Hora de Lectura - El Mito - Teseo y Ariadna

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Hora de lectura

El mito y la lectura

Consideraciones:

Hola. Estas actividades se dividen en dos partes: punto “A” y punto “B”, son para realizar
en la carpeta, con letra cursiva o imprenta según hayas decidido hacer tus trabajos de la
materia, es importante que recuerdes que los trabajos se deben realizar con letra clara y prolija,
sin tachar y sin borronear ya que una letra clara permite una comunicación eficaz. Los títulos
preferentemente deben estar subrayados. No te olvides de los acentos. Saludos.

Marta Ybañez
“EL MITO Y LA LECTURA”
Actividades:

A. Lee el texto informativo referido a los mitos y luego responde:


1. ¿Cuál es la importancia de los mitos en la cultura?
2. ¿Cómo se difundían los mitos en la antigüedad?
3. Explica cuáles fueron las características de los mitos griegos y los mitos romanos.
4. ¿Qué son los mitos? ¿Cuáles son las características que los distinguen de otros relatos?
5. ¿Qué se entiende por mitología?
6. ¿En qué se diferencian los dioses, los héroes y los seres fabulosos?
7. Lee el Mito de Plutón, luego explica cómo era visto ese dios en la antigüedad, cuáles eran
sus atributos o características, cómo era el lugar donde residía, y averigua en un diccionario
la descripción de alguna de las deidades que lo acompañaban (Furias, Parcas, Arpías o
Gorgonas, elegí una o dos).

“Los mitos”
Los mitos son de gran importancia para la cultura de los pueblos porque estos forman parte
de las tradiciones e identidad de toda una sociedad o comunidad. Los mitos revelan historias
fabulosas que pueden venir ajustadas a la historia de la cultura de una civilización o pueden
referirse simplemente a una historia.
En la antigüedad, estos relatos tradicionales se difundían mediante procesos orales, con lo
cual se formó la tradición oral, que en el caso de las culturas prehispánicas fue de mucha
importancia porque con este proceso se transmitió su cultura, tradiciones y conocimientos de
generación en generación. Estos relatos se conforman además, con elementos característicos de la
región de la cual se originan (por lo cual cuentan parte de la historia de ese lugar) y sirven para
explicar hechos, a veces, confusos que suceden en una sociedad. Ejemplo: la muerte, dioses, la
creación del hombre, el sol y la luna.
Dos grandes civilizaciones del Mundo Antiguo se caracterizaron por la transmisión de los mitos.
La cultura griega o helena y la romana o latina.
La mitología griega es un conjunto de mitos, leyendas, narraciones maravillosas y relatos
relacionados con la cultura de la Antigua Grecia, entre 1200 a.C.-146 a.C. Hace referencia
a sus dioses, héroes, la naturaleza del mundo, el origen y significado de sus cultos y prácticas
ritualista, protagonizada por personajes de carácter divino o heroico. Desde la remota antigüedad
el mito del griego, mythos, que significa fábula, leyenda, ha permitido al hombre explicar una
realidad que se le presenta de manera irracional; razón por la cual el mito en su fase primigenia se
refiere a la concepción del universo, a la creación no sólo del mundo y de las criaturas humanas.
La mitología romana, es decir, las creencias mitológicas de los habitantes de la Antigua Roma,
puede considerarse formada por dos partes: La primera, mayoritariamente antigua y ritualista,
representaba los mitos y cultos autóctonos. La segunda, principalmente tardía y literaria, consiste
en la fusión de la anterior con varios préstamos, completamente nuevos, procedentes de
la mitología griega. Los romanos, a medida que crecían y conquistaban otras tierras, adoptaron
creencias de otras culturas que les gustaran y así fueron naciendo los mitos romanos.
Los mitos son relatos sagrados muy antiguos, que explican de modo extraordinario el origen del
mundo y de fenómenos o elementos naturales. Estas primeras narraciones constituyen una
respuesta a preguntas fundamentales, como, por ejemplo, el origen del Universo y el porqué de la
muerte. Son anónimos y fueron transmitidos oralmente de generación en generación. Los hechos
que presentan ocurren en un tiempo inmemorial y en un escenario difícil de localizar. Entre sus
personajes encontramos a dioses, semidioses y criaturas fabulosas.
“Los mitos, en este sentido, forman parte del sistema de creencias de un pueblo o cultura.
Considerados en conjunto, los mitos conforman una mitología. La mitología, como tal, es la que
sustenta la cosmovisión de una cultura, es decir, el conjunto de relatos y creencias con los cuales
un pueblo se ha explicado tradicionalmente a sí mismo el origen y razón de ser de todo lo que lo
rodea.
En este sentido, los mitos ofrecen explicaciones sobre el origen del mundo (cosmogonía), de
los dioses (teogonía), del hombre en la Tierra (antropogénicos), de la fundación de las culturas y las
naciones (fundacionales), de los seres, las cosas, las técnicas y las instituciones (etiológicos), así
como sobre el origen del bien y el mal (morales) y relatos asociados con la idea del fin del mundo
(escatológicos).
Los mitos responden preguntas existenciales (¿quiénes somos?, ¿de dónde venimos?, ¿hacia
dónde vamos?, ¿por qué estamos aquí?) y ofrecen explicaciones tradicionalmente aceptadas por el
pueblo, que se han venido trasmitiendo de generación en generación a lo largo de los siglos de
manera oral o escrita.”

Personajes que surgen en los relatos mitológicos:


Los dioses:
Tienen poderes y son inmortales. Sobresalen por su fuerza, inteligencia o belleza. Intervienen
en los asuntos humanos: otorgan dones, favores o castigos. Poseen las mismas virtudes y defectos
que los seres humanos.
Los héroes o semidioses:
Nacieron de la unión de dioses y mortales. Encarnan una virtud valiosa para la comunidad de
origen. Por ejemplo, Hércules representa la fuerza; Perseo la belleza. Realizan acciones heroicas,
pero también pueden cometer crímenes terribles, impulsados por los dioses. Deben superar
pruebas o trabajos, de cuyo éxito depende su supervivencia o la de su pueblo.
Los seres fabulosos:
Acompañan o se oponen al héroe. Son híbridos, es decir que combinan la forma humana y la
animal; por ejemplo, el Minotauro, que poseía el cuerpo de un hombre y la cabeza de un toro.
Suelen ser mortales. Su aspecto horripilante generalmente es producto de un castigo divino.
Los seres fabulosos, generalmente son inmortales, aunque algunos mueren a manos de
héroes. Su imagen presenta la exageración de partes del cuerpo o seres híbridos (posible origen
oriental).Entre estos seres se pueden citar: Centauros. Mitad hombre, mitad caballo. Viven en los
bosques. Comen carne cruda y son salvajes. Cerbero, perro monstruoso de tres cabezas.
Encargado de custodiar las puertas del Hades. Algunos héroes burlaron su vigilancia,( Heracles,
Orfeo, Eneas…). Esfinge. Rostro de mujer, cuerpo de león y alas de rapaz. Proponía enigmas a los
ciudadanos. Edipo consiguió resolver uno de ellos y la Esfinge se arrojó desde las rocas, por lo que
murió. Grifos: Animales con cuerpo de león, alas y pico de águila. Protegían los tesoros de
Apolo. Hidra de Lerna: enorme serpiente de nueve cabezas que se reproducían a medida que eran
cortadas. Medusa: Gorgonas: hermanas terribles, dos de ellas inmortales, menos Medusa que era
mortal. Cabello de serpientes. Su mirada convertía todo ser en piedra Perseo dio muerte a Medusa
cortándole la cabeza, la cual utilizó como arma en sus aventuras.
Mito de Plutón

Plutón fue uno de los dioses mayores. Junto a sus hermanos Júpiter y Neptuno
dominaron el universo clásico.
El mito de Plutón nos muestra a esta divinidad del panteón romano como hijo de los Titanes
Cronos y de Rea, los romanos Saturno y Cibeles, que tenían el control del mundo, y por lo tanto,
también hermano de Júpiter y de Neptuno. Cuando el padre fue destronado de su trono y vencidos
los titanes, los tres hermanos pasaron a compartir el imperio del universo.
Zeus, o Júpiter, se quedó con el cielo, la tierra y el dominio y cuidado de las diosas hermanas.
Poseidón heredó el reino de los mares y se convirtió en el dios de las profundidades, de los
subterráneos y de las riquezas. Plutón, por su parte, heredó el inframundo; y se casó con Perséfone
o Cora, hija de Zeus con Deméter, después de un secuestro de éxito y reinaba, en compañía de su
esposa, sobre las fuerzas infernales. Como el dios de los infiernos, era ayudado por otras deidades,
como Hécate, las Furias, las Parcas, las Arpías, Tánatos, el Hipnos y las Gorgonas. Este aire
lúgubre ha hecho tan popular el mito de Plutón.
El mito de Plutón suele mostrar a esta divinidad como un dios de pocas palabras, su nombre
inspiraba tanto miedo que las personas trataban de no pronunciarlo. Era descrito como austero y
despiadado, insensible a oraciones o sacrificios, intimidatorio y distante, ya que en su reino siempre
había lugar para más de un alma.
En algún lugar en la oscuridad del mundo subterráneo, se supone, se encuentra su palacio,
representado como un lugar lúgubre, oscuro y lleno de puertas. El viejo barquero Caronte conducía
las almas de los muertos a través del siniestro río de aguas tranquilas Estige, hasta la entrada del
reino o la casa de Plutón. Este lugar triste y oscuro, habitado por formas vagas y sombras, era
cuidadosamente resguardado por Cerbero, un monstruoso perro de tres cabezas y cola de dragón,
que no dejaba que las almas se escaparan del inframundo.

B. Actividades de comprensión del mito: “Teseo y Ariadna”


1) Busca en el diccionario el significado de las siguientes palabras:
perpetuar- tributo- intrépido- estupefacto- estratagema- afligir- transacción- tenue-
blandir- morro- osamenta- navío
2) ¿Por qué problema, Egeo, el anciano rey de Atenas estaba triste?
3) ¿Qué solución le propone su hijo Teseo?
4) ¿Qué fama y descripción se hace sobre el Minotauro?
5) ¿Quién es Ariadna?, ¿Qué secreto le revela a Teseo?
6) Explica lo que ocurre cuando Teseo se encuentra con el Minotauro. Describe el lugar.
7) ¿En qué circunstancias se mencionan “las velas blancas y las velas negras”?
8) ¿Por qué el final del relato es triste?

“TESEO Y ARIADNA”
Aquella noche, Egeo, el anciano rey de Atenas, parecía tan triste y tan preocupado que su
hijo Teseo le preguntó:
— ¡Qué cara tienes, padre...! ¿Acaso te aflige algún problema?
— ¡Ay! Mañana es el maldito día en que debo, como cada año, enviar siete doncellas y siete
muchachos de nuestra ciudad al rey Minos, de Creta. Esos desdichados están condenados...
— ¿Condenados? ¿Para expiar qué crimen deben, pues, morir?
— ¿Morir? Es bastante peor: ¡serán devorados por el Minotauro!
Teseo reprimió un escalofrío. Tras haberse ausentado durante largo tiempo de Grecia,
acababa de llegar a su patria; sin embargo, había oído hablar del Minotauro. Ese monstruo, decían,
poseía el cuerpo de un hombre y la cabeza de un toro; ¡se alimentaba de carne humana!
— ¡Padre, impide esa infamia! ¿Por qué dejas perpetuar esa odiosa costumbre?
—Debo hacerlo —suspiró Egeo—. Mira, hijo mío, he perdido tiempo atrás la guerra contra el
rey de Creta. Y, desde entonces, le debo un tributo: cada año, catorce jóvenes atenienses sirven de
alimento a su monstruo...
Con el ardor de la juventud, Teseo exclamó:
—En tal caso, ¡déjame partir a esa isla! Acompañaré a las futuras víctimas. Enfrentaré al
Minotauro, padre. Lo venceré. ¡Y quedarás libre de esa horrible deuda!
Con estas palabras, el viejo Egeo tembló y abrazó a su hijo.
— ¡Nunca! Tendría demasiado miedo de perderte.
Una vez, el rey había estado a punto de envenenar a Teseo sin saberlo; se trataba de una
trampa de Medea, su segunda esposa, que odiaba a su hijastro.
—No. ¡No te dejaré partir! Además, el Minotauro tiene fama de invencible. Se esconde en el
centro de un extraño palacio: ¡el laberinto! Sus pasillos son tan numerosos y están tan sabiamente
entrelazados que aquellos que se arriesgan no descubren nunca la salida. Terminan dando con el
monstruo... que los devora.
Teseo era tan obstinado como intrépido. Insistió, se enojó, y luego, gracias a sus
demostraciones de cariño y a su persuasión, logró que el viejo rey Egeo, muerto de pena, terminara
cediendo.
A la mañana, Teseo se dirigió con su padre al Pireo, el puerto de Atenas. Estaban
acompañados por jóvenes para quienes sería el último viaje. Los habitantes miraban pasar el cortejo;
algunos gemían, otros mostraban el puño a los emisarios del rey Minos que encabezaban la siniestra
fila.
Pronto, la tropa llegó a los muelles donde había una galera de velas negras atracada.
—Llevan el duelo —explicó el rey—. Ah... hijo mío... si regresas vencedor, no olvides
cambiarlas por velas blancas. ¡Así sabré que estás vivo antes de que atraques!
Teseo se lo prometió; luego, abrazó a su padre y se unió a los atenienses en la nave.
Una noche, durante el viaje, Poseidón, el dios de los mares, se apareció en sueños a Teseo.
Sonreía.
— ¡Valiente Teseo! —le dijo—. Tu valor es el de un dios. Es normal: eres mi hijo con el mismo
título que eres el de Egeo1...
Teseo oyó por primera vez el relato de su fabuloso nacimiento.
— ¡Al despertar, sumérgete en el mar! —le recomendó Poseidón—. Encontrarás allí un anillo
de oro que el rey Minos ha perdido antaño.
Teseo emergió del sueño. Ya era de día A lo lejos ya se divisaban las riberas de Creta.
Entonces, ante sus compañeros estupefactos, Teseo se arrojó al agua. Cuando tocó el fondo,
vio una joya que brillaba entre los caracoles. Se apoderó de ella, con el corazón palpitante. De modo
que todo lo que le había revelado Poseidón en sueños era verdad: ¡él era un semidiós!
Este descubrimiento excitó su coraje y reforzó su voluntad.
Cuando el navío tocó el puerto de Cnosos, Teseo divisó entre la multitud al soberano,
rodeado de su corte. Fue a presentarse:
—Te saludo, oh poderoso Minos. Soy Teseo, hijo de Egeo.
—Espero que no hayas recorrido todo este camino para implorar mi clemencia —dijo el rey
mientras contaba con cuidado a los catorce atenienses.
—No. Sólo tengo un anhelo: no abandonar a mis compañeros.
Un murmullo recorrió el entorno del rey. Desconfiado, este examinó al recién llegado.
Reconociendo el anillo de oro que Teseo llevaba en el dedo, se preguntó, estupefacto, gracias a qué
prodigio el hijo de Egeo había podido encontrar esa joya. Desconfiado, refunfuñó:
— ¿Te gustaría enfrentar al Minotauro? En tal caso, deberás hacerlo con las manos vacías:
deja tus armas.
Entre quienes acompañaban al rey se encontraba Ariadna, una de sus hijas. Impresionada
por la temeridad del príncipe, pensó con espanto que pronto iba a pagarla con su vida. Teseo había
observado durante un largo tiempo a Ariadna. Ciertamente, era sensible a su belleza. Pero se sintió
intrigado sobre todo por el trabajo de punto que llevaba en la mano.
—Extraño lugar para tejer —se dijo.
Sí, Ariadna tejía a menudo, cosa que le permitía reflexionar. Y sin sacarle los ojos de encima
a Teseo, una loca idea germinaba en ella...
—Vengan a comer y a descansar —decretó el rey Minos—. Mañana serán conducidos al
laberinto.
Teseo se despertó de un sobresalto: ¡alguien había entrado en la habitación donde estaba
durmiendo! Escrutó en la oscuridad y lamentó que le hubieran quitado su espada. Una silueta blanca
se destacó en la sombra. Un ruido familiar de agujas le indicó la identidad del visitante:
—No temas nada. Soy yo: Ariadna.
La hija del rey fue hasta la cama, donde se sentó. Tomó la mano del muchacho.
— ¡Ah, Teseo —le imploró—, no te unas a tus compañeros! Si entras en el laberinto, jamás
saldrás de él. Y no quiero que mueras...
Por los temblores de Ariadna, Teseo adivinó qué sentimientos la habían empujado a llegar
hasta él esa noche. Perturbado, murmuró:
—Sin embargo, Ariadna, es necesario. Debo vencer al Minotauro.
—Es un monstruo. Lo detesto. Y, sin embargo, es mi hermano...
— ¿Cómo? ¿Qué dices?
—Ah, Teseo, déjame contarte una historia muy singular...
La muchacha se acercó al héroe para confiarle:
—Mucho antes de mi nacimiento, mi padre, el rey Minos la imprudencia de engañar a
Poseidón: le sacrificó un miserable toro flaco y enfermo en vez de inmolarle el magnífico animal que
el dios le había enviado. Poco después, mi padre se casó con la bella Pasífae, mi madre. Pero
Poseidón rumiaba su venganza. En recuerdo de la antigua afrenta que se había cometido contra él,
le hizo perder la cabeza a Pasífae y la indujo a enamorarse... ¡de un toro! ¡La desdichada llegó,
incluso, a mandar construir una carcasa de vaca con la cual se disfrazaba, para unirse al animal que
amaba!
— ¡Qué horrible estratagema!
—La continuación, Teseo, la adivinas —concluyó Ariadna temblando—. Mi madre dio
nacimiento al Minotauro. Mi padre no podía decidirse a matar a ese monstruo; pero quiso esconderlo
para siempre de la vista de todos. Convocó al más hábil de los arquitectos, Dédalo, que concibió el
famoso laberinto...
Impresionado por este relato, Teseo no sabía qué decir.
—No creas —agregó Ariadna— que quiero salvar al Minotauro. ¡Ese devorador de hombres
merece mil veces la muerte!
—Entonces, lo mataré.
—Si llegaras a hacerlo, nunca encontrarías la salida del laberinto.
Un largo silencio se produjo en la noche. De repente, la muchacha se acercó aún más al
joven y le dijo:
— ¿Teseo? ¿Si te facilitara el medio de encontrar la salida del laberinto, me llevarías de
regreso contigo?
El héroe no respondió. Por cierto, Ariadna era seductora, y la hija de un rey. Pero él había ido
hasta esa isla no para encontrar allí una esposa, sino para liberar a su país de una terrible carga.
—Conozco los hábitos del Minotauro —insistió—. Sé cuáles son sus debilidades y cómo
podrías acabar con él. Pero esa victoria tiene un precio: ¡me sacas de aquí y me desposas!
—De acuerdo. Acepto.
Ariadna se sorprendió de que Teseo aceptara tan rápidamente. ¿Estaba enamorado de ella?
¿O se sometía a una simple transacción? ¡Qué importaba!
Le confió mil secretos que le permitirían vencer a su hermano al día siguiente. Y el ruido de
su voz se mezclaba con el obstinado choque de sus agujas: Ariadna no había dejado de tejer.
Frente a la entrada del laberinto, Minos ordenó a los atenienses:
— ¡Entren! Es la hora...
Mientras los catorce jóvenes aterrorizados penetraban uno tras otro en el extraño edificio,
Ariadna murmuró a su protegido:
— ¡Teseo, toma este hilo y, sobre todo, no lo sueltes! Así, quedaremos ligados uno con el
otro.
Tenía en la mano el ovillo de la labor que no la abandonaba jamás. El héroe tomó lo que ella
le extendía: un hilo tenue, casi invisible. Si bien el rey Minos no adivinó su maniobra, comprendió que
a ese muchacho y a su hija les costaba mucho separarse.
— ¿Y bien, Teseo —se burló—, acaso tienes miedo?
Sin responder, el héroe entró a su vez en el corredor. Muy rápidamente, se unió a sus
compañeros que vacilaban ante una bifurcación.
— ¡Qué importa! —les dijo—. Tomen a la derecha.
Desembocaron en un corredor sin salida, volvieron sobre sus pasos, tomaron el otro camino
que los condujo a una nueva ramificación de varios pasillos.
—Vayamos por el del centro. Y no nos separemos.
Pronto emergieron al aire libre; a los muros del laberinto habían seguido infranqueables
bosquecillos.
— ¿Quién sabe? —Murmuró uno de los atenienses—. ¿Y si el destino nos ofreciera la
posibilidad de no llegar al Minotauro... sino a la salida?

Ay, Teseo sabía que no sería así: ¡Dédalo había concebido el edificio de modo tal que se
terminaba llegando siempre al centro!
Fue exactamente lo que se produjo. Hacia la noche, cuando sus compañeros se quejaban de
la fatiga y del sueño, Teseo les ordenó de pronto:
— ¡Detengámonos! Escuchen. Y además... ¿no oyen nada?
Los muros les devolvían el eco de gruñidos impacientes. Y en el aire flotaba un fuerte olor a
carroña.
—Llegamos —murmuró Teseo—. ¡El antro del monstruo está cerca! Espérenme y, sobre
todo, ¡no se muevan de aquí!
Partió solo, con el hilo de Ariadna siempre en la mano.
De repente, salió a una explanada circular parecida a una arena. Allí había un monstruo aún
más espantoso que todo lo que se había imaginado: un gigante con cabeza de toro, cuyos brazos y
piernas poseían músculos nudosos como troncos de roble. Al ver entrar a Teseo, mugió un
espantoso grito de satisfacción voraz. Bajo las narinas, su boca abierta babeaba. Debajo de su
cabeza bovina y peluda, apuntaban unos cuernos afilados hacia la presa. Luego, se lanzó hacia su
futura víctima golpeando la arena con sus pezuñas.
El suelo estaba cubierto de osamentas. Teseo recogió la más grande y la blandió. En el momento en
que el monstruo iba a ensartarlo, se apartó para asestarle en el morro un golpe suficiente para
liquidar a un buey... ¡pero no lo bastante violento para matar a un Minotauro!
El monstruo aulló de dolor. Sin dejarle tiempo de recuperarse, Teseo se aferró a los dos
cuernos para saltar mejor encima de los hombros peludos. Así montado, apretó las piernas alrededor
del cuello de su enemigo y, con toda su fuerza, ¡las estrechó! Privado de respiración, el monstruo,
furioso, se debatió. ¡Ya no podía clavar los cuernos en ese adversario que hacía uno con él! Pataleó,
cayó y rodó por el suelo. A pesar de la arena que se filtraba en sus orejas y en sus ojos, Teseo no
soltaba prenda, tal como Ariadna se lo había recomendado.
Poco a poco, las fuerzas del Minotauro declinaron. Pronto, lanzó un espantoso mugido de rabia, tuvo
un sobresalto... ¡y exhaló el último suspiro! Entonces, Teseo se apartó de la enorme cosa inerte. Su
primer reflejo fue ir a recuperar el hilo de Ariadna.
El silencio insólito y prolongado había atraído a sus compañeros.
—Increíble... ¡Has vencido al Minotauro! ¡Estamos a salvo!
Teseo reclamó su ayuda para arrancar los cuernos del monstruo.
—Así —explicó—, Minos sabrá que ya no queda tributo por reclamar.
— ¿De qué serviría? Por cierto, nos hemos salvado. Pero nos espera una muerte lenta: no
encontraremos jamás la salida.
—Sí —afirmó Teseo mostrándoles el hilo—. ¡Miren!
Febriles, se pusieron en marcha. Gracias al hilo, volvían a desandar el largo y tortuoso
trayecto que los había conducido hasta el Minotauro. A Teseo le costaba calmar su impaciencia. Se
preguntaba qué dios benévolo le había dado esa idea genial a Ariadna. Pronto, el hilo se tensó: del
otro lado, alguien tiraba con tanta prisa como él.
Finalmente, luego de muchas horas, emergieron al aire libre. El héroe, extenuado, tiró los cuernos
sanguinolentos del Minotauro al suelo, cerca de la entrada.
— ¡Teseo... por fin! ¡Lo has logrado!
Loca de amor y de alegría, Ariadna se precipitó hacia él. Se abrazaron. La hija de Minos echó
una mirada enternecida al enorme ovillo desordenado que Teseo, todavía, tenía entre las manos.
—A pesar de todo —le reprochó sonriendo—, hubieras podido enrollarlo mejor...
El alba se acercaba. Acompañados por Ariadna, Teseo y sus compañeros se escurrieron entre las
calles de Cnosos y llegaron al puerto.
— ¡Perforen el casco de todos los navíos cretenses! —ordenó.
— ¿Por qué? —se interpuso Ariadna, asombrada.
— ¿Crees que tu padre no va a reaccionar? ¿Qué va a dejar escapar con su hija al que mató
al hijo de su esposa?
—Es verdad —admitió ella—. Y me pregunto qué castigo va a infligir a Dédalo, ya que su
laberinto no protegió al Minotauro como lo esperaba mi padre2.
Cuando el sol se levantó, Teseo tuvo un sueño extraño: esta vez, fue otro dios, Baco, el que
se le apareció.
—Es necesario —ordenó—, que abandones a Ariadna en una isla. No se convertirá en tu
esposa. Tengo para ella otros proyectos más gloriosos.
—Sin embargo —balbuceó Teseo—, le he prometido...
—Lo sé. Pero debes obedecer. O temer la cólera de los dioses.
Cuando Teseo se despertó, aún vacilaba. Pero al día siguiente, la galera debió enfrentar una
tormenta tan violenta que el héroe vio en ella un evidente signo divino. Gritó al vigía:
— ¡Debemos detenernos lo antes posible! ¿No ves tierra a lo lejos?
— ¡Sí! Una isla a la vista... Debe ser Naxos.
Atracaron allí y esperaron que los elementos se calmaran.
La tormenta se apaciguó durante la noche. A la madrugada, mientras Ariadna seguía durmiendo
sobre la arena, Teseo reunió a sus hombres. Ordenó partir lo antes posible. Sin la muchacha.
— ¡Así es! —dijo al ver la cara llena de reproches de sus compañeros.
Los dioses no actúan sin motivo. Y Baco tenía buenas razones para que Teseo abandonara a
Ariadna: seducido por su belleza, ¡quería convertirla en su esposa! Sí, había decidido que tendría
con ella cuatro hijos y que, pronto, se instalaría con él en el Olimpo. Como señal de alianza divina se
había prometido, incluso, regalarle un diamante que daría nacimiento a una de las constelaciones
más bellas...
Claro que Teseo ignoraba las intenciones de ese dios enamorado y celoso. Singlando de
nuevo hacia Atenas, se acusaba de ingratitud. Preocupado, olvidó la recomendación que su padre le
había hecho...
Apostado a lo alto del faro que se erigía en la entrada del Pireo, el guardia gritó, con la mano
como visera encima de los ojos:
— ¡Una nave a la vista! Sí... es la galera que vuelve de Creta. ¡Rápido, vamos a advertir al
rey!
Menos de tres kilómetros separan a Atenas de su puerto. Loco de esperanza y de inquietud,
el viejo rey Egeo acudió a los muelles.
— ¿Las velas? —Preguntó alzando la cabeza hacia el guardia—. ¿Puedes ver las velas y
decirme cuál es su color?
—Ay, gran rey, son negras.
El viejo Egeo no quiso saber más. Loco de dolor, se arrojó al mar y se ahogó.
Cuando la galera atracó, acababan de conducir el cuerpo del viejo Egeo a la orilla. Teseo se
precipitó hacia él. Adivinó enseguida lo que había ocurrido y se maldijo por su negligencia.
— ¡Padre mío! ¡No... Estoy vivo! ¡Vuelve en ti, por piedad!
Pero era demasiado tarde: Egeo estaba muerto. La tristeza que invadió a Teseo le hizo
olvidar de golpe su reciente victoria sobre el monstruo. Con amargura, el héroe pensó que acababa
de perder a una esposa y a un padre.
— ¡A partir de ahora, Teseo, eres rey! —dijeron los atenienses, inclinándose.
El nuevo soberano se recogió sobre los restos de Egeo. Solemnemente, decretó:
— ¡Que este mar, a partir de ahora, lleve el nombre de mi padre adorado!
Y a partir de ese día funesto, en que el vencedor del Minotauro regresó de Creta, el mar que
baña las costas de Grecia lleva el nombre de Egeo.
Mientras tanto, Ariadna se había despertado en la isla desierta. En el día naciente, vio a lo
lejos las velas oscuras de la galera que se alejaba. Incrédula, balbuceó:

— ¡Teseo! ¿Es posible que me abandones?


Siguió el navío con los ojos hasta que se lo tragó el horizonte. Comprendió, entonces, que
nunca volvería a ver a Teseo. Sola en la playa de Naxos, dio libre curso a su pena; gimió largamente
sobre la ingratitud de los hombres.
Luego, Ariadna reencontró sobre la arena su labor abandonada.
Retomó las agujas. Y en espera de que se realizara el prodigioso destino que ella ignoraba,
puso nuevamente manos a la obra.
Tejía a la vez que lloraba.

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