El Sacerdocio de Todos Los Creyentes

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EL SACERDOCIO DE TODOS LOS CREYENTES

DEFINICIÓN
La doctrina del sacerdocio de todos los creyentes establece
que todos los creyentes en Cristo comparten su condición de
sacerdotes; por lo tanto, no existe una clase especial de
personas que medien el conocimiento, la presencia, y el
perdón de Cristo al resto de los creyentes, y todos los
creyentes tienen el derecho y la autoridad para leer,
interpretar, y aplicar las enseñanzas de las Escrituras.
SUMARIO
En contraste con las creencias de la Iglesia Medieval, la
doctrina protestante del sacerdocio de todos los creyentes
sostiene que ya no hay una clase sacerdotal de personas
dentro del pueblo de Dios, sino que todos los creyentes
comparten el estatus sacerdotal de Cristo, en virtud de su
unión con Él. Aunque hubo un grupo selecto de sacerdotes en
el Antiguo Testamento, que mediaron el conocimiento, la
presencia, y el perdón de Dios al resto de Israel, Cristo ha
venido y cumplió el papel sacerdotal a través de su vida,
muerte, y resurrección. Por tanto, Cristo fue el mediador
sacerdotal final entre Dios y su pueblo, y los cristianos
comparten ese rol a través de Él. Esto significa que los
cristianos no dependen de sacerdotes dentro de la iglesia para
interpretar las Escrituras o para obtener la bendición del
perdón de Dios; todos los cristianos son igualmente
sacerdotes por medio de Cristo y están sobre el mismo
terreno ante la cruz. Esto no significa que debamos eliminar
las autoridades pastorales o ministeriales. Si bien esas
autoridades son parte de la forma en que Dios bendice a su
iglesia con instrucción en la sana doctrina, los que tienen
autoridad eclesiástica también necesitan al resto del cuerpo.
Puntos de vista medievales versus entendimientos
protestantes
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En la teología medieval, los cristianos creían que la salvación
venía de Dios por medio de la iglesia. En términos simples,
esto suena similar a cómo la mayoría de los cristianos lo
entienden. No obstante, existen diferencias significativas
entre el entendimiento medieval y el protestante acerca de
cómo Dios obra por medio de la iglesia. La iglesia medieval
enseñó que Dios obra de forma exclusiva a través de una
clase selecta de sacerdotes, cuando estos administran los
siete sacramentos de la iglesia: el bautismo, la eucaristía
(cena del Señor), confirmación, penitencia, extremaunción,
matrimonio, y la orden sacerdotal. Los protestantes, por otra
parte, creen que todas las personas de la iglesia son
sacerdotes, o en el lenguaje del reformador del siglo XVI,
Martín Lutero, creen en el sacerdocio de todos los creyentes.
¿Cuáles son las diferencias entre ambos puntos de vista? Para
resumir, el enfoque medieval descansa en la doctrina de la
iglesia, mientras que el punto de vista protestante surge de
las Escrituras.
Los cristianos medievales creían que la iglesia formaba parte
de una jerarquía celestial en la que todo lo que hay en los
cielos y en la tierra tenía su lugar en la gran cadena de la
existencia. Esta gran cadena comienza con Dios, los
arcángeles, y los ángeles; esta jerarquía celestial encuentra
su paralelo terrenal a través de los sacramentos, aquellos que
han sido inspirados por Dios para comprenderlos, y las
personas iniciadas por ellos. Dios pasa este conocimiento y
esta gracia hacia abajo de la cadena a los ángeles, que a su
vez infunden esta información en los sacramentos y en
aquellos que los administran (sacerdotes), quienes luego los
dan a los laicos. La salvación principalmente viene por medio
de los sacramentos y los sacerdotes que los administran, y
estos son una clase única de individuos que han sido dotados
para contemplar las cosas de Dios. Pertenecen a un orden
superior a las personas corrientes, que no tienen capacidad
para una verdad tan sublime. Esta visión de la jerarquía
prevaleció en la iglesia a lo largo de la edad media hasta la
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Reforma Protestante del siglo XVI. Lutero desafió esta idea
prevalente porque rechazaba las afirmaciones de la iglesia; él
creía que la iglesia hacía descansar su idea de esta casta
sacerdotal sobre la tradición en lugar de la autoridad de las
Escrituras. En lugar de esto, Lutero creía que ofrecer el
sacrificio de la misa no convertía a alguien en sacerdote, sino
que, más bien, cualquiera que tuviese fe en Cristo, nuestro
gran Sumo Sacerdote, era ciertamente un sacerdote de Dios.
En su acostumbrada y sustancial forma de expresarse, él
afirmó: “Solo la fe es el verdadero oficio sacerdotal”. La idea
de Lutero acerca del sacerdocio de todos los creyentes frente
al sacerdocio de solo unos pocos elegidos descansa sobre el
oficio sacerdotal de Cristo, y en la bendición del creyente que
comparte todo lo que Cristo es por medio de la unión con Él.
Enseñanza escritural
Las Escrituras identifican claramente a Jesucristo como
nuestro gran sumo sacerdote: “Teniendo, pues, un gran Sumo
Sacerdote que trascendió los cielos, Jesús, el Hijo de Dios,
retengamos nuestra fe” (He 4:14). El Antiguo Testamento
susurró y nos dio pistas acerca del oficio sacerdotal de Cristo
por medios de tipos y sombras, como Aarón, el primer sumo
sacerdote de Israel, y los levitas. Dios instruyó a Aarón, por
ejemplo, para que limpiase a Israel de sus pecados mediante
los protocolos del Día de la Expiación (Lv 16). Aarón, y solo
Aarón, había de sacrificar un toro para limpiarse él mismo
ceremonialmente (Lv 16:11). Dios le dio instrucciones para
tomar dos machos cabríos expiatorios y sacrificar uno de ellos
y rociar su sangre sobre el altar (Lv 16:18), y tomar al otro,
poner sus manos sobre él, confesar los pecados de Israel, y
luego enviarlo fuera del campamento hacia el desierto (Lv
16:21). En este acto el macho cabrío había de “llevar todas
sus iniquidades” y alejarlas (Lv 16:22).
Conforme el Antiguo Testamento desvelaba progresivamente
el plan de redención de Dios, los profetas desvelaron que el
Mesías era el sacrificio definitivo. Israel no tendría que fijarse
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más en la sangre de toros y carneros, sino en la del Mesías
que sería traspasado por nuestras transgresiones, molido por
nuestras iniquidades, cargado con nuestros dolores, y llevaría
nuestras aflicciones (Is 53:4-5). Ya no sería el macho cabrío
expiatorio el que llevaría los pecados de Israel, sino Jesús. “El
Señor hizo que cayera sobre Él la iniquidad de todos nosotros”
(Is 53:6). El Mesías sería tanto sacrificio como sacerdote:
“Pero cuando Cristo apareció como Sumo Sacerdote de los
bienes futuros, a través de un mayor y más perfecto
tabernáculo, no hecho con manos, es decir, no de esta
creación, entró al Lugar Santísimo una vez para siempre, no
por medio de la sangre de machos cabríos y de becerros, sino
por medio de Su propia sangre, obteniendo redención eterna”
(He 9:11-12).
En su bautismo, Dios ungió a Jesús con el Espíritu Santo para
llevar a cabo su triple oficio de profeta, sacerdote, y rey (Lc
3:1-21; Mt 3:1-17; Mc 1:1-11). De forma correlativa, aquellos
que estamos unidos con Cristo compartimos esta misma
unción por el derramamiento que Cristo hace del Espíritu
sobre la iglesia (Hch 2:1-41, esp. 33, 38; cp. Gá 3:14).
Mediante el oficio sacerdotal de Cristo, todos los creyentes
unidos con Él comparten su unción. Existen dos textos
principales en las Escrituras que enseñan esta verdad. El
primero es 1 Pedro 2:9: “Pero ustedes son linaje escogido, real
sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido para posesión de
Dios, a fin de que anuncien las virtudes de Aquél que los llamó
de las tinieblas a Su luz admirable”. En el contexto de la
afirmación de Pedro, la identidad de la iglesia como
sacerdocio real descansa en su unión con Cristo. Estos han
acudido a la piedra viva rechazada por los hombres, pero
elegida y preciosa a ojos de Dios. Y, como tal, se han
convertido en piedras vivas para ser “edificados como casa
espiritual para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios
espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo” (1 Pe
2:4-5). Nuestro oficio sacerdotal encuentra su fuente y origen
en el de Cristo.
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El segundo texto es como el primero: “Digno eres de tomar el
libro y de abrir sus sellos, porque Tú fuiste inmolado, y con Tu
sangre redimiste para Dios a gente de toda tribu, lengua,
pueblo y nación” (Ap 5:9). ¿Qué es lo que implica la obra
redentora de Cristo? ¿Cuál es una de las cosas que logra por
medio de su sangre derramada? “Y los has hecho un reino y
sacerdotes para nuestro Dios; y reinarán sobre la tierra” (Ap
5:10). Los creyentes unidos a Cristo participan de todo lo que
Él hace y es, y, en este caso, comparten su oficio sacerdotal.
A diferencia de los sacerdotes del Antiguo Testamento, que
ofrecían sacrificios animales, los creyentes del Nuevo
Testamento descansan en la obra finalizada de Cristo, el único
verdadero sacrificio. Ahora, como Pedro escribe, proclamamos
las excelencias del Dios que nos llamó de las tinieblas a la luz,
y ofrecemos sacrificios espirituales a Dios por medio de Cristo,
el sacrificio de nuestros cuerpos como “sacrificios vivos” (Ro
12:1), y alabamos a Dios, lo cual es “fruto de labios que
confiesan Su nombre” (He 13:15). Las implicaciones de esta
enseñanza escritural son profundas.
La bendición más significativa es que no existe una jerarquía
de seres (arcángeles, ángeles, arzobispos, obispos y
sacerdotes) que esté entre el creyente y Dios. En lugar de
eso, tenemos unión, comunión, y compañía con Dios mediante
nuestro gran sumo sacerdote, Jesucristo. Cuando Cristo emitió
su último suspiro en la cruz, rompió en dos el velo del templo
que cubría el lugar santísimo. Tal como Cristo enseñó a sus
discípulos, “donde están dos o tres reunidos en Mi nombre, allí
estoy Yo en medio de ellos” (Mt 18:20).
Implicaciones
El que todos los creyentes sean sacerdotes significa que no
solo los ministros, sino que también las personas que están
sentadas en las bancas, tienen derecho y autoridad para leer,
interpretar, y aplicar las enseñanzas de la Biblia. No es el
derecho de una casta de sacerdotes. No tenemos que poner
nuestra fe implícita en las enseñanzas del magisterio de la
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iglesia (la rama oficial de magisterio de la iglesia) sino que,
como los bereanos en los días del apóstol Pablo, podemos
aprender directamente de la Palabra de Dios y la instrucción
del Espíritu Santo (Hch 17:11).
Por tanto, toda persona que está unida con Cristo comparte su
oficio sacerdotal. Pero esta gran bendición no significa que
debamos menospreciar o rechazar la autoridad, función, y
oficio del ministro. Ciertamente somos una nación santa y
reino de sacerdotes. Cristo dispensa su santo oficio a todos los
cristianos por medio del derramamiento del Espíritu. Pero
además de esta bendición, Cristo ha dado dones a la iglesia:
“Y Él dio a algunos el ser apóstoles, a otros profetas, a otros
evangelistas, a otros pastores y maestros, a fin de capacitar a
los santos para la obra del ministerio, para la edificación del
cuerpo de Cristo” (Ef 4:11-12). Los pastores y maestros de la
iglesia son sacerdotes al igual que el resto del cuerpo de
Cristo, pero el Espíritu les da dones únicos para preparar a la
iglesia para su crecimiento en gracia y la proclamación del
evangelio. Estos pastores y maestros no pertenecen a un
estado más elevado del ser, como sucedía en el
entendimiento medieval. Más bien, son parte del cuerpo de
Cristo, no más grande que otras partes, pero sin embargo
necesaria. El pastor no puede decir a la persona que está en
las bancas: “no te necesito porque el Espíritu me ha dotado
para ser un pastor”. De igual forma, la persona sentada en las
bancas no puede decir al pastor: “no te necesito porque soy
sacerdote en Cristo”. Dios ha dispuesto soberanamente el
cuerpo de Cristo de tal forma que cada parte, aunque sea
diferente en funciones y dones, necesite de todas las otras
partes (1 Co 12:4-26).
Regocíjate porque de tu unión con Cristo compartes en todo lo
que Él es y hace. En este caso, su oficio como sumo
sacerdote, significa que tú también eres un sacerdote santo y
real.

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