Situacion Politica y Social de Comienzos Del Siglo XX

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Cámara de Verano 2016, (Año de los Valores Republicanos)

de 13.01.2016

A.: L.: G.: D.: G.: A.: D.: U.:

LA SITUACIÓN POLÍTICA Y SOCIAL DE COMIENZOS DEL SIGLO XX Y LA


TRANSICIÓN MARCADA POR EL CAMBIO CONSTITUCIONAL DE 1925.

V.: M.: de esta Cámara de Verano, Gran Maestro de la Gran Logia de Chile, V.:
H.: Luis Riveros Cornejo y QQ.: HH.:

INTRODUCCIÓN.

El presente trabajo se enmarca en un ciclo de reivindicación de los valores


republicanos.

Genéricamente, éstos se identifican con el interés general de la sociedad


(república, etimológicamente res pública, equivale a la cosa pública), y son
los inherentes –aunque sea ocioso decirlo- a la República.

Históricamente, el concepto surge como opuesto a la monarquía y expresa


esencialmente una organización del Estado cuya autoridad es elegida por los
ciudadanos o por el parlamento por un período determinado. En una
acepción de mayor contenido, se la asume en contradicción a los gobiernos

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injustos, como el despotismo o la tiranía, configurando una forma de
gobierno regida por el interés común, la justicia y la igualdad.

Se reclaman expresivos de la República, adjetivándola, regímenes tan


variopintos como la democracia orgánica, las democracias populares (de los
siglos XX y XXI) y la democracia autoritaria de la dictadura militar. Como se
ve, el envase sirve para múltiples contenidos. Ejemplarmente, tanto la
Constitución de 1925 como la de 1980 consignan que Chile es una república
democrática.

Pero en la época contemporánea y dentro de nuestra matriz cultural de


occidente, la forma de gobierno llamada república se identifica con la
democracia representativa y el estado de derecho. Dentro de la misma
caben, desde luego, distintos proyectos de carácter económico y social (de
los experimentados últimamente, el liberalismo, el comunitarismo y el
socialismo), a condición de realizarse bajo parámetros inamovibles sobre
respeto a las libertades esenciales.

Los valores republicanos se van acentuando o perfilando en distintos


aspectos, según la época.

Antes, por herencia de la monarquía y relevancia creciente de un órgano


representativo como el Congreso, probablemente se apreciaba la distante
dignidad de los titulares del poder (su inalcanzable respetabilidad y
sabiduría). De ahí la nostalgia por la figura de preclaros estadistas y
senadores y su dedicación gratuita a las tareas del Estado. El cobro de
sueldos y dietas conlleva la profesionalización de la función pública (dicho

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sea de paso, es un producto de la democratización, que permite a la mayoría
y no solo a los privilegiados representar al pueblo).

En la actualidad, la ciudadanía (que paga sus impuestos, con los que se


financian las políticas públicas y las rentas de sus servidores) exige eficacia,
transparencia y publicidad de los actos públicos.

Se trata de caracterizar cierta época no en la compleja integridad de sus


diversos elementos históricos, sino en el devenir de las instituciones
(superestructura).

Sin desconocer la importancia de los supuestos materiales de la sociedad y su


interrelación con los culturales, el acento está puesto –como se ha dicho- en
las instituciones políticas, en particular consagradas en el ordenamiento
constitucional.

Sin perjuicio de ello, se describe sucintamente el estado de la economía, la


influencia y correlación de las clases sociales en el primer cuarto de siglo.

Situación política y social de comienzos del Siglo XX.

Sus bases esenciales se estima que son las siguientes:

-Una economía primaria exportadora, fundada en la explotación salitrera, del


carbón y cuprífera;

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-Altos precios y aumento de la producción del salitre, con la subsecuente
situación fiscal y económica boyante;

-Desplazamiento de la burguesía nacional minera por los capitales


extranjeros, con una disminución de la incidencia de la oligarquía
terrateniente;

-La emergencia de una pequeña burguesía industrial y comercial y de


sectores medios en ascenso, vinculados a la Administración, educación y
servicios, que se manifiesta políticamente en los partidos de centro izquierda.
Desarrollo de un proletariado que se organiza progresivamente en
mancomunales, sociedades de resistencia y federaciones obreras,
protagonista de grandes movilizaciones en los sectores portuarios y del
carbón y de la huelga general de Santiago, en diciembre de 1919, convocada
por la Asamblea Obrera de la Alimentación. Políticamente da lugar a la
formación del Partido Obrero Socialista, de Luis Emilio Recabarren.

Constitución de 1833 y parlamentarismo.

El llamado parlamentarismo comienza a gestarse en chile a comienzos de la


segunda mitad del siglo XIX y adquiere consistencia, como práctica política,
después de la derrota de Balmaceda hasta el primer gobierno de Arturo
Alessandri.

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La Constitución de 1833 es la cobertura jurídica-institucional de los gobiernos
autoritarios que por varios decenios se instauraron en el país, ejecutando lo
que se ha considerado como la concepción portaliana de la República.

Establece un gobierno fuerte, que sin embargo es balanceado por un sistema


de contrapesos que adjudica atribuciones importantes al parlamento. Entre
otros, el desafuero de los parlamentarios es resuelto por la propia asamblea
legislativa, el Congreso es el órgano que interpreta la Constitución, las
órdenes del Presidente son inválidas sin el esencial requisito de la firma del
Ministro respectivo, aquél no está afecto a responsabilidad.

Paradojalmente, este encuadre autoritario contiene los gérmenes de


prácticas que condujeron a un tipo de régimen parlamentario.

Tanto es así, que a 10 años de la vigencia de esta carta política, ya se


insinuaba la injerencia del Parlamento en la resolución de las cuestiones del
poder. Esta se produce paulatinamente a partir de las llamadas leyes
periódicas, que concedían al Congreso la facultad de aprobar anualmente la
ley de presupuestos y cada 18 meses la que autorizaba el cobro de
contribuciones y posteriormente por sucesivas leyes de reforma
constitucional (entre 1871 y 1893), que disminuyen la preeminencia del
ejecutivo y atenúan su intervención electoral, como la prohibición de
reelección del Presidente de la República, la elección de los senadores en
votación directa por provincias y la supresión del veto total en la tramitación
legislativa.

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Sin perjuicio de ello, en el período se van intensificando ciertas prácticas –con
escaso o ausente fundamento constitucional-, como las interpelaciones
ministeriales y los votos de censura al gabinete o a las mesas de las Cámaras.

El sentido común de la época (último tercio del siglo XIX) considera al


Congreso como el escenario propio y más relevante del ejercicio de la
política, asumiendo que el rol ejecutivo se ejecuta primordialmente por el
Jefe de Gabinete, posición que requiere la aprobación de las mayorías
políticas. Éstas comienzan a configurarse de diversa manera, ocupando un
lugar secundario las fuerzas conservadoras expresivas de la oligarquía
agraria, las que son sustituidas por sectores del liberalismo y del emergente
radicalismo.

Tanto es así, que don José Manuel Balmaceda Fernández es un exponente


caracterizado de esta corriente como presidente del Club de la Reforma, Jefe
de Gabinete y posterior Presidente de la República. Posición que abandona
cuando la contradictoria conjunción de fuerzas políticas y económicas
perturban el pleno ejercicio de sus atribuciones presidenciales, variante que
lo conduce a reivindicar los fueros del ejecutivo y plantear una reforma
constitucional de signo contrario al régimen en práctica.

Su derrota política y militar caracteriza su mandato como un interregno, pues


las prácticas parlamentaristas a corto andar recuperan plena vigencia
desenvolviéndose con cierta fluidez hasta el primer gobierno de Arturo
Alessandri Palma, interrumpido por el golpe militar de septiembre de 1924.

Anótese, desde ya, que el régimen parlamentario que se modela es una


reacción al autoritarismo conservador, expresivo del carácter dominante de
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la clase terrateniente, e incorpora progresivamente al ejercicio del poder a
los incipientes sectores medios, ubicados en el liberalismo y el radicalismo.
Representa políticamente, pues, la incorporación de nuevas clases o
fracciones de clase sociales con su correlato ideológico, de carácter
evidentemente progresista para la época. La progresiva democratización del
poder, la sanción de las leyes laicas, la incipiente industrialización –
conjuntamente con la acumulación de riqueza a que abre paso la explotación
del salitre-, dan cuenta de una modernización de la sociedad y del Estado.

No resulta ajena a esta realidad la suerte de leyenda negra tejida sobre el


parlamentarismo criollo, agitada desde los sectores ultramontanos
desplazados del poder. Los ripios o vicios de la práctica parlamentarista son
exagerados, desconociendo que el régimen operó sobre bases sociales,
económicas y políticas en permanente contradicción, haciendo descansar en
su existencia los problemas que aquejan al estado chileno a partir del
término de la primera guerra mundial por efecto de la sustitución de su
principal riqueza por el salitre sintético.

De ahí en adelante y hasta el día de hoy, la tentación autoritaria -que se


refleja en un presidencialismo extralimitado- aparece en nuestra escena
política.

Con todo, y en relación a lo que se concluirá al final, es útil reconocer que


durante medio siglo, aproximadamente, las prácticas parlamentarias fueron
el sustento de un régimen de gobierno absolutamente legitimado y
hegemónico en la sociedad política; dicho de otra manera, no se concebía

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otra alternativa, desde que el presidencialismo fuerte había resignado sus
fueros.

Resulta interesante aventurar que, en la perspectiva de este trabajo, la


transición de un régimen presidencial a otro básicamente parlamentario se
había producido a través de la reinterpretación de las antiguas bases
institucionales autoritarias y por las prácticas políticas mayoritariamente
consentidas e impulsadas por los nuevos sectores sociales y políticos que
advenían al poder.

¿Cómo adviene la Constitución de 1925? La crisis económica, la ineficacia en


la gestión del Estado provocada por la exageración de las prácticas
parlamentaristas, las necesidades inducidas por los requerimientos de la
industrialización del país, la incorporación más plena de los sectores medios
(mesocracia) y el protagonismo de las demandas sociales de un proletariado
fortalecido políticamente, generan para la coyuntura histórica un estado
moderno, gobernado con eficacia por los nuevos protagonistas.

LA CONSTITUCIÓN DE 1925.

En marzo de 1925, restituido a sus funciones por la Junta Militar, el


Presidente Arturo Alessandri Palma designa una “Comisión Nacional
Constituyente”, de carácter muy amplio, con la doble finalidad de preparar el
texto de una nueva constitución -estableciendo al efecto una subcomisión

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redactora-, cuyo proyecto es sometido a plebiscito el 25 de agosto de 1925,
y organizar una Asamblea Constituyente. Esta última jamás se constituyó.

Anotemos, de paso, que la nueva Constitución no se elabora y sanciona a


través de los procedimientos constitucionales vigentes, sino que importa el
ejercicio de una suerte de poder constituyente originario. Carece, entonces,
de la legitimidad formal que a menudo se echa de menos después de
convulsiones sociales o interrupciones institucionales políticas de
significación.

La Carta Política, por su contenido, es una reforma de la de 1833, ya que


mantiene conceptos, fundamentos y bases institucionales de análoga
inspiración. En particular, se asocia con los tópicos fundamentales del
constitucionalismo anterior centrándose en la organización de los poderes
públicos y su separación, así como en el reconocimiento de los derechos
individuales, sin abordar los derechos sociales.

No obstante, perfila decididamente el régimen presidencial, fortaleciendo las


atribuciones del Ejecutivo y limitando la fiscalización de la Cámara de
Diputados a los actos de Gobierno, sin comprometer la responsabilidad
política de los Ministros. En análogo sentido, priva a las Cámaras de la
calificación de las elecciones, del desafuero parlamentario y del control de
constitucionalidad de las leyes que se entrega parcialmente a la Corte
Suprema a través del recurso de inaplicabilidad.

En el período posterior, se introducen reformas de suma trascendencia,


como la restricción de la iniciativa parlamentaria en proyectos de ley que
impliquen gastos públicos (1943), la expropiabilidad de ciertos predios sin
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indemnización (1963), el estatuto del derecho de propiedad (1967) y, las más
significativas de todas, la que otorga el derecho a sufragio a los mayores de
18 años y a los analfabetos y crea el Tribunal Constitucional (1970) y
finalmente el llamado “Estatuto de Garantías Constitucionales” (1971), que
desarrolla los derechos políticos y reconoce constitucionalmente a los
partidos, así como incorpora explícitamente, de forma muy amplia, los más
importantes derechos sociales, al trabajo, salud, seguridad social, educación.
Por último (1971), se habilita la nacionalización del cobre.

CONSTITUCIÓN DE 1980.

Desde el golpe militar de 1973 y hasta la entrada en vigencia de la


Constitución de 1980, subsisten las instituciones del ordenamiento
constitucional de 1925, en la forma y con las características que son toleradas
por el régimen militar, con las limitaciones, dependencia y subordinación que
resulta innecesario consignar. Otras, como el Congreso Nacional y el Tribunal
Constitucional, simplemente son suprimidas.

Recién con las actas constitucionales de 1976, pero en la lógica ya descrita, el


régimen prefigura una cierta estabilidad institucional, la que adquiere al
comenzar a regir en 1981 el nuevo texto constitucional dictado el año
precedente.

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Este ordenamiento, sin perjuicio de heredar elementos constitucionales de la
tradición republicana anterior, refunda el régimen político y las bases
sociales, económicas y culturales del sistema.

En el marco de las instituciones, se exacerba el presidencialismo, se


disminuyen exageradamente las atribuciones del Congreso, se exaltan
valores como la seguridad nacional y el orden público y se fundan las bases
para una economía sustentada en el libre desarrollo individual, negando el
rol del Estado y cercenando los derechos políticos y sociales.

Más, como ocurriera antes con la Constitución de 1833, ésta va siendo


sucesivamente modificada hasta adquirir una fisonomía muy distinta de la
original. Desde las primeras 54 reformas -pactadas en 1989 entre el régimen
y su oposición política-, pasando por las decenas aprobadas posteriormente –
incluidas las de 2005, que llamaron al Presidente Lagos a proclamar su
carácter democrático- hasta las que recientemente pusieron término al
sistema electoral binominal, consagraron las elecciones primarias y permiten
el sufragio de los chilenos residentes en el exterior, el traje a la medida hecho
para el dictador ha devenido en una institucionalidad que, a lo menos desde
el punto de vista de la formalidad republicana, se condice con los cánones
requeridos a una democracia.

Comparación de dos épocas.

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“Voy a hablaros sobre algunos aspectos de la crisis moral que atravesamos…
Me parece que no somos felices, se nota un malestar que no es de cierta clase
de personas ni de ciertas regiones del país, sino de todo el país y de la
generalidad de los que lo habitan. La holgura antigua se ha trocado en
estrechez, la energía para la lucha de la vida en laxitud, la confianza en
temor, las expectativas en decepciones. El presente no es satisfactorio y el
porvenir aparece entre sombras que producen intranquilidad.

No sería posible desconocer que tenemos más naves de guerra, más soldados,
más jueces, más guardianes, más oficinas, más empleados y más rentas
públicas que en otros tiempos; pero ¿tendremos también mayor seguridad:
tranquilidad nacional, superiores garantías de los bienes, de la vida y del
honor, ideas más exactas y costumbres más regulares, ideales más perfectos
y aspiraciones más nobles, mejores servicios, más población y más riqueza y
mayor bienestar? En una palabra, ¿Progresamos?” (Enrique Mac-Iver, Sobre
la Crisis Moral de la República, pronunciado en el Ateneo de Santiago el 1 de
agosto de 1900).

La cuestión que se nos instala espontánea y porfiadamente, en el centro del


tema encomendado, es la analogía política, social y económica, que vive
nuestra sociedad hoy al momento de enfrentar modificaciones a su Carta
Fundamental, respecto de las condiciones que rodearon la génesis de la
Constitución de 1925.

Los registros de cronistas e historiadores dan cuenta de la efervescencia que


agitaba a la élite chilena a fines del Siglo XIX e inicios del Siglo XX; los duros
cuestionamientos a su clase política, críticas a la conducta de la sociedad en

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los ámbitos económicos y sociales (desigualdad, injusticias, pobreza, mala
educación) , morales (relajo en hábitos y costumbres) y una creciente
desafección al sistema (anarquismo estudiantil, intelectual y sindical) parece
-guardando distancia respecto de los avances tecnológicos de por medio- una
versión criolla, en clave política, de la película “Volver al Futuro”.

Tal vez una diferencia que se hace evidente entre ambas épocas, y que sólo
podrá determinar un análisis histórico posterior respecto de cuál de los dos
procesos cumple en mejor forma su objetivo, es la cantidad y calidad de los
actores de cada coyuntura.

Sin caer en la majadería de exaltar el pasado por el pasado y tratando de ser


rigurosos, una primera aproximación al análisis muestra que hoy son muchos
más los participantes y que cuentan con mayores y mejores medios para el
debate; no obstante la formación intelectual, coherencia y voluntad parecen
ser puntos a favor de la generación que nos antecedió.

En relación a nuestro rol en esta coyuntura histórica, no dejará de ser


interesante advertir las diferencias; las que pueden ser muy útiles para el
presente.

CONCLUSIONES.

I- Las cartas constitucionales comentadas (de 1833, 1925 y 1980) fueron


objeto de múltiples modificaciones o reformas, de dispar entidad y alcance.

Mientras la primera, la de 1833, fue reformada básicamente a través de leyes


que la interpretaron y dieron paso a prácticas que permitieron transitar del
presidencialismo autoritario a una versión del parlamentarismo, la de 1925

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fue modificada en un sentido coherente para acentuar la intervención del
estado en la economía y la plena vigencia de los derechos políticos y sociales;
en tanto que la de 1980 fue objeto del mayor número de modificaciones que,
por su envergadura, representan una verdadera mutación constitucional.

II- Todas evolucionan desde su impronta original, impactadas por la dispar


correlación de las fuerzas sociales y políticas, transitando sucesivamente del
presidencialismo al parlamentarismo, del ejecutivo robustecido al
presidencialismo equilibrado y del hiper presidencialismo autoritario a un
combinado de elementos inherentes a éste con otros propios de un semi
presidencialismo (Ministro Coordinador de los Secretarios de Estado y de las
relaciones del Gobierno con el Congreso Nacional, mecanismo de
interpelación atenuada y comisiones especiales investigadoras).

III- Cada una de las constituciones, puntos más puntos menos, representa un
momento o fase de un cierto espíritu constituyente original. Se sancionan no
en virtud de procedimientos establecidos, sino en ruptura con la
institucionalidad precedente.

Una por una evidencian objetivos fundacionales, cuyas posibilidades se ven


limitadas porque el horizonte social, político y cultural es parecido dentro de
un ciclo histórico. La excepción es la carta otorgada en 1980, que ciertamente
da cuenta de un proceso revolucionario (o contrarrevolucionario, si se
prefiere), en la medida que destruye las bases del régimen democrático
representativo y encarna principios contradictorios con nuestra tradición
republicana (control absoluto del estado por los mecanismos de la seguridad
nacional y sobrevaloración irrestricta de la propiedad y el mercado).

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IV- El signo particular de la República, la democracia representativa, es
impugnado en cada época por los sectores conservadores: en el siglo
pasado, los tradicionales de derecha; hoy día, los que se refugian, con ribetes
anárquicos desde fuera del sistema, en la apelación directa a las llamadas
redes sociales.

Por cierto, antes y ahora la interpelación directa de la sociedad y la relación


horizontal de ciudadanos e instituciones, constituye un aporte que no debe
ser ahogado, pero si encausado y expresado políticamente por las distintas
corrientes de opinión.

V- Por último, los distintos momentos constituyentes nos revelan que ellos
no se han plasmado en asambleas constituyentes, legitimadas por el voto
universal según un procedimiento preestablecido, sino que han respondido a
acuerdos sociales y políticos mayoritarios o a la imposición de la fuerza.

Asimismo, que cada carta constitucional -incluida la vigente- ha podido ser


objeto de cambios, reformas y mutaciones de diverso carácter.

Los desafíos que hoy enfrentan las instituciones de la República para


renovarse y enfrentar este ciclo histórico, debieran ser cotejados con
experiencias anteriores y las lecciones que de las mismas derivan.

¡Salud!, ¡Fuerza! y ¡Unión!

Hernán Vodanovic Schnake

Valle de Santiago, 13 de enero de 2016

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