Seminario Trabajo y Prof. Docente
Seminario Trabajo y Prof. Docente
Seminario Trabajo y Prof. Docente
Morán, Analía
Comisión: 7
Cuatrimestre: 1ero
Año: 2024
Los interrogantes iniciales nos hacen pensar ¿Cuál es el rol docente? ¿Cuál es su
responsabilidad respecto a la educación?
Ante la constante presión que sufren los maestros al llevar a cabo la tarea de
enseñar en nuevos contextos, aparece, cada vez más, la frustración. Muchas veces, a
pesar de revisar las prácticas, se siente que “no somos buenos docentes”, que “nos faltan
conocimientos”, que “no tenemos lo necesario para abordar las nuevas infancias”, entre
otras preocupaciones.
¿Es posible repensar el rol docente desde el trabajo con otros? ¿Habrá que dividir
responsabilidades y pensar estrategias para un trabajo en conjunto?
Reflexionar sobre un contexto que nos invita a tomar nuevas formas de pensar las
infancias, la diversidad y la composición de las aulas que encontramos hoy en día.
Desde nuestra formación y haciendo un recorrido entre aquellos docentes que han
pasado por nuestras trayectorias educativas y laborales, buscaremos profundizar en el
quehacer docente con la intención de comprender los factores que lo atraviesan para
construir en nuestra profesión desde una mirada más crítica y en reflexión permanente.
Hipótesis:
Basándonos en la reflexión sobre la práctica del rol docente, creemos que esta
puede articularse y estructurarse según los conceptos y supuestos que tiene el docente
sobre su rol, tanto dentro de una Institución como en el aula.
Palabras claves:
Desarrollo:
“Yo creía que un buen docente era una persona que sabía interesar a los alumnos,
que se preparaba, que sabía diseñar propuestas atractivas para motivarlos y, al final, debía
evaluar y ser justo: premiar a los buenos y castigar a los malos. Cuando dejé la profesión,
conocí la obra de Don Milani, un cura italiano que fue autor, con sus alumnos de una
escuela de montaña, del libro Carta a una maestra. La tesis de esa obra es que la escuela
no puede desaprobar a los chicos, no es papel de la escuela juzgar sino aprobar, promover.
Esa idea me desplazó totalmente, fue un momento importante de mi vida, lo llamo siempre
el momento de la conversión: entendí que la escuela debe promover a los chicos no porque
son buenos los alumnos, sino porque es buena la escuela.
–Es aquella capaz de ofrecer los instrumentos adecuados para que se cumpla lo que el
artículo 29 de la Convención de los Derechos del Niño dice muy claro, es decir, que la
educación del niño deberá ser encaminada a desarrollar la personalidad, las aptitudes y la
capacidad mental y física de los chicos hasta el máximo de sus posibilidades. Esto es ley
Constitución Nacional, por lo tanto, tiene un valor legal muy alto, lo que está escrito vale
mucho más que los programas ministeriales, que las cuestiones administrativas y que los
libros de texto. Eso significa casi lo contrario a cumplir con los objetivos previstos por lo
establecido oficialmente, que es aprobar a los que consiguen alcanzar esos objetivos y
Las instituciones educativas a lo largo del tiempo y como entidad fundamental dentro
de la sociedad, se han encontrado recubiertas de una gran diversidad ya sea cultural,
social, ideológica, etc. Las diversas instituciones actúan dentro de una comunidad fluctuante
y dinámica sujeta a diversos cambios y paradigmas. Esta diversidad se enfrenta a un
sistema educativo que piensa para “la mayoría”, para aquellos que responden a los
“parámetros de normalidad”, generando así distintos tipos de barreras ya sean implícitas o
explícitas. Es acá donde los paradigmas sobre educación conviven, pero no negocian entre
sí y, aunque, ninguno de estos se impone al otro, se perpetúan en el entramado de la vida
escolar. Por un lado, existe un paradigma reproductivista, conservador, que tiende a
perpetuar el orden y nos recuerda a la escuela de Sarmiento (para el “orden y el progreso”)
de hace más de un siglo. Por otro lado, uno menos tradicional y con propuestas
innovadoras para la transformación, que se propone romper con ese orden. Que, si bien,
gesta en su seno una educación para todos, inclusiva, que prepondera el proceso y la
individualidad, no logra sobreponer “la norma normalizada”. A veces, estos paradigmas
viven en escuelas separadas y otras conviven en una misma, incluso en una misma aula.
Thomas Khun, historiador y filósofo, expresa que, con la llegada de una nueva
mirada sobre una situación, se genera un enfrentamiento entre esta y la anterior por
solucionar quién será el paradigma vigente. Esto sucede también con los diferentes
paradigmas sobre la educación y por ende con los diferentes formatos de escuela, ya que
compiten constantemente por ver cual logra ocupar el lugar con validación social. Según
Khun no se debe perder tiempo en comparar los diferentes paradigmas con valoraciones de
“mejor” o “peor”, ya que fueron pensados en contextos socioculturales completamente
diferentes y bajo “distintas gafas”. Este autor, invita a la reflexión y menciona que
dependiendo de qué gafas llevemos puestas veremos nuevas formas de hacer o un nuevo
conjunto de problemas a resolver. También asegura que al principio habrá resistencia por
parte de quienes aún siguen en otro paradigma, pero que ésta se resolverá acoplándose a
este nuevo o conviviendo con él. Esto mismo es lo que sucede con las diferentes formas de
pensar la escuela que conviven en el cotidiano y que invitan a los docentes a repensar las
propias prácticas y a estar constantemente adaptándose a nuevas formas u otras miradas.
Khun diría que, para ver este nuevo universo, habrá que ponerse nuevas gafas que quizás
transformen lo familiar en algo desconocido.
Estas cuestiones, llevan a una constante frustración de los docentes que no logran
cumplir con todas esas responsabilidades. El desconcierto, la falta de formación para
afrontar los nuevos retos y el intento de mantener rutinas ancestrales que ya no tienen
sentido, lleva a muchos profesores a hacer mal su trabajo, enfrentándose además a una
crítica generalizada, que, sin analizar las nuevas circunstancias, considera a los docentes
los responsables universales de todos los fallos del sistema de enseñanza. (Esteve, 2005)
La actividad docente se ha fragmentado con tal diversificación de nuevas
responsabilidades que muchos profesores hacen mal su trabajo, no porque no sepan
hacerlo mejor, sino porque no tienen tiempo para atender las diversas tareas que se les ha
ido encomendando. Además de las clases, deben empeñarse en labores de administración;
reservar tiempo para programar, evaluar, reciclarse, investigar en el aula, orientar a los
alumnos y atender a las visitas de sus padres; organizar actividades extraescolares, asistir a
claustros, variadas reuniones de coordinación entre seminarios, ciclos y niveles, quizá
vigilar edificios y materiales, recreos y comedores.
El profesor está sobrecargado de trabajo, y se lo obliga a realizar una actividad
fragmentaria, en la que, simultáneamente, debe batirse en distintos frentes, atendiendo a tal
cantidad de elementos diferentes que resulta imposible dominar los distintos roles que se le
pide que asuma.
Hay una fuerte idealización: se enfrentan a la enseñanza con una imagen en la que
predominan los modelos idealizados sobre lo que el buen profesor "debe hacer", lo que
“debe pensar" y lo que "debe evitar", pero sin aclarar en términos prácticos cómo actuar,
cómo enfocar los problemas reales y cómo eludir las dificultades más comunes.
Se supone que el "buen profesor" debe saber organizar la clase, pero en pocas
ocasiones se le ha contado al futuro docente dónde está la clave para que el grupo funcione
sin conflictos.
En cada curso, el profesor debe atender otras tareas distintas de las de enseñar:
tiene que definir funciones, delimitar responsabilidades, discutir y negociar los sistemas de
trabajo y de evaluación hasta conseguir que el grupo trabaje como tal. Y esto requiere una
atención especial, a la que también hay que dedicar un cierto tiempo, hasta conseguir
construir un sistema de disciplina que pueda calificarse como educativo (Esteve, 2005). El
razonamiento y el diálogo son las mejores armas, junto con el convencimiento de que los
alumnos no son enemigos de quienes hay que defenderse.
El respeto de los alumnos hacia el profesor no se fundamenta en su conocimiento de
la materia de enseñanza, sino en sus actitudes en clase, en la percepción de su seguridad
en sí mismo, en su calidad humana y en su dominio de las destrezas sociales de interacción
y comunicación en el aula.
Acá es donde surge entonces la pregunta: ¿Cuáles son, entonces, las barreras en el
desempeño y la responsabilidad en el rol docente? Según el autor López Melero las
barreras son “los obstáculos que dificultan y limitan la enseñanza, el aprendizaje, la
participación y la convivencia en condiciones de equidad”. Como afirma AINSCOW (2004)
“el concepto de “barreras” hace referencia a cómo, por ejemplo, la falta de recursos,
experiencia y de métodos de enseñanza sumado a actitudes inadecuadas pueden limitar la
presencia, la participación y el aprendizaje de determinados alumnos y alumnas”. Melero
plantea que a través de la concientización los actores educativos pueden reconocer y
comprender las distintas barreras que pudieran presentarse, lo que a su vez les permite
evadirlas y/o eliminarlas. Las barreras que impiden la participación, la convivencia y el
aprendizaje en la escuela son de ámbitos muy diferentes:
Las definiciones de distintos autores, hasta ahora vistas, nos acercan a una de las
primeras conclusiones acerca de que el rol docente que se ve teñido o afectado por
diversos factores contribuyendo al mismo tiempo a la propia limitación de su
profesionalización. Los prejuicios formados se basan no solo en lo que se espera del
docente, de los estudiantes y de la institución educativa, sino también en el paradigma de la
educación que se desarrolle en el momento.
La enseñanza, como acción de quienes enseñan con otros que aprenden, supone
una intervención activa, consciente e intencional dirigida a influir sobre el comportamiento
de otros, modelando u orientando el conocimiento, los modos de pensar y las prácticas. Con
ello, la enseñanza no escapa al análisis de las formas de poder y autoridad, lo que ha
llevado a importantes disputas pedagógicas. Quienes enseñan tienen (o deberían tener) un
dominio sobre lo que enseñan. Poseyendo un determinado saber, buscan transmitírselo a
otros, es decir, que otros lo aprendan. Esta situación implica una relación asimétrica: unos
saben algo y otros necesitan aprenderlo. Quienes enseñan tienen, así, un papel de
autoridad. En el caso de quien enseña, su papel de autoridad puede ser formal o impuesta,
o puede construirse como legítima por el reconocimiento de su capacidad, competencia y
saber, o por la valoración que le asignen quienes aprenden. Sin duda, la última alternativa
es mucho más relevante. En los ambientes de enseñanza formal (escolar y académico), la
autoridad formal del profesor se ve reforzada a través del poder de las evaluaciones, de las
reglas de la disciplina, de las normas y sanciones, y de una variedad de formas de vigilancia
sobre el comportamiento de los otros. Si, además, se mira en retrospectiva histórica, los
medios escolares han hecho, muchas veces, un importante abuso de ese poder. Los
métodos de enseñanza, la enseñanza y las críticas a estos ambientes y a las formas de
relación autoritarias han impulsado la construcción de alternativas de enseñanza y de
aprendizaje ricas, humanizadas y democráticas. Algunos avanzaron aún más y
desarrollaron propuestas pedagógicas conocidas como "enfoque no-directivo", con definido
énfasis en la libertad de quienes aprenden, y el rol secundario de quien enseña con un
papel más próximo al apoyo o guía personal. La transmisión de contenidos es vista,
inclusive, como imposición arbitraria. Hay que entender estas perspectivas como una
reacción o respuesta en el marco de las rígidas formas de enseñanza y disciplina de las
escuelas tradicionales. Pero, asimismo, hay que analizarlas en el marco de la crisis de
autoridad en nuestro tiempo, lo que ha puesto en tela de juicio la autoridad del adulto. El
cuestionamiento sistemático al abuso del poder y el autoritarismo es una acción valiosa.
Pero, en sus extremos, las concepciones de la crítica antiautoritaria y la abdicación del
papel del adulto tienden a confundir autoritarismo y autoridad pedagógica. En estos casos,
constituyen una negación del acto de enseñar y, al mismo tiempo, del hecho mismo de
aprender. Este cuestionamiento no ha llegado sólo a las escuelas y la autoridad de los
maestros y profesores, sino hasta el papel mismo de los padres. Los límites de la palabra
autorizada de los adultos se toman borrosos, imprecisos y hasta amenazados. Los adultos
se vuelven inseguros ante el poder de los niños y los jóvenes. Esta ambigüedad impide toda
autoridad e inhabilita toda relación pedagógica. Pero, lo que es aún más serio, ha llevado a
que los jóvenes se vean privados de toda asimetría propia del universo adulto, como
espacio para contrastar y definir su propia identidad juvenil (Narodowski-Brailovsky, 2006).
La enseñanza es esencialmente una práctica dirigida y requiere de la autoridad pedagógica
de quien la conduce. Tiene fines, intenciones y conocimientos a ofrecer y apunta a que
otros los adquieran. Si bien atiende las dificultades que quienes aprendan puedan tener al
hacerlo, no se confunde con una acción terapéutica o con una relación interpersonal en la
libertad del espacio privado. Desde el plano pedagógico, la búsqueda del diálogo y la
construcción compartida de alternativas de enseñanza no elimina la saludable (y necesaria)
asimetría del acto de enseñar; alguien que sabe y tiene una experiencia, y ayuda a otros a
saber y a experimentar. Aunque quien enseña también aprende al hacerlo y lo haga
reflexivamente, no deja de tener la responsabilidad de conducir este proceso. Distante de
toda propuesta autoritaria, la autoridad pedagógica no implica la sumisión de quienes
aprenden ni busca instalar la asimetría eterna. Por el contrario, busca promover cada vez
mayor conocimiento y ampliación de conciencia para la progresiva autonomía e
independencia de los alumnos. Cualquiera sea la edad o etapa evolutiva de quienes
aprenden, el desarrollo sistemático de la reflexión y la asimilación de nuevos saberes
apunta a sustituirlos en sujetos autónomos. Una enseñanza no autoritaria desarrollará no
sólo genuinas (legítimas) relaciones asimétricas entre quienes enseñan y quienes
aprenden. Durante el proceso, estimulará la libre expresión de saberes y experiencias,
promoverá relaciones e interacciones simétricas entre quienes aprenden y los incluirá en la
reflexión y en las decisiones. Como buen resultado, buscará la progresiva autonomía de
quienes aprenden, liberándose de la dependencia del maestro y generando capacidades
para su propio aprendizaje permanente.
Conclusión:
En función de lo expuesto, queremos analizar cómo el trabajo docente y su
profesionalización se ven determinados por los conceptos, preconceptos, prejuicios y el
propio sentido común de los docentes, donde estos posicionamientos repercuten en los
procesos de enseñanza y aprendizaje.
Lev Vygotsky (1995) expresa: la cognición depende de la cultura y que todo ser
humano en un ambiente que lo posibilite es capaz de aprender. Lo único que necesita la
persona es una educación adecuada y ésta solo se consigue convirtiendo las aulas en
comunidades democráticas de aprendizaje, transformando las dificultades en posibilidades.
(Freire, 1993, “posibilidades de mejora”).
Los nuevos diseños apuntan a muchos cambios dentro del aprendizaje y realizan
aportes para pensar la enseñanza, abordan actividades y distintas maneras de pensar
contenidos para trabajar junto con los alumnos en el aula, pero es tarea docente que se
den: la realización, la intervención y el compromiso de generar aprendizajes significativos.
Entonces habrá que seguir pensando en cómo tejemos esas redes para que todo esto
suceda y el trabajo colaborativo entre profesionales en la escuela podría ser un buen
camino.
Bibliografía
● Ainscow, M (2001). “La educación especial: un enfoque para la inclusión”.
Barcelona: Editorial Graó.
● Ainscow, M. (2004). “Desarrollo de escuelas inclusivas. Ideas, propuestas y
experiencias para mejorar las instituciones escolares”. Madrid. Narcea.
● Barrow, R, &, Mamlin, N (2016). “Colaboración y educación inclusiva: Un enfoque
para la diversidad”. Madrid: Editorial Síntesis
● Davini, M. C. (2009). “Métodos de enseñanza. Didáctica General para maestros y
profesores”. Buenos Aires. Santillana.
● Esteve, José M. (2005) “Identidad y desafíos de la condición docente.” En “El oficio
docente” Buenos Aires: Siglo XXI
● Filidoro, N. (2011) “La educación especial hace de lo común un momento
transitorio”. Revista RUEDES de la Red Universitaria de Educación Especial. Año 1,
nro. 1. 64-75.
● Freire, P. (1993). “La pedagogía de la esperanza” Madrid. Siglo XXI.
● González, Héctor (2013). “La Educación desde la perspectiva del trabajo”; Las
Jornadas de Sociología UBA.
● Kuhn, Thomas (1971). “La Estructura de las Revoluciones Científicas”. Fondo
Cultura Económica, México.
● Melero, Miguel López (2004) “Barreras que Impiden la escuela inclusiva y algunas
estrategias para construir una escuela sin exclusiones”.
● Moriña Diez, A. (2003) Aprendizaje colaborativo entre profesionales de apoyo.
Revista de educación, 332, 171-182.