Velasco 2021 3
Velasco 2021 3
Velasco 2021 3
Velasco
La revolución en la trampa
2
Héctor Béjar
VELASCO
2
3
3
4
PALABRAS INICIALES
4
5
proceso revolucionario, es decir a los años 1968 a 1975. Las condiciones han variado
después y por tanto también algunos de los criterios que me llevaron a descartar el
partido como fórmula aconsejable de participación política para el pueblo peruano en
aquellas circunstancias. Cuando vivíamos un proceso de cambios sociales, la fórmula del
partido tradicional, que iba ser de todos modos partido oficial u oficialista, no era lo más
aconsejable como medio de llevar al pueblo organizado al poder. Pero cuando no existe
proceso revolucionario debe repensarse los términos del debate sobre organización
política popular.
Parte de las referencias sobre el avance del Estado proceden del libro de
Francisco Guerra García “El peruano, un proceso abierto”. El capítulo sobre los siete
últimos meses del gobierno del general Velasco, ha sido desarrollado sobre la base de la
Cronología Política DESCO que contiene una relación muy detallada, día a día, de los
siete años de proceso revolucionario. Y parte del retrato del presidente Velasco ha sido
tomada de una entrevista que yo le hiciera, junto con el equipo político de la revista
“Oiga”, en julio de 1971.
5
6
1
El General Manuel Odría gobernó el Perú entre 1948 y 1956 aliado con la oligarquía exportadora y las
empresas mineras norteamericanas. Ilegalizó y persiguió al APRA y al Partido Comunista. A pesar de haber
sido perseguido por Odría, el aprismo se alió con sus representantes parlamentarios en el período 1963 –
1968 para oponerse a la moderada reforma agraria que proponía Belaunde.
6
7
Otra vía fue su lucha por la nacionalización del petróleo. Respaldando una
campaña de los sectores nacionalistas, el Comando Conjunto de la Fuerza Armada se
pronunció contra el humillante Laudo arbitral de la Brea y Pariñas, firmado por el
gobierno de Leguía en 1922, que reconoció a la International Petroleum Company, una
subsidiaria de la Standard Oil, la propiedad del suelo y subsuelo de esos yacimientos
petrolíferos en el norte del Perú. A pesar de que el Congreso lo denunció unilateralmente
en noviembre de 1963, el gobierno de Belaunde no se decidió a cortar el nudo gordiano de
este complejo problema: en realidad algunos de sus miembros estaban comprometidos con
los intereses de la compañía norteamericana. Por eso cuando ya en el poder
nacionalizaron los yacimientos y por más que afirmasen que el de la IPC era un caso
“excepcional”, los militares no podían evitar que la situación los lleve, como por un plano
inclinado, al antimperialismo y al cuestionamiento de la presencia de otras empresas
norteamericanas en el territorio nacional.
Por su parte, el proceso de acciones guerrilleras que, con diversos intentos y
movimientos tuvo lugar desde 1961 hasta comienzos de 1966, produjo en los militares una
mezcla de impresiones: la conmoción que causó en el país el sacrificio de una generación
de jóvenes y adolescentes, la condena contra el régimen cuya defensa de la propiedad
terrateniente era políticamente responsable de las acciones represivas en que se vieron
obligados a participar. Y sobre todo ello, la aspiración a lograr una seguridad nacional no
contra las protestas populares sino contra la intervención extranjera, que estuviese basada
en la justicia social.
Muchos otros factores han sido señalados para explicar el caso peruano. Entre
ellos: el origen social de los militares que procedían de los sectores medios o de las
mayorías populares; la modernización del ejército que fue consecuencia de la segunda
guerra mundial y trajo consigo la tecnificación y relativa “intelectualización” de sus
mandos; la necesidad de responder bajo una dirección reformista unificada a la aguda
movilización popular que experimentó el Perú desde los años cincuenta como
consecuencia de su crecimiento; la efervescencia revolucionaria de América Latina a partir
de la revolución cubana. Todo llevó a las fuerzas armadas al intento de revolucionar las
caducas estructuras de la sociedad oligárquica. Y fue propiciando el diálogo entre el
poder militar y algunos de los profesionales, técnicos e intelectuales peruanos mejor
formados de aquella generación. Porque a la par que la izquierda universitaria se afiliaba
a las diversas corrientes del marxismo leninismo de la época, fue surgiendo otra izquierda
profesional preocupada por el análisis de la realidad concreta del Perú. Las virtudes y
7
8
defectos de la primera hicieron crisis durante los siete años que duró el proceso peruano.
La segunda creció dentro de la burocracia, en el profesorado universitario, en moderados
círculos de la intelectualidad y en los partidos políticos reformistas de los cuales se alejó al
comprobar que no eran suficientes para un cambio real del país. Su labor fue más
silenciosa pero también más eficaz puesto que analizó científica y técnicamente los
problemas nacionales, sin perderse en la demagogia partidarista y sin autolimitarse en su
búsqueda de soluciones por un absurdo compromiso con los dogmas políticos. Esta
izquierda, madurada largamente a través de estudios parciales, pero certeros, de nuestra
realidad, llegó a tener convicciones socialistas por la vía de la reflexión acerca de que el
socialismo constituía una solución de fondo para los históricos problemas peruanos. Se
trataba de una izquierda formada en la discusión y no en el combate, “realista” en el mejor
sentido de la palabra, ocupada en la búsqueda de fórmulas viables para el desarrollo
revolucionario y obligada por eso mismo al hábito del diálogo y la negociación. Pero era
una izquierda auténtica, leal a sus principios y decidida a cooperar en la lucha por la
liberación nacional.
Cohibidos, marginados o reprimidos durante el régimen de Belaunde, estos grupos
de intelectuales y técnicos de la nueva izquierda lograron importantes posiciones de poder
a partir de 1968, con el estímulo militar. Pronto dirigieron el proceso de reforma agraria;
delinearon la nueva política exterior del país, incorporándolo a las acciones del tercer
mundo desde una posición autónoma; postularon un nuevo tipo de planificación
participativa haciendo cada vez más determinante el papel del Estado y de las
organizaciones populares en el desarrollo económico; diseñaron la reforma educativa más
radical, completa y coherente de toda la historia peruana; y concretaron en proyectos
viables las ideas nacionalistas y la vocación revolucionaria de los militares progresistas.
Así, se abrió el intercambio de ideas, propósitos y esperanzas entre un sector intelectual y
una generación militar. Parte importante y decisiva del proceso peruano fue haciéndose
desde los ministerios de Agricultura, Relaciones Exteriores, Educación, Energía y Minas,
el Comité de Oficiales Asesores de la Presidencia (COAP), el Sistema Nacional de Apoyo
a la Movilización Social (Sinamos), el Instituto Nacional de Planificación y otras
instituciones a cuyos niveles más altos concurrieron o se incorporaron cada vez más
profesionales civiles de ideas socialistas.
Pero la tarea de estos grupos hubiese sido imposible sin la existencia de una
contraparte militar que, mediante el ejercicio pleno del poder, convertía los diseños en
hechos y los proyectos en realizaciones. La revolución peruana no fue sólo fruto
8
9
9
10
materiales, pero el origen social, las vivencias familiares, y el contacto directo con
estremecedoras realidades sociales efectuado durante su carrera profesional, perduran aún
cuando los oficiales han llegado a los grados más altos. Algunas conciencias se resisten
entonces a uniformarse y oscilan entre la lealtad al origen difícil o la sumisión al presente
confortable.
En este marco tuvo que operar la izquierda militar que junto con la izquierda civil,
diseñó y llevó adelante el proceso revolucionario. Una minoría ínfima si la comparamos
con el número total de miembros de la institución castrense. Una vanguardia que no
podía marchar demasiado adelante del resto; que debía mediatizar frecuentemente las
iniciativas audaces de la izquierda civil sometiéndolas al filtro de sus temores o
pragmatismo. O que también se dejaba llevar fácilmente por su entusiasmo, su candor
político y su afición castrense por las decisiones claras y tajantes.
Mientras la revolución atacó las inversiones del imperialismo o los privilegios de la
oligarquía – que nunca se tomó la molestia de educar a sus hijos en la carrera de las armas-
no había mayores problemas. Al fin y al cabo, tanto la oligarquía como el imperialismo
representaban intereses y realidades ajenos al origen social de los oficiales del Perú. Pero
cuando las reformas o sus consecuencias empezaron a dañar los intereses de parientes,
familiares y amigos de los militares en las “clases” medias, la desazón y la incertidumbre
respecto del futuro se convirtieron en caldo de cultivo para una paulatina, progresiva y
silenciosa presión contra la ejecución de las reformas. A ello se añadía la carencia de
información política que sumergía al grueso de las fuerzas armadas en un cándido
apoliticismo, a pesar de que estaban en el gobierno y de que desarrollaban el proceso de
reformas sociales más avanzado de Sudamérica. A lo largo de muchos años, la oligarquía
peruana impidió que los oficiales tuviesen ideas y actividades políticas. Sabían que la
formación puramente castrense es el mejor auxiliar de la dominación. Mientras los
generales adictos a la oligarquía y el imperialismo gobernaron el Perú, la institución
militar fue mantenida al margen de cualquier decisión y estuvo circunscrita a proteger los
manejos antinacionales de latifundistas, banqueros y exportadores realizados a través del
dictador de turno. Ignorantes del significado real de cuanto acontecía, las fuerzas armadas
se limitaban a ser garantes del “orden establecido”. Cuando Velasco tomó el poder no
podía prescindir de los generales conservadores porque su mandato estaba respaldado en
10
11
11
12
Muy pronto, y aún bajo el gobierno del general Velasco, algunos integrantes de
estos organismos trataron de imponer el macartismo como una norma del proceso
revolucionario, Había quienes comentaban irónicamente que los archivos de los servicios,
que se habían mantenido intactos durante años, tenían información copiosa sobre los
elementos de izquierda, pero carecían de datos acerca de las actividades de la derecha y
del imperialismo. Guiándose por este criterio, algunos jefes de los “servicios” señalaban
como subversivos y peligrosos para la seguridad del país a los más activos colaboradores
del gobierno, mantenían un seguimiento contra los militares y los civiles que jugaban su
suerte en la revolución y alimentaban recelos y sospechas contra ellos a todos los niveles.
Ignoraban a los enemigos de la revolución tanto como vigilaban y hostilizaban a sus
amigos. Sus informes que servían de elemento orientador para los mandos decisivos del
gobierno y las fuerzas armadas donde eran distribuidos, fueron señalando un volumen
cada vez mayor de “infiltración comunista” en ministerios y oficinas públicas a medida
que la revolución avanzaba. Los más acusados fueron el Instituto Nacional de
Planificación, el Sinamos, y los ministerios de Energía y Minas, Agricultura, Educación y
Relaciones Exteriores.
Pero la llamada “infiltración comunista”, que después fue agitada por la derecha
como piedra de escándalo para chantajear al gobierno, no era otra cosa que el ingreso de
personas de ideas progresistas a la administración de los asuntos públicos en la estructura
12
13
estatal que habían dejado los gobiernos reaccionarios anteriores. En una de las numerosas
ocasiones en que algunos ministros trataron de hacer cuestión de estado en el Gabinete
acerca de la supuesta infiltración en la reforma agraria, el general Velasco respondió que
había una revolución en el país y una revolución no se puede hacer sin revolucionarios.
Pero el peso de la opinión del presidente y la cauta acción de la izquierda militar nunca
fueron suficientes para variar de manera decisiva la orientación de estos aparatos que
continuaron actuando por su cuenta y socavando una revolución que debían defender.
Así, el diálogo entre las izquierdas civil y militar se hacía bajo vigilancia, dentro
del cerco que el enemigo iba tendiendo, utilizando los recursos heredados de las etapas
prerrevolucionarias y los defectos, malformaciones y limitaciones que las fuerzas armadas
traían de su historia anterior.
Fusión de burocracias
13
14
Mientras hubo personas con mentalidad avanzada en los mandos militares más
importantes, la rigidez de la disciplina castrense obró en favor de las reformas sociales,
puesto que los oficiales y soldados respaldaban por disciplina las opiniones y decisiones
de sus superiores. Pero aquello que dio al proceso una de las condiciones más importantes
de su fuerza ocultaba, al mismo tiempo, una de sus más grandes debilidades: bastaba un
relevo en los mandos para variar totalmente la correlación política, Y, por eso, gran
parte de la suerte del proceso revolucionario no se decidía en la conciencia de las masas
sino en el juego de ajedrez de los medios castrenses y burocráticos, donde se desarrollaba
y definía la lucha por el poder.
Las complicaciones de esta lucha, ignorada en gran parte por quienes observaban
sus consecuencias desde fuera, convirtió a la revolución peruana en uno de los procesos
sociales más enigmáticos de América Latina. Casi todas las decisiones más importantes
fueron adoptadas en secreto y ejecutadas como operaciones de comandos en una guerra de
sorpresa. Eso dio al proceso una fulminante eficacia en su batalla contra una oligarquía
habituada a los cubileteos de las mesas de juego electoral o a los trajines palaciegos o
cortesanos, en que las determinaciones cruciales eran ocultadas al pueblo pero consultadas
a los medios financieros y empresariales. Pero este hermetismo dificultó también la
comprensión del pueblo respecto a la lucha que se daba en las alturas. Ante los ojos de
14
15
Por elemental que parezca, ésta es, sin embargo una de las conclusiones más
importantes de la experiencia de 1968-75: las fuerzas armadas no son una institución
homogénea, atacable ó defendible como un todo, en términos genéricos. Ellas sufren el
impacto de toda suerte de influencias externas, y si bien bajo las características de la vida
castrense, dentro de ellas se da la lucha política como en cualquier otra institución.
15
16
MEDIDAS PRINCIPALES DE LA
REVOLUCIÓN PERUANA 1968 – 1975
16
17
II
Antes de 1968, y en especial durante las etapas en que tuvieron pleno dominio
sobre la política gubernamental, fueron los grandes dueños de la tierra quienes
participaron casi exclusivamente en la definición de la política del Estado respecto del
agro. Los dueños de las haciendas azucareras y los productores de algodón para la
exportación se agruparon en un poderoso grupo de presión que recibió el nombre de
Sociedad Nacional Agraria.
La Sociedad Nacional Agraria consiguió que el gobierno libere de impuestos a los
productos agrícolas de exportación, y que se le de facilidades para la importación de
insumos, protección en épocas críticas del mercado internacional y, lo más importante
para ellos desde 1930, seguridad y orden, mediante la represión, para estar a salvo de
cualquier revuelta masiva o de la posibilidad de una revolución social.
Aunque reposaba sobre la propiedad de la tierra y el dominio de las aguas, el poder
de los latifundistas tenía numerosos tentáculos: estaban en conexión con el capital
financiero, tenían presencia en el Parlamento por la vía de los representantes “civilistas”3 y
sus aliados, usaba directamente del diario La Prensa, e indirectamente de los otros diarios
de circulación nacional para defender sus intereses; y su lugar de reunión era el Club
Nacional, entidad que agrupaba a la alta sociedad peruana.
La cabeza del poder terrateniente estaba constituida por las grandes
unidades productivas capitalistas de la costa, en las que, desde la crisis de 1929, había
existido una importante y creciente presencia de capital extranjero. Pero era
complementada, hacia el interior del país, por el poder de los latifundistas serranos,
2
Este ensayo no describe la situación anterior a la reforma agraria debido a que existe abundantes
bibliografía sobre la materia y, particularmente, en el estudio sobre tenencia de la tierra en el Perú que
realizo el Comité Interamericano de Desarrollo agrícola, al promediar la década del sesenta, Ver: CIDA,
tenencia de la tierra y desarrollo socioeconómico del sector agrícola: Perú, publicado por Unión
Panamericana, Washington, 1966.
3
“Civilista”: perteneciente al Partido Civil, agrupación oligárquica fundada a fines del siglo XIX por el
Presidente Manuel Pardo. El Partido se extinguió al comenzar el siglo XX pero la denominación de civilista
quedó para señalar a los miembros de la oligarquía que hacían política.
17
18
18
19
de los años cincuenta, al tiempo que los latifundistas serranos perdían influencia en los
niveles decisivos de la política oficial para ser reemplazados por los fabricantes de harina
de pescado o los dueños de las nuevas industrias manufactureras.
Durante el siglo XIX, en el tiempo que media entre los decretos de Bolívar y San
Martín, que las dejaron desprotegidas contra el despojo de las haciendas y la Constitución
6
Se denomina “era del guano” a los treinta años 1840—1870 durante los cuales el Perú exportó a Europa
millones de toneladas de estiércol de aves marinas para fertilizar tierras. Fue un período de abundancia para
las familias ricas del Perú. Una riqueza que despilfarraron y acabaron perdiendo en la trágica guerra con
Chile de 1879 – 1883.
19
20
de 1920 que reconoció por primera vez su existencia, las comunidades campesinas
lucharon por subsistir. Y lograron hacerlo, aunque expulsadas hacia las tierras más altas y
pobres de los Andes. A partir de 1920, empezaron su lucha por la recuperación de las
tierras usurpadas por las haciendas, valiéndose de sus viejos títulos coloniales que no eran
aceptados en los registros públicos. Su presión sobre los latifundios y el poder central
varió desde la reclamación legal, larga y penosamente tramitada en los vericuetos de la
burocracia judicial y política, hasta las sublevaciones que eran reprimidas
sangrientamente. Pero nunca cesó.
20
21
Sin embargo, el país no había debatido aún qué tipo de reforma agraria era el más
adecuado. La consigna general “la tierra para quien la trabaja”, que propugnaron los
propagandistas de la reforma, no se condensó en ningún proyecto concreto. La tierra para
quien la trabaja implicaba el sueño de dar en propiedad a cada familia campesina un área
de cultivo que le sirviese para mantenerse y además producir para el mercado nacional.
Las experiencias de reparticiones de tierras ensayadas en México, Guatemala y Bolivia en
el continente; y también las reformas agrarias habidas en Europa del Este y en China,
después de la Segunda Guerra Mundial, eran los antecedentes más conocidos, y los que
estaban presentes en las ideas de los partidos de izquierda. Los casos de Cuba e Israel sólo
eran analizados en profundidad en muy pequeños círculos. El esquema de aplicación se
centraba en la siguiente secuencia: estatizar las tierras más ricas o las empresas más
tecnificadas, expropiar, repartir y cooperativizar las tierras de importancia secundaria. La
cooperativización de la producción agrícola era apreciada como resultado de un proceso
más o menos largo, que debía atravesar primero por la existencia de propiedad privada
21
22
Pero el sueño de dar a cada campesino una parcela era imposible en el Perú, debido
a que el país tiene el área por habitante más pequeña del continente. La escasez de tierra
cultivable era un pie forzado que obligaba a buscar economías de escala y otras soluciones
que se orientaron entonces hacia la constitución de un área asociativa.
Por otro lado, la necesidad política de atacar en primer lugar las bases del poder
oligárquico que estaban en las haciendas más tecnificadas también conducía a la
expropiación de las mismas y al mantenimiento de las economías de escala. Parcelar las
grandes plantaciones azucareras hubiera implicado un cambio de cultivos y la probable
ruina de una industria próspera, posibilidad que el gobierno no estaba en condiciones de
afrontar.
Debido a ello, todo un conjunto de circunstancias entre las que estaban, como
hemos dicho, la escasez de tierra cultivable y la necesidad de mantener los niveles de
producción en las áreas más tecnificadas, condujo a descartar la parcelación y adoptar el
sistema cooperativo en la parte más importante de los 10 millones de hectáreas
expropiadas.
Esta era una opción inédita y hasta sorpresiva, tanto respecto a los partidos
políticos como al movimiento campesino. Los criterios existentes hasta entonces
consideraban a la reforma agraria como el paso de la “semifeudalidad” al capitalismo por
la vía de la propiedad privada y dejaban la socialización de la tierra para una etapa
posterior. En los años 30 el movimiento indigenista y la izquierda marxista creyeron en la
posibilidad de convertir a las comunidades campesinas en la vía de socialización del
campo. Pero en años posteriores, cuando las comunidades iniciaron la recuperación de las
22
23
23
24
24
25
acciones de reforma agraria y las comisiones de oficiales nombradas para tal fin criticaron
sus presuntos excesos. En agosto de 1975, al ser relevado del poder el general Velasco, el
fuerte impulso inicial de la reforma agraria subsistió todavía durante un corto período pero
luego empezó a decrecer hasta casi desaparecer.
25
26
por muchos analistas de la reforma7. Sin embargo, cabe hacer algunas puntualizaciones:
la primera es que, aun así, la capacidad del Estado resultaba insuficiente para cubrir las
enormes demandas surgidas de la aplicación de la reforma y que, de una u otra manera,
tenían que ver con la vida de un 40% de la población peruana. Una menor participación
del Estado hubiese conducido a una rápida extinción o al fracaso de los esfuerzos por
cambiar el sistema de tenencia de la tierra en el país. Por otro lado, no se puede ignorar
que en gran número de acciones, el Estado operaba en alianza con los campesinos
organizados y no como una fuerza contraria o de dominación sobre ellos. Era imposible
suponer que, antes de 1969 los campesinos, con sus únicas fuerzas y su conciencia social
fuesen capaces de impulsar una revolución agraria en todo el país, sin ser derrotados por el
peso represivo del Estado oligárquico. El cambio de orientación en la política del Estado
y su fortalecimiento eran una condición necesaria e imprescindible de la reforma agraria,
en un país como el Perú. Opciones mejores no tenían sustento en factores reales.
Finalmente, convendría tener en cuenta que también la participación del Estado fue
un proceso evolutivo, que admitió modificaciones a lo largo de la aplicación de la reforma.
Al iniciarse ésta, todavía existían fuertes tendencias a un cercano control de las áreas
reformadas, sobre todo de aquellas que, como la industria azucarera o las explotaciones
más tecnificadas, tenían cierta calidad estratégica debido a su importancia económica
como rubros de exportación o líneas de abastecimiento en el interior del país. Carentes de
una base social y política, las Fuerzas Armadas desplegaban cuidadosamente sus acciones,
reservándose siempre mecanismos de control. Esta actitud hizo posible también que la
reforma agraria se desarrollase con un bajo costo social a diferencia de otras reformas
como la mejicana o la boliviana que convulsionaron sus respectivos países con grandes
pérdidas de vidas. En los años siguientes, y a medida que la reforma se afianzaba, muchos
de esos mecanismos dejaron de ser usados o fueron eliminados. Las cooperativas
empezaron a elegir sus dirigentes libremente y sin ninguna interferencia y lo mismo
sucedió con los gerentes y personal técnico. En muchos casos, las empresas campesinas
prefirieron nombrar como gerentes a sus propios miembros, rompiendo con la línea de
contratar personal especializado de fuera. Esto tuvo cierto costo en la ausencia de
7
Sosteniendo estas criticas ver los trabajos sobre el tema de Diego García Sayán, Mariano Valderrama, José
Matos Mar, José Manuel mejía y José María Caballero. Una respuesta a las mismas puede encontrarse en
Héctor Bejar. “Para criticar la reforma agraria”, en Socialismo y participación nº 14.
26
27
dirección técnica, pero permitió que los trabajadores hiciesen una experiencia directa de
manejo empresarial.
La participación campesina
27
28
8
El Decreto Supremo 240-69-AP definió las modalidades cooperativas agrarias siguientes:
a. Cooperativas agrarias de producción, CAP, unidades indivisibles de explotación en común, donde todos
los medios de producción son propiedad de la cooperativa. Los servicios serán cooperativos. Se
implantan en los ex latifundios modernos.
b. Cooperativas agrarias de integración parcelaria, CAIP, poseen propiedad común e individual, las
parcelas se integran para formar superficies agrícolas adecuadas. Se implantan en predios con
feudatarios (parte en común y parte individual) o en zonas de minifundios
c. Cooperativas agrarias de servicios, CAS, de propietarios individuales, cuyos servicios –
comercialización, crédito, maquinaria, asistencia técnica y otros – se hacen en común
d. Cooperativas agrarias comunales, CAC, similares a las CAP, donde el patrimonio comunal en lugar de
tener un usufructo individual se torna en comunitario, con servicios comunes e identidad entre el poder
político (representativo) y el económico (cooperativo). Se requiere previa reestructuración de la
comunidad por mayoría de sus miembros.
e. Sociedades Agrícolas de Interés Social, SAIS, que conjugan la propiedad de comunidades con una
apropiación colectiva de haciendas limítrofes, generalmente de alta eficiencia técnica. También se
establecen SAIS de primer grado, es decir, similares a las CAP.
f. Mecanismos de Integración Económica, las Centrales, que concentran flujos de los diferentes tipos de
cooperativas anteriores y SAIS, y ofrecen apoyo técnico, planificación y compensación inter-empresas,
se prevén al final del proceso de existencia de 406 centrales como resultado de 105 Proyectos Integrales
de Asentamiento Rural, PIAR.
28
29
9
A pesar de la relativa velocidad con que operaban, 108 funcionarios que dirigían la reforma agrafia a nivel
nacional, no pudieron evitar que los propietarios de las zonas aun no afectadas iniciaran también una rápida
descapitalización de sus fundos mediante ventas ilegales de ganado y demás bienes, lo que produjo el
descontento campesino por la tardanza gubernamental Estos casos se dieron especialmente en los
departamentos del Cajamarca, Piura y Andahuaylas y causaron el surgimiento del movimientos de protesta y
tomas de tierras. En general, como consecuencia de las ventas ilegales de maquinarias y ganado, muchas
empresas campesinas de los Andes (esto no sucedió en las grandes haciendas azucareras) iniciaron sus
actividades sin capital físico.
10
Programas Integrales de Asentamiento Rural y Proyectos Integrales de Desarrollo.
29
30
30
31
Entre las primeras están las movilizaciones realizadas por los campesinos de la
hacienda Huando y de los valles de Supe, Barranca y Pativilca, dirigidas a exigir al
gobierno la expropiación de fundos, sin plantear al mismo tiempo una oposición
antigubernamental. En el caso de la hacienda Huando, los campesinos, organizados en un
sindicato de trabajadores, se opusieron a la venta y distribución fraudulenta de las tierras
de la hacienda entre los miembros y allegados de la familia Graña, una de las más
influyentes del Perú. Luego de una larga huelga, y de haber tomado posesión del fundo,
los campesinos de Huando lograron que el gobierno derogue el Capítulo IX del DL 17716
que autorizaba la parcelación de las tierras por iniciativa privada. En los valles de Supe,
Barranca y Pativilca, los campesinos lograron la afectación de varios fundos menores de
150 Has, luego de aplicar el mismo sistema de toma de posesión. En ambos casos
funcionó en la práctica un mecanismo de comunicación y alianza informal entre las
organizaciones campesinas que realizaban dichas tomas de posesión y los funcionarios del
gobierno que eran partidarios de una radicalización de la reforma.
31
32
32
33
que el gobierno llegó a fijar el año 1975 como el punto final en el cambio de tenencia de la
tierra.
33
34
vida diferente al que norma las relaciones entre las personas en la cultura occidental,
capitalista y urbana, son parte de dicha cultura. La presencia del propietario de tierras no
siempre fue rechazada, sino más bien admitida como parte de una realidad social cuyo
cambio no era imaginable a corto ni mediano plazo. Las relaciones entre los sectores
campesinos y los hacendados formaron una compleja red paternalista en que las decisiones
más importantes, incluso aquellas que se referían a la vida familiar de los campesinos, era
adoptadas por el latifundista. Había imposición, pero también reconocimiento del carácter
“natural” o “normal” de dicha situación y una entrega a los latifundistas de elementos
claves para las decisiones sobre la vida diaria y el destino de personas y grupos.
34
35
comunal pasa sobre todo por las faenas destinadas a canales de riego, vías de
comunicación, construcción de escuelas y otras obras públicas similares, no existía
ninguna tradición comunal para la administración, producción y comercialización de
recursos. En todo caso, en el aspecto productivo, la tradición comunal pasa más bien por
la parcelación y el minifundio, debido a que la inmensa mayoría de comunidades
campesinas no funciona como empresas agrícolas.
El horizonte local
35
36
36
37
entonces, unir fundos demasiado pequeños en unidades económicas más grandes, para
lograr economías de escala al tiempo que se trataba de modernizar la producción.
Si desde el punto de vista económico esta medida puede ser razonable, no siempre
sucede lo mismo desde el punto de vista cultural o social. La unificación de los
trabajadores procedentes de fundos diferentes en una sola entidad productiva creó
problemas de relación entre ellos y se reflejó en una carencia de identificación con la
nueva empresa. Los trabajadores de cada fundo tenían fuertes lazos familiares entre ellos,
como resultado de una larga permanencia en una sola área de trabajo. El fenómeno
complementario del anterior era la existencia de fuertes rivalidades entre fundos
diferentes, propiedades de familias que competían entre sí y cuya competencia se reflejaba
también entre los trabajadores.
Las empresas autogestoras tuvieron que reunir también a trabajadores que antes de
la reforma vivían situaciones diferentes y contradictorias. Este fenómeno se dio en el caso
de los fundos de la costa que integraron tanto a los trabajadores asalariados y permanentes
de las antiguas haciendas, como a quienes habían sido “yanaconas”, o sea conductores de
parcelas que tenían contratos de aparcería con los antiguos dueños. Cuando los yanaconas
tenían tierras mayores que la unidad agrícola familiar de 5 has. y ubicadas en los límites
de los fundos, adquirieron la calidad de pequeños propietarios privados. No sucedió lo
mismo cuando las tierras que poseían estaban dentro de la unidad territorial del fundo.
37
38
fue apoyarse en grupos de trabajadores con quienes tenían lazos de parentesco “espiritual”
y a los que otorgaban determinados privilegios. En algunos casos, como por ejemplo el de
la hacienda Huando, estos trabajadores formaron sindicatos patronales y se opusieron a la
aplicación de la reforma. Como resultado de períodos conflictivos, la reforma agraria
encontró divididos a los trabajadores de algunos fundos, lo que tuvo efectos negativos en
el funcionamiento de las nuevas empresas.
38
39
39
40
La separación entre estos dos sistemas dentro de cada empresa (uno descendente y
el otro ascendente) impidió que las propuestas sobre técnicas de cultivo y sistemas de
trabajo surgidas de la experiencia de los trabajadores, sean escuchadas por los ejecutivos
del sistema productivo y asimiladas por el conjunto del sistema empresarial. Ello influyó
también en el abandono de las tecnologías tradicionales y en la aplicación vertical de las
tecnologías occidentales, al tiempo que producía en el ánimo del trabajador una sensación
de falta de posibilidades de participación en el manejo de empresas, que le habían dicho
que eran suyas. O, como reacción contraria, produjo confusión e invasión de funciones
entre los consejos directivos integrados por campesinos y las gerencias desempeñadas por
técnicos.
40
41
Debe tenerse en cuenta sin embargo que el país no había tenido nunca una
experiencia de este tipo y que el surgimiento de uno o varios modelos de empresas como
la que planteamos, sólo podía ser resultado de una larga práctica en la autogestión
campesina, en los distintos medios económicos y sociales en que ella era ensayada. La
organización cooperativa convencional que fue aplicada en la reforma agraria, sólo podía
ser entendida como un tránsito hacia la creación de una empresa nueva.
Cuando las nuevas empresas fueron organizadas, se consideró como socios de ellas
sólo a los jefes de familia. Ello traía como consecuencia que las mujeres y los hijos de
familia no participaran en ninguna de las decisiones de la empresa. El problema era aún
más notorio si se tiene en cuenta que la dimensión territorial de estas empresas hacía
necesaria la organización de la población para la gestión municipal y para todas aquellas
tareas comunales que no formaban parte del ámbito técnico-productivo pero que eran
41
42
42
43
Cada ente burocrático llevó a las áreas rurales una imagen y un planteamiento
parcial de actividades, contribuyendo a dividir el mundo campesino. Los problemas de
coordinación entre los diversos organismos estatales tuvieron como consecuencia la
desorientación del campesinado. Este fraccionamiento del mundo campesino se reflejó
también en las posibilidades de participación popular. La autoridad municipal, judicial,
educativa, los organismos estatales de seguridad y otros, fueron invadiendo las antiguas
atribuciones de las autoridades comunales en el caso de las comunidades campesinas11.
Cada uno de estos entes estableció jurisdicciones diferentes, de manera que una misma
comunidad o distrito podía pertenecer a distintos centros de decisión por parte del Estado
para cada materia. Cuando, al iniciarse el proceso de reforma agraria, organismos como el
Ministerio de Educación, SINAMOS, comités de desarrollo y la propia reforma agraria
implementaron sus propios mecanismos de participación, ello aumentó la complejidad del
problema. En las oficinas públicas, el proceso de participación fue visto como una
obligación de las organizaciones populares para estar presentes en todas aquellas
instituciones que cada ente estatal iba creando de acuerdo a sus necesidades. Y aún más,
cada organismo estatal tendió a crear e impulsar organizaciones populares que le sirvieran
de interlocutores en el medio rural, en vez de concurrir, todas ellas coordinadamente con
el campesinado, al esfuerzo de construir una sola organización que englobase a todos los
pobladores de cada área rural. Se produjo así una contradicción entre las decisiones
verticales y parceladas de la burocracia estatal y la necesidad de crear una organización
integrada desde la base.
La idea de una reforma con participación campesina entró en conflicto con los
intereses de los grupos políticos que mantenían alguna actividad en las áreas rurales.
Tradicionalmente, la política peruana fue urbana, debido a que antes de 1980 en el Perú no
votaban los analfabetos y la cantidad de electores en el campo era poco significativa. No
11
Sobre las relaciones entre las comunidades campesinas y el Estado, puede consultarse Elmer Arce,
“Comunidades campesinas y políticas del Estado”, en Socialismo y participación Nº 12
43
44
obstante, la estructura política del sistema oligárquico de dominación penetró al área rural
y llegó a todas las provincias. A partir de los años 50 los partidos radicales que
cuestionaban la propiedad terrateniente – el Apra y la izquierda marxista--, desarrollaron
cierta actividad en algunas regiones. Mientras el Apra tenía influencia entre los
trabajadores agrícolas de la costa norte y central, la izquierda marxista se desarrolló entre
los campesinos de Cusco, Ayacucho y Junín.
44
45
En gran medida lo anterior tiene que ver con la relación que hubo entre la reforma
agraria y el movimiento sindical campesino. Los críticos de la reforma agraria han
señalado la hostilidad o indiferencia de la misma hacia los sindicatos campesinos. Tal
argumentación se basa especialmente en que el DL 19400 que creó las ligas agrarias, no
mencionaba a los sindicatos de trabajadores agrícolas y en que algunos funcionarios de la
reforma agraria argumentaron también que la organización de las cooperativas agrarias de
producción implicaba la desaparición de los sindicatos que existían a la fecha, debido a
que allí donde los trabajadores eran dueños de las empresas, ya no se justificaba la
organización sindical.
12
Wesley Craig, El movimiento campesino en La Convencion, Perú. La dinámica de una organización
campesina. Instituto de Estudios Peruanos, Lima, 1968. Ed. Mim.
45
46
46
47
13
El fenómeno de las invasiones de tierras durante la reforma agraria ha servido de tema a varios estudios.
En particular ver sobre Andahuaylas: Diego Garcia Sayán. Tomas de tierras en el Perú. Lima: DESCO,
1982. Rodrigo Sánchez Enríquez Toma de tierras y conciencia política campesina. Las lecciones de
Andahuaylas, Lima: IEP. 1981
47
48
agraria14. Sin embargo, una simple observación objetiva permite comprobar la existencia
de una significativa ampliación de los servicios sociales de salud, educación y vivienda
proporcionados por las empresas campesinas tanto a los cooperativistas como a la
población rural de cada zona, incluidos los trabajadores eventuales y los temporeros sin
tierra.
Tampoco ha sido posible evaluar en términos cualitativos el avance
experimentado por el conjunto del movimiento campesino hacia un área decisoria que
hasta antes de la reforma agraria estaba fuera de su ámbito. Esto tiene relación con lo
siguiente: gestión y administración de empresas; supervisión de tareas educativas;
administración de justicia para juicios de pequeña cuantía; nombramiento de autoridades
políticas departamentales, distritales y provinciales e influencia y presión para el cambio
de otras de mayor nivel. Todo ello implicó en la práctica el acelerado ingreso de miles de
campesinos al rol de dirigentes en algunas de las tareas mencionadas, lo que contribuía de
manera decisiva a facilitarles una visión global de los problemas nacionales.
14
No Obstante, debe tenerse en cuenta los estudios de Richard Webb y Adolfo Figueroa, Distribución de
ingresos en el Perú. IEP. 1975
48
49
15
En efecto, y aunque los precios de los alimentos estuvieron controlados por el Estado, la intervención de
las empresas publicas en la comercialización de insumos y productos agropecuarios permitió estabilizar y
promediar los precios de los insumos y pagar precios remunerativos a las empresas campesinas por sus
productos. Ver: Billone, Carbonetto y Martínez, Términos de intercambio ciudad – campo 1970-1980:
precios y excedente agrario. Lima: CEDEP, Abril 1982
49
50
III
LA REFORMA DE LA PRENSA
Esa mañana, sus primeras planas anunciaron a los sorprendidos lectores limeños
que habían sido expropiados por el gobierno.
La reforma de la prensa fue una de las últimas medidas significativas del gobierno
de Velasco. Disponía la transferencia de los diarios de circulación nacional (en aquella
época aquellos que editaban más de 20.000 ejemplares) a sectores de la población peruana
determinados de la siguiente manera: El Comercio a las organizaciones campesinas; La
Prensa a las comunidades laborales (formadas por trabajadores de la industria, minería,
pesquería y telecomunicaciones y resultantes de la reforma de la empresa); Correo a las
organizaciones profesionales; Expreso y Extra a la comunidad educativa (formada por los
representantes de los maestros, trabajadores no docentes y estudiantes adultos); Ojo a las
organizaciones culturales, y Última Hora a las organizaciones de servicios (cooperativas
de servicios y demás organismos de dicho sector). La Crónica sería el órgano periodístico
del gobierno.
50
51
Este fue el más rudo golpe que la prensa oligárquica peruana había recibido en toda
su historia. Las familias propietarias quedaron paralizadas por la sorpresa. En realidad no
habían hecho nada para merecerlo. Su oposición era sesgada, sibilina, pero no frontal. En
el pasado compartieron la abundancia de los tiempos prósperos o callaron para no alterar
la paz impuesta por las dictaduras. Ahora les era difícil comprender que, más allá de las
motivaciones que cada integrante de la Junta Revolucionaria, el COAP y el Consejo de
Ministros tenía, la expropiación respondía a la lógica histórica que había unido la suerte de
los grandes diarios a la de las familias más ricas o los grupos económicos más poderosos.
Hubo protestas aisladas en Miraflores, el barrio de la clase alta, y allí quedó todo…por el
momento.
Caído el dictador Leguía en 1930 como resultado de la crisis de 1929, la familia
Miró Quesada usó su diario El Comercio para enfrentar las huelgas, los intentos de golpe
de Estado, las insurrecciones populares, la acción política del comunismo y del APRA y
para influir sobre el caudillo militar Sánchez Cerro. Sánchez Cerro fue asesinado en 1933
y el director de El Comercio y su esposa fueron también asesinados en 1935 mientras el
APRA, el Partido Comunista y los sindicatos eran ilegalizados para dar tiempo a la
oligarquía a recuperarse tras los turbulentos años que siguieron a la crisis del 29. Entre
1931 y 1945, catorce años de “emergencia” e ilegalidad, El Comercio apoyó a las
dictaduras del general Benavides y el banquero Prado. Otra crisis, la de posguerra
mundial, obligó a la oligarquía a soportar una nueva irrupción del movimiento popular
acaudillado por el APRA y a usar las baterías de sus diarios La Prensa y El Comercio
contra el Frente Democrático Nacional, que ganó las elecciones de 1945 por abrumadora
mayoría. Pero en 1948 la batalla oligárquica contra el gobierno constitucional del Dr. José
Luis Bustamante y Rivero, librada principalmente desde La Prensa y El Comercio,
culminó en otro golpe de Estado promovido por los exportadores algodoneros y
azucareros y encabezado por el general Manuel Odría. Quedaba en el camino el cadáver
de otro director asesinado: el industrial Francisco Graña Garland, director de La Prensa,
que se opuso a los entendimientos del APRA con la Standard Oil para entregarle la
provincia de Sechura, rica en petróleo y fosfatos.
51
52
La democracia parlamentaria que vivió el país durante esos 12 años (1956 – 1968),
excepto el gobierno militar de 1962, sirvió para exhibir, a la vez que la ampliación y
bifurcación de los grupos oligárquicos, las contradicciones e intrigas que los enfrentaron.
Y fue también en estos diarios donde se registró el debate sobre la ilegal presencia
de la International Petroleum Company que al desgastar al gobierno de Belaunde fue el
detonante de la revolución de Velasco, cuando La Prensa sostuvo que era legal el laudo
arbitral firmado en oscuras circunstancias en Londres en 1922, por el cual se determinó
bajo la presión del gobierno inglés, que los yacimientos petrolíferos de La Brea y Pariñas
pertenecían a La International Petroleum Co. Y que, por tanto, ésta no estaba obligada a
pagar impuestos al Estado peruano.
52
53
diarios de gran circulación. Las nuevas fuerzas sociales, la clase media creciente, los
sindicatos, los campesinos, los intelectuales que surgían de las universidades masificadas
no tenían medios de expresión. No existían para la “gran” prensa. Las empresas
extranjeras, en particular la IPC y la Cerro de Pasco Corp.; la familia Gildemeister, que
financiaba a Pedro Beltrán para reorganizar La Prensa siguiendo el modelo del New York
Times; la Sociedad Nacional Agraria; el Banco Popular y las múltiples empresas de los
Prado; la Sociedad Nacional de Pesquería; los grupos Ulloa y Banchero y las familias
Prado y Miró Quesada, eran quienes transmitían, por encima de sus contradicciones, un
sostenido mensaje de defensa de la propiedad privada y del sistema, a través de cientos de
miles de ejemplares diarios. Y a la vez silenciaban las actividades del movimiento
popular y el debate de los problemas nacionales más urgentes. Los diarios fueron
instrumentos de defensa del sistema, armas eficaces de persuasión conservadora en un país
que requería, con cada vez mayor urgencia, profundas reformas sociales.
53
54
comunicación. Los diarios oligárquicos podían discrepar mucho entre sí, sirviendo a los
intereses que representaban; pero todos ellos portaban finalmente una sola interpretación
de las cosas y una única imagen del país: la de sus dominadores.
Fue esta contradicción la que hizo crisis cuando, abierto el período de reformas
sociales de 1968, se inició la reforma agraria y la reforma de la empresa capitalista. La
acción de los militares, su argumentación nacionalista, su promesa de una sociedad “sin
explotadores ni explotados”, sus ataques al imperialismo y a la oligarquía, sus llamados a
la liberación social, su apertura hacia los países socialistas, ponían en cuestión todo lo que
los diarios habían sostenido, afirmado y argumentado. En la prensa oligárquica, que un
día fue aceptada como confiable y seria por la clase media urbana y una parte de los
sectores populares, ya no se sentían expresados ni los militares nacionalistas, ni los
revolucionarios civiles, ni la tecnocracia del Estado y menos aún los sectores campesinos
que iniciaban su organización a partir de la reforma agraria o los obreros que empezaban
la cogestión de las empresas capitalistas reformadas.
Y por otra parte esta prensa que, de una u otra manera, había estado siempre
delante o detrás del poder político se encontraba por primera vez sin poder. Sustentada en
los grupos económicos, quedaba fuera de juego en la medida en que éstos perdían su
influencia sobre las decisiones gubernamentales.
54
55
1974. Y nadie que revise lo publicado en ese período podría decir que aquella fue una
prensa de oposición. Sacrificado Expreso y perdida La Crónica, la prensa oligárquica se
inclinó cautamente ante el poderío militar. Ciertamente, no se limitó a ello. Atacó a los
“asesores comunistas”, se irguió en defensa del gobierno frente a las huelgas, y resaltó
sucesivamente a las figuras del general Benavides, el general Artola y el contralmirante
Vargas Caballero ubicándolos como alternativas moderadas al general Velasco, en la
esperanza de agudizar los conflictos internos en el gobierno, llevándolo hacia una posición
anticomunista, “occidental y cristiana”. Sus editorialistas hicieron prodigios de equilibrio
frente a la ocupación militar de Talara, que aplaudieron después de haber defendido a la
IPC; o se resignaron ante la expropiación de los grandes complejos agroindustriales del
azúcar; o aceptaron a regañadientes las sucesivas nacionalizaciones. Pero nunca pasaron a
la oposición directa. No puede compararse esta extrema cautela con la agresividad de
1956 frente a Odría, o la agitación demagógica de 1945 contra Bustamante; o, incluso los
violentos ataques de algunos diarios contra Belaunde en el período 1963 – 1968.
Por todo ello no podría decirse con fundamento que la expropiación de 1974 tuvo
por móvil el “silenciamiento de la oposición”. Antes bien fue un momento más en la
estrategia de reformas que tenía programado el gobierno de las Fuerzas Armadas, tratando
de adecuar la situación de los medios de comunicación a la recomposición social que iba
impulsando. No fue ni una acción premeditada para eliminar obstáculos ni un exabrupto
arbitrario del poder.
La aspiración a una prensa popular iba pareja con el proyecto social que presidía la
conducta de los grupos más avanzados del proceso, incluido el presidente Velasco. En
una instancia final el proceso peruano de 1968 – 1975 perseguía sentar las bases de una
democracia social sustentada en las organizaciones populares. Las ideas del socialismo
libertario impregnaban el discurso ideológico de la revolución y orientaban la acción de
sus reformadores. Pretensión paradójica si se considera que nacía de un régimen militar
que usaba los mecanismos de la burocracia del Estado.
55
56
Esa paradoja se reflejaría en la reforma de la prensa, que para tener éxito implicaba
la existencia de organizaciones populares fuertes, conscientes y activas, y la verdad es que
ellas recién nacían, incluso en el caso de las jóvenes ligas agrarias. El proyecto de la
nueva prensa quería dotar de voz a 200 mil trabajadores agrupados en unas 3.700 mil
comunidades laborales; a cuatro millones de campesinos organizados en casi dos millares
de organizaciones de base; a 800 consejos educativos comunales; a 3.500 cooperativas de
servicios; en fin, a multitud de organismos de todo tipo. La inmensa mayoría de ellos
eran una creación de la revolución, en proceso de nacimiento y maduración. Ciertamente,
la nueva prensa recibía el encargo de actuar como elemento de impulso y organización.
Pero esta misión no fue siempre percibida y comprendida, porque requería también la
renovación del gremio periodístico habituado en parte a las ideas y prácticas de la antigua
prensa oligárquica.
El proyecto peruano requería una prensa popular que, por serlo, fuese a la vez
independiente y crítica del poder político. Ésta, una de las tantas notas singulares del
proceso revolucionario, tropezaba con dos limitaciones. De un lado, los niveles medios
del poder burocrático no estaban dispuestos a ser aguijoneados por una prensa de tal tipo.
Y del otro, ello requería también, por parte de las organizaciones, de una conciencia
revolucionaria y nacional y un planteamiento globalizador de los problemas, la superación
56
57
Para que los diarios fuesen voceros del pueblo organizado, no bastaba que las
organizaciones tuviesen representación en las asambleas y los comités directivos. Una
prensa revolucionaria, socialista, requería la transformación total de la antigua prensa
capitalista. Ello pasaba por múltiples vías.
Era necesario alterar los patrones de circulación. Los diarios eran hechos para la
capital más que para las provincias y dentro de la capital, para las clases de más alto poder
adquisitivo, más que para el pueblo. El objetivo era vender hábitos, ideas, convencer a
aquellos que podían comprar, votar o influir de algún modo en el país, chantajear,
atemorizar, adular o presionar a los gobernantes. Con la expropiación, los objetivos
cambiaban y había que dirigirse al pueblo de la capital, a las provincias, y lograr una
información orientadora y pedagógica. Para ello el objetivo de “vender más” debía ser
reemplazado por el de “educar e informar más”. Lo que no se lograría sin alterar, además
del financiamiento, los mecanismos de distribución y comercialización de los periódicos.
57
58
de cobertura del medio sindical y popular, la exaltación del tema frívolo, y la crónica
sórdida, aún en los diarios “serios”, la evasión de los problemas nacionales y la
indiferencia, cuando no la hostilidad hacia los intelectuales.
A las limitaciones que hemos expuesto hay que añadir el corto período de reforma,
que podemos ubicar entre julio de 1974 (decreto de expropiación) y marzo de 1976
cuando, derrocado el presidente Velasco y antes de someterse al Fondo Monetario
Internacional, Morales Bermúdez varió la orientación del experimento mediante el brusco
cambio de los directores y el control total de los diarios por el Estado, a través del Sistema
Nacional de Información. Desde ese momento hasta julio de 1980, es decir casi cinco
años, la prensa reformada se transformó en una prensa intervenida y amordazada. Y así
como en la reforma agraria hay que distinguir seis años de reforma (1969 – 1975) de 25
años de contrarreforma (1975 – 1990) así también en la expropiación de la prensa hubo 19
meses de socialización (julio 1974 – marzo 1976) por cinco años de mordaza (1976 –
1980) hasta que, una vez electo, Belaunde devolvió los diarios a sus antiguos propietarios.
Aquellos 19 meses de prensa reformada dejan sus huellas en los siguientes logros:
mejora en la calidad de los artículos de opinión y ampliación de los temas tratados en las
páginas editoriales; apertura de las páginas internacionales a Europa, América Latina, los
países socialistas y el Tercer Mundo; abundancia de información sobre el movimiento
sindical y popular; orientación nacionalista y antiimperialista, desmenuzamiento de los
prejuicios y hábitos capitalistas; en general, una evidente mejora en el contenido y
presentación de la prensa. Las páginas de los diarios se abrieron a respetables
intelectuales peruanos, a científicos sociales, periodistas de primera calidad y dirigentes
sindicales y populares.
58
59
59
60
Entre agosto de 1975 y marzo de 1976 la prensa en trance de socialización jugó sus
descuentos, a pesar de que el lenguaje izquierdista del gobierno y del nuevo presidente
Morales Bermúdez se agudizaba con llamamientos al socialismo. Las revistas de la
derecha fueron reabiertas y contrariamente a la cautela demostrada por ésta durante el
gobierno de Velasco, atacaron violentamente a la prensa expropiada. Finalmente, cuando
los diarios El Comercio y Última Hora, expresaron su desacuerdo con el arbitrario pase al
retiro de los generales izquierdistas José Graham y Leonidas Rodríguez, y el gobierno de
Morales decidió someterse a los dictados del FMI, todos los directores fueron cambiados.
El control de la Oficina Central de Información OCI se acentuó hasta regimentar a los
diarios impidiéndoles responder a los ataques de la derecha, que era sistemáticamente
alentada. Las Asociaciones Civiles, que representaban a las organizaciones populares,
languidecieron hasta su extinción. Y el proyecto de socialización de la prensa también se
extinguió, asfixiado por un gobierno que ya era abiertamente derechista.
60
61
IV
Durante siete años a partir de 1968, el Estado peruano aceleró una expansión que
venía realizando gradualmente desde la década del cincuenta: inició y profundizó una
política petrolera que lo convirtió en importante explorador y extractor y en agente
monopólico de la refinación y comercialización de hidrocarburos; asumió la totalidad de la
industria de harina y aceite de pescado, incluyendo las fases de captura de anchoveta (hoy
devuelta a manos privadas), transformación y comercialización; se convirtió en el primer
banquero del país cuando intervino en el Banco Central de Reserva, fortaleció el Banco de
la Nación, impidió el proceso de desnacionalización que sufría la banca comercial y
compró cuatro grandes bancos privados. Logró también el control de empresas
financieras y de seguros, creó la Corporación Financiera de Desarrollo (COFIDE), la
entidad más importante de su tipo en el país.
61
62
La “nueva clase”
62
63
Exceptuando a la izquierda civil y militar que ingresó al aparato del Estado para
impulsar desde allí los cambios revolucionarios y a la luz de su actitud frente al proceso
revolucionario, es fácil distinguir dos tipos de burocracia: la que, con indiferencia o
abierta acción contraria, saboteaba las reformas o se oponía a ellas; y aquella que las hacía
suyas para incrementar su poder. Ambas se sirvan una a otra y se apoyaban mutuamente
en la defensa de sus intereses y el incremento de su bienestar, puesto que ambas tenían en
común su desprecio por la capacidad del pueblo para decidir por sí mismo y también su
temor a que éste, organizado y consciente, pase a transformar profundamente el Estado
que era su sustento y modo de vida.
63
64
aparato estatal que debía transformar las viejas estructuras sociales y económicas de las
que él mismo formaba parte y funcionarios que debían aplicar medidas revolucionarias
contrarias a su pensamiento e intereses. La reforma agraria y la reforma de la educación
figuran entre los primeros lugares en la larga lista de medidas del gobierno que fueron
saboteadas mediante una resistencia pasiva y silenciosa, o trabadas por las leyes y
reglamentos del aparato que impedía actuar eficazmente incluso a quienes tenían voluntad
y mentalidad revolucionaria.
Imagen de la burocracia
En la cima del aparato empezó a funcionar pronto una jerarquía que, mediante la
clasificación de la información, guardaba los misterios del Estado como en una caja de
seguridad y se comportaba como un conglomerado de círculos cerrados frente al exterior.
Carente de audacia y despreciadora del idealismo de los revolucionarios a quienes
calificaba de utópicos, esta jerarquía no temió exhibir un materialismo sórdido y hizo de la
razón de Estado su razón privada.
Luego, habrá que justificar la existencia de todo ese aparato en miles de papeles
mecanografiados en forma de memoranda, informes, dictámenes y otros documentos,
64
65
habrá que complicar los trámites internos y externos para que la complicación dé trabajo a
más funcionarios.
Pero esto crea también una actividad ilusoria. El papel reemplaza a los actos.
Todo, hasta las órdenes más simples, se hace a través de papel. El memorándum sirve para
justificar la ineficiencia, fingir trabajo, para defenderse, para vengarse del enemigo o del
competidor. Los memoranda, las municiones que los burócratas utilizan en sus frecuentes
guerras internas, van acumulándose en montañas de papel que las secretarias archivan y
nadie lee.
65
66
En el caso específico del Perú fue notoria la pugna entre los diversos organismos
burocráticos y aún entre las reparticiones de cada organismo. Como la vida de los seres
humanos no puede dividirse en compartimentos estanco, es difícil delimitar el ámbito de
acción de cada ministerio. Y el que invade el terreno que el vecino supone que le
pertenece, no tarda en despertar las iras de éste. Pero ¿cómo establecer si los problemas
de los comuneros industriales, por ejemplo, competen al Ministerio de Trabajo porque son
trabajadores, o al de Industria, porque están en el sector industrial, o al de Educación
porque quieren capacitarse técnicamente, etc., etc.? Esta confusión de límites genera
verdaderas guerras entre los ejércitos administrativos y sus jefes, cuyas disputas
desorientan al pueblo que no sabe a qué oficina acudir en demanda de respuesta o solución
a sus problemas.
66
67
Pero ¿por qué una revolución que no había titubeado ante las poderosas
transnacionales, una revolución que le había hecho frente al imperialismo en más de una
ocasión, vacilaba frente a un fenómeno de esta naturaleza?
Una parte de la burocracia peruana estaba constituida por los empleados públicos y
otra por las autoridades políticas, prefectos, subprefectos, alcaldes y gobernadores. A lo
largo de todas las localidades del Perú, tanto los jefes y responsables de los ministerios
como las autoridades políticas, eran reclutados entre las familias más influyentes de cada
lugar, propietarias de tierras o comerciantes. Cada círculo de “notables” ejercía el
monopolio del poder político en cada localidad. En todo el país formaban un sector social
integrado por miles de personas que era parte importante del sistema de dominación
interna que servía a la oligarquía y que estaba emparentado con cierto número de oficiales
de las fuerzas armadas. Remover este sector social no sólo significaba dispersarse en
67
68
68
69
V
VIDA, PASIÓN Y AGONÍA DEL SINAMOS
Los personajes
69
70
también los hombres del ejército que mantenían mejores relaciones con los civiles
progresistas.
70
71
Aceptado el equipo, empezó a trabajar en junio de 1971, ultimando los detalles del
Sinamos. A las pocas semanas, Ismael Frías se apartó del grupo para ir a trabajar en La
Crónica, cuando este diario pasó a manos del gobierno.
Visto desde este ángulo, el gobierno militar que estaba llevando adelante la
revolución, representando a las fuerzas armadas, aparecía como protagonista de una etapa
de tránsito histórico destinada a consolidar las primeras reformas básicas en la estructura
71
72
social y económica del país, y como puente hacia un nuevo gobierno asentado sobre el
poder económico de los trabajadores. Esto implicaba una nueva variación del papel de las
fuerzas armadas en la sociedad peruana y también un cambio importante en su ubicación
dentro de la nueva estructura política del país. Significaba también, un profundo cambio
en las propias fuerzas armadas, puesto que una institución castrense conservadora jamás
habría aceptado tal situación.
Esto último era un problema importante para muchos militares de la época. Ellos
sabían que su institución no podía eternizarse en el gobierno, y que las fuerzas armadas no
podían dirigir los destinos del país sin límite de tiempo. Sabían también que, si estaban
haciendo una revolución en el Perú no podían pensar en devolver el poder a las clases
dominantes ni al imperialismo, contra los que habían insurgido. Menos aún a los políticos
de la burguesía, a quienes responsabilizaban de la dependencia en que había caído el Perú
respecto del imperialismo norteamericano. Eliminadas estas alternativas, había que
buscar, por consecuencia lógica, una salida hacia el pueblo y ésta surgía en mentes
acostumbradas a resolver los problemas con espíritu práctico. Lejos de ser una utopía, la
idea de la transferencia del poder al pueblo organizado fluía naturalmente dentro de la
lógica de los militares revolucionarios del Perú.
72
73
contemporáneas. Y por ello constituía también el punto de encuentro entre las fuerzas
armadas que habían retornado a su filiación nacional y las ideas revolucionarias más
progresistas de la época.
¿Hasta qué punto la realización del anhelo de que los trabajadores gobiernen sus
propios asuntos y los asuntos del país era viable? ¿Existe en nuestro país una “tradición”
de participación popular que pueda ser rescatada para proyectarla hacia el futuro? El
campesino peruano tiene una ancestral tradición participativa, pero ésta ha venido
deteriorándose junto con la propia comunidad campesina, como consecuencia de la
evolución del ámbito económico en que se mueve y de la penetración de los nuevos
valores del capitalismo en la vieja sociedad rural. Los rezagos de los antiguos
mecanismos de participación están limitados a un ámbito local, a la satisfacción de
necesidades comunes inmediatas y se han visto reducidos también a su mínima expresión
porque no todos los campesinos están vinculados realmente a sus respectivas
comunidades.
73
74
posibilidades de que los deje atrás eran lejanas mientras exista un bombardeo permanente
de los valores capitalistas sobre cada individuo, aislándolo de los intereses de la
colectividad.
Tanto una clara conciencia nacional, como la responsabilidad política que supone
el ejercicio de la participación, pueden ser conseguidas solo por un pueblo que ha asumido
su capacidad de pensar y decidir: ya no es una simple pieza en el taller o en la fábrica,
sino comprende todo el proceso productivo de su taller, de su fábrica y del país, conoce la
importancia de su rendimiento y la responsabilidad de su trabajo en relación con la marcha
del conjunto de la sociedad. Es un gran salto cualitativo desde una situación típica del
capitalismo subdesarrollado, en que el trabajador no conoce el destino final del producto
74
75
que ha contribuido a elaborar, ni se siente identificado con él, en que no hace otra cosa que
obedecer órdenes y someterse a un aparato productivo rígido y vertical, de cuyas
decisiones está lejos de participar, a una situación nueva en que se convierte en
protagonista y hacedor de su destino. Y políticamente, también es un salto cualitativo
desde la marginación e indiferencia frente a los problemas del país, hacía una situación
nueva en que cada trabajador es consciente de lo nacional y lo público, de sus problemas
y de la importancia de su contribución para el avance de la sociedad en su conjunto. Todo
esto supone e implica una revolución.
75
76
Sindicatos reconocidos
por período presidencial
1905-1939 33
1940-1944 118
1945-1947 264
1948-1955 78
1956-1961 396
1962 266
1963-1968 1248
1969-1975 2066
Período del Gobierno
de Velasco
1976-1978 236
1980-1984 191
76
77
La misión del Sinamos era contribuir a formar una vasta red de organizaciones
populares, apoyando a las existentes y estimulando al pueblo a formarlas allí donde no
existieran, a un ritmo correspondiente al avance de la revolución en la transformación de
las estructuras económicas. Por eso decíamos que las reformas estructurales y la
participación son las condiciones más importantes en el proceso de ascenso del pueblo
hacia el poder político.
Para llevar adelante su tarea, el Sinamos canalizaba recursos del Estado, alrededor
de cuatro mil millones de soles bienales (aproximadamente 90 millones de US dólares de
la época) destinados a impulsar las organizaciones existentes o a crear nuevas
organizaciones, allí donde no existían. Luego, estos recursos se expresaban bajo la forma
de apoyo en los trámites y gestiones, orientación para la obtención de créditos, asesoría
legal, realización de pequeñas y hasta medianas obras de infraestructura local en que se
gestaba la mayor parte del presupuesto (carreteras e irrigaciones); innumerables sesiones
77
78
Base económica
Régimen político
Esta gigantesca tarea que abarcó todo el territorio del país durante tres años en su
etapa más intensa, se realizó mediante la actividad de unos cuatro mil funcionarios
distribuidos en once regiones. En el funcionamiento de su organización interna, el
Sinamos operaba en el campo (se entiende tanto en medios rurales como urbanos), con
grupos de promotores que trabajaban con las organizaciones populares en unidades de
planificación de base; oficinas locales que coordinaban la labor de dichas unidades,
oficinas regionales que hacían lo propio a nivel región y la Oficina Nacional que
orientaba el trabajo del Sinamos en todo el país. Las oficinas regionales operaban con
autonomía administrativa y presupuestal, aunque siguiendo los lineamientos generales de
política diseñados por la Oficina Nacional.
Por sus características el Sinamos constituía de hecho y por ley un canal directo de
comunicación entre los trabajadores y los más altos niveles del Estado. El Sinamos y los
ministerios de Agricultura y Educación eran las únicas instituciones estatales con
presencia directa en el campo, ya que hasta entonces, debido al tradicional centralismo del
Perú, los ministerios solo tenían pequeñas agencias en provincias, sin capacidad de
decisión, lo que obligaba a los peruanos que vivían en el interior a hacer un largo
78
79
El desmontaje
Pero sus enormes dimensiones, la cobertura amplia que iba tener su acción sobre
muchos aspectos de la vida nacional y la cantidad y variedad de intereses creados que
afectaba, hizo del Sinamos, desde sus inicios, una de las instituciones más atacadas y
criticadas de la revolución. Tuvo enemigos de los más variados órdenes: los grupos más
poderosos de las clases dominantes, las oligarquías provincianas, los núcleos dirigentes de
los partidos de derecha e izquierda, la vieja burocracia reaccionaria y la nueva
tecnoburocracia manipuladora, los grupos macartistas de las fuerzas armadas y, en fin,
todos aquellos que veían en la revolución y la participación popular una amenaza contra su
poder.
79
80
Esta resistencia se transformó pronto en una sorda lucha a todo nivel contra los
nuevos dirigentes y contra los funcionarios de ideas progresistas que pasaron a dirigir las
reparticiones de la institución en el territorio nacional. Fue una lucha sin cuartel,
desconocida para el grueso de la opinión pública, puesto que se realizaba en secreto y a
través de los mecanismos de la burocracia.
A comienzos de 1972, antes que el Sinamos empezara a operar como tal mediante
la promulgación de su Ley Orgánica, el presidente Velasco, disgustado por las constantes
80
81
huelgas de los mineros en el centro del país, proponía en Consejo de Ministros, que se
implementase una Central Sindical adicta al gobierno para que éste no se viese obligado a
negociar con la CTP, la CGTP y la CNT, de orientación aprista, comunista y
democristiana, respectivamente. El general Velasco opinaba que, así como los partidos
políticos tenían “sus” centrales, la revolución tenía perfecto derecho a impulsar la suya. A
propuesta del presidente, se formó una comisión integrada por los ministros de Interior,
Industria, Trabajo y el Jefe del Sinamos, con la misión de crearla, organizarla y ponerla en
marcha.
Las relaciones entre el Sinamos y los otros ministerios alcanzaron los niveles más
altos de tensión, cuando frente al desgano de los funcionarios del sistema por los medios y
métodos utilizados, los ministros determinaron poner a trabajar a sus propios funcionarios
en la misión. Eso se tradujo en la decisión de formar comisiones de diverso nivel para
implementar la Central, en las que tendrían participación elementos de los servicios de
inteligencia y hasta la Policía de Investigaciones, junto a algunos funcionarios del
81
82
Sinamos que actuaban en secreto. Cuando se adoptó esta decisión, los funcionarios del
Sinamos, encabezados por José Luis Alvarado, quien había sido dirigente de la Federación
de Empleados Bancarios y acababa de ser nombrado Director General de Organizaciones
Laborales, decidieron retirarse de la operación.
El retiro de los funcionarios tuvo dos consecuencias: sirvió de pretexto para que los
miembros del Sinamos fuesen acusados ante los ministros de saboteadores y comunistas; y
fue el motivo para que los ministros, empeñados en cumplir su misión en el plazo previsto,
reforzasen su decisión de actuar a través de sus propios agentes. Aparecieron así, en la
práctica, simultáneamente dos aparatos paralelos: Sinamos, como una institución del
Estado conocida públicamente, hecha responsable de toda forma de participación, sin
embargo con planteamientos y objetivos propios; y el aparato secreto y subterráneo de los
servicios de inteligencia y el ministerio del Interior, que actuaba con celeridad y sin
escrúpulos en todo el país y al que dimos en llamar “la misión”. Esto ocurría en 1972,
mientras el nombre sólo salió a relativa publicidad más de dos años después. Una feroz
rivalidad enfrentó a los elementos de ambos aparatos y contribuyó a confundir a los
trabajadores respecto de las verdaderas intenciones de la revolución y del Sinamos. Para
presentar resultados espectaculares –la “misión” tenía un plazo muy corto para construir la
Central--, los agentes dividían sindicatos, compraban dirigentes, presionaban o
amenazaban a quienes ofrecían resistencia, creaban multitud de pequeñas organizaciones
artificiales. Querían montar “su” Central en poco tiempo y presentarla ante el Gobierno
como el resultado de una acción eficiente, contrastada con la supuesta ineficiencia del
Sinamos que, según ellos, con su negativa a participar en la aplicación de tales métodos,
favorecía a la CGTP, es decir al Partido Comunista. Muy pronto empezaron vincularse
con algunos capitalistas a quienes convenía el surgimiento de un sindicalismo
domesticado propatronal: los patrones les abrían fácilmente las puertas de sus fábricas,
convencidos de que detrás del tal amarillaje existía un poderoso sector del Estado.
82
83
él las tareas consistían en: formar núcleos sindicales revolucionarios que eran educados
ideológicamente para que estuvieran en condiciones de tomar las dirigencias sindicales
cuando llegara el día en que el gobierno decretara la ley sobre organizaciones sindicales,
quedando la CGTP, CNT, CTP, como organismos ilegales. Se formaría una nueva
Central, la CTRP, que controlaría la marcha y autonomía de los organismos laborales del
Perú. Ese mismo mes, el IV Congreso de la Federación de Empleados Bancarios señalaba
la supuesta intromisión de Sinamos en la vida sindical. Un mes más tarde, en setiembre
del mismo año, la II Conferencia Nacional de Organización de la Confederación General
de Trabajadores del Perú, CGTP, emitía un pronunciamiento atacando la actuación del
Sinamos en el área laboral.
83
84
los de las fuerzas armadas, conocían al detalle los métodos que se estaba utilizando y eran
pocos los que tenían conciencia clara de la deformación que significaba el nuevo aparato.
Un fin aparentemente inocente, la creación de una nueva Central sindical, para el que se
usaba medios vedados e inmorales, se estaba transformando en una tendencia que
contradecía los objetivos participativos del proceso. Era la mejor demostración de que no
son los fines los que hacen los medios, sino, los medios aquellos que configuran los fines.
Métodos manipulatorios estaban dando como consecuencia sindicatos dependientes y
manipulados, castrados y patronales, precisamente lo contrario a lo que la revolución
quería. Pero el pragmatismo militar no tenía conciencia de ello. Y de eso se valían los
elementos reaccionarios que sí actuaban en una dirección premeditada.
Por otro lado, el tema de la nueva Central era apenas uno de muchos asuntos
tratados en el gobierno. No todos los militares de izquierda estaban dispuestos a dar la
batalla por él, mientras se estaban jugando otras definiciones más importantes en el poder.
Y mientras funcionarios y activistas mantenían una guerra abierta a otros niveles, los
ministros involucrados continuaban con el funcionamiento normal de la comisión.
Así, cual un decorado teatral, la nueva Central fue montada con inusitada rapidez.
En noviembre de 1972, un pronunciamiento público daba a conocer la convocatoria a su
Congreso Constituyente, que se realizó el mes siguiente sobre la base de 14 federaciones
sindicales, muchas de las cuales habían sido rápidamente reconocidas por el ministerio de
Trabajo. Apenas a los 15 días de realizado el Congreso, la flamante CTRP fue reconocida
por el gobierno. Al tiempo de entregarles la resolución correspondiente, el ministro de
Trabajo, General Sala Orosco, decía sonriente a sus representantes: “Nos sentimos
84
85
respaldados ahora que se crea esta Central, porque los trabajadores van a participar en la
Revolución, que es ajena a ideologías políticas y que se inspira en el bienestar del Perú”.
Muy pronto, los mismos comandos y equipos de agentes, que habían montado el
tinglado de la CTRP, empezaron a trabajar desde el ministerio de Educación –esta vez sin
el conocimiento del Sinamos– en la organización del Sindicato de Educadores de la
Revolución Peruana. Fue un error del gobierno reaccionar ante la campaña
antigubernamental de los dirigentes magisteriales negando reconocimiento oficial al
Sindicato Único de Trabajadores de la Educación Peruana, SUTEP. El gobierno se ceñía a
un argumento puramente legalista, sostenía que la ley peruana no autoriza los sindicatos
únicos de empleados públicos, pero los maestros sabían que el fondo de su actitud era
político. Era el gesto del avestruz: desconocer a una institución que contaba con la
afiliación de una gran mayoría de maestros. El SUTEP estaba controlado en la cúspide
por maestros que decían ser maoístas y en los niveles medios por militantes del Apra, el
partido de la reacción peruana. Afirmaba que el gobierno era fascista y desarrolló una
acción sistemática contra la reforma de la educación, uniéndose en este aspecto con los
elementos reaccionarios del propio ministerio, con las autoridades locales conservadoras y
los grupos enriquecidos de las pequeñas localidades del Perú.
Fue en estas circunstancias que los dirigentes de los operativos trataron de crear un
sindicato de maestros paralelo al SUTEP, usando los mismos métodos que habían
85
86
empleado para crear la CTRP y prodigando como siempre una mezcla de presiones y
halagos, valiéndose del poder del Estado para ofrecer traslados ventajosos, ascensos y
seguridad en el trabajo. El plan consistía en ganar afiliados en cantidad suficiente para
lograr que el gobierno reconociera al nuevo Sindicato. Logrado el reconocimiento, el
gobierno dialogaría con los nuevos dirigentes y no con el SUTEP. Siendo el nuevo
organismo el único canal para entenderse con el poder y obtener mejoras de sueldos y
otras reivindicaciones, éste se fortalecería mientras el SUTEP moriría por extinción.
Así, como por arte de magia, empezaron a surgir filiales del SERP en todo el país,
con locales pagados secretamente y asesores del ejército. Quienes tuvieron a su cargo la
operación estaban muy entusiasmados en su nuevo papel de organizadores sindicales y
capacitadores políticos. Su afición por el cumplimiento de metas no tardó en dar
resultados espectaculares. El nuevo SERP no tardó en anunciar a través del diario del
gobierno que contaba con más del cincuenta por ciento del magisterio en sus filas. Para
comprobarlo estaban los planillones de la flamante institución, firmados por los nuevos
sindicalizados. Pero cuando las cooperativas magisteriales convocaron a elecciones en
todo el territorio nacional, las listas del SERP no conquistaron más del 10 por ciento de la
votación total. Los maestros se habían inscrito en el SERP para quedar bien con las
autoridades, pero votaban por el SUTEP porque éste les aseguraba una defensa más
consecuente de sus reivindicaciones. Pudimos comprobar que los informes sobre el
resultado de estas elecciones tardaron en llegar al despacho del ministro respectivo.
Casi al empezar, Sinamos inició su relación con gran número de dirigentes de las
nuevas comunidades industriales creadas por el proceso revolucionario. La creación de la
comunidad industrial desagradó a los empresarios capitalistas porque la ley daba acceso a
los representantes comuneros a las reuniones de los directorios y a la contabilidad de las
empresas, es decir a la información reservada que los capitalistas guardan como su tesoro
más preciado. El ministerio de Industria estaba formado por funcionarios habituados al
trato en buenos términos con los empresarios y en malos términos con los trabajadores.
Los funcionarios del ministerio y los capitalistas se pusieron de acuerdo para sabotear la
aplicación de la ley, puesto que el texto legal contenía vacíos y no había previsto la
capacidad de escamoteo de los dueños de empresas. Los delegados de los trabajadores no
86
87
eran admitidos a las sesiones, los capitalistas argumentaban que no obtenían utilidades y
se negaban a exhibir sus libros, las empresas eran desdobladas ilegalmente para contener
menos del número de trabajadores necesario para el reconocimiento de la comunidad
industrial, y hasta se dio el caso de que algunos directorios sesionaban en inglés para que
los delegados obreros no entendiesen qué se discutía. En fin, la imaginación de los
capitalistas y sus abogados se prodigó como nunca en miles de formas de desacatar las
disposiciones del gobierno. Y cuando los trabajadores protestaban o recurrían a acciones
de fuerza, los capitalistas los acusaban de sabotear la producción y de hacer agitación
social. Ya en agosto de 1971, el Comité de Fabricantes de Calzado de la Sociedad
Nacional de Industrias en un comunicado titulado “¿Adónde iremos?” había clamado al
cielo protestando contra tres resoluciones del ministerio de Trabajo favorables a los
obreros. Y en octubre de 1972, Raymundo Duharte, Presidente de la SIN decía: “Si no se
controla la situación social creada por los comunistas, quienes persiguen exclusivamente
llevar la anarquía a todas las fábricas, estaremos perdidos”.
87
88
Por otro lado, gran número de los militares que estaban en el gobierno tenían una
visión ingenua de la cogestión. Esperaban que uno de los resultados de la cogestión sería
generar solidaridad entre capitalistas y obreros para impulsar el desarrollo industrial del
país, y creían que esto podía hacerse sin intervención de la política. Aunque en diciembre
de 1972 el gobierno había dejado sin reconocimiento a la Sociedad Nacional de Industrias,
éste aspiraba a reunir a todas las empresas industriales, comprendidos los empresarios, en
la Asociación Nacional de Empresas Industriales, ANEI, la que nunca llegó a organizarse.
Obviamente, los militares no tenían en cuenta que tal frente no podía darse, puesto que los
capitalistas peruanos están habituados a lucrar sin control ni límite, haciendo tabla rasa de
cualquier norma gubernamental, viven atados de pies y manos al poder extranjero y
dependen de él. No podía superarse de ellos ni solidaridad con sus trabajadores ni amor al
país.
Desamparados, sin apoyo de ninguna repartición del Estado, puesto que tanto el
ministerio de Industria como el de Trabajo argumentaban que no tenían jurisdicción para
obligar a los capitalistas a cumplir la ley, los trabajadores acudían al Sinamos. Empezó así
una relación constante entre dirigentes que luchaban en defensa de una ley del gobierno
88
89
revolucionario, y tenía claras simpatías por éste, pero que se negaban a caer en las trampas
patronales, y los funcionarios del Sinamos que trataban de fortalecer la confianza que los
trabajadores tenían en el gobierno, a pesar de todo, y que usaban la influencia de la
institución como un respaldo inmediato a las flamantes comunidades. Casi desde la
dación de la ley creció entre los trabajadores una corriente tendiente a la organización de
las comunidades en una Confederación de nivel nacional, como única forma de presentar
una fuerza unida frente a las maniobras capitalistas, pero los funcionarios del ministerio de
Industria se opusieron a su constitución. Argumentaban que era sindicalizar la
comunidad, politizarla. Sin embargo, no pudieron impedir que los trabajadores, por propia
iniciativa, concertaran sus esfuerzos para agruparse en una organización nacional.
Era la primera vez en la historia del Perú que los trabajadores industriales se
organizaban masivamente. Hasta ese entonces la organización sindical, débil y con
altibajos, apenas si alcanzaba a abarcar un 20 por ciento del total de trabajadores del país.
Y aún así, la división en cuatro centrales, sumada a la existencia de federaciones que se
mantienen independientes, redujo a las fuerzas obreras a una crónica debilidad. En
cambio, las comunidades industriales eran, no solamente una organización masiva, sino
también una institución que, desde su nacimiento, estaba unida por la base.
89
90
presidente Velasco, afirmando el apoyo del gobierno a esta nueva y poderosa organización
popular. Pero el premier Mercado había hecho además una declaración que hizo
estremecerse a los capitalistas: “…la empresa capitalista reformada por la comunidad
industrial no es ni pretende ser el modelo de empresa industrial que la revolución se
propone organizar en el país y, por consecuencia, no puede ser tampoco la base
sustantiva de la democracia social de participación plena. Si nuestra revolución pretende
construir una sociedad de trabajadores, entonces la base de tal sociedad tiene que ser
necesariamente el sector de propiedad social”.
90
91
apoyo del estado y operaban con el respaldo de los funcionarios del ministerio de
Industria. Pero ese fue solo el primer paso. Los servicios de inteligencia bombardeaban a
los ministros con informes sobre la penetración comunista en CONACI. La presencia de
César Jiménez Ubillús, exdirigente del Partido Comunista, en el Comité Colegiado de la
institución, era exhibida como la prueba definitiva de la “ infiltración”. Como toda
organización de trabajadores, CONACI, compuesta de 200 mil afiliados en todo el país,
tenía diversas corrientes políticas dentro de sí. El grueso de los trabajadores, y también la
mayoría de la dirección, comprendían a plenitud la necesidad de que el proceso
revolucionario se desarrollara de manera independiente sin tutelas partidarias. La
mayoría de los trabajadores de CONACI creían necesario que su institución se
autogobernase independientemente de los partidos. Al mismo tiempo se sentían
socialistas y comprendían las limitaciones a las que tenía que hacer frente una revolución
como la peruana, nacida como consecuencia de la acción de un grupo muy pequeño de
militares y asediada por toda clase de enemigos externos e internos. Los obreros son
combativos y saben salir en defensa de sus derechos cuando éstos son conculcados por los
capitalistas. Pero esta actitud es tildada de “comunista” por los empresarios.
El resultado de todo ello fue que, durante largos meses, CONACI languideció sin
ningún apoyo del Estado y sin ser reconocida oficialmente por el propio gobierno que
decía apoyarla. Ignoradas por el ministerio de Trabajo, saboteadas en el ministerio de
Industria, bajo la presión directa de los empresarios, las comunidades no siempre podían
hacer frente con éxito a la adversa situación. Pronto, gente que había participado en los
anteriores operativos y que trabajaba en forma cada vez más abierta con los servicios de
inteligencia, empezó a excitar las rivalidades internas que surgían entre los comuneros y
que eran provocadas por el estado de aletargamiento de la organización, e impulsaron una
operación a varios niveles. Penetraron Sinamos utilizando el oportunismo de algunos
funcionarios, alentaron las aspiraciones de algunos dirigentes comuneros a copar
totalmente la dirección y buscaron apoyo en los ministerios del Interior, de Industria y de
Trabajo. Y así sorpresivamente, el 1 de junio de 1974, 17 federaciones de comunidades
industriales de ramas y regiones y dos de los cinco presidentes del Comité Colegiado
resolvían desconocer a la dirección elegida en el Congreso y nombrar una Comisión
Reorganizadora, declarando en reorganización a Conaci y llamando a un Congreso
Nacional Extraordinario. A la conferencia de prensa en que se hizo el anuncio, asistieron
los generales Sala Orosco, ministro de Trabajo, Pedro Richter, ministro del Interior,
91
92
Este era el primer acto público de manipulación, en que asomaba la cabeza del
operativo que había trabajado secretamente desde 1972 para organizar la CTRP. Días
después, Filomeno Pasache, Presidente de la llamada Comisión Reorganizadora, no tenía
reparos en admitir que contaba con todo el apoyo del gobierno revolucionario “y en
particular del ministerio del Interior”. Tanto La Crónica, diario del gobierno cuya página
laboral pasó a ser controlada directamente por los operativos mientras un equipo editorial
hacía la apología de la “reorganización”, como La Prensa de Pedro Beltrán y El Comercio
de los Miró Quesada, aplaudieron la división.
Lo que sucedía en realidad era que los sectores procapitalistas, que habían
admitido de palabra y a duras penas el surgimiento de CONACI, retomaban el control de
la situación para manipularla y dividirla. Seguidamente todos los ministerios cerraron sus
puertas a las federaciones que no secundaban la división mientras las abrían de par en par
a los “reorganizadores”.
Esa fue la época en que el operativo que hasta ese entonces había actuado como un
aparato paralelo al Sinamos fue introducido a manera de un quiste en la institución. En
junio de 1974, y como resultado de fuertes presiones de los servicios de inteligencia y
repetidas demandas de varios ministros era destituido José Luis Alvarado, miembro del
equipo inicial y Director General de Organizaciones Laborales y eran cambiados a otras
colocaciones o subrogados, los funcionarios que lo rodeaban y que se negaron a servir de
92
93
instrumento a las nuevas orientaciones que venían del ministerio del Interior. La
desorientación cundió a otros niveles del Sinamos. Los mismos promotores que apoyaron
la creación de Conaci, los que la habían defendido dentro del Estado, eran ahora
presionados para liquidarla y hacerla trizas. Algunos se inclinaron ante las nuevas
orientaciones, pero muchos otros, fieles a la línea revolucionaria original, mantenían su
apoyo a las comunidades, arriesgando toda suerte de represalias, que iban desde la
subrogación hasta la prisión. Cabe recordar a los funcionarios y promotores de la
Segunda, Tercera, Cuarta, Novena y Undécima Oficinas Regionales del Sinamos, con
sede en Chiclayo, Huaraz, Lima, Arequipa y Tacna, respectivamente. Por su parte, los
comuneros de base rechazaron en su mayoría la intervención divisionista. Aún con todo el
apoyo de la prensa gubernamental, con el dinero procedente de los fondos reservados del
ministerio del Interior y con el respaldo de la policía, la llamada Comisión Reorganizadora
de CONACI no pudo hacer grandes avances. Poco a poco, gran parte de los mismos
trabajadores dieron las espaldas a quienes colaboraban con la división y fue generándose
una nueva corriente unitaria. Fueron días que marcaron una resistencia abnegada de los
trabajadores contra los “operativos”. Una resistencia que se realizó sin perder la confianza
en el futuro y manteniendo el diálogo con los sectores más progresistas del gobierno y la
administración pública en una lección de firmeza y madurez.
Como había sucedido en el caso anterior de la CTRP, también en éste, la lucha sin
cuartel entre derecha e izquierda, permitió marcar claramente conductas individuales de
honestidad y deshonestidad política, lealtad a los principios e inconsecuencia. En un
comienzo, con la CTRP, los operativos habían marchado secretamente y en forma paralela
al Sinamos. Esta vez actuaban abiertamente y dentro del Sinamos. El poder de estos
aparatos represivos usados para la acción política, removía personas y sometía
conciencias. En un país asolado por la desocupación y el subempleo, donde la
permanencia en el Estado es sinónimo de seguridad y bienestar si es que uno sabe
“portarse bien” y “no quemarse”, es decir si se es indiferente, incondicional y siempre
obsecuente a los grupos que se alternan en las altas posiciones y los puestos clave, es muy
fácil variar de posición de acuerdo con las orientaciones de la política gubernamental. Los
principios se convierten así en cuestión de segundo orden. En el primero está la
supervivencia. Esta rígida ley, se cumplió también en Sinamos. Ahora bien, en aquellos
momentos era posible distinguir a revolucionarios de oportunistas, aquellos que se habían
plegado al proceso porque veían en él una posibilidad positiva para el país de los que
93
94
ingresaron sólo para buscar bienestar personal. No faltaron los hombres que tenían
formación de izquierda, incluso trayectoria revolucionaria, que se plegaron a la actividad
de los operativos, llevándoles su experiencia e información política.
Pero seria injusto dejar de mencionar que, al igual que contados casos de
claudicación e inconsecuencia hubo muchos de plena honestidad, de firmeza doblemente
meritoria si se tiene en cuenta que ésta era una lucha interna, dura, pero ignorada por la
opinión pública. Cuando los diarios de circulación nacional fueron expropiados a las
familias y grupos oligárquicos en julio de 1974, la nueva prensa en proceso de
socialización empezó a jugar un papel decidido en defensa de la unidad comunera. El
establecimiento que se inició en la mayoría de los diarios contribuyó decisivamente al
reacercamiento de los trabajadores y la práctica derrota final del divisionismo en
CONACI.
94
95
Pero el MLR surgía además, como el germen del partido político de la revolución
con el que soñaban algunos militares y civiles. Un partido político popular, agresivo,
organizado paramilitarmente, obediente a las órdenes de arriba y duro con los comunistas.
Y a la vez una organización que fuese centro motor y culminación de la CR (Comisión
Reorganizadora) Conaci, la CTRP y el SERP, organismos construidos por los operativos.
Muy pronto algunos oficiales del ejército y la marina asumieron personal y directamente
el entrenamiento político y físico de los miembros de la organización cuyo grito de guerra
de ¡muerte a los comunistas! no tardó en aparecer.
Abriendo un nuevo frente que apuntaba alto, al grupo civil más comprometido con
las transformaciones, el MLR no ocultó sus intenciones de incitar al odio contra los
intelectuales y pasó a proclamar su desprecio por toda ideología. La argumentación era
simplista pero calaba en la mentalidad militar y, aún en pleno auge de la campaña,
encontró asidero y eco en cierta izquierda frívola que también alimentaba resentimientos
contra quienes contribuían a la elaboración de la ideología de la revolución por un camino
latinoamericano y autónomo. La revolución necesita, decían los simpatizantes del MLR,
95
96
Ya bajo la Jefatura del general Sala en Sinamos, que coincidió con los últimos
meses de Velasco en el poder, el MLR formaba sus células en la administración pública.
Presionados por el temor o alentados por el oportunismo, no faltaron funcionarios que se
plegaron a un movimiento que alardeaba del respaldo gubernamental y que ofrecía
amparo, ascensos y seguridad.
Pero, como deformación de las últimas etapas del proceso, el MLR fue mucho más
que todo lo descrito. No sólo fue síntoma del espíritu reaccionario que habitaba ciertas
conciencias militares, sino también expresión de la falta de cultura política, la angustia
causada por la inseguridad, el temor a la desocupación, el oportunismo que es atraído por
el poder como la mariposa por la luz, y que forman parte importante de nuestro
subdesarrollo político. Al producirse el golpe del 29 de agosto y la caída de algunos de
sus protectores en el gobierno, el MLR fue apagándose. Pero continuaron existiendo los
factores que lo hicieron posible y los elementos que lo alentaron en todos los niveles de la
administración pública, la empresa privada y el periodismo controlado por el Estado.
96
97
VI
EL LASTRE BUROCRÁTICO
Cuando los barrios pobres que envolvieron como cinturones de miseria a las
principales ciudades peruanas alcanzaron dimensiones gigantescas, y la posibilidad de una
explosión social preocupó a las clases dominantes, los gobiernos oligárquicos iniciaron el
diseño de políticas destinadas a enfrentar el problema. Con un Estado que no tenía
recursos suficientes para proveer de agua, electricidad y desagüe a varios millones de
personas, los pueblos jóvenes se vieron invadidos por varias decenas de instituciones de
ayuda de todo tipo, nacionales, extranjeras, religiosas, laicas, que iban desde la solidaridad
bien intencionada hasta la simple estafa. Desde 1968, se hizo más notoria la intervención
de las fuerzas armadas en las tareas de remodelación de calles y provisión de servicios. Al
comienzo, los oficiales del ejército encargados del asunto, carentes también ellos de los
recursos necesarios, se movieron con cierta comodidad coordinando la ayuda a los
pobladores con la Iglesia y los empresarios privados.
97
98
personales y de grupo que formaban agentes de los capitalistas, funcionarios del Estado,
comerciantes, traficantes de terrenos y aventureros políticos.
Todavía en 1970, el criterio conservador que había en la acción del Estado se
expresaba en el triángulo que era el símbolo de la Oficina de Desarrollo de los Pueblos
Jóvenes, ONDEPJOV: en los lados, el sector privado y el Estado, en la base, la población.
La ONDEPJOV dependía directamente del Primer Ministro Montagne y era administrada
por oficiales del ejército.
98
99
Una de las grandes líneas en que debía trabajar Sinamos era la de difusión de los
principios, postulados y orientaciones del Gobierno Revolucionario. Sinamos nacía
cuando casi todos los diarios de circulación nacional –con las únicas excepciones de
Expreso y La Crónica– más la televisión, estaban aún en manos privadas y eran contrarios
al proceso revolucionario. Su dirección de difusión no tenía la jerarquía burocrática que
era indispensable para responder rápida, ágil y eficazmente a las necesidades de ese
momento. Como si esto fuera poco, la nueva decisión del gobierno ponía a la Dirección
99
100
100
101
101
102
Por otra parte, Sinamos no dejó de ser también víctima del viejo centralismo
peruano. Como consecuencia de la fusión de los organismos mencionados se vio poblado
por funcionarios que no estaban comprometidos con la revolución y residían en Lima o las
capitales de departamentos. Por cada promotor social que trabajaba a nivel de base en las
áreas rurales o con las organizaciones populares urbanas, habían no menos de cinco
trabajadores de oficina que no estaban ocupados en apoyarlos sino en la misma labor
rutinaria y burocrática de siempre. Por más que dijese lo contrario, ante la gente del
pueblo, el Sinamos aparecía como una oficina más, con una burocracia tanto o más
complicada que la de los demás ministerios. El poder de la burocracia, sus
comportamientos y reflejos, no dejaban de tener efectos en todo el sistema, los promotores
que tenían a su cargo las tareas más delicadas e importantes, aquellas para las que aquél
había sido creado, ganaban los salarios más bajos y eran hombres que actuaban sin
respaldo político real en un medio frecuentemente hostil.
Parte del cerco burocrático utilizó también hábilmente las alianzas vergonzantes de
los enemigos de la revolución que unieron a una derecha retrógrada y una izquierda
inmadura. Las Juntas de Obras Públicas, por ejemplo, habían sido manejadas por los
comerciantes, los capitalistas y toda clase de grupos de poder local, los que habían
orientado el uso de los recursos del Estado en su propio beneficio. Las Juntas fueron
creadas antes de 1968 como contrapeso al centralismo limeño, pero lo habían reemplazado
por el centralismo de los comerciantes ubicados en la capital del departamento. Cuando
Sinamos empezó a reorientar los recursos públicos que habían sido concentrados en las
grandes ciudades hacia los pueblos jóvenes y las pequeñas localidades campesinas, una
ola de protesta fue desencadenada por los grupos de poder, los clubes de notables y los
cerrados círculos de las oligarquías aldeanas que, en una alianza que fue frecuente durante
los siete años de proceso revolucionario, fueron secundados por los grupos universitarios y
magisteriales del Apra y la izquierda enceguecida.
102
103
Así, por ejemplo, cuando la Liga Agraria de Arequipa se organizó sobre la base de
las comunidades campesinas de la provincia y los campesinos más pobres, causando la
pérdida del poder político de los pequeños propietarios conservadores, muchos
funcionarios del Estado emparentados con la oligarquía departamental o solidarios con
ella, concurrieron a los mítines derechistas de protesta contra el Sinamos, “en nombre del
pueblo arequipeño”. En otra ocasión, el 4 de noviembre de 1973, unos ochenta mil
campesinos cuzqueños se dieron cita en la Plaza de Armas de la vieja ciudad incaica para
dar nacimiento multitudinario a la Federación Agraria Revolucionaria Túpac Amaru con
la presencia del general Leonidas Rodríguez, Jefe del Sinamos. Fue la manifestación más
vigorosa y numerosa de que tenga noticias la antigua historia combativa del pueblo
cuzqueño. Durante dos semanas los grupos universitarios, liderados en parte por jóvenes
miembros de familias que habían sido expropiadas por la reforma agraria, estuvieron
convocando a una contramanifestación y tomaron el local de la Universidad, llamando a
una protesta popular contra la presencia del Sinamos y la organización de la nueva
Federación. Sus llamados cayeron en el vacío ante la aplastante presencia de decenas de
miles de campesinos.
Pero veinte días más tarde, la Universidad volvía a parar en apoyo del SUTEP y de
los trabajadores de Arequipa que habían sido reprimidos por las fuerzas policiales. La
Federación de Trabajadores del Cusco denegó su apoyo al paro por considerarlo
contrarrevolucionario. Al día siguiente, se produjeron enfrentamientos con la Guardia
Civil que reprimió a unos pocos manifestantes con extrema dureza, causando un muerto y
tres heridos. En respuesta, no más de cien manifestantes prendieron fuego al local del
Sinamos, una vieja casona colonial situada en la zona céntrica del Cusco, en pleno
mediodía, cuando por no ser horas de trabajo no había ningún funcionario en las oficinas.
Este suceso fue presentado después como una muestra del repudio popular contra el
Sinamos, a pesar que días antes ochenta mil campesinos lo respaldaban en la práctica.
103
104
Los ricos nacen para mandar y estos ricos son de los buenos. Ahora en cambio
dicen que hay revolución, que debemos estar contentos, pero ahora mandan los militares y
sus allegados, sólo hemos cambiado de patrón. El resto, nada ha cambiado. Nos dicen
que no hagamos política y si reclamamos por algo nos acusan de contrarrevolucionarios.
Pero los gerentes y los técnicos viven en las casas de los antiguos patrones, ganan grandes
sueldos y nos tratan peor que ellos.
Cuando Tumán se fue a la huelga, siguiendo el ejemplo de Pomalca, donde dos mil
trabajadores habían tomado el local de la cooperativa, vino la represión. Como antes. Y
los detenidos fueron a dar hasta las cárceles de Lima, sin explicación alguna. Fueron
semanas de reclamos y gestiones a todos los niveles, entrevistas, explicaciones. El 8 de
marzo de 1972 el gobierno revolucionario disponía la libertad de todos los presos y
determinaba que, desde ese momento en adelante, el gobierno retiraría los comités
estatales de administración y los dirigentes de las cooperativas serían elegidos por los
propios trabajadores en elecciones libres y mediante voto secreto. La acción de los
trabajadores había tenido un efecto inesperado. Antes, los trabajadores sólo elegían a un
porcentaje de delegados, el resto lo designaba el Estado y las cooperativas eran dirigidas
por comités de administradores estatales. La inexperiencia de los flamantes
104
105
Pero, a medida que las tierras que habían sido de gamonales pasaban al poder de
los campesinos –ya en 1972 estaban adjudicadas dos millones de hectáreas a noventa mil
familias campesinas --, el otrora gran poder de la SNA iba diluyéndose.
Cuando los promotores sociales del Sinamos empezaron a movilizarse para ayudar
a los campesinos que aún no habían recibido los beneficios de la reforma agraria, la SNA
puso el grito en el cielo. Como en los viejos tiempos, llamó a sus afiliados a impedir el
ingreso de los funcionarios del Estado a sus haciendas. Esa era la vieja práctica: cada
latifundio un pequeño país y cada hacendado el dueño y señor de la comarca ante cuyas
puertas se detenía el poder del Estado. “Son agitadores profesionales que aducen ir en
misión oficial enviados por el Sinamos”, decía en su insolente comunicado publicado por
sus periódicos adictos.
105
106
Pero los tiempos habían cambiado y los orgullosos ex dueños de vidas y haciendas
recibieron una respuesta terminante: “la prepotencia de una institución del pasado no
puede en modo alguno amedrentar ni detener a la Revolución Peruana“ , decía la respuesta
del Sinamos. A las pocas horas, la SNA era intervenida y disuelta. Simultáneamente, los
latifundistas expropiados, en complicidad con el Apra, empezaron a organizar a los
medianos propietarios, aquellos que aún no habían sido afectados o que temían serlo,
tratando de crear una fuerza social y política reaccionaria, para oponerse al avance de la
reforma y hacer cambiar de rumbo al gobierno. Pero la ley 19400, de 12 mayo de 1972,
presentada por el Sinamos y aprobada por el Consejo de Ministros, dictó las normas a
partir de las cuales la Revolución garantizaba, protegía e impulsaba la organización de los
comuneros, cooperativistas e, incluso, de los campesinos sin tierra. Durante dos años, los
activistas del Sinamos se movilizaron en todo el territorio nacional llamando a los
campesinos a organizarse en Ligas Provinciales y Federaciones Departamentales. Fue un
trabajo intenso, desarrollado contra los pequeños y medianos propietarios reaccionarios,
que se oponían a la organización, y en competencia con otros grupos de izquierda que
veían en los nuevos organismos surgidos desde las bases campesinas un rival para sus
pequeñas organizaciones.
Es necesario acercarse mucho a la realidad del agro peruano para verificar en sus
verdaderas dimensiones, el inmenso significado que tiene una organización nacional
campesina dirigida por los mismos campesinos en el Perú. Varios siglos de dominación
formaron la mentalidad de la pequeña burguesía aldeana y de los propios campesinos de
ideas hechas y prejuicios sociales trasmitidos de generación en generación. Esos
prejuicios están basados en la creencia de que el campesino es un ser inferior, vicioso,
retrasado, incapaz de manejar sus propios asuntos. Estas creencias han sido la
justificación de la presencia latifundista. Son mitos que, por contradicción, se trasmitieron
a los grupos progresistas del país durante las primeras décadas del presente siglo. Para
estos últimos, el campesino es un ser desamparado, degenerado a través de los siglos, con
un pasado glorioso, pero desgastado por la explotación y por tanto un ser que merece
protección y cariño, como un menor de edad a quien hay que salvar, guiar y educar para la
nación. Las luchas heroicas y masivas contra los hacendados han sido ignoradas y
minimizadas en nuestra historia y los grandes líderes campesinos quechuas o aimaras
siempre figuran en un segundo plano con referencia a los próceres burgueses o
aristocráticos de nuestra república. Así el campesino es, o el indio odioso, vergüenza del
106
107
país, o el pobre explotado que debe ser dirigido por otros hasta que pueda luchar por sí
mismo.
Por eso, la idea de las ligas dirigidas por campesinos y auspiciadas con atención
preferente por el gobierno fueron recibidas como una bofetada al rostro por los
ultraconservadores provincianos. Y, por otro lado, eran una amenaza a cierta izquierda
urbana, acostumbrada a dirigir a pequeños grupos de campesinos a través de sus abogados
y asesores políticos. Es frecuente encontrar así a los juristas provincianos, los artesanos y
estudiantes universitarios detentando cargos directivos de federaciones “campesinas”, so
pretexto de una falsa alianza entre el proletariado y el campesinado. Una situación
resultante de toda la etapa anterior en que los grupos revolucionarios de la pequeña
burguesía capitalina y provinciana asumieron la lucha contra los regímenes oligárquicos,
sin calar en las bases campesinas.
La nueva organización no sólo chocaba con prejuicios sino también con intereses
concretos. En algunas partes del país por ejemplo el valle de la Convención, en el Cusco,
que registró en pasadas décadas una lucha heroica y masiva de los “arrendires” contra los
latifundistas, las viejas dirigencias campesinas ya no eran en 1972 las que lucharon contra
los terratenientes en la década del 60. Dos leyes de reforma agraria (las de 1962 y 1964)
no hicieron sino sancionar legalmente la posesión de las tierras que ellos tomaron de
hecho. Pero esto se hizo manteniendo una compleja estructura social de la que sólo
desaparecieron los latifundistas. Como resultado de ello, muchos de los antiguos
dirigentes sindicales se convirtieron en pequeños y medianos propietarios con trabajadores
asalariados a su servicio, dentro de una economía rural capitalista. Y los antiguos
sindicatos se convirtieron en agrupaciones de propietarios donde los patrones eran
“dirigentes” de los campesinos que no tienen tierras.
107
108
Todos estos hechos, más la irritación que causó el proceso revolucionario en cierta
izquierda universitaria, se tradujeron en una rápida oposición a las ligas, las que fueron
acusadas de ser instrumentos del gobierno para dividir a los campesinos. Todavía en
1974, a punto de organizarse la CNA y cuando las ligas agrarias se multiplicaban por todo
el país, Vanguardia Revolucionaria, grupo político que se autodefinía marxista leninista y
tipificaba al gobierno como reformista y ligado a los intereses del imperialismo,
continuaba llamando “a luchar contra el decreto ley 19400”. En su IV Congreso, una de
las tres confederaciones campesinas bajo la influencia de VR, denunciaba que “a espaldas
de las masas, autoritariamente, con confusionismo, mercenarismo y manipulación,
Sinamos avanza en su penetración del movimiento campesino organizando ligas y
federaciones agrarias burocráticamente, buscando arrastrar al campesinado tras la
burguesía y tratando de frenar la alianza obrero- campesina”. Mientras tanto, otra de las
confederaciones campesinas, la controlada por “Bandera Roja”, una de las facciones del
sedicente “maoísmo” peruano, sostenía en 1976 que las ligas forman parte de una ofensiva
corporativista y anticampesina y que tanto las ligas como la CNA son organizaciones “de
108
109
campesinos y gamonales juntos bajo el control directo del Estado, para así explotar más a
los campesinos y para que éstos no luchen contra sus enemigos de clase”.
Estos pequeños grupos se negaban a admitir que por primera vez, las masas
campesinas peruanas eran un hecho presente en la política del país. Antes habían sido un
sector marginal, sin presencia de conjunto, excepto la que realizaban a través de sus
parciales luchas por la tierra, que eran heroicas y masivas, pero se extinguían por estar
aisladas y sin conexión a nivel nacional. Esta vez, sobre las cenizas del latifundismo,
nacía una organización de dimensión nacional para influir sobre el poder político.
109
110
La CNA fue la segunda gran organización popular que surgió como resultado
directo del proceso revolucionario. Haber nacido en el medio campesino, tener grandes
dimensiones y cubrir extensas zonas de nuestro territorio hizo difícil que fuese controlada
o dividida por los operativos que escindieron a la CONACI. Pero su existencia no dejó de
despertar desde el primer momento dudas y temores, en ciertas mentalidades militares.
Admitir al pueblo como interlocutor fuerte, organizado, capaz de presionar por nuevas
decisiones y de discutir con coherencia, choca con la formación militar hecha para mandar
sin discusión. CONACI surgió a pesar de una ley que no prescribía en ningún artículo una
organización nacional de las comunidades industriales. La CNA fue formada en
cumplimiento de una ley del propio gobierno revolucionario. Pero ambas nacieron con el
apoyo de grupos reducidos del gobierno, casi como hijos tolerados pero no deseados. En
el medio militar eran frecuentes las observaciones acerca del excesivo poder que se estaba
dando a los campesinos: “¿qué sucedería si la CNA se vuelve contra nosotros?” Y es que,
como cualquier otra burocracia, gran parte de la burocracia civil y militar peruana aspira,
en el mejor de los casos, a una organización popular controlada.
110
111
trabajadores. A menudo, resultaba que habían llenado el vacío dejado por el patrón
repitiendo sus caracteres negativos y eliminando los positivos. Bajo el patrón, el
campesino podía recurrir a una persona, la del patrón, y éste decidía y determinaba su
suerte, para bien o para mal. Bajo los administradores del Estado, tenía que recurrir a una
maquinaria impersonal, indeterminada, donde no se sabe quién decide. Esto hacía crecer
el descontento, y cundían las protestas frente a las cuales, los administradores y
coordinadores civiles y militares respondían con acusaciones de agitación o con represión
como en los viejos tiempos.
111
112
producción, donde los técnicos deciden por sí y ante sí lo que debe hacerse y el trabajador
queda relegado al papel de obediente como pieza de una maquinaria que no entiende y con
la que no se siente identificado.
Por otro lado y debido a que, por la escasez de tierras, la reforma agraria solo
benefició a una parte de campesinos, teniendo las cooperativas azucareras por ejemplo las
tierras y cultivos más rentables, una minoría de campesinos disfrutaba de los mejores
ingresos, de los cuales era marginada la mayoría. Las cooperativas resultaron una forma
de propiedad privada de grupo en que los trabajadores seguían respondiendo a reflejos
creados por una sociedad basada en el consumo egoísta de bienes individuales. El
trabajador exige y logra salarios más altos. Su poder adquisitivo aumenta. Él puede ahora
comprar aquellas cosas que usaban los patrones y que antes estaban fuera de su alcance.
Aquellas cosas que deseó y con las cuales soñó. ¿Y quién podría negar el derecho que él
también tiene a disfrutar lo que usan las clases medias urbanas? Pero mientras tanto, el
comercio capitalista encontraba un mercado nuevo y con sed de consumo. Antes que
viviendas adecuadas, escuelas, hospitales y servicios sociales, había televisores, equipos
de sonido, consumo de bebidas alcohólicas, dinero constante y sonante. Los trabajadores
querían ganar más y consumir más. La presión por mejores salarios hacía descuidar las
inversiones de las empresas a largo plazo. Una suerte de sed largamente contenida,
mezclada con cierta inseguridad frente al futuro, llevaba a consumir ya mismo sin pensar
en el mañana. Y así una buena parte de la renta generada por el trabajo de las empresas
tornaba a los comerciantes, enriqueciéndolos. Por este camino, la renta generada no iba al
conjunto social sino a los sectores capitalistas supérstites mientras los campesinos sin
tierra seguían en la miseria. Las grandes cooperativas poseían maquinarias, créditos y
posibilidades de comercialización. Las pequeñas cooperativas vivían en la angustia y la
pobreza, dependiendo de los tardíos créditos estatales. En cada cooperativa se formaban
pequeños grupos que concentraban casi todo el poder de de decisión. Los trabajadores de
las bases veían cómo se decidía en su nombre. Crecía la decepción y la indiferencia
respecto de una empresa que no sentían como suya, por más que la propaganda
gubernamental dijera lo contrario. Esta falta de interés fue reflejándose en la disminución
de los horarios de trabajo, la indisciplina, el desgano. Empezaron a aparecer las pequeñas
parcelas cultivadas por cada campesino con más cuidado que las tierras cooperativas, en la
búsqueda de mayores ingresos que la cooperativa no podía proporcionar por su baja
productividad.
112
113
113
114
A todo lo dicho, podría añadirse mucho más, porque la acción del Sinamos cubrió
muchas áreas importantes y decisivas.
114
115
El primer acto del gobierno después de 1968, en relación con la Universidad, fue
un grave error técnico y político, producto de la influencia de maestros conservadores
sobre la mentalidad autoritaria de algunos militares: la ley 17437 que trataba de
transplantar mecánicamente a universidades masificadas, politizadas y en explosivo
crecimiento los sistemas y métodos de enseñanza eficientes y apolíticos de los países
capitalistas desarrollados. Entre otros dispositivos, la ley limitaba al mínimo la
organización de los estudiantes y convertía al tradicional cogobierno docente – estudiantil
en una ficción. Las protestas de los estudiantes fueron reprimidas y el movimiento
estudiantil se atrincheró en una irreductible oposición de izquierda. Posteriormente, el
gobierno corrigió estos dispositivos y restauró los derechos estudiantiles en la nueva Ley
de Educación. Convocó a una Comisión Estatutaria Nacional elegida por autoridades,
docentes y alumnos de todas las universidades, la que presentó un Estatuto inaplicable que
el gobierno se abstuvo de aprobar. Todo ello acrecentó el estado de crisis y confusión en
las universidades.
Y sería muy largo detallar los miles de grandes y pequeñas tareas en que Sinamos
estuvo presente a lo largo de esos años.
115
116
comunistas. Para quienes querían sólo manipulación, era una institución ineficaz porque
se negaba a usar al pueblo como instrumento del poder personal de algunos ministros.
Para los campesinos y trabajadores industriales, Sinamos era una esperanza y un canal de
diálogo con el gobierno. Para la mayoría de los dirigentes estudiantiles universitarios, era
la “Gestapo” del régimen, el organismo a través del cual éste implementaba su proyecto
supuestamente corporativo.
La verdad era que, como hemos expuesto y quedó demostrado después, las
tendencias que practicaban métodos autoritarios, manipulatorios y vedados, no se movían
a partir del Sinamos sino contra él, porque estimaban que era su primer objetivo a capturar
o destruir. Casi al empezar, Sinamos albergó a uno de los grupos ideológicos más
homogéneos y comprometidos del proceso revolucionario, el que se sumó a la labor que
ya venían desarrollando los equipos que trabajaban en reforma agraria, política minera,
relaciones exteriores y planificación. Ese grupo fue el laboratorio donde se empezó a dar
forma a gran parte de las ideas del proceso.
116
117
117
118
VII
118
119
119
120
agrarias estaban lejos de ser modelos de participación. Antes bien, eran una institución
que ya no correspondía a las nuevas realidades que la propia revolución fue creando. La
cogestión en las empresas industriales fue abiertamente saboteada por los capitalistas y el
gobierno de Morales Bermúdez la convirtió en una imitación del accionariado difundido;
el de Belaunde la desapareció. Las empresas fabriles administradas por los trabajadores
quedaron en triste situación, boicoteadas por funcionarios estatales partidarios de la
inversión privada y bajo la permanente amenaza de jueces venales. En las comunidades
mineras y pesqueras no existió nunca una participación real. Los comités vecinales
languidecieron por falta de apoyo del Estado para después ser manipulados y desaparecer.
Al no contar con la participación de las organizaciones populares los consejos educativos
comunales quedaron en manos de funcionarios del Estado o de organizaciones
conservadoras como los “leones” o “rotarios”. Y muchos de los nuevos sindicatos no
lograron superar su primera infancia o cayeron bajo la tutela de funcionarios públicos o de
activistas de los partidos políticos reformistas.
Durante los siete años de Velasco, debido a la efervescencia que vivía el país, y al
avance del proceso revolucionario, éste era un movimiento lanzado, a pesar de todas las
dificultades, hacia el poder real. Los cooperativistas empezaron a debatir los problemas
de la producción, aprendieron a manejar recursos, a planificar, incluso a administrar zonas
del territorio nacional. En muchas empresas los trabajadores y sus delegados aprendieron
a vivir sin la tutela del patrón o en contradicción con la tutela del Estado. Mientras existió
la cogestión en las empresas de propiedad privada reformada, los trabajadores lucharon
por el acceso a los “misterios” de la contabilidad capitalista, tan celosamente guardados
durante años y años de explotación por las clases dominantes. Muchos comités vecinales
empezaron a plantear su participación en los gobiernos locales, mientras otros la ejercían
en la práctica. En las postrimerías de los primeros siete años del proceso peruano, ya era
inminente el reemplazo de la vieja institución municipal, gobierno local de personas
“notables” heredado desde la colonia, por gobiernos locales de carácter popular.
120
121
puede ser descrito como una progresiva acción de tenazas contra la vieja estructura
oligárquica: por arriba, las fuerzas armadas desalojaban del poder a las clases dominantes;
por abajo, se movilizaba el nuevo y ascendente poder popular.
El ascenso de esta marea popular en condiciones tensas, pero pacíficas, sin generar
una reacción violenta de las clases dominantes, era posible porque las fuerzas armadas
actuaron como protectoras vigilantes del nuevo curso mientras éste se realizaba. Con su
presencia, ellas desalentaban cualquier oposición abierta. Sin embargo, no dejaron de
ejercer un doble papel: disuadían a los enemigos del movimiento popular que crecía bajo
su protección, pero al mismo tiempo trataban de ponerlo bajo su control, cuando no lo
controlaban realmente a través de incontables organismos del Estado. Mientras estuvieron
dirigidas en parte por oficiales revolucionarios, las fuerzas armadas asumieron de hecho la
orientación y dirección del proceso, a la vez que estimulaban y fiscalizaban a las
organizaciones populares. Es decir, cumplieron en cierta manera el rol que corresponde a
los partidos políticos revolucionarios cuando toman el poder e inician la transformación de
la sociedad.
121
122
La socialización de lo político
Para que esta estrategia pudiese cumplirse había que llenar un primer requisito: las
grandes organizaciones de base debían hacer política. En las sociedades dominadas, el
pueblo es apartado de la política por las clases opresoras. Esta es inalcanzable para las
gentes sencillas o está desprestigiada porque se la identifica con los malos manejos de los
políticos profesionales. Pero sólo representantes de las clases dominantes la ejercían
mayoritariamente en el Parlamento, el ejército, la administración pública y los partidos
burgueses. Por su parte, y porque viven en una sociedad de dominación, los trabajadores
no tenían acceso a los conocimientos ni las técnicas de interpretación necesarias para
explicarse las razones de su estado de marginación y la posibilidad y necesidad de
cambiarlo. En muchas sociedades capitalistas, particularmente en las subdesarrolladas,
son hombres de los grupos medios instruidos o los trabajadores más avanzados, quienes se
organizan por su cuenta para llevar a cabo una lucha política con el fin de transformar tal
estado de cosas. En ese caso, la prédica que hacen los revolucionarios precede a la lucha
por el poder o marcha con ella. En el caso peruano, la conciencia popular se incrementaba
además como consecuencia del ejercicio del poder, allí donde éste era ejercido parcial o
122
123
totalmente por las organizaciones populares. Para lograr que esta toma de conciencia que
se iniciaba en los grupos dirigentes, se expandiese y abarcase a capas más numerosas de la
población, no sólo había que dar más poder al pueblo. Eso se iba logrando con el avance
de la revolución en la expropiación de los medios de producción y su transferencia al
pueblo. El ejercicio de la política también debía ser expropiado a las clases dominantes
para ser transferido a las organizaciones populares.
Partido o Participación
El papel del partido en las revoluciones se presta para conclusiones que tienen una
premisa de enorme peso argumental: dentro de cada uno de los procesos revolucionarios
contemporáneos ha existido siempre el partido como la organización que ha permitido
nuclear a los elementos transformadores de la sociedad, encuadrarlos casi militarmente,
detrás de un equipo dirigente y un programa. Así, el partido ha sido un instrumento
aparentemente insustituible para tomar el poder político y mantenerlo a todo trance en las
etapas más duras de reacción contrarrevolucionaria.
123
124
Es claro que no todas las revoluciones fueron iniciadas por partidos sino por
diversos tipos de organización, incluidos los ejércitos revolucionarios o las guerrillas que
emprendieron, como en Cuba y ciertos países de Asia y África, la lucha militar contra el
poder opresor. Y por otro lado suman decenas los ejemplos de partidos reformistas que,
antes que instrumentos para la toma del poder se convirtieron en moderadores o
apaciguadores de las tendencias radicales, interlocutores más o menos pacíficos de las
clases y grupos dominantes y, en general, en instituciones que forman parte del sistema:
La presencia de un partido no es de por sí garantía del triunfo sin otras condiciones
externas o internas que favorezcan o precipiten su victoria. ¿Habría sido el partido de la
revolución peruana acelerador de ésta u obstáculo para sus cambios más profundos y
duraderos? ¿Podría ser un partido en las condiciones que se dieron en el Perú entre 1968 y
1975, impulsor de nuevas transformaciones o más bien precipitante de la acción
contrarrevolucionaria que operó sorda pero activamente a todo nivel?
Es muy grande aún el atraso de nuestro país y, por tanto, un gran bagaje de
conocimientos y técnicas políticas continúa concentrado en el poder de los grupos medios
ilustrados de izquierda y derecha. Algunos grupos y partidos de izquierda jugaron un
papel positivo en la lucha por nuestra liberación nacional, pero continuaban siendo
minoritarios y estaban aislados de las mayorías nacionales. Los nuevos sectores ganados
por la revolución, a pesar de su dinamismo y entusiasmo, no habían ingresado a una alta
conciencia política. En esas condiciones no eran muchos los cuadros revolucionarios
militantes con quienes se podía contar en cada centro de trabajo. La aparición de una
organización partidaria de tipo tradicional obligaba a agrupar en células, núcleos, comités
u organismos similares, a trabajadores de fábricas, residentes de barrios, artesanos,
empleados, pequeños propietarios, cooperativistas y comuneros, campesinos, estudiantes,
intelectuales, etc., indistintamente. Organizados fuera de sus centros de trabajo, estudio o
residencia, el resultado hubiese sido extraer su actividad fuera de la base popular. Lo que
en otros momentos históricos cuando se lucha subterráneamente o bordeando la legalidad
para tomar el poder, es positivo o en todo caso inevitable, en el Perú de 1968-75 equivalía
a tomar un desvío. Este nucleamiento heterogéneo habría divorciado a cada militante de
su actividad real, convirtiendo la vida política del pueblo en una ilusión: los miembros de
cada núcleo no podrían opinar con conocimiento acerca de problemas que ellos no vivían.
En la pretensión de orientar y dar directivas se habrían convertido pronto en portavoces de
la verdad del partido ante las bases populares; pero no podrían ser portadores de la verdad
124
125
de las bases ante el partido. Y en los momentos que vivía el Perú, nada podía reemplazar
la riquísima y renovada experiencia que estaban haciendo cientos de miles de personas a
partir de las tareas de la revolución.
125
126
como a los mandos claves de las fuerzas armadas. Pero eso lo obligaba también a ajustar
aquí y conceder allá, en el lógico afán de mantener la coexistencia de todas las tendencias
mientras la revolución avanzaba. Por eso, como quedó demostrado en los varios intentos
de organización política que se hicieron en el trascurso de 1968 a 1975, cada uno de ellos
reflejó el estado de evolución y la correlación que existía entre las fuerzas que operaron en
el poder o cerca de él en cada uno de los momentos del proceso revolucionario.
Con un gran partido oficial, este fenómeno se habría reproducido muchas veces.
Los prefectos, subprefectos, alcaldes y gobernadores, los miembros de prominentes
círculos adinerados cercanos al poder en el gobierno y las provincias, los integrantes de
mafias sindicales, se apresurarían a afiliarse a una organización gobiernista para disfrutar
de los favores oficiales. Mientras tanto, en las alturas, los intereses de los trabajadores se
verían disminuidos hasta quedar reducidos a pequeños puntos de referencia en el gran
juego de las concesiones que siempre se realizan para mantener el equilibrio de todo
gobierno donde la cuestión del poder no se ha decidido aún entre la revolución y el
conservadorismo. La lucha ideológica en el seno de tal organización iba a ser emprendida
en las peores condiciones por una izquierda que tampoco había evolucionado lo suficiente
en unidad, en comprensión del proceso en que estaba inmersa, madurez para sopesar las
dificultades y experiencia para sortearlas. El camino más probable para tal organización
era el confusionismo, cuando no la derrota de las mejores fuerzas del proceso bajo el peso
del conservadorismo.
126
127
Fueron muchas las objeciones que surgieron contra estos planteamientos. Se dijo
que era utópico e innecesario construir la nueva sociedad desde hoy. Si la revolución era
acosada, si los organismos de inteligencia del imperialismo, en coordinación con el Apra y
otros elementos de la derecha, actuaban contra el proceso revolucionario, había que
organizarse de una buena vez y no dar oídos a los “teóricos” que insistían en tratar de
hacer realidad una imagen que correspondía a un futuro lejano pero no a las urgencias del
momento. Ahora, había que asegurar el poder. Después, vendría la participación de las
organizaciones en el poder consolidado.
Era cierto que la defensa de lo hecho imponía tareas urgentes y que, como todas las
revoluciones, la nuestra debía quemar etapas. Pero ello planteaba la acción política
directa, sin intermediarios, de las organizaciones, bajo la dirección de sus militantes más
lúcidos, aunque no todos sus miembros hubiesen alcanzado un alto grado de madurez
política. Eso permitía a las organizaciones jugar un rol de primera línea en defensa de la
revolución, a sus dirigentes entrenarse en estas tareas y ganar respaldo de sus bases y, en
general, contribuía a hacer aún más fuerte y masivo el proceso social.
127
128
En el Perú partíamos de lo que en otras partes del mundo era todavía un objetivo
más o menos lejano. Aquí, gran parte de los medios de producción ya estaban en poder
del Estado y de los trabajadores. Era posible crear las bases de la nueva sociedad en la
conciencia de los hombres sin postergar el cumplimiento de una tarea tan importante y
decisiva hacia un futuro indeterminado. ¿Qué razón podía existir para subestimar a las
numerosas organizaciones creadas por la revolución y apartar de su seno lo más
importante del tema político, encerrándolo en la jurisdicción y el ámbito de los militantes
partidarios? ¿Por qué perder todo lo que se había avanzado en la organización y
educación de los cuadros populares en vez de incrementar este movimiento volcando la
actividad política hacia el interior de las organizaciones? La revolución peruana había
proclamado su decisión de edificar una sociedad participativa. Ése era su compromiso con
el país. Y las democracias socialistas de carácter participativo no pueden construirse
mediante aparatos que no son participativos.
128
129
Partido y mística
129
130
Existió por la revolución y por ciertos hombres del proceso, particularmente los
generales Velasco, Rodríguez y Fernández Maldonado, una mezcla de respeto, afecto y
expectativa popular. El poder del aparato del estado no es suficiente para explicar por qué
la revolución peruana reunió a lo largo de siete años las manifestaciones populares más
numerosas de toda nuestra historia republicana ni por qué, cuando el general Velasco fue
víctima de un aneurisma fulminante, más de doscientos mil limeños de los barrios
populares se movilizaron en horas, en una inmensa manifestación de solidaridad que
abarcó 45 cuadras de una de las avenidas más amplias de la capital. Los mítines
convocados por la revolución, con notoria ausencia de una clase media que jamás salió a
las calles a aplaudir ninguna de sus medidas, contaron con la presencia masiva de lo más
característico del pueblo peruano. Todo esto constituía un indiscutible caudal de simpatía
popular. Pero la adhesión no era dada gratuitamente. Detrás de cada presencia popular
estaba una demanda, de mejores servicios, de más justicia social, de mayor rapidez en los
trámites administrativos. El pueblo peruano no se entregaba ciegamente. Lo del Perú no
era una revolución populista, no podía serlo, puesto que el país no atravesaba por una
época de prosperidad y era poco lo que podía repartirse a las masas en concesiones
inmediatas o reivindicaciones salariales. La revolución repartía la propiedad de los
medios de producción a grandes grupos sociales, es decir daba poder y capacidad de
decisión, al tiempo que prometía un futuro justo y libre sobre la base del esfuerzo propio.
Todo eso a masas que quizás hubiesen preferido un buen gobierno populista que se
conformase con otorgar salarios más altos y obligar a los capitalistas a conceder mejores
condiciones de trabajo, aunque nadie discutiese el derecho de los latifundistas a ser
propietarios de la tierra y de los industriales a ser dueños de las fábricas. El Perú ganaba
como país con cada banco nacionalizado, con cada paso adelante en el control estatal del
130
131
comercio exterior, con cada recurso natural que era rescatado de manos imperiales. Pero
esas conquistas no se podían reflejar de inmediato en el nivel de vida popular y aunque el
pueblo intuía que la revolución marchaba a su favor, presionaba sobre el gobierno, guiado
por su insatisfacción o empujado por sus expectativas. Este desnivel entre las
expectativas inmediatas y la batalla que liberaba la revolución por la reconquista de los
derechos nacionales en el vértice mismo de la contingencia con el imperialismo no es, sin
embargo, una novedad: el fenómeno ha sido vivido por otras revoluciones
latinoamericanas y el ejemplo histórico más reciente era el de Allende. El partido podía
ser un buen instrumento a ser usado como una red de difusión a través de la cual llegasen
explicaciones a las masas sobre lo que estaba aconteciendo, pero no podía solucionar una
contradicción que sólo podía ser conducir hacia una entrega total del poder a un pueblo
preparado para ello a través de un entrenamiento constante en la adopción de decisiones y
no en una política simplemente seguidista del gobierno. La falta de mística sólo podía ser
remediada si las masas hacían la revolución y la consideraban como suya. Ningún aparato
político, por eficiente que fuese, podía fabricar una mística, un fervor, que es consecuencia
de la percepción de lo que cuesta en esfuerzo cada conquista.
¿Significaba todo esto que había que ser enemigo de toda organización? Sólo
quienes estaban interesados en confundir los términos podían argüir que el no al partido
era una negativa a cualquier intento o forma de organización popular. Se trataba de
cerrarle el paso a la tentación de estructurar un gran aparato burocrático, aislado de los
trabajadores de base, precisamente porque se defendía la organización popular. El partido
es una de las formas, no la única, de organización política y la revolución debía buscar la
forma más adecuada al momento que vivía y a los fines que se había propuesto.
131
132
que empezar por la organización del pueblo. No se trataba de construir una organización
política apartada de las bases, sino de lograr que las grandes organizaciones del pueblo
actuasen políticamente de acuerdo a los intereses históricos de éste coordinadando con la
dirección revolucionaria del proceso, ejercida por los oficiales progresistas de las fuerzas
armadas y a favor de la liberación total del país.
Resulta obvio que los trabajadores más comprometidos con la posición política e
ideológica de la revolución no podían actuar dispersos, perdidos en un mar humano y
aplicando la mejor orientación política que encontrasen pudiesen. Los militantes de la
revolución debían entonces articular su acción, organizarse, pero no debían hacerlo a
espaldas de las organizaciones de base. Su primera obligación era trabajar dentro de ellas
para generar un gran movimiento popular desde la base, como respuesta a las necesidades
inmediatas de defensa, y como planteamiento de largo plazo. Todo ello suponía el
surgimiento de una organización política de nuevo tipo, adecuada a las circunstancias que
vivía el país y a los objetivos que proclamaba la revolución. Se trataba de hacer una
organización, no de generar una nueva burocracia.
Producidas las variaciones en la orientación del gobierno peruano que se
sacudieron a todo lo largo de 1976, la cuestión de la organización política revolucionaria
volvió a cambiar de faz. Paralizado, detenido o derrotado el proceso, se cerraron las vías
constructivas hacia el futuro y el país retornó a la política tradicional a partir de 1980 con
el Presidente Belaunde, previo el paréntesis dictatorial de Morales Bermúdez entre 1975 –
1980.
132
133
VIII
Recién llegado al poder, el gobierno de Velasco tuvo que hacer frente a un difícil
trance: la administración de Belaúnde había dejado 3 mil 750 millones de soles de déficit
presupuestal y 737 millones de dólares en deuda externa, Estados Unidos nos amenazaba
con no comprarnos más azúcar y presionaba para que nos cierren los créditos en los
organismos financieros internacionales, y no teníamos dinero para pagar las
amortizaciones de la deuda. Era necesario refinanciarla, pero los acreedores exigían como
condición la entrega de los riquísimos yacimientos de cobre de Cuajone. Promulgada la
ley de reforma agraria, en plena expropiación los latifundios costeños en que las empresas
norteamericanas tenían un 70% de acciones, y luego de haber hecho esfuerzos para buscar
otras fuentes de financiación, el nuevo gobierno no tuvo más remedio que firmar el
contrato de Cuajone con una subsidiaria de la American Smelting, causando la sorpresa y
el desaliento de los sectores nacionalistas que habían respaldado con entusiasmo la
nacionalización de la International Petroleum Company y el inicio de la reforma agraria.
Poco después de la firma del contrato, se estableció que sólo el Estado refinaría y
comercializaría el cobre de Cuajone y se inició una política minera nacionalista de grandes
alcances. El proceso revolucionario siguió abriéndose paso mediante la continuación de la
reforma agraria, la reforma de las empresas capitalistas, las nacionalizaciones del
comercio exterior, los bancos más importantes, la industria pesquera, las
telecomunicaciones y otras empresas mineras como la Cerro de Pasco Corp. y la Marcona
Mining.
133
134
que los militares peruanos no perdían ocasión en reiterar su no comunismo. Y demás, las
urgencias peruanas de capital no podían ser satisfechas en plazos cortos debido a la
rigurosa planificación existente en esos países. Por otro lado, el Perú es apenas un
pequeño punto perdido en el mapa del mundo y por estar dentro del área de influencia de
los Estados Unidos carecía de la prioridad que tenía el Medio Oriente, Asia o Africa, para
la Unión Soviética o la República Popular China. Así, prisionero de su propio equilibrio
de fuerzas internas y sujeto a los condicionamientos exteriores, el régimen peruano osciló
mucho tiempo, casi indefenso, entre los dos grandes polos de poder económico del mundo
contemporáneo.
134
135
▪ 1964: 250
▪ 1968: 737
▪ 1975: 3,066
▪ 1980: 6,046
▪ 1984: 9,755
▪ 1989: 14,000
▪ De los 14,000 millones de deuda externa a 1989, el gobierno de 1968—1975
solo es responsable de 2,329 millones.
135
136
Y así, obligados por las circunstancias, empezamos a armar una bomba de tiempo
que, tarde o temprano, haría explosión. A la deuda de Belaunde empezó a sumarse la de
los nuevos proyectos del gobierno revolucionario. Los inestables precios de nuestros
productos de exportación empezaron a subir, los acreedores internacionales accedieron a
refinanciar las obligaciones de años anteriores y un clima de seguridad, estabilidad y
confianza se expandió. A ello se sumó el descubrimiento de petróleo en la Amazonía que
hizo pensar a muchos que nuestros bosques nororientales nadan sobre un lago de oro
negro. Todo eran inversiones, un futuro próspero e independiente sobre la base de
nuevos ministerios, orden, y siempre el anuncio del gran esfuerzo nacional que acaba de
iniciarse.
136
137
PRESIDENCIA INCIDENCIA DE
LA POBREZA AL
TÉRMINO DE LA
GESTIÓN (%)
Manuel Odría 1948 – 1956 26.6
Manuel Prado Segundo 21.6
gobierno 1956 – 1962
Junta Militar 1962 – 1963 21.2
Belaunde primer gobierno 20.2
1963 – 1968
Velasco 1968 – 1975 17.4
Morales Bermúdez 1975 – 27.5
1980
Belaunde segundo gobierno 40.2
1980 – 1985
García primer gobierno 1985 -- 53.9
1990
Fujimori primer gobierno 48.7
1990 -- 1995
Fujimori segundo gobierno 52.1
1995 – 2000
Alberto Paniagua 2000 – 2001 54.3
Toledo 2001 – 2005 48.2
Durante el año 2009, el exdirector del INEI Farid Matuk, publicó en el diario La
República de Lima esta tabla en que se aprecia el nivel de pobreza que dejó a irse
cada uno de los gobiernos del Perú. Se puede apreciar que mientras Velasco dejó
la pobreza en 17.4%, ésta subió hasta más del 52% después de las posteriores
administraciones.
Datos elaborados por Farid Matuk, exdirector del Instituto Nacional de Estadística e
Informática INEI y pubicados en el diario La República de Lima en 2009 a propósito
de un debate sobre la medición de la pobreza en el Perú
137
138
Sin embargo, el nivel de las aguas no cesó de subir, hasta que al final alcanzó
marcas peligrosas. En 1971 debíamos 997millones de dólares. En enero de 1972
obtuvimos una nueva refinanciación, esta vez de la deuda de los dos años anteriores. En
diciembre de de 1973, el nivel seguía subiendo, pero aún había seguridad y optimismo: el
general Morales Bermúdez quien, como ministro de economía, manejó las finanzas del
país durante el gobierno de Velasco, anunciaba un superávit de 40 millones en la balanza
de pagos, un ingreso de 967 millones de dólares por exportaciones y reservas monetarias
netas de 564 millones.
Pero treinta días antes, en noviembre de ese mismo año, el mismo ministro
Morales Bermúdez había anunciado que la deuda se había incrementado en un 23%,
ascendiendo a 3,050 millones de dólares. Dos años después, a fines de 1975 nuestro
déficit en la balanza de cuenta corriente con el exterior llegaba a 1,600 millones de dólares
y la brecha externa de la balanza de pagos, pese al extraordinario ingreso de créditos e
inversión extranjera, alcanzó a 430 millones. No teníamos dinero para pagar nuestras
deudas ni para amortizarlas y las bóvedas del Banco Central estaban vacías de dólares.
Las divisas y las ilusiones se habían esfumado. O los economistas calcularon mal o hubo
factores que escaparon a sus cálculos. Ambas cosas, como veremos más adelante.
El factor principal para ello fue el poco aumento en el impuesto a la renta, las
tradicionales exoneraciones para incrementar la inversión privada que no hicieron sino
acentuar una estructura de producción inadecuada para el país. Se ampliaron las fábricas
existentes de cerveza y se construyeron dos más, pero no se amplió la capacidad de
producción lechera. No se hizo esfuerzos para reestructurar el aparato productivo ni se
138
139
estimuló una tecnología adecuada para el país. Esta ortodoxa política tributaria tampoco
buscó la redistribución del ingreso.
El gasto público fue financiado en gran parte por bonos, con el asentimiento del
Fondo Monetario y el Banco Mundial. Pero esos bonos emitidos por el tesoro eran
comprados por el propio gobierno. El Banco de la Nación llegó a adquirir de 297 millones
en 1970 a 7,200 millones en 1972, un tercio de lo emitido. Todo ello condujo a un
exorbitante servicio de la deuda interna – 15% de los ingresos corrientes-- que, sumado al
servicio de la deuda externa representaba el 27% de dichos ingresos. Con este expediente,
lo único que se logró fue diferir los problemas fiscales de 1971/72 para 1974/75 con un
costo económico muy alto, pues se llegó incluso a pagar la deuda emitiendo más bonos:
las deudas se pagaron con más deudas.
Durante parte de los primeros tiempos del proceso revolucionario, tuvimos vecinos
confiables. Es cierto que la expansionista dictadura brasileña nos amenazaba desde el
Este, pero el gobierno chileno era socialista, el boliviano progresista y el ecuatoriano
moderadamente nacionalista. Un poco más lejos, mirábamos con simpatía la evolución
de nuestros amigos argentinos hacia la izquierda. La historia de esta parte de nuestro
139
140
No pasó mucho tiempo antes de que nuestros vecinos del sur se moviesen en
sospechosas intrigas. Mientras la prensa reaccionaria norteamericana denunciaba el
supuesto comunismo del régimen peruano, los diarios de Santiago adoptaron una
agresividad cada vez mayor. Empezaron los contactos entre Bánzer y Pinochet. Luego de
muchos años de ruptura y hielo, Bolivia y Chile reanudaron relaciones. El gobierno
boliviano pidió al de Chile que concediese una salida al mar. Santiago respondió que sí,
en forma de un corredor por el territorio de Arica, que perteneció al Perú antes de la
trágica guerra de 1879. Se había creado un clima de tensión entre los tres vecinos en torno
a un problema que actualizaba viejas rencillas y removía heridas aún no cerradas. Chile
empezó a armarse. Mientras desplegaba su diplomacia, el Perú tuvo que poner al día sus
armamentos para equiparar la potencia bélica chilena.
De esta manera, las compras de armamentos se sumaron a los gastos en los grandes
proyectos nacionales que el Perú no podía detener so pena de renunciar a su propio
despegue económico. Un nuevo peso sobre la balanza de pagos. Y, mientras tanto, los
Estados Unidos lograban un doble objetivo: el apoyo al antipopular régimen de Pinochet y
la presión indirecta sobre el gobierno peruano para que distraiga su atención hacia la
defensa nacional; se había creado condiciones para la debacle económica del régimen
peruano.
140
141
Pero era mucho el tiempo que se había perdido. El Perú debió importar cantidades
cada vez más grandes de carne, trigo, leche, arroz, etc, a diversos países del mundo entre
ellos los Estados Unidos. Compramos carne de Guatemala, Nueva Zelandia, Costa Rica y
Argentina. Arroz al Ecuador. Trigo a los Estados Unidos, Canadá y Argentina.
Elementos para hacer leche reconstituida, a Holanda. Cada vez producíamos un
porcentaje menor de lo que consumimos y pagábamos un tributo cada vez más alto a las
grandes potencias por alimentos.
141
142
subsidió parte importante de los alimentos e impidió un alza mayor del costo de vida. En
1975, el Estado pagaba casi la tercera parte del valor de cada kilo de arroz, y de trigo, casi
la mitad del kilo de harina, la tercera parte de cada pan y cada botella de aceite doméstico.
Durante varios años, el pueblo disfrutó de un costo de vida artificialmente bajo en relación
en relación con el de otros países de América Latina, cuyos gobiernos no titubearon en
descargar el peso de la inflación sobre sus respectivos pueblos.
Por otro lado, era casi imposible atacar con firmeza la especulación con los
alimentos, que, a pesar de los controles estatales, llegaban de todas maneras a precios altos
a los mercados urbanos, por la actividad especulativa de miles de intermediarios que
pululaban entre los polos de producción y consumo. Transformar una intrincada red de
comercialización capitalista interna era difícil. El Estado añadió un nuevo intermediario:
EPSA, la empresa pública de comercialización de alimentos, que no alteró, en lo
sustancial la relación comercial desfavorable a los campesinos. Había insatisfacción y
desagrado, tanto entre los productores agrarios como entre los consumidores urbanos.
142
143
una financiación lenta y una ayuda técnica defectuosa. La indignación de los campesinos
aumentaba hasta el punto de que algunos grupos llegaban a añorar incluso los tiempos de
la explotación de los patrones que era más inhumana pero menos complicada y más fácil
de entender. El rechazo a las complejidades y misterios del nuevo sistema los llevó a
afianzar en muchos casos una actitud más bien conservadora.
De todos modos, en la ciudad el pueblo tenía pocos y caros alimentos, mientras los
grupos sociales medios y altos podían pagarlos sin mayores problemas y continuaban
manteniéndose como los primeros consumidores de carnes, legumbres y frutas en el país.
Para el pueblo sólo quedaban los alimentos de menor valor nutritivo y aún así, a precios
que eran bajos en comparación con otros países pero que, de todos modos, estaban por
encima del poder adquisitivo popular.
A fines de 1975, los subsidios ascendían a una cifra que excedía lo tolerable.
Además de endeudarse para sus grandes proyectos de inversión y de comprar armas para
la necesaria defensa nacional contra sus enemigos, el Perú necesitó más y más dólares
para comprar lo que debería producirse dentro del país.
143
144
Una verdadera industria nacional es la que, estando en manos del país, produce
artículos manufacturados que satisfacen las necesidades de la población empezando por
las más urgentes y utilizando en primer lugar las materias primas que el país produce. De
esta manera, el ciclo económico de la producción empieza por usar nuestros recursos
básicos, evitando en la medida de lo posible cualquier dependencia del exterior y se dirige,
no a satisfacer las necesidades artificiales generadas por el consumismo capitalista sino las
elementales de habitación, alimentación y vestido, dejando para después las que no son
urgentes y esenciales, porque un país en guerra contra la desnutrición y la miseria no
puede darse el lujo de perder tiempo ni dinero.
144
145
De esta manera los dólares que logramos en el exterior mediante la difícil venta de
nuestras materias primas en proceso de devaluación, los despilfarramos en tecnología
innecesaria y bienes no esenciales. Y esos dólares pesaban cada vez más sobre nuestra
balanza comercial y de pagos, aunándose a los factores de la crisis.
145
146
Perú superó a medias las dificultades después de algunos meses vendiendo directamente al
mercado socialista. Pero por efectos de la depredación sin control, del saqueo de años o
como consecuencia de variaciones climáticas, la anchoveta desapareció de los mares
peruanos. Nos quedamos sin los dos millones de toneladas que exportábamos anualmente,
sin los 300 millones de dólares que eso significaba, con una industria casi arruinada y un
grave problema social.
146
147
1975 nuestra deuda externa sobrepasaba los 3 mil millones de dólares, teníamos un saldo
en contra de mil 600 millones en la cuenta corriente de la balanza de pagos y un déficit
presupuestal de 81 mil millones de soles previsto para el bienio
1975-76. Para el imperialismo, había llegado la hora de cobrarle todas las cuentas
a una revolución aislada y desfinanciada. Esta situación crucial coincidió con el golpe de
estado del general Francisco Morales Bermúdez contra el presidente Velasco y sirvió de
telón de fondo para una sustitución en el poder, de la mayor parte de cuadros militares que
tenían ideas revolucionarias, por otros de mentalidad conservadora.
Pero el hilo de tal razonamiento no terminaba ahí. Si se necesita dólares hay que
traerlos de afuera, en forma de inversiones extranjeras, aunque éstas agraven la
dependencia que es la causa final de nuestra crisis. Si se necesita mayor producción, hay
que estimular las inversiones, aunque éstas sean capitalistas, ahoguen las posibilidades de
un cambio social, agraven la explotación y la injusticia. Lo que interesa es que haya
dólares en el mercado y dinero para pagar a los acreedores. Renunciar a los proyectos de
transformación social, no tocar nuevas empresas norteamericanas, no hacer nuevas
nacionalizaciones, no alarmar a los inversionistas, alentar a la empresa privada, congelar
las reclamaciones salariales mediante una política dura con los sindicatos, someterse a las
condiciones impuestas por los sectores empresariales, fueron las reglas que cambiaron la
orientación del proceso peruano. Entre la confianza de los capitalistas o la confianza del
pueblo, se eligió la confianza de los capitalistas, en la urgencia de salvar la situación a
como dé lugar.
147
148
IX
La contrarrevolución permanente
Poco a poco el pueblo peruano fue conociendo algunos detalles de los sucesivos
intentos contrarrevolucionarios que fueron tramados en el gobierno y las fuerzas armadas
para detener, desviar o derrotar en sus comienzos a la revolución peruana.
148
149
La vieja y la nueva derecha fueron sorprendidas por las inesperadas acciones de las
fuerzas armadas. No esperaban que éstas asumieran un proyecto nacional ni que
ejecutasen sucesivas nacionalizaciones. Las empresas imperiales que no habían sido
tocadas aún por las medidas revolucionarias, los empresarios capitalistas que tenían
amistad y hasta relaciones de negocios con altos oficiales y funcionarios, los terratenientes
que esperaban mantenerse a salvo de la reforma agraria, los comerciantes que hacían
jugosas utilidades con la nueva situación, los grandes propietarios y negociantes de tierras
urbanas a quienes la Marina garantizaba intangibilidad desde el Ministerio de Vivienda,
todos ellos, confiaban en que sus relaciones dentro del gobierno les permitiesen remontar
la corriente adversa y muchos obtenían seguridades de que la revolución no iría más allá.
149
150
150
151
mellar la unidad de una Institución de la que ellos mismos dependían, incluso cuando
estaban fuera de cuadros. Ellos preferían inclinarse, dejar pasar, aguardar a la espera de
que el dinamismo de los primeros meses fuese decayendo hasta convertirse en lenta
inercia. De esta manera, la fuerte tendencia de los militares a resolver sus problemas
internos sin afectar la unidad de las fuerzas armadas, operó a favor de la revolución.
Pero este fenómeno no podía darse de manera permanente, sobre todo si la falta de
una educación política de cuadros no aseguraba el relevo de los jefes de ideas avanzadas
que también iban pasando al retiro cuando cumplían los 35 años de egresados de la
Escuela que exige la Ley de Situación Militar para todo oficial peruano.
151
152
también hombres de ideas avanzadas o militares que en pleno aprendizaje político se veían
bruscamente apartados de sus funciones por esta razón. A la vez, por este mismo
equilibrio castrense y jerárquico entre revolucionarios y conservadores, el Perú tuvo en
ocasiones un Consejo de Ministros predominantemente conservador, mientras que los
mandos más importantes y con mayor poder de fuego estaban en manos revolucionarias.
Pero cuando el funcionamiento de la jerarquía hizo que esos jefes pasen a ocupar asientos
en el Consejo de Ministros, se enriquecían los niveles políticos del proceso mientras se
empobrecían peligrosamente los mandos militares. Todo esto convertía a la revolución en
un complicado juego de ajedrez que adoptaba una apariencia engañosa para los
observadores.
Un febrero caluroso
152
153
camino seguro hacia el poder. Mientras tanto, la disminución del peso político de la
Marina, causada por la purga de Vargas Caballero y casi todo el Consejo de Almirantes,
había restado posibilidades a lo que podía ser la base de cualquier inmediata conspiración
derechista, pero al costo de agudizar un conflicto que a la larga tendría graves
consecuencias.
Mientras esto sucedía en el nivel de los mandos castrenses, en los rangos políticos
del Consejo de Ministros, los generales Tantaléan, Sala y Richter trataban de unir el dinero
de Pescaperú, el poderoso aparato represivo del ministerio del Interior y la capacidad de
movilización que aún le quedaba al Sinamos en acciones políticas concertadas para crear
una organización popular disciplinada y vertical bajo su dirección. Paralelamente,
primero desde la Dirección General de Difusión DGD y luego desde la Oficina Central de
Información OCI, el general Segura mantenía intocada la orientación capitalista de la
televisión mientras intentaba presionar a los directores de periódicos que hacían una
prensa de izquierda. Desde los servicios de inteligencia y otros altos niveles se mantenía
el macartismo que éstos habían usado como norma durante todo el proceso.
Ubicados en este marco, los siete últimos meses del régimen de Velasco registran
una de las etapas más críticas y a la vez más incomprendidas del proceso peruano. Con
enemigos en todas las fronteras, acosado por una crisis económica cuyo peor rostro ya
asomaba, con fisuras que se hacían notar cada vez más dentro de las fuerzas armadas,
enfermo él mismo y por tanto con pocas posibilidades de movilizarse por el territorio
nacional o de tomar contacto directo con el pueblo, el presidente Velasco sorteó con
astucia, pragmatismo y audacia, aquellos meses difíciles.
Hay varios hitos notorios en esa etapa crucial: los sucesos del 5 de febrero, la
nacionalización de los yacimientos de hierro de Marcona, las deportaciones y clausura de
revistas de oposición del 6 de agosto, simultáneas con el nombramiento del Comité
Organizador de la Organización Política de la Revolución Peruana y, finalmente, el
pronunciamiento institucional que depuso a quien había dirigido el único proceso de
transformaciones sociales que registra nuestra historia republicana.
153
154
Pedían el cambio del Jefe de la Casa Militar de la Presidencia, el general Ibáñez, de quien
se decía que había abofeteado a un guardia civil. Pedían también la presencia de un
general de la GC en el Consejo de Ministros y mejoras salariales para el personal de tropa.
Los huelguistas se acuartelaron en la 29ª comandancia, situada en el barrio limeño de La
Victoria.
Lima permaneció todo el día 4 sin vigilancia policial por efecto de la huelga. Los
diarios no informaron acerca de lo que estaba pasando. El Consejo de Ministros fue
tomado de sorpresa y dejó la situación en manos del Ministro del Interior. Fracasadas las
negociaciones con los huelguistas, las fuerzas armadas pasaron a debelar el movimiento.
En la madrugada del día 5, los pobladores de La Victoria, un barrio muy denso y popular,
fueron despertados por la balacera y los tanques. Un destacamento de la Zona de
Seguridad del Centro había ocupado el cuartel.
154
155
pueblo que no atinaba a defender una revolución con la que simpatizaba pero a la que no
comprendía totalmente, puesto que las reformas no habían atacado aún el poder del
capitalismo urbano, las inmobiliarias, los urbanizadores, los especuladores, los dueños de
tugurios. No existía base social de la revolución en la ciudad como sí la había en el
campo, pero la contrarrevolución tenía su base social en los desocupados, los
desesperados, las bandas de choque del partido aprista y la abigarrada delincuencia de la
ciudad.
Y vimos también a una revolución militar que tampoco estaba dispuesta a que el
pueblo la defienda, porque confiaba más en sus propios tanques y cañones y temía perder
el control de la situación.
Quedarán en el misterio las razones concretas por las que el gobierno de Velasco
no fue hasta el fin, ni en la investigación de los sucesos del 5 de febrero, ni en el castigo a
sus verdaderos incitadores. Era obvio, sin embargo que algunos sectores del gobierno,
que habían saboteado de mil maneras la organización popular y que sentían temor y
desconfianza por el nacimiento y crecimiento de poderosas organizaciones de obreros y
campesinos, propiciaban un entendimiento con el Apra, los capitalistas y los partidos
políticos de la clase media, bajo el argumento de que las organizaciones populares eran
artificiales o estaban infiltradas. Los trajines palaciegos, las entrevistas discretas, los
contactos indirectos, los manejos políticos de esos días, quizá sean revelados alguna vez.
Sin embargo, es importante establecer que tras el acercamiento de algunos militares al
Apra, a los empresarios y los partidos de clase media, operaba una explicable atracción
social: al fin y al cabo ellos recurrían a una fuerza que, según creían, podía salvarlos del
creciente poder que estaban ganando los campesinos y de la presión cada vez mayor de los
155
156
obreros. Algunos militares sentían que el régimen se apoyaba con exceso en estos
sectores sociales y lamentaban que éste no recibiera de ellos una respuesta organizada,
obediente y masiva. Contenían la respiración ante su progresivo alejamiento de la clase
media en la que ellos estaban inmersos por nacimiento y profesión. Investigar a fondo la
participación de los líderes reaccionarios del Apra en los sucesos y develar el revés de la
trama del 5 de febrero suponía también romper amarras con su propio medio social.
A los pocos días de los hechos, el presidente Velasco señaló a la dirigencia aprista
y a la CIA como los verdaderos responsables. Pero la Última Hora de Ismael Frías, había
señalado a los “ultrachoros”, es decir los delincuentes y los ultraizquierdistas, como los
únicos responsables. La televisión gobernada por la OCI del general Segura, se
conformaba con hacer angelicales y vacíos llamados a la solidaridad entre los peruanos,
ocultando también a los responsables e ignorando las conquistas de la revolución que era
necesario defender. Algunos grupos universitarios llamaban a unirse a la Guardia Civil
para luchar por las libertades democráticas y derrocar al gobierno “fascista”. Bandera
Roja, el periódico maoísta, decía que se había tratado de una explosión de descontento
popular y que los tanques del ejército salieron a las calles asesinando a miles de
pobladores, sin respetar a niños, mujeres ni ancianos. Y Vanguardia Revolucionaria
Político Militar consideró a la huelga dentro del auge de las luchas populares y lamentó el
hecho supuesto de que a los manifestantes les faltó dirección política.
156
157
político podrá aparecer. Porque no queremos un movimiento gestado desde arriba, sino
que él surja de la participación y militancia de base.
Pero no era solamente ésa la razón para que no prosperase. El MRP representaba
sólo una de las corrientes existentes dentro del proceso y, por tanto el gobierno en cuanto
tal y el propio Velasco como su presidente, no se sentían fielmente expresados en él y
eludían cualquier compromiso. Los generales de izquierda, concentrados ellos mismos en
su propio juego de ajedrez contra la derecha militar, tampoco podían arriesgar un respaldo
a esta fuerza política, sobre todo en momentos en que se sentían aislados del general
Velasco. Y en general, ni el gobierno ni el ejército podían aceptar la organización de una
fuerza política de la revolución que se había iniciado al margen de sus decisiones.
157
158
158
159
pensamiento que tenía el presidente acerca de este problema crucial. Para él, la
organización política no debe ser un partido, sino una organización de participación en la
revolución, ni debe estar al servicio de ningún hombre, militar o civil.
Pero ese mismo día, algunos generales alarmados ante el avance de la izquierda en
los diarios y las organizaciones populares y preocupados por el armamentismo chileno y la
tensión en la frontera del Sur, presionaron al gobierno y lograron la deportación de
dieciocho periodistas y dirigentes políticos y la clausura del semanario de izquierda
Marka. La OPRP nació así en el peor momento, rodeada de un clima de desorientación,
confusión y protesta en los medios políticos.
Mientras tanto, las negociaciones con la Marcona Minig iban entrando a su fase
decisiva. Aprovechando la cómplice tolerancia de los gobiernos de Odría, Prado y
Belaunde, los norteamericanos fueron montando a lo largo de los años un verdadero y
complicado imperio económico que abarcaba la propia mina (los yacimientos de hierro
más importantes del país), un complejo metalúrgico, una flota internacional y una red de
comercialización con el Japón. Mientras los expertos peruanos veían en Marcona un
problema exclusivamente técnico, el presidente Velasco sostenía que era un problema
político y de dignidad y soberanía nacional, tan urgente e importante como había sido el
de la IPC. Luego de tensas discusiones con sus ministros, Velasco impuso una vez más
su voluntad, sin la cual la revolución no hubiese sido posible: Marcona fue nacionalizada
el 28 de Julio de 1975.
159
160
160
161
noticiosa chilena Orbe aseguraba que existen en el Perú instructores militares cubanos
adiestrando en el manejo de armamentos y que estos inquietantes hechos se suman a la
actitud de la Unión Soviética y de Cuba que han hecho del Perú una cabecera de puente
para la propagación del marxismo en América Latina.
Chile ofreció a Bolivia la salida al mar por un corredor trazado a través del
territorio de Arica. El 26 de agosto, luego de haber asistido a las celebraciones del
aniversario de Bolivia, el Premier peruano Morales Bermúdez declaraba que la
mediterraneidad de Bolivia debe ser tratada entre ese país y Chile, pero el Perú tiene que
ser consultado de cualquier acuerdo al respecto, según el Tratado de Ancón de 1929. La
cancillería chilena había puesto al Perú en una situación difícil. Si decía sí, el gobierno de
Velasco asumía ante el pueblo peruano y ante las fuerzas armadas que eran su base de
sustentación y que están fuertemente sensibilizadas respecto de este problema, la
responsabilidad histórica de ceder un territorio que la conciencia nacional considera
arrebatado injustamente al Perú. Si decía no, podía ser señalado por Bolivia ante América
Latina como el país que se oponía a su vieja aspiración de retornar al mar y en Bolivia, la
negativa peruana sería pretexto para que la derecha propicie un clima de agresión
161
162
En esas circunstancias, acosado por una arterioesclerosis que avanzaba día a día,
Velasco convocó a sus generales de confianza para una transferencia de mando. Se acordó
162
163
que la sucesión correspondía a Francisco Morales Bermúdez quien ya era Primer Ministro,
Ministro de Guerra y Comandante General del Ejército.
Todo el año 1975 la derecha civil y militar ganó terreno y logró convencer a
Velasco de que se conspiraba contra él desde la Unión Soviética y Cuba para derrocarlo a
favor de los generales comunistas que lo rodeaban. Velasco se sintió solo, abandonado por
su propia gente. No era una fantasía. Los generales y coroneles de izquierda mientras
tanto, sintiéndose amenazados, se agruparon alrededor del sucesor de Velasco, Morales
Bermúdez, que ofrecía reorientar el proceso hacia el socialismo y quería abreviar la
sucesión. Sabía que si esperaba a julio de 1976 quedaría moralmente preso de Velasco.
163
164
regiones militares y encabezado por Morales Bermúdez, decretaba el relevo del general
Juan Velasco Alvarado. Éste fue tomado de sorpresa. Ya no tenía ningún mando y estaba
prácticamente inválido. Al abandonar el poder llamó al pueblo a apoyar al nuevo
gobierno. Morales Bermúdez se apresuró a decir desde Tacna que la revolución seguía
siendo la misma.
Entre agosto de 1975 y marzo de 1976, Morales Bermúdez fue destituyendo uno a
uno a todos los generales progresistas. Primero fue pasado al retiro Leonidas Rodríguez
Figueroa, Jefe de la poderosa Segunda Región Militar acantonada en Lima y su respectiva
División Blindada. En marzo de 1976, la sublevación del general Bobbio que sustituyó a
Leonidas Rodríguez en Lima, obligó a renunciar al Primer Ministro Jorge Fernández
Maldonado, otro de los hombres de izquierda. Fueron pasando al retiro o destituidos, José
Graham Hurtado, Jefe del Comité de Oficiales Asesores de la Presidencia COAP y otros
generales. Entre marzo de 1976 y julio de 1980, la derecha militar implementó una
dictadura pura y simple. La reacción del pueblo se hizo esperar. A fines de 1977 todo el
país paró en una huelga general. En 1979 los militares se vieron obligados a convocar a
una Asamblea Constituyente para la devolución del poder a los partidos políticos
conservadores y a la izquierda política que se opuso al proceso. Las grandes
organizaciones sociales no fueron convocadas y quedaron aisladas. La Confederación
Nacional Agraria fue intervenida. En vez de transferir los diarios de circulación nacional a
las organizaciones sociales, los comités que tenían la dirección de la prensa socializada
fueron reemplazados por periodistas nombrados por la dictadura. Otro tiempo político
había empezado.
164
165
165
166
RETRATO DE VELASCO
Y ahora allí, este general de rostro cetrino, astuto, desconfiado él, me abría los
brazos como a un viejo conocido. Me miró, encendió pausadamente un cigarrillo negro
de piel achocolatada y respondió, con la mirada perdida en un ángulo de la habitación,
cuando le pregunté si alguna vez pensó que el mismo perseguido que había visto en las
fotos de los periódicos iba estar conversando algún día con él en su despacho: La verdad
que no, eran otros tiempos….. Todos hemos cambiado en el Perú...
166
167
16
El General Armando Artola fue Ministro del Interior los primeros dos años del gobierno de Velasco. Fue
destituido después de apresar al obispo Luis Bambarén por decir misa en Villa El Salvador cuando miles de
familias sin hogar invadieron los arenales del sur de Lima para fundar una nueva ciudad, acusándolo de ser
comunista. Luego del golpe contra Velasco el 29 de agosto de 1975 escribió un libro titulado Subversión
haciendo un recuento de la que según él fue la infiltración comunista en el Gobierno Revolucionario de la
Fuerza Armada.
167
168
Espera, dijo el militar, esto es una guerra, no se puede hacer todo de sopetón 17.
Por un instante su voz cordial se volvió nuevamente voz de mando y luego voz persuasiva.
Esta revolución es obra de unos pocos, somos unos cuantos, hay muchas dificultades….
Quizá sería fácil si la hubiéramos hecho por la violencia, pero no queremos derramar
sangre de peruanos….Ten confianza, seguiremos hasta el fin…
Acercó los grandes sillones palaciegos para conversar con más intimidad.
Lapiceros. Cristales. Un enorme óleo detrás de él, con un Bolognesi en arrogante perfil.
Papeles y más papeles. Por si alguien lo dudase, una placa negra con letras doradas:
General de División EP Juan Velasco Alvarado Presidente de la República. Alfombras y
tapices y ese olor antiguo, a viejos fantasmas. ¿Sabes? Dijo como en una confesión. A
veces comprendo que no nos crean…
Otra vez le hice una larga entrevista, con Alfonso Reyes y otros colegas de la
revista Oiga. Como en un panorama movedizo, se cruzaron los recuerdos …Éramos once
hermanos, empezó a contar, mi padre era empleado público, pero mi madre nos tenía bien
pijes18 y cuando a veces no había para el yantar, mi padre no le pedía ayuda a nadie, ni a
su familia…. Nunca tuve libros de estudio… Yo copiaba en un cuaderno de los libros en
que estudiaban mis compañeros. Cuando mi madre no se daba abasto para zurcirnos las
medias, teníamos que meterlas en el zapato, para que no se nos vieran los talones rotos….
Aquel chico pobre de los libros prestados y las medias rotas, estudió en una
escuelita polvorienta de Castilla, la comunidad campesina que era también su pueblo natal.
Terminó la secundaria en un colegio nacional como todos los muchachos pobres de Piura,
la ciudad de los terratenientes en el norte del Perú, y sintió desde aquellos tiempos las
diferencias sociales con los hijos de los ricos que compraban autos sólo para darle vueltas
a la plaza principal. Al poco tiempo escapó de su casa, abordó por primera vez un
trencito de vía angosta que bajaba rumbo al puerto de Paita y se vino a Lima de gorra en el
Imperial, un barco chileno Me cimarronié cuando era todavía un churre19, casi salvaje…
Fueron cinco días con sus noches, viviendo de pavo en el barco, el muchacho provinciano
se aterrorizaba de su propia aventura…. Si me descubrían, esos chilenos podían tirarme
17
La Cerro de Pasco Copper Corp. propietaria de las minas de Cerro de Pasco y la fundición de La Oroya,
fue nacionalizada en enero de 1974.
18
Pije, elegante en el lenguaje popular del norte del Perú.
19
Churre, niño.
168
169
al mar…. Luego el Callao, el primer puerto peruano, y a recorrer las calles, desorientado,
con un atado de ropa y un paquete de galletas de soda molida en mano. Eran los últimos
tiempos del oncenio leguiísta20 que cerraría con la gran crisis de 1929. Yo no conocía
más que Castilla, mi pueblo… vagó por las calles desconocidas, delante de las grandes
casas de quincha (barro) y de madera, los balcones antiguos corroídos por la sal marina y
preguntando, preguntando, llegó al paradero del tranvía eléctrico y no paró hasta la
Escuela Militar de Chorrillos…. Ser militar era el sueño de mi vida…. Había mucha
gente, yo me puse en la fila, lleno de emoción, con un barullo en la cabeza… ¡Yo era un
salvaje en ese entonces! Me tomaron examen médico, rendí las pruebas y sólo cuando
terminó el examen me dí cuenta de que la cola no era para oficiales sino para tropa. El
de oficiales ya había terminado hacía varios días… Aprobé para soldado raso, pero me
dijeron que no había vacantes. Y, para colmo de males, encima me robaron mi plata y
me quedé sin un cobre….
El oficial ofreció hacer ingresar a aquél muchachito temeroso, pero le dijo que
regresara dentro de unos días… Yo no tenía plata pero por puro amor propio no le pedí
prestado… Y así tuvo que regresar caminando unos diez kilómetros hasta Lima, a la casa
de un tío, que le dio alojamiento y comida….Y al fin ingresé a la tropa…
Se pasó todo el año estudiando el reglamento para pasar a oficial. Ya me lo sabía
de memoria, de pe a pa... Cuando al fin vino el examen, le pusieron en castellano:
cuente usted cuál es el suceso que más lo ha impresionado en su vida. Yo mordía el lápiz
y pensaba mientras los otros postulantes escribían y escribían… Hasta que al fin me
animé a contar cómo había venido a Lima en el barco y el susto que tenía porque los
chilenos me descubrieran…. Una mañana lo llamaron y se quedó mudo ante unos
oficiales de bigotes enormes que me preguntaban si yo había viajado de pavo… Yo creí
que de ahí pasaba al calabozo…. Pero resultó que me felicitaron ...Había sacado un 20
20
De 1919 a 1930 el Perú fue gobernado por el dictador civil Augusto B. Leguía. Ese período se conoce
como el oncenio. Leguía fue derrocado en 1930 y murió en la Penitenciaría de Lima.
169
170
en el examen y una nota en que el profesor Adán Espinoza decía: “Muchachos como éste
son los que necesita nuestro ejército”.
Y así, aquél día lejano cambió el desamparo por la esperanza. Entré a oficial….
Si no me saco un veinte en el examen de redacción no hubiera pasado el examen y ahora
no estaría sentado aquí… Y si no es por mi paisano, quizá ni siquiera habría sido
soldado….
En 1934, el joven oficial Velasco estaba abriendo trocha en la Selva, entre Pantoja
y Güepi… Allí conocí el sufrimiento de los cargueros, esas pobres gentes que tenían que
llevar la impedimenta sobre el hombro… Daba pena verlos a la madrugada cuando
hacíamos recorridos a la luz de la linterna y allí estaban recostados sobre esos pesados
bultos, sudando, aguijoneados por los mosquitos…
Y más tarde, ya era coronel en la Escuela Militar, de la que sería director por varios
años, luego de rápidos ascensos, sin vara, todos por méritos…. Una vez, un profesor de la
Escuela, Alfonso Benavides Correa, que después alcanzaría notoriedad por su defensa del
petróleo peruano, vino a decirle que había unos investigadores21 buscándolo para
detenerlo... Eran los tiempos de Odría, el dictador pronorteamericano que era amo y
señor del Perú… Salí y vi a los investigadores que empezaban a rodear la Escuela. Yo
me dije ¡esto no puede ser! Di la orden para que se tocara la señal-consigna para
situaciones especiales y en un minuto estaban todos los cadetes reunidos en el patio. Les
ordené: ¡a defender su es cuela, cadetes! Ese día corrimos a los investigadores….
21
Investigador: policía de la dictadura
170
171
171
172
Ya en 1974, Velasco sentía que trabajaba contra el tiempo… Había que apurarse
antes de cualquier nuevo tropiezo. Vino un nuevo ataque. Y una nueva recuperación.
Mientras tanto, la presión del imperialismo, la destitución del conservador almirante
Vargas Caballero, las intrigas de Chile, la nacionalización de Marcona, el bloqueo del
hierro peruano, su angustia por abreviar los plazos para una organización política de la
revolución, el problema de quién lo debería suceder… Y un buen día, la sorpresa de verse
relevado en un acto sorpresivo por los mismos generales que le juraban fidelidad sin
atreverse a plantearle con claridad sus dudas y discrepancias, retirado del Palacio por
gente que no se atrevía a mirarlo a los ojos, rodeado de un avergonzado silencio popular,
ignorado como quien oculta la prueba de un acto reprobable.
Antiguo soldado, añoso tronco del desierto piurano, Velasco no se rinde, aunque ha
perdido la cuenta de los días y noches pasados en vela, porque ahora es él quien le juega
malas pasadas a la muerte, él quien se levanta después de cada caída, quien como los
boxeadores de barrio no quiere perder por puntos aunque a veces tenga que dar golpes en
el vacío a la sombra de su enemigo. Sí, su cerebro funciona y su corazón siente en el
mismo fondo cómo la revolución que fue fruto de su astucia y trabajo se diluye en la
mediocridad de los pusilánimes. Los iniciadores de las revoluciones tuvieron mala suerte:
sus seguidores dilapidaron los resultados del esfuerzo inicial, traicionaron los ideales de la
generación anterior, construyeron y engendraron obras materiales en algunos casos pero
fueron sepultureros del espíritu. Pero los iniciadores murieron a tiempo para no ver las
deformaciones de sus herederos. Velasco tuvo que verlas antes de morir.
Se ha discutido muchas veces si son los hombres o las masas quienes hacen la
historia. Si hay, en las sociedades como en la física, leyes que se cumplen
inalterablemente y que buscan expresarse a través de la conducta de los individuos y de
172
173
los grupos sociales. Cuando las fuerzas armadas del Perú sorprendieron al mundo
iniciando un movimiento revolucionario en un país sometido por el imperialismo, muchos
nos negamos a creer que eso podía ser cierto. ¿Cómo creer que una institución rodeada
de privilegios pueda atentar contra sus mismos intereses? Hay, sin embargo, factores que
a veces son desestimados o pasan desapercibidos. Uno de ellos es el de la voluntad de
algunos hombres. Velasco estuvo rodeado de muy pocos compañeros de ideales en un
medio de militares conservadores o simplemente neutrales, en una sociedad atravesada por
la indiferencia y el temor en la que de vez en cuando brotaba la desesperación. No olvidó
un solo instante su origen popular y ascendió las numerosas escalas de la carrera militar
para cumplir su objetivo. Luchó contra el medio y contra el tiempo. El medio y el
tiempo lo derrotaron. Pero no totalmente. Porque las fuerzas armadas y el país salieron
del proceso de transformaciones que él impulsó diferentes a como entraron, y será el
transcurso de los años el que permitirá apreciar la dimensión de su esfuerzo.
173
174
Héctor Béjar
En este ensayo hago una síntesis explicativa de las principales ideas que sostuvo la
revolución militar de la Fuerza Armada encabezada por el general Juan Velasco Alvarado
entre el 3 de octubre de 1968 y el 29 de agosto de 1975. Hago notar al lector de estos días
que la que podría ser llamada “ideología” del proceso fue la construcción colectiva,
abierta, gradual, autónoma y singular de un planteamiento ideopolítico que fue su guía de
acción.
Debe tenerse en cuenta que la revolución peruana: fue un proceso político nacional
desarrollado desde las fuerzas armadas; su objetivo fue promover cambios estructurales
pacíficos y ordenados en el régimen social entendido como una integralidad de economía
y cultura. No se trató de una revolución caudillista aunque la figura del general Velasco
acabó siendo indispensable en la práctica para las decisiones clave en los momentos de
gran tensión que menudearon a lo largo de siete años.
Las ideas del proceso revolucionario fueron construidas y formuladas a medida que
éste avanzaba. Todas ellas fueron discutidas institucionalmente en los organismos
deliberativos con los cuales operó la revolución. Estos eran: las asesorías civiles y
militares de los ministerios que funcionaron como espacios colectivos y deliberantes, el
Consejo de Oficiales Asesores de la Presidencia COAP, la Presidencia de la República y
el Consejo de Ministros. Y como organismos consultivos que autorizaban, aprobaban,
postergaban o vetaban las medidas propuestas, el Consejo de Oficiales Generales de las
Fuerzas Armadas, el Comando Conjunto y la Junta Militar. Fueron especialmente activos
los ministerios de Educación, Energía y Minas, Relaciones Exteriores, Agricultura, el
Sistema Nacional de Apoyo a La Movilización Social, el Instituto Nacional de
Planificación y la Oficina Nacional de Apoyo a la Propiedad Social, CONAPS. La
influencia de cada uno de ellos varió según el momento. El Plan Nacional de Desarrollo
era discutido en todos los ministerios y organismos del gobierno; coordinaba el Instituto
Nacional de Planificación cuyo Jefe tenía asiento en el Consejo de Ministros. Durante
buena parte de los siete años que mediaron entre 1968 y 1975, los discursos del general
Velasco eran redactados por Carlos Delgado y discutidos con el COAP y con el propio
174
175
Velasco que asistía regularmente a las reuniones de su Comité Asesor. Cuando la prensa
de difusión nacional fue expropiada y socializada, se convirtió en un foro permanente y
plural de discusión de ideas sobre el contenido, la estrategia y los puntos más polémicos
del programa de la revolución. Allí se produjeron discusiones públicas sobre la tesis del no
partido; opciones entre cooperativismo y autogestión; y discusiones sobre el carácter de la
participación popular y el rol de los partidos políticos en el proceso.
En este mundo institucional destacó el rol de Carlos Delgado, como asesor del
presidente Velasco en la Presidencia de la República, el general José Graham Hurtado en
el COAP, de intelectuales militares, eclesiásticos y civiles como Augusto Salazar Bondy,
Emilio Barrantes,
175
176
MEDIDAS PRINCIPALES DE LA
REVOLUCIÓN PERUANA 1968 – 1975
▪ Nacionalización de la IPC y creación de Petroperú.
▪ Control de cambios. El Estado asume el control de las divisas que estaban
antes en poder de la oligarquía exportadora de azúcar, minerales y algodón.
▪ Fortalecimiento del sistema de planificación nacional.
▪ Apertura de relaciones con la Unión Soviética, Cuba y los países socialistas.
Adhesión al Movimiento de los No Alineados.
▪ Nacionalización del comercio exterior.
▪ Nacionalización de los bancos privados principales.
▪ Nacionalización de la pesca y creación de Pescaperú.
▪ Defensa de las 200 millas de mar territorial.
▪ Reforma agraria: afectación, expropiación y adjudicación de 7 millones de
hectáreas a empresas campesinas. Organización del Fuero Agrario donde por
primera vez en la historia del Perú, los campesinos podían acudir y ganar
juicios.
▪ Ley de aguas. Declaración de que las aguas son propiedad del Estado.
▪ Reforma industrial: participación creciente de los trabajadores en la
propiedad y la gestión de las industrias a través de comunidades industriales
hasta llegar al 50% de la propiedad de las empresas.
▪ Creación de COFIDE, Corporación para financiar el desarrollo.
▪ Reconocimiento de la Confederación General de Trabajadores del Perú
CGTP para dar capacidad de negociación a los trabajadores y abrir diálogo
entre ellos y el Gobierno Revolucionario.
▪ Reforma educativa y campaña de alfabetización. Formación de núcleos
educativos y consejos educativos comunales.
▪ Nacionalización de las telecomunicaciones y la generación y distribución de
electricidad. Creación de Electroperú y Entelperú.
▪ Creación del SINAMOS, Sistema Nacional de Apoyo a la Movilización
Social para la planificación participativa y la organización social del pueblo
en todo el país: comunidades campesinas, cooperativas agrarias, sociedades
agrarias de interés social, ligas agrarias, Confederación Nacional Agraria,
comunidades industriales, Confederación Nacional de Comunidades
Industriales CONACI.
▪ Formación de las comunidades de comercio, minería y telecomunicaciones
▪ Nacionalización de la Cerro de Pasco Copper Corp. Creación de Centromin
y Mineroperú Comercial, MIMPECO.
▪ Formación de empresas de propiedad social (autogestión).
▪ Reconocimiento del quechua como idioma oficial para que sea usado en las
escuelas, la administración de justicia y otras actividades
▪ Expropiación de los diarios de circulación nacional y socialización de la
prensa.
▪ Política cultural de reconocimiento y promoción de las expresiones
culturales nacionales e indígenas.
▪ Promoción de la producción cinematográfica peruana.
▪ Promulgación de las Bases Ideológicas de la Revolución Peruana
estableciendo que la base económica del Perú estará compuesta de los
sectores estatal, cooperativo, privado y de propiedad social, siendo éste
último el prioritario.
176
177
177
178
Ningún discurso de los representantes del gobierno era improvisado. Todos eran
previamente discutidos y redactados.
De manera que detrás de cada una de las afirmaciones hechas por los
representantes del gobierno había un proceso institucional. Declaraciones particulares
como las que acostumbraban hacer el General Artola ministro del Interior o el Almirante
Luis Vargas Caballero desde el ministerio de Marina causaron sucesivas crisis
ministeriales que, en el caso de Artola, precipitaron su renuncia y pase al retiro a
comienzos de 1971. Las conferencias de prensa de Velasco anunciaban o reafirmaban lo
que decía en sus discursos leídos.
Todas las posiciones ideológicas estaban apoyadas en los hechos que iba
produciendo el proceso revolucionario o anunciaban nuevas medidas. No se trató de
formulaciones retóricas destinadas a lograr apoyo político sino que eran definiciones
estratégicas realizadas o por cumplirse.
1. Posición revolucionaria
22
Los discursos de Velasco fueron editados en dos tomos: VELASCO, la voz de la Revolución. Lima: Editorial
PEISA, 1971. En 2009, Rubén Ramos publicó en Maracaibo, Venezuela, la selección VELASCO: el
pensamiento vivo de la revolución. El Manifiesto del 3 de octubre, el Estatuto de la Junta Revolucionaria y
el Plan Inca y las Bases Ideológicas de la Revolución Peruana fueron editados en pequeños libros de amplio
tiraje en 1975.
23
Discurso de clausura de la Novena Conferencia Anual de Ejecutivos CADE. Paracas, 15 de noviembre de
1970.
178
179
2. Anti imperialismo
24
Mensaje a la nación en el 148 aniversario de la independencia nacional. 28 de julio 1969
179
180
posición revolucionaria en los países subdesarrollados del Tercer Mundo tiene por tanto
que admitir una fundamental dimensión supraeconómica. La lucha por una auténtica
autonomía nacional involucra también, a nuestro juicio, los planos de conceptualización
de un nuevo pensamiento revolucionario y de una nueva manera de concebir los
problemas de nuestra sociedad y su cultura25.
3. Autonomía conceptual
4. No capitalismo y no comunismo
25
Discurso en el banquete ofrecido al Dr. Salvador Allende, Presidente de la República de Chile. 1 de
setiembre de 1971.
26
Discurso en la Reunión Hispano-Luso-Americana-Filipina de Derecho Internacional. 7 de octubre de 1970.
180
181
capitalista. Por el contario, fundamenta esta doble recusación desde una nueva posición
de izquierda, nacional y autónoma, profundamente unida al compromiso militante de
luchar por la transformación cualitativa e integral de nuestra sociedad.
Esta fue una de las posiciones menos comprendidas en una época polarizada entre
dos opciones ideológicas que eran consideradas las únicas posibles. Se pensó que la
peruana era una “tercera posición” entendiendo por ella una falta de compromiso con
indispensables trasformaciones sociales. Pero no se trataba de la simple negación de dos
estrategias que eran consideradas inadecuadas, sino de una posición afirmativa de un
nuevo camino que pretendía recoger, al tiempo que lo mejor del pensamiento y las
experiencias de la época, lo más profundo de las tradiciones populares nacionales.
27
Discurso del 21 de enero de 1974 en ocasión de la visita del General Torrijos. En: RAMOS Rubén. Velasco,
el pensamiento vivo de la Revolución. Maracaibo, Venezuela: Imprenta Internacional, 2009. Pág.24.
181
182
relaciones con Cuba e iniciarlas con los países socialistas, la India, los países árabes y las
repúblicas africanas, significó un paso de enorme dimensión, una verdadera revolución
mental en la política exterior peruana.
Somos conscientes del hondo nexo histórico que une nuestro destino al destino de
los demás países de América Latina y también al destino de otros pueblos que allende los
océanos son, como el nuestro, parte del Tercer Mundo; de esta vasta constelación de
países que emergen hoy al plano frontal de la realidad contemporánea para reclamar
vigorosamente la cancelación definitiva de un orden internacional injusto y
discriminatorio que a todos nos afecta adversamente.28
Uno de los sentimientos más fuertes de los revolucionarios militares era hacer
justicia a los pueblos indígenas. Los gobiernos de Manuel Prado en 1959 y el de Belaunde
en 1963 habían propuesto dos tímidas reformas agrarias, y la Junta Militar de 1962 – 1963
una reforma experimental localizada en los valles de La Convención y Lares. Se pretendía
favorecer el proceso ya iniciado espontáneamente de emigración desesperada a la selva
desde zonas asoladas por el hambre, de Puno hacia Tambopata y Madre de Dios; y de
Cajamarca hacia el valle del bajo Huallaga en San Martín; a la vez que se expropiaba
fundos pobres de la sierra para venderlos a pequeños propietarios. Antes, en la década de
los cincuenta, se experimentó con el proyecto Vicos que, usando esta comunidad
ancashina como laboratorio, pretendía mostrar cómo se podía modernizar las comunidades
campesinas bajo los criterios de la antropología norteamericana.
28
Discurso en la sesión inaugural de la II reunión ministerial del Grupo de los 77. Lima, 28 de octubre de
1971.
182
183
7. No alineamiento
8. Propiedad social
29
Mensaje a la nación con motivo de la promulgación de la ley de Reforma Agraria. 24 de junio de 1969.
30
Discurso en la sesión inaugural de la II Reunión Ministerial del Grupo de los 77, realizado en Lima 28 de
octubre de 1971.
183
184
bien es cierto que llevó a cabo una espectacular serie de nacionalizaciones que resultó en
un vigoroso sector estatal compuesto de empresas públicas, la revolución no dejaba de ser
crítica respecto de la burocratización que era evidente en los países del socialismo real que
tenían grandes empresas estatales. No quería un régimen estatista. Debajo de su rechazo a
ser llevados a una posición comunista o estatista no estaba una posición procapitalista
sino, al contrario, un vivo interés por las formas productivas basadas en la gestión
autónoma y no burocrática de los trabajadores. En ese sentido recogía las críticas que por
aquella época hacían Charles Bettelheim y otros analistas al socialismo soviético. Eso fue
lo que llevó a la creación de la CONAPS, Comisión Nacional de Apoyo a la Propiedad
Social.
9. Nacionalismo
El nacionalismo surge como emoción o pasión antes que la nación, pero necesita
realizarse a través de la cultura. Debe inventar o reivindicar mitos abarcadores a toda la
población. Así como el estado es la culminación de una secuencia humana que va desde el
clan hasta el estado moderno, el nacionalismo es la coronación de un proceso que puede
ser producido desde el provincialismo y el regionalismo para reivindicar una supuesta o
real identidad y separarla u oponerla al resto del mundo.
31
Mensaje a la nación con motivo del sesquicentenario de la independencia nacional, 28 de julio de 1971.
184
185
Ninguna de éstas fue característica del proceso peruano. Fue nacional pero no
nacionalista en un sentido agresivo y negativo.
185
186
32
Bases ideológicas de la Revolución Peruana. Pág.7.
33
Discurso en la manifestación popular de Juliaca. 29 de setiembre de 1971.
186
187
trabajó en el Proyecto Vicos, la ingeniera Juana Jerí y otros técnicos, logró construir las
líneas de la revolución en este aspecto. Mientras tanto, los antropólogos Stéfano Varese y
Alberto Chirif, abrieron la División de Comunidades Nativas de la Selva y empezaron a
trabajar en un proyecto de estudio y de ley para los pueblos de la selva amazónica, a las
que nombraron «Comunidades Nativas de la Selva». En aquella época se denominaba a
esas poblaciones como tribus, y a sus integrantes como chunchos o selvícolas. Así como
el término campesino había reemplazado al de indio para referirse a las poblaciones
andinas para evitar una carga racial discriminatoria, se pensó que comunidades nativas
tenía menos carga racial y étnica que el de tribus.
Hasta esa época, la relación con las comunidades y poblaciones ribereñas estaba a
cargo de la Marina de Guerra bajo el criterio de acción cívica. Al ejército correspondía la
construcción de carreteras de penetración con fines de colonización. Operaba en la selva el
Instituto Lingüístico de Verano de la Universidad de Oklahoma (el convenio del Instituto
con el Estado no fue renovado) y las órdenes católicas de agustinos, franciscanos y
jesuitas.
Varese cuenta:
34
Declaraciones ya citadas de Stefano Varese a Rodrigo Montoya, Hernando Burgos y Martín Paredes en
Desco / Revista Quehacer Nro. 128 / Ene. – Feb. 2001.
187
188
Varese narra que todos ellos (los militares y civiles de la época) manejaban una
imagen de la selva y de sus pueblos indígenas y mestizos “totalmente prejuiciada y
etnocéntrica”.
Según la ONERN, las «tribus» de la selva -ése era el término que usaba- vivían
como nómadas cazadores, sin territorialidad fija, «sin ley ni rey» como decían los
cronistas de la Colonia. No todo era ignorancia, sino desinformación intencional para
justificar la ocupación territorial, la expropiación de los pueblos indígenas, y nuevas y
más contundentes formas de colonialismo interno. La ideología de la «conquista del Perú
por los peruanos» impregnaba la cultura política del país. La selva era el territorio vacío
que había que ocupar, civilizar, traer a la modernidad. La crítica a este tipo de
nacionalismo asimilacionista, de fagocitación étnica, no era tarea fácil porque requería
sacudir algunos de los principios fundantes del Estado-nación decimonónico36.
35
VARESE Stéfano. Artículo citado.
36
VARESE Stéfano. La selva: viejas fronteras nuevas alternativas. En: PARTICIPACIÓN Revista del Sinamos.
Número 5 abril 1974. págs 18 al 31.
188
189
La Ley de Comunidades Nativas fue olvidada en los hechos por los gobiernos
posteriores.
189
190
37
Bases Ideológicas de la Revolución Peruana, pág.21.
190
191
A medida que pasaban los meses, los discursos del presidente Velasco fueron
marcando el carácter socialista, humanista y libertario de la revolución para distinguir los
rasgos positivos que la diferenciaban de procesos similares que se estaban produciendo en
otros países de Asia, África y América Latina. Cada uno de estos elementos ideológicos
tenía su razón de ser en el curso de los acontecimientos. Lo socialista estaba determinado
por la importancia que se daba a la base económica no totalmente privada sino mixta y
predominantemente autogestora del sistema que se quería construir. Lo humanista recogía
el aporte que se había hecho en el Perú desde partidos políticos como el Movimiento
Social Progresista que introdujeron con los trabajos de Augusto Salazar Bondy el factor
filosófico y ético a la política en circunstancias en que el debate se movía solo en el
terreno político y económico. Lo libertario intentaba recoger lo mejor de los aportes del
movimiento anarquista europeo y peruano. La Europa del 68, era la del mayo parisiense,
la de Jean Paul Sartre y de Marcuse, cuando no solo el capitalismo consumista sino el
socialismo burocrático fueron sometidos a la crítica y resurgieron las ideas de marxistas
heterodoxos como Antonio Gramsci, Giorgy Lukács y Rosa Luxemburgo; a la vez que se
reivindicaba los aportes del movimiento anarquista obrero de comienzos del siglo XX en
el Perú.
191
192
38
Bases Ideológicas de la Revolución Peruana. Pág.10.
192
193
Gobierno Revolucionario les tiende la mano para defender en común la causa del pueblo.
Pero no a los dirigentes que fueron cómplices del gran engaño que significó convertirse
en defensores de los enemigos del pueblo del Perú. Con esos dirigentes nada tenemos en
común. Con ellos no hay entendimiento posible, porque representaron el brazo político de
la oligarquía antirrevolucionaria39.
39
Discurso en el primer aniversario de la revolución, 3 de octubre de 1969.
193
194
Hoy somos uno solo, pueblo y gobierno, pueblo y Fuerza Armada…Al fin, pueblo y
Fuerza Armada están unidos. Y en esta unión indestructible se basará la auténtica
grandeza de la Patria. En esa unión radica la mejor garantía de la continuidad
revolucionaria en el Perú. Mientras sepamos mantenerla, nada tenemos que temer.
Pueblo y Fuerza Armada serán quienes construyan ese nuevo Perú que todos anhelamos,
ese nuevo Perú sin oligarquía, sin dominación imperialista, sin explotación, sin
latifundios, sin ignorancia y sin miseria.
…La historia dirá que en estos años una nación entera y su Fuerza Armada
emprendieron el rumbo de la liberación definitiva, sentaron las bases de su genuino
desarrollo, doblegaron el poder de una oligarquía egoísta y colonial, recuperaron su
auténtica soberanía frente a presiones extranjeras, y dieron comienzo a la magna tarea de
realizar la justicia social del Perú41.
40
Discurso en el tercer aniversario de la Revolución, 3 octubre 1971. En: RAMOS Rubén. Ob.cit.
41
Discurso del 7 de noviembre de 1968
194
195
PALABRAS FINALES
Nada de esto empaña el mérito del general Velasco y los militares y civiles que
actuaron a su lado tratando de llevar adelante una revolución nacional por caminos
inéditos y dentro del área de influencia de los Estados Unidos. Para asimilar las
lecciones que el proceso nos deja hay que señalar los errores. Pero conviene decir
195
196
también que ninguno de ellos puede compararse a la hazaña histórica de haber sabido
conducir durante siete años a las fuerzas armadas fuera de su rol tradicional de
protectoras y vigilantes del orden establecido, en una permanente confrontación de
fuerzas con el poder de los monopolios y sus aliados y agentes en el ámbito interno.
Aquellos siete años deshicieron muchos mitos. El principal es el del ejército como
permanente instrumento de las clases dominantes y como institución homogénea, aislada
y monolítica, afirmación mantenida durante en los medios políticos peruanos que fue
demolida por una cambiante realidad que demostró que, en ocasiones y bajo
determinadas circunstancias históricas, es posible que las fuerzas armadas de nuestros
países operen con autonomía respecto de las oligarquías para impulsar procesos de
transformación social. Como se ha dicho en capítulos anteriores y también ha sido
demostrado por los hechos, la revolución y el conservadorismo se disputan el terreno,
tanto dentro de las filas castrenses como en la iglesia y otras instituciones tradicionales.
Ante todo, los primeros años del proceso revolucionario demostraron también que
el imperialismo norteamericano puede ser confrontado victoriosamente si los sectores
claves de la nación se unen en una sola estrategia. Los Estados Unidos tuvieron que
retroceder en la aplicación de las enmiendas Pelly y Hickenlooper al comprobar que
prácticamente todo el país – con las únicas, minoritarias y aisladas excepciones de
minúsculos sectores oligárquicos – estaba unido en torno a la nacionalización de la
International Petroleum Company y la defensa de la jurisdicción peruana sobre las 200
millas de mar territorial; y se vieron, obligados a transar con un régimen amparado en la
fuerza de las armas y el masivo respaldo popular. La revolución por un camino nacional
es posible desde el poder siempre que se actúe con firmeza, pero a la vez con flexibilidad
y ponderación.
Nada de esto es obstáculo para admitir las dificultades y limitaciones que tiene
toda experiencia revolucionaria en cualquiera de las naciones del tercer mundo.
Oscilamos entre grandes poderes internacionales que penetran y succionan a nuestros
países por todos los poros. Y en el plano interno debemos superar una situación de
atraso, de miseria material y moral, de corrosión interna que afecta a todas las capas de
nuestras sociedades y que se refleja incluso en las fuerzas revolucionarias, deformándolas
o mediatizándolas. En estas condiciones, el imperio y las oligarquías utilizan no sólo sus
196
197
42
Gamonal. Planta parásita de la sierra peruana. Por extensión se decía gamonales a los propietarios rentistas
que usaban trabajo gratuito de los indios hasta la reforma agraria de 1969.
197
198
198
199
ANEXO
1.- Ustedes han sido seleccionados por la Comisión de Ministros.- Aprobados por
el Gabinete.
2.- Tienen la autoridad suficiente y absoluta confianza de todos los miembros del
Gobierno.
3.- Tarea:
a) Creación de la “Organización Política de la Revolución”. No es la creación de
un “Partido Político”, sino más bien: “Organización de Participación de la Rev.” – No
debe estar al servicio de ningún hombre: militar o civil.
b) Dirigir la creación de la “organización” inicialmente desde las BASES.
Pirámide en todo el país.
c) Contrarrestar los ataques, infiltración, confusionismo.
d) Organizar: el “equipo” para la defensa ideológica y política de la Revolución
(periódico, TV, radio, etc.).
e) El equipo debe discutir internamente todo lo que sea; pero “afuera” no hay
ninguna “grieta”.
f) No deben aceptar “manipulación” absolutamente de nadie.
g) No deben aceptar “planteamientos” que desvirtúen los fundamentes
ideopolíticos de la Revolución.
h) Actuar con mucho “tino”. Van a ser atacados por la extrema derecha y la
extrema izquierda. Calma en sus actos.
i) Mantener la coordinación con la Comisión de Ministros. Así estarán informados
de los vaivenes políticos del momento.
199
200
200
201
201