0 DBY FR1 Objetivo

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OPRESIÓN IMPERIAL.

UNA REBELIÓN CRECIENTE.


UN ASESINO LETAL.
Son tiempos peligrosos para la Alianza Rebelde. Todas las
esperanzas de la galaxia dependen de las aventuras de Luke
Skywalker, la Princesa Leia, Han Solo, Chewbacca, y un sinnúmero
de otros héroes…

La Estrella de la Muerte ha sido destruida. Pero en la base rebelde,


la celebración ha terminado. La Alianza ha interceptado una
transmisión codificada, indicando que el Imperio está decidido a
descubrir qué piloto fue el responsable de la destrucción de la
Estrella de la Muerte. Está en vigencia un nuevo protocolo de
seguridad: Los detalles de la misión Estrella de la Muerte son ahora
alto secreto, y nadie debe saber que Luke efectuó el disparo
decisivo.
Pero ese no es el único problema de la Alianza. Casi todas sus
finanzas se perdieron con la destrucción de Alderaan… y se han
quedado sin dinero. Su última esperanza es acceder a cuentas
secretas en Muunilinst, el antiguo hogar del Clan Bancario
InterGaláctico, y el corazón financiero de la galaxia. Así que Luke,
Leia, Han, Chewbacca y los droides se dirigen hacia Muunilinst.
El principal asesino del Imperio los estará esperando.
Fuerza Rebelde #1
Objetivo
Alex Wheeler
Esta historia forma parte de la continuidad de Leyendas.
Esta historia está confirmada como parte del Nuevo Canon.

Título original: Rebel Force: Target


Autor: Alex Wheeler
Arte de portada: Randy Martinez
Publicación del original: 2008

menos de un año después de la batalla de Yavin

Traducción: dreukorr
Revisión: dreukorr
Maquetación: Bodo-Baas
Versión 1.0
26.05.18
Base LSW v2.22
Declaración
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CAPÍTULO
UNO
El Emperador cerró los ojos y dejó que la furia lo consumiera.
Una sacudida energética de ira recorrió su cuerpo, volviendo su sangre
negra como un veneno.
Una neblina rojiza nubló la oscuridad tras sus párpados. La niebla del
odio habría cegado la visión de un hombre inferior. Pero cuando el
Emperador abrió los ojos, el mundo teñido de sangre era más agudo que
nunca.
Claridad. Comprensión. Poder.
Eso era lo que la furia podía hacer por él. Eso era lo que los patéticos
Jedi nunca habían entendido, ya que rechazaron la furia, dejando que la
cobardía les bloquease el camino hacia el Lado Oscuro. Esa era la razón por
la que fueron eliminados, y el por qué el reinado del Emperador era
supremo, su poder incuestionado. Su férreo régimen inexpugnable.
Hasta ahora.
«Mi Señor, la Estrella de la Muerte ha sido… destruida».
El Emperador reprodujo el recuerdo del momento, puliéndolo en su
mente como una gema preciosa. Recordando: la voz de Darth Vader
mientras daba la noticia. La ira de Vader, tan vigorosa que el Emperador
había podido sentirla a media galaxia de distancia. Y con la ira, el terror,
porque Vader sabía cuán terriblemente había decepcionado a su Maestro.
Y Vader sabía que no era la primera vez.
El Emperador curvó sus dedos hasta formar un nudoso puño. La Estrella
de la Muerte, su arma más poderosa, tal vez el mayor logro de su reinado, la
clave para destruir a la tediosa Alianza Rebelde de una vez por todas…
definitivamente. Incluso ahora, los detestables rebeldes estaban sin duda
celebrando su victoria.
Una victoria irrelevante, por supuesto, y solo un tonto pensaría lo
contrario. Pero entonces, solo un tonto se uniría a la ridícula batalla contra
el Imperio.
Solo un tonto desafía lo inevitable.
La Alianza Rebelde no era más que una molestia, una mosca de los
molinos que debía ser aplastada.
Pero incluso una victoria irrelevante era inaceptable. Los rebeldes serían
castigados. El Emperador sonrió… los rebeldes serían aplastados. Y
pronto. Su impaciencia se acrecentó. La furia hizo hervir su sangre ante la
idea de esperar más. La rabia gritaba por ser liberada, y el Emperador sabía
que con un pensamiento podía destruir su opulenta oficina. Podía romper la
cimentación del edificio, haciendo llover escombros sobre las cabezas de
aquellos desafortunados seres atrapados dentro. Podía, con todo el poder de
su ira, desatar una bola de fuego de muerte.
Pero eligió esperar. Eligió el control.
Era otra cosa que los Jedi nunca entendieron. Una lección que incluso
Darth Vader, un estudiante tan eficiente de la escuela de la oscuridad, aún
tenía que aprender. La rabia solo era el comienzo.
Control, esa era la clave. Paciencia. La capacidad de canalizar el flujo,
doblarlo según tu voluntad. La ira era el combustible que impulsaba el Lado
Oscuro de la Fuerza. Pero el éxito dependía del dominio de la ira. Vader
empleaba su ira sin pensar; el Emperador acumulaba la suya, como un hutt
acumula su tesoro.
La destrucción de la Estrella de la Muerte era un revés, pero cada
derrota enmascaraba una oportunidad. Y esta era una oportunidad que el
Emperador tenía la intención de aprovechar.
De hecho, ya tenía un plan.
El Emperador activó su consola de comunicaciones, abriendo una línea
de comunicación con el teniente que estaba sentado temblando justo al otro
lado de la puerta, esperando su orden.
—Que entren.

Diez de los hombres y mujeres más poderosos de la galaxia se situaron


frente al Emperador, el miedo se desprendía de ellos en oleadas. Estos eran
seres que podían destruir naves (o ciudades) con una sola palabra. Sus
corazones no conocían la misericordia; sus vidas se fundamentaban en
crueldades grandes y pequeñas; sus nombres aterrorizaban a sus enemigos.
Y sin embargo, temblaban ante él, empequeñecidos y debilitados por su
propio miedo.
Los miembros más destacados de su Guardia Real flanqueaban al grupo,
sus expresiones ocultas por las máscaras escarlata sin rasgos distintivos. El
Emperador había hecho grandes esfuerzos para asegurarse de que su sala
del trono fuera una visión impresionante e intimidante, desde las altas
paredes hasta el reluciente estrado. Por detrás de su trono ensombrecido,
una pared de ventanas de permaplex daba hacia el corazón de la noche de
Coruscant. Pero sus siervos ignoraban los símbolos del poder. Toda su
atención estaba fija en el Emperador.
—La Estrella de la Muerte ha sido destruida —les informó, observando
cuidadosamente sus reacciones.
El Capitán Thrawn no traicionó ninguna emoción. Control total, pensó
el Emperador con aprobación. Este llegará lejos. Crix Madine, líder de los
selectos Comandos de Asalto, frunció el ceño, y emociones en conflicto se
arremolinaron profundamente bajo la superficie. El estúpido pensaba que
podía ocultar sus dudas al Emperador. Esta necedad resultaba útil, así que el
Emperador la permitía. Por ahora.
El Comandante Grev T’Ran adoptó una pose sombría ante las noticias.
Pero antes de que la expresión adornara su rostro, el Emperador percibió
algo más. El comienzo de una sonrisa. Algo muy pequeño, un músculo
tenso, un parpadeo casi imperceptible, pero era suficiente. El Emperador
había sospechado de T’Ran. Ahora sus sospechas habían sido confirmadas.
Levantó un dedo, captando la atención de la Guardia Real. Entonces
asintió. La cara de T’Ran palideció cuando uno de los guardias se apartó de
la línea. Su túnica carmesí barrió el suelo mientras caminaba
silenciosamente hacia el traidor. Los otros oficiales miraron hacia otro lado,
sus expresiones adustas.
—¡Noooo! —T’Ran sacó su bláster—. No puede…
La pica de fuerza del guardia se clavó en el cuello de T’Ran,
silenciándolo para siempre. Su cuerpo se estremeció una vez, luego cayó al
suelo. La silenciosa figura roja esperó una orden del Emperador, pero el
Emperador negó con la cabeza. Podrían sacar la basura más tarde. Por
ahora, dejaría que el traidor se quedase donde estaba. Serviría como un útil
recordatorio.
—¿Cómo ha sucedido, señor? —preguntó uno de los oficiales—. La
Estrella de la Muerte era invencible.
—Eso nos hicieron creer —convino el Emperador.
Miró detenidamente al hombre que había hablado. Su expresión era
vacía, sus facciones compuestas en una máscara perfecta de serena lealtad.
Pero había algo por debajo de la superficie. No traición, no. Pero algo… el
Emperador se extendió con el Lado Oscuro de la Fuerza, explorando las
profundidades del hombre.
—Los rebeldes encontraron una debilidad —dijo el Emperador,
buscando una reacción que revelara la verdad—. Sabiamente, la
aprovecharon.
Rápidamente, repasó lo que sabía del hombre: Rezi Soresh, del planeta
Dreizan, un comandante leal y perseverante, con su brillantez mitigada por
la obediencia ciega. Justo como el Emperador lo prefería. Frío, ambicioso,
cauteloso… no el tipo de hombre que hablaría primero, o en absoluto,
cuando el silencio le sirviera mejor. Y en presencia del Emperador, el
silencio siempre servía mejor.
—¿Hubo… supervivientes? —preguntó Soresh. Hubo una perturbación
en la Fuerza cuando algo ardió dentro de él, algo afilado y brillante.
Esperanza.
Ah, sí. Ahora tenía sentido. Rezi Soresh, esposo de Ilaani Soresh, padre
de Kimali Soresh… o lo fue. Dos años antes, recién salido de la Academia,
Kimali se adhirió a un grupo de simpatizantes rebeldes. Cuando el grupo
cayó bajo sospecha, su madre lo ayudó a evadir el arresto. Ella le procuró
los documentos de texto que necesitaría para escapar y adquirir una nueva
identidad… y luego le reveló la verdad a Soresh, dándole la oportunidad de
despedirse de su hijo.
Soresh los entregó a los dos. Su recompensa: un ascenso a comandante.
La recompensa de su familia: cadena perpetua en el Campo de Trabajo de
Gree Baaker.
Varios pelotones de trabajo de prisioneros fueron asignados a la Estrella
de la Muerte, recordaba ahora el Emperador. Entre ellos, los prisioneros de
Gree Baaker.
El Emperador sonrió.
—No ha habido supervivientes.
La cara de Soresh permaneció inexpresiva mientras su esperanza moría.
El Emperador sospechaba que el propio Soresh ignoraba las emociones que
se agitaban bajo su superficie. Probablemente, pensaba que había dejado a
su familia (y a la culpa) muy atrás. El Emperador sabía la verdad.
—Solo Lord Vader ha escapado —añadió, disfrutando de la decepción
que llenó la sala. Él, por supuesto, era consciente de los mezquinos celos
dirigidos a su subordinado más favorecido. Nadie podía esperar entender el
vínculo que existía entre un Maestro Sith y su aprendiz oscuro. Darth Vader
le había fallado antes, y seguramente fallaría de nuevo, pero él seguía
siendo la única opción del Emperador.
Cierto, si hubiera otro, un ser con el poder y potencial de Vader, un Jedi
con una mente susceptible y un cuerpo sano que pudiera gobernar al lado de
su Maestro, Vader se volvería descartable. Pero los Jedi se habían ido para
siempre. Él se había encargado de ello.
—Lord Vader está viajando de regreso a Coruscant —dijo el Emperador
—. Y cuando vuelva, tomaremos las medidas necesarias para erradicar la
amenaza rebelde de una vez por todas.
—Pero señor, ¿por qué esperar? —preguntó el Capitán Thrawn—.
Conocemos la ubicación de la base rebelde. Sin duda podemos…
—Podemos hacer muchas cosas —dijo fríamente el Emperador,
disfrutando de la forma en que incluso Thrawn se encogía ante su mirada—.
Esperaremos un tiempo. No me arriesgaré a generar simpatía por la
Rebelión… cuando sea aplastada, debe ser aplastada completamente. Sin
embargo, esto no significa que no haremos nada —señaló con un dedo flaco
hacia la fila de oficiales—. Vosotros identificaréis a los principales líderes
rebeldes. Usaréis este conocimiento para destruirles, asegurando así que la
Alianza comience a desmoronarse desde dentro. Y descubriréis el nombre
del piloto responsable de destruir la Estrella de la Muerte —el Emperador
saboreó la rabia que ardía en su interior al pensar en él—. El piloto
morirá… y aquel que lo haga posible se verá abundantemente
recompensado.
Una vez más, exploró las emociones de sus oficiales. Por debajo del
miedo y el odio, sintió lealtad. Un afán de actuar. Querían complacerlo.
Pero Soresh quería más que eso. Quería matar: sed de sangre por el hombre
que había asesinado a su familia.
Bien, pensó el Emperador. La lealtad era útil. La venganza más aún.
Los oficiales salieron, seguidos por la Guardia Roja, dejando solo al
Emperador con sus pensamientos. Ahora se daba cuenta de que las cosas
estaban transcurriendo como procedía. Como debían.
Nunca dudaría del poder del Lado Oscuro de la Fuerza para que le
mostrara el camino a seguir. La destrucción de la Estrella de la Muerte era
seguramente necesaria, ya que lo guiaba a este nuevo camino.
La oscuridad se estaba concentrando, y el Emperador percibía que ese
piloto estaba en el corazón de ello. El Lado Oscuro de la Fuerza lo había
sacado a la luz. El Emperador solo tenía que encontrarle… y el Emperador
lo encontraría. Lo sabía con una certeza férrea. El piloto sería encontrado.
Una galaxia ordenada seguiría.
Era su destino.
CAPÍTULO
DOS
Luke Skywalker sujetó con más fuerza el sable de luz. Congelándose en el
lugar, contuvo la respiración, escuchando.
Estaba demasiado oscuro para ver, pero podía sentirlo en algún lugar,
observándole. Jugando con él. Y en cualquier momento…
¡PING!
Luke saltó hacia atrás. El disparo pasó de largo, chamuscando su
mejilla. Él retrocedió hasta toparse con un árbol, entonces arremetió con el
sable de luz. La hoja azul giró en un arco suave y brillante. Pero cortó a
través del aire vacío.
¡PING! ¡PING!
Con el corazón latiendo con fuerza, Luke movió el sable de luz de un
lado a otro, luchando por bloquear los disparos. Siempre un instante
demasiado tarde. Respiró hondo y se advirtió a sí mismo que no entrara en
pánico.
Usa la Fuerza, Luke. Imaginó que podía escuchar al viejo Ben Kenobi
aconsejándolo, pero por supuesto era solo su imaginación. Ben estaba
muerto. Aun así, Luke intentó sentir la Fuerza. Ben había dicho que estaba
a su alrededor, que solo tenía que extenderse y que estaría ahí.
Luke se extendió.
Nada.
Pero entonces: un crujido, a su derecha. Como una ramita siendo
aplastada. Y algo más, un suave clic. Como un arma siendo amartillada.
Luke se lanzó hacia su derecha, cortando con el sable de luz en un solo
movimiento fluido. Más disparos se acercaron rápidamente, y Luke dio
media vuelta, barriendo con el brillante sable de un lado al otro, desviando
la ráfaga.
Sonriendo, Luke levantó el sable de luz sobre su cabeza, listo para
desviar el siguiente bombardeo de fuego. Pero en lugar de cortar a través
del aire, el arma golpeó algo sólido. Hubo un chasquido grave y fuerte.
Luke se tensó, entonces (dándose cuenta de lo que estaba a punto de
suceder) saltó apartándose.
Nuevamente… demasiado tarde.
El golpe se produjo en la parte posterior de su cabeza. Luke dejó caer el
sable de luz y cayó, chocando con fuerza contra la maleza de la jungla. Un
objeto pesado aterrizó sobre él, inmovilizándolo. Sus dedos arañaron el
suelo, buscando el sable caído, pero no encontraron nada más que tierra.
Un clic suave se oyó mientras su atacante preparaba el arma.
—¡Nooo! —gritó Luke—. No hagas…
Impacto directo.
—¡Ay! —se quejó Luke. Puede que fuera solo un aguijonazo, un
disparo de baja energía, pero un golpe directo en el hombro dolía. Se quitó
la venda de los ojos y miró a R2-D2, quien salió rodando desde detrás del
árbol, luciendo tan satisfecho consigo mismo como un droide
astromecánico podía—. ¡Erredós, eso no es justo! —Luke hizo un gesto
hacia la rama del árbol sobre su espalda que lo inmovilizaba—. No puedo
bloquear el disparo así. ¡Deberías haber esperado a que me levantara!
R2-D2 lanzó un trino de pitidos y silbidos.
Luke suspiró. Había pasado suficiente tiempo con el droide para
adivinar lo que estaba tratando de decir.
—Lo sé, lo sé. En una pelea real, el enemigo no esperaría a que
estuviera listo —sin mencionar que en una pelea real, el enemigo estaría
disparando un bláster, en lugar de aguijonazos… y Luke estaría muerto.
Ahora que Luke podía ver de nuevo, divisó su sable de luz yaciendo en
un charco de barro. Extendió un brazo, pero el arma estaba más allá de su
alcance.
Tráeme el sable de luz, ordenó a la Fuerza, buscando en su interior el
poder para mover objetos con su mente. Sable de luz. Pero el sable de luz se
quedó donde estaba. Y Luke se quedó donde estaba. Atrapado.
—Vamos, Erredós —dijo finalmente—. Ayúdame a salir de aquí.
R2-D2 bipeó de nuevo, pero no se movió.
Luke suspiró. Puede que el droide astromecánico fuera su compañero
más leal, pero también era bastante sensible.
—Vale, lamento haber dicho que no estabas jugando limpio —se
disculpó—. Solo estabas haciendo lo que te dije que hicieras. Has hecho un
buen trabajo.
El droide emitió un pitido feliz y rodó hacia Luke, empujando el sable
de luz hacia su mano extendida. Muy pronto Luke cortó lo suficiente la
pesada rama como para salir de debajo. Se levantó y se sacudió el polvo.
A su alrededor, la exuberante jungla verde crujía y chirriaba, viva con
los gritos de los woolamanders y los pájaros susurradores, los murciélagos
gackle, los klikniks y las muchas otras especies nativas de Yavin 4. Luke no
pudo evitar sentir que todos se reían de él.
Mejor ellos que Han, pensó, apagando su sable de luz y deslizándolo de
vuelta a la funda que colgaba de su cintura. Llevaban en la Base Rebelde
casi dos semanas; lo cual significaba dos semanas de entrenamiento
infructuoso con el sable de luz. Y dos semanas de risas por parte de Han
Solo, quien estaba convencido de que el sable de luz no era bueno para nada
más que rebanar pan de frutadulce.
Luke sabía que Han tenía buenas intenciones… y que probablemente
tenía razón sobre el sable de luz, al menos cuando era Luke quien lo
empuñaba. Aun así, Luke había decidido que sería mejor practicar en la
jungla, sin nadie que lo observara más que R2-D2 y los altísimos árboles
massassi. Necesitaría mucha más práctica si alguna vez quería ser un
Maestro Jedi como Ben Kenobi.
Obi-Wan Kenobi, se corrigió Luke a sí mismo. Todavía era difícil de
creer que el extraño viejo ermitaño fuera en realidad el último de los
grandes Caballeros Jedi… y amigo del padre de Luke.
Encontraré la manera de seguir los pasos de mi padre, se prometió
Luke, apoyando una mano sobre el sable de luz. Es mi destino.
Pero en momentos como este, eso parecía imposible. Sentía que nunca
aprendería a manejar su sable de luz con la gracia y habilidad de Ben. E
incluso eso no fue suficiente para Ben… no al final.
Luke negó con la cabeza, tratando de borrar las imágenes. El sable de
luz de Ben atravesando el aire, chisporroteando con energía mientras
chocaba contra el haz rojo del arma de Darth Vader. Ben luchando por
igualar a Vader golpe a golpe… luchando y fallando. Ben levantando los
brazos en señal de rendición, encontrándose con los ojos de Luke por última
vez… El sable de luz de Vader cortando a través de Ben como si fuera tan
insustancial como el aire… La túnica de Ben cayendo al suelo, su cuerpo
desaparecido… Ben desvanecido.
Y Luke solo. Otra vez.
No podía parar de pensar en todo lo que había perdido, o quizás nunca
podría volver a empezar.
Su comunicador sonó, alejando los oscuros pensamientos.
—¿Dónde estás, chico? —preguntó la voz familiar de Han—. Leia ha
estado buscándote por todos lados.
Luke sonrió, feliz de que no hubiera nadie más que R2-D2 y algunas
salamandras mucosas alrededor para ver lo feliz que lo hacía escuchar eso.
Desde que rescató a Leia Organa (vale, desde que él y Han la rescataron) de
la Estrella de la Muerte, Luke había sentido una conexión especial con la
princesa de Alderaan. Desafortunadamente, Han también parecía sentir una.
—Entonces, ¿por qué no me ha llamado ella? —preguntó Luke.
—Supongo que Su Alteza tiene mejores cosas que hacer —bromeó Han
—. O tal vez solo tiene miedo de acercarse demasiado cuando tú estás
agitando el sable de luz.
Luke miró a R2-D2.
—¿Cómo sabes que yo…?
—Díselo a Trespeó —dijo Han, refiriéndose a C-3PO, el droide de
protocolo que Luke había adquirido en Tatooine junto con R2-D2.
Dondequiera que uno iba, el otro usualmente lo seguía. Trespeó estaba más
que un poco molesto porque no había sido invitado a la misión de
entrenamiento en la jungla—. Ese cubo de tornillos tiene una boca más
grande que la de un whiphid.
—Bueno, dile a Leia que me has encontrado, y estoy bien —dijo Luke,
molesto.
—Díselo tú mismo, chico —dijo Han—. El General Dodonna ha
convocado algún tipo de reunión de máxima prioridad en la Base Uno… y
nosotros somos los invitados de honor.

Miles de años antes, la tribu primitiva que ocupó Yavin 4 erigió varios
templos enormes a través de la luna selvática. El más grande de ellos, el
Gran Templo, era una enorme pirámide escalonada cuyas paredes de piedra
salpicadas de musgo atravesaban las nubes. Desde el exterior, parecía tan
antigua y erosionada como la misma luna, como si un secreto sagrado y
místico estuviera encerrado en su interior. Pero el edificio había sido
recientemente restaurado y modernizado, con turboascensores, ordenadores
y puestos de observación, como corresponde al centro neurálgico de la
Alianza Rebelde.
Luke subió con el turboascensor improvisado hasta el último piso. No
podía creer que solo unas pocas semanas antes hubiera sido un granjero de
Tatooine, un don nadie atrapado en una vida intrascendente. Ahora estaba a
punto de iniciar una reunión con Jan Dodonna, el líder del ejército de la
Alianza Rebelde. ¿Y por qué no? Luke era, después de todo, un héroe. Con
la ayuda de sus amigos, había volado la Estrella de la Muerte. Había
salvado Yavin 4, y posiblemente a la misma Rebelión.
Aun así, cuando entró en la sala de conferencias y vio a Dodonna, Han,
Leia y un puñado de destacados líderes rebeldes mirándolo fijamente, no
pudo evitarlo.
Se sintió como un niño despistado.
El General Dodonna apenas esperó a que Luke se sentara antes de
comenzar a hablar.
—Nuestros espías han interceptado una transmisión imperial codificada
indicando que el Imperio no tiene planes inminentes de atacar Yavin 4.
—¿Pero por qué? —intervino Leia—. Ahora que tienen nuestra
ubicación, no tiene sentido que no nos ataquen.
—Estoy de acuerdo —Dodonna se pasó una mano por su tupida barba
—. Les dimos una desagradable sorpresa cuando hicimos explotar la
Estrella de la Muerte, pero no esperábamos que les llevara tanto tiempo
reagruparse. Están planeando algo… pero para cuando actúen, habremos
establecido una nueva base lejos de aquí. Tengo naves recorriendo la
galaxia en busca de un lugar apropiado.
—Nosotros estaremos encantados de ayudar de cualquier forma que
podamos, general —dijo Leia.
Han le lanzó una mirada. ¿Nosotros?, articuló.
El general negó con la cabeza.
—Me temo que no es por eso por lo que os he llamado aquí. Hemos
sabido algo más por la transmisión. Aunque no se están moviendo hacia
Yavin 4, el Imperio está determinado a tomar represalias por el golpe contra
la Estrella de la Muerte. Están planeando ataques dirigidos a eliminar a
nuestros principales líderes… entre otros. Como os podéis imaginar, hay un
objetivo que el Emperador desea ante todo.
Mientras Luke esperaba a que el General Dodonna revelara el objetivo,
de repente se dio cuenta de que todos en la sala lo estaban mirando.
—¿Qué?
—Eres tú, chico —dijo Han—. El enemigo imperial número uno.
—Me temo que sí —confirmó el General Dodonna.
Luke no estaba seguro de si debería sentirse orgulloso o aterrorizado.
—Según nuestras fuentes, el Imperio aún no tiene el nombre de Luke. A
partir de hoy, estamos instituyendo varios protocolos de seguridad nuevos,
diseñados para proteger las identidades de cualquiera que pueda ser un
objetivo imperial —explicó el general—. Todos vuestros roles en la
destrucción de la Estrella de la Muerte han sido reclasificados como de alto
secreto. Obviamente, vuestras identidades son conocidas por la mayoría de
los rebeldes en Yavin 4, pero todos los involucrados comprenden cuán
crucial es el secretismo para la causa rebelde.
—¿Qué pasa si el Imperio lo averigua? —preguntó Luke.
—¿No querrás decir cuando lo averigüen? —respondió Han.
Leia se puso de pie, golpeando con sus manos la mesa de conferencias.
—Entonces nos enfrentaremos a ellos juntos, y los derrotaremos —
sonaba casi ansiosa por la oportunidad.
Luke y Han intercambiaron una mirada. Leia era una ex-senadora
imperial, una bien conocida diplomática que (mediante su cargo oficial)
viajó por la galaxia, llevando mensajes de consuelo y paz. Pero a veces
Luke sospechaba que, en el fondo, ella era la guerrera más innata de todos
ellos.
CAPÍTULO
TRES
Cuando salieron de la Base Uno, Chewbacca y los droides estaban
esperando.
—Venga, Chewie —dijo Han, apenas haciendo una pausa para recoger
al wookiee—. Vámonos.
—¿Ir adónde? —preguntó Luke, apresurándose por detrás de ellos.
—¿Adónde crees? —preguntó Han, sonando sorprendido por la
pregunta—. Me llevo a mí mismo y a mi nave…
Chewbacca rugió indignado.
—Por supuesto, a ti también, Chewie. ¿Qué, crees que dejaría a mi
copiloto aquí para que sea desintegrado cuando aparezca el Imperio?
Saltaremos al hiperespacio y habremos cruzado media galaxia para la hora
de cenar —Han se detuvo y se volvió hacia Luke, clavó un dedo en su
pecho—. Y si tú eres inteligente, chico, te vendrás a dar un paseo. Debo
admitir que no eres mal piloto del todo. Algunos hábitos descuidados, pero
podrías ser útil una vez que te entrenemos un poco…
—¿No soy mal piloto del todo? —repitió Luke—. ¡Podría volar mejor
que tú con los ojos vendados y un brazo atado a la espalda!
Han simplemente se rio.
—Chico, yo estaba adelantando a aspirantes a contrabandistas de
especia en la Carrera Kessel a punto cinco de la velocidad de la luz cuando
tú aún recogías excrementos de bantha en Tatooine.
—Fui un piloto lo suficientemente bueno como para destruir la Estrella
de la Muerte —señaló Luke.
—Un disparo afortunado —dijo Han—. Les sucede a los mejores de
nosotros… y al resto también.
Luke se calló. Sabía que Han solo estaba bromeando… pero había
logrado alcanzar el mayor temor de Luke. Tal vez se suponía que él debía
efectuar ese disparo… tal vez la Fuerza lo había guiado hacia su destino, tal
como Obi-Wan había predicho.
O tal vez solo fue pura suerte.
—Puede que Luke sea inexperto —admitió Leia.
—¿Inexperto? —repitió Luke con incredulidad. ¿Ni siquiera Leia creía
en él?
—Pero al menos no está huyendo —Leia miró fijamente a Han,
desafiándolo a discutir.
—¿Quién ha dicho nada de huir? —replicó.
Chewbacca volvió a ladrar, dirigiendo a Han una mirada penetrante.
—Oye, hay una diferencia —insistió Han—. Nunca dije que me
quedaría por aquí para siempre, ¿verdad? No hay dinero que hacer aquí… y
si no pago a Jabba pronto, estoy muerto. Pero eso no quiere decir que esté
huyendo, Su Excelencia. Solo los cobardes huyen.
Leia parecía escéptica.
—Entonces, ¿cómo lo llamarías?
—Lo llamaría ser inteligente.
—¿Tú? —Leia sonrió—. ¿Inteligente?
Han ignoró el cebo. Se volvió hacia Luke, serio por una vez.
—Mira, chico, ya has escuchado al general. El Imperio te está cazando.
Lo único que se puede hacer ahora es desaparecer.
—El Imperio está cazando a un hombre misterioso —puntualizó Luke
—. Nadie sabe que yo soy el piloto que están buscando.
Han levantó los brazos con disgusto.
—Chico, mira a tu alrededor… todos en esta luna lo saben.
—Los nuevos protocolos de seguridad se encargarán de eso —señaló
Leia.
—Confía en los protocolos de seguridad si quieres —dijo Han—. Yo
confío en mi instinto. Y mi instinto me dice que cuando muchas personas
conocen un secreto, no será un secreto por mucho tiempo.
—Amo Luke, me inclino a estar de acuerdo con el Capitán Solo —dijo
C-3PO, sonando agitado—. Cuando dice que el Imperio le está cazando…
bueno, eso suena como una situación que podría terminar bastante mal, ¿no
cree? Quizás estaríamos más seguros en otro lugar, lejos de toda esta lucha
problemática.
R2-D2 dejó salir una larga cadena de pitidos.
C-3PO pareció enfurecido.
—Está bien y es bueno que lo digas —le dijo al droide—, pero algunos
de nosotros estamos diseñados para negociaciones en dignificadas cumbres
intergalácticas, no para… —su voz adquirió una nota de disgusto—,
batallas espaciales. Después de todo, soy un droide de protocolo que habla
con fluidez más de seis millones de formas de comunicación, y estoy
equipado con…
—Lo sabemos, Trespeó —dijo Luke cansado. El droide ofrecía alguna
versión de ese discurso al menos una vez al día—. Y lamento haberte
confundido en esto. Pero estamos dentro ahora. Y no voy a huir, sin
importar cuán peligroso pueda ser. Soy un rebelde, y me quedaré y pelearé.
Eso es lo que haría un Jedi, ¿verdad, Ben?, pensó. Pero, por supuesto,
no hubo respuesta. En dos momentos cruciales, creyó escuchar que Ben le
hablaba desde más allá de la tumba. Pero nunca había vuelto a suceder
desde entonces.
Luke estaba empezando a pensar que podría haber sido su imaginación.
—¿Lo ves? Luke no tiene miedo —dijo orgullosamente Leia.
Luke sonrió.
—Huir del tipo que apunta con un bláster a tu cabeza no es miedo, Su
Alteza —replicó Han—. Es inteligencia. ¿O no te enseñaron eso en la
escuela de princesas?
—Supongo que estaban demasiado ocupados enseñándonos la
importancia de luchar por lo que crees, incluso cuando la causa parece
desesperada —espetó Leia—. ¿O no te enseñaron eso en la escuela de
contrabandistas?
—Me enseñaron a mantenerme con vida, princesa. Y eso es todo lo que
trato de enseñarte.
—¡Oh, vaya, qué suerte tengo de haberte conocido! —dijo efusivamente
Leia, usando una afectada voz aguda y temblorosa—. No sé cómo me las he
arreglado hasta ahora sin tener a un hombre grande y fuerte como tú para
mantenerme a salvo.
Han se encogió de hombros.
—Tú lo has dicho, princesa, no yo.
—Vamos, Han —le instó Luke—. La Rebelión realmente te necesita.
—No serviré de nada a la Rebelión si estoy muerto —dijo Han—. Y
tampoco vosotros. Despegaremos en unas pocas horas… si queréis uniros a
nosotros, sois bienvenidos. ¿Queréis quedaros aquí? Bueno… ha sido un
placer conocerte, chico. A ti también, princesa —le dijo a Leia. Él le tendió
una mano para que ella la estrechara.
Ella se cruzó de brazos.
Han resopló.
—Como quieras. Vamos, Chewie.
El wookiee gimió un triste adiós mientras seguía a Han hasta la cubierta
principal del hangar.
—No crees que realmente se vaya, ¿verdad? —preguntó Luke, una vez
que se hubieron ido. A veces, Han podía ser molesto, pero seguía siendo un
buen piloto… y un buen amigo.
A Luke no le quedaban muchos de esos.
—Espero que lo haga —dijo enojada Leia—. Cuanto antes, mejor.
Pero Luke sospechaba que ella no lo decía en serio. A juzgar por la
expresión en su rostro, quería que Han se quedara tanto como él.
Quizá más.
—No crees que él tenga razón, ¿verdad? —preguntó Luke con
nerviosismo.
—De ninguna manera.
—Hay, de hecho, un noventa y cuatro punto dos por ciento de
posibilidades de que el Capitán Solo esté en lo correcto —señaló C-3PO—.
Especialmente si se tiene en cuenta…
—De ninguna manera —repitió Leia con firmeza—. Creo en la Alianza.
Te protegeremos, Luke. Y, ya sabes, yo también creo en ti.
—¿De verdad? —preguntó Luke, sonrojándose de placer.
—Por supuesto —dijo Leia, como si eso debiera haber sido obvio—. Ya
has demostrado que puedes hacer frente al Imperio y sobrevivir. La Estrella
de la Muerte era el arma más poderosa que tenían. ¿Qué podría ser peor que
enfrentarse a eso?
Luke se estremeció.
—Esperemos que nunca tengamos que averiguarlo.

El Comandante Rezi Soresh había estado esperando mucho tiempo una


oportunidad como esta. Él sabía lo que todos pensaban de él. Que era todo
cerebro, sin agallas. Que era rápido en obedecer, pero lento de iniciativa.
Sabía que se reían de él, como la gente siempre se había reído… y lo
pagarían, como la gente siempre lo había pagado. Incluso Ilaani se rio de él,
como si ella…
No, pensó. No pensaría en la traidora o en su hijo. No en un momento
como este. Tenía trabajo que hacer. Esta nueva misión era su oportunidad de
probarse a sí mismo ante el Emperador, de una vez por todas. Una vez que
estuviera al lado del gran hombre, ya no habría más risas.
Ninguno de los oficiales del Emperador podía igualar la ambición de
Rezi, su inteligencia, su determinación. Y ciertamente ninguno podía
igualar su lealtad. Los objetivos del Emperador eran sus objetivos; los
deseos del Emperador, sus deseos; la voluntad del Emperador, su voluntad.
El Imperio era su vida.
Y él había probado eso como ningún otro.
Ahora lo probaría de nuevo, tan a fondo y tan impresionantemente que
nadie, ni siquiera el Emperador, sería capaz de ignorarlo. Y nadie sería
capaz de reírse.
El comunicador emitió el pitido de transmisión entrante. Soresh lo
colocó en la pantalla de visualización.
Unos ojos grises y vacíos lo miraron fijamente, hundidos en una cara
pálida y angulosa. La cabeza rapada había sido reemplazada por un mechón
de cabello negro, lo que hacía que el hombre pareciera más humano.
Las apariencias eran engañosas.
El hombre no habló. Meramente esperó órdenes; había sido bien
entrenado.
—Tengo un trabajo para ti —dijo Soresh.
El hombre asintió, todavía esperando.
—Es demasiado sensible como para discutirlo por un canal de
comunicaciones —le dijo Soresh—. ¿Cuán rápido puedes llegar a
Coruscant?
—Tengo algo que terminar aquí —dijo el hombre—. Entonces tendré
que buscar una nave —su voz estaba vacía de emoción. Al igual que su
cara, era inexpresiva, casi robótica. Como si fuera un droide fingiendo ser
humano y haciendo un mal trabajo al respecto. Pero Soresh, que lo conocía
mejor que nadie, sabía que no había partes mecánicas escondidas debajo de
la superficie.
Debajo de la superficie no había… nada. Parecía vacío porque lo estaba.
Soresh sabía esto… se había asegurado de eso.
—Puedo estar allí en tres días —dijo el hombre.
—Hazlo en uno —Soresh apagó el comunicador sin esperar una
respuesta. Sabía que el hombre obedecería. Pronto llegaría a Coruscant, y
entonces Soresh lanzaría al cazador sobre su presa.
Al pensarlo, un extraño escalofrío recorrió su espalda. No había motivo
de preocupación. Era un plan infalible, garantizado. Y aun así…
Tenía la sombría sensación de que acababa de sellar su propia perdición.
El hombre de los ojos vacíos estaba entrenado para matar… no conocía
nada excepto la alegría de la caza. Y pronto tendría al piloto que había
destruido la Estrella de la Muerte en la mira de su bláster. Entonces, ¿por
qué Soresh sentía que acababa de firmar su propia sentencia de muerte?
Así sea, pensó, imaginando su voz interior viajando a través del oscuro
vacío de la galaxia y susurrando al oído del piloto. Entonces tú y yo
moriremos juntos.
CAPÍTULO
CUATRO
—No somos nada —repite él, según le dicen. La luz lo ciega. Abre los
ojos de par en par contra el dolor—. No somos nadie.
—Me pertenecéis —dice el Comandante.
—Nosotros le pertenecemos.
Ellos son siete. Pero son uno.
Uno en mente. Uno en obediencia. Uno en vida.
Ellos no son nadie.
—Recuento —dice el Comandante.
Los jóvenes obedecen.
—¡X-1! —grita el primero.
—¡X-2! —el segundo.
Y así los siguientes.
Él espera. Y entonces:
—¡X-7! —grita.
Las luces se apagan. Oscuridad.
—Hora de dormir —dice el Comandante.
X-7 se prepara para el golpe. Siempre es más pronto de lo que espera,
siempre más duro. El dolor florece desde la parte posterior de su cabeza,
eclipsa el mundo.
Hora de dormir.
Una vez que trazó el rumbo hacia Coruscant, X-7 se tendió en su litera,
mirando hacia el techo.
El caza estelar Ave de Presa había visto días mejores, y no era
precisamente cómodo o bonito, pero el piloto automático lo llevaría adonde
tenía que ir. Al menos, eso es lo que el rodiano había alardeado antes de
morir.
Ya no necesitas ir a ninguna parte, amigo mío, le había dicho X-7 al
rodiano que yacía sin vida a sus pies. Así que estoy seguro de que no te
importará si me lo llevo a dar una vuelta. Entonces, había enfundado el
bláster y despegado.
El Comandante lo requería en Coruscant en un día. Y lo que el
Comandante quería, el Comandante obtenía.
Para X-7, esas palabras eran una forma de vida.
Literalmente.

Las esposas aturdidoras lo clavan contra la pared de duracero. La luz


atraviesa sus globos oculares, y la figura que lo enfrenta no es más que una
sombra.
Pero él sabe que es el Comandante. Siempre es el Comandante.
Él no forcejea. Solo espera que pase este momento, y luego el siguiente.
Aborrece el futuro; el pasado está prohibido. El presente es su único hogar.
—¿Quién eres? —pregunta el Comandante.
—Soy X-7.
—¿Cuál es tu propósito? —pregunta el Comandante.
—Servirle.
—¿Con qué fin? —pregunta el Comandante.
—Servir al Imperio.
—¿De dónde vienes? —pregunta el Comandante.
—De ningún lado.
Dolor. En todas partes a la vez. Nace dentro de él, expandiéndose más
allá de él, y entonces se desvanece.
—¿De dónde vienes? —pregunta nuevamente el Comandante.
—No puedo recordarlo —da la respuesta que el Comandante quiere
escuchar.
Dolor. Mayor ahora, más intenso, como un cuchillo vaciando su
interior.
—¡Mentiroso! —ruge el Comandante—. ¿Todavía no has aprendido que
es imposible mentirme?
Los sensores de su frente evalúan sus pensamientos, sus emociones. Él
no tiene secretos para el Comandante. No tiene secretos.
—¿Qué recuerdas de tu pasado? —el Comandante lo presiona.
—Nada —jadea él, anticipando ya el dolor que sigue en el siguiente
instante. La explosión en su cerebro arroja una sombra de oscuridad, y por
un momento feliz, él se pierde. Pero el Comandante lo llama de vuelta, le
hace despertar.
Él quiere obedecer. Quiere borrar sus recuerdos, vaciarse del pasado.
Lucha por borrarlo todo.
Él no tiene nombre. No tiene historia. Su vida está en blanco. No
recuerda nada excepto estos muros, la luz, la voz del Comandante. Dolor.
Casi nada… excepto…
Hay imágenes. Una niña pequeña, rubia, con una sonrisa inocente. Una
colina cubierta de hierba, y un poco más allá, un lago, fresco y refrescante.
Dos soles ardiendo en un cielo violeta. La voz de una mujer. Una mano en
su frente, suave y cálida. Él quiere olvidar… pero no tanto como quiere
recordar.
Son solo imágenes; son todo lo que le queda.
—Dime qué recuerdas —dice el Comandante. Su dedo se crispa sobre el
interruptor que traerá el dolor.
Él preferiría morir antes que sobrevivir a otra sacudida. Pero no lo
dejarán morir.
—Recuerdo… una niña —dice en voz baja—. Ella es mi… —¿hermana?
¿Amiga? ¿Hija? Pero el recuerdo no llega. Solo su cara. Solo su sonrisa—.
Ella es mía —le dice al Comandante.
El Comandante sonríe.
—Ya no.

Las horas pasaban a medida que X-7 se acercaba cada vez más a Coruscant.
X-7 sabía, debido a que había investigado extensamente sobre el
comportamiento «ordinario», que la mayoría de los seres sentían la
necesidad de ocupar el tiempo. Jugueteaban con un cuaderno de datos,
echaban una partida de dejarik, incluso miraban por la ventana al vacío del
espacio. Y cuando fuera necesario, X-7 haría lo mismo. En una misión, él
iba bien equipado para encajar.
Pero solo, no tenía esa necesidad. Había quitado el colchón de su litera.
Sentía el rígido duracero contra su espalda cómodamente familiar.
Apreciaba esas horas, solo en el espacio. Gran parte de su vida era actuar
con precaución. Los momentos solitarios como este proporcionaban un
alivio. Podía soltar la máscara y existir como realmente era: vacío.
Nadie en la galaxia había visto a X-7 así, con su verdadero ser expuesto.
Nadie excepto el Comandante, por supuesto, quien lo conocía por dentro y
por fuera.
Y debía hacerlo: el Comandante lo había creado.

Se sitúa frente al Comandante como un igual, aunque nunca serán iguales.


No más ataduras, no más sensores, no más bandas neurónicas para infligir
punzante dolor. Ellos ya están mucho más allá de eso. Él se sienta a un lado
del escritorio, el Comandante en el otro. Él espera.
—Felicidades, X-7 —dice el Comandante. Extiende una mano, y X-7
sabe cómo estrecharla. Ha sido bien entrenado. Puede actuar como
humano.
El Comandante le dice que es humano.
El Comandante le dice que las lecciones que ha aprendido (cómo
sonreír, cómo reírse, cómo imitar tristeza, miedo o alegría) son cosas que
solía entender instintivamente. Que una vez fue un ser como otros seres,
blando y estúpido.
Él siente pena por ese otro yo.
Él está agradecido al Comandante por eliminarlo.
—Debo admitir que siempre pensé que X-3 sería el indicado —dice el
Comandante, sacudiendo la cabeza—. Parecía de alguna manera…
inmune.
Pero no fue inmune a la vibrohoja de X-7 en su última sesión de
entrenamiento.
X-1 y X-6 fueron despachados fácilmente. X-2 había fallado, intentó
escapar. X-5 también había fallado, comenzando a murmurar sobre
alianzas, animó a los demás a ver al Comandante como su enemigo. Eso
fue antes de que las emociones de X-7 desaparecieran… fue capaz de
disfrutar de la matanza. X-4 se ahorcó con un látigo láser.
Y entonces fueron uno.
—Fueron tus amigos, una vez —dice el Comandante—. Tus compañeros
en nuestra emocionante nueva aventura. ¿No sientes tristeza por sus
muertes?
Él sabe que el Comandante lo está probando, pero ahora están más allá
de las pruebas. Él no siente ansiedad… no tiene nada que ocultar.
—No siento nada —dice honestamente—, excepto el deseo de obedecer.
El Comandante asiente.
—Estás listo. Solo una última cosa. Quiero presentarte a alguien —
presiona un botón en su consola y una pantalla se levanta del escritorio.
Aparece una cara.
Su cabeza está afeitada. Joven, apenas poco más que un niño, pero con
los ojos de un hombre, crueles y de un grisáceo rocoso. Sus finos labios
están presionados entre sí, una línea plana corre paralela al único pliegue
de su frente. Su piel está amoratada con contusiones que van
desvaneciéndose, y una red de finas cicatrices se extiende por su cráneo.
—¿Lo reconoces? —pregunta el comandante.
X-7 niega con la cabeza.
El hombre de la pantalla niega con la cabeza.
X-7 abre la boca para hablar.
El hombre de la pantalla abre la boca para hablar.
X-7 lo entiende.
El Comandante lo ve en sus ojos, presiona un botón, y la pantalla
espejada vuelve a caer en el escritorio. X-7 se da cuenta de que esta era la
prueba final.
La ha superado.
Él está listo.

Desde el último viaje de X-7 a Coruscant, el Comandante había cambiado


de oficina. Ahora estaba ubicado en el centro de una torre en el cuadrante
más rico del planeta. Pero esta oficina era idéntica a la otra, carente de
efectos personales. El espacio libre contenía solo un escritorio, un solo
estante y una pantalla de visualización del tamaño de la pared.
—Bienvenido —dijo el Comandante, haciendo un gesto para que X-7
tomara asiento.
Hubo un tiempo en que el Comandante fue el único ser que conocía. Su
rostro había llenado el mundo de X-7. Ahora, muchas misiones después,
después de viajar por la galaxia y encontrarse con seres de todo tipo, X-7
entendía que el Comandante era inusualmente delgado y débil. Sus ojos
llorosos, sus rasgos cansados, sus hombros encorvados… todo eso no era la
marca de un hombre intimidante.
X-7 observaba esto objetivamente, ya que todo lo veía objetivamente.
Vio al ser ante él como otros lo verían. Rezi Soresh, pensó, probando el
nombre en su mente, tratando de ajustarlo al hombre.
Pero no sirvió de nada. El hombre ante él siempre sería el Comandante,
el centro de su universo. Complacer al Comandante era todo lo que
necesitaba en la vida; decepcionar al Comandante era la muerte. Entendía
ahora que esto no era natural. Esta no era la forma en que otros seres vivían.
Los otros seres tenían sus propios deseos, nombres, identidades, historias.
X-7 no tenía nombre, solo una designación, como un droide. Los otros
hombres tenían libre albedrío, mientras que X-7 solo tenía a Soresh.
Sabía que esto era cierto, y sabía que Soresh le había hecho esto. Pero
saber la verdad no cambiaba nada.
X-7 también tenía libre albedrío… y, como todos los demás seres,
buscaba ser feliz.
La felicidad era obedecer a Soresh.
El Comandante pasó un cuaderno de datos sobre el escritorio.
—Una valiosa pieza de propiedad imperial ha sido destruida por la lacra
rebelde. Tu objetivo es el piloto que efectuó el disparo final. Te infiltrarás
en la Alianza Rebelde, obtendrás pruebas de su identidad e informarás. El
cuaderno de datos contiene todo lo que tenemos sobre la Alianza.
Operaciones, protocolos de seguridad, datos de personal… todo.
X-7 asintió.
—Te las arreglarás para estar en posición de matarle, a mi orden —
continuó el comandante—. Echarás la culpa a algún otro, para que tú
puedas permanecer en el corazón de la Alianza. Todo lo que ellos sepan, tú
lo sabrás. Y todo lo que tú sepas, yo lo sabré.
—¿Por cuánto tiempo? —preguntó X-7.
El Comandante sonrió.
—Hasta que el piloto haya muerto y la amenaza Rebelde haya sido
eliminada.
X-7 se levantó, metiendo el cuaderno de datos de forma segura en su
bolsa de herramientas.
—Así será.
CAPÍTULO
CINCO
—La situación es más grave de lo crees, princesa —dijo el General
Dodonna con expresión triste.
Cuando el general le pidió pasear por los exuberantes jardines del
templo, Leia no había esperado más que una tarde de conversación educada.
Pero el general obviamente tenía preocupaciones más serias en su
mente… preocupaciones que prefería mantener entre ellos.
—Una parte sustancial de los fondos de la Rebelión estaban en
Alderaan —dijo el general.
Leia se estremeció ante el nombre de su planeta natal.
Solo escuchar la palabra envió una onda de choque atravesándola.
El hermoso y pacífico Alderaan, desintegrado en mil millones de
pedazos de escombros espaciales. Cada ser en el planeta convertido en
polvo. Millones de vidas perdidas en un latido del corazón.
En su latido del corazón, mientras estaba en el puente de la Estrella de
la Muerte, impotente para detener la destrucción. No había nada que ella
hubiera podido hacer, lo sabía.
Y aun así, todavía se odiaba por eso. Por no hacer nada… mientras su
planeta, su pasado, su propio padre, se perdían para siempre.
Forzó a los recuerdos a retroceder a su interior, no queriendo revelar su
debilidad al General Dodonna.
—Los fondos, junto con varios códigos de acceso financiero claves, se
perdieron con la destrucción del planeta —continuó el general—. Nos
encontramos en una situación desesperada. Por supuesto, la Rebelión vive y
respira a través de los sacrificios de sus valientes guerreros, no obstante…
—suspiró—. Me temo que no debemos perder de vista las preocupaciones
más mundanas. Sin suficiente financiación, no tendremos naves, ni armas,
ni defensas, ni ninguna esperanza de establecer una nueva base.
—¿Todos los fondos estaban alojados en Alderaan? —preguntó Leia,
sorprendida de que la dirección de la Rebelión hubiera sido tan temeraria.
El general negó con la cabeza.
—Es por eso que quería hablar contigo. Tenemos un conjunto de
cuentas secretas en el planeta Muunilinst.
Leia se sorprendió. Aunque el Clan Bancario InterGaláctico había sido
disuelto, Muunilinst, su antiguo hogar, todavía era el corazón financiero de
la galaxia. Y una fortaleza imperial. Gracias a sus habilidades financieras,
los muuns eran una de las pocas especies alienígenas toleradas, e incluso
respetadas, por el Imperio. Pero Leia sabía que aún había una fuerte
presencia imperial en el planeta.
—Será peligroso recuperar los fondos —admitió el General Dodonna—.
Pero hay que hacerlo. Nuestro contacto en el planeta, Mak Luunim, tiene
una tarjeta de datos que contiene los códigos de acceso. Una vez que la
hayas recuperado, él está de acuerdo en ayudarte a transferir las cuentas a
otro mundo y a salir del planeta con seguridad.
—¿Salir yo del planeta con seguridad?
—Eres la única en quien confiaría para una misión como esta, princesa.
No mucho tiempo atrás, en lo que ahora parecía ser otra vida, Leia
prefería ser referida por su otro título, senadora. Orgullosa como estaba de
su derecho real de nacimiento, aún más orgullosa estaba del arduo trabajo y
la determinación que le ganaron un asiento en el Senado Galáctico. Ahora,
sin embargo, los títulos parecían indistintos. El Senado había sido disuelto;
Alderaan había desparecido. Y la persona que ella fue, la princesa amante
de la paz, la senadora de lengua afilada, también había desaparecido.
—El General Rieekan me espera en Delaya, en el Sistema Alderaan —
le recordó Leia. Un grupo de supervivientes de Alderaan, seres que habían
estado fuera del planeta cuando atacó la Estrella de la Muerte, habían
comenzado a reunirse allí. Leia estaba ansiosa por reunirse con ellos. Le
había dicho al General Dodonna que esperaba que los supervivientes
aceptaran unirse a la Alianza… y eso era cierto. Pero también sentía una
profunda necesidad de estar con su gente, y no solo porque fuera su líder.
Eran todo lo que le quedaba de su mundo natal. Ellos la necesitaban…
pero ella los necesitaba a ellos por igual.
—Si todo va bien, esta debería ser una misión fácil, entrar y salir —dijo
el general—. Puedes ir directamente de Muunilinst a Delaya. Es decir, si
estás dispuesta.
—Por supuesto, general —esa era la única respuesta posible. Cualquier
cosa que la Alianza le pidiera, Leia lo haría.
—Excelente. Ya he dispuesto el transporte; partirás mañana al atardecer.
Mak Luunim te está esperando. Y también Luke.
—¿Luke?
—Pensé que sería mejor para él que te acompañe. Ciertamente, ha
probado estar dispuesto y ser capaz de ayudar a la causa.
Y lo quieres fuera de Yavin 4, en caso de que el Imperio venga a
buscarlo, pensó Leia. Pero no podía estar en desacuerdo… y estaría
contenta de tener a Luke con ella. Le hubiera sabido mal dejarlo atrás.
¿Y eso por qué?, se preguntó a sí misma. Apenas conocía a Luke, y sin
embargo, en el poco tiempo que habían estado juntos, había llegado a ser
importante para ella. Más que eso, parecía casi parte de ella. Y él no es el
único, pensó. La sonrisa exasperante de Han pasó por su mente.
Leia negó con la cabeza, tratando de borrar la imagen.
Céntrate en la Rebelión, se recordó a sí misma. Nada más importa.
—No te decepcionaré, general —le aseguró.
—Nunca lo haces —él apoyó una mano en su hombro, regalándole una
sonrisa. Leia se puso rígida, de repente le recordó a su padre. Había vivido
por los momentos en que él le sonreía así, cariñoso y orgulloso.
Ella nunca volvería a ver esa sonrisa.
Una vez que Leia informó a Luke sobre la misión, se dirigieron al
espaciopuerto. Siempre era una buena idea reunirse con el piloto antes de
una misión, especialmente porque solo tenían un día para elaborar una
estrategia y preparar suministros. Cuando se acercaron a la cubierta del
hangar, Leia divisó a Chewbacca haciendo girar un carro de mangueras de
lubricante hacia el Halcón Milenario. Como siempre, el destartalado
carguero corelliano parecía estar ensamblado con cinta adhesiva y buena
suerte… pero Leia sabía por experiencia que era más resistente de lo que
parecía.
Han, apoyado contra el casco de popa del Halcón, les ofreció un saludo
desenfadado.
—¿Qué estás haciendo aquí todavía? —preguntó Leia con amargura.
—Esperando a mis pasajeros —Han mostró su increíblemente molesta
sonrisa torcida—. No te preocupes, una vez que Chewie termine de ajustar
el hiperimpulsor, dispondrá un festín digno de una princesa. Sé cuánto gusta
a los tipos reales como tú viajar a todo lujo.
Chewie dejó escapar un gemido largo y gorjeante.
Han puso los ojos en blanco.
—Sé que el servicio de comida no es parte de tu trabajo, zoquete peludo
—se inclinó hacia Leia y bajó la voz a un fuerte susurro—. Ese es el
problema con los wookiees… no pillan una broma.
Mientras Chewie rugía en protesta, Leia se obligó a sí misma a no
sonreír. Sabía que Han solo intentaba obtener una reacción por su parte,
pero ella no estaba dispuesta a complacerle.
—¿Qué te hace pensar que iré a ningún lado contigo?
Han se encogió de hombros.
—Nadie te obliga, Alteza. Si has cambiado de opinión acerca de ir a
Muunilinst, es problema tuyo.
Los ojos de Luke se agrandaron.
—¿Vosotros sois nuestro transporte a Muunilinst?
Han se puso firme y saludó de broma.
—A su servicio.
—Gracias, pero no, gracias, chico volador —Leia negó con la cabeza—.
Esta no es tu lucha, ¿recuerdas? Estoy segura de que tienes mejores cosas
que hacer… en el otro lado de la galaxia.
Por un segundo, Han pareció herido. Leia se sintió culpable. No quería
decirle las cosas así a él… simplemente surgían de ese modo cuando él
estaba cerca. Si no fuera tan exasperante. Había algo en él. A menudo
deseaba no haberlo conocido nunca… pero en el fondo, una parte rebelde
en ella no quería perderle de vista.
Han frunció el ceño.
—Mira, Su Señoría, sabes que este pájaro es el más rápido y feroz de la
galaxia. Si quieres llegar a algún lado, el Halcón Milenario es el modo.
—¿Y qué ganas tú? —preguntó Leia suspicazmente.
—Nada —dijo Han.
Chewbacca aulló, y Han le lanzó una mirada molesta.
—Vale, bien, sí que gano algo, pero apenas lo suficiente para pagar el
combustible. Luego os dejaré a los dos en Delaya, y nunca más tendréis que
volver a verme.
—¡Lo sabía! —dijo Luke, sonando emocionado—. Puedes decir todo lo
que quieras sobre alejarte de la Rebelión, pero a fin de cuentas, estás de
nuestro lado.
—Oye, relájate —protestó Han—. Solo os voy a llevar del punto A al
punto B. Confía en mí, no es porque me esté uniendo a vuestra alocada
Rebelión.
Luke negó con la cabeza.
—Di lo que quieras, pero sé que crees en esta lucha y quieres ayudar.
Leia miró a Luke con asombro. Él sonaba tan seguro. Como si pudiera
mirar directamente a través de Han y ver la verdad de su alma. Leia se
preguntó cómo sería estar tan seguro de las personas; ver en su interior sin
dudas o sospechas. Algunos podrían llamar a Luke ingenuo, pero había algo
osado en su voluntad de confiar en sus instintos.
Incluso cuando estaban equivocados.
—Aprecio el voto de confianza, pero me has juzgado completamente
mal —dijo Han, sonando casi arrepentido.
—No te he juzgado mal —había una nota extrañamente acerada en la
voz de Luke, diferente de su habitual tono juvenil e inquisitivo—. Te
conozco, Han. Puedo ver lo bueno que hay en ti, incluso si tú no puedes.
—No todos tienen un lado bueno, chico. No todos son como tú —Han
miró a Leia. Ellos se parecían en esto, se dio cuenta; ambos veían el peligro
en la disposición de Luke a confiar. Y tal vez ambos lo envidiaban—.
Cuanto antes descubras esto, más tiempo permanecerás vivo.
CAPÍTULO
SEIS
Comenzaría con Leia.
X-7 no tenía dudas sobre su plan. La Princesa Leia Organa era la cara
pública de la Rebelión, pero los informantes del Imperio sugerían que ella
era más que eso. Era una persona clave en la toma de decisiones, una
diplomática, una líder; ella sabría el nombre del piloto que destruyó la
Estrella de la Muerte. Y ella tendría acceso a él.
Mientras el Ave de Presa se precipitaba hacia la Base Rebelde, X-7
echaba una ojeada al cuaderno de datos, empapándose de cada retazo de
información que existía de Leia Organa. Su entrenamiento le había dado la
capacidad de leer y memorizar información a gran velocidad, y muy pronto
se había convertido en un experto en la princesa de Alderaan. Todo lo que
el Imperio sabía de Leia, X-7 lo sabía.
Sabía qué le gustaba y qué odiaba. Lo que respetaba. A qué tipo de
personas respetaba.
Y en una persona así se convertiría él.

Yavin 4 se alzaba ante el ventanal, la luna selvática estaba bañada en


remolinos azulados y verdosos.
La consola de comunicaciones se iluminó ante una transmisión entrante.
—Está entrando en un espacio restringido —advirtió una voz áspera.
—Solicito autorización para aterrizar.
La respuesta fue la esperada.
—Se requiere código de aterrizaje.
X-7 recitó el código que le había dado el Comandante, y armó sus
cañones láser. Le habían asegurado que los códigos rebeldes tenían solo
unos pocos meses de antigüedad y que se podía confiar en el espía que los
había entregado. Aun así, él confiaba en estar preparado.
—Permiso concedido. Puede aterrizar cuando esté listo.
X-7 sonrió. No porque fuera feliz, sino porque expresar emociones que
no podía sentir era un buen entrenamiento. Pronto él sería uno de ellos.

—Despacito y con cuidado —dijo el hombre, amartillando su bláster


cuando X-7 atravesó la escotilla del Ave de Presa—. Y mantén las manos
donde pueda verlas.
Entonces no habían sido engañados por el código de aterrizaje después
de todo. Astutos, pensó X-7 con aprobación. Permitirle aterrizar y dejar que
bajara la guardia antes de revelarse a sí mismos como una amenaza. De esta
forma, si él resultaba ser un enemigo, podrían destruirlo sin destruir su
nave.
Por supuesto, su estrategia asumía que él era más peligroso detrás de los
controles de disparo de un cañón láser que en tierra.
Era una mala suposición.
La cubierta del hangar de Yavin 4 era un centro de actividad bulliciosa.
Cazas ala-X partían en misiones mientras otros se tambaleaban llegando a
la pista, magullados y apaleados. Droides de mantenimiento y oficiales de
cubierta corrían de nave en nave, recogiendo partes de una para arreglar
otra, reabasteciendo y repostando con eficiente rapidez. X-7 pudo ver de un
vistazo que había menos naves de las necesarias, menos piezas, menos
pilotos, menos de todo.
Era casi risible la idea de que una operación como esta pudiera hacer
frente al Imperio. Algunos podrían haberlo llamado valentía. X-7 sabía la
verdad.
—Cuidado con eso, amigo —le dijo al guardia rebelde, cabeceando
hacia el bláster—. Odiaría que accidentalmente me abrieras un agujero —
mantuvo su tono casual.
—No sería nada accidental —gruñó el guardia—. Ahora qué tal si me
dices de dónde has sacado el código de aterrizaje.
—Del teniente Jez Planchet —dijo X-7—. Él me reclutó hace unos seis
meses. Me dio órdenes de traeros un mensaje… y luego incorporarme al
servicio. Estoy listo para servir a la Alianza Rebelde, donde sea que se me
necesite —estaba preparado para esto. Estaba preparado para cualquier
cosa.
El guardia entrecerró los ojos y movió un dedo sobre su cuaderno de
datos.
—Así que te topaste con Planchet en Kashyyyk, ¿eh?
X-7 forzó una leve sonrisa.
—El teniente Planchet ha estado infiltrado en Malastare durante el
último año. Señor —qué divertido que pensaran que podían engañarlo. Era
como jugar con un niño… manipulando cuidadosamente el campo de juego
para darle la ilusión de que estaba entre iguales.
El guardia asintió sucintamente.
—¿Y tienes algún tipo de prueba de que eres quien dices ser?
—En realidad, aún no he dicho quién soy —señaló X-7. Cualquier
respeto que pudiera haber tenido se estaba desvaneciendo rápidamente. Esta
no era forma de llevar un interrogatorio. Ni siquiera habían confiscado sus
armas: podría matar a la mitad de los hombres del hangar sin siquiera sudar
—. S’ree Bonard. Encantado de conocerte —tendió un cuaderno de datos
—. Aquí están mis documentos de ID, y los datos que Planchet me hizo
sacar de contrabando. Son planos de algún tipo de nueva nave imperial. El
teniente Planchet quería que llegaran directamente a Dodonna.
En realidad, todo lo que el teniente Planchet quería era una liberación de
la tortura a la que había sido sometido en su celda de la prisión imperial. De
hecho, sí que pasó varios meses encubierto en Malastare, completamente
aislado de sus aliados rebeldes.
Lo cual significaba que cuando el Imperio llegó a su puerta, no tuvo a
nadie a quien pedir ayuda.
Y cuando los expertos interrogadores del Imperio comenzaron su
trabajo, no tuvo esperanzas de ser rescatado.
Según el Comandante, Planchet permaneció en silencio al principio;
pero el cuerpo humano solo podía tolerar cierta cantidad de dolor. Al final,
entregó todos sus secretos rebeldes, suplicando solamente por el fin de la
tortura.
Y le dieron lo que pidió.
Los hombres muertos no sienten dolor.
El rebelde examinó cuidadosamente el cuaderno de datos. X-7 sabía lo
que iba a encontrar. Credenciales impecables probando que él era S’ree
Bonard, un hombre que nunca había existido. Planos falsificados para una
nave de combate que nunca sería construida. Una huella digital certificada y
códigos de la Alianza del teniente Planchet, cuya sublevación terminó con
un gemido y un disparo de bláster. Códigos obsoletos, sí, pero, ¿qué se
podía esperar de un hombre que había estado encubierto durante casi un
año?
—Todo parece estar en orden —dijo el guardia, la sospecha se
desvaneció de su voz—. Será mejor que le entregue esta información al
General Dodonna.
—El teniente Planchet solicitó específicamente que yo entregase los
planos personalmente —dijo X-7.
El rebelde negó con la cabeza.
—Eso no va a pasar. Tenemos algunos protocolos de seguridad
nuevos… no podemos permitir que abandones el hangar hasta que todo se
haya revisado.
X-7 fingió decepción. No era necesario revelar que el hangar era
exactamente donde quería estar.
—He estado en esa nave mucho tiempo —se quejó—. Esperaba con
ganas una buena comida, una ducha caliente…
—Créeme, te entiendo, amigo —interrumpió el guardia—. Pero todos
debemos cumplir nuestra parte por la Rebelión. Y ahora mismo, tu parte es
quedarte justo aquí hasta que yo obtenga tu autorización. ¿Entendido?
X-7 asintió.
—Entendido.
El guardia se fue, prometiendo regresar con autorización oficial en una
hora. Y X-7 fue dejado a su aire. Prohibiéndosele salir del hangar.
Lo cual, por supuesto, era lo último que quería hacer.
Caminó hacia una nave corelliana oxidada y llena de cicatrices que
coincidía con las especificaciones de una nave que sabía que Leia Organa
había usado. Un equipo de droides de mantenimiento estaba trabajando en
el motor dorsal de estribor, mientras que un delgado hombre de cabello
castaño con uniforme de oficial de cubierta luchaba con el plato parabólico
dorsal.
Cuando hizo una pausa, buscando una de sus herramientas, X-7 le
alcanzó un cortador de fusión.
—¿Problemas con la matriz sensora? —preguntó.
—Problemas con todo —gruñó el oficial de cubierta—. No puedo creer
que este pedazo de chatarra aún vuele.
—Tal vez no lo haga —dijo X-7 amablemente—. ¿No se ha pensado en
retirar esta nave?
—¿Retirar el Halcón? —el oficial de cubierta empalmó un conjunto de
cables conectándolos al receptor fotoeléctrico—. Será mejor que Solo no te
escuche decir eso.
—¿Eh? —Solo. X-7 archivó el nombre, y esperó. Prefería no hacer
preguntas. Era más efectivo permanecer callado y dejar que el objetivo
llenara el silencio.
—Ni siquiera debería estar trabajando en él —gruñó el oficial de
cubierta—. Solo nunca deja que nadie se acerque excepto ese wookiee. Por
mí, fantástico. Pero se han largado a una especie de sesión informativa, solo
hablar, hablar, hablar, mientras que soy yo el que realmente tiene que hacer
algo, solo digo eso. Así que aquí estoy, perdiendo el tiempo hurgando entre
la mugre. Como si no tuviese cosas mejores que hacer que más reparaciones
en una nave que debería estar en un desguace.
—¿Crees que terminarás para cuando tengan que irse? —X-7 mantuvo
su voz casual. Despreocupada.
—Tengo algunas horas más, y solo un par de reparaciones más que
hacer. No debería ser problema.
—En ese caso, tal vez tengas tiempo para echar un vistazo a algo por mí
—dijo X-7, con un nuevo plan comenzando a converger—. No debería
llevar más de un momento… realmente me sería útil una opinión experta.
El oficial de cubierta sonrió.
—Eso es todo lo que tengo, compañero. Además, será agradable
trabajar con alguien que realmente me valora, solo digo eso. Ese wookiee
siempre gruñe y aúlla cada vez que acerco mi herramienta a su escudo
deflector. ¿Y la última vez que fui lo suficientemente tonto como para tratar
de tocar el hiperimpulsor? Bueno, afortunadamente todavía conservo ambos
brazos, solo digo eso.
—Es por aquí —dijo X-7, llevando al oficial de cubierta a una esquina
apartada del espaciopuerto. Un gran montón de generadores dañados los
protegía de miradas ajenas—. He estado teniendo un gran problema.
El oficial de cubierta pareció confundido cuando X-7 se detuvo.
Excepto por algunas cajas con piezas de repuesto, el área estaba vacía.
—No hay ninguna nave aquí… ¡hey! —su grito se desvaneció cuando la
toxina nerviosa inyectada comenzó a actuar. El hombre estuvo muerto antes
de tocar el suelo.
X-7 le quitó el uniforme, luego deslizó su cuerpo a través de una
hendidura entre los generadores apilados donde, con un poco de suerte, no
sería descubierto en días.
—Problema resuelto.
Le tomó solo unos minutos deslizarse a bordo del Halcón Milenario y
acceder al ordenador de navegación, el cual había sido programado con un
curso hacia Muunilinst. Ahora sabía hacia dónde se dirigían… y, después de
hacer algunas modificaciones en los sistemas de la nave, sabía exactamente
cómo los interceptaría.
Después de eso, solo necesitaba encontrar un modo de salir de la luna.
¿Y qué podía ser más simple? Tenía el Ave de Presa. Tenía su bláster.
Y momentos después, tenía a un piloto rebelde joven y aterrorizado
dispuesto a hacer cualquier cosa que le pidiera. El cañón de un bláster
clavado en la caja torácica tendía a tener ese efecto en las personas. Un
soldado más experimentado podría haber aprovechado la situación, dándose
cuenta de que X-7 no podía permitirse disparar. No si quería escapar vivo.
Un soldado más experimentado ciertamente habría sabido que no debía
subir al Ave de Presa como le ordenaban, y tampoco transmitir la serie de
códigos necesarios para obtener autorización de partida.
Un soldado más experimentado probablemente no habría creído en la
promesa de X-7.
—Haz lo que digo y te dejaré vivir.
Pero X-7 había elegido bien, y este soldado no era un soldado en
absoluto. Era poco más que un crío asustado, llevando el uniforme como un
disfraz.
Y, una vez cumplido su propósito, era desechable.
No hubo necesidad de usar el bláster. El vacío del espacio hizo bien el
trabajo, sin dejar detrás un desastre sangriento. Mientras el cuerpo del piloto
se alejaba a la deriva hacia la oscuridad, X-7 estableció un curso hacia
Muunilinst. Era hora de poner en marcha su plan.

El hombre que necesitaba probó ser fácil de rastrear. Pronto su rostro


anguloso y canoso se alzaba en la pantalla del comunicador.
—Te saldrá caro —dijo el piloto, una vez que escuchó la propuesta de
X-7.
—Di tu precio —sugirió X-7—. Mi empleador tiene los bolsillos
grandes.
—¿Y estás seguro de que es sensato? Solo tiene una reputación, ¿sabes?
Tendrías que estar loco para ir contra el Halcón Milenario. Especialmente
con un caza TIE. Esas cosas prácticamente explotan si estornudas sobre
ellas.
—Me he ocupado del Halcón. Simplemente aparece en las coordenadas
que te he dado. Es completamente seguro —X-7 sonrió, ofreciendo una
perfecta simulación de franca sinceridad—. Tienes mi garantía personal.
El Sistema Muunilinst estaba todavía a unas horas cuando X-7 comenzó
su transformación. Comenzó por el físico; a X-7 se le había enseñado que el
cambio ocurría de fuera hacia dentro. Y su medpac especializado haría que
el cambio fuese fácil.
Doloroso, pero fácil.
Ignorando el anestésico nervioso local, usó una pequeña maza de
duracero para aplastar sus huesos nasales. Los recolocó con el soldador de
huesos, añadiendo una protuberancia y una ligera curva que le daban a su
cara un aspecto completamente diferente. Lentillas coloreadas volvieron sus
ojos de un verde brillante, y un tatuaje negro en su cuello lo marcó como
miembro de los A’mari. Estos eran la antigua clase dirigente de Malano III,
el planeta que él alegaría como el suyo.
Las posibilidades de que Leia supiera algo sobre Malano III o los
A’mari eran bajas, pero X-7 no dejaba nada al azar.
Su nueva identidad era la de un guerrero, y un guerrero necesitaba
cicatrices. Talló con el bisturí sónico una línea dentada desde su ojo
izquierdo hasta su barbilla, deleitándose con el dolor.
Había formas más fáciles, pero él prefería el dolor. Mantenía su mente
despejada. Le recordaba lo que estaba en juego.
Le recordaba al Comandante, y el único hogar que había conocido.
Un bláster configurado en aturdir, apuntado al pecho, la espalda, los
hombros.
Una sencilla aplicación de bacta, y su identidad falsa estaba completada:
un guerrero con cicatrices de batalla, recién salido del frente de combate.
X-7 buscó los detalles de su nueva identidad en el cuaderno de datos,
pasando sus ojos una y otra vez sobre ellos, aunque ya estaban almacenados
en su cabeza.
—Tobin Elad —repitió en voz alta probando el nuevo nombre con su
boca—. Soy Tobin Elad —se observó decir a sí mismo sobre una placa de
transpariacero reflectante, dominando cada contracción ocular, cada tic de
los labios, cualquier signo que pudiera revelar la mentira.
Practicó la sonrisa, iluminando sus ojos muertos con una vida que casi
parecía real.
Practicó reír.
Practicó la mentira de su humanidad hasta que casi se la creyó él
mismo. Y entonces supo que estaba listo. X-7 se ocultaría bajo la superficie,
preparado, esperando a que Tobin Elad hiciera el trabajo. Y cuando lo
hiciera, X-7 emergería. Y atacaría.
Borró los detalles de su identidad falsa del cuaderno de datos, e hizo
que este mostrara la imagen de Leia, la que vio por primera vez. Tenía unos
pocos años menos, de un tiempo en que sus ojos todavía no habían
adoptado su mirada triste y atormentada. Ella estaba sonriendo, su largo
cabello estaba envuelto alrededor de su cabeza en una elaborada trenza. Su
cabeza estaba inclinada ligeramente hacia delante, como si estuviera a
punto de compartir un secreto con la holocámara.
Esta era la Leia que planeaba tener como objetivo. Esta Leia todavía
existía, estaba seguro de ello. La Leia más joven y dulce que vivía por
debajo de la cínica rebelde. La que anhelaba conectar con alguien que
realmente pudiera comprenderla, alguien con quien pudiera compartir todos
sus secretos.
—Tu espera casi ha terminado, princesa —susurró X-7, con los ojos
fijos en el rostro de ella—. Voy de camino.
CAPÍTULO
SIETE
—Voy a sacarnos del hiperespacio justo ahora —informó Han a sus
pasajeros—. Estaremos justo fuera del Sistema Muunilinst, por lo que
debería ser fácil navegar de aquí en adelante.
—Ya era hora —se quejó Leia—. Si tengo que quedarme atrapada en
esta lata contigo mucho más tiempo, gritaré.
¿Atrapada conmigo?, pensó Han frustrado. Ella era quien lo había
estado molestando durante todo el viaje… revisa esto, prueba lo otro, has
pensado en aquello, y así sucesivamente. La princesa simplemente no sabía
cómo mantener la boca cerrada.
—Siéntete libre de largarte —replicó Han, haciendo un gesto hacia las
relucientes estelas estelares que pasaban más allá de la nave—. Dilo y te
dejaré caer por la escotilla.
—Realmente lo harías, ¿verdad? —preguntó incrédula Leia.
—Puedes apostarlo, cariño.
Chewbacca gruñó.
—Oh, sí, lo haría —insistió Han—. Y si no dejas de ponerte de su
parte, puedes irte con ella, bola peluda.
Chewbacca aulló.
Han puso los ojos en blanco mientras sacaba la nave del hiperespacio.
—¿Desde cuándo eres tan sensible, Chewie? Solo estaba… ¡whoa! —la
nave se estremeció.
—¿Qué está pasando? —gritó Leia, casi cayendo sobre su regazo. Se
sujetó justo a tiempo.
—Alguien nos está disparando, princesa. En caso de que no lo hayas
notado —Han giró el Halcón, tratando de divisar a su atacante. El tipo
estaba justo a su estela.
Han elevó bruscamente la nave, luego viró a estribor, esquivando otra
ráfaga de fuego láser.
—¡Alguien nos está disparando! —gritó Luke, trepando ya por el tubo
que conducía al cañón láser cuádruple ventral.
—No me digas —Han aceleró, tratando de alejarse un poco del
atacante, el cual era un buen tirador. Puso el Halcón en una abrupta
inmersión, luego arriba, estrechamente, nivelándose con el enemigo—. ¡Te
tengo! —gritó, cuando el caza TIE apareció a la vista—. Chico, ¿por qué no
estamos borrando del cielo a ese gusano imperial?
—¡Algo va mal! —incluso a través de la estática del comunicador, la
alarma en la voz de Luke llegó fuerte y clara—. El sistema de armas está
desactivado.
—¡Bueno, actívalo! —Han sacudió la cabeza hacia Chewie, pero el
wookiee ya estaba en marcha, seguido de cerca por R2-D2.
—Señor, ¿podría sugerir acciones evasivas? —intervino C-3PO.
—Excelente sugerencia —dijo Han con los dientes apretados. Ejecutó la
maniobra del sacacorchos—. Ojalá se me hubiera ocurrido a mí.
—Aun así, debemos volver a activar los láseres, Capitán Solo —añadió
C-3PO. El cubo de tornillos era una fuente interminable de útiles consejos
—. De lo contrario, me temo que estimo nuestras probabilidades en siete
mil trescientas treinta y seis contra…
—¿Qué te tengo dicho sobre citarme las probabilidades? —Han
aumentó el impulso. La nave se sacudía y estremecía a medida que el fuego
láser imperial se estrellaba en el escudo deflector. Estaban demasiado cerca
de las lunas de Muunilinst para entrar de forma segura en el hiperespacio,
pero si podía conseguir un poco de espacio…
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Leia alarmada.
—Huir —espetó Han—. A menos que todavía pienses que eso es de
cobardes.
—No, huir es bueno —dijo Leia rápidamente—. Vámonos. Pero, ¿por
qué no podemos saltar al hiper…? —Leia se quedó muda cuando una
segunda nave dejó el hiperespacio.
—Compañía —dijo Han sombríamente. Un caza estelar Ave de Presa
oxidado. No era rival para el Halcón… si el Halcón pudiera disparar.
Tenían que salir de allí, rápido. Sus escudos no podrían soportar otro golpe
directo. Y si el sistema deflector también fallaba…
—¡Espera! —Leia puso una mano en su hombro—. ¡Mira!
La nueva nave se abalanzó hacia el TIE. Fuego láser iluminó el cielo. El
TIE se balanceó bruscamente a babor, devolviendo el fuego. Se anotó un
golpe directo contra el Ave de Presa.
—¿Qué está haciendo? —dijo Han, preguntándose qué tipo de chiflado
estaba pilotando la nave—. Esa vieja nave no puede soportar ese tipo de
fuego.
El Ave de Presa esquivó la siguiente ráfaga y desencadenó una
andanada láser propia. Las naves bailaban una alrededor de la otra, fuego
láser estallaba por todos lados. Han no podía hacer nada excepto mirar.
Lo odiaba.
—¿Qué pasa con esos cañones láser? —gritó. Esta era su pelea.
—No ha habido suerte —respondió Luke—. Los cañones están
atascados, e incluso aunque pudiéramos hacer que funcionen, no tenemos
capacidad de orientación. ¡Todo el sistema se ha vuelto loco!
—Genial —murmuró Han—. Simplemente genial.
Giró la nave y aceleró, dirigiéndose directamente hacia el caza TIE.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Leia, el pánico llenaba su voz—.
¿Qué ha pasado con eso de huir?
—Cambio de planes —dijo Han, acelerando aún más la nave.
—¡No tenemos armas!
—Me alegro de que hayas estado prestando atención —el TIE se alzaba
en su punto de mira—. Pero él no lo sabe.
—Esa otra nave lo está haciendo bien…
—No sé tú, Alteza, pero yo lucho mis propias batallas.
—¿Y cómo, exactamente, se supone que debemos luchar sin armas?
El caza TIE se cernía cada vez más cerca. Estaban casi encima.
—Lo averiguaremos cuando…
—¡Se retira! —exclamó Leia.
—Por supuesto que sí —dijo Han con calma, tratando de ocultar su
sorpresa. Y alivio.
El Ave de Presa partió tras el caza TIE que huía, disparando una sola
andanada hacia su panel solar de estribor. La nave imperial explotó.
Han se tensó, esperando que el Ave de Presa hiciera un movimiento.
Claro, el otro piloto los había ayudado a salir de un aprieto. Pero según su
experiencia, las personas solo te ayudaban cuando querían algo. Tal vez este
tipo quería su cargamento. O su nave.
—¿Qué tal van esos cañones láser? —preguntó Han con nerviosismo.
Una transmisión entró por el comunicador.
—Carguero corelliano, aquí… solicitando ayuda… —solo unas pocas
palabras claras se entreoían a través de la tormenta de estática—. Dañado
mi… y el generador energético… forzado a… no estoy seguro de si… por
favor envíen…
La llamada se cortó abruptamente. Observaron horrorizados cómo la
nave arrojaba una nube de humo negro, luego descendió precariamente
hacia una luna cercana. El Ave de Presa brilló anaranjado por el calor
mientras caía en picado a través de la atmósfera… y entonces desapareció
entre las nubes.
Los ojos de Leia se agrandaron con horror.
—¡Tenemos que ir tras él!
—Pensaba que lo único que importaba era la misión, princesa —se
burló Han, citando palabras que ella le había espetado a él cientos de veces.
Ella lo miró con disgusto.
—Él nos ha salvado. Ahora es nuestra responsabilidad.
—Oye, nadie pidió su ayuda —gruñó Han. Pero ya había establecido un
rumbo hacia la superficie. Ese era el problema con Leia. Ella nunca
entendía cuándo estaba bromeando. Era casi como si quisiera pensar lo
peor de él.
Pues déjala, pensó. ¿Por qué debería importarle?
No debería.
Pero le importaba.
Les llevó casi una hora encontrar el lugar del accidente. Las
perturbaciones magnéticas de la atmósfera de la luna impidieron la
detección de la baliza de emergencia del Ave de Presa hasta que estuvieron
justo encima. Pero finalmente habían encontrado la nave, o lo que quedaba
de ella. El Ave de Presa yacía en la base de un acantilado irregular,
completamente destrozado.
Leia contuvo el aliento.
—¿Crees que está…?
—Bueno, dudo que esté tomando el té ahí abajo —dijo Han,
manteniendo su voz ligera para cubrir su preocupación. No había razón para
disgustar a los demás… al menos hasta que hubiera una razón—. Pero solo
hay una forma de averiguarlo.
La luna estaba deshabitada, y Han podía ver por qué. El aire era denso y
turbio, rico en olor a oxite. El globo azulado que era Muunilinst colgaba
sobre sus cabezas, el tenue y amarillento sol estaba en el lado opuesto del
cielo. Maleza cubría el suelo polvoriento que formaba grisáceas colinas de
roca y arcilla extendiéndose hasta el horizonte. No había movimiento ni se
escuchaba nada entre el denso aire; el mundo parecía inmóvil y muerto.
Con una excepción.
—No hay nadie dentro —informó Luke, después de examinar los restos
del Ave de Presa. Marcas negras de quemaduras rayaban lo que quedaba del
casco—. Al menos sabemos que no está muerto.
—Todavía no —Han señaló hacia un gran rastro inhumano que se
alejaba de la nave, desapareciendo entre las colinas.
Un delgado surco en la tierra seguía los pasos, como si la criatura
hubiera arrastrado algo detrás de ella.
El surco estaba manchado con un rastro de sangre.
CAPÍTULO
OCHO
La sangre se filtraba a través del vendaje. Una mancha carmesí se extendía
rápidamente por su camisa. Se había acuchillado a sí mismo más
profundamente de lo que pretendía, y podía sentir la vida escapándose a
cada paso.
No importaba.
Lo encontrarían cuando él estuviera listo para ser encontrado. Y cuando
eso sucediera, una herida más grave solo podría funcionar a su favor.
Nadie podría imaginar que las heridas provenían de su cuchilla de fuego
y no del accidente.
X-7 había esperado una hora antes de activar la baliza de emergencia…
y mientras tanto, había estado ocupado. Después de dejar el rastro, había
vuelto sobre sus pasos, acechando la llegada de sus «rescatadores». Ahora
iba tras ellos mientras estos seguían las huellas que él había dejado, dejando
al wookiee y al pequeño droide R2 protegiendo la nave. Observaba
atentamente cómo la princesa avanzaba, con los dos hombres luchando por
mantenerse a su altura.
Por lo tanto la princesa era temeraria, sus amigos se veían impotentes
para evitar que se metiera en problemas.
Interesante.
X-7 lo archivó para futuras referencias. Caminaba silenciosamente y
permanecía cerca. Desde unos pocos pasos por detrás, podía oírlos discutir,
podía oír al droide de protocolo quejarse, podía oír a los dos hombres
titubear sobre qué camino tomar a medida que las huellas se desvanecían.
No parecían una gran amenaza.
Aun así, X-7 sabía que no debía confiar en su primera impresión.
Muchos hombres habían cometido ese error al encontrarse con él. Pocos
vivieron para hacerlo una segunda vez.
Haciendo una mueca ante el dolor en su hombro, sacó el lanzador de
dardos. Apuntó al hombre más alto y disparó.
El hombre se dio una palmada en la nuca, luego examinó su palma,
probablemente buscando el insecto que le había picado. Luego se encogió
de hombros y continuó caminando.
X-7 se detuvo, permitiendo que ellos avanzaran más.
No quería estar demasiado cerca cuando el dardo de feromonas hiciera
su trabajo, liberando un aroma que atraería al cercano reek. Cuando la
bestia encontrara al grupo de humanos en lugar de a una pareja potencial,
X-7 sospechaba que se sentiría bastante… disgustada.
Una vez que la criatura atacara, X-7 se acercaría nuevamente,
observándolos defenderse. Sería la mejor manera de medir sus debilidades.
Y, si la bestia podía matar al que exudaba las feromonas, tanto mejor. X-7
intercedería antes de que pudiera dañar a la princesa.
Ella apenas podría negarse a confiar en él después de eso.
Se escuchó un vago rugido en la distancia. Un momento después, el
suelo comenzó a temblar.
Aquí viene, pensó X-7. Que empiece el juego.

Luke se sujetó al peñasco más cercano, tratando de mantener el equilibrio


mientras el suelo retumbaba.
—¿Terremoto? —preguntó.
Leia negó con la cabeza, señalando con un dedo por encima del hombro
de Luke. Este se giró en redondo. Una bestia gigante avanzaba pesadamente
hacia ellos con piernas gruesas como troncos de árboles. Su espalda
encorvada se elevaba hasta casi tres veces la altura de Luke. Un cuerno
sobresalía de cada lado de su cara, mientras que un tercero sobresalía de su
frente, afilado como un cuchillo y más grueso en su base que un torso
humano.
—Parece un reek —Luke sacó su sable de luz. Los hutts en su planeta
natal a veces los usaban para ejecuciones—. Son principalmente herbívoros,
pero…
—¿Pero? —gritó Han, lanzándose fuera del camino cuando el reek pisó
el lugar donde había estado con una pierna con forma de tronco.
—Pero cuando su piel se vuelve de color marrón rojizo de esa forma,
por lo general significa que tienen gusto por la carne —admitió Luke.
Han sacó su bláster y apuntó, pero el fuego del bláster rebotó en la dura
piel del reek.
—¡No soy la carne de nadie! —gritó, trepando por una baja colina de
rocas para obtener un mejor ángulo. El reek bajó la cabeza y cargó—. ¡A
cubierto, princesa! —gritó Han a Leia mientras él se apartaba del camino
justo a tiempo. Ella se agachó tras el afloramiento rocoso más cercano. C-
3PO ya estaba encogido allí. Leia le dio un codazo apartándolo y comenzó
a disparar al reek con su pistola láser.
Han disparó de nuevo, pero el reek solo gruñó, cargando directamente
hacia los rayos de bláster.
Luke levantó su sable de luz, pero se congeló. ¿De qué servía un sable
de luz contra una criatura como esa? Incluso si pudiera acercarse lo
suficiente como para atacar, probablemente sería aplastado antes de que
pudiera hacer algo.
Un sable de luz es la única arma que necesita un Jedi, le había dicho
Ben.
Fácil de decir para Ben, pensó Luke ahora. Él sabía cómo usarlo.
—¡Olvídate del juguete! —gritó Han, huyendo a toda velocidad del
pesado reek. Hacía una pausa cada pocos segundos para dar media vuelta y
disparar, apuntando a un punto diferente cada vez, con la esperanza de
encontrar una debilidad en la gruesa piel. Pero no servía de nada, y el reek
no mostraba signos de cansancio—. ¡Dispárale antes de que me coma para
cenar!
—¡Los blásters no lo están dañando! —gritó Luke. Al oír su voz, el reek
se volvió, como si lo viera por primera vez. Gruñó, pisoteó, y entonces
cargó hacia Luke. Estaba demasiado cerca, e iba demasiado rápido. No
podría apartarse de su camino.
Luke buscó a tientas su bláster, pero se quedó atascado en su funda. El
reek se acercaba.
—Hey, ¿y yo qué? —gritó Han, tratando de distraerlo—. ¡La cena es
por aquí, imbécil cornudo!
Pero el reek estaba centrado en Luke.
Sabía que si intentaba huir, podría ser pisoteado bajo los enormes pies
de la bestia antes de que diera más que unos pasos. Por tanto se mantuvo
firme. Levantó su sable de luz, concentrándose en la reluciente hoja azul,
tratando de bloquear su miedo.
Luke recordó la estrategia de Han con el caza TIE. Puede que no sea lo
suficientemente fuerte como para matar al reek, pensó Luke, pero el reek
no lo sabe.
Corrió hacia la bestia.
—¡Luke! —gritó Leia—. ¡No!
Luke tropezó con una gran roca que sobresalía de la tierra. Se precipitó
violentamente por el aire, con la espada extendida, y aterrizó con un golpe a
corta distancia, boca abajo. Un aullido agudo sacudió sus tímpanos, y
entonces, con un estruendoso estrépito, el mundo pareció desmoronarse
bajo él.
Un momento después, todo estaba en silencio e inmóvil.
Luke se dio la vuelta y miró hacia las caras preocupadas de sus amigos.
—No estoy muerto —dijo confundido.
Han se rio, pero Luke podía ver la preocupación por debajo de la
sonrisa.
—No suenes tan decepcionado, chico.
Luke se sentó, su cabeza latía.
—¿Qué ha pasado?
—Has tropezado y has caído de bruces —dijo Han.
—Sí, esa parte la recuerdo —se frotó la parte posterior de la cabeza,
luego la giró de un lado a otro, deteniéndose en seco al ver al poderoso
reek, muerto.
—Oh. Claro —dijo Han, siguiendo su mirada—. También está la parte
donde tu sable de luz ha abierto en canal a nuestro amigo. El pobre solo
intentaba conseguir un aperitivo.
—¡Ese «pobre» casi nos utiliza de cena de tres platos! —exclamó Leia,
dándole a Han un ligero golpe en el hombro. Ayudó a Luke a incorporarse
del suelo—. ¿Estás seguro de que estás bien?
Luke no podía apartar los ojos del reek. Realmente lo había hecho,
había salvado el día… con su sable de luz.
Si simplemente no lo hubiera hecho por accidente…

—Amo Luke, creo que he vuelto a detectar la pista —informó C-3PO,


haciendo un gesto hacia unos pasos ensangrentados que se adentraban más
entre las colinas. Luke se estremeció. Ahora que sabía qué tipo de criatura
era la responsable del rastro, estaba aún más preocupado por el destino del
piloto herido. Tenían que encontrarlo antes de que fuera demasiado tarde.
Durante casi media hora, siguieron el rastro a través del paisaje rocoso.
Terminaba en la boca de una cueva. Han y Luke intercambiaron una mirada.
Luke supuso que los dos estaban pensando lo mismo: algo había entrado en
esa cueva. Probablemente algo con lo que no querían toparse. Leia les
ofreció a ambos una mirada disgustada, luego entró.
—Después de ti —dijo Han secamente. Pero se apresuró tras ella. Luke
los siguió.
—Si no le importa, esperaré aquí, amo Luke —dijo C-3PO—. Creo que
puedo ser de más utilidad si… —su voz se desvaneció a medida que
penetraron más profundamente en la cueva oscura.
—Creo que veo algo —susurró Leia, avanzando más.
—Sí, pero, ¿ese algo nos ve a nosotros? —murmuró Han.
Había un cuerpo tendido contra la pared más alejada de la cueva. Leia
se apresuró a llegar, arrodillándose a su lado. Luke y Han se acercaron más
lentamente, vigilando la boca de la cueva.
El hombre estaba ensangrentado y pálido, pero tenía los ojos abiertos.
—No deberíais haberme seguido —dijo con voz ronca, luchando por
respirar—. Va a venir… —se interrumpió por un ataque de tos—. Aquí es
donde vi… —estalló en más toses, luego cayó hacia atrás, agotado por el
esfuerzo.
—¿Qué está tratando de decir? —preguntó Han.
Sintiendo un temblor familiar bajo sus pies, Luke sacó su sable de luz.
—Creo que está diciendo: ¡Aquí es donde vive! —gritó, mientras otro
reek se introducía en la cueva. Leia se situó sobre el piloto herido,
protegiéndolo con su cuerpo. Han agarró su bláster.
El reek bajó su cuerno y cargó.
—¡Dispararle no funciona! —se lamentó Luke—. Déjame ocuparme de
esto.
—¿Te divertiste la primera vez? —respondió Han—. Fue solo un golpe
de suerte. Mantente fuera de su camino e intenta no lastimarte.
—Pero si disparas eso aquí dentro, harás… —antes de que Luke pudiera
terminar, Han apretó el gatillo, apuntando a la boca de la cueva. El fuego de
bláster rebotó en el techo, provocando un derrumbe de rocas gigantes que
llovieron sobre la cabeza del reek. La bestia cayó desmadejada.
—¿Lo ves, chico? —dijo Han triunfante—. Te dije que podía…
Se interrumpió cuando el techo continuó derrumbándose, una avalancha
de rocas cayó. Se presionaron contra la pared de la cueva mientras nubes de
polvo se elevaban del masivo derrumbe.
Momentos después, el trueno de rocas cayendo se extinguió. El polvo se
despejó. Y una pared de roca sólida bloqueaba su única escapatoria.
—… manejarlo —terminó Han con voz débil.
Estaban atrapados.
CAPÍTULO
NUEVE
—No me miréis así —advirtió Han a los demás, cuando se volvieron para
mirarlo—. ¡No es culpa mía!
—Oh, ¿en serio? —dijo Leia secamente.
—Mira, princesa, no sé cómo van las cosas en el lugar de donde vienes,
pero de donde yo vengo, disparas al gigantesco monstruo escamoso que
intenta comerte —mientras hablaba, Han pasaba las manos por la pared de
roca, buscando una abertura. Si pudiera soltar algunas de las rocas, podría
ser capaz de encontrar un camino afuera.
Pero por mucho que tirara, ninguna de las rocas se movería. Estaban
bien asentadas.
—No he tenido otra opción —insistió Han, consciente de que se estaba
acercando peligrosamente al lamento—. ¿Qué queríais que hiciera?
—Podrías haber dejado que Luke se ocupara, como pidió —señaló Leia.
—¿El chico y su glorificado cuchillo para filetear nerf? —Han miró
boquiabierto a Leia. ¿Estaba loca?—. ¡Todos seríamos alimento de reek en
estos momentos! —hizo una pausa, mirando a Luke, quien estaba de pie al
borde de la cueva, de espaldas al resto de ellos. Probablemente practicando
algún tipo de truco de meditación Jedi. Luke siempre escogía los momentos
más extraños para hacer todo tipo de cosas místicas—. Sin ofender.
—No hay ofensa —murmuró Luke, concentrado en la tontería que
estuviese haciendo.
Han se volvió de nuevo hacia la princesa, que todavía estaba atendiendo
al piloto herido. Si ella simplemente le dejara explicar lo que había estado
pensando…
No estabas pensando en absoluto, amigo, dijo una molesta voz en su
cabeza. Ese es el problema. Él la ignoró.
—Mira, C-3PO está fuera —dijo Han—. Quizás él pueda
desenterrarnos.
Leia no tuvo que decir nada, solo lo miró fijamente. Han suspiró.
—Bien. Entonces estoy seguro de que irá a buscar a Chewie. Un
wookiee es justo lo que necesitamos —los comunicadores no funcionaban,
gracias a todas las interferencias magnéticas, pero seguramente el droide
resolvería qué hacer por sí mismo—. Probablemente ya está regresando a la
nave en estos momentos… a menos que se detenga para impresionar a un
reek con uno de sus seis millones de idiomas —añadió Han en voz baja—.
O haya caído en una zanja.
Leia lo fulminó con la mirada.
—Si morimos aquí, te mataré.
Han abrió la boca para señalar que no tenía ningún sentido… pero se
detuvo justo a tiempo.
—No vamos a morir, Su Alteza —le aseguró—. Estoy seguro de que
incluso tú puedes pasar unas horas sin tus damas de honor, o lo que sea que
las princesas necesitéis para sobrevivir.
—Tal vez yo pueda —espetó ella—, pero él no —cabeceó hacia el
hombre herido, que yacía en un charco de sangre—. He hecho lo que he
podido por él, pero la herida está sangrando descontrolada. Tenemos que
llevarlo de vuelta a la nave. Unas horas pueden ser demasiado tiempo.
El piloto gimió.
—Tienes buena mano con los pacientes —dijo.
Han arqueó una ceja hacia Leia. Ella frunció el ceño.
—¡Pensaba que estaba inconsciente! —dijo ella, a la defensiva.
—Tú eres la experta en medicina —se burló Han.
—Sugeriría que tú te hicieras cargo —le respondió Leia—, pero
probablemente le dispararías para intentar sanarlo.
—¡Oye! —protestó Han. Pero Leia le dio la espalda, murmurando algo
reconfortante al piloto.
—Buen intento de rescate —se lamentó el hombre, su voz débil.
—Prueba con un poco de gratitud —sugirió Han. Si estaba lo
suficientemente fuerte como para repartir, también lo estaba para recibir—.
Nosotros somos los que te estamos haciendo un favor a ti.
—Un favor debería haberme permitido al menos la posibilidad de
intentar rescatarme a mí mismo —dijo el hombre.
Han resopló.
—Sí, estabas haciendo un gran trabajo, tendido aquí en el suelo de la
cueva esperando a ser comido. Un plan brillante.
—Los reeks son herbívoros —dijo el piloto con superioridad.
Han odiaba la superioridad.
—Es curioso, supongo que nadie se lo contó a este —dijo, haciendo un
gesto hacia el reek definitivamente carnívoro que yacía muerto en el suelo
de la cueva—. Acéptalo, amigo, si no fuera por mí, serías comida.
—Tienes razón —su voz se cortó con otro ataque de tos—. Esto
definitivamente es una mejora.
—Han, deja en paz al pobre hombre —dijo enojada Leia—. Necesita
descanso.
—¿Yo? —preguntó Han, incrédulo—. Él ha comenzado.
Leia negó con la cabeza.
—Sé que tienes la mentalidad de un niño de cinco años, pero esa no es
razón para actuar como tal.
—¡Tú…! ¿Cómo te atreves…? ¡Yo…! —farfulló Han, buscando la
respuesta perfecta.
Finalmente, se dijo a sí mismo que no valía la pena. Se volvió hacia
Luke, quien estaba trasteando con su sable de luz en el otro extremo de la
cueva.
—¿Qué hay de ti? ¿No quieres decirme lo que estoy haciendo mal?
Luke le ofreció una sonrisa serena.
—En realidad, estaba pensando que podría sacarnos de aquí… a menos
que vosotros dos aún no hayáis terminado de discutir.
Leia levantó la mirada, sorprendida.
—¿Puedes sacarnos de aquí?
—Va de farol —dijo Han con confianza. Luego miró más
detenidamente a Luke—. Vas de farol, ¿verdad?
Ignorándole, Luke caminó hacia la pared de rocas que bloqueaba la
salida, y hundió su brillante sable de luz en el montón. Este cortó las rocas
como si estuvieran hechas de aire.
—Lo he probado primero —explicó Luke—, para asegurarme de que el
haz era lo suficientemente fuerte… y para asegurarme de que no causaría
solamente que más rocas cayeran.
—Pensar antes de actuar —dijo Leia, lanzando a Han una mirada
mordaz—. Imagínatelo.
Luke comenzó a cortar a través de la roca, trabajando metódicamente
con el sable de un lado a otro para tallar una abertura. Era un proceso lento,
y Han pudo ver que iba a llevar un tiempo… pero funcionaría.
—Bien pensado —dijo. Luke era un poco despistado algunas veces…
vale, la mayoría de las veces. Pero Han tenía que admitirlo: el chico sabía
salir de un aprieto.
—Te dije que el sable de luz era un arma valiosa —dijo Luke.
—Hey, no te emociones —argumentó Han—. Cortar y trocear una pila
de rocas no califica exactamente algo como un arma. No es un bláster.
—Por suerte para nosotros —señaló Luke.
Han hizo una mueca.
—Si vais a seguir echándome eso en cara cada vez que…
—No quiero interrumpir —cortó el piloto—, pero menos discusiones y
más corte probablemente sería… —se interrumpió bruscamente.
—¿Probablemente sería qué? —preguntó Han irritado. ¿Qué le hacía
pensar a ese tipo que podía decirles qué hacer?
—Está inconsciente —dijo Leia con preocupación llenando su voz—.
¡Luke, tienes que darte prisa! Tenemos que llevarlo de regreso a la nave
pronto o…
No terminó la frase, no tenía que hacerlo.
Han se unió a Luke, apartando rocas de en medio mientras la brillante
espada de Luke ensanchaba la abertura. Había visto a hombres perder
mucha sangre antes, y sabía lo que eso significaba. Ese piloto tenía que
llegar a la nave pronto… o no volvería a ir a ninguna parte, nunca más.
CAPÍTULO
DIEZ
Leia apoyó una mano suavemente en la frente del piloto. Todavía estaba
muy pálido, pero al menos ya no ardía un fuego bajo su piel. Lo habían
llevado de vuelta a la nave y habían empapado sus heridas en bacta, pero
más allá de eso, poco podían hacer por él. El Halcón Milenario estaba
equipado solo con las provisiones médicas más básicas.
Mientras Han, Luke y Chewbacca trabajaban para volver a activar los
sistemas de armas, Leia se sentó junto a la cama del piloto anónimo,
esperando a que despertara. Había pasado casi un día.
Ni siquiera sabemos quién es, pensó Leia, observando cómo sus globos
oculares se contraían débilmente bajo sus párpados. Si muere aquí fuera,
nadie que lo ame sabrá nunca lo que le sucedió.
Trató de no pensar en eso. Después de todo, su pulso era fuerte. Sus
heridas estaban sanando. No había ninguna razón para pensar que no se
recuperaría completamente.
Si alguna vez despertaba.
Le debían mucho, pensaba Leia. Los había salvado de una muerte
segura a manos del Imperio. Fuera quien fuese, cualesquiera que fuesen sus
motivos, no había forma de escapar a esa verdad. Estaban en deuda con él.
—Pero si quieres que te devolvamos el favor, vas a tener que despertar
—murmuró.
—Es fácil negociar contigo.
Leia se irguió sorprendida, alejando la mano de su frente.
—¡Estás despierto!
—Parece que sí —sonrió y trató de sentarse, gimiendo por el esfuerzo.
Suavemente, ella lo empujó de vuelta a la litera. Estaban en una
habitación estrecha justo al lado de la bodega principal, donde Han
guardaba sus escasos suministros médicos.
—Tranquilo —le dijo ella—. Has perdido mucha sangre.
Él hizo una mueca.
—Eso no era parte del plan.
—¿Qué plan?
Una extraña y vacía mirada pasó por su rostro, y luego desapareció, tan
rápido que Leia pensó que lo había imaginado. Especialmente cuando él
sonrió. Sus ojos chispeaban con buen humor, y parte del color pareció
volver a su rostro.
—El plan en el cual yo rescato a la bella doncella y obtengo su eterna
gratitud.
Leia reprimió una sonrisa. Este todavía era un extraño, se recordó a sí
misma, y estaban en guerra. No se podía confiar en todos los aspirantes a
héroe con una sonrisa encantadora. Simplemente mira a Han, pensó ella.
Héroe un momento, sinvergüenza al siguiente.
La galaxia podía ser un lugar confuso.
—Si estás lo suficientemente bien como para flirtear, estás lo
suficientemente bien como para responder a algunas preguntas —dijo con
severidad—. ¿Quieres decirme qué estabas haciendo ahí afuera, luchando la
batalla de otros?
—¿Es esa tu forma de decir gracias? —preguntó el piloto—. Porque si
es así, tú y el graciosillo de tu amigo tenéis mucho que aprender en cuanto a
modales.
Leia suspiró.
—Gracias. Ahora… ¿qué estabas haciendo ahí afuera?
—¿Qué estabais haciendo vosotros ahí afuera? —replicó él—. Y en
cualquier caso, ¿quiénes sois vosotros?
—Yo he preguntado primero —dijo Leia, mordiéndose con fuerza las
comisuras de los labios para retener otra sonrisa.
—Así es —el piloto pareció pensativo por un momento—. ¿La verdad?
—Eso estaría bien.
Levantó una mano, haciendo una mueca por el esfuerzo. Ella la
estrechó, teniendo cuidado de no apretar demasiado.
—Tobin Elad —le dijo—. Disidente, guerrillero, exiliado, huérfano, y
un poeta bastante espantoso. Aunque no en ese orden.
—Leia —dijo ella, reservándose el apellido.
—¿Damisela en apuros profesional? —sugirió, cuando estaba claro que
ella no iba a ofrecer ninguna información adicional.
—Prefiero rescatarme yo sola, muchas gracias.
—Lo tendré en cuenta para el futuro —dijo él casualmente—. No me
gustaría extralimitarme.
—Te has descrito como guerrillero —dijo Leia—. Eso significa que
tienes un enemigo.
Él se puso serio de inmediato.
—Todos tenemos un enemigo. El Imperio —una vez más, trató de
empujarse a sí mismo para sentarse. Esta vez, a pesar del dolor, lo consiguió
—. Aunque supongo que algunos de nosotros tenemos más razones que
otros para luchar.
Leia sospechaba que el dolor que mostraba ahora su rostro no tenía nada
que ver con el hombro herido.
—¿Y tu razón es? —preguntó suavemente.
—Razones —admitió él—. Tres. O cientos de miles. Dependiendo de
cómo las cuentes —se calló.
Leia esperó, dejándolo avanzar a su propio ritmo.
Él mantuvo su mirada fija más allá del hombro de ella, fijando la vista
en la pared de paneles de instrumentos por detrás de su cabeza. Ella observó
los hematomas descoloridos en sus brazos y torso, la red de cicatrices que
se entrecruzaban en su curtido rostro. Era un poco más joven que Han, pero
la oscuridad en sus ojos lo hacía parecer mucho, mucho más viejo.
—Al principio, solo quería paz —dijo, su voz apenas audible—. La
coexistencia pacífica con el Imperio. Preservación de nuestra forma de vida.
¿Alguna vez has estado en Malano III?
Leia negó con la cabeza. Sabía que era un mundo más allá del núcleo
galáctico, pero nunca había estado.
—Es un lugar hermoso —dijo—. Árboles por todas partes. Incluso
nuestras ciudades eran bucólicos paisajes verdes, atravesadas por ríos
cristalinos azules. Y somos gente pacífica —frunció el ceño—. Éramos.
Éramos pacíficos. Pero eso no fue suficiente para el Imperio. No, no fue
suficiente que obedeciéramos en silencio. Querían nuestras ciudades,
querían nuestra tierra. Querían convertir nuestro tranquilo planeta en un
hogar para sus ejércitos y sus instalaciones de armas. Cubrir la tierra de
cuarteles y fábricas. Convertir a los ciudadanos en trabajadores. «Trabajo»,
así es como lo llamaban —su rostro se ensombreció—. Yo lo llamaba por lo
que era. Esclavitud.
—El Imperio debió apreciarlo —dijo Leia con ironía.
—No tanto —convino él—. Aquellos de nosotros que objetamos pronto
fuimos expulsados. Nosotros, que fuimos objetores pacíficos, nos
convertimos en saboteadores, entrando furtivamente en la ciudad bajo la
oscuridad de la noche, colocando explosivos, luchando por recuperar el
control —sacudió la cabeza—. Fuimos estúpidos. Ahora lo entiendo. Locos
por pensar que el Imperio podría ser disuadido.
—Nunca es estúpido luchar por lo que es correcto —dijo Leia con
fiereza.
—Es estúpido negar lo que sabes que es verdad. Y la verdad es que
éramos pocos, éramos débiles. El Imperio era fuerte. Si simplemente nos
hubieran castigado a nosotros… —su garganta se ahogó con las palabras.
Luego se la aclaró. Cuando volvió a hablar, su tono era casi inexpresivo—.
Mirabel, esa era nuestra capital. Utilizaron detonadores termales para crear
una tormenta de fuego que consumió toda la ciudad. Miles y miles
murieron. Todos los que me importaban. Todos mis conocidos. Mi esposa…
—bajó la cabeza, y continuó con un susurro—. Mi niño.
—Lo siento —eran palabras pequeñas y patéticas. Nada, frente a lo que
él había perdido.
Y Leia entendía la pérdida.
—Fue hace mucho tiempo —dijo Elad, con voz pétrea. Leia reconoció
ese tono, esa dureza. Debías bloquear la tormenta de emociones, olvidar el
pasado, si querías seguir adelante—. Ahora voy por libre, golpeando al
Imperio donde y cuando puedo. Eso es lo que estaba haciendo cuando
nuestros caminos se han cruzado… pensaba que si podía ponerle las manos
encima a un caza TIE, podría volar directamente al corazón del Imperio,
hacer algo de daño real antes de que se dieran cuenta.
—¿Una sola nave contra la Flota Imperial? —preguntó Leia horrorizada
—. Pero eso es…
Una muerte segura.
Él asintió.
—Supongo que os debo una disculpa a ti y a tu tripulación. Había
estado pensando en obligar a ese imperial a efectuar un aterrizaje forzoso en
la luna… pero supongo que en mi persecución lo empujé directamente a
cruzarse en vuestro camino.
—Entonces, ¿salvarnos arruinó tu plan?
—La venganza puede esperar un poco más —dijo Elad—. Para ser
honesto, es lo único que me permite continuar. Cuando has perdido tanto
como yo… —negó con la cabeza—. No lo entenderías. Espero que nunca
tengas que hacerlo.
Leia apoyó una mano ligeramente sobre la suya.
—Lo entiendo.
Solo necesitaba decir la palabra, y él lo vería.
Alderaan.
Llenaba su mente, todos los días, cada minuto. Sus caras, sus voces. Los
parques verdes y exuberantes, llenos de niños en un día de verano. El dulce
aroma de las t’iil floreciendo en un prado. El abrazo de su padre.
Desaparecido.
Todo ello vivía en su interior, pero ella lo retenía dentro. El dolor era
demasiado reciente, demasiado salvaje. Era muy duro.
Y, sin embargo, de repente, parecía demasiado fácil dejarlo salir todo.
—A veces temo que la lucha sea lo único que me mantiene en pie —le
dijo a él—. Respiro, me alimento, avanzo, solo porque sé que la lucha debe
continuar. Tal vez es por eso que lucho tan fuerte. Porque si no tuviera
eso… —Leia se detuvo. Nunca había admitido esto ante nadie antes. Quizás
ni siquiera ante ella misma.
Y él era un extraño. ¿Qué estaba haciendo?
—Si no tuvieras eso, ¿temes que no te quedara nada? —no parecía una
pregunta.
Leia se levantó abruptamente.
—Debo decirles a los demás que estás despierto —dijo bruscamente—.
Han estado preocupados.
—No voy a ir a ningún lado —señaló Elad—. Pueden esperar.
Estuvo tentada de quedarse, de hablar… y eso le hizo tomar la decisión.
—Alguien volverá pronto para ver cómo estás —le dijo, retrocediendo
en la pequeña habitación. Necesitaba apartarse de ese hombre… mantenerse
alejada de él. La había llevado a confiar demasiado, demasiado fácilmente,
y ese camino solo conducía al peligro—. Recuéstate. Descansa.
Él siguió las órdenes, disfrazando pobremente un suspiro de alivio
cuando su cabeza golpeó la almohada.
—Gracias, Leia. Por sentarte conmigo. Creo que no había tenido a nadie
con quien hablar, hablar de verdad, desde hace mucho. Me ha sentado
sorprendentemente bien.
—A veces solo necesitas que alguien te escuche —dijo Leia,
removiéndose incómodamente bajo el peso de su mirada.
—Sí —dijo él, mirándola tan atentamente que temió que él pudiera ver
directamente en su mente—. A veces lo necesitas.

La gravedad de su herida había sido inesperada, pero lo había vuelto a su


favor.
X-7 hacía que todo se volviera a su favor; era la única forma de
mantenerse con vida tanto tiempo como él.
La princesa se había tragado su actuación por completo, podía decirlo
por el brillo vidrioso que veló sus ojos cuando expuso las mentiras sobre
una esposa y un hijo muertos. Pronto ella se abriría a él, le diría lo que fuera
que él necesitara saber.
X-7 recuperó fuerzas rápidamente, pero fingió debilidad en el
transcurso de los siguientes dos días. Merodear por la nave le dio la
oportunidad de observar a la tripulación. Y ciertamente nadie esperaría que
el valiente héroe herido representase una amenaza.
Activaron de nuevo los sistemas de armas, y ahora estaban en una órbita
estable alrededor de Muunilinst. X-7 sospechaba que estaban tomándose un
tiempo para decidir qué hacer con él antes de hacer su siguiente
movimiento. Su siguiente tarea era convencerlos de que podían confiarle el
contenido de su misión rebelde… el primero de muchos secretos rebeldes
que él poseería.
Esperó su momento; observó. Los humanos eran criaturas tristes,
pensaba, muy inconscientes de sí mismos, de sus propias debilidades. Leia
y el capitán, Han, por ejemplo. Discutían sin cesar, ajenos a la energía que
yacía bajo la superficie en cada encontronazo entre ellos. Ninguno de los
dos comprendía el vínculo tácito que compartían. Pero X-7 lo veía, y este
era un conocimiento que podría explotar.
Y el muchacho… bueno, un caso interesante. Cuando Luke se enfrentó
al reek con su sable de luz, X-7 casi llegó a jadear sorprendido. Había oído
hablar de los Jedi, por supuesto, pero todos sabían que se extinguieron hacía
mucho.
Sin embargo, de alguna manera, el muchacho poseía el arma de un Jedi,
incluso se creía un Jedi, a pesar de que apenas podía blandir el arma sin
caer de bruces. Había fortaleza en él, X-7 lo sabía, pero estaba bien oculta,
enterrada tan profundamente que Luke nunca podría encontrarla.
El muchacho era demasiado inocente, demasiado confiado, y esto
también era algo que X-7 podría usar. Mientras que X-7 sospechaba que
Han Solo podría ser persuadido para vender información por el precio
correcto, Luke podría ofrecerla gratis.
Cualquiera podría fácilmente demostrar ser el eslabón débil que
necesitaba.
Sí, alguien de esa nave lo llevaría directamente hasta el ser que había
destruido la Estrella de la Muerte. Solo era cuestión de tiempo.
CAPÍTULO
ONCE
—Tenemos que decidir ya —dijo Leia—. Hemos esperado lo suficiente.
Luke se hundió en la silla del copiloto, retrocediendo ante el gruñido de
advertencia de Chewbacca.
—No estoy tratando de ocupar tu lugar —le aseguró al wookiee—. Solo
necesito sentarme —había estado ejercitándose durante las últimas dos
horas. No estaba seguro de si llegar hasta el punto del agotamiento era parte
de ser un Caballero Jedi.
Pero si era así, llevaba el camino correcto.
—No sé cuál es el problema —dijo Luke—. Elad ha recuperado fuerzas,
y sería un gran activo para la misión. Yo digo que aterricemos en
Muunilinst esta noche.
—Y yo digo que sabemos muy poco de él —señaló Leia—. No tenemos
motivos para confiar en él, y mucho menos para involucrarlo en asuntos
rebeldes. Incluso aunque él quisiera involucrarse.
Elad estaba durmiendo al otro lado de la nave, y habían decidido
aprovechar el momento para discutir cómo proceder. Luke estaba cansado
de perder el tiempo en la órbita de Muunilinst. La Rebelión necesitaba que
actuaran, no que se sentaran y debatieran interminablemente.
—Obviamente no aprecia al Imperio —dijo Luke—. Desintegró ese TIE
en el espacio —miró con curiosidad a Leia—. Tal vez si no estuvieses
siempre evitándolo, podrías ver que está de nuestro lado.
—No lo evito —dijo acalorada—. Simplemente no sé si es de fiar.
Después de todo, es un civil.
Han asintió… luego frunció el ceño.
—¡Oye, yo soy un civil! —protestó.
Leia le ofreció una mirada fría.
—A eso me refiero.
—No tiene una nave —apuntó Luke—. No podemos simplemente
echarlo al espacio.
—Ya hemos discutido esto —dijo Leia—. Podemos dejarlo en
Destrillion… no nos aleja mucho de nuestro camino.
—O podríamos llevarlo con nosotros —dijo Luke—. Si nos topamos
con problemas, podríamos agradecer haberlo hecho.
—O podríamos ser traicionados en el peor momento posible —
argumentó Leia—. Escuchaste al General Dodonna, Luke. El Imperio nos
está buscando… te busca a ti. No es momento de arriesgarse.
Ella siempre trata de protegerme, pensó Luke, frustrado. ¿Por qué nadie
parecía entender que podía cuidar de sí mismo?
—Tal vez no es momento de ir a lo seguro.
R2-D2 bipeó y silbó.
—Sí, sí, Erredós, se lo diré —dijo C-3PO irritado—. Princesa Leia,
Erredós dice que ha realizado una búsqueda remota en el sistema
informático de Malano III y ha confirmado la identidad de Tobin Elad.
El droide R2 bipeó de nuevo.
—Erredós dice… —C-3PO se volvió hacia él horrorizado—. ¿Has
dicho criminal? —preguntó el droide con pánico—. Erredós informa de que
Tobin Elad es un criminal buscado… ¡el Imperio ha puesto un precio sobre
su cabeza! —sus brazos dorados temblaron por el terror—. Princesa Leia,
debo ponerme de su lado en este asunto. El hombre es claramente un
peligro para todos nosotros. Imagínate, Erredós… ¡atrapados en el espacio
con un criminal!
—Trespeó, según el Imperio, todos nosotros somos criminales —apuntó
Luke con cansancio—. Incluso tú.
—¿Yo? —cuestionó C-3PO con indignación—. Siento disentir, amo
Luke. Debo recordarle que estoy familiarizado con la legislación vigente y
nunca un droide ha tenido un respeto más profundo por…
—¡Basta! —explotó Han—. Lo pillamos. El único riesgo que corremos
a tu alrededor es que nos aburras hasta la muerte.
—Perdónalo, Trespeó —dijo Leia, fulminando a Han con la mirada—.
El único idioma que habla es el insensible —se volvió hacia Luke,
suavizando su tono—. Luke, tengo entendido que los Jedi eran capaces de
percibir si se podía confiar o no en alguien. Sé que no estás entrenado…
pero, ¿puedes darnos algo con lo que seguir? ¿Algún tipo de presentimiento
Jedi?
Han resopló.
—¿Quieres basar una decisión como esta en un estrambótico
presentimiento místico? —preguntó incrédulo—. Por lo que sabemos, los
«presentimientos Jedi» podrían haber sido simplemente indigestiones.
—No fueron eso —dijo Luke acaloradamente, plenamente consciente de
que sabía casi lo mismo sobre los Jedi que Han—. Los Jedi podían ver el
verdadero ser de una persona.
Al menos, así es como Ben lo había hecho sonar. Luke apretó su
mandíbula. No importaba lo que los Jedi hubieran podido hacer… Han
tenía razón. Él no podía hacer nada. Y sin Ben para entrenarle, eso nunca
cambiaría.
—Luke tiene una conexión con la Fuerza —dijo Leia con fiereza—.
Todos lo hemos visto —apoyó una mano sobre la suya—. Solo piénsalo por
un momento. ¿Sientes algo?
Luke cerró los ojos. Inhaló profundamente, luego dejó salir el aire
lentamente. Trató de conectar con la galaxia. La Fuerza está a mi
alrededor, se recordó a sí mismo. Solo tengo que extenderme y estará ahí.
Pero no sintió nada.
Cuando abrió los ojos, Han y Leia lo miraban fijamente; los ojos de
Leia llenos de esperanza, los de Han con mofa apenas disimulada. Luke no
soportaría que se rieran de él una vez más.
—Creo que podemos confiar en él —dijo finalmente—. Deberíamos
llevarlo a Muunilinst con nosotros —tal vez su opinión no estuviera basada
en la Fuerza. Pero, ¿y qué? Ben le había dicho que confiara en sus instintos.
Por el momento, los instintos tendrían que bastar.
Leia parecía pensativa.
—Supongo que Elad se sacrificó para ayudarnos…
—Por favor, princesa —dijo Han con disgusto—. ¿Estás tragándote esa
superchería Jedi?
—Solo digo que tal vez he sido muy rápida en desconfiar del hombre.
—Claro, ahora que…
—Disculpad —dijo Luke, poniéndose en pie. Sabía que su discusión
podría continuar indefinidamente, y de repente sentía la gran necesidad de
estar a solas. Estaba agradecido por tener a sus amigos, pero ellos no podían
entender cómo era el saber que un gran poder en su interior podría
permanecer oculto para siempre.

—¡Vamos, Ben, ¿dónde estás?! —exclamó Luke con frustración. Estaba


sentado en el borde de su litera, con los ojos cerrados, tratando
intensamente de conectar con el espíritu de Obi-Wan. El Jedi le había
hablado cuando realmente lo necesitó. Seguramente podría pasar de nuevo.
A menos que fuera solo mi imaginación. Por mucho que tratara de
reprimir el pensamiento, seguía apareciendo.
Porque si Obi-Wan Kenobi realmente tenía el poder de hablar desde
más allá de la tumba, ¿por qué permanecía en silencio?
Tal vez ha decidido que no soy digno de ser un Jedi después de todo.
—¿Te molesto? —dijo Tobin Elad desde la entrada.
Luke abrió los ojos.
—No. Solo estaba… sin hacer nada.
Elad entró en el pequeño camarote y miró a su alrededor.
—¿Estás a solas aquí? Creía haber oído que hablabas con alguien.
Luke se sonrojó y negó con la cabeza.
—No. Estoy solo. Adelante —no había tenido la oportunidad de hablar
con Elad a solas. Esta sería una buena oportunidad para investigar las
motivaciones del hombre. Puede que la Fuerza no fuese capaz de decirle a
Luke si confiar en él, pero eso no significaba que Luke no pudiera
resolverlo por sí mismo.
Elad se apoyó sobre una estrecha mesa y miró fijamente a Luke.
—Entonces, ¿ya habéis tomado una decisión?
—¿Decisión?
—Si confiáis en mí —Elad sonrió—. Por eso estamos volando en
círculos, ¿no?
—Oh. Yo, eh… —Luke vaciló, sin saber qué decir.
Elad se rio suavemente.
—Está bien… yo tampoco confiaría en mí, si fuera tú. Confiar
demasiado rápido es una buena forma de morir.
—Eso he oído —Luke se preguntó si Han se daba cuenta de lo mucho
que él y Elad tenían en común.
—Entonces, ¿por qué no estás en la cabina con los demás, tratando de
decidir mi destino?
Luke se encogió de hombros.
—Tenía algunas cosas que hacer.
—¿Practicar con el sable de luz? —preguntó Elad.
Automáticamente, la mano de Luke se movió hacia el sable de luz que
colgaba de su cinturón. Después de tan poco tiempo, era extraño cómo ya lo
sentía parte de él.
—Nunca antes había conocido a un Jedi —dijo Elad—. Es todo un
honor.
—No soy un Jedi —admitió Luke—. Todavía no —quizá nunca.
—Bueno, tienes el arma correcta —dijo Elad—. Eso es un comienzo.
—Un sable de luz no es un arma —dijo Luke, haciéndose eco de lo que
Ben le había dicho—. Es una herramienta, para focalizar la Fuerza. Eso es
lo que realmente significa ser un Jedi. Tienes que conectar con la Fuerza.
—¿Y tú no lo haces?
Luke agachó la cabeza.
—Aún no. A veces temo no conseguirlo nunca —nunca le había
confesado esto a Han o Leia, pero de alguna manera, era más fácil expresar
sus preocupaciones en voz alta a un extraño—. Ben, mi maestro, creo que
vio algo en mí. Estaba muy seguro de que aprendería. Pero ahora él se ha
ido. Y a veces me pregunto… ¿y si estaba equivocado?
—¿Nunca has sentido la Fuerza? —preguntó Elad.
—Una vez —admitió Luke—. Cuando realmente fue importante. Todo
descansaba sobre mis hombros, y debería haber estado aterrorizado, pero en
cambio, estuve seguro de poder hacerlo. Sabía que era nuestra única
oportunidad, y cuando yo… —se interrumpió abruptamente. ¿Qué estaba
haciendo, hablando sobre la Estrella de la Muerte con un extraño? Era más
listo que eso… y se suponía que esta conversación era sobre Elad. ¿Cómo
había terminado revelando tanto sobre sí mismo?
Elad lo miró con curiosidad.
—Cuando tú… —le instó.
Luke negó con la cabeza.
—Simplemente estuvo bien salvar el día —admitió—. Sé que podría ser
mucho más útil para la Rebelión si pudiera acceder a mis habilidades Jedi,
pero sin Ben…
Elad arqueó las cejas.
—No sé quién fue este Ben, pero me parece que no necesitas que te diga
cómo convertirte en Jedi. No si él tenía razón, y realmente lo tienes dentro
de ti.
—¿Pero cómo se supone que voy a resolverlo por mi cuenta? —
preguntó Luke, sintiéndose impotente.
—Chico, todos tenemos que resolver las cosas por nuestra cuenta.
Luke odiaba que Han lo llamara «chico», pero esta vez era diferente.
Cuando Elad lo dijo, de alguna manera logró que sonara como si estuviera
tratando a Luke como a un igual.
—Cada persona en esta nave está sola en la galaxia —continuó Elad—.
El Imperio se ha encargado de eso.
—No estamos solos si nos tenemos los unos a los otros —argumentó
Luke.
—No sé tú —dijo Elad—, pero yo a veces me siento más solo cuando
estoy con otras personas —hizo una pausa, parecía como si estuviera
tratando de decidir si decir más—. Es difícil, no tener anclaje en el pasado,
nadie guiándote hacia el futuro. Lo sé. Simplemente tienes que aceptarlo.
Deja de esperar a que ese Ben te diga lo que tienes que hacer… encuentra la
manera de decidir por ti mismo. Algo me dice que lo lograrás.
La confianza en su voz se extendió a Luke. Por primera vez en mucho
tiempo, comenzó a confiar en que podría encontrar un modo de recorrer el
camino Jedi por sí mismo. Levantó la mirada hacia Elad con gratitud,
dándose cuenta de que incluso sin la ayuda de la Fuerza, su instinto había
estado en lo cierto.
Este hombre estaba de su lado.
CAPÍTULO
DOCE
La masiva plataforma defensiva grisácea Golan III parecía ensombrecer el
mismo espacio mientras el Halcón Milenario pasaba lentamente a su lado.
—¿Estás segura de que estos códigos de aterrizaje funcionarán? —
preguntó Han de nuevo, echando un vistazo de reojo a los turboláseres que
sobresalían de la estación defensiva orbital—. Porque si no, esta misión
tuya terminará antes de empezar. Junto con nuestras vidas.
—Funcionarán —dijo Leia—. El General Dodonna me lo aseguró.
Luke admiró su confianza. Su fe en la Alianza Rebelde nunca
flaqueaba. Era tan sólida como su lealtad y determinación. Se preguntó si
Leia alguna vez había experimentado un verdadero momento de vacilación.
Mientras se aproximaban a la atmósfera, el oficial imperial que atendía
el espaciopuerto les llamó solicitando autorización. Leia leyó los códigos de
aterrizaje que le habían dado.
Hubo una pausa.
—Un momento, por favor —dijo el imperial monótonamente.
Luke y Han intercambiaron una mirada nerviosa.
—Ahora es cuando comienzan a dispararnos —predijo Han.
—Permiso para aterrizar concedido —les informó el oficial.
Han mostró una amplia sonrisa.
—¿Veis? ¿Qué os dije? Pan comido.
Luke observó boquiabierto las imponentes columnas de mármol que se
alzaban sobre las abarrotadas calles de Pilaan, una de las ciudades más
grandes de Muunilinst. Sosteniendo cientos de pisos sobre su cabeza,
desaparecían entre las arremolinadas nubes grises.
—No lo llaman el Dinerolandia por nada —dijo Han, admirando las
gemas preciosas incrustadas en varios de los edificios.
—Es Dineroprestadolandia[1] —lo corrigió Leia—. Casi todos los seres
ricos de la galaxia deben alguna parte de su fortuna a los muuns. Esa es la
única razón por la que el Imperio los tolera.
Era bien sabido que el Emperador consideraba que los seres no
humanos eran ciudadanos de segunda clase, indignos de los privilegios del
poder galáctico. Pero hacía una excepción con los muuns. Aunque el Clan
Bancario InterGaláctico controlado por los muuns hacía tiempo que se
disolvió, Muunilinst mantenía su poder como centro financiero del
universo, y los muuns retenían su control… con una fuerte presencia
imperial para garantizar que se comportaban adecuadamente.
Luke fijó sus ojos en la acera mientras pasaban junto a una fila de
soldados de asalto que vigilaban uno de los elaborados templos de mármol.
—Simplemente actúa como si pertenecieras a este lugar, chico —le
aconsejó Han—. Nadie te mirará dos veces.
A Luke le preocupaba que pudieran parecer un grupo extraño: cuatro
humanos, dos droides y un wookiee. Pero las abarrotadas calles estaban
llenas de seres de todo tipo, y a ninguno parecía preocuparle ningún otro.
Los mismos muuns eran especialmente indiferentes. Altos y delgados, con
una grisácea piel cenicienta, iban erguidos y rígidos con sus rostros
inexpresivos. Era como si también estuvieran hechos de mármol.
Luke podía oírlos murmurar entre ellos mientras pasaban, un lenguaje
confuso de sonidos cortos y repetitivos. Parecía cháchara entre droides R2.
Sabía que estaba llamando la atención sobre sí mismo, mirando
boquiabierto a todo el que pasaba, pero no podía evitarlo. Había estado en
muy pocos planetas en su vida, y todos ellos habían albergado más animales
que personas. Yavin 4 estaba casi deshabitado, y a pesar de sus pequeñas
ciudades, las planicies arenosas vacías de Tatooine a menudo parecían
extenderse indefinidamente.
Esta ciudad, sus calles palpitando con ruido y color, sus millones de
habitantes arrastrando los pies por los pavimentos, los deslizadores
terrestres cruzando las calles, los aerodeslizadores flotando sobre sus
cabezas… era diferente a todo lo que había visto en su vida.
Después de todo, no hacía mucho había sido un granjero aislado en
medio de la nada, observando las estrellas y preguntándose si alguna vez las
alcanzaría. Ahora estaba en el otro lado de la galaxia, en una misión secreta
en el corazón del espacio imperial.
La vida se había vuelto infinitamente más peligrosa, pero al mismo
tiempo, infinitamente más interesante. No podía imaginarse el volver atrás.
Aunque en aquel entonces, el tío Lars y la tía Beru todavía estaban
vivos, pensó. ¿No debería querer volver a esa vieja vida con ellos? Incluso
si no es posible, ¿no debería desear que así fuera?
Antes de que pudiera permitirse responder la pregunta, llegaron al punto
de encuentro.
—Mak Luunim vive en el piso veintitrés —dijo Leia, llevándolos a un
turboascensor dentro del gran edificio blanco. Incluso Han hizo una pausa
para apreciar la fuente dorada que centelleaba en el centro del vestíbulo con
incrustaciones de mármol. Pero Leia permaneció completamente inmutable
ante el lujo. Tobin Elad la seguía de cerca, aparentemente igual de
indiferente ante los alrededores.
Si ello era posible, el piso veintitrés era incluso más opulento que el
vestíbulo que acababan de dejar atrás. El turboascensor se abrió a una
pequeña área de entrada, llena de estatuas de mármol, todas del mismo
muun.
—Mi señor —un muun de cara cetrina apareció por detrás de ellos,
aparentemente de la nada. Iba vestido con una simple túnica gris y marrón,
su mirada estaba fija en las esculturas—. El gran Mak Luunim. Patrocina el
trabajo de los mejores artesanos de Muunilinst, y naturalmente, todos ellos
se ven estimulados a usar sus talentos inspirándose en su noble figura.
—Naturalmente —murmuró Han—. Estoy seguro de que su patrocinio
no tiene nada que ver.
Leia le lanzó una mirada furibunda, su significado era claro:
Compórtate.
—Tenemos una cita con su señor —le dijo Leia—. Debe estar
esperándonos.
El muun bajó la cabeza y pasó sus dedos a lo largo de la pared. Una
entrada oculta se abrió en el mármol.
—Son libres de entrar.
Entraron en un amplio salón, entrecerrando los ojos ante la reluciente
visión. Puntos danzantes de luz centelleaban desde los candelabros
cristalinos, rebotando en el suelo y las paredes doradas. El apartamento de
Mak Luunim no tenía nada de la elegante belleza de las calles de Pilaan.
Estatuillas de oro y enmarcadas pinturas doradas ocupaban casi cada
centímetro de superficie. Incluso los muebles contenían más oro que tejido.
Representaciones artísticas del rostro de Mak Luunim les devolvían la
mirada desde cada pared.
—¿Deberíamos esperar aquí a su señor? —preguntó Leia.
Luke esperaba que el muun llegara pronto. Empezaba a sentirse
profundamente incómodo. ¿Qué clase de ser elegiría vivir así?
—Yo no tengo señor —respondió el muun con tristeza.
—Pero ha dicho que Luunim era su señor —señaló Luke, confundido.
Algo no encajaba, y comenzaba a sospechar que no eran solo los muebles.
—De hecho —dijo el muun—. Fue mi señor. Pero ya no. El noble Mak
Luunim nos ha dejado.
—¿Nos ha dejado para ir de compras? —preguntó Han esperanzado—.
Porque podemos esperar.
—Ha dejado nuestro reino mortal —la cara larga del muun pareció
estirarse incluso más cuando su boca se ensanchó con un suspiro de pesar.
La mano de Luke se deslizó hacia su sable de luz.
Han frunció el ceño.
—Princesa, tal vez deberíamos…
—¿Cómo murió? —preguntó Leia—. ¿Y cuándo?
—Nosotros haremos las preguntas —dijo una voz desde detrás de ellos.
Luke giró en redondo. La puerta por la que habían entrado había
desaparecido, convertida de nuevo en sólido mármol. Y de pie frente a esta,
con los blásters desenfundados, había una hilera de seis soldados de asalto
imperiales.
CAPÍTULO
TRECE
—¿Qué asuntos tenéis con Mak Luunim? —preguntó uno de los soldados
de asalto a través de su intercomunicador vocal.
—¿Con quién? —preguntó Han inocentemente—. Creo que nos hemos
equivocado de apartamento. Bueno, no digo que todos los muuns sean
iguales, pero entre nosotros te diré…
—Explicad vuestros asuntos —repitió el soldado de asalto, levantando
su bláster.
Han hizo algunos cálculos rápidos. Estaban rodeados, superados en
armamento, superados en número.
La clase de probabilidades que le gustaban.
—Parece que ya se ha acabado la parte de conversación educada de la
velada —murmuró Han entre dientes. Intercambió una mirada con Tobin
Elad, quien asintió y avanzó hacia el guardia más cercano. Bien, pensó Han.
El hombre sabía cómo leer una situación.
—Os entregaréis sin resistencia —les informó el soldado de asalto—.
De lo contrario os dispararemos de inmediato.
—¿Morir ahora o morir después? —reflexionó Han, preparando su
bláster—. ¿Qué hay detrás de la puerta número tres? —fingió pensar por un
momento—. Oh, es verdad —agregó—. Fuego.
Elad lanzó una patada cegadora hacia el soldado de asalto más cercano,
quien se desplomó acompañado del claqueteo de su armadura. Los otros
guardias se volvieron en su dirección, distraídos solo por un momento.
Tiempo suficiente. Han soltó una ráfaga de fuego láser contra los soldados,
luego se arrojó detrás de un sofá antes de que pudieran tomar represalias.
Luke y Leia retrocedieron a esquinas opuestas, sacando sus blásters
mientras corrían. Su fuego proveyó suficiente cobertura para que Han se
tomara su tiempo, apuntando a las junturas en la armadura de los soldados
de asalto. Uno por uno, los imperiales cayeron.
El opulento apartamento se convirtió rápidamente en una zona de
guerra. Fuego de bláster rasgó tapicería satinada; estatuas de Mak Luunim
estallaron en una lluvia de polvo de mármol. Chewbacca rugió cuando uno
de los soldados de asalto trató de noquearlo golpeándolo con un bláster en
la cabeza. Levantó al soldado por encima de su cabeza y lo arrojó a través
de una pared que separaba el salón del comedor.
—¡No, no, no! —lloriqueaba el servil empleado de Luunim, angustiado.
Ignoraba el fuego de bláster y corría de un lado a otro del apartamento,
sujetando jarrones dorados y tambaleándose entre inestimables reliquias—.
¡Al señor no le gustaría esto en absoluto!
Al señor probablemente tampoco le guste mucho estar muerto, pensó
Han, apartando al muun de en medio justo antes de que una ráfaga de fuego
de bláster pudiera golpearlo. Algunas veces no tienes elección.
—Y quédate agachado —le aconsejó Han al muun, quien se había
acurrucado bajo una mesilla, sosteniendo una reluciente figurita plateada en
su pecho. Claramente la criatura los había conducido a una emboscada, pero
eso no significaba que mereciera morir.
Elad de repente giró en redondo, apuntando su bláster directamente a la
cabeza de Han.
—Hey… —gritó Han, justo cuando el fuego de bláster pasaba ante su
cara. Hubo un grito de dolor por detrás de él cuando un soldado de asalto
recibió el golpe.
—De nada —Elad sonrió con suficiencia.
—La próxima vez simplemente podrías decir «detrás de ti» —gruñó
Han. Pero estaba agradecido por la ayuda. Tenía que admitir que Elad era
tan bueno con un bláster como con una nave. Luchaba como una máquina,
frío y eficiente.
Letal.
Hablando de máquinas…
—¿Qué estás haciendo? —le gritó a R2-D2, casi tropezándose con el
droide—. ¡Descubre la manera de volver a abrir esa puerta!
R2-D2 bipeó indignado, pero fue rodando hacia la puerta e introdujo un
brazo manipulador en el panel de instrumentos.
Humo nublaba el aire, denso por el hedor acre del fuego de bláster. La
mitad de los soldados de asalto habían caído, pero tres más estaban
agazapados tras una silla y una mesa volcadas. Cada pocos segundos, se
asomaban desde detrás de su improvisada barricada y desataban otra
andanada de disparos. Han y Elad estaban parapetados tras una gruesa
columna de mármol. Había demasiada cobertura en la habitación, y muy
poco espacio… era imposible para Han conseguir un buen disparo sin
exponerse a sí mismo.
La pelea estaba empatada… al menos hasta que los soldados de asalto
pidieran refuerzos.
Lo cual podría suceder en cualquier momento.
—¿Cómo vamos con esa puerta? —preguntó Han con urgencia.
¿Cuánto tiempo podía llevar abrir la puerta de un tipo millonario?
Aunque… Han echó un vistazo alrededor del apartamento en ruinas,
dándose cuenta de que probablemente había más riqueza entre estas cuatro
paredes de la que había contrabandeado durante toda su vida. Era
comprensible que Luunim hubiera querido un sistema de vanguardia para
mantener a la gente fuera.
O mantener a la gente dentro.
R2-D2 trinó triunfante mientras la puerta se abría.
—¡Vamos! —gritó Elad, un segundo antes de que Han estuviera a punto
de hacer lo mismo—. Os cubriré.
Los droides salieron corriendo primero, seguidos de Leia, Luke y
Chewbacca.
—¡Vamos! —gritó Elad de nuevo, inmovilizando a los soldados de
asalto con otra ronda de fuego.
—¡Vamos tú! —insistió Han—. Yo te cubriré.
—¿Quieres discutirlo o prefieres vivir?
—¿Acaso necesitas preguntarlo? —Han sonrió.
—¿A la de tres?
Han asintió, contando en silencio.
Uno… dos… tres, articuló sin palabras, y ambos se precipitaron hacia la
puerta, girándose mientras corrían para disparar a los soldados de asalto que
les seguían. Mientras fuego de bláster abría agujeros en la pared de mármol,
ambos salieron del apartamento justo un momento antes de que las puertas
se cerraran tras ellos.
—¿Puedes evitar que salgan? —le preguntó Han al droide
astromecánico.
R2-D2 silbó una respuesta.
C-3PO lo miró sorprendido.
—Dice que ya lo ha hecho, Capitán Solo. Ha bloqueado los circuitos de
mando. ¿Quién te ha dicho que lo hicieras, Erredós?
R2-D2 bipeó y silbó, sonando orgulloso.
—¿Qué quieres decir con que se te ha ocurrido a ti solo? —preguntó C-
3PO, horrorizado—. ¿Necesito recordarte cuál es nuestro lugar, Erredós?
Debemos cumplir órdenes, no urdir alocados planes que sin duda…
—Buen trabajo, Erredós —interrumpió Luke, sonriendo—. Nos habéis
salvado.
—Bueno… sí, ahora que lo menciona —alardeó C-3PO—, supongo que
lo hemos hecho.
CAPÍTULO
CATORCE
Salieron del edificio sin contratiempos, absorbidos rápidamente por la
densa multitud. Leia los condujo de un lado a otro a través de las calles
atestadas, vagando sin rumbo con la esperanza de perder a cualquier
imperial que pudiera estar siguiéndoles. Cuando pasó casi una hora sin
incidentes, decidieron que estaban a salvo.
Por el momento.
Se encontraban en la periferia de la ciudad. No había relucientes
edificios de mármol allí, solo achaparrados edificios de piedra del color del
barro.
Bestias dragón naranjas, casi tan grandes como un pie humano,
correteaban por las calles, mordisqueando los montones de basura que
yacían apilados en cada esquina. Era obvio que ninguno de los muuns más
adinerados, con sus ricas túnicas satinadas y sus abultadas cuentas
bancarias, se había aventurado alguna vez en esta parte de la ciudad.
—Tenemos que descubrir por qué los imperiales han matado a Mak
Luunim —dijo Leia, tropezando con un angosto canal. Luke se precipitó a
ayudarla, pero Elad fue más rápido. Él la tomó del brazo justo antes de que
cayera. Ella lo apartó—. Si han descubierto su conexión con la Alianza,
podríamos estar en peligro.
—Princesa, esos soldados de asalto de antes casi nos convierten en
tostadas de pan de sémola chamuscadas —señaló Han—. Yo diría que ya
estamos en peligro.
—Tenemos que preguntar por ahí, averiguar todo lo que podamos sobre
Luunim —sugirió Luke.
Han negó con la cabeza.
—Tenemos que pasar desapercibidos.
—¿Puedo sugerir una forma de hacer ambas cosas? —Tobin Elad se
detuvo frente a una lúgubre cantina, su cartel parpadeante colgaba
precariamente sobre la puerta. Había tanto polvo en las ventanas que el
transpariacero se había vuelto de un marrón uniforme.
—Ah, un sitio de los míos —Han asintió apreciativamente.
—¿Eso? —Leia arrugó la nariz y se apartó del camino de un
gamorreano que entró por la puerta, su hedor se pegaba a él como una
sombra—. ¡Es un auténtico vertedero!
Han mostró una amplia sonrisa.
—Exactamente.

El interior de la cantina era incluso más mugriento que el exterior. A sus


ojos les llevó varios minutos adaptarse a la oscuridad. Leia casi hubiera
preferido que no lo hubieran hecho. Así no habría tenido que ver al gungan
de un taburete próximo cepillando el pelo a su compañera con su larga y
rosada lengua. O al inusualmente desaliñado muun de detrás de la barra
servirle a esta un vaso de agua que él acababa de usar para lavarse los pies.
Sin embargo, además de los pies limpios, el muun tenía una gran boca,
y eso les venía bien.
—Ese cara de gundark de Luunim me debía dinero —mintió Han,
inclinándose hacia el camarero como si fueran viejos amigos—. Debería
haber sabido que preferiría morir antes que devolverme el dinero.
—Luunim debía dinero a todo el mundo —dijo el camarero. Su voz era
casi un siseo—. Estaba destinado a meterse en problemas algún día —el
camarero le había confiado que Mak Luunim murió cuando la turbina
central de su aerodeslizador falló en el aire. Una investigación imperial
consideró el incidente como un accidente. El camarero se burlaba de
cualquiera que fuera lo suficientemente crédulo como para creerlo.
—La cuestión es, ¿ahora quién me paga? —se quejó Han—. Los
imperiales merodean por todo el lugar, y tengo la sensación de que no están
demasiado interesados en pagar sus deudas.
—¡Imperiales! —el camarero escupió en su vaso. Leia decidió mantener
un ojo sobre este, no fuera a tratar de ofrecérselo—. Solo los seres
honorables pagan sus deudas. Los imperiales meramente toman y toman…
y luego continúan adelante —rio entre dientes—. Nal Kenuun tiene suerte
de llegar siempre primero.
Han se tensó, y Leia podía decir que estaba haciendo todo lo posible
para sonar casual.
—¿Entonces ese tipo Nal Kenuun llegó a casa de Luunim antes de que
aparecieran los imperiales? —preguntó Han—. ¿A él también le debía
dinero Luunim?
—Todo el mundo debe dinero a Nal Kenuun —dijo el camarero—. No
tengo duda de que recaudó su pago, más allá de que Luunim estuviera vivo
o no para pagarle.
Han miró a Leia, y ella supo exactamente lo que estaba pensando. Si ese
Nal Kenuun había saqueado el apartamento de Luunim buscando objetos de
valor, entonces era posible que estuviera en posesión de la tarjeta de datos
de la Rebelión… o al menos supiera dónde encontrarla.
Ciertamente era la mejor pista que tenían, ya que no podían regresar al
apartamento de Luunim y mirar por sí mismos. No con el Imperio
merodeando por todas partes.
—Supongo que no sabrás dónde podría encontrar a ese Kenuun, ¿eh? —
dijo Han.
El camarero se puso rígido.
—No sé nada de eso —recogió los vasos de la barra y se retiró a una
habitación trasera—. Tengo platos y vasos que lavar. Dejad el dinero en la
barra cuando os marchéis.
—Ese muun no ha lavado un vaso en su vida —dijo Leia, observando
los vasos manchados que cubrían la barra.
—Definitivamente se ha asustado cuando hemos comenzado a hablar
sobre Kenuun —coincidió Han—. Eso debe significar que seguimos el
camino correcto.
De hecho, eso podía significar cualquier cosa, pero Leia decidió no
mencionarlo. Quería creer que Han tenía razón. Ya que necesitaban esa
tarjeta de datos… la Rebelión necesitaba esa tarjeta de datos. Y esta era su
única pista.
Desafortunadamente, el camarero no fue el único que se negó a ayudar.
Se separaron, deambulando por diferentes áreas de la cantina, dejando caer
el nombre de Nal Kenuun casualmente en conversaciones. Cada
conversación terminó abruptamente.
Cuando volvieron a encontrarse frente a la puerta principal, no estaban
más cerca de Kenuun que cuando empezaron.
—Es rico, es poderoso y le gusta apostar —informó Luke—. Y nadie
quiere cruzarse con él. Eso es todo lo que he descubierto.
—Parece que eso es lo único que hemos logrado descubrir todos —dijo
Leia, derrotada. Suponía que podían regresar al centro de la ciudad y
rastrarlo a través del directorio central, pero con los imperiales tras su
estela, eso parecía un riesgo demasiado grande.
Un fuerte siseo surgió del callejón tras el bar.
Se quedaron en silencio, girando como si fueran uno hacia la fuente del
sonido. Un escamoso dug emergió de entre las sombras.
—Sí, vosotros —susurró, curvando un dedo hacia ellos—. Venid aquí.
Chewbacca gruñó suavemente.
—Lo sé —murmuró Han—. Yo también le vi. Sentado solo.
Observándonos.
—Oferta de tiempo limitado —advirtió el dug, retrocediendo más en el
callejón.
C-3PO levantó un dedo en señal de protesta.
—Debo decir que resulta muy desaconsejable seguir a este ser a un…
esperen, ¿adónde van todos?
Leia abrió el camino.
El dug era más bajo que la mayoría de los de su especie, apenas medía
un metro de alto. Su piel escamosa colgaba suelta alrededor de su cuello.
Llevaba una cuchilla metálica en una funda que le colgada de los hombros.
—He oído que buscáis a Nal Kenuun —dijo con voz baja y grave.
—Es posible —Han mantuvo una mano sobre el bláster.
—¿Qué queréis de él? —el dug entrecerró los ojos con sospecha.
—Buscamos algo de acción —dijo Han—. He oído que él es el tipo
indicado. Tengo algunos créditos de sobra.
—¿Te crees un jugador? —preguntó el dug.
—Y de la mejor clase —replicó Han—. De la clase que ganan.
—Nadie gana contra Nal Kenuun.
Han se encogió de hombros.
—Sólo hay una forma de averiguarlo.
—Kenuun dirige un juego de altas apuestas —le advirtió el dug—. La
cuota de entrada es de diez mil. No se aceptan pagarés. No tienes pinta de
poseer esa clase de cantidad en efectivo.
—Las apariencias engañan —dijo Han—. Tengo lo que necesito.
Leia le lanzó una mirada penetrante. Entre todos apenas tenían diez
créditos, ni de lejos diez mil… sin mencionar que hacerse pasar por un
jugador de altas apuestas no parecía compatible con mantener un perfil
bajo.
—¿Y qué gano yo? —preguntó el dug.
—¿El profundo placer de ayudar a un amigo? —sugirió Han.
El dug resopló.
—Vale, entonces, cien créditos —dijo Han—. Pero solo cuando estemos
con Kenuun.
Leia esperaba que el dug pidiera el pago por adelantado… pero
sorprendentemente, estuvo de acuerdo.
—Llámame Grunta —dijo, retirando sus gruesos y curtidos labios en
una especie de tensa sonrisa—. Será un placer llevarte adonde necesitas ir.
Amigo —el dug sacudió su arrugada cabeza hacia los demás, sus finas
orejas temblaron—. ¿Qué hay de ellos?
Han se inclinó acercándose a él y bajó la voz.
—Ya sabes qué ocurre cuando comienzas a acumular créditos. Un
montón de parásitos aduladores quieren parte de la acción. Me siguen por
todas partes, hacen cualquier cosa que diga. Son inofensivos.
Leia se enojó, pero mantuvo la boca cerrada. El dug se alejó por el
callejón con sus largas y esbeltas patas delanteras sin esperar a que lo
siguieran.
—¿Qué te hace pensar que podemos confiar en él? —le murmuró Leia a
Han mientras se apresuraban tras él.
—Relájate, princesa —dijo Han—. Ahora estás en mi mundo.
Leia suspiró.
—Eso es lo que temo.
CAPÍTULO
QUINCE
La galaxia estaba repleta de seres extraños, se maravillaba Luke, mientras
seguían a Grunta a través de una red de callejones estrechos y sucios. Trató
de imaginar cómo sería ser un dug, comer con los pies y caminar sobre sus
manos, pero no sirvió de nada. Nada sorprendente, pensó Luke. Apenas
podía imaginar cómo era ser alguien como Han, mucho menos cómo era ser
un alienígena del otro lado de la galaxia.
—Parece que vamos de la mitad de la nada al borde de la nada —dijo
Elad con ligereza, igualando el paso con él. No sonaba preocupado, solo un
tanto curioso.
Han y Leia estaban siguiendo de cerca al dug, con Chewbacca y los
droides justo detrás.
Luke sintió una extraña sacudida de placer al ver que Elad había elegido
hablar con él. El piloto a veces parecía extrañamente vacío; sonreía y se reía
en los momentos apropiados, pero siempre había algo en él que parecía
ausente, como si faltara una parte de él.
Tal vez sea así, pensó Luke, recordando lo que Leia le había contado
sobre el pasado de Elad. Debía ser difícil para él conectar con otras
personas después de todo lo que había perdido.
—Entonces, Luke, ¿cómo terminaste formando parte de esta variopinta
tripulación? —preguntó Elad.
Una pregunta extraña que hacer sin venir a cuento.
—¿Por qué?
—Solo curiosidad —Elad se encogió de hombros—. Dijiste que eras de
Tatooine, ¿no? Eso es un páramo aislado… sin ofender.
Luke negó con la cabeza.
—Créeme, lo sé. Es la definición de la nada.
—Y eres joven, sin entrenamiento… sin embargo, Leia tiene mucha fe
en ti.
—¿En serio? —preguntó Luke, esperando no sonar tan entusiasmado
como se sentía. Estaba sorprendido por las palabras de Elad. A menudo se
preguntaba si Leia tenía siquiera un poco de fe en él. Después de todo,
había pasado mucho tiempo desde que hizo algo para merecerla.
—Claro. Por la forma en que busca tu consejo, la forma en que escucha.
Ella confía en ti. ¿La conoces desde hace mucho?
—En realidad no —dijo Luke—. Me he unido a la Rebelión
recientemente.
—Pero antes de la destrucción de la Estrella de la Muerte, ¿verdad? —
preguntó Elad.
Luke se puso rígido.
—¿Has oído hablar de eso?
Elad soltó una carcajada.
—Toda la galaxia ha oído hablar de eso. ¡Un gran golpe por la libertad!
—sacudió la cabeza—. Vaya, si pudiera conocer al ser que pilotó esa
nave… —se volvió hacia Luke—. Bueno, tú debes haberlo conocido,
¿verdad? Dime, ¿cómo fue encontrarse cara a cara con el héroe de la
Rebelión?
¿El héroe de la Rebelión? Luke no quería otra cosa que admitir la
verdad. Imagina, un hombre como Elad, admirándolo a él.
Pero eso iría contra el protocolo.
—No lo he conocido —mintió Luke—. La Alianza es bastante grande.
—Por supuesto. Estoy seguro de que solo la gente al nivel de la princesa
puede estar al tanto de todo el mundo.
—Ajá —dijo Luke ausente, apenas escuchando. Dejó de caminar. Una
extraña sensación lo había recorrido.
¡La Fuerza!, se dio cuenta de repente. Estaba advirtiéndole de algo.
Algo malvado.
¿Elad?
Parecía imposible. Pero algo definitivamente iba mal. Elad estaba
preguntando algo, pero Luke apenas podía distinguir las palabras. El aire a
su alrededor se había vuelto un fluido denso y viscoso, lo cual hacía difícil
el respirar, era imposible hablar o moverse. Ahora todo era oscuridad.
Y entonces, sin previo aviso, la sensación de fatalidad desapareció. La
luz regresó al mundo.
—Oye, ¿estás bien, chico? —preguntó Han. Todo el grupo estaba
observándole, como si hubiera tenido algún tipo de ataque.
—Bien —Luke inspiró profundamente. Miró a Elad, cuya preocupación
parecía tan sincera como la de los demás.
Pero, ¿lo era?
Luke se sacudió las preguntas de encima.
—Solo me he mareado un momento. Debe ser por el sol. O tal vez…
Un estrépito de fuego de bláster ahogó sus palabras. ¡Grunta había
abierto fuego contra ellos!
Chewbacca se abalanzó sobre el dug y le quitó el bláster de las manos.
Pero un estruendo de motores retumbó por encima. Cuatro motos swoop se
precipitaban hacia ellos, todas pilotadas por dugs con los blásters
desenfundados.
Era una emboscada.
Así que es de esto de lo que me advertía la Fuerza, pensó Luke, furioso
consigo mismo. Si lo hubiera entendido, en lugar de perder el tiempo
preocupándome por Elad… Su mano voló automáticamente hacia el sable
de luz, pero entonces vaciló.
Han tenía razón: ¿de qué servía un arma que no sabía cómo usar?
Sacó el bláster en su lugar, y devolvió el fuego.
Puede que fuera un ataque sorpresa, pero esta vez no los superaban ni
en armas ni en número. Sin embargo, estaban en una seria desventaja. Los
dugs se precipitaban volando dentro y fuera de alcance a voluntad.
Luke y sus amigos formaron una estrecha piña, dándose la espalda entre
ellos, los blásters apuntando al cielo mientras los dugs volaban en círculos
sobre sus cabezas.
—¡Todo lo que queremos es el dinero! —gritó Grunta por encima del
rugido de los motores. Chewbacca lo había tirado al suelo. Se revolvió
violentamente, tratando de herir al wookiee con su afilada cuchilla—.
Dádnoslo y seréis libres de marcharos.
—Tal vez deberíamos decirles que no tenemos dinero —dijo Luke en
voz baja.
Han resopló.
—Gran idea. Estoy seguro de que nos desearán un buen día y nos
dejarán seguir nuestro camino.
—¿Tienes una idea mejor? —replicó Leia—. Después de todo, tus
planes han funcionado maravillosamente hoy.
—No sé si es mejor, pero… —Han sacó un saquito de debajo de su
chaqueta y lo agitó en el aire—. ¿Queréis los créditos? —gritó—. ¡Venid a
por ellos! —una swoop descendió hacia el suelo, un escuálido brazo de dug
se extendió para alcanzar el saquito vacío. Han lo dejó caer y agarró el
brazo del dug en su lugar, tirando con fuerza—. ¡Ahora, chico! —gritó
mientras el dug caía de la swoop.
Sin pensar, Luke dio un gran salto hacia la moto swoop. Estaba más
lejos e iba más rápido de lo que esperaba… pero de alguna manera, lo
logró.
La Fuerza, pensó agradecido, agarrando los controles y girando
alrededor para que Han pudiera subir a bordo tras él. Partieron en pos de
uno de los otros dugs, quien se elevó vertiginosamente en vertical, luego de
repente inició un tirabuzón descendente. Luke lo siguió, acelerando
mientras ambas motos se precipitaban abajo, acercándose tanto que el
escape de la swoop del dug le calentó la cara. Han apuntó por encima del
hombro de Luke y lanzó una ráfaga al motor de estribor. Este relució al rojo
vivo, luego explotó, una lluvia de ardientes fragmentos de duracero cayó
sobre ellos. Mientras Luke zigzagueaba para evitar la metralla voladora, la
swoop del Dug cayó del cielo. Luke se detuvo unos instantes antes de
estrellarse contra el suelo, y se elevó en espiral hacia el siguiente deslizador.
—¡¿A quién le toca ahora?! —gritó Han alegremente.
Los tres dugs restantes echaron un vistazo a lo que quedaba de su amigo
y decidieron que preferirían seguir vivos y pobres antes que ricos y
muertos. Las motos swoop se alejaron hacia el centro de la ciudad,
desapareciendo en el horizonte. Luke llevó la swoop de vuelta a tierra.
—Buen vuelo, chico —dijo Han—. Yo mismo no lo hubiera hecho
mejor —un momento después, Han lo reconsideró—. Bueno, sí podría
haberlo hecho mejor. Pero solo yo.
De vuelta al nivel del suelo, Leia, Elad y Chewbacca estaban rodeando
los restos del deslizador caído.
—¿Dónde está Grunta? —preguntó Luke, mirando alrededor.
Chewbacca gruñó y señaló con un dedo peludo hacia el deslizador
estrellado. Tras una inspección más cercana, Luke divisó un escamoso
brazo de dug sobresaliendo por debajo de los restos.
Elad sonrió.
—Dije «cuidado». Supongo que no me oyó.
—¿Y ahora qué? —preguntó Luke, sintiéndose desinflado a medida que
la adrenalina de la batalla le abandonaba—. Estamos otra vez donde
comenzamos.
—Simple —dijo Han con confianza—. Solo tenemos que… —su voz se
apagó mientras una extraña y mareada expresión se deslizaba en su rostro
—. Tengo un mal presentimiento sobre… —cayó al suelo, inconsciente.
—¡Han! —Leia corrió a su lado… pero se congeló justo antes de
alcanzarlo. Levantó la vista con una expresión perpleja en su rostro. Luego
ella se desplomó en el suelo.
—Dardos venenosos —dijo Elad, inclinando su cabeza para buscar un
francotirador en uno de los edificios que se elevaban a su alrededor—.
Deberíamos… —sin previo aviso, cayó. Chewbacca lo siguió un momento
después, con un gruñido y un ruido atronador.
¡Agáchate! La orden pareció provenir de su interior, pero Luke la
obedeció. Mientras lo hacía, un dardo pasó zumbando rozando su pelo.
—Eso ha estado cerca, amo Luke —dijo C-3PO preocupado—.
Debemos buscar cobertura antes de…
Luke se lanzó hacia su izquierda justo cuando otro dardo pasaba de
largo. Algo, sus instintos, sus sentidos (¿la Fuerza?), estaba advirtiéndole
del peligro una fracción de segundo antes de que llegara. Pero no podía
esquivar los dardos indefinidamente. Tenía que encontrar una manera de
ayudar a sus amigos.
Solo están inconscientes, se aseguró a sí mismo, apartando la mirada de
sus cuerpos inmóviles y caras pálidas. No pueden estar…
—Eres rápido —dijo una voz por detrás de él. Luke giró en redondo y
se encontró cara a cara con una máscara blindada blanca—. Pero no lo
suficientemente rápido.
El soldado de asalto levantó una pica de fuerza y se la clavó en el
pecho. El cuerpo de Luke se sacudió incontroladamente mientras la
descarga eléctrica lo atravesaba. Sintió una explosión de dolor, y sus piernas
cedieron debajo de él.
La masiva descarga había paralizado su sistema nervioso. Yacía de
espaldas, incapaz de moverse, mirando al soldado de asalto. Indefenso.
Luke se preparó para morir.
La pica de fuerza lo golpeó de nuevo.
Más dolor.
Y luego, solo oscuridad.
CAPÍTULO
DIECISÉIS
Luke abrió los ojos. Todo estaba oscuro. Ataduras alrededor de las
muñecas sostenían sus brazos sobre la cabeza. Sujeciones similares
rodeaban su cintura y tobillos, inmovilizándolo contra una fría pared de
piedra.
Le dolía todo.
Luchó contra las ataduras, pero se mantuvieron firmes. No había
esperanza de alcanzar su sable de luz, el cual, cuando el mundo volvió a
enfocarse, vio que todavía estaba sujeto a su cinturón. No había esperanza
de escapar. Luke intentó no entrar en pánico.
Él era un Jedi, se recordó a sí mismo. Debería ser capaz de convocar el
sable de luz a su mano. Pero no tenía ni idea de cómo hacerlo.
—Tómatelo con calma, chico —la voz de Han flotó en la oscuridad—.
Tus ojos se acostumbrarán pronto.
Chewbacca aulló desde unos pocos metros de distancia. Luke creyó
distinguir una enorme sombra que bien podría ser el wookiee.
—Por supuesto que está bien —dijo Han—. Yo no estaba preocupado.
Chewbacca gruñó algo en respuesta.
—¡Solo porque le ha llevado mucho tiempo despertarse! —dijo Han a la
defensiva—. No es mi culpa que tenga una constitución débil.
—¡Hey! —protestó débilmente Luke. Los persistentes efectos de la pica
de fuerza hacían que sus músculos se sintieran como gelatina. Incluso si
podía escapar de las ataduras, Luke temía no ser capaz de sostenerse en pie,
mucho menos sería capaz de luchar.
—Creo que llevamos aquí varias horas —dijo Tobin Elad—. No está
claro a qué están esperando.
—¿Los droides escaparon? —preguntó Luke—. Tal vez puedan
ayudarnos.
—Tal vez —dijo Leia, pero no parecía particularmente esperanzada.
Luke, con sus ojos todavía ajustándose a la oscuridad, miró a través de la
habitación hacia la figura sombría de ella, pegada a la pared. Comenzó a
luchar contra las ataduras de nuevo. Estar atrapado ya era lo
suficientemente malo. ¿Pero imaginar a Leia colgando impotente mientras
él no podía hacer nada para salvarla? Eso era intolerable.
—O tal vez ya sean chatarra para algún proyecto de construcción
imperial —dijo Han—. Lo cual probablemente es más agradable que lo que
nos espera a nosotros.
Una puerta se abrió, dejando que un haz de luz entrase en la habitación.
Luke hizo una mueca ante la visión de sus amigos encadenados a las
paredes. Un hilo de sangre seca corría por el costado del rostro de Leia.
La armadura blanca del soldado de asalto relucía.
—Me han ordenado preguntar si tenéis sed.
—Claro —dijo Han—. ¿Qué tal si abres estas esposas y tú y yo vamos a
tomar algo? Ya sabes, nos conocemos un poco y eso.
El soldado de asalto cruzó la habitación, deteniéndose a centímetros del
cuerpo inmovilizado de Han. Luke contuvo el aliento.
En lugar de un bláster, el guardia sacó un recipiente transparente de
líquido que sostuvo en los labios de Han.
—Bebe.
Han lo hizo… entonces escupió el agua en la cara del soldado de asalto.
Por un momento, el guardia no reaccionó. Entonces presionó un botón
en su consola de muñeca. Han gritó de dolor mientras las ataduras alrededor
de sus muñecas chisporroteaban con corriente eléctrica. La cabeza se le
desplomó sobre el pecho cuando cayó inconsciente.
—¿Alguien más quiere un trago? —preguntó el soldado de asalto en
tono coloquial.
Silencio.
Se encogió de hombros y se volvió para salir de la habitación.
—¡Espera! —gritó Luke, con un plan desesperado tomando forma.
El soldado de asalto se detuvo, volviéndose para mirar a Luke.
—¿Tú también quieres probar tus esposas aturdidoras?
Luke cerró los ojos, tratando de convocar la Fuerza. Ahora te necesito,
Ben, pensó, recordando el día en que Ben se reveló a sí mismo como un
Maestro Jedi. Usó la Fuerza para manipular las mentes de los enemigos. La
Fuerza puede influenciar poderosamente a los débiles mentales, dijo Ben.
—Ya no quieres mantenernos prisioneros —Luke miró intensamente al
guardia—. Quieres dejarnos marchar.
Hubo una larga pausa.
—No, no quiero —dijo el soldado de asalto.
La puerta se cerró ante ellos, y la oscuridad los envolvió de nuevo.

Horas pasaron. Quizá días. No había forma de medir el paso del tiempo.
Luke tragó saliva, su garganta estaba seca y áspera. Se preguntó si el
guardia volvería alguna vez con más agua. O tal vez esto era lo que el
Imperio tenía reservado para ellos: una larga y lenta muerte por
deshidratación. Colgarían allí hasta que sus estómagos se encogieran, sus
cuerpos se secaran y se volvieran más y más débiles, hasta que rogaran el
final.
No hablaban mucho. Todos se habían retirado a sus propios
pensamientos. Tal vez estaban formulando planes de huida, pero Luke lo
dudaba.
La huida parecía imposible.
Ahora no había nada más que hacer salvo esperar.
Luke estaba dormido cuando la puerta se abrió de nuevo. Fue la luz lo que
lo despertó. Entrecerró los ojos, desacostumbrado a la luminosidad que
llenaba la habitación. Un muun, más alto y delgado que los otros que habían
visto, estaba de pie en la entrada, su reluciente túnica verde se extendía
hasta el suelo.
El muun asintió, y las esposas alrededor de las muñecas y tobillos de
Luke se soltaron de repente. Cayó al duro suelo con un doloroso golpe. Uno
por uno, sus amigos también se desplomaron en el suelo.
—Os pido disculpas por mis guardias —dijo el muun en Básico, con su
voz nasal sonando poco familiarizada con las vocales—. Tienden a dejarse
llevar.
Lentamente, Luke forzó a su cuerpo a una posición sentada. Cuando
trató de ponerse en pie, sus piernas casi ceden bajo él. Finalmente, se obligó
a incorporarse apoyándose contra la pared. Fuese lo que fuese lo que el
muun tenía reservado para ellos, Luke juró que encontraría la fuerza para
resistir.
Habían sido despojados de los blásters. Pero al menos todavía
conservaba su sable de luz. Algo era algo.
—¿Tus guardias? —preguntó Leia. Ella también estaba apoyada contra
la pared. Chewbacca había puesto a Han en pie y tenía un brazo peludo
alrededor del piloto. Solo Tobin Elad se mantenía firme y erguido, sin
secuelas aparentes de la terrible experiencia—. ¿No del Emperador?
El muun le ofreció a Leia una leve sonrisa.
—Incluso el Imperio tiene deudas que pagar —dijo crípticamente—.
Ocasionalmente elijo tomar mi retribución de una forma no monetaria.
Tener guardias imperiales a mi servicio puede resultar útil de vez en
cuando, pero ocasionalmente… —sacudió la cabeza—, ocasionalmente
pueden resultar excesivamente entusiastas. Y cuando eso sucede… bueno,
tengo entendido que ya sabéis de la suerte de Mak Luunim.
Luke intercambió una mirada significativa con Leia. Entonces Luunim
no había sido asesinado por el Imperio después de todo. Lo cual significaba
que su muerte probablemente no tenía nada que ver con su conexión con la
Alianza Rebelde.
—¿Tú ordenaste que lo mataran? —preguntó Luke—. ¿Por qué?
—Vamos, vamos, la precisión lo es todo —lo reprendió el muun—.
Muunilinst es un planeta civilizado: mandar asesinar a alguien sería un
crimen. ¿Pero puedo ser responsabilizado de las acciones que mis guardias
emprenden en propia defensa?
—No sabemos nada de los tratos de Luunim contigo —dijo Leia, sin
una sola nota de miedo en su voz—. Y no tenemos ningún interés en vengar
su muerte. No somos tus enemigos.
—Eso está por verse —le dijo el muun—. Primero aparecéis en la
residencia de Luunim. Luego vuestra farsa de haceros pasar por jugadores
para rastrearme. Habéis estado bastante ocupados… y, al parecer, muy
decididos a meteros en mis asuntos —sonrió al ver la expresión de sorpresa
en sus rostros—. Oh, sí, yo soy Nal Kenuun, el que habéis estado buscando.
Ahora, ¿podría alguien explicarme por qué me molestáis?
—¿Nosotros te molestamos a ti? —preguntó Han incrédulo—. Oye,
fácil solución, déjanos salir de aquí y nunca más te molestaremos.
—Hemos venido a por algo que nos pertenece —Leia habló sobre el
fanfarroneo de Han—. Luunim tenía una tarjeta de datos de códigos de
acceso financiero. Es nuestra, y creemos que tú la confiscaste junto con el
resto de sus posesiones de valor. Nos gustaría que nos la devolvieras, por
favor —sonaba como si estuviera exponiendo una solicitud oficial en la
Cámara del Senado, en lugar de suplicándole algo a su captor mientras se
encogía en su mazmorra.
Kenuun asintió.
—Sí, tomé posesión de los registros financieros de Luunim. Es probable
que tenga lo que estáis buscando. Y, por supuesto, si os pertenece, no tengo
derecho a retenerlo. No obstante…
—¿No obstante? —repitió Han—. No obstante nunca es bueno.
Chewbacca gruñó de acuerdo.
—No obstante vosotros tomasteis algo mío. Algo de gran valor.
—No te hemos quitado nada —insistió Luke.
—Al contrario, tomasteis una de mis posesiones más preciadas —
argumentó Kenuun—. Creo que lo conocisteis con el nombre de Grunta…
—¡Eso fue defensa propia! —protestó Luke—. Nos tendió una
emboscada.
—No lo pongo en duda —dijo Kenuun—. Meterse en problemas era
uno de los pocos talentos de Grunta. Esa es la razón por la que mantenía un
droide buscador en su estela… algo afortunado, o tal vez nunca habría
encontrado a los seres que lo mataron.
Así que los guardias no iban tras nosotros, pensó Luke. Iban tras el
dug.
—Los muuns somos seres honorables —dijo Kenuun—. Y me agradaría
devolveros vuestra posesión… una vez que vosotros reemplacéis la mía.
—¿Y cómo se supone que debemos reemplazar a tu mascota dug? —
preguntó Han.
—Haciendo su trabajo por él. Puede que Grunta tuviera muchas taras,
pero era un excelente piloto de vainas. Y en la carrera de vainas que se
celebrará en dos días iba a ganarme una gran suma de dinero.
—Las carreras de vainas son ilegales —dijo Leia—. La mitad de los
corredores acaban muertos.
—Así es. El pobre Grunta probablemente tuvo suerte de vivir tanto
tiempo como lo hizo. Y ciertamente el destino le encontró un final más
agradable que el que le tenían reservadas las carreras —el muun cruzó sus
largos y delgados brazos—. Sea como sea, la carrera sigue adelante. Uno de
vosotros tomará el lugar de Grunta en la carrera. Y ganará. Yo recibiré mi
dinero, vosotros recibiréis vuestra tarjeta de datos.
—¿Cómo sabemos que mantendrás tu parte del trato? —preguntó Luke.
Kenuun pareció ofendido.
—Soy un muun —dijo—. No hay nada más sagrado para mi gente que
cumplir nuestra palabra en asuntos financieros.
—Es verdad —señaló Han—. Los muuns te sacarán todo lo que tienes,
pero nunca hacen trampas.
—Eso es irrelevante —espetó Elad—. Ningún humano puede ganar una
carrera de vainas. Los mejores pilotos humanos tendrían suerte de siquiera
acabar la carrera sin estrellarse. Y como no creo que el wookiee esté a la
altura de la tarea…
—Uno de vosotros participará en la carrera —dijo de nuevo Kenuun,
inamovible—. Ganará. Entonces, y solo entonces, la tarjeta de datos será
vuestra.
—A menos que muramos en el intento —añadió Han.
El muun asintió hacia los dos soldados de asalto que lo flanqueaban a
ambos lados. Levantaron los blásters, apuntando hacia los prisioneros.
—Hay muchas formas de morir —dijo con serenidad—. Y por Mak
Luunim, sabéis cual es el destino de los seres que eligen no pagarme sus
deudas.
—Lo haremos —dijo Luke—. Competiremos, y ganaremos. Aceptamos
el trato.
Leia le lanzó una mirada alarmada.
—¿Siquiera has visto alguna vez una carrera de vainas? —preguntó ella
—. Es una muerte segura.
Luke había visto varias carreras de vainas: Tatooine era uno de los
pocos lugares que quedaban en la galaxia donde aún florecía ese deporte
ilegal. Sabía que ningún humano tenía los reflejos necesarios para competir.
Al menos, ningún humano ordinario.
Pero también sabía que no tenían otra opción.
Y sabía que cuando se trataba de pilotar, él estaba lejos de ser ordinario.
—Lo haremos —repitió—. Yo lo haré.
CAPÍTULO
DIECISIETE
La vaina de carreras del difunto dug era una Collor Pondrat de alta gama,
modelo Coloso Conector-2, con una velocidad máxima de 790 kilómetros
por hora. Según Nal Kenuun, también tenía un sistema de tracción
modificado y una aceleración mejorada. Sus voluminosos motores estaban
veteados con elaboradas llamas verdes y amarillas, mientras que la cabina
estaba pintada de un rojo furioso, con una «K» verde estampada a cada
lado.
Los guardias de Kenuun los habían llevado a un área vacía y desolada a
cien kilómetros de la ciudad. Una red de cavernosos barrancos se
vislumbraba a un lado, mientras que, por el otro, no había nada a la vista
salvo terreno llano y repleto de maleza que se extendía hasta el horizonte.
Se habían erigido tiendas para albergar a los otros pilotos de vainas y sus
equipos.
Sería una reducida carrera de élite, con solo otros cinco corredores.
Todos habían llegado y pretendían estar puliendo y ajustando
cuidadosamente sus motores. Pero era obvio que todos observaban al nuevo
competidor.
Luke se encajó en el estrecho asiento, el cual había sido diseñado a
medida para una criatura significativamente más baja que él. Leia hizo una
mueca cuando Luke se golpeó las rodillas con fuerza contra los controles de
dirección.
—Pareces un wookiee tratando de meterse dentro de un nido de gartro,
chico —bromeó Han.
Leia lo mandó callar… pero tuvo que admitir que era verdad. Kenuun
les había dado la posibilidad de elegir vaina de carreras, pero todas eran
igualmente inadecuadas para un piloto del tamaño de Luke. Las carreras de
vainas simplemente no estaban pensadas para humanos. Ella no sabía
mucho acerca de este deporte, pero Elad le había explicado que los mejores
pilotos a menudo alcanzaban en un recorrido más de 900 kilómetros por
hora. Los reflejos humanos no eran lo suficientemente rápidos como para
dar un giro brusco a esa clase de velocidades.
Y luego estaba el problema del tamaño. Las vainas de carreras eran
vehículos solo en el sentido más técnico del término. Leia nunca antes había
visto una de cerca antes, y todavía no podía creer que esa pila de partes de
motor apenas interconectadas fuera a llevar a Luke a través de la pista. La
diminuta cabina repulsora estaba conectada por cables largos y flexibles a
los dos enormes motores. Dado que la estructura era tan inestable, se
desequilibraba fácilmente. Esa era la razón por la que la mayoría de los
pilotos medía menos de un metro de altura. Cuanto menos peso en la
cabina, menos posibilidades había de que la vaina volteara, derribando a su
piloto.
En recorridos complicados, esto les sucedía incluso a los pilotos más
experimentados.
Y Luke, por admisión propia, no tenía ninguna experiencia en absoluto.
—¿Estás seguro de que entiendes los controles? —preguntó
nerviosamente Leia mientras Luke se preparaba para encender los motores
y despegar para su primer recorrido de entrenamiento. Los droides estaban
a su lado, recién limpiados y pulidos (Kenuun los había tratado un poco
mejor que a sus prisioneros humanos)—. Estoy seguro de que uno de los
otros pilotos podría…
—Sé lo que estoy haciendo —dijo Luke malhumorado—. Es como
pilotar cualquier otra cosa, ¿no?
—Solo mantente firme, chico —aconsejó Han—. No es necesario ir
demasiado rápido la primera vez.
Chewbacca dejó escapar un largo gruñido.
—Bueno, esperemos que sepa que no debe hacer eso —le dijo Han al
wookiee—. Sería una pena que se estrellase antes siquiera de que comience
la carrera.
Luke suspiró.
—Era el mejor piloto de Mos Eisley —les recordó, removiéndose
incómodo en el asiento. Sus rodillas casi le rozaban la barbilla—. Y yo soy
el único de nosotros que realmente ha visto una vaina en acción. Sé lo que
estoy haciendo.
Antes de que pudieran decir algo más, la vaina se elevó, una corriente
violeta crepitó entre los motores. Luke saludó con una mano, y la vaina se
alejó a toda velocidad, tan rápido que pronto no fue más que una mancha
roja contra el cielo grisáceo.
Los motores se retorcían y tambaleaban alarmantemente mientras Luke
luchaba por mantener el equilibrio. La cabina se balanceó de lado a lado,
entonces se inclinó hacia adelante, desplomándose hacia el suelo.
—¡No puede controlarla! —jadeó Leia, mirando a través de sus
electrobinoculares.
—Le irá bien —le aseguró Han—. El chico sabe lo que hace —pero
Han no parecía estar convencido.
—Odio sugerir esto —dijo Elad—, pero tal vez sea hora de empezar a
pensar en un plan de reserva. Si Luke no puede lograrlo…
Solo estaba diciendo lo que ella misma había estado pensando, pero
algo en Leia se rebeló ante estas palabras.
—Luke es el mejor piloto que he conocido nunca —dijo con fiereza.
—¡Hey! —protestó Han.
—El mejor —repitió Leia—. Solo necesita practicar. Le irá bien.
Elad arqueó las cejas.
—¿El mejor que has conocido nunca? —miró a lo lejos. La cabina de la
vaina se tambaleaba furiosamente ante las corrientes de aire. Debido a su
rumbo errático, Luke estaba luchando contra sus propias turbulencias—.
Incluso aunque ganara la carrera, Kenuun aún podría traicionarnos. Quizá
deberíamos pensar en…
—Seguiremos el plan actual —dijo Leia bruscamente, cortando toda
discusión adicional. Puede que hubiera dejado que Elad los acompañara en
su misión, pero no estaba dispuesta a ceder el control—. Tengo fe en Luke.
La vaina de carreras se inclinó precariamente hacia el lado derecho
mientras regresaba hacia ellos. Una ráfaga de llamas anaranjadas surgió del
motor derecho.
—¡Se ha sobrecalentado! —gritó Han, corriendo hacia la vaina.
Con un motor muerto, dirigirla era imposible. La vaina se precipitó
dando vueltas sin control. Los motores giraban salvajemente alrededor de la
cabina. De repente, la vaina se inclinó verticalmente y se disparó hacia
arriba por los aires.
—¡Luke! —exclamó Leia, saliendo tras Han. La vaina volteó boca
abajo y gimió cayendo en picado. Todavía estaba a casi un kilómetro de
altura cuando una pequeña figura cayó desde la cabina.
Un momento interminable después, el paracaídas de Luke se infló. Este
lo condujo lentamente hacia el suelo. La vaina se precipitó hacia abajo,
golpeando el suelo con un ensordecedor estrépito. Explotó al impactar,
lanzando al aire un ardiente rocío de combustible y esquirlas metálicas.
Luke se cubrió con el paracaídas y giró alejándose del sitio del
accidente, tratando de escudarse de los escombros que caían. Leia y los
demás casi le habían alcanzado cuando uno de los pequeños y ardientes
trozos de duracero aterrizó en su paracaídas.
El paracaídas estalló en llamas.
CAPÍTULO
DIECIOCHO
Luke era una bola de fuego. Han golpeó con su chaqueta el ardiente
paracaídas, tratando de sofocar las llamas.
—¡Rueda! —gritó. Luke comenzó a rodar por la tierra. Lentamente
(demasiado lentamente) las llamas se extinguieron.
El paracaídas era un amasijo ceniciento y ennegrecido. El cuerpo oculto
debajo yacía inmóvil.
—¿Luke? —dijo Leia suavemente con la voz llena de terror—. ¡Luke!
Él se movió.
Luke se quitó de encima el paracaídas carbonizado. Su rostro estaba
cubierto de hollín y su cuerpo de abrasiones, pero estaba vivo. Se levantó.
—Estoy bien —dijo, estirando sus extremidades una a una para
asegurarse de que era verdad—. Estoy bien.
Una oleada de alivio recorrió a Han.
—Ha estado cerca, chico —dijo, tratando de mantener su voz ligera. Si
Luke hubiera caído de la vaina más pronto, o más tarde… Si el paracaídas
no hubiera funcionado bien, o si la ropa protectora no lo hubiera protegido
de las llamas…
¿Comprendía Luke lo cerca que había estado del fin? Han observó
cómo la horrorizada mirada de Luke contemplaba los escombros humeantes
de la vaina de carreras.
Lo comprendía.
—El motor se ha incendiado —dijo Luke, dando algunos pasos
vacilantes—. Debe haber sido por un filtro de corriente defectuoso. Debería
haber hecho que Erredós lo comprobara antes de despegar. Ya lo sé para la
próxima vez.
—¿Próxima vez? —Leia negó con la cabeza—. Luke, no habrá una
próxima vez. Casi mueres. La vaina está destruida.
—Kenuun quiere ganar esta carrera… nos dará otra vaina —dijo Luke
con confianza.
—¿Y va a darnos otro tú?
—Dale un respiro, princesa —Han pasó un brazo alrededor de Luke—.
El chico ni siquiera sabe lo que está diciendo.
Luke se encogió de hombros apartando el brazo de Han.
—Sí lo sé. Y un vulgar filtro defectuoso no nos impedirá completar esta
misión. La Rebelión necesita que ganemos esta carrera.
La Rebelión necesita que tú vivas, pensó Han.
Pero mantuvo la boca cerrada.

Finalmente, Luke se salió con la suya. Leia y Elad se encontraron con


Kenuun con la esperanza de poner sus manos en una segunda vaina de
carreras. El muun tenía un hangar lleno de ellas… parecía probable que
estuviera dispuesto a dejarles otra.
Han llevó a Luke de vuelta a su improvisado campamento para que
descansara. Faltaban menos de veinticuatro horas para la carrera, y Luke
sabía que cada segundo contaba. Pero no podía practicar sin una vaina… y
tenía que admitir que descansar sonaba bien. El hombro y la espalda le
palpitaban por la caída, y una profunda serie de rasguños a lo largo de la
espalda se le encendía de dolor dondequiera que la camisa le rozara la piel.
Podría haber sido peor, se recordó a sí mismo. Mucho peor.
—¿Qué estás pensando? —preguntó Han mientras se sentaban frente a
la tienda, observando el sol hundirse en el horizonte. Algunas de las vainas
de carreras iban de aquí para allá en la distancia, completando más
kilómetros antes del día de la carrera.
—Lo habría conseguido —dijo Luke—. Estaba tomando el control. Si
el motor no se hubiera encendido… lo habría logrado.
—Lo sé, chico —dijo Han.
Luke lo miró con sorpresa.
—¿Ah, sí?
Han se encogió de hombros.
—Por supuesto. No lo olvides, te vi acabar con la Estrella de la Muerte.
Sé lo que puedes hacer.
—Tal vez —dijo Luke. Había estado haciendo todo lo posible para
actuar con confianza… pero solo era eso. Una actuación. Tenía que
convencer a los demás de que podía pilotar la vaina. Era la única forma de
que el resto aceptara el plan. Pero Luke había visto una carrera de vainas.
Sabía lo rápido que pilotaban los competidores, lo desafiante que podía ser
incluso un recorrido conocido. Cómo, incluso en las mejores circunstancias,
las cosas podían salir mal.
Y cuando las cosas salían mal en una vaina de carreras, salían muy mal.
—No tienes por qué hacer esto, lo sabes —dijo Han, como si pudiera
escuchar los pensamientos de Luke—. Yo no lo haría.
—Tengo que hacerlo —dijo Luke—. Es el único camino. Y sé que
puedo ganar. Al menos… si la Fuerza está conmigo.
—¿Cuán grande es ese «si» del que estamos hablando? —preguntó Han.
Luke sacó su sable de luz. En lugar de activar la hoja, simplemente
acunó la empuñadura en sus manos. Encontró reconfortante el peso del frío
metal. Un recordatorio de la persona que se suponía que era.
—No puedo controlarla —admitió Luke—. Cuanto más lo intento, más
imposible me parece.
—Sabes que no creo mucho en esa Fuerza tuya —comenzó Han.
Luke suspiró. No estaba de humor.
—¿Podemos simplemente…?
—Frena, chico —dijo Han—. Déjame terminar —frunció el ceño ante
el sable de luz—. Creo que la mayor parte de eso es un montón de
chorradas, y si me lo preguntas, a ese Ben tuyo le faltaban un par de
tornillos en el hipermotor. Pero… —levantó una mano para evitar que Luke
le interrumpiera de nuevo—. Era un viejo duro. Y tenía… no sé. Llámalo la
Fuerza, llámalo como quieras. Lo vi enfrentarse a Vader… y eso fue algo.
—Algo, tal vez. Pero no suficiente —Luke cerró los ojos por un
momento, tratando de bloquear la imagen del haz rojo de Vader asestando
ese golpe final y fatal.
—Él sabía lo que estaba haciendo —dijo Han—. Pudo haber huido,
haberse salvado a sí mismo, seguro. Pero no trató de salvarse a sí mismo.
Trataba de salvarte a ti. Y te sacó de esa nave.
Luke negó con la cabeza.
—Pero es justo eso. Se sacrificó por mí, para que yo pudiera
convertirme en un Caballero Jedi… ¡pero no puedo! No sin él. No puedo
usar la Fuerza, no cuando la necesito. Le he fallado.
—Entonces abandona.
Luke frunció el ceño.
—No puedo hacer eso. No soy como… —se detuvo.
—¿Yo? —Han sonrió con ironía—. Gracias por el cumplido.
—No iba a decir eso.
—Bien —Han se puso serio—. No me refiero a que debas abandonar la
lucha. Quiero decir que deberías dejar de intentarlo tan duramente. Mira,
puede que no sepa nada sobre esas cosas Jedi, pero sé de naves, y sé pilotar.
Y lo que sé es que tienes que confiar en tu nave. Deja que ella te diga lo que
necesita. Los mejores pilotos se vuelven parte de sus naves. Y eso no es
algo que intentes hacer. Simplemente hazlo. Tienes que relajarte. Dejar que
suceda.
Deja ir tu ser consciente, lo había urgido Ben. Actúa por instinto.
Tal vez Han sabía más sobre el camino Jedi de lo que pensaba.
Han se levantó, dándole a Luke una ligera palmada en la espalda.
—Y cuando digo los mejores pilotos, chico, me estoy refiriendo a ti.
Oh, y una última cosa.
—¿Qué? —preguntó Luke.
Han sonrió torcidamente.
—La próxima vez, trata de no caerte.
CAPÍTULO
DIECINUEVE
Han se tragó su segunda jarra de lum. Chewbacca le pasó otra. Habían
dejado a Luke en el campamento estudiando el mapa del circuito de
carreras. La mayoría de los otros corredores y sus tripulaciones estaban
apiñados en una gran tienda, bebiendo e intercambiando historias, y a nadie
parecía importarle la presencia de Han. El ruido le ayudaba a ahogar sus
pensamientos.
Cuando había dejado a Luke, el chico había parecido más seguro que
nunca de poder manejar la vaina de carreras. Gracias a ti, le había dicho a
Han. Ahora sé que puedo hacerlo.
Han deseaba poder estar tan seguro.
Y deseaba que Luke nunca hubiera dicho eso: Gracias a ti. Porque
ahora si algo salía mal, Han sabría exactamente a quién culpar.
—Imaginaba que os encontraría a los dos aquí —dijo Elad, abriéndose
paso entre la multitud para unirse a Han y Chewbacca.
—¿Ha habido suerte con Kenuun? —preguntó Han.
—Una Keizar-Volvec KV9T9-B Avispa, con una velocidad máxima de
800 kilómetros por hora y un filtro de corriente plenamente operativo. Luke
la está probando en estos momentos… no quería público.
Han únicamente gruñó y tomó otro trago de su lum. Estaba aguada y
tibia, pero bastaba.
—Leia está echándole un ojo —agregó Elad.
—El chico estará bien —murmuró Han—. Todos deberíamos relajarnos
un poco.
Elad asintió, pero no dijo nada.
Un phlog apareció ante ellos, uno de sus gruesos y verdosos dedos
exploraba las entrañas de su bulbosa nariz.
—Se rumorea que vosotros sois los tipos que matasteis a Grunta —
gruñó.
Elad y Han intercambiaron una mirada. Chewbacca emitió un gruñido
de advertencia. Han sabía que lo más prudente era negarlo y largarse. Eso
es lo que Leia habría aconsejado.
—Los rumores son ciertos —dijo Han.
El phlog se sacó el dedo de la nariz, lo usó para remover su bebida y
luego se bebió la lum de un solo trago.
—¡Hey, estos son los tipos que mataron a Grunta! —gritó a la multitud.
Todo el ruido y el movimiento cesaron inmediatamente. Todos los
rostros se volvieron hacia Han, Elad y Chewbacca.
Oh, oh, pensó Han. Aunque estaba casi ansioso por una pelea.
La multitud estalló en vítores. El phlog le dio una palmada en la espalda
a Han y pidió otra ronda de bebidas. Les invitaba.
—Supongo que Grunta no era amigo tuyo, ¿verdad? —preguntó Han,
comenzando a darse cuenta de lo que sucedía.
—¿Esa pedazo de estiércol de bantha? —el phlog escupió un gargajo
morado. Se estrelló en el suelo a unos centímetros de las botas de Han. Le
tendió una mano enorme y viscosa a Han para que se la estrechara—. Haari
Ikreme Beeerd, a vuestro servicio —dijo—. Cualquier enemigo de Grunta
es un amigo para todos nosotros.
—¿Eres piloto de vainas? —preguntó Elad.
El phlog negó con la cabeza, gesticulando para señalar su enorme
constitución. Era tres veces más grande que un piloto de vainas promedio.
—Soy del equipo de Gilag Pitaaani —señaló a través de la tienda hacia
un rechoncho nuknog que estaba aplastando una botella de cerveza
espumosa contra su huesudo cráneo—. Competimos para el muun Chenik
Kruun —Haari Ikreme soltó una rápida serie de chasquidos y toses que Han
sospechó que podría ser una risa—. Una despiadada e impasible serpiente
de arena como nunca he visto, pero cuando se enteró de la muerte de
Grunta, casi sonrió. Nada lo haría más feliz que derrotar a Nal Kenuun.
—Pasa igual con mi patrón —intervino un glymphid, levantando una
jarra de lum con la ventosa del extremo de uno de sus delgados dedos—.
Todos esos muuns se odian entre ellos. Pero una cosa los une: odian más a
Kenuun.
—¿Y por qué no? —dijo Haari Ikreme—. El ser más frío y cruel que
nunca conocerás —soltó su extraña risa de nuevo—. A menos que seas un
dragón krayt, claro.
—¿Y eso por qué? —preguntó Elad.
—¿No lo habéis oído? —preguntó Haari Ikreme sorprendido—. Todo el
mundo sabe que Kenuun no ama nada en esta galaxia salvo a su cría de
dragón krayt. El planeta entero se ríe de ello a sus espaldas. Por supuesto, el
último lo suficientemente estúpido como para reírse en su cara aprendió la
lección.
—¿Kenuun lo castigó? —preguntó Han.
—Lo mató —dijo el glymphid.
—Y a su familia —agregó Haari Ikreme—. No es que nadie pueda
probarlo. No, Kenuun es listo. Aunque no lo suficientemente listo como
para encontrar un piloto que realmente pueda ganar la carrera.
—Deberíais ver quién está corriendo para él —dijo el nuknog, riendo—.
Estamos apostando a ver cuán rápido muere el humano. La apuesta mínima
es de cincuenta, si queréis entrar.
Chewbacca gruñó. Han puso una mano en su hombro. Las armas no
estaban permitidas dentro de la tienda, por lo que habían dejado los blásters
en el campamento.
—Calma, colega —le murmuró Han.
—Lo he visto ahí fuera esta tarde —se jactó el glymphid—. Kenuun se
está tomando a broma toda esta carrera. Tendremos suerte si el humano no
nos derriba a todos con él cuando se estrelle.
Haari Ikreme se inclinó hacia Han.
—Yo tendré suerte si el humano muere en los primeros diez kilómetros
—susurró—. He apostado dos mil por ello. Cruza los dedos por mí.
Ahora fue Chewbacca quien advirtió a Han que se lo tomara con calma.
Pero Han estaba más allá de escuchar advertencias.
—Es de nuestro amigo de quien estás hablando, colega —dijo Han con
los dientes apretados—. Y va a superar esta carrera y a dejaros a todos
comiendo polvo.
Haari Ikreme y sus amigos estallaron en carcajadas.
—Eres muy gracioso, asesino de Grunta —jadeó—. ¡Me gustas!
—Sin blásters —murmuró Elad como un recordatorio.
Han lo ignoró.
—¿Ah, sí? A ver si te gusta esto —y lanzó un puñetazo hacia el rostro
bulboso del phlog.
El glymphid estuvo sobre él en segundos, estrellando un puño pequeño
pero poderoso en el estómago de Han. Elad saltó a la refriega. Le quitó de
encima al glymphid y lo arrojó por los aires.
—¿Esta es tu idea de relajación? —gritó Elad mientras se defendía de
un golpe del aturdido phlog, luego giró para patear en el estómago a un
nuknog que se abalanzaba sobre él.
—¡Hacía tiempo que no me sentía tan relajado! —gritó en respuesta
Han, agachándose justo a tiempo para que dos sneevels que se precipitaban
hacia él fallaran y chocaran entre ellos. Pronto todos los alienígenas de la
tienda habían entrado en la reyerta. Patadas y puñetazos volaban
salvajemente, cuerpos caían sobre el polvo.
Chewbacca tenía a un xexto y a un nuknog atrapados bajo sus poderosas
manos. Rugió cuando un rodiano rompió una silla sobre su cabeza. Han
agarró al rodiano por los hombros y lo estrelló contra el suelo, saltando
sobre su cuerpo justo a tiempo para evitar el puñetazo de seis brazos de un
exodeeniano.
De repente, Haari Ikreme emergió entre el caos. Estaba sosteniendo una
pistola bláster apuntada directamente hacia Han.
—Quizá Grunta fuera mejor amigo mío de lo que pensaba —dijo el
phlog—. Quizá deba ser vengado.
—Calma, compañero —dijo Han, deteniéndose—. ¿No olvidas algo?
¿Qué sucederá cuando mis amigos decidan vengarme a mí?
El phlog amartilló el arma.
—Algo me dice que apretar este gatillo me proporcionará más nuevos
amigos de los que puedo contar. De hecho, creo…
Se interrumpió al ver a un glymphid pasar lanzado junto a ellos, el
alienígena se estrelló contra el soporte principal que sostenía la tienda. El
puntal se partió en dos, derrumbando la tienda sobre ellos con un suave
suspiro. Han aprovechó la distracción y de un golpe apartó el bláster de la
mano de Haari Ikreme. Antes de que el phlog pudiera tomar represalias, se
abrió paso a través de la lona caída, tratando de encontrar el camino hacia el
exterior.
La reyerta terminó mientras el resto de luchadores hacía lo mismo,
escabulléndose rápidamente de debajo de la tienda hundida. Han se
encontró con Elad y Chewbacca, ambos magullados pero intactos.
—¿Qué os parece si salimos de aquí? —sugirió Han, escudriñando la
multitud en busca del furioso Haari Ikreme. Cuando se producían peleas
repentinas como esta, los rencores por lo general eran olvidados por la
mañana.
Pero para esta aún quedaban unas pocas horas.
CAPÍTULO
VEINTE
Las carreras de vainas en Tatooine siempre atraían a multitudes. Cientos,
incluso miles de espectadores, ansiosos por ver a los pilotos acelerar a
través del recorrido. Aún más ansiosos por verlos estrellarse y arder.
Pero aquí, no había multitudes.
Solo los apostadores más ricos y selectos de la sociedad muun tenían
acceso a la ubicación secreta de la carrera.
Menos de veinte muuns se habían reunido en el páramo desolado. En
lugar de exponerse a la abrasadora luz del día, flotaban en burbujas de
transpariacero climatizadas. Droides cámara seguirían a los competidores a
lo largo del recorrido, enviando las imágenes a las pantallas de los muuns.
Equipos de limpieza esperaban por si se producía un accidente. No había
técnicos médicos. Ese era un gasto que los muuns no estaban dispuestos a
pagar.
Especialmente dado el hecho de que los accidentes en las carreras de
vainas rara vez dejaban supervivientes.
El punto de partida estaba ubicado en las afueras de Pilaan, bastante
alejado de la ciudad, en una llanura amplia y polvorienta. A lo lejos se
alzaba un cañón rocoso, dividido por una grieta profunda y estrecha. Según
el mapa, navegar por este barranco sería el primer escollo de la carrera.
Sin problemas, se dijo Luke, esperando en la línea de partida. Lo tengo
bajo control. Sus amigos estaban apiñados a su alrededor, parecía que todos
estuvieran asistiendo a un funeral. Los otros pilotos y sus equipos estaban
agrupados a unos pocos metros de distancia, observando a Luke. Han
lanzaba miradas nerviosas a un corpulento phlog, pero los demás centraban
toda su atención en Luke.
—Luke, no puedo dejarte hacer esto —dijo Leia con voz preocupada—.
¿Y si algo va mal otra vez?
Pero R2-D2 había revisado y vuelto a revisar cada centímetro de la
vaina de carreras. Estaba plenamente operativa. Si había un fallo, no sería
mecánico.
—Nada irá mal —dijo Luke, sonando más seguro de lo que se sentía—.
Puedo ganar.
—Podrías morir —le recordó Leia.
Han la miró fijamente.
—Excelente arenga, Su Señoría.
—Él no necesita una arenga —dijo Leia enojada—. Necesita escuchar
la verdad. Y la verdad es que no puede hacerlo. Ningún humano puede.
—Es cierto que, estadísticamente, el amo Luke tiene muy pocas
posibilidades de sobrevivir a esta carrera —intervino C-3PO—, pero no
obstante, una búsqueda completa en los registros galácticos de las carreras
de vainas ha revelado un precedente histórico respecto…
—No me importa si jamás un humano ha hecho esto antes —
interrumpió Luke—. Yo puedo.
—Entonces, ¿de eso se trata? —le preguntó Leia airada—. ¿Estás
tratando de demostrar algo?
—Estoy tratando de ayudar a la Alianza —le recordó Luke—. Y si
muero hoy, al menos moriré tratando de hacer lo correcto. Algunas cosas
son más importantes que mi vida, Leia. Más grandes. Tú me enseñaste eso.
—No me eches en cara mis palabras para defender una idea estúpida
como esta —gritó Leia.
—Entonces no diré nada más —dijo Luke suavemente—. Sabes lo que
siento.
Leia entrecerró los ojos.
—Bien. No puedo detenerte. Pero no tengo por qué quedarme aquí y
verte morir.
Leia se marchó antes de que Luke pudiera responder.
—¿Adónde vas? —preguntó Han tras ella—. ¡Vuelve!
Luke negó con la cabeza.
—Déjala ir —dijo con calma—. Tiene razón. Es mejor que no esté aquí
para esto.
—Oye, chico, sabes que va a ir bien, ¿verdad? —preguntó Han.
Chewbacca gruñó de acuerdo.
—Creemos en ti —agregó Elad—. Leia también.
—Lo sé —dijo Luke—. Y eso es todo lo que necesito.
Pero mientras sus amigos le deseaban buena suerte y se unían al resto de
equipos, Luke supo que eso era una mentira. Subió a la vaina mientras esta
era remolcada a su posición en la línea de partida. Estaba solo en esto. No
importaba si sus amigos creían o no en él.
Necesitaba creer en sí mismo.
Luke echó un vistazo a los otros pilotos. A su inmediata derecha había
un glymphid, sus dedos acabados en ventosa testeaban una vaina que
parecía una auténtica bestia roja. El alienígena le lanzó una sonrisa
engreída. En su otro lado, un nuknog de cabeza huesuda miraba ceñudo los
controles de su Bin Gassi modelo Quadrijet.
Luke se removió en su asiento, tratando de encontrar la mejor posición.
Sus extremidades demasiado largas sobresalían por todos los ángulos,
estaba encajado en la estrecha cabina construida para un ser de mucho
menos tamaño. Pero antes de que Luke pudiera ponerse cómodo, las luces
de salida relucieron. Rojo… Naranja… ¡Verde!
Viento y gravilla golpearon la cara de Luke cuando se precipitó
adelante. La vaina de carreras era como un animal salvaje, encabritándose
bajo él. El mundo pasaba a su lado como un borrón azul y gris. Un
constante estruendo ventoso resonaba en sus oídos, y las nubes de polvo
levantadas por las estelas de las otras vainas casi lo cegaban.
Se desvió a la izquierda, por lo que viró a la derecha, pero sobre-
corrigió su posición. La vaina se escoró a un lado, casi volcando. Luke tiró
de la palanca hacia arriba con fuerza, apenas manteniendo el equilibrio.
Tres de los otros corredores habían pasado zumbando a su lado,
desapareciendo en la oscura grieta de entrada al barranco.
El cuarto, un Balta-Trabaat BT310 de cuatro motores pilotado por un
xexto, se aproximó en un ángulo equivocado, y su motor inferior izquierdo
golpeó una ladera del barranco. Explotó. Llamas se expandieron a través de
los cables que conectaban el motor a la cabina, y un momento después, el
xexto y su vaina estallaron en una bola de fuego.
Luke volaba erráticamente, luchando por obtener el control. Trató de
recuperar el aliento, pero se atragantó ante el humo acre que salía de los
restos del accidente del xexto. La vaina se le estaba resistiendo, se
estremecía ante su más leve toque. El cañón se acercaba, un pliego vertical
de roca. Su cuerpo se puso rígido por el miedo. La entrada era solo unos
pocos metros más ancha que la propia vaina. Si Luke calculaba mal su
aproximación, o si la vaina giraba fuera de control, su carrera terminaría
casi antes de empezar. Junto con su vida.
No, pensó furioso, relajando su agarre sobre los controles. No pienses en
eso.
No pienses en nada.
Luke tomó una respiración profunda. La Fuerza estaba ahí afuera, se
recordó a sí mismo. Rodeándolo. Apoyándolo. Lo llenaba, al igual que
llenaba su nave. Él no era lo suficientemente fuerte, tampoco lo
suficientemente rápido, como para tomar el control de la vaina.
Pero tal vez pudiera ser lo suficientemente sabio como para dejarla
hacer.
Luke dejó que su instinto tomara el control. Dejó de preocuparse por lo
que podría pasar, o por lo que tenía que hacer. Dejó que la nave lo guiara a
él. La excitación lo recorrió, el puro placer de la velocidad.
El barranco se alzaba ante él.
Luke apuntó la nave hacia la estrecha abertura de la grieta.
Aceleró, empujando la vaina hasta su máxima velocidad.
Y pilotó directamente hacia el corazón del cañón.
La luz solar desapareció, consumida por la oscuridad mientras navegaba
por el estrecho y retorcido túnel que serpenteaba a través de la roca. Luke
casi podía anticipar los giros antes de que aparecieran. Un giro agudo a la
derecha, luego dos virajes zigzagueantes a izquierda, y una curva cerrada
alrededor de un afloramiento irregular.
Había memorizado el mapa del recorrido, pero sabía que no era eso.
Era como si pudiera sentir la forma del recorrido, la dirección en la que
la vaina quería volar. Como si estuviese viva, y fuera una parte de él.
Presionó aún más la vaina, girando y virando por instinto.
Una voluminosa vaina Manta RamAir, pilotada por el engreído
glymphid, apareció por delante de él. Luke se pegó a ella la siguiente curva,
manteniendo la parte interna del trazado. Chispas volaron cuando sus
motores rozaron la pared de roca… pero cuando emergieron a la recta, Luke
estaba delante.
Cuando el túnel finalizó abriéndose al aire libre, Luke pasó a dos de los
otros corredores, avanzando hacia la siguiente etapa de la carrera.
Volvió la cara al viento, sacudido por la emoción de estar
consiguiéndolo. En Tatooine, había pilotado su T-16 a través del Cañón del
Mendigo, secretamente imaginando que formaba parte del famoso circuito
de vainas de carreras de Mos Espa. Pero ninguna cantidad de imaginación
podría haberlo preparado para la emoción y el terror de una carrera real. El
ruido ensordecedor de los motores. La estremecedora vibración de la cabina
filtrándose a sus huesos. El áspero sabor del polvo y los gases de escape en
su boca a medida que se acercaba a la cabeza, una Bin Gassi Quadrijet. El
borrón de color y luz que era el mundo pasando velozmente a su lado.
A diferencia de las carreras de vainas que Luke había visto, esta solo
tenía una vuelta… lo cual significaba que si se quedaba atrás otra vez, casi
no tendría ninguna posibilidad de recuperarse. Según el mapa, pronto
llegaría a la Garganta Aliuun, un angosto y tortuoso desfiladero que
serpenteaba a través de la tierra. Llegaría a un punto muerto en la base de
una meseta escarpada, lo cual requeriría un rápido viraje arriba y una subida
de casi noventa grados. A partir de ahí, se enfrentaría a una red laberíntica
de cuevas y túneles subterráneos que conducían a un pasaje vertical en
espiral. Si lograba superarlo, este pasaje eventualmente lo llevaría a las
amplias llanuras para la recta final.
El estrecho camino a través del cañón había sido, de lejos, el obstáculo
más fácil que encontraría. Luke presionó los controles, aumentando el
impulso. Sus manos casi pierden el agarre de estos cuando la vaina se
precipitó adelante, balanceándose bruscamente en la estela de la Bin Gassi.
No sentía miedo, solo el ansia de presionar más, de ir más rápido.
Una fría certeza se apoderó de él. Iba a sobrevivir.
Más que eso: iba a ganar.

—¡Increíble! —Haari Ikreme Beeerd bajó los electrobinoculares y se volvió


hacia Han, a quien aparentemente había decidido perdonar bajo el espíritu
de la competición—. Tu humano está avanzando hacia la cabeza —sacudió
su protuberante rostro confuso—. No creía que lograra pasar la garganta, y
mucho menos el sacacorchos. Nunca he visto algo así.
—Yo sí —dijo un rodiano canoso—. Aunque no desde aquel niño en
Tatooine. Todos vosotros erais demasiado jóvenes como para recordarlo…
pero yo nunca lo olvidaré. Aquello fue impresionante.
—Esto es impresionante —replicó Haari Ikreme. Sacó una pila de
créditos, murmurando para sí mismo—. Me pregunto si es demasiado tarde
para cambiar mi apuesta.
El asesino que se hacía llamar Tobin Elad observaba la pantalla, pero
estaba escuchando atentamente las conversaciones a su alrededor. Había
asumido que su objetivo sería un alienígena. Las habilidades de pilotaje
requeridas para destruir la Estrella de la Muerte en principio fueron
consideradas más allá de la capacidad humana. Todo el mundo sabía que
eso era cierto.
Pero ahora aquí había otra verdad: Luke Skywalker tenía capacidades
más allá de cualquier otro ser humano.
—¡Aquí vienen! —gritó el rodiano, señalando a lo lejos. Cuatro vainas
de carreras aparecieron en el horizonte, gimiendo hacia la línea de meta.
—¡Lo está logrando! —exclamó Han, palmeando a X-7 en la espalda.
Luke estaba avanzando rápidamente por el interior, rodeando la vaina
Bin Gassi que se había quedado atrás después de un liderato temprano. El
nuknog que iba a los controles giró bruscamente a la izquierda, tratando de
sacar a Luke del camino. Luke resistió la tentativa, superando a la Bin
Gassi. El alienígena viró hacia Luke otra vez, demasiado fuerte, y se vio
inmerso en un salvaje trompo. Fuera de control a toda velocidad, casi se
estrelló contra la Vokoff-Strood y la Radon-Ulzer que peleaban por el
liderato. Mientras luchaban por evitar la descontrolada Bin Gassi, Luke se
adelantó, rodeando sin esfuerzo al nuknog. Los droides cámara registraron
su velocidad; casi 850 kilómetros por hora.
—¡Está en cabeza! —gritó Han—. ¡Sabía que el chico era capaz!
X-7 enmascaró su cara con una sonrisa cordial.
¿Eres tú?, se preguntó, observando mientras la vaina de Luke cruzaba la
línea de meta, dos segundos enteros por delante de su competidor más
cercano. ¿Eres tú al que estoy buscando?
Si era así, las extraordinarias habilidades de pilotaje de Luke no serían
suficientes para salvarlo.
Hoy has escapado a la muerte, pensó X-7 con frialdad. Pero si eres el
piloto que estoy buscando, nunca escaparás de mí.
CAPÍTULO
VEINTIUNO
La casa de Kenuun no se parecía en nada a la de Mak Luunim. El
apartamento de Luunim había sido completamente dorado y plateado,
ruidosa ostentación que proclamaba riqueza. El apartamento de Kenuun,
aunque igual de grande, estaba casi vacío. Contenía solo unos pocos
muebles de un elegante negro, casi invisibles junto a las paredes negras.
Ventanas de transpariacero de pared entera miraban por encima el horizonte
urbano de Pilaan, y Han se dio cuenta de que debían estar en uno de los
edificios más altos de la ciudad. Aquí también había riqueza, pero era una
riqueza serena y delicada.
Por la experiencia de Han, ese era el tipo más poderoso de riqueza… y
el más peligroso.
—No me gusta esto —les murmuró a Luke y Elad—. Deberíamos haber
insistido en obtener la tarjeta en la carrera. Regresar aquí parece demasiado
arriesgado.
Chewbacca estaba de vuelta en el Halcón Milenario con los droides,
preparando la nave para el despegue. Tan pronto como tuvieran la tarjeta de
datos en la mano estarían listos para encontrar a Leia y dejar este planeta
atrás. Sería un intercambio simple y directo. Si es que Kenuun cumplía con
su parte del trato.
Todavía alborozado por su inesperado triunfo, Luke estaba actuando
como si la misión estuviera ya cumplida. Pero las entrañas de Han le decían
que el día estaba a punto de volverse aún más interesante.
Y no en el buen sentido.
—Vale, estamos aquí —dijo Han bruscamente—. Ahora: la tarjeta de
datos.
Kenuun estaba de pie en el lado opuesto de la habitación con sus largos
brazos cruzados a la espalda.
—Ciertamente, pero primero, ¿no os sentáis? Disfrutad de un ágape
conmigo para celebrarlo. Después de todo, estoy tremendamente encantado
con nuestro éxito —si sentía alguna felicidad, lo estaba ocultando bien. La
cara del muun era tan severa e inexpresiva como siempre.
—Simplemente tomaremos la tarjeta de datos y nos iremos —dijo Luke
—. Como acordamos.
Kenuun asintió.
—Por supuesto, por supuesto. Cualquier cosa por el piloto ganador —
inclinó la cabeza—. Aunque, si pudiera persuadirte para que te quedases,
quizás para que entraras en otra carrera…
—Simplemente tomaré la tarjeta de datos —dijo Luke.
El muun asintió de nuevo, luego tecleó en una consola en la pared. Un
tapiz de seda se abrió para revelar una caja fuerte plateada. Usó el teclado
de esta y la tapa de la caja fuerte se abrió. Kenuun recogió una delgada
tarjeta de datos y se la ofreció a Han.
—Creo que esto es lo que habéis estado buscando, ¿no?
Han insertó la tarjeta de datos en su cuaderno de datos y la verificó. El
muun había mantenido su parte del trato después de todo.
—Un placer hacer negocios contigo, Nal.
—Y con vosotros —dijo el muun suavemente—. Capitán Solo.
Han se congeló. Nunca le había proporcionado al muun su verdadera
identidad. Ninguno de ellos lo había hecho.
—Oh, sí —dijo Nal Kenuun. Ahora sí sonrió—. Sé quién eres. Sé
quiénes sois todos vosotros —hizo una señal con un dedo larguirucho y
cuatro soldados de asalto emergieron de nichos ocultos en la pared. Se
situaron alrededor de la habitación, uno en cada esquina, apuntando con los
blásters—. Hay una recompensa por tu cabeza, Capitán Solo… y también
por la tuya, Tobin Elad. Supongo que eso debería ser suficiente para
cobrarme lo que se me debe. Con intereses.
—No te debemos nada —gruñó Han.
—Tú no —dijo el muun fríamente—. El muchacho —entrecerró los
ojos hacia Luke—. Destruiste un vehículo bastante valioso en tu sesión de
«entrenamiento».
Luke abrió los ojos sorprendido.
—¡No funcionaba bien!
—Sea como fuere, la vaina estaba intacta cuando abandonó mi posesión
—dijo Kenuun—. Ahora es un montón de escombros en el desierto. Y
como sabéis, las deudas deben ser pagadas.
—Entonces déjame pagar a mí —dijo Luke desafiante—. Yo fui quien
la estrelló. Deja ir al resto, yo me quedaré aquí…
—¡Luke! —protestó Han.
—Me quedaré —dijo Luke alzando la voz sobre las objeciones de Han
—. Ganaré otra carrera para ti.
—Sí, te quedarás. Y ciertamente competirás nuevamente —Kenuun
asintió lentamente—. Pero la próxima vez, puede que no sobrevivas. Eso
dejaría la deuda sin pagar. Una recompensa, por otro lado, ciertamente
llenará mis bolsillos de créditos. Puede que apueste cuando me conviene…
pero no es propio de los muuns dejar pasar oportunidades de obtener
ganancias financieras seguras.
—Pensaba que no era propio de los muuns romper un acuerdo —
puntualizó Han—. Teníamos un trato —señaló con el pulgar a Luke—.
Aquí el chico ha arriesgado su vida por ti.
Kenuun mostró una sonrisa cruel.
—Nuestro acuerdo fue por los servicios del chico a cambio de vuestra
tarjeta. La cual, como habrás notado, ahora tenéis en vuestro poder. Los
términos de nuestro acuerdo no incluían nada acerca de lo que sucedería
una vez que concluyera nuestro intercambio. No os ofrecí paso libre para
salir del planeta, o de mi propiedad.
—Ahí me has pillado —dijo Han, haciendo tiempo mientras trataba
furiosamente de pensar en un plan.
—Y yo debo tener una recompensa bastante alta por mi cabeza —
intervino Elad.
—Nada comparada con la mía, estoy seguro —dijo Han.
—Yo no estaría tan seguro… soy un hombre peligroso —replicó Elad.
—¿Ah, sí? —Han sacó su bláster y derribó al guardia más cercano—.
¡Demuéstralo!
Pero Elad ya estaba en movimiento, una fuerte patada barrió las piernas
de uno de los soldados de asalto mientras simultáneamente disparaba a otro
en el lado opuesto de la habitación.
Luke eludió el aluvión de fuego parapetándose tras un sofá. Maldijo
cuando uno de los guardias le arrancó el bláster de la mano con un disparo,
entonces activó su sable de luz, arremetiendo con el brillante haz. El
soldado de asalto salió de su alcance y disparó de nuevo. Luke gruñó de
dolor y cayó hacia atrás cuando el fuego láser se estrelló en su hombro.
Han se precipitó a ayudarle… pero se detuvo cuando sintió algo agudo
presionado contra la espalda.
—Suéltalo —ordenó la voz plana del guardia.
Han levantó los brazos, dejando que su bláster cayera al suelo. Luke
gimió y se sentó… pero un bláster en el rostro le impidió ir más allá. Los
otros dos soldados de asalto yacían en el suelo, inconscientes o muertos.
Han hizo una mueca… casi habían logrado ganar.
Pero cuando blásters estaban involucrados, «casi» no contaba.
—¿Por qué no los soltáis vosotros? —sugirió Elad con voz seca.
Han estiró el cuello alrededor para ver a Elad de pie en la entrada de la
habitación, su bláster presionado contra la estrecha cabeza de Nal Kenuun.
—Disparadles, y dispararé a vuestro jefe —advirtió Elad.
El muun parecía imperturbable.
—Parece que estamos en un callejón sin salida —dijo con serenidad—.
¿Qué proponéis?
—¿Qué tal si nos dejas salir de aquí y nosotros no te pegamos un tiro en
el acto? —gruñó Han.
—No creo que tú estés en posición de ser quien disponga nada —dijo
Kenuun. En caso de que su frase no estuviera clara, el soldado de asalto
presionó a Han con el bláster nuevamente. Fuerte.
—Propongo un intercambio —dijo Elad—. Déjalos ir, y yo me quedaré
aquí como tu prisionero. El muchacho no tiene valor para ti, y la
recompensa por Han es insignificante comparada con la mía.
—¿Insignificante? —preguntó Han incrédulo—. No hay nada de
insignificante en la cantidad que Jabba ofrece por mi muerte. Créeme.
—Dices la verdad —le dijo el muun a Elad—. Y tu oferta me interesa.
—¿Podemos volver a lo de insignificante? —insistió Han—. ¡La mitad
de los cazarrecompensas de la galaxia me persiguen! No sé quién es este
tipo o qué ha hecho, pero cuando se trata de recompensas, yo soy al que
quieres, créeme.
Kenuun lo ignoró.
—¿Sacrificarás tu arma y permanecerás aquí pacíficamente hasta que te
entregue por una recompensa?
Elad asintió.
—Pero solo si tú garantizas que el Halcón Milenario, toda su
tripulación, tendrá vía libre para salir del planeta. Sin tecnicismos ni
subterfugios esta vez.
—¡Elad, no puedes hacer esto! —protestó Luke, poniéndose en pie. El
bláster del guardia continuó apuntándole.
—Es como dijiste, Luke. Algunas cosas son más importantes que una
vida individual. Por supuesto, no tenía intención de que la vida en cuestión
fuese la mía, pero… —Elad sonrió sombríamente—. Afortunadamente, no
queda nadie para llorar la pérdida.
El muun tomó su decisión.
—Acepto tu oferta, Tobin Elad. Tenemos un trato.
—Creo que todavía tenemos que negociar algunos pequeños detalles —
dijo Leia, entrando en la habitación con el bláster listo. En la otra mano
sostenía una extraña cuerda atada a algo escondido detrás del marco de la
puerta.
—¿Leia? —dijo Han incrédulo—. ¿Qué estás haciendo tú aquí?
Leia arqueó las cejas.
—No creerías que el muun iba a cumplir su palabra, ¿verdad? Pensamos
que convendría un plan alternativo.
Han frunció el ceño hacia la princesa. ¿Por qué siempre insistía en
ponerse en peligro?
—Es curioso, ¿pensamos? La última vez que lo comprobé, yo era parte
del nosotros.
—Bueno, esta vez, el nosotros incluía a Luke —dijo ella, sonriendo
socarronamente—. Tú estabas ocupado. Algo sobre una pelea a puñetazos
con un phlog bocazas, ¿no?
—Odio interrumpir —dijo fríamente Kenuun—, pero no veo cómo la
aparición de esta intrusa afecta a la ecuación. A menos que quizá a ella
también le gustaría ofrecerse como sacrificio.
—Había pensado en eso —dijo Leia—. Pero luego se me ocurrió una
idea mejor —dio un paso más en la habitación, revelando que la cuerda que
sostenía era en realidad una correa. Estaba atada a un collar dorado, sujeto
este alrededor del cuello de un babeante dragón krayt que medía menos de
un metro desde sus afilados cuernos hasta la punta de su espinosa cola. Su
lengua bífida aparecía intermitentemente entre sus labios amarillentos.
—¡Urgiluu! —gritó el muun, exhibiendo la primera señal real de alarma
—. ¿Qué le has hecho?
—Nada —Leia bajó el cañón del bláster hasta que apuntó a la cara
escamosa del dragón—. Todavía.
—Deberías tener cuidado —instó el muun—. La perla que se forma
dentro del dragón es extremadamente delicada… y cualquier malformación
perjudicaría significativamente su valor.
—¿Es por eso que eres tan blando con el dragón? —preguntó Han con
disgusto—. ¿Porque puede hacerte ganar dinero?
—¿Qué otro valor podría tener cualquier criatura? —preguntó el muun
con desdén.
—El dinero no lo es todo —dijo Han. Leia lo miró significativamente
con sorpresa en sus ojos. Así que eso es lo que realmente piensa de mí, se
dio cuenta Han. Ella piensa que soy como él.
—No todo —convino Kenuun—. Solo todo lo que importa —aun así,
no podía negar la preocupación que albergaban sus ojos mientras seguía con
estos el cañón del bláster de Leia. Cualquiera que fuese la razón, quería que
ese dragón permaneciera intacto.
Kenuun vaciló.
—Bajad las armas —dijo finalmente—. Podéis iros —tan rápida y
silenciosamente como aparecieron, los guardias desaparecieron. Tendió la
mano hacia Leia—. La correa, por favor.
—Nos acompañarás de vuelta a nuestra nave —dijo Leia con tono
imperioso. De repente, fue fácil para Han imaginarla en el Senado Galáctico
—. Cuando estemos listos para despegar, entonces y solo entonces, te
devolveré tu propiedad.
—Pero te estoy garantizando vía libre para salir del planeta y de la
atmósfera —rogó el muun, sus dedos apretándose compulsivamente como
si agarrara una correa invisible. Luchó por conservar su dignidad, incluso
mientras suplicaba—. Después de todo, soy un muun. Eso debería ser
garantía suficiente de que cumpliré mi palabra.
—Tal vez debería serlo —dijo Leia, tirando de la correa para que el
dragón krayt se viera obligado a obedecer—. Pero no lo es.
CAPÍTULO
VEINTIDÓS
—Realmente no ibas a matar a ese pequeño dragón indefenso, ¿verdad?
—preguntó Luke, sonriendo. El Halcón acababa de dar el salto al
hiperespacio. Ahora que los códigos financieros de la Rebelión estaban a
salvo y que Muunilinst estaba cada segundo más lejos, todos estaban de
buen ánimo.
—¿Indefenso? —Han resopló—. Dile eso al último tipo que conozco
que se enredó con un dragón krayt. No obstante sería una conversación
unilateral, ya que terminó hecho pedazos.
—Suponía que Kenuun cedería —dijo Leia con un toque de orgullo—.
Solo me colé allí para proporcionaros respaldo, si lo necesitabais… pero
cuando encontré al dragón, recordé lo que Han escuchó en la tienda de los
pilotos de vainas. La negociación parecía una opción algo mejor que
abrirnos paso a tiros.
—¡Ajá! —dijo Han triunfante—. La verdad sale a la luz. Fue una suerte
que fuera a esa tienda, o no habría podido proporcionar esa información
crucial.
—Fue una suerte que salieras vivo de esa tienda —replicó Leia—, dada
la forma en que actuaste.
—¿Y qué hay de ti? —respondió Han—. No puedo creer que entraras
sigilosamente en casa de Kenuun de esa forma.
—Y yo todavía no puedo creer que no te hayas dado cuenta de que Luke
y yo escenificamos aquella discusión para sacar ventaja a Kenuun. ¿De
verdad crees que discutiría con él justo cuando estaba a punto de arriesgar
su vida?
Han la miró fijamente.
—Pensaba que éramos un equipo. Lo cual significa que cuando se te
ocurre algún plan demencial, me pones al corriente.
—Oh, ¿hubieras estado completamente de acuerdo?
—¡Te hubiera dicho que era una locura! Nunca te habría dejado hacer
algo así.
—Exactamente por eso no te lo dije.
—¿Quieres saber cuál es tu problema, princesa? —preguntó Han.
Leia se inclinó hacia delante.
—Sorpréndeme.
—No piensas antes de actuar.
—¿Yo no pienso? —preguntó incrédula.
—Así es —se estiró en su silla, de repente divertido—. No piensas, y
por eso te metes en esas situaciones disparatadas, y yo tengo que ir y
rescatarte.
—¿Tú tienes que rescatarme a mí? —dijo Leia. Se levantó—.
¡Chewbacca! —gritó hacia el pasillo—. ¡Chewbacca, ven aquí!
—¿Qué quieres de él? —preguntó Han.
—¡Quiero que le dé la vuelta a esta nave y se dirija directamente de
vuelta a Muunilinst, bufón egocéntrico y descerebrado! —espetó Leia—. Te
dejaremos en casa de Kenuun, y podrás comprobar lo bien que lo haces sin
mí allí para rescatarte a ti.
—¡Sí, Chewie, ven aquí! —gritó Han—. Dile a Su Alteza que el hecho
de que me rescate una vez no cancela las veinte veces que he arriesgado mi
cuello para rescatarla a ella.
—¡Y puedes decirle a este monolagarto kowakiano que nadie se lo ha
pedido! —gritó Leia, aún más fuerte.
Pero en lugar del wookie, Elad apareció en la puerta.
—No quisiera interrumpir —dijo cortésmente—. Solo estaba buscando
a Luke. Bueno, si todavía estás interesado en entrenar un poco el combate
cuerpo a cuerpo.
—¡Por supuesto! —dijo Luke con entusiasmo.
Han sospechaba que solo estaba feliz por la excusa que representaba
para escapar de la discusión. No podía culparlo. Pero no podía obligarse a sí
mismo a detenerse… no si eso significaba dejar que Leia dijese la última
palabra.
—Luke, espera —Leia se puso en pie—. Necesito hablar con Elad un
momento. Si a él le parece bien, por supuesto.
—Por supuesto —dijo Elad—. Considérame a tu disposición.
Estábamos en mitad de algo, pensó Han con irritación mientras Leia y
Elad salían de la cabina. Nada importante, por supuesto. Nada sobre lo que
no pudieran discutir más tarde.
Pero no pudo evitar preguntarse sobre qué quería hablar ella con Elad…
en privado.
Estoy seguro de que no es nada importante, se dijo a sí mismo. No es
que le importara.
En absoluto.

—Quiero disculparme —dijo Leia, una vez que estuvieron solos en el


cuarto de ella.
Elad pareció confundido.
—¿Por qué?
Leia vaciló. Las disculpas no le resultaban sencillas. Y no había nada
que le desagradara más que se demostrara que estaba equivocada.
—Por no confiar en ti —admitió Leia—. Te pones en peligro por
nosotros, por la Rebelión, una y otra vez. Debería haber visto que tus
motivos eran puros.
—Es sabio ser precavido —le aseguró Elad—. Yo hubiera hecho lo
mismo.
Leia negó con la cabeza.
—Escuché lo que le dijiste a Kenuun. Estabas dispuesto a dar tu vida
por salvar a Han y Luke. Casi desconocidos para ti.
—No por ellos —la corrigió Elad—. Por la Rebelión. Ellos pueden ser
más valiosos para la causa que yo… y, como te dije, esta es la única causa
que poseo. Pelear contra el Imperio es mi única razón para continuar.
—¡Entonces únete a nosotros! —dijo Leia. No era un impulso. Había
estado pensando en ello por días. Elad era exactamente el tipo de hombre
que necesitaban en la Rebelión: inteligente, valiente, leal.
Como podría serlo Han, pensó con tristeza. Si alguna vez deja de huir
de lo que realmente es.
—No lo sé —dijo Elad—. Estoy bastante acostumbrado a actuar solo.
La idea de ser parte de algo otra vez… —negó con la cabeza—. Permitir
que otras personas entren en tu vida siempre parece una buena idea al
principio. Pero puede terminar… mal.
Leia sabía a qué se refería. Su corazón se comprimió.
—Solo piénsalo —dijo suavemente, poniendo una mano sobre su
hombro—. No puedes apartarte del resto mundo para siempre —no lo había
tocado desde el primer día que hablaron. Desde entonces, apenas había
confiado en sí misma para hablar con él. No había querido arriesgarse a
abrirse de nuevo. Cada vez que lo miraba a los ojos, todo lo que podía ver
era el dolor de sus propias pérdidas reflejado de vuelta a ella. Pero ahora,
por primera vez, no apartó la mirada—. Eres afortunado por haber conocido
a tu esposa y a tu hijo —dijo vacilante, insegura de si estaba cruzando una
línea invisible—. El tiempo que compartiste con ellos vale el sufrimiento de
su ausencia.
Elad se apartó de ella.
—Tú no puedes saberlo.
—Puedo —Leia dejó escapar un suspiro profundo y tembloroso. Tal vez
era hora de seguir su propio consejo. Había mantenido sus sentimientos (su
dolor) encerrados por mucho tiempo. Tal vez el decir las palabras en voz
alta, simplemente hablar con alguien sobre lo que había perdido, tal vez eso
ayudaría a curar la herida—. Lo sé, por… por Alderaan.
Su voz se atragantó con la palabra.
La expresión de Elad no cambió. Era como si él hubiera sabido que este
momento llegaría.
—¿Quieres hablar de ello?
Ella ya había decidido la respuesta, pero se sorprendió al descubrir cuán
profundamente era verdad.
—Sí.

X-7 confirmó que su línea de comunicación cifrada era segura, luego activó
la transmisión. Los demás estaban todos en la bodega principal, por lo que
no había riesgo de que nadie los oyera.
—Me he ganado la confianza de los rebeldes —informó al Comandante.
Era un alivio dejar caer la máscara de cordial heroísmo de la personalidad
de Elad y relajarse en la vacuidad de su verdadero ser—. El objetivo está al
alcance de la mano.
—Excelente —respondió el Comandante—. Espero que obtengas la
información sobre nuestro objetivo lo antes posible. El tiempo es esencial.
—Es posible que ya tenga una pista.
—Mantenme informado —dijo el Comandante, y cortó la transmisión.
X-7 decidió unirse a los demás en la bodega principal. Ya no era
necesario aislarse ahora que su líder lo había aceptado.
Más que aceptado, pensó con frío placer. Buscaba consuelo en él.
Amistad. Lo había hecho bien en su concepción de la identidad de Tobin
Elad. Como predijo, el noble guerrero herido era exactamente la persona
que Leia quería en su vida. Incluso aunque ella no se hubiera dado cuenta
hasta que «Elad» apareció.
Estos humanos son muy confiados, pensó X-7 con disgusto. Tan
ansiosos por creer en lo que ven en la superficie. Creían en el vínculo que
los unía. Pensaban que los hacía fuertes. Y tal vez fuera así. Pero sus
secretos los mantenían separados.
Y eso los hacía débiles.
Se podían creer a sí mismos cautelosos, pero eso era una broma.
Miraron a X-7 y vieron lo que querían ver; lo que él quería que vieran.
Para Han, él sería un compañero de armas. La recompensa había sido
una buena jugada, pensó X-7, felicitándose a sí mismo por construir una
identidad falsa tan completa. Kenuun le había hecho un verdadero favor al
hurgar en los registros de «Elad». Seguramente no podría haber una manera
más rápida de ganarse la confianza de Han.
Para Leia, él sería su igual, el audaz guerrero tan comprometido con la
lucha como ella. Sería lo que ella deseaba que fuera Han Solo… un secreto
que Leia escondía incluso de sí misma.
Pero no había secretos para X-7.
¿Para Luke? Para Luke, él sería un confidente, el único hombre que
creía que alcanzaría su destino Jedi.
Y esto no era una actuación: X-7 lo creía. Había visto a Luke pilotar esa
vaina de carreras: sabía de lo que era capaz el chico. Y si Luke era su
objetivo, bien… un Caballero Jedi sería un adversario formidable. Pero por
su propia admisión, Luke no era Jedi. Aún no.
X-7 se detuvo en silencio en el umbral de la bodega principal,
inadvertido. Observando.
Observando cómo Leia y Han miraban un cuaderno de datos,
discutiendo ruidosamente sobre su contenido.
Observando cómo el wookiee jugaba a dejarik con el droide de
protocolo dorado, gruñendo cada vez que se quedaba atrás.
Observando cómo Luke (piloto experto, aspirante a Jedi, posiblemente
la gran esperanza de la Rebelión) manejaba torpemente su sable de luz. El
haz azul relucía mientras luchaba por deflectar los disparos del droide
astromecánico, fallando una y otra vez. Un momento después, tropezó con
sus propios pies, cayendo hacia atrás y aterrizando en el suelo hecho una
piltrafa.
X-7 rara vez experimentaba emociones. Pero pensar en estos patéticos
humanos creyendo que eran rival para cualquiera de sus enemigos, incluso
para un enemigo como él, X-7 se permitió una sonrisa genuina.
Esto va a ser aún más fácil de lo que pensaba.
Notas
[1]Aquí el autor hace un juego de palabras entre Moneyland y Moneylend.
(N. del T.). <<

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