0 DBY FR1 Objetivo
0 DBY FR1 Objetivo
0 DBY FR1 Objetivo
Traducción: dreukorr
Revisión: dreukorr
Maquetación: Bodo-Baas
Versión 1.0
26.05.18
Base LSW v2.22
Declaración
Todo el trabajo de traducción, revisión y maquetación de este libro ha sido
realizado por admiradores de Star Wars y con el único objetivo de
compartirlo con otros hispanohablantes.
Star Wars y todos los personajes, nombres y situaciones son marcas
registradas y/o propiedad intelectual de Lucasfilm Limited.
Este trabajo se proporciona de forma gratuita para uso particular. Puedes
compartirlo bajo tu responsabilidad, siempre y cuando también sea en
forma gratuita, y mantengas intacta tanto la información en la página
anterior, como reconocimiento a la gente que ha trabajado por este libro,
como esta nota para que más gente pueda encontrar el grupo de donde
viene. Se prohíbe la venta parcial o total de este material.
Este es un trabajo amateur, no nos dedicamos a esto de manera
profesional, o no lo hacemos como parte de nuestro trabajo, ni tampoco
esperamos recibir compensación alguna excepto, tal vez, algún
agradecimiento si piensas que lo merecemos. Esperamos ofrecer libros y
relatos con la mejor calidad posible, si encuentras cualquier error,
agradeceremos que nos lo informes para así poder corregirlo.
Este libro digital se encuentra disponible de forma gratuita en Libros
Star Wars.
Visítanos en nuestro foro para encontrar la última versión, otros libros y
relatos, o para enviar comentarios, críticas o agradecimientos:
librosstarwars.com.ar.
¡Que la Fuerza te acompañe!
El grupo de libros Star Wars
CAPÍTULO
UNO
El Emperador cerró los ojos y dejó que la furia lo consumiera.
Una sacudida energética de ira recorrió su cuerpo, volviendo su sangre
negra como un veneno.
Una neblina rojiza nubló la oscuridad tras sus párpados. La niebla del
odio habría cegado la visión de un hombre inferior. Pero cuando el
Emperador abrió los ojos, el mundo teñido de sangre era más agudo que
nunca.
Claridad. Comprensión. Poder.
Eso era lo que la furia podía hacer por él. Eso era lo que los patéticos
Jedi nunca habían entendido, ya que rechazaron la furia, dejando que la
cobardía les bloquease el camino hacia el Lado Oscuro. Esa era la razón por
la que fueron eliminados, y el por qué el reinado del Emperador era
supremo, su poder incuestionado. Su férreo régimen inexpugnable.
Hasta ahora.
«Mi Señor, la Estrella de la Muerte ha sido… destruida».
El Emperador reprodujo el recuerdo del momento, puliéndolo en su
mente como una gema preciosa. Recordando: la voz de Darth Vader
mientras daba la noticia. La ira de Vader, tan vigorosa que el Emperador
había podido sentirla a media galaxia de distancia. Y con la ira, el terror,
porque Vader sabía cuán terriblemente había decepcionado a su Maestro.
Y Vader sabía que no era la primera vez.
El Emperador curvó sus dedos hasta formar un nudoso puño. La Estrella
de la Muerte, su arma más poderosa, tal vez el mayor logro de su reinado, la
clave para destruir a la tediosa Alianza Rebelde de una vez por todas…
definitivamente. Incluso ahora, los detestables rebeldes estaban sin duda
celebrando su victoria.
Una victoria irrelevante, por supuesto, y solo un tonto pensaría lo
contrario. Pero entonces, solo un tonto se uniría a la ridícula batalla contra
el Imperio.
Solo un tonto desafía lo inevitable.
La Alianza Rebelde no era más que una molestia, una mosca de los
molinos que debía ser aplastada.
Pero incluso una victoria irrelevante era inaceptable. Los rebeldes serían
castigados. El Emperador sonrió… los rebeldes serían aplastados. Y
pronto. Su impaciencia se acrecentó. La furia hizo hervir su sangre ante la
idea de esperar más. La rabia gritaba por ser liberada, y el Emperador sabía
que con un pensamiento podía destruir su opulenta oficina. Podía romper la
cimentación del edificio, haciendo llover escombros sobre las cabezas de
aquellos desafortunados seres atrapados dentro. Podía, con todo el poder de
su ira, desatar una bola de fuego de muerte.
Pero eligió esperar. Eligió el control.
Era otra cosa que los Jedi nunca entendieron. Una lección que incluso
Darth Vader, un estudiante tan eficiente de la escuela de la oscuridad, aún
tenía que aprender. La rabia solo era el comienzo.
Control, esa era la clave. Paciencia. La capacidad de canalizar el flujo,
doblarlo según tu voluntad. La ira era el combustible que impulsaba el Lado
Oscuro de la Fuerza. Pero el éxito dependía del dominio de la ira. Vader
empleaba su ira sin pensar; el Emperador acumulaba la suya, como un hutt
acumula su tesoro.
La destrucción de la Estrella de la Muerte era un revés, pero cada
derrota enmascaraba una oportunidad. Y esta era una oportunidad que el
Emperador tenía la intención de aprovechar.
De hecho, ya tenía un plan.
El Emperador activó su consola de comunicaciones, abriendo una línea
de comunicación con el teniente que estaba sentado temblando justo al otro
lado de la puerta, esperando su orden.
—Que entren.
Miles de años antes, la tribu primitiva que ocupó Yavin 4 erigió varios
templos enormes a través de la luna selvática. El más grande de ellos, el
Gran Templo, era una enorme pirámide escalonada cuyas paredes de piedra
salpicadas de musgo atravesaban las nubes. Desde el exterior, parecía tan
antigua y erosionada como la misma luna, como si un secreto sagrado y
místico estuviera encerrado en su interior. Pero el edificio había sido
recientemente restaurado y modernizado, con turboascensores, ordenadores
y puestos de observación, como corresponde al centro neurálgico de la
Alianza Rebelde.
Luke subió con el turboascensor improvisado hasta el último piso. No
podía creer que solo unas pocas semanas antes hubiera sido un granjero de
Tatooine, un don nadie atrapado en una vida intrascendente. Ahora estaba a
punto de iniciar una reunión con Jan Dodonna, el líder del ejército de la
Alianza Rebelde. ¿Y por qué no? Luke era, después de todo, un héroe. Con
la ayuda de sus amigos, había volado la Estrella de la Muerte. Había
salvado Yavin 4, y posiblemente a la misma Rebelión.
Aun así, cuando entró en la sala de conferencias y vio a Dodonna, Han,
Leia y un puñado de destacados líderes rebeldes mirándolo fijamente, no
pudo evitarlo.
Se sintió como un niño despistado.
El General Dodonna apenas esperó a que Luke se sentara antes de
comenzar a hablar.
—Nuestros espías han interceptado una transmisión imperial codificada
indicando que el Imperio no tiene planes inminentes de atacar Yavin 4.
—¿Pero por qué? —intervino Leia—. Ahora que tienen nuestra
ubicación, no tiene sentido que no nos ataquen.
—Estoy de acuerdo —Dodonna se pasó una mano por su tupida barba
—. Les dimos una desagradable sorpresa cuando hicimos explotar la
Estrella de la Muerte, pero no esperábamos que les llevara tanto tiempo
reagruparse. Están planeando algo… pero para cuando actúen, habremos
establecido una nueva base lejos de aquí. Tengo naves recorriendo la
galaxia en busca de un lugar apropiado.
—Nosotros estaremos encantados de ayudar de cualquier forma que
podamos, general —dijo Leia.
Han le lanzó una mirada. ¿Nosotros?, articuló.
El general negó con la cabeza.
—Me temo que no es por eso por lo que os he llamado aquí. Hemos
sabido algo más por la transmisión. Aunque no se están moviendo hacia
Yavin 4, el Imperio está determinado a tomar represalias por el golpe contra
la Estrella de la Muerte. Están planeando ataques dirigidos a eliminar a
nuestros principales líderes… entre otros. Como os podéis imaginar, hay un
objetivo que el Emperador desea ante todo.
Mientras Luke esperaba a que el General Dodonna revelara el objetivo,
de repente se dio cuenta de que todos en la sala lo estaban mirando.
—¿Qué?
—Eres tú, chico —dijo Han—. El enemigo imperial número uno.
—Me temo que sí —confirmó el General Dodonna.
Luke no estaba seguro de si debería sentirse orgulloso o aterrorizado.
—Según nuestras fuentes, el Imperio aún no tiene el nombre de Luke. A
partir de hoy, estamos instituyendo varios protocolos de seguridad nuevos,
diseñados para proteger las identidades de cualquiera que pueda ser un
objetivo imperial —explicó el general—. Todos vuestros roles en la
destrucción de la Estrella de la Muerte han sido reclasificados como de alto
secreto. Obviamente, vuestras identidades son conocidas por la mayoría de
los rebeldes en Yavin 4, pero todos los involucrados comprenden cuán
crucial es el secretismo para la causa rebelde.
—¿Qué pasa si el Imperio lo averigua? —preguntó Luke.
—¿No querrás decir cuando lo averigüen? —respondió Han.
Leia se puso de pie, golpeando con sus manos la mesa de conferencias.
—Entonces nos enfrentaremos a ellos juntos, y los derrotaremos —
sonaba casi ansiosa por la oportunidad.
Luke y Han intercambiaron una mirada. Leia era una ex-senadora
imperial, una bien conocida diplomática que (mediante su cargo oficial)
viajó por la galaxia, llevando mensajes de consuelo y paz. Pero a veces
Luke sospechaba que, en el fondo, ella era la guerrera más innata de todos
ellos.
CAPÍTULO
TRES
Cuando salieron de la Base Uno, Chewbacca y los droides estaban
esperando.
—Venga, Chewie —dijo Han, apenas haciendo una pausa para recoger
al wookiee—. Vámonos.
—¿Ir adónde? —preguntó Luke, apresurándose por detrás de ellos.
—¿Adónde crees? —preguntó Han, sonando sorprendido por la
pregunta—. Me llevo a mí mismo y a mi nave…
Chewbacca rugió indignado.
—Por supuesto, a ti también, Chewie. ¿Qué, crees que dejaría a mi
copiloto aquí para que sea desintegrado cuando aparezca el Imperio?
Saltaremos al hiperespacio y habremos cruzado media galaxia para la hora
de cenar —Han se detuvo y se volvió hacia Luke, clavó un dedo en su
pecho—. Y si tú eres inteligente, chico, te vendrás a dar un paseo. Debo
admitir que no eres mal piloto del todo. Algunos hábitos descuidados, pero
podrías ser útil una vez que te entrenemos un poco…
—¿No soy mal piloto del todo? —repitió Luke—. ¡Podría volar mejor
que tú con los ojos vendados y un brazo atado a la espalda!
Han simplemente se rio.
—Chico, yo estaba adelantando a aspirantes a contrabandistas de
especia en la Carrera Kessel a punto cinco de la velocidad de la luz cuando
tú aún recogías excrementos de bantha en Tatooine.
—Fui un piloto lo suficientemente bueno como para destruir la Estrella
de la Muerte —señaló Luke.
—Un disparo afortunado —dijo Han—. Les sucede a los mejores de
nosotros… y al resto también.
Luke se calló. Sabía que Han solo estaba bromeando… pero había
logrado alcanzar el mayor temor de Luke. Tal vez se suponía que él debía
efectuar ese disparo… tal vez la Fuerza lo había guiado hacia su destino, tal
como Obi-Wan había predicho.
O tal vez solo fue pura suerte.
—Puede que Luke sea inexperto —admitió Leia.
—¿Inexperto? —repitió Luke con incredulidad. ¿Ni siquiera Leia creía
en él?
—Pero al menos no está huyendo —Leia miró fijamente a Han,
desafiándolo a discutir.
—¿Quién ha dicho nada de huir? —replicó.
Chewbacca volvió a ladrar, dirigiendo a Han una mirada penetrante.
—Oye, hay una diferencia —insistió Han—. Nunca dije que me
quedaría por aquí para siempre, ¿verdad? No hay dinero que hacer aquí… y
si no pago a Jabba pronto, estoy muerto. Pero eso no quiere decir que esté
huyendo, Su Excelencia. Solo los cobardes huyen.
Leia parecía escéptica.
—Entonces, ¿cómo lo llamarías?
—Lo llamaría ser inteligente.
—¿Tú? —Leia sonrió—. ¿Inteligente?
Han ignoró el cebo. Se volvió hacia Luke, serio por una vez.
—Mira, chico, ya has escuchado al general. El Imperio te está cazando.
Lo único que se puede hacer ahora es desaparecer.
—El Imperio está cazando a un hombre misterioso —puntualizó Luke
—. Nadie sabe que yo soy el piloto que están buscando.
Han levantó los brazos con disgusto.
—Chico, mira a tu alrededor… todos en esta luna lo saben.
—Los nuevos protocolos de seguridad se encargarán de eso —señaló
Leia.
—Confía en los protocolos de seguridad si quieres —dijo Han—. Yo
confío en mi instinto. Y mi instinto me dice que cuando muchas personas
conocen un secreto, no será un secreto por mucho tiempo.
—Amo Luke, me inclino a estar de acuerdo con el Capitán Solo —dijo
C-3PO, sonando agitado—. Cuando dice que el Imperio le está cazando…
bueno, eso suena como una situación que podría terminar bastante mal, ¿no
cree? Quizás estaríamos más seguros en otro lugar, lejos de toda esta lucha
problemática.
R2-D2 dejó salir una larga cadena de pitidos.
C-3PO pareció enfurecido.
—Está bien y es bueno que lo digas —le dijo al droide—, pero algunos
de nosotros estamos diseñados para negociaciones en dignificadas cumbres
intergalácticas, no para… —su voz adquirió una nota de disgusto—,
batallas espaciales. Después de todo, soy un droide de protocolo que habla
con fluidez más de seis millones de formas de comunicación, y estoy
equipado con…
—Lo sabemos, Trespeó —dijo Luke cansado. El droide ofrecía alguna
versión de ese discurso al menos una vez al día—. Y lamento haberte
confundido en esto. Pero estamos dentro ahora. Y no voy a huir, sin
importar cuán peligroso pueda ser. Soy un rebelde, y me quedaré y pelearé.
Eso es lo que haría un Jedi, ¿verdad, Ben?, pensó. Pero, por supuesto,
no hubo respuesta. En dos momentos cruciales, creyó escuchar que Ben le
hablaba desde más allá de la tumba. Pero nunca había vuelto a suceder
desde entonces.
Luke estaba empezando a pensar que podría haber sido su imaginación.
—¿Lo ves? Luke no tiene miedo —dijo orgullosamente Leia.
Luke sonrió.
—Huir del tipo que apunta con un bláster a tu cabeza no es miedo, Su
Alteza —replicó Han—. Es inteligencia. ¿O no te enseñaron eso en la
escuela de princesas?
—Supongo que estaban demasiado ocupados enseñándonos la
importancia de luchar por lo que crees, incluso cuando la causa parece
desesperada —espetó Leia—. ¿O no te enseñaron eso en la escuela de
contrabandistas?
—Me enseñaron a mantenerme con vida, princesa. Y eso es todo lo que
trato de enseñarte.
—¡Oh, vaya, qué suerte tengo de haberte conocido! —dijo efusivamente
Leia, usando una afectada voz aguda y temblorosa—. No sé cómo me las he
arreglado hasta ahora sin tener a un hombre grande y fuerte como tú para
mantenerme a salvo.
Han se encogió de hombros.
—Tú lo has dicho, princesa, no yo.
—Vamos, Han —le instó Luke—. La Rebelión realmente te necesita.
—No serviré de nada a la Rebelión si estoy muerto —dijo Han—. Y
tampoco vosotros. Despegaremos en unas pocas horas… si queréis uniros a
nosotros, sois bienvenidos. ¿Queréis quedaros aquí? Bueno… ha sido un
placer conocerte, chico. A ti también, princesa —le dijo a Leia. Él le tendió
una mano para que ella la estrechara.
Ella se cruzó de brazos.
Han resopló.
—Como quieras. Vamos, Chewie.
El wookiee gimió un triste adiós mientras seguía a Han hasta la cubierta
principal del hangar.
—No crees que realmente se vaya, ¿verdad? —preguntó Luke, una vez
que se hubieron ido. A veces, Han podía ser molesto, pero seguía siendo un
buen piloto… y un buen amigo.
A Luke no le quedaban muchos de esos.
—Espero que lo haga —dijo enojada Leia—. Cuanto antes, mejor.
Pero Luke sospechaba que ella no lo decía en serio. A juzgar por la
expresión en su rostro, quería que Han se quedara tanto como él.
Quizá más.
—No crees que él tenga razón, ¿verdad? —preguntó Luke con
nerviosismo.
—De ninguna manera.
—Hay, de hecho, un noventa y cuatro punto dos por ciento de
posibilidades de que el Capitán Solo esté en lo correcto —señaló C-3PO—.
Especialmente si se tiene en cuenta…
—De ninguna manera —repitió Leia con firmeza—. Creo en la Alianza.
Te protegeremos, Luke. Y, ya sabes, yo también creo en ti.
—¿De verdad? —preguntó Luke, sonrojándose de placer.
—Por supuesto —dijo Leia, como si eso debiera haber sido obvio—. Ya
has demostrado que puedes hacer frente al Imperio y sobrevivir. La Estrella
de la Muerte era el arma más poderosa que tenían. ¿Qué podría ser peor que
enfrentarse a eso?
Luke se estremeció.
—Esperemos que nunca tengamos que averiguarlo.
Las horas pasaban a medida que X-7 se acercaba cada vez más a Coruscant.
X-7 sabía, debido a que había investigado extensamente sobre el
comportamiento «ordinario», que la mayoría de los seres sentían la
necesidad de ocupar el tiempo. Jugueteaban con un cuaderno de datos,
echaban una partida de dejarik, incluso miraban por la ventana al vacío del
espacio. Y cuando fuera necesario, X-7 haría lo mismo. En una misión, él
iba bien equipado para encajar.
Pero solo, no tenía esa necesidad. Había quitado el colchón de su litera.
Sentía el rígido duracero contra su espalda cómodamente familiar.
Apreciaba esas horas, solo en el espacio. Gran parte de su vida era actuar
con precaución. Los momentos solitarios como este proporcionaban un
alivio. Podía soltar la máscara y existir como realmente era: vacío.
Nadie en la galaxia había visto a X-7 así, con su verdadero ser expuesto.
Nadie excepto el Comandante, por supuesto, quien lo conocía por dentro y
por fuera.
Y debía hacerlo: el Comandante lo había creado.
Horas pasaron. Quizá días. No había forma de medir el paso del tiempo.
Luke tragó saliva, su garganta estaba seca y áspera. Se preguntó si el
guardia volvería alguna vez con más agua. O tal vez esto era lo que el
Imperio tenía reservado para ellos: una larga y lenta muerte por
deshidratación. Colgarían allí hasta que sus estómagos se encogieran, sus
cuerpos se secaran y se volvieran más y más débiles, hasta que rogaran el
final.
No hablaban mucho. Todos se habían retirado a sus propios
pensamientos. Tal vez estaban formulando planes de huida, pero Luke lo
dudaba.
La huida parecía imposible.
Ahora no había nada más que hacer salvo esperar.
Luke estaba dormido cuando la puerta se abrió de nuevo. Fue la luz lo que
lo despertó. Entrecerró los ojos, desacostumbrado a la luminosidad que
llenaba la habitación. Un muun, más alto y delgado que los otros que habían
visto, estaba de pie en la entrada, su reluciente túnica verde se extendía
hasta el suelo.
El muun asintió, y las esposas alrededor de las muñecas y tobillos de
Luke se soltaron de repente. Cayó al duro suelo con un doloroso golpe. Uno
por uno, sus amigos también se desplomaron en el suelo.
—Os pido disculpas por mis guardias —dijo el muun en Básico, con su
voz nasal sonando poco familiarizada con las vocales—. Tienden a dejarse
llevar.
Lentamente, Luke forzó a su cuerpo a una posición sentada. Cuando
trató de ponerse en pie, sus piernas casi ceden bajo él. Finalmente, se obligó
a incorporarse apoyándose contra la pared. Fuese lo que fuese lo que el
muun tenía reservado para ellos, Luke juró que encontraría la fuerza para
resistir.
Habían sido despojados de los blásters. Pero al menos todavía
conservaba su sable de luz. Algo era algo.
—¿Tus guardias? —preguntó Leia. Ella también estaba apoyada contra
la pared. Chewbacca había puesto a Han en pie y tenía un brazo peludo
alrededor del piloto. Solo Tobin Elad se mantenía firme y erguido, sin
secuelas aparentes de la terrible experiencia—. ¿No del Emperador?
El muun le ofreció a Leia una leve sonrisa.
—Incluso el Imperio tiene deudas que pagar —dijo crípticamente—.
Ocasionalmente elijo tomar mi retribución de una forma no monetaria.
Tener guardias imperiales a mi servicio puede resultar útil de vez en
cuando, pero ocasionalmente… —sacudió la cabeza—, ocasionalmente
pueden resultar excesivamente entusiastas. Y cuando eso sucede… bueno,
tengo entendido que ya sabéis de la suerte de Mak Luunim.
Luke intercambió una mirada significativa con Leia. Entonces Luunim
no había sido asesinado por el Imperio después de todo. Lo cual significaba
que su muerte probablemente no tenía nada que ver con su conexión con la
Alianza Rebelde.
—¿Tú ordenaste que lo mataran? —preguntó Luke—. ¿Por qué?
—Vamos, vamos, la precisión lo es todo —lo reprendió el muun—.
Muunilinst es un planeta civilizado: mandar asesinar a alguien sería un
crimen. ¿Pero puedo ser responsabilizado de las acciones que mis guardias
emprenden en propia defensa?
—No sabemos nada de los tratos de Luunim contigo —dijo Leia, sin
una sola nota de miedo en su voz—. Y no tenemos ningún interés en vengar
su muerte. No somos tus enemigos.
—Eso está por verse —le dijo el muun—. Primero aparecéis en la
residencia de Luunim. Luego vuestra farsa de haceros pasar por jugadores
para rastrearme. Habéis estado bastante ocupados… y, al parecer, muy
decididos a meteros en mis asuntos —sonrió al ver la expresión de sorpresa
en sus rostros—. Oh, sí, yo soy Nal Kenuun, el que habéis estado buscando.
Ahora, ¿podría alguien explicarme por qué me molestáis?
—¿Nosotros te molestamos a ti? —preguntó Han incrédulo—. Oye,
fácil solución, déjanos salir de aquí y nunca más te molestaremos.
—Hemos venido a por algo que nos pertenece —Leia habló sobre el
fanfarroneo de Han—. Luunim tenía una tarjeta de datos de códigos de
acceso financiero. Es nuestra, y creemos que tú la confiscaste junto con el
resto de sus posesiones de valor. Nos gustaría que nos la devolvieras, por
favor —sonaba como si estuviera exponiendo una solicitud oficial en la
Cámara del Senado, en lugar de suplicándole algo a su captor mientras se
encogía en su mazmorra.
Kenuun asintió.
—Sí, tomé posesión de los registros financieros de Luunim. Es probable
que tenga lo que estáis buscando. Y, por supuesto, si os pertenece, no tengo
derecho a retenerlo. No obstante…
—¿No obstante? —repitió Han—. No obstante nunca es bueno.
Chewbacca gruñó de acuerdo.
—No obstante vosotros tomasteis algo mío. Algo de gran valor.
—No te hemos quitado nada —insistió Luke.
—Al contrario, tomasteis una de mis posesiones más preciadas —
argumentó Kenuun—. Creo que lo conocisteis con el nombre de Grunta…
—¡Eso fue defensa propia! —protestó Luke—. Nos tendió una
emboscada.
—No lo pongo en duda —dijo Kenuun—. Meterse en problemas era
uno de los pocos talentos de Grunta. Esa es la razón por la que mantenía un
droide buscador en su estela… algo afortunado, o tal vez nunca habría
encontrado a los seres que lo mataron.
Así que los guardias no iban tras nosotros, pensó Luke. Iban tras el
dug.
—Los muuns somos seres honorables —dijo Kenuun—. Y me agradaría
devolveros vuestra posesión… una vez que vosotros reemplacéis la mía.
—¿Y cómo se supone que debemos reemplazar a tu mascota dug? —
preguntó Han.
—Haciendo su trabajo por él. Puede que Grunta tuviera muchas taras,
pero era un excelente piloto de vainas. Y en la carrera de vainas que se
celebrará en dos días iba a ganarme una gran suma de dinero.
—Las carreras de vainas son ilegales —dijo Leia—. La mitad de los
corredores acaban muertos.
—Así es. El pobre Grunta probablemente tuvo suerte de vivir tanto
tiempo como lo hizo. Y ciertamente el destino le encontró un final más
agradable que el que le tenían reservadas las carreras —el muun cruzó sus
largos y delgados brazos—. Sea como sea, la carrera sigue adelante. Uno de
vosotros tomará el lugar de Grunta en la carrera. Y ganará. Yo recibiré mi
dinero, vosotros recibiréis vuestra tarjeta de datos.
—¿Cómo sabemos que mantendrás tu parte del trato? —preguntó Luke.
Kenuun pareció ofendido.
—Soy un muun —dijo—. No hay nada más sagrado para mi gente que
cumplir nuestra palabra en asuntos financieros.
—Es verdad —señaló Han—. Los muuns te sacarán todo lo que tienes,
pero nunca hacen trampas.
—Eso es irrelevante —espetó Elad—. Ningún humano puede ganar una
carrera de vainas. Los mejores pilotos humanos tendrían suerte de siquiera
acabar la carrera sin estrellarse. Y como no creo que el wookiee esté a la
altura de la tarea…
—Uno de vosotros participará en la carrera —dijo de nuevo Kenuun,
inamovible—. Ganará. Entonces, y solo entonces, la tarjeta de datos será
vuestra.
—A menos que muramos en el intento —añadió Han.
El muun asintió hacia los dos soldados de asalto que lo flanqueaban a
ambos lados. Levantaron los blásters, apuntando hacia los prisioneros.
—Hay muchas formas de morir —dijo con serenidad—. Y por Mak
Luunim, sabéis cual es el destino de los seres que eligen no pagarme sus
deudas.
—Lo haremos —dijo Luke—. Competiremos, y ganaremos. Aceptamos
el trato.
Leia le lanzó una mirada alarmada.
—¿Siquiera has visto alguna vez una carrera de vainas? —preguntó ella
—. Es una muerte segura.
Luke había visto varias carreras de vainas: Tatooine era uno de los
pocos lugares que quedaban en la galaxia donde aún florecía ese deporte
ilegal. Sabía que ningún humano tenía los reflejos necesarios para competir.
Al menos, ningún humano ordinario.
Pero también sabía que no tenían otra opción.
Y sabía que cuando se trataba de pilotar, él estaba lejos de ser ordinario.
—Lo haremos —repitió—. Yo lo haré.
CAPÍTULO
DIECISIETE
La vaina de carreras del difunto dug era una Collor Pondrat de alta gama,
modelo Coloso Conector-2, con una velocidad máxima de 790 kilómetros
por hora. Según Nal Kenuun, también tenía un sistema de tracción
modificado y una aceleración mejorada. Sus voluminosos motores estaban
veteados con elaboradas llamas verdes y amarillas, mientras que la cabina
estaba pintada de un rojo furioso, con una «K» verde estampada a cada
lado.
Los guardias de Kenuun los habían llevado a un área vacía y desolada a
cien kilómetros de la ciudad. Una red de cavernosos barrancos se
vislumbraba a un lado, mientras que, por el otro, no había nada a la vista
salvo terreno llano y repleto de maleza que se extendía hasta el horizonte.
Se habían erigido tiendas para albergar a los otros pilotos de vainas y sus
equipos.
Sería una reducida carrera de élite, con solo otros cinco corredores.
Todos habían llegado y pretendían estar puliendo y ajustando
cuidadosamente sus motores. Pero era obvio que todos observaban al nuevo
competidor.
Luke se encajó en el estrecho asiento, el cual había sido diseñado a
medida para una criatura significativamente más baja que él. Leia hizo una
mueca cuando Luke se golpeó las rodillas con fuerza contra los controles de
dirección.
—Pareces un wookiee tratando de meterse dentro de un nido de gartro,
chico —bromeó Han.
Leia lo mandó callar… pero tuvo que admitir que era verdad. Kenuun
les había dado la posibilidad de elegir vaina de carreras, pero todas eran
igualmente inadecuadas para un piloto del tamaño de Luke. Las carreras de
vainas simplemente no estaban pensadas para humanos. Ella no sabía
mucho acerca de este deporte, pero Elad le había explicado que los mejores
pilotos a menudo alcanzaban en un recorrido más de 900 kilómetros por
hora. Los reflejos humanos no eran lo suficientemente rápidos como para
dar un giro brusco a esa clase de velocidades.
Y luego estaba el problema del tamaño. Las vainas de carreras eran
vehículos solo en el sentido más técnico del término. Leia nunca antes había
visto una de cerca antes, y todavía no podía creer que esa pila de partes de
motor apenas interconectadas fuera a llevar a Luke a través de la pista. La
diminuta cabina repulsora estaba conectada por cables largos y flexibles a
los dos enormes motores. Dado que la estructura era tan inestable, se
desequilibraba fácilmente. Esa era la razón por la que la mayoría de los
pilotos medía menos de un metro de altura. Cuanto menos peso en la
cabina, menos posibilidades había de que la vaina volteara, derribando a su
piloto.
En recorridos complicados, esto les sucedía incluso a los pilotos más
experimentados.
Y Luke, por admisión propia, no tenía ninguna experiencia en absoluto.
—¿Estás seguro de que entiendes los controles? —preguntó
nerviosamente Leia mientras Luke se preparaba para encender los motores
y despegar para su primer recorrido de entrenamiento. Los droides estaban
a su lado, recién limpiados y pulidos (Kenuun los había tratado un poco
mejor que a sus prisioneros humanos)—. Estoy seguro de que uno de los
otros pilotos podría…
—Sé lo que estoy haciendo —dijo Luke malhumorado—. Es como
pilotar cualquier otra cosa, ¿no?
—Solo mantente firme, chico —aconsejó Han—. No es necesario ir
demasiado rápido la primera vez.
Chewbacca dejó escapar un largo gruñido.
—Bueno, esperemos que sepa que no debe hacer eso —le dijo Han al
wookiee—. Sería una pena que se estrellase antes siquiera de que comience
la carrera.
Luke suspiró.
—Era el mejor piloto de Mos Eisley —les recordó, removiéndose
incómodo en el asiento. Sus rodillas casi le rozaban la barbilla—. Y yo soy
el único de nosotros que realmente ha visto una vaina en acción. Sé lo que
estoy haciendo.
Antes de que pudieran decir algo más, la vaina se elevó, una corriente
violeta crepitó entre los motores. Luke saludó con una mano, y la vaina se
alejó a toda velocidad, tan rápido que pronto no fue más que una mancha
roja contra el cielo grisáceo.
Los motores se retorcían y tambaleaban alarmantemente mientras Luke
luchaba por mantener el equilibrio. La cabina se balanceó de lado a lado,
entonces se inclinó hacia adelante, desplomándose hacia el suelo.
—¡No puede controlarla! —jadeó Leia, mirando a través de sus
electrobinoculares.
—Le irá bien —le aseguró Han—. El chico sabe lo que hace —pero
Han no parecía estar convencido.
—Odio sugerir esto —dijo Elad—, pero tal vez sea hora de empezar a
pensar en un plan de reserva. Si Luke no puede lograrlo…
Solo estaba diciendo lo que ella misma había estado pensando, pero
algo en Leia se rebeló ante estas palabras.
—Luke es el mejor piloto que he conocido nunca —dijo con fiereza.
—¡Hey! —protestó Han.
—El mejor —repitió Leia—. Solo necesita practicar. Le irá bien.
Elad arqueó las cejas.
—¿El mejor que has conocido nunca? —miró a lo lejos. La cabina de la
vaina se tambaleaba furiosamente ante las corrientes de aire. Debido a su
rumbo errático, Luke estaba luchando contra sus propias turbulencias—.
Incluso aunque ganara la carrera, Kenuun aún podría traicionarnos. Quizá
deberíamos pensar en…
—Seguiremos el plan actual —dijo Leia bruscamente, cortando toda
discusión adicional. Puede que hubiera dejado que Elad los acompañara en
su misión, pero no estaba dispuesta a ceder el control—. Tengo fe en Luke.
La vaina de carreras se inclinó precariamente hacia el lado derecho
mientras regresaba hacia ellos. Una ráfaga de llamas anaranjadas surgió del
motor derecho.
—¡Se ha sobrecalentado! —gritó Han, corriendo hacia la vaina.
Con un motor muerto, dirigirla era imposible. La vaina se precipitó
dando vueltas sin control. Los motores giraban salvajemente alrededor de la
cabina. De repente, la vaina se inclinó verticalmente y se disparó hacia
arriba por los aires.
—¡Luke! —exclamó Leia, saliendo tras Han. La vaina volteó boca
abajo y gimió cayendo en picado. Todavía estaba a casi un kilómetro de
altura cuando una pequeña figura cayó desde la cabina.
Un momento interminable después, el paracaídas de Luke se infló. Este
lo condujo lentamente hacia el suelo. La vaina se precipitó hacia abajo,
golpeando el suelo con un ensordecedor estrépito. Explotó al impactar,
lanzando al aire un ardiente rocío de combustible y esquirlas metálicas.
Luke se cubrió con el paracaídas y giró alejándose del sitio del
accidente, tratando de escudarse de los escombros que caían. Leia y los
demás casi le habían alcanzado cuando uno de los pequeños y ardientes
trozos de duracero aterrizó en su paracaídas.
El paracaídas estalló en llamas.
CAPÍTULO
DIECIOCHO
Luke era una bola de fuego. Han golpeó con su chaqueta el ardiente
paracaídas, tratando de sofocar las llamas.
—¡Rueda! —gritó. Luke comenzó a rodar por la tierra. Lentamente
(demasiado lentamente) las llamas se extinguieron.
El paracaídas era un amasijo ceniciento y ennegrecido. El cuerpo oculto
debajo yacía inmóvil.
—¿Luke? —dijo Leia suavemente con la voz llena de terror—. ¡Luke!
Él se movió.
Luke se quitó de encima el paracaídas carbonizado. Su rostro estaba
cubierto de hollín y su cuerpo de abrasiones, pero estaba vivo. Se levantó.
—Estoy bien —dijo, estirando sus extremidades una a una para
asegurarse de que era verdad—. Estoy bien.
Una oleada de alivio recorrió a Han.
—Ha estado cerca, chico —dijo, tratando de mantener su voz ligera. Si
Luke hubiera caído de la vaina más pronto, o más tarde… Si el paracaídas
no hubiera funcionado bien, o si la ropa protectora no lo hubiera protegido
de las llamas…
¿Comprendía Luke lo cerca que había estado del fin? Han observó
cómo la horrorizada mirada de Luke contemplaba los escombros humeantes
de la vaina de carreras.
Lo comprendía.
—El motor se ha incendiado —dijo Luke, dando algunos pasos
vacilantes—. Debe haber sido por un filtro de corriente defectuoso. Debería
haber hecho que Erredós lo comprobara antes de despegar. Ya lo sé para la
próxima vez.
—¿Próxima vez? —Leia negó con la cabeza—. Luke, no habrá una
próxima vez. Casi mueres. La vaina está destruida.
—Kenuun quiere ganar esta carrera… nos dará otra vaina —dijo Luke
con confianza.
—¿Y va a darnos otro tú?
—Dale un respiro, princesa —Han pasó un brazo alrededor de Luke—.
El chico ni siquiera sabe lo que está diciendo.
Luke se encogió de hombros apartando el brazo de Han.
—Sí lo sé. Y un vulgar filtro defectuoso no nos impedirá completar esta
misión. La Rebelión necesita que ganemos esta carrera.
La Rebelión necesita que tú vivas, pensó Han.
Pero mantuvo la boca cerrada.
X-7 confirmó que su línea de comunicación cifrada era segura, luego activó
la transmisión. Los demás estaban todos en la bodega principal, por lo que
no había riesgo de que nadie los oyera.
—Me he ganado la confianza de los rebeldes —informó al Comandante.
Era un alivio dejar caer la máscara de cordial heroísmo de la personalidad
de Elad y relajarse en la vacuidad de su verdadero ser—. El objetivo está al
alcance de la mano.
—Excelente —respondió el Comandante—. Espero que obtengas la
información sobre nuestro objetivo lo antes posible. El tiempo es esencial.
—Es posible que ya tenga una pista.
—Mantenme informado —dijo el Comandante, y cortó la transmisión.
X-7 decidió unirse a los demás en la bodega principal. Ya no era
necesario aislarse ahora que su líder lo había aceptado.
Más que aceptado, pensó con frío placer. Buscaba consuelo en él.
Amistad. Lo había hecho bien en su concepción de la identidad de Tobin
Elad. Como predijo, el noble guerrero herido era exactamente la persona
que Leia quería en su vida. Incluso aunque ella no se hubiera dado cuenta
hasta que «Elad» apareció.
Estos humanos son muy confiados, pensó X-7 con disgusto. Tan
ansiosos por creer en lo que ven en la superficie. Creían en el vínculo que
los unía. Pensaban que los hacía fuertes. Y tal vez fuera así. Pero sus
secretos los mantenían separados.
Y eso los hacía débiles.
Se podían creer a sí mismos cautelosos, pero eso era una broma.
Miraron a X-7 y vieron lo que querían ver; lo que él quería que vieran.
Para Han, él sería un compañero de armas. La recompensa había sido
una buena jugada, pensó X-7, felicitándose a sí mismo por construir una
identidad falsa tan completa. Kenuun le había hecho un verdadero favor al
hurgar en los registros de «Elad». Seguramente no podría haber una manera
más rápida de ganarse la confianza de Han.
Para Leia, él sería su igual, el audaz guerrero tan comprometido con la
lucha como ella. Sería lo que ella deseaba que fuera Han Solo… un secreto
que Leia escondía incluso de sí misma.
Pero no había secretos para X-7.
¿Para Luke? Para Luke, él sería un confidente, el único hombre que
creía que alcanzaría su destino Jedi.
Y esto no era una actuación: X-7 lo creía. Había visto a Luke pilotar esa
vaina de carreras: sabía de lo que era capaz el chico. Y si Luke era su
objetivo, bien… un Caballero Jedi sería un adversario formidable. Pero por
su propia admisión, Luke no era Jedi. Aún no.
X-7 se detuvo en silencio en el umbral de la bodega principal,
inadvertido. Observando.
Observando cómo Leia y Han miraban un cuaderno de datos,
discutiendo ruidosamente sobre su contenido.
Observando cómo el wookiee jugaba a dejarik con el droide de
protocolo dorado, gruñendo cada vez que se quedaba atrás.
Observando cómo Luke (piloto experto, aspirante a Jedi, posiblemente
la gran esperanza de la Rebelión) manejaba torpemente su sable de luz. El
haz azul relucía mientras luchaba por deflectar los disparos del droide
astromecánico, fallando una y otra vez. Un momento después, tropezó con
sus propios pies, cayendo hacia atrás y aterrizando en el suelo hecho una
piltrafa.
X-7 rara vez experimentaba emociones. Pero pensar en estos patéticos
humanos creyendo que eran rival para cualquiera de sus enemigos, incluso
para un enemigo como él, X-7 se permitió una sonrisa genuina.
Esto va a ser aún más fácil de lo que pensaba.
Notas
[1]Aquí el autor hace un juego de palabras entre Moneyland y Moneylend.
(N. del T.). <<