Mite Pandora

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El mite de Pandora

Traducció castellana: Aurelio Pérez i Alfonso Martínez

Teogonía, 507-616

Jápeto se llevó a la joven Clímene, Oceánide de bellos tobillos y subió a su mismo


lecho. Ésta le dio un hijo, el intrépido Atlas, y parió al muy ilustre Menetio, al
mañoso y astuto Prometeo y al torpe Epimeteo, que fue desde un principio siempre
ruina para los hombres que se alimentan de pan. Pues él por primera vez aceptó una
joven mujer modelada por Zeus.

Al violento Menetio, Zeus de amplia mirada le hundió en el Érebo, alcanzándole con


el ardiente rayo, por su insolencia y desmedida audacia.

Atlas sostiene el vasto cielo a causa de una imperiosa fatalidad allá en los confines de
la tierra, a la entrada del país de las Hespérides de fina voz, [apoyándolo en su cabeza
e infatigables brazos]; pues esta suerte le asignó como lote el prudente Zeus.

A Prometeo abundante en recursos le ató con irrompibles ligaduras, dolorosas


cadenas, que metió a través de una columna y lanzó sobre él su águila de amplias
alas. Ésta le comía el hígado inmortal y aquél durante la noche crecía por todas partes
en la misma proporción que durante el día devoraba el ave de amplias alas. [La mató
Heracles, ilustre hijo de Alcmena de bellos tobillos y libró de su horrible tormento al
Japetónida, dando fin a sus inquietudes no sin el consentimiento de Zeus Olímpico
que reina en las alturas, sino para que la fama de Heracles, nacido en Tebas, fuera
mayor todavía que antes sobre la tierra fecunda.

Por estos anhelos favorecía a su muy ilustre hijo y, aunque irritado, calmó la cólera
que antes tenía desde que Prometeo combatió la voluntad del muy poderoso
Cronión.]

Ocurrió que cuando dioses y hombres mortales se separaron en Mecona, Prometeo


presentó un enorme buey que había dividido con ánimo resuelto, pensando engañar la
inteligencia de Zeus. Puso, de un lado, en la piel, la carne y ricas vísceras con la
grasa, ocultándolas en el vientre del buey.De otro, recogiendo los blancos huesos del
bueycon falaz astucia, los disimuló cubriéndolos de brillante grasa.

Entonces se dirigió a él el padre de hombres y dioses:

“¡Japetónida, el más ilustre de todos los dioses, amigo mío, cuan parcialmente hiciste
el reparto de lotes!”
Así habló en tono de burla Zeus, conocedor de inmortales designios. Le respondió el
astuto Prometeo con una leve sonrisa y no ocultó su falaz astucia:

“¡Zeus, el más ilustre y poderoso de los dioses sempiternos! Escoge de ellos el que en
tu pecho te dicte el corazón.”

Habló ciertamente con falsos pensamientos. Y Zeus, sabedor de inmortales designios,


conoció y no ignoró el engaño; pero estaba proyectando en su corazón desgracias
para los hombres mortales e iba a darles cumplimiento.

Cogió con ambas manos la blanca grasa. Se irritó en sus entrañas y la cólera le
alcanzó el corazón cuando vio los blancos huesos del buey a causa de la falaz astucia.
Desde entonces sobre la tierra las tribus de hombres queman para los inmortales los
blancos huesos cuando se hacen sacrificios en los altares. Y a aquél, díjole Zeus,
amontonador de nubes, terriblemente indignado:

“¡Hijo de Jápeto, conocedor de los designios sobre todas las cosas, amigo mío,
ciertamente no estabas ya olvidándote de tu falaz astucia!”

Así dijo lleno de cólera Zeus, conocedor de inmortales designios. Y desde entonces
tuvo siempre presente este engaño y no dio la infatigable llama del fuego a los
fresnos, [los hombres mortales que habitan sobre la tierra]. Pero le burló el sagaz hijo
de Jápeto escondiendo el brillo que se ve de lejos del infatigable fuego en una hueca
cañaheja.

Entonces hirió de nuevo el alma de Zeus altitonante y le irritó su corazón cuando vio
entre los hombres el brillo que se ve de lejos del fuego. Y al punto, a cambio del
fuego, preparó un mal para los hombres:

Modeló de tierra al ilustre Patizambo una imagen con apariencia de casta doncella,
por voluntad del Crónida. La diosa Atenea de ojos glaucos le dio ceñidor y la adornó
con vestido de resplandeciente blancura; la cubrió desde la cabeza con un velo,
maravilla verlo, bordado con sus propias manos; y con deliciosas coronas de fresca
hierba trenzada con flores, rodeó sus sienes Palas Atenea. En su cabeza colocó una
diadema de oro que él mismo cinceló con sus manos, el ilustre Patizambo, por
agradar a su padre Zeus. En ella había artísticamente labrados, maravilla verlos,
numerosos monstruos, cuantos terribles cría el continente y el mar; de ellos grabó
muchos aquél, y en todos se respiraba su arte, admirables, cual seres vivos dotados de
voz.

Luego que preparó el bello mal, a cambio de un bien, la llevó donde estaban los
demás dioses y los hombres, engalanada con los adornos de la diosa de ojos glaucos,
hija de poderoso padre; y un estupor se apoderó de los inmortales dioses y hombres
mortales cuando vieron el espinoso engaño, irresistible para los hombres. Pues de ella
desciende la estirpe de femeninas mujeres. Gran calamidad para los mortales, con los
varones conviven sin conformarse con la funesta penuria, sino con la saciedad.

Como cuando en las abovedadas colmenas las abejas alimentan a los zánganos,
siempre ocupados en miserables tareas –aquéllas durante todo el día hasta la puesta
del sol diariamente se afanan y hacen blancos panales de miel, mientras ellos
aguardando dentro, en los recubiertos panales, recogen en su vientre el esfuerzo
ajeno-, así también desgracia para los hombres mortales hizo Zeus altitonante a las
mujeres, siempre ocupadas en perniciosas tareas.

Otro mal les procuró a cambio de aquel bien: El que huyendo del matrimonio y las
terribles acciones de las mujeres no quiere casarse y alcanza la funesta vejez sin nadie
que le cuide, éste no vive falto de alimento; pero al morir, los parientes se reparten su
hacienda. Y a quien, en cambio, le alcanza el destino del matrimonio y consigue tener
una mujer sensata y adornada de recato, éste, durante toda la vida, el mal equipara
constantemente al bien. Y quien encuentra una mujer desvergonzada, vive sin cesar
con la angustia en su pecho, en su alma y en su corazón; y su mal es incurable.

De esta manera no es posible engañar ni transgredir la voluntad de Zeus; pues ni


siquiera el Japetónida, el remediador Prometeo, logró librarse de su terrible cólera,
sino que por la fuerza, aunque era muy astuto, le aprisionó una enorme cadena.

Trabajos y días, 27-105

¡Oh, Perses!, grábate tú esto en el corazón y que la Eris gustosa del mal no aparte tu
voluntad del trabajo, preocupado por acechar los pleitos del ágora; pues poco le dura
el interés por los litigios y las reuniones públicas a aquel en cuya casa se encuentra en
abundancia el sazonado sustento, el grano de Deméter, que la tierra produce. Cuando
te hayas provisto bien de él, entonces sí que puedes suscitar querellas y pleitos sobre
haciendas ajenas.

Pero ya no te será posible obrar así por segunda vez;al contrario, resolvamos nuestra
querella de acuerdo con sentencias justas, que por venir de Zeus son las mejores.
Pues ya repartimos nuestra herencia y tú te llevaste robado mucho más de la cuenta,
lisonjeando descaradamente a los reyes devoradores de regalos que se las componen
a su gusto para administrar este tipo de justicia. ¡Necios, no saben cuánto más valiosa
es la mitad que el todo ni qué gran riqueza se esconde en la malva y el asfódelo!

Y es que oculto tienen los dioses el sustento a los hombres; pues de otro modo
fácilmente trabajarías un solo día y tendrías para un año sin ocuparte en nada. Al
punto podrías colocar el timón sobre el humo del hogar y cesarían las faenas de los
bueyes y de los sufridos mulos.
Pero Zeus lo escondió irritado en su corazón por las burlas de que le hizo objeto el
astuto Prometeo; por ello entonces urdió lamentables inquietudes para los hombres y
ocultó el fuego. Mas he aquí que el buen hijo de Jápeto lo robó al providente Zeus
para bien de los hombres en el hueco de una cañaheja a escondidas de Zeus que se
goza con el rayo. Y lleno de cólera díjole Zeus amontonador de nubes:

“¡Japetónida conocedor de los designios sobre todas las cosas! Te alegras de que me
has robado el fuego y has conseguido engañar mi inteligencia, enorme desgracia para
ti en particular y para los hombres futuros. Yo a cambio del fuego les daré un mal con
el que todos se alegren de corazón acariciando con cariño su propia desgracia.”

Así dijo y rompió en carcajadas el padre de hombres y dioses; ordenó al muy ilustre
Hefesto mezclar cuanto antes tierra con agua, infundirle voz y vida humana y hacer
una linda y encantadora figura de doncella semejante en rostro a las diosas
inmortales. Luego encargó a Atenea que le enseñara sus labores, a tejer la tela de
finos encajes. A la dorada Afrodita le mandó rodear su cabeza de gracia, irresistible
sensualidad y halagos cautivadores; y a Hermes, el mensajero Argifonte, le encargó
dotarle de una mente cínica y un carácter voluble.

Dio estas órdenes y aquéllos obedecieron al soberano Zeus Cronida. [Inmediatamente


modeló de tierra el ilustre Patizambo una imagen con apariencia de casta doncella por
voluntad del Crónida. La diosa Atenea de ojos glaucos le dio ceñidor y la engalanó.
Las divinas Gracias y la augusta Persuasión colocaron en su cuello dorados collares y
las Horas de hermosos cabellos la coronaron con flores de primavera. Palas Atenea
ajustó a su cuerpo todo tipo de aderezos]; y el mensajero Argifonte configuró en su
pecho mentiras, palabras seductoras y un carácter voluble por voluntad de Zeus
gravisonante. Le infundió habla el heraldo de los dioses y puso a esta mujer el
nombre de Pandora porque todos los que poseen las mansiones olímpicas le
concedieron un regalo, perdición para los hombres que se alimentan de pan.

Luego que remató su espinoso e irresistible engaño, el Padre despachó hacia


Epimeteo al ilustre Argifonte con el regalo de los dioses, rápido mensajero. Y no se
cuidó Epimeteo de que le había advertido Prometeo no aceptar jamás un regalo de
manos de Zeus Olímpico, sino devolverlo acto seguido para que nunca sobreviniera
una desgracia a los mortales. Luego cayó en la cuenta el que lo aceptó, cuando ya era
desgraciado.

En efecto, antes vivían sobre la tierra las tribus de hombres libres de males y exentas
de la dura fatiga y las enfermedades que acarrean la muerte a los hombres […]. Pero
aquella mujer, al quitar con sus manos la enorme tapa de una jarra los dejó
diseminarse y procuró a los hombres lamentables inquietudes.
Sólo permaneció allí dentro la Espera, aprisionada entre infrangibles muros bajo los
bordes de la jarra, y no pudo volar hacia la puerta; pues antes cayó la tapa de la jarra
[por voluntad de Zeus portador de la égida y amontonador de nubes].

Mil diversas amarguras deambulan entre los hombres: repleta de males está la tierra y
repleto el mar. Las enfermedades ya de día ya de noche van y vienen a su capricho
entre los hombres acarreando penas a los mortales en silencio, puesto que el
providente Zeus les negó el habla. Y así no es posible en ninguna parte escapar a la
voluntad de Zeus.

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