yo tenemos nuestros dedos entrelazados y apoyo
mi cabeza en su hombro, suspiro y siento que voy a echar
muchísimo de menos a ambas, se han convertido en parte
de mi familia. Quiero convencer a Nico de que Irina se
quede con nosotros.
—Creo que es momento de que hablemos —sentencia mi
marido.
Asiento, él coge mi cara entre sus manos y me besa. Lo
hace a menudo, y cada vez me gusta más. No he
encontrado el momento para decirle lo mucho que lo amo, y
es algo que me quema en la punta de la lengua, pero no
quiero que sea bajo estas circunstancias.
—Roma también debería estar presente —le digo cuando
nos encaminamos hacia el despacho—. Solo él.
Esto lo agrego cuando veo a Vittoria ponerse en marcha
junto a nosotros. Ni de puta coña voy a hacer a esta perra
partícipe de nada.
Nico no lo discute y sonrío triunfal, como si tuviera doce
años, pero me da igual, me escoge a mí y no dudo en
restregárselo cuando pasamos junto a ella y lo abrazo.
—¿Le vas a mear encima? Lo digo por apartarme por si
salpica —suelta Roma en cuanto estamos en el despacho
encerrados.
—Si no me da motivos…
Nico se ríe, pasa su brazo por mi cintura y me estampa
contra su pecho mientras me besa de nuevo como si el
mundo estuviera acabándose a nuestro alrededor.
—O paráis ya o me saco la polla y me hago una paja
mirando el espectáculo —se burla Roma, y la risa que me
entra hace que me separe y Nico le gruña.
Si algo he aprendido en todo este tiempo es que mi nuevo
primo me ve como a uno más. No soy una mujer o un
agujero donde meterla, es por eso que me he dado cuenta
de que bromea conmigo con la misma soltura que con Nico
o sus hombres, y eso me hace sentir integrada en esta
nueva familia.
—Gracias por no presionarme para contaros lo que os voy
a decir a continuación, necesitaba estar junto a Irina y
descubrir antes toda la mierda de mi padre, más de la que
ya sabía.
—Ma perle, nunca te voy a presionar para nada, y si
alguien trata de hacerlo perderá su cabeza en el proceso.
Sonrío mientras veo a Roma poner sus manos juntas
haciendo un corazón con sus dedos.
—Mi padre ha sido un cabrón desde que nací, solo que
ansiaba tanto el apellido Farnese que se contuvo de serlo el
tiempo suficiente como para hacer que mi madre perdiera la
cabeza por él. Yo no sabía nada de lo que ocurría entre ellos
hasta una noche en la que mi vida cambió.

Me despierto sobresaltada, mi corazón late con fuerza y


me incorporo con rapidez en la cama. Escucho el ruido de
cristales rotos y el eco de un grito que hace que mis piernas
tiemblen. Me levanto con cuidado, tratando de no despertar
a Ori, que duerme a mi lado, pero tengo miedo y no quiero
hacer esto sola. Susurro su nombre, pero no hace falta
mucho para que abra los ojos asustada. Ambas nos
deslizamos fuera de la cama y nos dirigimos a la habitación
de Nella y Fiore. Están despiertas, abrazadas la una a la
otra, sus caritas pálidas por el miedo.
—Venid —les susurro—. Tenemos que ver qué está
pasando.
Las cuatro avanzamos despacio por el pasillo oscuro,
nuestros pies descalzos apenas hacen ruido sobre el suelo
de madera. Nos detenemos junto a la escalera, justo a
tiempo para escuchar otro grito. Es mamá.
Nos escondemos detrás de la barandilla, temblando.
Desde nuestra posición, vemos el salón. Papá está allí, su
rostro contorsionado por la ira. Mamá está de pie frente a él,
con la mano en la mejilla donde papá la ha golpeado. Los
restos de un jarrón roto están esparcidos por el suelo.
—¡No puedes seguir haciéndome esto! —grita mamá, su
voz entrecortada por el llanto—. Yo te amo.
Papá no escucha. Está demasiado enfurecido. De repente,
levanta el brazo y lo deja caer con fuerza sobre mamá. Ella
tropieza y acaba en el suelo, sus ojos llenos de terror. Siento
que el aire se me escapa del pecho y mis hermanas sollozan
en silencio a mi lado.
—No podemos quedarnos aquí —susurro, pero mis piernas
no se mueven—. ¡Tenemos que ayudarla! —me repito,
tratando de reunir el valor.
Entonces, como si compartiéramos el mismo
pensamiento, las cuatro salimos de nuestro escondite y
corremos hacia mamá. Nos tiramos sobre su cuerpo
adolorido, formando un escudo con nuestros pequeños
cuerpos. Siento el calor de mis hermanas a mi alrededor,
sus sollozos mezclándose con los míos.
Papá grita algo, pero las palabras se pierden en el caos.
Levanta el puño de nuevo y lo deja caer, esta vez sobre
nosotras. El dolor es agudo y rápido, como una llama que
me quema la piel. Pero no me muevo. No puedo moverme.
Mi única preocupación es proteger a mamá.
Fiore, con apenas cuatro años, llora con fuerza, su
cuerpecito temblando bajo los golpes. Nella intenta
abrazarla, sus propios sollozos ahogados por el miedo. Ori y
yo nos aferramos a mamá con todas nuestras fuerzas,
nuestros cuerpos formando una barrera, un último intento
desesperado de protegerla.
Papá sigue golpeándonos, su furia ciega y sin control. No
entiendo cómo alguien puede ser tan cruel, cómo puede
lastimarnos así. Pero no tengo tiempo para pensar. Solo
quiero que pare.
En medio de los golpes, escucho el sonido de una sirena
en la distancia.
«Por favor, que sea la Policía», rezo en silencio. El sonido
se acerca, y al fin papá se detiene. Respira con dificultad, su
rostro rojo por el esfuerzo. Nos mira, sus ojos vacíos de
emoción.
Las luces azules y rojas parpadean a través de las
ventanas y la puerta principal se abre de golpe. Dos policías
entran corriendo y papá retrocede, levantando las manos en
señal de rendición. Uno de los agentes lo detiene mientras
el otro se acerca a nosotras.
—¿Están bien? —nos pregunta con voz suave, aunque su
mirada está llena de preocupación.
No puedo responder, solo soy capaz de aferrarme a
mamá, esperando que todo esto sea un mal sueño del que
despertaré pronto.
Los policías nos ayudan a levantarnos y nos llevan a un
lugar seguro. Nos aseguran que todo estará bien, que papá
no podrá hacernos daño nunca más. Pero mientras me
llevan lejos, no puedo dejar de mirar a mamá, que yace en
el suelo, su rostro cubierto de lágrimas y moretones.
Nos acomodan en el sofá y un paramédico comienza a
revisar a mamá. Nosotras nos quedamos cerca, nuestras
manos entrelazadas, temblando de miedo y frío. Miro a mis
hermanas, sus ojos llenos de preguntas sin respuesta, y me
doy cuenta de que, aunque estamos heridas y asustadas,
tenemos algo que papá nunca podrá quitarnos: nuestra
unión.
Mamá nos mira con dificultad, sus labios formando una
débil sonrisa a pesar del dolor.
—Todo estará bien —nos dice con voz débil—. Lo prometo.

—Pero no lo estuvo, ella no lo denunció, los policías y


paramédicos de esa noche desaparecieron y nadie vino a
ayudarnos. Tardé algunos años en entender cómo puedes
dejar que alguien te haga algo así, incluso después de que
ella muriera no lo comprendía.
—Hijo de puta sádico —sisea mi marido.
—Mi padre es inteligente, ha logrado torturarnos sin que
nadie lo sepa, ni siquiera mi tío, su hermano, que nos adora
por encima de todo.
—¿Qué os hizo? —pregunta Roma, y sé que está
interesado en Ori.
—Hubo palizas, días sin comer, amenazas…
—¿Por qué no salisteis de allí?
—No es tan fácil, él es un Farnese, aunque sea de pega, y
nosotras solo mocosas de la mafia. Es por eso que Ori y yo
decidimos que esto no podía seguir así e ideamos un plan
para matar a nuestro padre.
—¿Cuál era el plan? —inquiere Nico.
—Encontrar maridos a los que poder dirigir para que
cuando lo matáramos no quedáramos expuestas y poder
proteger a Fiore y a Nella.
—Por eso es entonces —murmura Roma, pero no entiendo
a qué se refiere.
—Bueno, pues tu padre va a morir esta semana —suelta
Nico, y niego con la cabeza.
—No, no puede ser así, hay que destaparlo, hacerlo caer a
lo más bajo para que nadie le ayude ni tome represalias.
—Si es por protección te aseguro que tú y tus hermanas
no tenéis nada que temer —afirma Nico.
—Lo sé, pero créeme, tiene que ser como te explico.
Paso a contarles todo lo que hemos planeado. La forma en
la que vamos a hacer que el imperio de mi padre caiga y los
motivos por los que una muerte rápida no son una opción.
Finalmente están de acuerdo conmigo, esto no es algo
que pueda ejecutarse a la ligera, no solo quiero verlo caer y
que sufra, también quiero que sus posesiones no se
repartan entre los carroñeros, soy una Farnese y nadie va a
quitarnos lo que es nuestro.
—Adelante —dice Nico cuando se oyen tres golpes en la
puerta.
Vittoria entra y no me mira, va directa a mi marido y le
entrega un sobre abierto, cuando veo que lleva mi nombre
me cabreo.
—¿Por qué demonios tienes un sobre abierto con mi
nombre escrito?
—Por respeto a mi jefe, uno que parece que tú no tienes.
Su respuesta me hace ir hacia ella dispuesta a arrancarle
ese pelo rojo, pero antes de hacerlo Nico se interpone.
—¿Qué es esto? —pregunta, enseñándome una tarjeta
que parece la llave de un hotel y una nota.
—«He reservado la habitación del último día. L» —leo sin
entender nada.
—¿Y bien? —inquiere Nico.
—No lo sé, es el hotel en el que estuve en el spa con Ori
cuando vino.
—Así que sabes cuál es.
—Sí, te acabo de decir que estuve con Ori allí.
Vittoria se posiciona junto a Nico con una sonrisa triunfal
que voy a borrarle de un guantazo.
—Debe haber una explicación —me defiende Roma, y si
no fuera por la situación lo abrazaría.
—La única que veo es que la mujer de mi jefe es una
vulgar puta después de todo.
En ese momento mi visión se vuelve roja y me lanzo
contra ella.
Capítulo 35
Seren
El primer puñetazo no se lo espera y lo disfruto como una
jodida psicópata. Puedo darle dos más y esquivar uno antes
de que Nico y Roma nos separen. Verla en sus brazos,
aunque sea para separarnos, me está haciendo querer
clavarle un cuchillo a cada uno.
—Primita, calma.
—No hasta que le ponga los dientes de adorno en su puto
culo —gruño. Luego señalo a Nico—. Y tú más vale que la
sueltes si no quieres correr la misma suerte.
—No te pongas a la defensiva o va a parecer que eres
culpable —se burla Vittoria, y Roma tiene que sujetarme
otra vez porque quiero matarla.
—Todos fuera, ¡ahora! —ordena Nico, y disfruto de ver la
mirada de miedo de Vittoria al pasar por mi lado.
—¿Vas a dejar que me hable así? —le pregunto en cuanto
la puerta se cierra.
—Quiero saber quién es él —insiste con la tarjeta del hotel
en la mano.
—¡No. Lo. Sé! —le grito, ya harta de esta situación.
—Está claro que te conoce como para saber dónde has
estado, quizás lo mejor es que no salgas de casa hasta
que…
—No me vas a encerrar —le corto—, no soy un perro ni tú
mi dueño. No he cambiado la prisión de Palermo por una en
Catania —le aclaro.
—No es eso a lo que me refiero, pero hasta que sepa
quién es el hombre que…
—¿Tan importante para ti es saberlo? —le interrumpo de
nuevo.
Su silencio hace que se me parta el corazón y tomo una
decisión.
—Ma perle.
—Ma perle mis ovarios, ¿quieres saber quién es? Bien, voy
a averiguarlo, y después tú y yo vamos a tener una
conversación sobre lo que va a pasar de ahora en adelante
en este matrimonio, si es que queda algo de él para cuando
todo esto acabe.
Veo el shock por mis palabras en sus ojos y no dudo en
aprovechar el momento para coger la tarjeta de entre sus
dedos y largarme de allí.
Para cuando Nico reacciona, ya estoy en la planta de
abajo.
—¡¿Dónde vas?! —grita desde lo alto, y lo ignoro.
—Ni se te ocurra tratar de detenerme, Roma —le aviso
cuando lo veo dirigirse hacia mí.
—Tu bolso, tu móvil y las llaves del coche que está en la
puerta —dice, entregándome todo.
—¿Por qué? —atino a preguntar sin dejar de andar hacia el
exterior.
—Porque sé que no harías algo así, y él también, pero es
la primera vez que ama a alguien con la intensidad que te
ama a ti y no tiene ni idea de cómo manejar esos
sentimientos.
—¿Hablas por experiencia?
—Puede —contesta con una sonrisa y encogiéndose de
hombros.
Me subo al coche y veo a Nico aparecer por la entrada.
—Te juro que no hay nadie más que él.
—Lo sé, primita, yo lo distraigo y tú corres.
Sonrío, cierro y acelero el deportivo que Roma me ha
preparado. Soy consciente de que los hombres de Nico me
dejan pasar, no sé si por órdenes de Roma o porque me
quieren ayudar. En todo caso, lo tomo como un apoyo y
salgo de aquí lo más rápido que puedo.
Tengo que poner el GPS porque no conozco la ciudad, y
soy consciente de que este coche tiene un chip de rastreo,
así que voy justo donde quieren que vaya: al hotel donde se
supone que me reúno con mi amante.
Cuando llego, le doy al aparcacoches las llaves y entro
directa a la zona de spa. La chica me reconoce y me saluda,
le dejamos una buena propina. Le miento diciendo que perdí
un pendiente y mientras se va a buscarlo dentro me deslizo
por la zona de masajistas para acabar en lo que parece la
lavandería. Luego salgo por la puerta trasera del hotel cinco
estrellas y paro un taxi.
Lo siguiente que sé es que las lágrimas apenas me dejan
ver mientras marco el número de Ori.
—Te necesito —le digo antes de romper a llorar.
—¿Qué pasa? ¿Estás bien?
—No, ¿puedes venir?
—Estoy saliendo, dame un par de horas, ¿dónde nos
vemos?
—No lo sé, llámame cuando estés cerca y te digo.
Al pasar por una plaza casi vacía con algunas mesas en la
terraza le pido al conductor que pare y le pago en efectivo,
gracias a Roma puedo hacerlo. Le debo una enorme.
Me tomo una tarta y un batido de fresa mientras espero a
mi hermana, me calmo y limpio el desastre que ahora es mi
maquillaje y trato de no pensar. Unas niñas en la plaza
juegan riendo con unas muñecas. Sonrío, me recuerdan a
mis hermanas y a mí.
Paso el rato mirándolas y pensando en lo afortunadas que
son por no saber lo que es ser una adulta todavía.
Le mando un mensaje a Ori y me quedo esperando que
llegue. Escucho el rugido del Dodge entrando por la calle y
sé que es ella, y como si fuera una niña empiezo a llorar de
nuevo.
Ori aparca y sale corriendo para abrazarme, lo hace sin
dejar de repetirme que va a matar a quien me ha hecho
daño; la forma en la que describe la tortura me hace reír.
—Gracias por venir —le digo una vez que logro calmarme
de nuevo.
—Ahora, ¿puedes contarme qué ha pasado para que estés
así?
Le hablo de la llave, ella ya sabe sobre los ramos, también
le cuento que Vittoria parece disfrutar de todo esto y que
me avergüenza ser una celosa patológica, pero no puedo
evitarlo.
—Tienes motivos para estarlo, Roma me contó que esa
perra le dijo a Nico que podría tener un hijo con él si se lo
pidiera.
—Hija de…
Me callo porque hay unas crías demasiado cerca y no
quiero que escuchen estas malas palabras.
—Sabes, lo peor es que él no me haya creído, y casi diría
que ella le está metiendo mierda en la cabeza —confieso—.
¿Estoy loca?
—No más que antes —contesta, y sonrío—. Sabes, tu
marido necesita darse cuenta de que, por mucho que te
haya comprado, no es tu dueño.
Me sorprendo al caer en la cuenta de que no recordaba
que él había pagado por mí, quizá no debería haberlo
olvidado; después de todo, parece que Nico no lo ha hecho.
—Creo que necesito alcohol —murmuro.
—Esta sí que es mi hermana, dame un momento y
localizaré dónde podemos cenar y después bailar un rato
para que te olvides del gilipollas de mi cuñado.
—No quiero follarme a otro —le aclaro.
Puede que sea un imbécil, pero lo amo, de momento al
menos.
—No hace falta que te tires a nadie, solo liberar tensiones
bailando y bebiendo conmigo.
—Hecho.
Dejo que Ori organice todo, no solo nos consigue ropa y
zapatos, también tiene cita con maquilladora y peluquera
que nos dejan como si fuéramos a un evento privado.
Si hay algo bueno que tiene mi hermana es que sabe
hacer las cosas, y siempre suele llevar efectivo para no
dejar rastro. Es la más inteligente de las cuatro sin ninguna
duda.
Cenamos en un lugar pequeño que sale en Google, lo
lleva una pareja que llevan cincuenta años casados, según
nos cuentan, y no puedo evitar sentir una punzada de
envidia.
Una vez terminamos, Ori me convence de ir a una
discoteca de moda. No tengo ninguna gana, la verdad,
quiero ir a un hotel, meterme en la cama y llorar, pero eso
no es algo que me vaya a permitir hacer, así que me ajusto
las tetas en este vestido y desfilo por la puerta hasta
dentro.
El lugar está lleno y nos cuesta llegar a la barra, una vez
que estamos allí tengo la suerte de que hay un taburete
libre y me siento. Pedimos un par de copas que nos
acabamos demasiado rápido, la verdad es que aquí apenas
las cargan. Las siguientes nos invitan dos chicos que tratan
de ligar con nosotras, pero cuando empiezan a ponerse
sobones mi hermana los despacha. Tras la tercera, Ori tiene
que ir al baño y yo me encargo de ir pidiendo la cuarta.
Después de darle un par de tragos, empiezo a notar que
algo no va bien.
—Perdona, no quiero asustarte, pero he visto como el
camarero ha echado algo en la bebida —dice un hombre a
mi lado—, con tanta gente no he podido avisarte.
—¿Qué?
Mi cerebro está algo confuso.
—Soy policía, ya he llamado a los compañeros para que
vengan a arrestarlo, si te parece bien, te ayudo a salir fuera
para tratar de bajar la droga que te hayan metido en la
copa.
—Ori.
—¿Oír? Sí, te oigo, ven, acompáñame.
No me ha entendido.
El hombre, que debe ser de mi altura sin tacones, me
ayuda a bajar del taburete. Me dirige por la multitud
apartando a todo el mundo. Está siendo delicado conmigo y
agradezco que se haya dado cuenta.
Salimos fuera y espero ver los coches patrulla, allí no hay
nada, no estamos en la entrada principal, sino en un
callejón. Mierda.
—Quiero volver dentro —logro balbucear.
—Lo siento, Serenella, te vienes conmigo.
Antes de que pueda darme cuenta, mi mundo se vuelve
negro y mi cuerpo cae al suelo.
Capítulo 36
Nicola
Veo a Roma entrar en mi despacho, con el labio partido
por la pelea que hemos tenido antes. Es lo bueno de
nuestra relación, sacamos la mierda y después seguimos
como si nada.
—¿Vas a terminarte toda la botella? —pregunta,
sentándose en la butaca frente a mi escritorio.
Llevo toda la noche bebiendo, Seren no contesta y el solo
pensar que no va a volver hace que quiera romper cosas.
—Si acabo en el hospital será tu culpa, por ayudarla a
marcharse —le gruño.
—Lo volvería a hacer, pegas como un bebé —se burla, y
sonrío; es el efecto que tiene Roma.
—Sé que la he jodido, pero no puedo evitar sentirme como
lo hago —le confieso.
—Lo sé, pero tienes que confiar en ella.
—Lo hago, te juro que lo hago, lo que me aterra es que se
dé cuenta de que puede encontrar algo mejor.
Pues ya está, ya lo he dicho.
Roma me mira y no me juzga, nunca lo hace, tampoco se
burla porque sabe lo difícil que es para mí reconocer esto.
—No te preocupes, creo que ella está tan pillada por ti
como tú por ella.
—Todavía no me ha dicho que me quiere.
—Normal, has sido un gilipollas, bastante que no te haya
rajado y metido una manguera. —Se ríe, y yo con él.
—Es una mujer excepcional, ¿verdad?
—Sí, las Farnese parece que son una especie diferente.
Y en sus ojos veo que no habla solo de mi mujer.
—¿Quieres una copa? —le ofrezco, y él niega con la
cabeza.
—No dejo de pensar en tu suegro, en la mierda que les
habrá hecho pasar a las chicas y en todo lo que no
sabemos.
—Tullio es hombre muerto, aunque todavía no lo sabe —le
aseguro.
—Seren está con Ori, me mandó un mensaje, así que no
te preocupes demasiado.
Pasamos a otro tema lejos de mi familia política, y sé que
lo hace para no dejarme pensar.
—Los envíos están listos —comienza Roma, su voz grave
resuena en el silencio del despacho—. Tenemos un
cargamento de armas que debe salir mañana y tres lotes de
drogas que necesitan distribución inmediata. Los contactos
en el puerto están sobornados, pero siempre hay un riesgo.
¿Cómo quieres manejarlo?
La pregunta flota en el aire, pesada y cargada de
implicaciones. En este negocio, cada decisión puede marcar
la diferencia entre el éxito y el desastre. Miro a Roma,
confiando en su capacidad para ejecutar nuestras órdenes
con precisión y sin vacilación.
—Necesitamos dividir las tareas —respondo, mi mente
trabajando a toda velocidad—. Yo me ocuparé del
cargamento de armas. Quiero que te asegures de que los
lotes de drogas lleguen a su destino sin contratiempos.
Utiliza a nuestros mejores hombres y mantén un perfil bajo.
No podemos permitirnos atraer la atención.
Roma asiente, su expresión es dura y calculadora cuando
hablamos de trabajo. Puede parecer un payaso con pistola,
sin embargo, es una de las personas más inteligentes que
conozco y le encanta que lo subestimen.
—¿Qué hay de los contactos en la aduana? —pregunta, su
tono indica que ya tiene en mente a quiénes eliminar si las
cosas se complican.
—Ya están comprados —le digo, sintiendo un leve alivio—.
Pero sigue atento. Si notas cualquier movimiento
sospechoso, actúa de inmediato. No podemos permitirnos
errores. Tullio nos ha dado sus contactos, pero no termino
de fiarme de ellos.
Mi suegro ha mantenido su palabra respecto a los
negocios que me corresponden por casarme con su hija, sin
embargo, es un hombre al que le gusta el poder y no sé
hasta qué punto está dispuesto a cederlo. Le he dejado a
Vittoria toda la negociación porque no creo que pueda
hacerlo yo sin pegarle un tiro. No podía antes, y menos
ahora que sé todo lo que le ha hecho a mi mujer y a sus
hermanas.
—¿Has hablado con Giulano? —pregunta Roma.
—¿El hermano de Tullio? No, no ha vuelto todavía de su
viaje de negocios.
—¿No te parece raro que no fuera invitado a vuestra
boda?
—Un poco, por lo que tengo entendido, se lleva muy bien
con las chicas, supongo que el trabajo era más importante.
—No sé, aquí hay algo raro.
Si Roma sospecha es que sabe algo o lo intuye. Le doy
carta blanca para investigar lo que quiera, total, aunque no
lo hiciera no iba a hacerme caso.
Cuando el reloj marca las tres de la mañana es hora de
acostarnos. Me duele le cabeza por el whisky y sé que no
voy a pegar ojo hasta que mi mujer regrese.
El teléfono del despacho suena cuando estamos a punto
de salir, y nos miramos extrañados.
—La señorita Oriana está llegando a la puerta —me avisa
uno de los hombres que está en la entrada y, antes de que
pueda colgar, Roma ya está bajando.
Lo sigo y veo a mi cuñada bajar del coche sola.
—Algo le ha pasado a Seren —nos dice preocupada, y
comienza a soltar frases incoherentes que no logro
entender.
—Cálmate, Ori —le pide Roma—, cuéntanos qué ha
ocurrido.
Nos explica todo lo que han hecho desde que ha salido mi
mujer de aquí. No puedo evitar querer pegarme un tiro
cuando la escucho contar que ella ha llorado por mi maldita
culpa. Joder.
También que han salido a bailar sin escolta, eso me
cabrea, aunque pueden defenderse no dejan de ser un
objetivo para idiotas que creen que pueden hacer algo en
mi contra o la de su padre a través de ellas.
—Entonces, he salido del baño y no estaba. No la he
encontrado en la pista de baile ni en la barra. Incluso he
salido al coche por si estaba tomando el aire y nada.
—Vale, vamos a encontrarla —le aseguro.
—Hay algo más —murmura, y me mira—. El de la puerta
me ha dicho que la ha visto irse abrazada a un hombre.
Mi mundo cae a mis pies y siento que mi alma se rompe.
—Bueno, supongo que no hay que buscarla entonces —
comento tratando de respirar porque imaginarla con otro
hace que me cueste tomar aire.
—No, ella no es así, no se iría con nadie, créeme.
Camino por la sala porque ahora mismo ya no sé qué
pensar.
—Nico —llama mi primo—, tenemos que encontrarla y
aclarar qué está pasando.
—Por favor —me ruega Ori, y asiento.
Levanto a todos en la casa, aunque sé a quién tengo que
pedir ayuda. Voy al cuarto que ocupa Vittoria y llamo varias
veces hasta que se despierta y me abre en camisón.
—¿Qué ocurre?
—Necesito que hables con tus contactos, los que te
contaron que mi mujer me es…
—OK, ahora mismo, ¿qué necesitas saber?
La pongo en situación y no duda en ayudarme. La dejo
mientras se viste y regreso al salón, donde Ori no deja de
llamar al teléfono de Seren, que da apagado en todo
momento.
¿Y si le ha pasado algo?
¿Y si está con un hombre?
Ninguna de las dos opciones me parece buena.
Cuando Vittoria aparece, su cara me dice que no trae
buenas noticias y solo rezo por que ella esté bien.
—Mis contactos están localizándola, pero antes quiero que
veas unas imágenes que han conseguido del local donde ha
desaparecido.
Me acerco para ver las fotos en la tablet y lo que me
muestra hace que me hierva la sangre. Seren está tomando
copas con algunos hombres, varios, en cada imagen que
veo está con uno diferente, y les sonríe.
Gruño.
—Eso está sacado de contexto, perra —sisea Ori al verlas.
El teléfono de Vittoria suena, y por lo que escucho tiene el
paradero de mi mujer.
—Está en el Hostal Bolaris —me informa.
—Quédate aquí —le ordeno a mi cuñada—. No hagas esto
más jodido de lo que va a ser.
Miro a Roma y mi primo se pone de mi parte, la coge por
detrás para evitar que salga tras nosotros cuando nos
montamos en el coche.
Davide conduce, Salvatore va de copiloto y yo estoy con
Vittoria en la parte de atrás, deseando que no sea lo que
parece.
Dejamos el coche en la puerta, es un lugar que da
literalmente asco. Está viejo, sucio y ni siquiera hay alguien
en la recepción. Entramos y vamos hasta la habitación que
le han dicho los contactos de Vittoria que está mi mujer.
Dudo entre llamar o no, a la mierda.
Abro la puerta de una patada y lamento que mis tres
acompañantes no se hayan quedado en el coche.
—Seguro que esto tiene una explicación —murmura
Salvatore mientras yo cojo el arma que llevo en la funda de
mi pecho y observo a mi mujer, dormida y sin ropa, en los
brazos de otro hombre.
Capítulo 37
Seren
Un ruido hace que me despierte, aunque me cuesta abrir
los ojos. La luz se enciende y siento que voy a vomitar.
Tengo la boca seca, el estómago revuelto y me duele la
cabeza.
Mierda, me han drogado.
Logro terminar de abrir los ojos, aunque mi mente todavía
está nublada. No es la primera vez que me drogan, sin
embargo, nunca habían logrado llevarme.
Retazos de la noche vienen hasta mí: la discoteca, la
música, la copa, el chico ayudándome… No, él no me
ayudó.
Un carraspeo llama mi atención y miro hacia donde lo he
oído. Nico me observa desde la puerta, está rota. Vittoria a
su lado. Davide y Salvatore detrás.
Un movimiento a mi lado hace que me dé cuenta de que
no estoy sola en la cama, hay un hombre, el que me sacó de
allí. Noto su brazo sobre mí y lo aparto. Nico sigue
mirándome con odio, no lo entiendo.
—Lo siento, Nicola —escucho a Vittoria, y entonces
comprendo la situación.
Él cree que estoy aquí por mi propia voluntad.
—Seren —gruñe, y ahora no estoy para aguantar esta
mierda.
Levanto la mano para que se calle. Logro sentarme y veo
al chico a mi lado pálido, creo que no tiene ni puta idea de
dónde se ha metido, ni que debería tenerme más miedo a
mí que a él.
Reviso mi cuerpo mentalmente. Aunque estuviera
inconsciente, notaría algo si me hubiesen violado, ¿no? Creo
que no me ha tocado, mi ropa interior sigue puesta, bragas
y sujetador, el resto de lo que llevaba está en el suelo roto.
Voy a matarlo por joder ese precioso vestido que mi
hermana me consiguió.
—Seren —vuelve a gruñir mi marido, y le doy una mala
mirada mientras trato de levantarme.
Me siento mareada y necesito ir al baño.
Cuando logro estabilizarme, entro a lo que alguien puede
calificar como aseo. Está sucio, el suelo pegajoso y tengo
dudas de cuándo fue la última vez que se limpió el váter.
Aun así, no aguanto más.
Veo un vaso de plástico sobre el lavabo, amenites lo
llaman. Lo cojo y como puedo lo meto entre mis piernas
mientras hago el Spiderman para mear sin tocar la taza.
El líquido caliente cae en el vaso y sobre mis manos. Da
un poquito de asco, pero nada que no haya hecho antes
para unos análisis.
Una vez que termino, me lavo bien las manos, gracias a
Dios hay jabón, y luego salgo.
Nicola, Vittoria, Salvatore y Davide siguen parados en el
mismo sitio. Si alguien me preguntara ahora, diría que mi
marido está a punto de explotar, creo que por eso ninguno
de sus acompañantes se ha movido ni un milímetro. Tengo
dudas de que respiren siquiera.
El tipo de la cama se tapa y tampoco habla, como si por
eso ya no pudiéramos verlo.
Camino hasta una silla donde veo los pantalones del chico
y dejo el vaso en la mesa de al lado. Busco y hay una
cartera, menudo gilipollas.
—Esto me lo quedo, te voy a encontrar —lo amenazo.
Ahora no estoy en condiciones de hacer todo lo que quiero
con él.
Cojo el vaso y me dirijo hacia la puerta, una que está
totalmente ocupada por mi marido, el cual luce peligroso y
sexy a partes iguales.
—Sé lo que parece y sé lo que es —comienzo—, pero no te
has ganado que te lo explique. Toma este vaso, es la única
información que vas a obtener de mí.
—Seren —gruñe en un tono bajo que podría hacer que se
meara cualquier hombre, pero yo soy una mujer.
—Apártate, y no es una petición.
Salvatore es quien coge el vaso y veo en su cara que le da
un poquito de asco. Nico se quita su americana y me la
echa por encima. Le dejo que me la ponga, meto mis brazos
en sus mangas y el olor a Nico me envuelve.
—¡Seren! —escucho la voz de mi hermana en el pasillo, y
la veo seguida de Roma.
—No la he podido contener —le explica a Nico, y entiendo
que no la ha traído porque sigue pensando que tiene
derecho a decidir sobre lo que hacemos o no.
—Estoy bien, ahora te cuento —le digo a mi hermana,
abrazándola y pasando entre el muro de músculos de la
puerta.
—¿A dónde te crees que vas? —ruge Nicola cuando Ori y
yo empezamos a caminar hacia las escaleras para salir de
este hostal apestoso.
Me vuelvo y camino hasta él, estoy en ropa interior con
solo su americana como resguardo, el tacto de mis pies
descalzos sobre la moqueta me hace querer vomitar, eso y
la droga que todavía tengo en mi sistema.
—Voy a tu casa a recoger mis cosas y largarme, lo
siguiente que vas a saber de mí será a través de los
abogados de divorcio. Que te jodan, Baglioni.
Capítulo 38
Nicola
Veo a Seren irse y mi instinto es seguirla, seguirla y
obligarla a retirar lo que acaba de decir, porque sí, incluso si
me hubiera engañado la seguiría amando, así de jodido
estoy.
—Déjala marchar, tienes cosas que pensar antes de seguir
cagándola —me retiene mi primo, y aunque me cueste la
vida le hago caso.
—Ve con ellas —le ordeno a Davide, y no vacila en correr
para alcanzarlas.
—¿Qué hago? —le pregunto a Roma una vez que
Salvatore y Vittoria entran en la habitación donde está el
hombre que tenía a mi mujer desnuda entre sus brazos.
—Piensa, pero hazlo de verdad, con el cerebro que sé que
tienes.
—¿A qué te refieres?
—Todo esto es mierda —dice, señalando a su alrededor—,
pero no te voy a ayudar, necesitas verlo por ti mismo. Solo
te voy a pedir que seas rápido porque, si Seren sale de tu
casa, no creo que vuelva a entrar.
—Nuestra casa —lo corrijo.
Roma entra en la habitación y me quedo en ese asqueroso
pasillo mal iluminado mirando hacia donde he visto a Seren
la última vez.
Trato de pensar en todo lo que ha pasado con esto de las
flores. Repaso en mi mente cada momento relacionado y
tengo que respirar para no ir dentro a pegarle un tiro a ese
tío.
No paro de volver al instante en que he visto a Seren, con
el conjunto de ropa interior que yo mismo le compré hace
unos días, tumbada en la cama con ese hombre.
Lo visualizo y, como si estuviera buscando errores, caigo
en la cuenta de algo. La ropa de ella está en el suelo rota,
como si la pasión les hubiera vencido, sin embargo, sus
bragas y su sujetador estaban intactos. Ella no es de las que
necesite volver a vestirse después del sexo, lo sé porque he
dormido a su lado, con su cuerpo desnudo contra el mío.
Me doy cuenta entonces de su gesto, lo del pis, creía que
era para justificar el alcohol que había bebido, pero no,
cuando me ha dicho que me joda he visto sus pupilas
dilatadas, demasiado.
Mierda.
No.
Joder.
La han drogado.
Entro a la habitación y el tipo está terminando de vestirse
bajo la atenta mirada de Salvatore y Roma. Vittoria observa
a su alrededor.
—Nos lo llevamos, han drogado a Seren y él va a decirme
quién ha sido —gruño.
—Bien, primito, empiezas a verlo todo con claridad.
Sí, lo hago, esto no ha sido más que una trampa en la que
he caído como un imbécil, pero ¿quién querría joderme así?
Tengo que averiguarlo antes de que mate a este cabrón.
Camino fuera con Roma a mi lado. Salvatore lleva al chico,
que no para de suplicar, cogido por el cuello. En un
momento escucho un disparo, y al girarme veo a Vittoria
con un arma y al hombre muerto.
—¿Por qué cojones has hecho eso? —gruño en la cara de
Vittoria.
—Porque te ha faltado el respeto y tiene tanto miedo que
dirá cualquier cosa con tal de librarse.
Respiro hondo, quería torturarlo, pero entiendo lo que
quiere decir.
—Deshazte del cadáver.
Roma y yo volvemos a casa por nuestra cuenta. Al llegar,
subo a la habitación justo a tiempo para ver a mi mujer salir
con una maleta y su hermana.
—Apártate —me gruñe.
—Tenemos que hablar.
—Ya ha pasado ese tren —me asegura Seren.
Voy a acercarme, pero mi mujer me pone un cuchillo en la
garganta, uno que no sé ni de donde ha salido.
—Se te ha acabado el tiempo, estoy harta de disculpas.
Voy a hablar y ella mueve ligeramente la cuchilla. Noto el
hilo de sangre que sale al cortarme. Esto no es un juego, va
en serio.
—¿Serías capaz de matarme? —le pregunto.
—Si eso sirviera para algo lo haría.
Veo en sus ojos una tristeza que me deja sin respiración y
hago lo único que está en mi mano en ese momento para
tratar de hacerla feliz, aunque a mí me rompa el alma. Así
que me aparto y la dejo ir.
Capítulo 39
Nicola
Han pasado tres días desde que Seren salió por la puerta
y no puedo soportarlo más. Necesito que vuelva, que me
perdone, que entienda que soy un gilipollas, pero que soy
su gilipollas.
—Tienes una pinta horrible, primito —dice Roma sonriendo
como si el mundo no estuviera a punto de acabar para mí.
—Que te jodan.
—Oh, eso intento —contesta y me guiña el ojo.
Saco un arma y le pego un tiro, aunque no acierto por
mucho. Supongo que el estar borracho no ayuda.
—Lárgate, tengo cosas que hacer.
Roma mira mis manos y ve que estoy tejiendo una
muñeca que es sospechosamente igual que Seren.
—Eres adorable, pero tienes que sacar la cabeza de tu
culo y hacer algo para que vuelva.
—¿Crees que no quiero hacer eso? Lo que no sé es como
hacerlo. La he llamado y no coge el teléfono, tampoco
contesta mis mensajes.
—Normal, has sido un idiota, pero te diré que ella no está
mejor que tú.
Lo miro y mi corazón se acelera.
—¿Has hablado con ella?
—Nop, con Ori, que te odia profundamente, pero que sabe
que su hermana es feliz contigo. Así que nos va a ayudar.
—¿A qué te refieres?
Roma mira su reloj y sonríe.
—Tienes dos horas antes de que tu mujer venga a
partirme la cara.
—¿Qué has hecho?
—En realidad nada, pero sí que Ori le va a hacer creer que
he sido un chico malo y sé que Seren va a venir a buscar
venganza.
Me ducho para despejarme y espero a que Roma aparezca
con mi mujer. Escucho los gritos antes de verlos en el pasillo
de nuestras habitaciones.
En cuanto se acercan no lo pienso y meto mi hombro en
su estómago, la alzo y la llevo a nuestra habitación mientras
ella patalea.
Cierro la puerta, pero no me detengo ahí. Entro al
vestidor, y tras unas corbatas, pulso un botón y se abre una
puerta.
—¡Bájame! —grita Seren—. Te voy a matar.
La dejo en el suelo con cuidado, me giro y cierro la puerta.
—¿Dónde estamos?
—Es una habitación del pánico que he mandado construir.
Omito que lo hice porque me asustaba que pudiera
pasarle algo mientras no estaba y que todavía no la han
acabado, por lo que realmente no estamos encerrados, pero
eso ella no lo sabe.
—Déjame salir.
—No hasta que me escuches.
—¿Para que puedas juzgarme de nuevo?
—No, para poder disculparme.
Me mira de soslayo y sé que tengo que encontrar las
palabras adecuadas para que me perdone.
—Solo quiero que me dejes hablar, y después puede irte si
es lo que quieres.
—Es lo que quiero —sisea.
—Concédeme este último deseo.
Me mira, se sienta en el sofá que hay en la pequeña
estancia y se cruza de brazos.
—Sé que te drogaron, que no me has engañado y que
todo lo del amante ha sido solo una trampa.
—Enhorabuena, ahora ya sabes lo que te he intentado
decir desde hace días.
—Lo que no sabes, es que he estado tan acojonado de
perderte que eso me ha hecho cagarla a lo grande. Que por
primera vez he sentido que podía tener una familia y me ha
dado tanto miedo que me he boicoteado yo mismo para no
tener que soportar que me dejaras cuando te dieras cuenta
de que no valgo nada.
Le estoy abriendo mi corazón y ella me mira con el brillo
que tanto amo.
—Sé que he sido un gilipollas celoso controlador y no sé si
podré mejorar —alza las cejas y lo aclaro—, en lo de
controlador sí, en lo de celoso no lo tengo tan claro, te amo
demasiado como para no tener claro que eres perfecta.
—No lo soy, y no quiero que me celes como si fuera una
obra de arte guardada, quiero que me consideres alguien
igual a ti.
—Y lo hago, de verdad, nunca he pensado ni por un
instante que no puedas defenderte, eso no significa que me
guste que tengas que hacerlo. Solo imaginar que te hacen
daño me hace querer…
—¿Rajar a alguien y meterle una manguera en la tripa?
—Sí. —Sonrío.
—Lo hice por ti, porque sabía que hacerle daño a tu madre
era hacértelo a ti, porque te amo demasiado como para no
hacer nada cuando tratan de herirte.
—¿Qué has dicho?
Se queda callada, y juro que puedo oír los latidos de mi
corazón, que está a punto de salirse de mi pecho.
—Que te amo, soy una idiota por hacerlo, pero te amo —
confiesa, y me pongo de rodillas a sus pies.
Cojo su cara entre mis manos y ruego.
—Repítelo.
Me da una pequeña sonrisa y me hace caso.
—Te amo.
La beso, tratando de demostrar todo lo que siento y
asustado de que no sirva para nada y me deje.
—Me has hecho daño —murmura contra mis labios
cuando me separo, y apoyo mi frente en la suya.
—Y juro que no voy a tener vida para resarcirme, pero, por
favor, déjame intentarlo, déjame demostrarte que esto
puede funcionar.
—No lo sé.
Sus palabras me están matando por dentro.
—Solo una oportunidad más —le pido, y ella se lo piensa
lo que a mí me parece una eternidad.
—Tendrás que demostrarme que vale la pena quedarse —
dice, y sonrío porque no ha sido un «no».
—¿Entonces?
—Entonces te amo y quiero intentarlo, pero necesitas
saber algo, si tengo que escoger entre quererte a ti o
quererme a mí, no tengas dudas de que me elegiré siempre.
—Estoy de acuerdo, en ese caso, yo también te elegiré
siempre.
Capítulo 40
Seren
Cuando salimos de ese cuarto del pánico, veo a mi
hermana sentada en la cama y a Roma en una butaca
donde suelo dejar la ropa. Cuando nos ven unidos por
nuestras manos, ambos sonríen.
—Ten claro que cazaré tu culo si le haces daño —amenaza
mi hermana, mirando a mi marido. Ya hablaremos luego de
esta encerrona.
—Me parece bien —contesta, y se gira hacia Roma—.
¿Nada que añadir?
—Que yo la ayudaré —suelta, y me río mientras entiendo
que ahora mi familia no se limita a mis cuatro hermanas.
Disfruto unos minutos de como Roma se mete con Nico y
la forma en la que le dice que le va a grabar cada vez que
se arrastre por mí. Ori está a mi lado, apoya la cabeza en mi
hombro y suspira.
—Parece que para ti sí que va a haber un felices para
siempre.
—No tienes que casarte, podemos trazar otro plan.
—Este es el más rápido, tampoco es que importe mucho
con quién me case, ¿no?
Voy a replicarle cuando Ori cambia de tema, y, como la
conozco, lo dejo pasar por ahora.
—¿Cómo te encontraron? —pregunta, y cuando Nico va a
contestar su sonrisa se le borra de la cara.
—Hija de puta —sisea, y sale como alma que lleva el
diablo.
—¿Qué pasa? —inquiero confundida.
—Creo que mi primo acaba de abrir los ojos.
Salimos y seguimos a Nico hasta abajo. Ya está
amaneciendo y se dirige a la cocina. Para cuando llego,
tiene a Vittoria cogida por el cuello, la está asfixiando.
—Fuiste tú, ¿verdad? Las flores, las notas… todo.
—No sé de qué me hablas —solloza, tratando de coger
aire.
Roma se sienta en la encimera y se come una manzana
sonriendo mientras los hombres de Nico, al igual que
nosotras, no sabemos qué hacer.
—Debí darme cuenta, usaste nuestra amistad para
hacerme daño —gruñe mi marido, y entiendo todo.
Fue ella la que orquestó esta mierda para separarnos.
—No la mates, no tiene sentido, prefiero que sufra —le
digo, y él me mira.
—Llévala al sótano —le ordena a uno de sus soldados tras
soltarla contra el suelo—. Y quiero que todos me prestéis
atención.
Los hombres de Nico cambian de postura, como si
estuvieran alerta, alguna mierda militar, supongo.
—Vittoria va a estar encerrada en ese sótano mientras mi
mujer así lo decida —suelta mirándolos a todos, pero no a
mí—, si ella la quiere torturar, lo hará; si quiere dejarla sin
comer por días, lo hará. Para nosotros, esa perra de ahí
abajo ya no es una de los nuestros, ¿entendido?
—¡Sí! —contestan todos al unísono, y entiendo que ha
hecho esto porque al final, me guste o no, Vittoria era parte
de esta familia.
Y de una forma retorcida me alegra ver que ellos me
apoyan.
—Una cosa más —agrega, llegando a mi lado y
cogiéndome en brazos—. Por las próximas cuarenta y ocho
horas no me molestéis porque voy a demostrarle a mi mujer
lo mucho que la amo, que no soy nadie sin ella y que espero
que me dé el resto de mi vida para amarla.
Sonrío, asiento y lo beso.
Salimos de la cocina entre gritos y palabras obscenas que
escucho mientras subimos las escaleras y, por primera vez,
siento que todo es diferente, mejor, y que lo que empezó
como un negocio ahora es el amor de mi vida.
Epilogo
Seren
Después de dos días de mucho sexo, nata y cosas que no
voy a reconocer que le he untado a Nico, decido que es el
momento de enfrentarme a Vittoria.
He ordenado que la alimenten a base de agua con azúcar
solo, no sé qué voy a hacer con ella, tengo curiosidad por
saber el color de su sangre, aunque puede que la deje con
vida. Todo depende de lo mucho que me crea que está
arrepentida.
—Ma perle, ¿necesitas ayuda? —consulta mi marido,
besándome el cuello mientras me tomo lo que queda del
batido de fresa.
—Creo que de momento no, pero te avisaré si quiero
hacer un trío.
—¿Alguien ha dicho trío? —pregunta Roma, asomando la
cabeza a la cocina.
Nona le tira un trapo a la cara y todos nos reímos.
—Espero que te comportes mejor cuando tu tía e Irina
vuelvan, esa niña no necesita un idiota como tú cerca.
—Oh, querida Nona, no te preocupes, voy a ser su tiito
favorito, o ¿es primito? —murmura, rascándose la cabeza—.
Oye, Nico, ¿qué soy para Irina cuando la adoptéis?
Miro sorprendida por lo que acabo de escuchar y veo
como Nico se lanza en una carrera hacia él. Roma sale
disparado para ocultarse detrás de Nona.
—Eres un bocazas.
—Lo siento, primito.
—¿Es cierto? —pregunto, atónita aún por lo que acabo de
escuchar.
—Sí —confirma Nico—, bueno, quería hablarlo contigo, si
te parece bien, creo que podríamos, no sé, puede que no
quieras y que…
—Claro que quiero tener una familia contigo, y empezarla
con Irina me parece maravilloso.
—¿Empezarla? —se percata.
—Sí, quiero hijos, contigo, pero todavía no; aún tenemos
que encargarnos de mi padre para eso.
—Estoy de acuerdo, ma perle —murmura contra mis
labios y sonrío.
—Perdón por interrumpir, pero tu suegro está pasando por
las puertas exteriores ahora mismo y llegará a la entrada en
un par de minutos —dice Pietro, entrando a la cocina.
Roma, Nico y yo nos quedamos mirando extrañados. Mi
hermana volvió ayer a casa y no me ha dicho que mi padre
fuera a venir.
Acudimos a recibirlo, y cuando se baja del coche junto a
dos guardaespaldas, Nico no duda en sacar su arma; Roma
tampoco.
—He venido aquí en son de paz —aclara papá.
—Entonces, diles a tus perros que guarden sus pistolas.
—Lo haré si accedéis a devolverme a mi prometida.
No entiendo absolutamente nada.
—¿De qué hablas? —pregunta Nico.
—Vittoria Ascasi es mi prometida y, por lo que sé, la
tenéis aquí retenida —suelta, y juro que mi cabeza está a
punto de explotar.
—Ella ha hecho cosas que… —trato de explicarle, pero me
corta.
—Me importa una mierda, entrégamela o empezaré una
guerra, y las primeras en morir serán tus hermanas —me
amenaza, y ahora es Roma quien le apunta a la cabeza.
Mi padre sonríe y no dudo en darle la orden a Pietro para
que traiga a esa mujer. Cuando llega, corre a los brazos de
mi padre como una dama en apuros y llora acurrucada
contra su cuerpo. Huele mal, es lo que tiene dormir, comer y
cagar en el mismo sitio, pero no me da ni un poco de pena.
—Esto no va a quedar así, suegro —sisea Nico.
—Claro que no, aunque piénsate bien lo que vas a hacer
porque ya no eres el único yerno que tengo.
—¿A qué te refieres? —pregunto, dando un paso hacia él.
—A que Oriana será problema de otro dentro de un mes.
Agradecimientos
Esta locura del Mafiaverso comenzó en mi cabeza hace
mucho tiempo y por fin la veo materializada. Gracias por
darle la oportunidad y espero que te haya gustado.
Gracias también a mis lectoras cero, mi correctora, mi
portadista y esas mujeres especiales que tengo en mi vida
que la hacen más bonita.
Escribo esto sin saber si alguna bookstagramer será parte
del proyecto, porque soy doña despiste y aún no las he
contactado, pero incluso si no consigo interesar a ninguna
GRACIAS A TODAS por la ayuda que nos brindáis a las
escritoras y por darnos decenas de libros para añadir a
nuestras listas de pendientes.
Y, por supuesto, gracias a mi hija, Lúa, que me está
enseñando todo lo que puedo ser y solo tiene tres años. Ya
os advierto, va a conquistar el mundo ;)
No cerréis el libro aún, en la siguiente página
tenéis un adelanto del segundo libro.
Capítulo 1
Roma
Veo a Farnese subirse al coche después de ayudar a
Victoria a hacerlo y espero, con los puños cerrados, hasta
que se pierden en el camino de salida de la propiedad.
Respiro hondo.
Una.
Dos.
Tres veces.
—Roma, relájate —me pide mi primo, y sé que no puedo
hacerlo.
Me dirijo hacia las cocheras y cojo mi moto. Me pongo el
casco y, mientras me enfundo los guantes, veo a Seren y
Nico acercarse.
—No se va a casar —les digo para que entiendan que esa
no es una opción.
No después de tener su primer beso, no después de tener
su primera vez.
—Esa decisión no es tuya —me aclara mi nueva prima, y
le gruño.
—Cuidado —amenaza Nico, y sonrío.
Es muy territorial con ella y lo entiendo, desde que
apareció Ori en mi vida lo entiendo.
—Solo te pido una cosa —continúa Seren—. No le hagas
daño, te quiero, pero por ella mataría sin siquiera mirar a la
cara a quien se atreva a hacerle algo que la haga sufrir.
—Entonces, primita, ya tenemos algo más en común.
No dejo que replique, meto puño y salgo disparado en
dirección a la casa de Ori. Es una mala idea, lo sé, me pego
todo el camino pensándolo y, aun así, no me detengo ni doy
la vuelta.
La noche en la que Seren fue subastada y mi primo la
ganó, pasó algo con Ori, algo que hizo que me diera cuenta
de que hay mujeres en nuestro mundo que toman las
riendas de su vida, y ese fue el principio de todo.

Veo a las Farnese por toda la fiesta moverse con mucha


soltura, están en su hábitat natural, se nota la elegancia de
la mayor, también la inocencia de la que cumple años. La
tercera parece ser poco sociable, y puedo decir que me
divierte mucho la segunda, Oriana, ella no para de gruñir a
todos los hombres que tratan de acercarse a su hermana
mayor.
Veo a Franciscana, ¿o era Francesca? No sé, solo sé que es
prima de estas y que me ha dejado follarle el culo. La evito
porque creo que no ha entendido que esto ha sido cosa de
una vez, me aburría y me ha parecido una buena forma de
pasar el rato. Y desde que le quité la virginidad a una buena
chica italiana porque ella no me dijo nada, casi que no me
fio de usar esa puerta de entrada.
—Tú eres Roma, ¿no? —me pregunta Ori,
sobresaltándome.
—Sí, supongo que tú eres una fan.
Rueda los ojos y sonrío.
—Más bien vengo a poner una queja por usar lugares
como el armario para usos poco adecuados.
—No te tenía por una voyeur, ¿has disfrutado del
espectacúlo?
Ella hace como que vomita y suelto una carcajada, lo que
provoca que la prima mire en mi dirección, sonría, y se dirija
hacia nosotros.
—Es tu culpa que me hayan descubierto, sácame de aquí
—le exijo.
—¿Y qué gano yo con eso?
—¿También quieres una visita al armario?
—Argh, eres un cerdo. No, lo que quiero es poder hacerte
una pregunta que tengo y que solo un hombre puede
contestarme.
Sus palabras me intrigan y acepto sin pensarlo. Ahora el
que quiere saber sobre sus inquietudes soy yo.
Ori me coge de la mano con total naturalidad y tira de mí
hacia el fondo de la fiesta, detrás de una cortina hay una
entrada a la cocina. Interesante.
Todo el mundo está demasiado ocupado como para fijarse
en nosotros.
Me lleva hasta la despensa y veo que la prima acaba de
entrar en la cocina, mierda.
—Creo que sabe dónde vamos —advierto, y Ori mira por
encima del hombro, sonríe y sigue caminando sin soltar mi
mano.
Llegamos hasta donde hay una estantería llena de
hortalizas, todas en cajas, y para mi asombro tira de una de
ellas y todo se mueve.
—No me jodas —susurro mientras veo como una puerta se
abre, entramos y cerramos tras nosotros.
—Ahora silencio —me ordena Ori mientras abre una
rendija y apaga la luz.
Veo a la prima entrar a la despensa y mirar por todos
lados, luego da un pisotón en el suelo y sale de allí para
seguir buscándome. Ori cierra la rendija y enciende la luz de
nuevo.
—Parece que ha pasado el peligro, hora de pagar.
—¿Qué sitio es este? —pregunto, alucinando de donde me
encuentro.
—Esta casa tiene muchos años, pertenece a los Farnese
desde hace generaciones. Esta habitación se construyó para
que los sirvientes pudieran esconderse, no es una
habitación del pánico, pero si sabes estar callado no te
descubren.
—Vaya, estoy impresionado.
—Y mudo porque este lugar no lo conoce casi nadie. Nos
lo enseñó una de las cocineras que trabajaba aquí cuando
mi madre murió.
—¿Tu padre no sabe de su existencia?
—Creo que no, o simplemente no le interesa porque jamás
nos ha contado sobre él. Hay alguno más por toda la casa,
mis hermanas y yo los usábamos para volver locas a las
institutrices.
Me río porque imaginar a las Farnese siendo poco menos
que perfectas me resulta divertido.
Miro a mi alrededor y me doy cuenta de que el lugar tiene
polvo. No se usa de forma regular. Hay un sofá de tres
plazas, una estantería con alguna lata llena de telarañas y
varios libros infantiles. Supongo que estos últimos serán de
las chicas.
Me dejo caer en el sofá y sonrío.
—Bien, tú dirás, ¿qué duda tienes?
Ori se queda de pie y me evalúa. No me tiene miedo ni
tampoco siente vergüenza, simplemente me está haciendo
un examen visual que hace que se me ponga dura. Joder, es
poco más que una cría.
—Tengo veinticuatro —suelta como si pudiera leerme el
pensamiento.
—No lo parece por los juguetes que te cuelgas —contesto,
y ella toca el patito de goma amarillo que lleva en su cuello.
—Supongo que tienes envidia del tamaño de mi juguete
comparado con el del tuyo.
Suelto una carcajada y ella me saca la lengua.
—A ver, chica del patito, ¿qué quieres saber?
—Esto debe quedar entre nosotros, si sale de aquí iré con
el padre de mi prima Francesca y le diré que la has
deshonrado y tendrás que casarte con ella.
—De acuerdo.
No es que su amenaza haga algo aparte de cosquillas
sobre mi conciencia, es que tengo muchísima curiosidad por
saber qué quiere preguntarme, le hubiera dicho que sí a
cualquier cosa.
—Muy bien, allá va. ¿Es verdad que el interior de nuestra
vagina está recubierto por el mismo tipo de tejido que el de
nuestra boca?
Lo suelta y necesito unos segundos para entender lo que
me está preguntado.
—¿Quieres saber si para nosotros es lo mismo meter la
polla en la boca que en el coño?
Tuerce el gesto ante lo grosero de mis palabras, pero
asiente.
—Básicamente.
—Pues básicamente sí, es igual, aunque nada que ver lo
que puedes hacer con uno y con otro.
Se queda pensativa y sé que está dándole vueltas a esta
información en su cabeza.
—Ok, gracias por la sinceridad. Volvamos a la fiesta.
Antes de que pueda darme cuenta, ella ha abierto la
puerta y me espera fuera.
Me levanto y salgo de allí mientras una pregunta ronda en
mi cabeza, y como mi cerebro es más lento que mi boca,
pues la suelto.
—¿Eres virgen?
Ella se gira antes de salir de la despensa y asiente, sin
ningún tipo de vergüenza.
—Sí, lo soy, y tampoco he besado nunca a nadie.
—No me digas que estás esperando a casarte y darle el
pack completo a tu marido.
Ella se ríe.
—No, pero tampoco se lo voy a regalar a cualquier niñato
que se crea que porque me compra flores tiene algún
derecho sobre mí.
—¿Y cuál es tu candidato?
Ella se queda pensativa y sé que hay alguien en su
mente, y no me gusta.
—El hombre al que le entregue mi primer beso será uno
que me trate como a una mujer.
Sus palabras me sorprenden y encienden algo dentro de
mí.
—Así que quieres a uno que rodee tu cintura con su brazo
—doy un paso y lo hago—, te atraiga hacia él —la aprieto
contra mi pecho— y baje su boca sobre la tuya mientras
vuestras respiraciones se entrelazan.
Ahora mismo sé que está notando mi polla dura, y me da
igual. Tengo a Oriana mirándome con cara de querer que
siga, pero no soy tan mal hombre, no le voy a quitar su
primer beso.
Al menos esa era la idea hasta que ella saca su lengua y
la roza contra mis labios. Es algo mínimo, está
experimentando, lo sé, lo veo en sus ojos verdes, y cuando
da un segundo toque me olvido de que esto no está bien.
—A la mierda —gruño antes de bajar mi boca sobre la
suya y meter mi lengua dentro.
Después de eso discutimos, no le hizo gracia, pero yo
decidí que la quería en mi vida, como amiga, porque está
claro que es lo único que podía tener con ella, ¿verdad?
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